HOMILÍAS EXEQUIALES

HOMILÍAS EN CASOS SINGULARES



32. Homilía para las exequias de un niño no bautizado. Medio rural.

Textos: Salmo 24,4-5.6-7. 17 y 20 (se encuentra en los formularios de
exequias de niños no bautizados).

Una vez más la muerte nos ha citado aquí. Siempre es desagradable la
cita de la muerte. Desagradable y dolorosa. Pero hoy podemos decir que
todavía lo es más que de costumbre. Llevamos a enterrar los restos de un
niño.
¡Qué contrasentido descubrimos en esta expresión: los restos de un
niño! Los recién nacidos no tienen restos. Todo en ellos es esperanza de
vida y de futuro, realidad y promesa al mismo tiempo. Pero la muerte, ya
lo podéis ver, es capaz de triturar la semilla más prometedora.
Esta vez se nos ha llevado un recién nacido. Una semilla que se ha
malogrado, apenas empezaba a vivir sobre la tierra. La alegría y la ilusión
que su nacimiento había traído a sus padres y a todo el pueblo, se ha
transformado trágicamente en desilusión y duelo por el misterio terrible de
la muerte. Y todos nos encontramos perdidos ante esta muralla tan
impenetrable que es el misterio de la muerte. Y una vez más nos salen de
lo más intimo del corazón las preguntas angustiosas de siempre: ¿por qué
tiene que pasar esto? ¿donde van nuestros difuntos? ¿los hemos perdido
para siempre? ¿dónde están los que han muerto?
Guiados por la fe miramos a Jesús muerto en la cruz. Es la muerte del
inocente, que se ofrece por nosotros. Su muerte y su resurrección
proyectan una luz nueva, fuerte, sobre nuestra muerte. La muerte de
todos. También sobre la muerte de este niño. Nosotros no somos capaces
por nosotros mismos de ver ahora nada más que muerte en el pequeño
cuerpo sin aliento de este niño. Pero la fe nos dice que aquí está la vida.
La vida de Dios. Del Dios que salva. Que nos ha salvado por Jesucristo.
La vida de Dios, la vida plena y para siempre, siempre triunfa sobre la
muerte. Por eso decimos con fe y con valentía creyente que nuestros
muertos están en las manos de Dios.
Las manos de Dios son las manos del Padre. Manos que acogen y
perdonan. Manos todopoderosas que crean y dan vida, la vida para
siempre. No temamos, nuestros muertos están en buenas manos. Y el
camino que nos pone en las manos salvadoras del Padre es Jesucristo, el
Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nosotros. En nuestro
bautismo hemos empezado este camino. Lo hemos empezado y seguido
después con Jesús, por él y en él, hasta llegar al término de nuestro viaje.
La muerte es para nosotros la última etapa de esta peregrinación hacia
Dios.
Hoy, sin embargo, nos encontramos también ante una pregunta más
angustiosa. ¿Qué sucede con los niños que mueren sin haber podido
recibir el bautismo? ¿Cómo podrán seguir el camino que conduce al
Padre si lo desconocen, si ni tan siquiera han recibido la gracia bautismal
que nos une el misterio salvífico de la vida de Jesús? ¿La muerte es para
ellos doblemente negra? El salmo que hemos escuchado pone en labios
de este niño precisamente la oración que conviene. Señor, enséñame tus
caminos, instrúyeme en tus sendas.
El, N., desde la conmovedora soledad de la muerte reza con humildad
y confianza al Dios que no ha conocido y que ahora sale a su encuentro.
Enséñame cómo se hace para ir a tu lado. Haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. Es la vocecita de este niño,
él que no ha tenido tiempo de aprender nuestras palabras, la que clama
desde el terreno perdido y perdedor de la muerte. A ti, Señor, levanto mi
alma... Ensancha mi corazón oprimido y sácame de mis tribulaciones. Aquí
todo es gracia. Todo es gratuidad, en la que se manifiesta de lleno la
gran riqueza y la gran bondad. Su palabra es la razón más firme de
nuestra esperanza ahora y siempre.
Unamos, hermanos, nuestra plegaria a la de este niño que va hacia el
Padre. Jesús está con nosotros y el sacrificio de su muerte y su
resurrección que celebramos, da fuerza y valor a nuestras plegarias. No
dudemos de ello, Jesús está también con N. El es también su salvador y
por caminos que nosotros no conocemos, pero que él abre ante este
niño, lo conduce hacia la felicidad de la comunión total y eterna con el
Padre de todos. El guarda su vida y la libera de la oscuridad y del miedo
de verse perdido para siempre. Tengamos fe, hermanos. Agarrémonos
fuerte a la esperanza de la palabra de Dios que nos revela su amor
salvador y todopoderoso. Nos hemos amarado en él. No dudemos de ello:
¡no tendremos ningún desengaño! Porque él es piadoso y nos protege
desde siempre, gratuitamente, con su amor.
Homilía preparada por J.M. Aragonés
 



