LITURGIA AMBROSIANA

 

Con el principio solemnemente ratificado en la introducción de la constitución litúrgica Sacrosanctum concilium, el Vaticano II ha acentuado su estima por todos los ritos existentes en la iglesia. Se afirma, efectivamente, allí: "... el sacrosanto concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la santa madre iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios" (SC 4). Así es como una vez más en el transcurso de la historia quedaba oficialmente la liturgia ambrosiana a salvo de todo atropello. En efecto, conservar y fomentar una liturgia antigua como la ambrosiana significa ratificar el principio de que toda iglesia local goza de un derecho nato (jus fontale o jus nativum) a expresarse en sus formas connaturales en lo tocante a realidades litúrgicas. Lo cual equivale a decir que toda liturgia legítima, aun la solamente celebrada por una iglesia local, es siempre un culto ofrecido al Padre por todo el cuerpo de Cristo (Christus totus: cabeza y miembros) en virtud de un único Espíritu Santo.

Dentro de este contexto de legitimación de una liturgia perenne, como cabalmente lo es la ambrosiana, que goza de derechos y es merecedora de todo aprecio y debe conservarse y fomentarse, a lo largo de nuestro estudio, y después de una ojeada histórica a la Italia litúrgica en su ayer y, más específicamente, a la liturgia ambrosiana del pasado, iremos analizando la liturgia ambrosiana de hoy y su reforma, todavía en vías de realización.  

 

 

I. ENTRE EL "AYER" Y EL "HOY": FRENTE A UNOS DATOS

Bien ponderados ciertos hechos del pasado, del ayer litúrgico de la iglesia viviente en territorio italiano, llega hoy uno a sentirse estimulado a infundir en las formas y fórmulas litúrgico-expresivas un espíritu más genuino y auténtico. Desde tales hechos como fondo, se llegará a comprender mejor la supervivencia de la liturgia ambrosiana y su reforma actual.

 

1. LA ITALIA LITÚRGICA DE "AYER".

a) En la antigüedad (orígenes del cristianismo, siglos IX-X). En lo referente a formulación de ritos litúrgicos, la época paleocristiana se caracteriza por un doble fenómeno: el de la creatividad, espontaneidad y libertad de expresiones cultuales, acompañado por el de una gradual adecuación lingüística y ritual a formas y fórmulas estables. Destacan, pues, dos períodos idealmente distintos, pero de hecho compene­trados entre sí El primero (siglos I, III / V) es de improvisación eucológica y de una variada proliferación de ritos. Aunque con idéntico origen todos ellos en su tronco cristiano-judío, debido a la aculturación con nuevos pueblos que se incorporan al cristianismo, tales ritos terminaron configurándose según el genio del lugar. De igual manera, con el paso del arameo al griego, copio y siríaco, así como del griego al latín, la creatividad eucológica da progresivamente paso, a través de múltiples factores, al período de compilación y estabilidad de las fórmulas escritas. El segundo período (siglos III IV / VI VII) es de actividad creadora de eucología, ya dentro del genio greco-oriental y latino­romano, ya en consonancia con el ministerio pastoral de las grandes figuras y padres orientales: Basilio, Juan Crisóstomo, etc., y occidentales: León, Gelasio, Gregorio (liturgia romana), Ambrosio (liturgia ambrosiana), Leandro de Sevilla (liturgia hispano-visigótica), Pedro Crisólogo (liturgia ravenense), Cromacio (liturgia aquileyense), etc., ya merced a la comunicación con las principales sedes episcopales metropolitanas (Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla, Roma, Milán, Sevilla, Lyon, etc.): desde dichas sedes metropolitanas se irradiaba la acción misionera mediante una evangelización capilar de las aldeas. No pocas veces gozaban tales sedes de especial relevancia, hasta el punto de alcanzar en ciertos momentos un papel marcadamente importante en cuestiones político-civiles (Roma: caput mundi; Constantinopla: segunda Roma; Milán: sede irregular y circunstancial del emperador; Rávena: centro del exarcado; etc.). Otras veces, la mezcla de pueblos bárbaros, así como las sucesivas vicisitudes ya políticas, ya relativas a una ortodoxa o heterodoxa profesión de la fe (piénsese en el arrianismo), intensificaban la unión de los diversos grupos de fieles en torno al obispo, que, con su presbyterium, venía a convertirse en centro de cohesión y punto seguro de referencia. Este papel vendría después, con la propagación de las formas monásticas, desempeñado por el abad de los grandes monasterios (en Occidente, los benedictinos).

