VI. VIGILIA PASCUAL: DOMINGO DE PASCUA


`EL FINAL SE LLAMA RESURRECCIÓN'


Cristo no acabó en la pasión ni en la muerte del viernes santo. ¡Resucitó! Esta es la gran novedad, que en esta noche cargada de anuncios, de gozo y de esperanza, rompe el silencio y rasga las tinieblas, para anunciarnos la Buena Noticia. Hace falta haber esperado tensamente, es preciso haber muerto y haber sentido la densidad de las tinieblas y del pecado, para poder percibir la novedad inmensa de una nueva esperanza, el gozo de una vida que nace o la alegría de una luz radiante que brota de la oscuridad. Quien no ha mirado de frente a la cruz del viernes santo, no puede ver tampoco la novedad de la resurrección.

Esta noche que para muchos es una más, para nosotros es la noche santa por excelencia, el quicio que divide a la historia en un antes y un después, el comienzo de un nuevo caminar hacia la luz y hacia la vida. Ningún cristiano puede sentirse ausente de la alegría de esta noche. Debe ser para nosotros como la primera de nuestro nacimiento a la vida, pues no en vano renovamos nuestro bautismo. Necesitamos morir cada año, porque cada año tenemos necesidad de resucitar a la maravillosa novedad que hay en nosotros.

 

A) CATEQUESIS


1. Acontecimiento: encuentro y experiencia del Resucitado

El acontecimiento pascual de Cristo es el centro de la historia y de su historia, el núcleo esencial de la predicación apostólica, el quicio de la fe y la vida cristiana y eclesial, el contenido de la celebración litúrgica, sobre todo de la eucaristía. Fundamentalmente, el acontecimiento pascual es la muerte y resurrección de Cristo. Así como el viernes se centra en la muerte, y el sábado en la sepultura, la Vigilia y el domingo se centran en la resurrección.

— «La resurrección de Jesús no se describe en ningún relato del Nuevo Testamento. Existen relatos de aparición, proclamación kerigmática sobre el sepulcro vacío, himnos y parénesis, pero ningún relato, ninguna descripción de la resurrección propiamente dicha, salvo en escritos no canónicos, como el evangelio de Pedro, escrito a mitad del siglo II. Esto significa que la resurrección de Jesús tiene una relación muy particular con la historia, puesto que se presenta ante todo como pura afirmación kerigmática. Pablo fue quizá el primero que vinculó esta afirmación a un relato» (B. Lauret). La resurrección, en efecto, no es un hecho que pueda ser directamente detectado por el historiador. Es un hecho que aconteció en Jesús, alcanzable por la fe, basada en los testimonios de los que vieron a Jesús después de muerto. De todos modos, los testimonios relativos a la resurrección son abundantes y están constituidos por los relatos del sepulcro vacío, las apariciones diversas, y las listas de testigos que vieron al resucitado. Todo ello da base para afirmar que la resurrección es un hecho histórico, y tiene un fundamento histórico, aunque dicha historicidad sea peculiar.

A lo largo de la historia se han formulado diversas dificultades por distintos autores, como son: que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús e inventado su resurrección, para poder declararlo Mesías; que se trata de una ilusión o psicosis colectiva; que obedece a una «trampa del inconsciente que tiende a negar la muerte, para afirmar la omnipotencia del deseo»; que es fruto de un sueño en un mundo mejor, abandonando así la lucha en la historia... Hoy la gran dificultad contra la resurrección de Cristo no suele ser su negación, sino la indiferencia ante el acontecimiento y, sobre todo (como muestran las encuestas), la falta de fe en la resurrección de los muertos.

— Ante estas dificultades, debe ponerse el acento en el núcleo de la afirmación teológica: que no puede separarse el Jesús de la historia del Cristo de la fe, y que la afirmación de la fe según la cual creemos que Cristo vive, se apoya en el acontecimiento de la historia, según el cual Jesús resucitó de entre los muertos. Y esta resurrección implica la identidad del cuerpo de carne con el cuerpo neumático del Resucitado. No se trata de una «creación teológica» de algunos entusiastas de la persona de Jesús, sino del testimonio basado en los fenómenos que acontecieron después de la crucifixión, y que obligaban a exclamar: ¡Jesús resucitó verdaderamente! Las apariciones son siempre atestiguadas como fundamento de las dos interpretaciones: sea como elevación - glorificación del justo de Dios; sea como resurrección en el sentido de una acción de Dios que transfigura al Crucificado en una vida nueva de gloria. En cuanto a la tradición del sepulcro vacío, formada en Jerusalén sobre todo, no es presentada por ningún evangelista como prueba de la resurrección de Jesús, sino como señal ambigua (que incluso provoca miedo: Mc 18,6; Mt 28,8; Lc 24,4) que remite a las apariciones, en las que ciertamente se nos describe la presencia real y carnal de Cristo: el come, camina con los discípulos, se deja tocar, dialoga con ellos... aunque no aparece ligado al espacio y el tiempo (1 Co 15,5-8; Mt 28,16-20; Lc 24,13-35; 36,53; Jn 20...). En todo ello es claro que el objeto de la fe es que Jesús vive, porque ha resucitado, y no tanto cómo se ha dado esta resurrección para que Jesús viva. El cómo no podemos explicarlo adecuadamente. La resurrección exige siempre la fe.