33. Homilía para recién nacido ya bautizado El texto no está en el
ritual, sino que corresponde al lunes de la semana 34 del tiempo ordinario, año
par. Las ideas, sin embargo, son adaptables a otras lecturas

Textos: Apocalipsis 14, 1-3. 4b-5

1. Amados por Dios
Hablando humanamente, hoy nos encontramos con uno de tantos
absurdos que tiene la vida: nos encontramos ante la muerte de un niño.
Seguramente que vosotros, padres, os habréis preguntado muchas
veces en estos momentos: ¿Por qué esta muerte tan prematura? ¿por
qué esta vida sin realizarse, sin llegar a su plenitud? Yo también me lo
pregunto: ¿por qué? Humanamente no se concibe que una vida tan
hermosa como es la de un niño dure apenas unos días o unos pocos
años No me sabe nada mal confesaros que a nivel humano yo tampoco
encuentro el porqué. Humanamente hablando no se concibe que este
brote de vida haya sido cortado antes de abrirse Comprendo muy bien
vuestra angustia y todos los "por qué" que os vendrán al pensamiento: y
sería ciertamente mucho más angustioso que no encontráramos ninguna
respuesta.
Si no la tenemos hablando humanamente, sí que la tenemos mirando
esta muerte bajo el prisma de la fe. Bajo este prisma sí que os puedo
decir una cosa bien segura: Dios os ama Y quisiera ayudaros en vuestro
esfuerzo por creer que Dios os ama, y quisiera ayudaros a sentiros
amados por Dios.

2. Hacer una ofrenda
Se ama cuando se empieza a sufrir. Aceptando el sacrificio de la
pérdida de la vida de vuestro hijo, sufriéndola en vuestra propia carne,
haciendo de ella una ofrenda, podréis decir que empezáis a amar al
Señor.
Todos somos conscientes de que la vida no nos la hemos dado
nosotros mismos: la vida en último término la hemos recibido de Dios.
Dios es el señor de nuestra vida: de la misma manera que nos la ha dado,
nos la puede quitar en cualquier momento. La vida de todos los hombres
es como si fuese un jardín. El dueño del jardín coge las rosas cuando son
bellas a sus ojos. Si Dios ha querido el brote de vuestro hijo, no se lo
podéis reprochar: es el dueño Insisto en lo que hace poco os decía:
haced de él una ofrenda. Ya sé que cuesta mucho, pero hacedlo.

3. Encontrarse con Dios
Cuando celebramos la Eucaristía ofrecemos al Padre la vida, la muerte
y la resurrección de su Hijo. Ofreced también al Padre, junto con Jesús, la
vida de vuestro hilo. El objetivo de nuestra fe es incorporarnos a Cristo,
ser semejantes a El. Estos momentos que vivís son muy propicios para
que, por poco que penetréis en la fe, os podáis encontrar con Dios y vivir
su presencia en esta vida. Y en este encuentro con Dios, si está lleno de
confianza, encontraréis el consuelo y la fortaleza necesaria para decir:
Señor, hágase tu voluntad

