Tiempo de Cuaresma

Casiano Floristán

La fiesta de la Pascua, o Domingo de Resurrección, cima del año litúrgico, divide el ciclo pascual en dos partes. Una primera, denominada Cuaresma, es de preparación, signo de la vida presente, que equivale a un tiempo preciso de prueba; indica la condición terrena de la humanidad limitada y pecadora. Una segunda parte, llamada cincuentena pascual, es de celebración y de proyección, signo de la vida futura. El sentido de la Pascua cristiana, a la que nos prepara la Cuaresma, lo da San Juan (13,1): paso de la comunidad, con Cristo, de este mundo al Padre, de las tinieblas a la luz, del ayuno a la comida, de la tristeza a la alegría y de la muerte a la vida.

1. La Cuaresma, preparación de la Pascua

a) Su desarrollo histórico

A mediados del siglo II se fijó un domingo como Pascua anual, aniversario de la Pasión de Cristo. Se relacionó con la Pascua judía, pero sin coincidir en el mismo día, ya que el Papa Víctor (189-198), después de una intensa controversia, fijó la Pascua cristiana en el domingo siguiente al 14 de Nisán, fiesta de la Pascua judía. La Cuaresma comenzó, embrionariamente, con un ayuno comunitario de dos días de duración: Viernes y Sábado santos (días de ayuno), que con el Domingo formaron el «triduo». Era un ayuno más sacramental que ascético; es decir, tenía un sentido pascual (participación en la muerte y resurrección de Cristo) y escatológico (espera de la vuelta del Esposo, arrebatado momentáneamente por la muerte). A mediados del siglo III, el ayuno se extendió a las tres semanas antecedentes, tiempo que coincidió con la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la noche pascual.

A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al Jueves, día de reconciliación de penitentes (al que más tarde se añadió la Cena Eucarística), y se contaron cuarenta días de ayuno, que comenzaban el domingo primero de la Cuaresma. Como la reconciliación de penitentes se hacía el Jueves Santo se determinó, al objeto de que fueran cuarenta días de ayuno, comenzar la Cuaresma el Miércoles de Ceniza, ya que los domingos no se consideraban días de ayuno. Al desaparecer la penitencia pública, se expandió por toda la cristiandad, desde finales del siglo Xl, la costumbre de imponer la ceniza a todos los fieles como señal de penitencia.

La Cuaresma como preparación de la Pascua cristiana se desarrolló poco a poco, como resultado de un proceso en el que intervinieron tres componentes: la preparación de los catecúmenos para el bautismo de la Vigilia Pascual, la reconciliación de los penitentes públicos para vivir con la comunidad el Triduo Pascual, y la preparación de toda la comunidad para la gran fiesta de la Pascua.

Como consecuencia de la desaparición del catecumenado (o del bautismo de adultos) y del itinerario penitencial (o de la reconciliación pública de los pecadores notorios), la Cuaresma se desvió de su espíritu sacramental y comunitario, llegando a ser sustituida por innumerables devociones y siendo ocasión de «misiones populares» o de predicaciones extraordinarias para el cumplimiento pascual, en las que -dentro de una atmósfera tremendista de renuncia y sacrificio- se ponía el énfasis en el ayuno y la abstinencia. La reforma litúrgica de la Cuaresma (cf. SC 109-110), con la elaboración de un nuevo leccionario bíblico según la «tradición anterior», ha hecho resaltar el sentido bautismal y de conversión de este tiempo litúrgico.

b) Qué es la Cuaresma

El número «cuarenta», del que procede la palabra «Cuaresma», tiene en algunas religiones la connotación de un periodo de retiro, silencio, ayuno, abstinencia e iniciación ritual para favorecer la experiencia de Dios y la comunión con los hermanos. En la Biblia equivale a un retiro en el desierto como tiempo de prueba y de tentaciones, que deben ser dominadas, antes de emprender una misión. Se trata de hacer una persona nueva, convertida por la palabra de Dios o transfigurada por la luz o la gloria divinas. En las cuarentenas bíblicas hay una lucha entre el Dios de vida y los ídolos de muerte. El creyente pone a prueba la llamada de Dios o su vocación de cara a un compromiso de renovación o a una tarea decisiva. La contrapartida es la tentación diabólica de someterse a los ídolos del poder, el dinero y el orgullo.