Nada, pues, tiene de extraño que, en un contexto de factores como éste, el área geográfica de Italia atestigüe un típico florecimiento de las tradiciones litúrgicas más diversas".

Además de la liturgia romana, cuyo influjo se dejó sentir sobre todo en el centro y en las islas, podrían mencionarse otras más.

En la Italia meridional hay constancia de una liturgia campana que tendría como cabeza a Paulino de Nola († 431), autor de un Liber sacramentorum. Dicha liturgia se caracterizaba, entre otras cosas, por un sistema de lecturas propias. Sigue incluso hoy siendo objeto de investigación, sobre todo por parte de Klaus Gamber. Están igualmente comprobados específicos usos litúrgicos para Capua, por el famoso Codex Fuldensis de los evangelios y en especial para Benevento. Como es lógico, no fue ajeno a ciertas. características propias de las liturgias aludidas el centro benedictino de Montecassino, si bien su influjo iba a hacerse sentir después con mayor fuerza. Pero tales liturgias experimentaron también la influencia del próximo Oriente bizantino. Y es indiscutible, finalmente, cómo Nápoles, sin aludir a otros centros, atestigua tal florecimiento de usos litúrgicos locales, que no podrían fundirse ni confundirse con los claramente distintos usos romanos. Son asimismo notoriamente importantes los rollos pascuales en uso en la Italia meridional, con sus típicas peculiaridades.

En la Italia septentrional además de la liturgia ambrosiana, de la que vamos a hablar por extenso y cuyo influjo se dejó sentir en casi todo el ámbito septentrional italiano (regio romana décima), deben señalarse: la liturgia aquileyense, con Rufino, que nació y vivió en Aquilea (345-410) y nos ha dejado la fórmula del credo bautismal; con Fortunaciano (después del 360), que compuso un índice de perícopas titulis ordinatis; con el obispo Valeriano, que escribe a Ambrosio: "Alexandrinae ecclesiae semper ordinem dispositionemque tenuimus" (PL 16,949), y con la obra pastoral y litúrgica de Cromacio de Aquilea: también esta liturgia es objeto de frecuentes estudios, ignorándose todavía los tesoros que encierra; la liturgia ravenense, con el testimonio de un libro litúrgico antiguo -el Rotulus de Rávena- y la obra de Pedro llamado Crisólogo (ca. 425-ca. 451) 28 y de Maximiano (546-557), con su Liber sacramentorum. Pero existen también en esta época otros centros impulsores de la transmisión de la fe a través de sus típicos usos litúrgicos. Pueden evocarse Verona -con Zenón (362­372 ó 382)-, ciudad que llegará a ser conocida por su scriptorium de libros litúrgicos; Vercelli, con Eusebio († 371)72; Turín, con Máximo ( ca. 423); Pavía, con Ennodio (514-521). Del análisis interno de los escritos de estos padres puede deducirse la existencia de usos litúrgicos típicos, propios de las iglesias dirigidas por ellos.