4. La comunión de los santos
Todavía os quisiera decir otra cosa. Más de una vez habéis rezado el
"Creo en Dios Padre". ¿Os habéis fijado en aquellas palabras que
decimos, "creo en la comunión de los Santos"? Queremos decir: creemos
que los que están en el cielo interceden por nosotros. Vosotros tenéis la
seguridad de que vuestro hijo lo tenéis en el cielo. Es muy consolador
pensar que tenéis un hijo vuestro en el cielo que reza por vosotros.
Encomendadle vuestras preocupaciones, todo lo que constituye vuestra
vida. Estad seguros que él intercederá delante del Padre por todo lo que
vosotros deseáis obtener del Señor, porque es uno de aquellos que,
como decía la lectura, siguen al Cordero a dondequiera que vaya. Ellos
fueron adquiridos de entre los hombres como primicias para Dios y para
el Cordero, y en sus labios no se encontró mentira: son irreprochables.
Homilía preparada por F. Pou
 



34. Homilía por un niño muerto en accidente.
Padres creyentes no practicantes, muy desolados.

Textos: Sabiduría 3,1-6; Mateo 11, 25-30

1. Este niño reposa en buenas manos, en la paz de Dios
Dos textos leídos y escuchados hace pocos días me han ayudado a
meditar en estos momentos.
El primero dice así:
"Una mujer que llevaba un niño abrazado contra su pecho dijo:
Háblanos de los niños.
Y el Profeta dijo:
Vuestros niños no son vuestros niños.
Vienen a través de vosotros, pero no son vuestros.
Y por más que estén con vosotros, no son del todo vuestros.
Vosotros sois los arcos con los que los niños son lanzados como
flechas vivientes.
El Arquero ve el rastro sobre el camino del infinito y os dobla con su
fuerza para que sus flechas vayan rápidas y lejos.
Dejaos doblegar gozosamente por la mano del Arquero.
Porque El ama tanto el arco estable como la flecha que vuela"

Esta hermosa poesía se os ha hecho dura realidad para vosotros dos,
los padres, y para vuestros familiares. La muerte, sorpresivamente, os ha
arrebatado a N. El misterio se ha hecho presente. "Vuestros niños no son
vuestros niños. Vienen a través de vosotros, pero no son vuestros. Y por
más que estén con vosotros no son del todo vuestros". Y esto es lo que
cuesta de entender en estos momentos. Y Dios nos quiere mostrar y
hacer entender este misterio: "La vida de los justos está en manos de
Dios. Dios le dará una felicidad inmensa, porque los ha puesto a prueba y
ha visto que eran dignos de El. Ellos están en paz". Están en buenas
manos. Dios estira fuerte. Nos cuesta dejarnos doblegar por El. Nos
resistimos. Necesitamos que Jesucristo, su Hijo, que también vivirá el
drama de la muerte, nos diga insistentemente: "Cargad con mi yugo y
aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis
vuestro descanso". N. reposa en su paz. Tensado por Dios, ha volado
hacia El. Ha vuelto hacia el que lo ha creado. A Dios le ha agradado su
rostro y le ha hecho volar camino del infinito.
Deberíamos tener ahora esta certeza: N. se encuentra en buenas
manos. Su inocencia ha resuelto el misterio y ha entrado en él por la
puerta grande. Y nosotros, que hemos quedado aquí, tenemos que
repetir con serenidad las mismas palabras de Cristo: "Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí,
Padre, así te ha parecido mejor".
Porque Dios ama tanto al arco estable como a la flecha que vuela.

2. Este niño quiere que la felicidad vuelva a vuestro hogar
El segundo texto del que os hablaba al principio es éste: "Creo que
Dios nos ha puesto en este mundo para que seamos felices. Mirad
siempre el lado bueno de las cosas y no el malo. Pero el verdadero modo
de conseguir la felicidad es haciendo felices a los demás. Mirad de dejar
el mundo en unas condiciones mejores que las que había cuando
entrasteis en él. De esta manera, cuando os llegue la hora de morir,
podréis hacerlo felices porque al menos no habréis perdido el tiempo y
habréis hecho todo lo que estaba de vuestra parte para hacer el bien".
El niño cuya pérdida lloramos hoy lo ha conseguido: nos ha hecho
felices. Pero seguro que también quiere que sigamos felices. Es doloroso
el momento de la despedida, pero lo tenemos que superar. Sobre todo,
vosotros, los padres. En vuestra vida tendrá su huella, pero él quiere que
la felicidad vuelva a vuestro hogar. No os encerréis en la añoranza.
Volved a vivir con alegría vuestra tarea de cada día. El estará contento,
porque él velará por nosotros, y nosotros rezaremos, hablando a Dios de
él. Hasta el día en que Dios nos llame a todos a formar parte de su única
familia.
Homilía preparada por F. Pausas
 



