De ascesis y de cruz... ¡ni idea!
Autor: Ernesto María Caro, Sac. |
La
Cuaresma, ha sido siempre considerada en la Iglesia como un tiempo propicio para
crecer en la santidad dejando que Dios purifique, mediante nuestra oración,
nuestros corazones. Ha sido, al mismo tiempo, un espacio en la vida del
cristiano para reforzar su vida penitencial o ascética, sin la cual difícilmente
permitirá que Dios lo lleve a conocer la perfección de su amor.
Desafortunadamente, el hombre de hoy tiene un concepto equivocado de lo que es
la Ascesis o penitencia y en muy baja estima el valor de la cruz. La vida cómoda
y materialista que vive le hace despreciar con facilidad estos dos valores que
son fundamentales (cf. Mt 10,38), por no decir, indispensables, en la vida, no
solo para alcanzar la santidad y con ello la plenitud, sino incluso para poder
vivir una vida razonablemente alegre y estable.
La Ascesis, como esfuerzo humano que responde a la iniciativa divina disponiendo
y purificando su vida para que en ella se desarrolle en plenitud la vida divina,
no es prerrogativa exclusiva del cristiano ya que, como dice el P. Bernard:
" esta palabra ha venido a significar el esfuerzo mediante el cual, se
quiere alcanzar el progreso en la vida moral y religiosa" . Este esfuerzo,
en nuestra vida cristiana adquiere una nota particular y quizás única, ya que,
a diferencia de algunas otras "espiritualidades", la Ascesis en el
fiel cristiano, es animada y dirigida por el mismo Espíritu Santo, que no busca
destruir sino construir. Por ello el P. Cantalamessa, dice que la Penitencia es
el arte de quitar todo lo que estorba en el hombre a fin de hacer visible esa
santidad ya contenida en el hombre desde el bautismo.
De la misma manera que la vida interior es el instrumento para que la santidad
crezca y se desarrolle, la Penitencia es la herramienta de la que se vale el
hombre para fortalecer los muros por lo cuales transitan nuestros deseos y
aspiraciones, los cuales, fuera de control son capaces de destruir la vida o al
menos impedir que ésta alcance la plenitud. Es, digamos, el elemento regulador,
y, en muchos casos, el propulsor de la vida equilibrada y santa del hombre.
Y es que la penitencia actúa como una fuerza que empuja nuestras pasiones y
deseos hacia el centro poniendo límites cada vez más estrechos, hasta lograr
el equilibrio. En algunos casos agregando elementos a nuestra vida,
"Ascesis positiva" , y en otros ayudando a eliminarlos o matizarlos,
"Ascesis negativa" . En ambas direcciones se supone una renuncia, por
lo que esto no se podrá hacer sin la ayuda de la cruz y del Espíritu Santo.
La penitencia cristiana, correctamente entendida, no es estoicismo, ni
platonismo, sino es la " fuerza que ayuda a que los criterios y la vida
evangélica, pasen de la mente al corazón y del corazón a la vida
diaria". Debemos, sin embargo, reconocer que la penitencia y la cruz,
producto de ésta, pesan sobre nuestras espaldas, de lo contrario ya no sería
cruz (cf. Mt 5,29-30); la mortificación lastima, mas en el fondo del alma se
enciende un fuego nuevo, desconocido y de orden superior que basta para
fortificarlo y hacerle abrazar voluntaria y animosamente los dolores y la
renuncia que lo llevarán a gozar de la más profunda y jamás imaginada paz.
Este fuego era el que incendiaba a los santos, quienes ante la perspectiva de
haber encontrado la perla preciosa (Mt 13,46) y el tesoro escondido (Mt 13,44),
consideraban en poco lo que tuvieran que hacer para permitir a la gracia
desarrollarse en plenitud y que a los ojos del mundo puede parecer una locura y
una exageración. Pero sobre este juicio ya san Pablo decía que, " la cruz
es locura para el mundo pero para los que están en Cristo es poder de salvación"
(cf. 1Cor 1,23-24).
De aquí nace, como lo comenta el Nuevo Diccionario de Espiritualidad, la
urgencia de reasumir la vivencia y lo cotidiano de la penitencia, de quitarle
toda esa carga negativa que por años ha tenido, para redescubrirla como un
momento privilegiado de encuentro con la misericordia de Dios que conoce
nuestras miserias y que a pesar de ellas nos ama y nos ha llamado a la santidad
más elevada. Esto nos llevará sin lugar a dudas a experimentar el poder que
sana el interior del hombre y que le impulsa a reemprender el camino de la
felicidad, la alegría, el gozo y la paz, ya que como bien decía Clímaco:
"es mediante la penitencia como nos libramos de la tiranía de las
pasiones".