Con la necesidad de conducir a la fe católica a las diversas, agrupaciones de poblados arrianos y con la urgencia de restablecer usos y costumbres cristianos, en el Valle paduano se experimentará la influencia del centro monástico de Bobbio, con Misal" y Ritual" propios, notablemente contaminados por la liturgia galicana (de ahí la liturgia galicano-bobbiense). Columbano (543-615) y sus monjes procedían de Irlanda, donde era usual el rito céltico, y habían pasa­do por Luxeuil, en Francia, y por San Gallo, en Suiza, llevando consigo a Bobbio usos litúrgicos ultra-alpinos. Igualmente y por obra de los monjes se extenderían más allá de los Alpes usos y textos litúrgicos ambrosianos que tales monjes habían encontrado ya vigentes en los puntos geográficos de sus actividades. Se hacen, pues, sentir no poco los influjos litúrgicos monásticos, sobre todo los monástico-benedictinos.

Entre todas estas liturgias itálicas, la única hoy superviviente, junto con la romana, es la ambrosiana.

b) Desde los siglos X-XI hasta el concilio de Trento. A partir de los siglos VII - VIII, las antiguas memorias litúrgicas que logren sobrevivir se fundirán con las aportaciones culturales de los nuevos pueblos establecidos principalmente en el sur y centro de Italia, así como de otros pueblos más, instalados en la parte meridional y en las islas: piénsese en los normandos y en las colonias de griegos y de albaneses, así como en la difusión del monaquismo oriental por obra, sobre todo, de los basilianos (Nilo [† 1005] y seguidores). Por factores de diversa índole, no siempre, por tanto, ni sólo religiosos, y debido a la serie de personalidades, con el consiguiente flujo de acontecimientos políticos, durante este período aparece el mapa litúrgico italiano mucho más diversificado que en la denominada época antigua.

En la Italia meridional y en Sicilia puede comprobarse la presencia de la liturgia bizantino-itálica, que aún perdura hoy [Orientales, Liturgias, V, 9]. Existen usos litúrgicos locales, fruto de resabios litúrgico-redaccionales y de fusiones con peculiaridades afines a la liturgia romana, pero siempre distintas de la liturgia usual en Roma, que permiten hablar de usos litúrgicos panormitanos; como hay, además, centros menores, con la producción de libros litúrgicos, objeto todavía hoy de estudio, que atestiguan ritos particulares. Durante este período es cuando quedan codificados usos anteriormente aludidos.

En la Italia septentrional, mientras se mantiene, por una parte, la tradición ambrosiana, la influencia, por otra, de la liturgia romana, potenciada también con las directrices impuestas por Carlomagno, provoca la desaparición de las liturgias ravenense, con la modificación de situaciones geográficas y políticas, y aquileyense, con la sumisión de Paulino de Aquilea († 802) a las normas carolingias. Pero hay también algunos centros donde, con usos, tradiciones y peculiaridades, se consolidan los denominados ritos o liturgias medievales. Recordemos aquí la tradición valdostana, los focos litúrgicos de Ivrea y Novara, así como la liturgia eusebiana, que sigue manteniendo su centro en Vercelli y sus contornos. En esta época es cuando los diversos scriptoria dan origen a los usos litúrgicos caracterizados por la fusión de los ritos y oraciones más dispares, cuyo origen obedece a contactos culturales o se debe al lugar de origen o de forma­ción de los obispos, a los influjos monásticos (muchos obispos proce­dían de monasterios). Señalamos algunos de sus centros: Verona, que mantiene la tradición anterior y el poder; Trento, que bajo distintas influencias ultra-alpinas es, como Verona, núcleo de intercambios culturales y cultuales centros potenciados por la presencia de abadías como Nonantolas y Pomposa, que son a su vez, con otros centros monásticos, focos y lugares de irradiación de típicas tradiciones litúrgicas. Y nada decimos de otros centros menores.

Es también ésta la época de las liturgias particulares de órdenes monásticas y mendicantes. Recuérdese a los silvestrinos, cistercienses, certosinos y premostratenses, que contaban con usos litúrgicos, calendarios, salterios, disposiciones de perícopas bíblicas, ritos, etc., especiales. No se pueden, de igual modo, olvidar los usos litúrgicos de los dominicos, ni posteriormente los de los servitas, como tampoco la obra de difusión, y anteriormente de amalgama, de los mismos usos romanos, bajo la guía de los francisca­nos.