35. Homilía en la muerte de un pariente próximo del celebrante.

Textos: 2 Corintios 5,1.6- 10; Mateo 11, 25-30

1. Nuestras palabras de consuelo
Estamos aquí reunidos por un hecho bien doloroso y triste: la muerte
de mi tío, de vuestro hermano, de vuestro compañero de trabajo y amigo
N.
Muchos de vosotros ya nos habéis dicho unas palabras de condolencia
muy sentidas, y todos con vuestra presencia, nos las decís ahora. Los
familiares y los que más le queríamos os lo agradecemos profundamente.
Nos hacen mucho bien. En momentos tristes como estos se agradece
mucho la compañía de unos amigos que se ponen a tu lado.
Pero vuestras palabras no son las únicas. También Dios nos dice las
suyas. Son las que acabamos de escuchar en la carta de san Pablo y en
el Evangelio de Jesús.

2. Palabra consoladora de Dios Y es que si estamos aquí, es
precisamente para escuchar y celebrar esta Palabra de Dios. Esta
Palabra, que N. escuchaba y meditaba con frecuencia, y que le daba
fuerzas para ir viviendo como cristiano convencido y comprometido que
era.
Y la Palabra de Dios en esta ocasión tiene un tono bien diferente que
las palabras humanas. No muestra nada de tristeza ni de pena. Al
contrario, expresa el deseo de los cristianos conscientes, que saben, y
están convencidos, de que aquí en este mundo, estamos de paso, que la
tierra no es nuestra morada definitiva: que la casa de aquí abajo, el
cuerpo, la salud, todo lo que tenemos, un día se deshará y que nos
espera una morada definitiva en la casa solariega, en la casa del Padre.
El, N., esto lo creía.
Así se entiende cómo él, muy delicado de salud, viviendo como por
milagro según el parecer de los médicos, por una parte quería
permanecer activo, trabajar, hacer cosas. No se resignaba a quedarse
encerrado e inmóvil dentro de casa; pero por otra parte, teniendo como
tenía plena conciencia de que le iban faltando las fuerzas y que le
quedaba poco tiempo de vida, lo aceptaba e iba repitiendo con
frecuencia: que sea lo que Dios quiera.
La muerte para una persona que se ha pasado la vida trabajando es
como un descanso bien merecido. La muerte, para uno que ha sufrido
mucho, es como un remedio que alivia. La muerte, para uno que ha
luchado, es la paz.

3. Dios, la vida plena
Jesús hoy nos decía en el Evangelio: "Venid a mi todos los que estáis
cansados y agobiados, y yo os aliviaré"'. El creyente encuentra en Dios
descanso, consuelo, remedio y paz. Pero eso no lo saben todos. Los
sabios y entendidos lo buscan por otros lugares y con frecuencia lo
quisieran comprar a un alto precio, y no lo consiguen, porque no está
donde ellos lo buscan.
A los pequeños y sencillos Dios les revela este secreto: la vida sólo
tiene sentido si Dios está presente en ella. La vida, para el que cree de
verdad, no se pierde, sólo se cambia. Se pasa de la casa provisional a la
casa del Padre. Se pasa de la vida mortal a la vida eterna.
Se nace para vivir. Se vive para morir. Pero morimos para vivir y vivir
para siempre. La muerte para el creyente no existe. La muerte es un
cambio de vida.
Todo esto él lo creta. Esta fe le daba fuerzas para vivir. Y tal como lo
creía, nosotros estamos seguros de que le ha sucedido en verdad. Aquí
tenemos lo que queda de su cuerpo, que nos disponemos a enterrar.
Pero su espíritu no puede morir. No está aquí. Su espíritu creemos que
está con Dios.
Que este sentido de la Palabra de Dios, bien diferente del sentido de
nuestras palabras, nos ayude a vivir con fidelidad y confianza nuestra
propia vida, seguros de que tendrá también un final feliz: que en Dios,
como nuestro hermano N., encontraremos consuelo, descanso, remedio y
paz.
Homilía preparada por J. Busquets Massana
 