— La resurrección de Cristo no debe entenderse como la «reanimación de un cadáver» que volverá a la vida para volver a morir de nuevo, sino como la entrada en una nueva vida imposible de describir, porque supera la experiencia sensible. Es el comienzo de una nueva forma de ser y de existir, que rompe con los moldes empírico-corpóreos del ser y existir carnal y terreno, y sitúa al resucitado con un poder y capacidad de omnipresencia totalmente nuevos. El será quien se aparece «estando las puertas cerradas»; el que es «llevado al cielo» y «exaltado en la gloria»; el que «está sentado a la derecha del Padre»... Su nueva vida no cae bajo categorías biológicas, donde reina la muerte, sino que pertenece a la esfera divina de la vida eterna. Las categorías para expresar este nuevo modo de existir de Jesús son determinadas por el ambiente de la época. El esquema apocalíptico de la humillación-elevación del justo aparece en la interpretación del sepulcro vacío y de las apariciones. De todo ello resulta con claridad que la resurrección de Cristo no puede reducirse al resultado de una reflexión ni al fruto de una experiencia subjetiva, sino que tiene su fundamento en el acontecimiento vivo de un encuentro real con el Jesús viviente, que se aparece en una nueva forma de ser y de estar por su corporeidad.


2. Celebración: configuración litúrgica

— Probablemente hay que afirmar que el principio de la Pascua anual está en la eucaristía dominical. De la Pascua semanal se pasaría a la Pascua anual. La discusión sobre si esta Pascua anual tiene o no un origen apostólico es difícil solucionarla, aunque hay indicios a favor (1 Co 5,7-8; Epístola Apostolorum...).

— El elemento más decisivo para la configuración de la vigilia es el ayuno, seguido de la Palabra y la Eucaristía, como expresión de un tránsito pascual, de un «paso» dinámico existencial de la comunidad cristiana. Otro elemento importante fue la liturgia bautismal, que ya en el siglo III consta (Tertuliano, Hipólito...) se realizaba en esta noche, culminando así el proceso cuaresmal. La Vigilia, considerada como el momento de nacimiento a la nueva vida, como la participación ritual en el ser con-sepultados para con-resucitar, es decisiva. Finalmente, el tercer elemento configurador es el rito de la luz y el cirio pascual, que aparece ya en el siglo V y se extiende en todas las iglesias, aunque será aceptado más tarde (hacia el siglo XI) en Roma. Al sentido práctico (iluminación en la noche) hay que unir el sentido simbólico: significar la victoria de la luz en Cristo sobre las tinieblas del mal y de la muerte.

— La evolución posterior consiste en el traslado progresivo de la celebración de la Vigilia del sábado santo: primero a la tarde, luego a la mañana. La reforma de 1951 (Pío XII) restaura el momento y estructura original de la Vigilia, que después será recogida por la reforma del Vaticano II. Se desarrolla según las cuatro secuencias conocidas: liturgia de la luz (bendición del fuego, Cirio pascual y procesión de la luz, Exultet); liturgia de la palabra (nueve lecturas bíblicas, que recuerdan la historia de la salvación, y pueden reducirse a cinco); liturgia del bautismo (bendición, celebración del bautismo, renovación de las promesas bautismales); liturgia de la eucaristía (elementos festivos y gozo del encuentro pascual).


3. Expresión: gestos y símbolos

El fuego, la luz del cirio, las luces de la asamblea, constituyen uno de los símbolos más elocuentes de la Vigilia, celebrada cuando caen las tinieblas de la noche. De noche salieron los israelitas de Egipto y en la noche se manda celebrar la pascua, de generación en generación (Ex 12,42). También los cristianos velan en la noche de Pascua para celebrar la memoria, la presencia y el anuncio de la nueva Pascua de Cristo. De este modo se permanece vigilantes para cuando llegue el Señor (Lc 12,35-36). La luz es el signo gozoso de la llegada del Señor resucitado. El brilla en medio de las tinieblas para siempre.