Según la tradición heredada, la Cuaresma es un tiempo intenso de reiniciación cristiana, de conversión al Evangelio y de retiro de todos los fieles para verificar la fe, reavivar la esperanza y acrecentar la caridad. De ahí que los objetivos pastorales de la Cuaresma giren en torno a estos tres propósitos: despertar la fe en quienes la tienen adormecida o no la poseen, profundizar cristianamente en el sentido de la vida y desarrollar la vida comunitaria de los cristianos. Dicho de otro modo, la Cuaresma es tiempo de conversión penitencial, catecumenado intensivo de fe y proceso de maduración eclesial y social. Es tiempo de reflexión, en el que se deben dilucidar las cuestiones más urgentes para la feligresía o la comunidad y profundizar en ellas durante las cinco semanas que dura este tiempo santo.

En suma, la Cuaresma es, en primer lugar, una cuarentena de días santos de preparación, renovación o retiro, que responde a un misterio particular del Señor: el de su retiro al desierto durante cuarenta días para verificar su vocación mesiánica. En segundo lugar, es un retiro de toda la Iglesia, a saber, parroquias, comunidades eclesiales, movimientos apostólicos y cristianos de todas clases. En tercer lugar, su objetivo se centra en la celebración de la pascua anual, misterio pascual o tránsito del mundo al Padre. Finalmente, la Cuaresma se ejerce por medio de acciones adecuadas, esto es, celebraciones, grupos de trabajo y prácticas cristianas.

2. Las prácticas cuaresmales

a) «El signo de la ceniza CENIZA-SENTIDO: La ceniza, ampliamente usada en las religiones antiguas, tiene en el Antiguo Testamento el mismo significado que el polvo: pecado y fragilidad humana, ya que es algo perecedero y sin valor. Recibida en la cabeza al inicio de la Cuaresma, es reconocimiento público de la condición frágil y pecadora del hombre y de la mujer. Antaño, al recibirla se nos decía: «Acuérdate de que eres polvo y de que al polvo volverás»; la identificábamos con la destrucción y la muerte. Ahora se nos dice: «Convertíos y creed en el evangelio»; la identificamos con el arrepentimiento y la reconciliación. Los primitivos penitentes se cubrían de ceniza sus cabezas para indicar públicamente que eran pecadores. La ceniza nos sirve para reconocer que todos nosotros también hemos destruido algo, que hemos «hecho polvo» a alguien. Pero la ceniza es también resto de un fuego purificador y protección de los rescoldos. Es inicio de nueva vida. Cuando nos dejamos marcar la frente con ceniza, reconocemos nuestros pecados y manifestamos nuestro deseo de emprender una vida renovada. La ceniza recibida es signo de conversión, petición de perdón y confianza en Dios.

b) La iniciación cristiana

También es propia de la Cuaresma y sumamente idónea para el catecumenado la catequesis de iniciación de Juan, entendida como la apertura de los sentidos cristianos: la samaritana (hambre y sed), el ciego de nacimiento (vista) y Lázaro (tacto). Se completan estas lecturas con la curación del sordomudo (oído y habla). Los centros vitales de la catequesis catecumenal fueron tradicionalmente los evangelios, el credo y el padrenuestro. He ahí tres cuestiones a profundizar hoy. A finales del siglo IV se extendió el triduo primitivo al jueves, día de reconciliación de penitentes, al que en el siglo VI se añadió la Cena Eucarística.

Los escrutinios -intervenciones de la Iglesia, a través de una acción litúrgica, para probar y purificar a los catecúmenos en su itinerario hacia el bautismo- se celebran en los domingos tercero, cuarto y quinto de Cuaresma. Hoy podemos entenderlos como revisiones comunitarias de vida frente a lo demoníaco existente en el mundo.