Por todo esto, la penitencia es la cruz benéfica que nos ayuda a renunciar a
nosotros mismos, a los excesos y exageraciones, y que prepara el camino para que
Dios desarrolle en nosotros la vida divina, la "Vida según el Espíritu"
.
No obstante todo lo que hemos dicho, incluso de los santos, debemos ser
conscientes que la falta de prudencia, puede también desordenar la misma
penitencia, con lo cual se causan graves daños, sobre todo al alma, ya que la
práctica de la mortificación debe ser siempre un acto de templanza. Santo
Tomas, citando a San Jerónimo dice: "No hay diferencia entre matarse en
largo o en corto tiempo. Se comete una rapiña, en vez de hacerse una ofrenda,
cuando se extenúa inmoderadamente [sin templanza] el cuerpo por la demasiada
escasez [exceso] de alimento o el poco [defecto] de sueño".
Una de las prácticas más comunes en la penitencia dentro de la Iglesia es el
Ayuno, el cual nos lleva a ser más dueño de nosotros mismos al entrenarnos,
privándonos de las cosas buenas como son la comida y otros placeres de la vida,
para en su momento tener la capacidad de renunciar a lo que es pecado. Es un
ejercicio que debe siempre iniciarse por las cosas pequeñas, si luego queremos
aspirar a las grandes. De manera que si quisiéramos llegar a hacer un ayuno
riguroso a pan y agua, debemos de haber iniciado muchos meses antes con las
pequeñas privaciones. El privarse de un café, en el momento en que se antoja,
de un vaso de agua, de nuestro postre preferido, etc., nos proveerán los
elementos necesarios para llegar a tener una verdadera vida ascética.
Por una ancestral tradición en la Iglesia, existen dos días especiales para el
ayuno que son: El Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. Además, recordando
la pasión del Señor, invita a los fieles a hacer penitencia todos los viernes
del año y de manera especial durante los viernes de cuaresma.
Por lo que toca al ayuno, la Iglesia, buscando ayudar a los fieles a caminar en
esta vía penitencial, ha "normado" esta práctica. Actualmente
sugiere que el ayuno consiste en: Un vaso de leche o un café con pan en la mañana;
nada entre comidas; una comida ligeramente reducida (frugal) y por la noche un
café con pan.
Las primeras comunidades encontraron que el privarse el viernes de comer
"carne" era una manera de renunciar a lo superfluo, comiendo pescado
que era un alimento muy económico y además era el que comían los pobres. De
esta manera no solo se dominaba el apetito sino que la diferencia económica
entre el pescado y la carne se repartía como limosna a los pobres. Sin embargo,
¿Podríamos hoy decir que el no comer carne es efectivamente un acto de
penitencia? Si somos honestos con nosotros mismos debemos responder que no (al
menos para muchos hermanos). Y es que hoy en día el kilo de pescado y el de
carne están más o menos a la misma altura… incluso a veces más caro el
pescado, sobre todo en el tiempo de Cuaresma en el que en ocasiones se da un
abuso en el precio. El ir a comer a un restaurante un buen filete de pescado,
tampoco parecería ser una verdadera penitencia. Mucho menos si pensamos que la
gente pobre de nuestro país no come carne NUNCA. El día de abstinencia debe
ser un día de verdadera penitencia… día de austeridad y de renuncia.
Ciertamente para algunos el no comer carne puede ser una verdadera penitencia,
pero no para los hermanos que viven en una situación de marginación (aun para
la clase media). Si quisiéramos recuperar el espíritu que animó a los
primeros a hacer penitencia los viernes, deberíamos pensar en la comida que
comen los pobres, que en nuestro caso, estaríamos hablando de frijoles y
tortillas. El viernes de cuaresma es un día para hacer penitencia y no para
comer pescado.
Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para crecer en nuestra vida de santidad y
permitir a Dios tomar más participación en nuestra vida. Una cuaresma vivida
con intensidad nos ayudará a celebrar la pascua con la alegría y el gozo de
quien se ha esforzado por alcanzar la estatura del varón perfecto que es
Jesucristo.
El Pbro. Ernesto María Caro Osorio fue ordenado sacerdote en el Seminario de
Monterrey el 15 de agosto 1991. Licenciado en Espiritualidad por la Universidad
Gregoriana de Roma y Doctorado en Mariología por la Universidad Marianum de
Roma, es director de la página Evangelización
Activa, que busca llevar la palabra de Dios a todos los rincones del mundo
mediante el uso de los medios electrónicos, especialmente el correo electrónico.