También hoy es la palabra un símbolo espécial por su densidad y belleza, por proclamar de forma admirable la historia de la salvación, por el diálogo que van tejiendo (lectura, canto, oración) entre Dios y su pueblo, por la renovación de la fe que suponen, por contener ya en el Nuevo Testamento el anuncio más gozoso y esperanzador para el cristiano: la resurrección. Estas lecturas, unidas al Exultet y al Aleluya, son la mejor narración actualizadora del acontecimiento que se celebra.

La Iglesia fundándose en el texto de Rom 6,3-4 ha desarrollado el simbolismo y teología bautismal de la Vigilia pascual. Se trata no sólo del bautismo ritual, sino del bautismo espiritual, base de la unión esponsalicia de Cristo con la Iglesia (cf. Ef 5,25-27). El agua bautismal aparece en este día como símbolo especialmente fecundo, como seno materno que, por la semilla del Espíritu, engendra nuevos hijos en la muerte y resurrección de Cristo. Meterse en las aguas bautismales (baño de agua) es ser consepultado con Cristo; salir de las aguas es con-resucitar con Cristo. Las secuencias de la celebración actual tienden a expresar este misterio: letanías (conmunio sanctorum), bendición del agua (fecundación en el Espíritu), baño de agua (participación en la muerte y resurrección); renovación de las promesas bautismales (renovación de la fe y de la vida en el misterio).

La Vigilia es el momento de explosión de la alegría y el gozo pascual. Hay dos momentos significativos que la expresan: el gloria, solemne y gozoso al que acompaña el toque de campanas; y el Aleluya, que brota del gozo, como aclamación que prepara el gran anuncio, y como confirmación de la presencia viva del Resucitado. El que ambos momentos tengan la solemnidad requerida ayudará a expresar la comunión en la alegría pascual.

Es en la eucaristía donde culmina la celebración pascual. Allí se concentra la conmemoración más significante por el pan y el vino, que son banquete pascual, signo de entrega y permanencia de muerte y vida... de resurrección.


4. Misterio: vida

— Esta noche santa, «Vigilia de las vigilias», es la expresión más significativa del tránsito pascual. Su carácter nocturno conlleva a una pregnancia simbólica. Se trata de un verdadero «paso» de las tinieblas a la luz, de la noche al día, que simboliza el paso de Israel de la esclavitud a la libertad; el paso de Cristo de la muerte a la vida gloriosa, de la cruz a la resurrección; el paso de los creyentes del pecado a la vida, de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría. La pascua de Jesús es la primicia de una transformación radical, por la que todo recibe un nuevo sentido. Es el sentido de la nueva creación, del nuevo eón, de la nueva historia... en donde la medida y el valor no se harán desde la muerte y el dolor, sino desde la resurrección y la vida en Cristo.

— La Vigilia Pascual es el mismo corazón de la Pascua, donde se condensan todos los aspectos y dinamismos implicados, en su punto de referencia principal que es la resurrección. Se trata de un único misterio con pluralidad de dimensiones, que pueden concretarse así:

— Puede hablarse igualmente de diversas pascuas en una pascua:

— Y en todo ello hay un punto central y finalizador que da la tonalidad al conjunto de dimensiones: es la RESURRECCIÓN. La resurrección es allí donde todo encuentra su sentido final; es la última palabra de la historia; es el término del amor que se hace muerte; es el lugar donde nace y permanece la esperanza; es el centro en que se sustenta y del que se alimenta la fe; es allí donde cada año renace el nuevo milagro de la primavera para los que buscan la novedad imperecedera de lo eterno. ¡Cristo resucitó!

En la resurrección de Jesús se encuentra realizada la utopía humana, la superación de toda alienación, el nacimiento del hombre nuevo, la garantía de un futuro abierto al triunfo de nuestra esperanza. La resurrección responde a los más fundamentales y profundos interrogantes del hombre (¿qué sentido tiene la existencia, el dolor, la vida y la muerte...?), y constituye la realización de las ansias humanas de plenitud. Es la «escatologización de las posibilidades inherentes a la vida humana», la inauguración de la situación terminal del Nombre en Dios. En la resurrección el futuro ya está presente en esperanza, que es un ya-ahora, aunque todavía-no plenamente alcanzado por nosotros.