36. Homilía pronunciada en el entierro de un joyero asesinado en el
año 1979.

Textos: Lamentaciones 3, 17-26; Lucas 23, 33-34a

Queridos hermanos. La muerte trágica de nuestro hermano N. ha
descompuesto a una digna familia. Y ha hecho impresión en toda la vida
ciudadana (en los comerciantes, muy especialmente) de un modo que
hace tiempo no sucedía con ningún otro acontecimiento. Todos estamos
tristes, desconcertados, apenados y hasta indignados.
Yo quisiera acertar el tono y el contenido de esta breve homilía. Pido,
desde el principio, disculpa si mis palabras no se ajustan a los
sentimientos de algunos de los aquí presentes. Sobre todo no quisiera
ofender los de los familiares, ya bastante apenados.
Quiero advertir todavía que yo hablo desde la fe, desde el Evangelio.
Los no creyentes que posiblemente estéis aquí presentes no podréis
aceptar todo lo que diga. Con todo, os agradezco vuestra presencia y
vuestro respeto.

1. El primer sentimiento: indignación, condena
El sentimiento que nos invade de una manera más punzante a todos
en estos momentos es la indignación. Esta indignación está avivada
todavía por otras muertes violentas de estos mismos días en otros
lugares de nuestro país, o en África, América, otras naciones europeas,
en el Oriente. Parece como si la humanidad estuviese anegada por un río
de sangre inocente desde la muerte del justo Abel.
De entrada, lo primero que tengo que hacer es condenar la violencia,
condenar los asesinatos. El derecho a la vida de toda persona es
inviolable y es prioritario y principal. El mandamiento de Dios, "no
matarás", no ha sido abolido, y hoy urge más que nunca, pues tantos lo
violan con tanto perjuicio para la humanidad. La pregunta de Dios a Caín,
"¿dónde está tu hermano?", hoy la repite el Señor a cada asesino. El que
mate a su hermano, tendrá que dar cuentas a Dios de su acción
perversa.

2. En el mundo existe el pecado
En segundo lugar, querría hacer una constatación y es la siguiente:
hermanos, en el mundo hay pecado. Los hombres hacemos el mal. Los
hombres, solidariamente, hacemos el mal. Hará falta que también
solidariamente hagamos penitencia y también que solidariamente
soportemos las consecuencias del pecado, que es el peso de sufrimiento
que arrastra la humanidad. Todos hemos tirado nuestras piedras. Por
eso, todos necesitamos ser perdonados.

3. No nos dejemos dominar por deseos de venganza
Y ahora permitidme una advertencia. Decía antes que el sentimiento
que más vivamente experimentamos es el de la indignación. San Pablo
nos advierte diciéndonos: "indignaos, pero no pequéis; que no se ponga
el sol sobre vuestro resentimiento; no déis ocasión al diablo" (Ef 4,26).
Recordemos que la agresividad, que es uno de los instintos más fuertes
del hombre, puede manifestarse en pensamientos y deseos de venganza
en circunstancias como las que vivimos ahora. Pero los instintos han de
ser dominados por nuestra inteligencia y nuestra libertad, y en nuestro
caso, según el pensamiento de Dios, según la fe. Tarea ciertamente nada
fácil.

4. Venzamos el mal con la fuerza del bien
Hermanos, no caigamos en la tentación de echar las culpas a Dios del
mal que hay en el mundo. En la primera lectura hemos visto el proceso
interior de un creyente que, después de una prueba que lo llevaba hasta
la desesperación y la desconfianza, reacciona y proclama: "La
misericordia del Señor no termina; el Señor es bueno para los que en él
esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del
Señor".
No caigamos tampoco en otra tentación sutil y que parece más fácil y
hasta aparentemente razonable: hacer a la democracia, recientemente
instaurada en nuestro país, la "cabeza de turco" responsable de tantos
males que sufrimos. Hermanos, el mal viene de la malicia que hay en el
corazón de los hombres. Es la mente, es el corazón del hombre lo que
tiene que cambiar. Comencemos nosotros, todos los que estamos aquí,
juntándonos con tantas personas de buena voluntad como hay en el
mundo, como hay en nuestro país, como hay en nuestra ciudad. Y la
abundancia del bien triunfará sobre la fuerza del mal.