La diversidad de ritos en una misma ciudad o diócesis es un hecho reconocido incluso por el IV concilio de Letrán (1215), que con su can. 9 no pretende eliminar por entero tal diversidad, sino sólo mantener la unidad de la fe y de la disciplina bajo un único obispo. Este debe proveer y contar con personal competente para la celebración de los sacramentos según los diferentes ritos. La necesidad pastoral obligará a traducir partes de los libros litúrgicos a una lengua asequible al pueblo. Ante el abandono, por parte de la gente, de la liturgia oficial celebrada en latín (ya incomprensible), el impulso devocional dará origen a las formas denominadas de sustitución de la liturgia y al auge de las devociones populares.

Debido a la imprenta, con la que también los libros litúrgicos aumentaron su difusión, así como a las cambiantes condiciones culturales y a las disposiciones de la cuarta sesión del concilio de Trento, que, para salvaguardar el depositum fidei, intentó abolir todos los ritos litúrgicos que no se remontasen a una determinada época, van a ir progresivamente desapareciendo las distintas tradiciones litúrgicas locales itálicas; la tradición ambrosia­na va a ser una excepción.

c) Desde Trento hasta la reforma litúrgica actual. Se ha solido hablar de la existencia de un fixismo litúrgico postridentino; pero ello no responde enteramente a la verdad. Se puede hablar de fixismo, pero sólo en un sentido determinado. En efecto, hasta fines del siglo pasado e incluso hasta la promulgación del CDC (1917), aquí y allí, por toda Italia, estaban vigentes, por ejemplo, rituales específicos para la administración de los sacra­mentos y sacramentales, así como abundantes apéndices a los Misales con sus misas propias para las distintas diócesis. El mismo Missale Romanum de Pío V incluso casi un siglo después de haberse promulgado no se usaba todavía en parroquias del Apenino central. Además, en algunas partes el josefinismo trataba también de hacer sentir su influencia en materia litúrgica. Las contraintervenciones de la iglesia se justificarán, pues, por tales hechos, que deben sin embargo ser bien estudiados. En todo caso, Italia contará durante este período con eminentes especialistas en liturgia. Alguna resistencia se puso, en el siglo pasado y a principios del actual, por parte del Dicasterio de la Curia romana competente in re liturgica, a la única liturgia distinta de la romana, es decir, a la ambrosiana. Ello no fue ningún mal, ya que obligó a los estudiosos de la liturgia ambrosiana (entre ellos figuraba también mons. Aquiles Ratti, futuro Pío XI) a emprender una escrupulosa revisión de los libros litúrgicos, en especial del Breviario y Misal ambrosianos, cuyas ediciones típicas han estado en uso hasta la actual reforma posconciliar.

 

2. LA LITURGIA AMBROSIANA.

Hemos utilizado hasta ahora indistintamente los términos: rito, ritos, liturgia, tradiciones litúrgicas, sin haber dado previamente ninguna clarificación terminológica, que también nosotros -siguiendo una afirmación de C. Vogel- creemos oportuna. Para evitar confusiones, se ha de tener presente que rito ambrosiano encierra un sentido más amplio que liturgia ambrosiana. Rito ambrosiano es expresión peculiar de la vida de la iglesia ambrosiana y comprende el conjunto de normas y usos cultuales, jurídicos y administrativos propios de las iglesias locales que consideraban como cabeza a la iglesia metropolitana de Milán. Se distinguirían aquí diversas etapas, a lo largo de las cuales llega a formarse el rito ambrosiano y a gozar de típicas autonomías jurídico-eclesiales dentro del Occidente cristiano. Una de esas etapas va estrechamente vinculada a la existencia y actividad de escuelas eucológicas que crearon o tomaron de otras fuentes los formularios de oraciones y el conjunto de ceremonias para la liturgia local. Por liturgia ambrosiana entendemos, pues, dentro de este contexto, todo ese específico depósito eucológico y el estilo de celebración de los actos litúrgicos en las iglesias locales que giraban en torno a la iglesia metropolitana de Milán. Con el correr de los siglos y por motivos (políticos, religiosos, creación de nuevas diócesis, antagonismos, etc.) que no vamos ahora a analizar, el territorio de la liturgia ambrosiana vino a reducirse a la archidiócesis casi entera de Milán, con alguna que otra localidad de otras diócesis.