En el sepulcro vacío quedaron enterradas para siempre el sufrimiento y la muerte, pero no la salvación y la vida. No puede morir el amor. Desde entonces no hay lugar para la desesperación en el que cree. Y el Apóstol podrá exclamar con razón: «La muerte ha sido absorbida por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?» (1 Co 15,54-57). Es cierto que la victoria de Cristo no ha suprimido ni el sufrimiento ni la enfermedad de la vida de los hombres. Pero, desde Cristo, el hombre sabe qué significa el dolor y la muerte, y cree que este tiempo de fragilidad ha sido visitado y transformado por la muerte y resurrección de Cristo, y continúa transformándosé en la espera de su cumplimiento pleno.

 

B) CELEBRACION


1. Comunidad parroquial

Aunque la Vigilia es la celebración más importante del año, pasa desapercibida, y no es participada por la gran mayoría de los fieles. Mientras unos no conocen su sentido ni encuentran oportuno el momento; otros abandonan su comunidad habitual para ir de vacaciones; y otros (v.gr.: jóvenes) se segregan de la parroquia para una celebración especial... Por todo ello se requiere recomponer o repensar las condiciones de celebración, preparando al pueblo en su ánimo para apreciar y participar en esta gran fiesta del año.

En cuanto a las consideraciones más prácticas puede recordarse: la conveniencia y hasta necesidad de una celebración nocturna para que resalte todo su simbolismo;, la necesidad de valorar todos los gestos y símbolos sin mutilarlos ni reducirlos; la armonía y equilibrio entre las cuatro partes fundamentales. En concreto:


2. Comunidad especial

Si se trata de una comunidad religiosa con espacios suficientes, lo único que cabe añadir es que la celebración se desarrolle en los lugares correspondientes (fuera de la Iglesia, lugar bautismal...), y que se dé importancia al movimiento de la asamblea.

Si se trata de una comunidad de jóvenes, puede desarrollarse según este ritmo (que continúa lo señalado para el sábado santo).

 

a) Lucernario:

El fuego se enciende fuera de la Iglesia en un lugar oportuno. Alrededor se sitúa la asamblea. Se pueden quemar símbolos de lo viejo (rama seca, cartas...) y encender o arrojar al fuego símbolos de lo nuevo (rama verde, perfume...).

Realizada la bendición y encendido el cirio, cada grupo envía un delegado a por la «luz de Cristo». A la segunda elevación encienden la luz el resto de los miembros del grupo. A la tercera, todos los participantes.

El pregón pascual se hace con toda solemnidad y participación.


b)
Liturgia ,de la Palabra:

Se proclaman todas las lecturas según el ritmo señalado: monición, lectura, salmo o canto, oración.

Antes de pasar al N.T. se encienden los cirios del altar, se tiene una monición, se entona el gloria y se canta solemnemente, acompañando con elementos festivos.

Después de la lectura apostólica y antes del evangelio, se entona solemnemente el Aleluya. Terminado el Evangelio, puede expresarse el gozo pascual, la acogida a Cristo, con un aplauso, con la repetición del Aleluya...


c) Liturgia del bautismo:

— Si se trata de jóvenes que están en proceso catecumenal, pueden expresar en este momento su «paso de etapa», cual acto relacionado con el bautismo. El rito puede consistir en: presentación de los sujetos, declaración de intención, entrega de símbolo acompañado de palabra, oración conclusiva.

Si hay bautismos, sería éste el momento de celebrarlos, según lo que prevén los rituales correspondientes. En tal caso, cobra especial significatividad esta parte.

Los diversos elementos (letanías, bendición, renovación de las promesas, aspersión...) deben hacerse del modo más significativo. Quienes han «pasado de etapa» pueden expresar su renovación bautismal acercándose al agua bendecida para tocarla con sus propias manos.


d)
Liturgia eucarística:

Supuesto que cada grupo o comunidad ha preparado sus ofrendas de pan y de vino, con un lema que expresa su ofrenda y su alegría, ahora dos de cada grupo llevan las ofrendas en procesión al altar, para ser consagradas. En el momento de la comunión, cada comunidad será llamada para participar del pan y del vino.

Después de la comunión tiene lugar una acción de gracias especial, en la que cada grupo o algunos miembros particulares, libremente, expresan su experiencia y gratitud por el gran don de la Pascua, del Resucitado.

El final es la continuación gozosa de la fiesta que, al amanecer, anuncia la luz eterna.