5. Recemos por los asesinos
Ahora viene lo más difícil que quería deciros. Os quiero pedir en
nombre de Dios una cosa imposible. Pero Dios, que nos pide cosas
imposibles, nos da su gracia para que puedan ser realidad. Jesús oró por
los que le crucificaban. Estamos en Semana Santa, y san Pablo nos dice
que tengamos en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Que
nuestra indignación no nos impida rezar por los asesinos. Los que matan
son los más desgraciados que hay en la tierra, y ciertamente no saben lo
que hacen. Que Dios se apiade también de ellos y que ellos se dejen
cambiar el corazón de piedra que tienen por un corazón de carne, que
ame y repare el mal que han hecho. Con todo, esto no les exime de las
cuentas que tendrán que dar de su delito delante de la ley y de los
tribunales de justicia legítimamente constituidos.

6. La esperanza de la resurrección
Hermanos, nosotros hoy hemos adelantado el Viernes Santo. Para
nuestro hermano N., ya ha pasado el Viernes. Jesucristo, muerto y
resucitado, nos abre una puerta de esperanza. Cuando los hombres ya
no tenemos ninguna solución, Dios en su amor infinito todavía tiene una.
Es la Iglesia la que reza por él y Dios siempre escucha la oración de la
Iglesia. Pidamos, pues, en esta misa -y nuestra oración se hace realidad,
nos dice la fe- que N. esté ya en la aurora de la Pascua en la casa de
nuestro Padre del cielo. Amén.
Homilía preparada por E. Fontal
 



37. Homilía en la muerte de un joven, pensando en el impacto
causado en la familia y amigos.

Textos: Apocalipsis 21,1-5; Lucas 24,13-35

Hermanos, el motivo que nos congrega es bien triste. Todos
compartimos el mismo dolor: familia, amigos, vecinos... Compartimos el
dolor porque si la muerte siempre es una experiencia dura y dolorosa, lo
es más cuando siega una vida en plena juventud.

1. La reacción mas espontánea en estos momentos es tal vez la de la
protesta. Hace tiempo, en la muerte de un joven político de 29 años,
decía un escritor: "La muerte se nos ha llevado un compañero y un amigo
entrañable. Sólo nos queda el dolor inmenso y la rabia impotente ante
una terrible injusticia sin culpable.
Estas palabras expresan el sentimiento de impotencia del hombre ante
la muerte. Pero los cristianos, los que tenemos fe en Jesucristo, podemos
hacer algo más. Nuestra fe nos dice que podemos hacer algo más. A
nosotros no nos queda la rabia y la impotencia, a nosotros nos queda la
esperanza, esperanza que no es ilusión, esperanza que los creyentes
tenemos puesta en Jesucristo.

2. La fe nos ha reunido aquí: una fe pequeña o grande, una fe
resignada o en dura protesta. Nuestra fe nos invita a hacer algo más: orar
y tener esperanza.
Orar por N., orar para que Dios le dé la Vida Eterna que Jesús nos ha
prometido. Orar para que Dios nos dé la esperanza en medio de nuestro
dolor.
N. era creyente, y tal vez como muchos de nosotros no lo veía todo
claro; y seguro que se preguntaba el por qué de muchas cosas, como
nosotros. Ahora confiamos que habrá encontrado en Dios la luz
verdadera, ahora debe comprender el porqué de tantos misterios.
Nosotros también creemos aunque no lo comprendamos todo.
Nosotros no entendemos el porqué de su muerte en la flor de la juventud.


3. Los discípulos de Jesús tampoco podían entender cómo El, que
hacía el bien, que era un hombre bueno, que predicaba el amor y la
justicia, que hablaba de un mundo nuevo, tuviese que morir en la cruz
como un asesino.
Jesús se hizo el encontradizo con los discípulos de Emaús y les hizo
entender que era con su muerte como había de dar fruto.
Nosotros no entendemos, pero confiamos que Dios puede sacar vida
de la muerte. No entendemos, pero hay alguien, Jesús, que nos puede
ayudar a entenderlo. No encontramos explicación, pero hay alguien que
nos promete un mundo nuevo, que nos habla de Vida, como hemos
escuchado en la primera lectura. Dios promete un mundo nuevo, en el
que El vivirá con nosotros y secará todas las lágrimas y no existirá ya la
muerte. Dios nos ofrece lo que en el fondo todos anhelamos y deseamos.