Es evidente que al pueblo cristiano le falta preparación bíblica. De ahí que la Cuaresma sea, especialmente hoy, un tiempo adecuado de reflexión sobre la palabra de Dios. Podemos tomar como base un evangelio -el correspondiente a cada ciclo- y estudiarlo en forma de «círculo bíblico». También cabe ahondar en las virtudes básicas cristianas, renovadas después del Concilio. De una parte, están las tres teologales: fe, esperanza y caridad; de otra, pueden ser consideradas otras virtudes más cardinales: justicia, libertad, paz, generosidad y compromiso. Además, la Cuaresma es tiempo propicio para celebrar comunitariamente la penitencia, tanto en su comienzo (entre el Miércoles de Ceniza y el primer domingo de Cuaresma) como en su final (entre el lunes y el jueves de la Semana Santa).

En suma, la Cuaresma es un periodo intenso de iniciación o de reiniciación cristiana, un tiempo apropiado para celebrar comunitariamente la penitencia, una ocasión propicia para tomar opciones liberadoras y un momento de revisión pastoral.

c) Las obras cuaresmales: ayuno, oración y limosna AYUNO-SENTIDO El cristianismo es la religión de la comida compartida con todos los hermanos, del banquete en que se comparte el pan de los pobres y el cuerpo de Cristo. El alimento es un don de Dios, y el festín nupcial (abundante, gratuito y exquisito) es el mejor signo del reino de Dios. Por consiguiente, ayunar no significa dejar de comer para mortificarse, ni abstenerse para dominar la gula, ni ahorrar para quedarse con lo ahorrado. El ayuno cristiano no es ascético, sino místico, sacramental. Es debilidad y fuerza, a partir del cuerpo humano, en una dirección privilegiada: la del reconocimiento de Dios, fuente de toda abundancia, que quiere una creación compartida y glorificada, en la que nadie muera de hambre. Ayunan los profetas normalmente antes de ejercer su actividad específica.

LIMOSNA-SENTIDO: El ayuno es religioso cuando incorpora la totalidad del cuerpo en el proceso de conversión cristiana: conversión a Dios y a los hermanos, especialmente a los pobres y marginados. Por eso el ayuno va unido tradicionalmente a la limosna, signo de la justicia. El hambre que genera el ayuno revela el miedo primordial a no tener bastante. Es una especie de horror al vacío, semejante al que produce la meditación silenciosa. Por esta razón, la tradición ha unido el ayuno a la plegaria. Si no tuviésemos suficiente comida o si ayunásemos de vez en cuando, en comunión con los pobres, tal vez experimentaríamos mejor los límites de la vida y la vida misma. ¿Por qué no probamos a vivir la fe del desierto en una tierra de abundancia pésimamente repartida? El instalado no ayuna nunca. Estas consideraciones nos ayudan a privilegiar una experiencia básica: evangelizar y evangelizarnos mediante nuestro propio cuerpo, considerado a veces contrario al Espíritu de Dios como si fuera su oponente irreductible. Precisamente en el desierto, con un prolongado ayuno, crece la fe de Israel y se configura la misión de Jesús. No basta la toma de conciencia, supuesta la gracia de Dios, para tener fe; es necesario que la fe tome cuerpo, se incorpore. En el humanismo de la persona, cuerpo y espíritu, echa raíces la fe. Algunos piensan que el ayuno y la sobriedad corresponden a unas exigencias individualistas de prácticas religiosas caducas e inservibles, y que lo que hoy exige la sociedad no es que ayunemos, sino que se reparta la comida. Pero ¿cómo vamos a poder apreciar la necesidad del reparto si no apreciamos, gracias al ayuno, el valor de la comida? Precisamente el bombardeo de la sociedad de consumo nos inmuniza contra las llamadas urgentes de los hambrientos.

En definitiva, ayunar es despertar del letargo y del embotamiento de los sentidos para sentirse en actitud de dependencia respecto de Dios y en comunión con los hambrientos. Los despiertos participan de un mismo mundo, del mundo nuevo; los que se duermen viven en su mundo particular. El ayuno une la sobriedad a la vigilancia y a la solidaridad. Las tres prácticas clásicas de la Cuaresma -ayuno, oración y limosna- son interdependientes y tienen un nuevo sentido: el de ayudar a la conversión cristiana personal y a la reconciliación de todos los pueblos de cara al crecimiento del reino de Dios.

(·FLORISTAN-1.Págs. 49-54)