A nosotros, que tenemos sed de vida, Dios nos promete: "Los
sedientos beberán de balde de la fuente de agua viva".
N. tenía sed de vivir, de felicidad. A partir de nuestra fe nosotros
creemos que Dios le habrá dado el agua de la vida, una vida que nadie
nunca le podrá ya arrebatar. Esta tiene que ser nuestra esperanza.

4. Pidamos a Jesús que, como a los discípulos de Emaús, nos enseñe
a saber ver que Dios, de la muerte, puede sacar vida.
Nosotros lo creemos pero no lo sabemos explicar. Confiamos que un
día, como los discípulos cuando se sentaron a la mesa y reconocieron a
Jesús, y su tristeza se convirtió en alegría, se nos hará la luz y
entenderemos que Dios es la Vida y es más fuerte que la muerte.
Que nuestra oración sea: Señor, quédate con nosotros, que estamos
oprimidos y todo nos parece noche. Acompáñanos en el camino de la
vida. Sé nuestro compañero de camino; cuando todo parece que ha
terminado, danos esperanza, háblanos de tu vida y de tu luz.
Dale tu vida y tu luz a N. Que en tu Reino su vida sea una eterna
primavera.
Homilía preparada por J. Cuadrench
 



38. Homilía en la muerte de un joven, o en una muerte repentina,
o que ha supuesto un fuerte golpe para la familia y los vecinos...

Textos: Sabiduría 3,1-9; Juan 14,1 6

1. El interrogante ante la muerte
Nos hemos reunidos hoy aquí con un inmenso sentimiento de ahogo
moral, de sorpresa tristemente emocionada, de peso agobiante.
Si dentro de la persona humana hay siempre un interrogante ante la
muerte, aun cuando aparece como final y término digamos 'normal' de
una vida, cuando la muerte golpea a la juventud madura o a la
adolescencia prometedora, el interrogante adquiere un aire de rebelión
viva y punzante. Pero ¿rebelarse contra qué? ¿contra quién? He aquí el
porqué de nuestra angustia y del peso que nos oprime.

2. Grandeza y pequeñez de la vida humana
¡Nos agrada tanto palpar la grandeza de la persona humana! ¡Nos
agrada tanto recrearnos en las inmensas posibilidades que tiene la
persona humana de crecer y progresar, de hacer crecer y hacer
progresar! ¡Es tan palpable que la persona humana ha sido hecha para
amar y para asomarse a los demás y que sólo amando y acogiendo siente
que su vida es más viva! Todo esto es tan claro, que cuando por una
circunstancia cualquiera todo queda truncado, cae tan de lleno sobre
nosotros el peso de la contradicción que nos cuesta rehacernos y
serenarnos. Las ilusiones y los proyectos quedan cortados y arrasados
por el golpe irreversible de la muerte.

3 La amistad ayuda a caminar
Los que más sentís el peso de esta muerte os encontráis hoy
acompañados por un grupo de amigos. Con su palabra, con su silencio,
porque en estos casos cuesta expresar con palabras lo que se siente
interiormente, con su presencia, en resumidas cuentas, intentan
confortaros en estos momentos. La vida tiene que seguir, y, cuando el
dolor hiere, es bueno sentirse especialmente acompañado.

4. Jesucristo, un punto de referencia
Los que entre nosotros creemos en Jesucristo tenemos en El una
puerta abierta a la esperanza. Si por una parte Jesús compartió con
nosotros esta vida con sus sufrimientos, contradicciones y limitaciones,
por otra, le creemos vencedor de la muerte y de toda oscuridad.
A Jesús podemos acercarnos en los momentos duros y pesados para
encontrar en El su palabra portadora de consuelo: si os encontráis
cansados y agobiados, venid a mí. Al contemplar los despojos fríos y sin
vida de nuestro hermano, podemos acercarnos a Jesús, el Señor de la
Vida, para que nos mantenga en la esperanza de que volveremos a
reunirnos todos con Dios, el Padre.
Aferrados a Jesús nos atrevemos a decir que este cuerpo frío y sin
vida no es la última palabra. Sólo nuestra fe en Jesús nos hace capaces
de hablar de Vida cuando más envueltos nos encontramos por la muerte.

Mantengámonos constantes en la amistad y en la ayuda mutua. Que
nuestro gesto amistoso y solidario no sea sólo de un día. Y que el Señor
nos haga el don de vivir con esperanza.
Homilía preparada por S. Bardulet
 



39. Homilía para un joven muerto por enfermedad súbita y penosa, o
por un accidente.

Textos: Lamentaciones 3,17-26; Juan 14,1-61.

1. Tenemos derecho a lamentarnos, pero debemos buscar la
esperanza
Me encuentro ahora con vosotros para captar vuestros sentimientos y
expresarlos. Vosotros (los padres, hermanos... de N.), me lo habéis
encargado. Reconozco que, por mucho que me lo propusiera, no podría
vivir plenamente, como vosotros lo vivís, el gran dolor de esta prueba.
Desde luego nada ni nadie nos prohíbe "lamentarnos" por esto que
nos está pasando. El mismo texto bíblico que acabamos de leer ha sido
todo él desahogo de sentimientos de sorpresa y de impotencia
producidos por el contratiempo, por la prueba, o, como es nuestro caso,
por la sorpresa de la muerte que "nos amarga y envenena". Sí, hoy, como
en otras circunstancias de nuestra vida, tenemos la impresión de que
todo se nos hunde, que todo se esfuma; y entonces nuestra vida llega a
perder hasta la perspectiva de felicidad y bienestar.
¿No seria conveniente, sin embargo, que intentásemos revivir otros
pensamientos? Porque seguro que la esperanza no está lejos de
nosotros. Seguro que la luz nos está cerca, a punto para iluminarnos en
la oscuridad. ¿No tendremos a mano alguna posibilidad de volver a
encontrar la esperanza perdida?

2. Recordemos el camino de nuestro hermano
Haciendo, pues, un esfuerzo, aunque sea heroico, saldremos de
nosotros mismos, de nuestro "replegamiento", y volveremos la mirada en
otra dirección, para revivir otros pensamientos que nos mantengan en la
esperanza.
Estos pensamientos podrían ir dirigidos en dos direcciones: primero,
hacia nuestro hermano: recordemos cómo a lo largo de su vida nos ha
permitido experimentar las cosas mejores de toda existencia humana: su
presencia abierta a los demás y toda su actividad hecha vida
compartida...

3. Recordemos el camino de Jesucristo
El otro pensamiento lo tenemos que dirigir hacia Dios. El no ha querido
ahorrar a nadie este trago amargo del dolor y de la muerte. Ni siquiera a
su Hijo Jesucristo. Y esto entra, extrañamente, en el ámbito del amor que
Dios nos tiene: "Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo
Unigénito, para que no se pierda ninguno de los que creen en El, sino
que tengan vida eterna" (Jn 3,16).
¡Cómo nos llenan de ánimos estas palabras! Porque nos recuerdan
que la presencia de Jesucristo ha sido un latido de amor del corazón de
Dios. Y nos animan más hoy, cuando pasamos por esta prueba tan
dolorosa, cuando adivinamos que la presencia de Jesucristo, que sus
amigos creían tan necesaria y preciosa, fue cortada también por la
muerte. El sabía bien que esto le tenía que pasar, y se esforzaba por
comunicar esta convicción firme: que la vida es más fuerte que la muerte.
Nos lo dijo de muchas maneras: que si el grano de trigo no muere, no
conseguiremos la espiga, que el que cree en él tendrá vida eterna, que
se va a prepararnos una morada a nosotros, para que también nosotros
vivamos donde él está.
Así, pues, además de las palabras de condolencia que nos podemos
decir mutuamente, contemos con esta Palabra de Dios que ha venido,
precisamente en estos momentos que tanto lo necesitábamos, a darnos
fuerzas y ánimos: "Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor".
Homilía preparada por R. Caralt

DOSSIERS-CPL/31