a) Sus orígenes. Según testimonio del Liber Notitiae Sanctorum Mediolani, escrito entre 1304 y 1311, que utilizó fuentes antiguas, sabemos que el obispo milanés pimpliciano ( † 401) llegará a completar el cargo ubi sanctus Ambrosius non impleverat, y que otro obispo también milanés, Eusebio (449-ca. 452), llegó a componer multos cantus ecclesiae siguiendo las huellas de san Ambrosio (374­397). El biógrafo Paulino atestigua que con Ambrosio se introdujeron por primera vez en la iglesia de Milán antiphonae, hymni ac vigiliae. En efecto, Ambrosio utilizó el canto litúrgico popular alterno y compuso otros textos litúrgicos, entre los que (tal vez) figura una laus cerei. Se denomina, pues, liturgia ambrosiana no sólo la realmente utilizada por san Ambrosio, sino también la que figura bajo su nombre. Por lo demás, ha existido siempre la convicción de que en la iglesia milanesa Ambrosio era el primus, id est maximus, metropolitanam regens cathedram. Así es como la expresión pronunciada por Ambrosio en un sermón sobre la herencia recibida de sus predecesores Dionisio (349 apte.­360 apte.), Eustorgio ( † ca. 349), y Mirocles († ca. 316): Atque omnium retro fidelium episcoporum, sin duda se le puede después aplicar a él mismo: la iglesia de Milán posee la herencia de Ambrosio. Por tanto, después de él, todo lo concerniente a la iglesia de Milán no puede menos de ser ambrosiano, por más que la aplicación del adjetivo ambrosiana a la iglesia milanesa corresponda únicamente a una carta del papa Juan VIII en el año 881 (si bien ya Gregorio Magno [590-604] se había dirigido a los eclesiásticos milaneses con la expresión sancto Ambrosio deser­vientibus clericis).

Por encima de estas afirmaciones queda, sin embargo, abierta todavía una cuestión: cómo y cuándo tuvo origen la liturgia ambrosiana y cuáles son las raíces de su depósito eucológico en su primitiva formulación. Sin entrar en detalles, mencionemos las opiniones sobre el particular. Pueden reducirse a las siguientes. La liturgia ambrosiana es de origen oriental: opinión sostenida, por ejemplo, por Duchesne y por Léjay y que está avalada por estudios de Cattaneo y otros más recientes de Alzati puede encontrar un apoyo posterior en el hecho de los frecuentes contactos entre Milán y Oriente, ya directamente (intercambios comerciales, presencia de gentes grecoorientales en Milán, cuestiones políticas relacionadas con la división del imperio romano, etc.), ya indirectamente mediante relaciones de Milán con Rávena y Aquilea, ciudades que a su vez (sobre todo Rávena) formaron anillos de comunicación con Oriente. Otros, los más, sostie­nen que la liturgia ambrosiana tiene origen romano: Probst, Ceriani, Magistretti, Cagin, Magani, Cabrol, Battifol, Jungmann, etc. Se basan ellos, entre otras razones, en la afirmación de san Ambrosio: In omnibus cupio sequi ecclesiam romanam, sed tamen et nos hominis sensum habemus. Permítasenos observar que no podría aducirse tal afirmación para establecer irrefutablemente la romanidad de la liturgia ambrosiana: las pruebas aducidas por la opinión contraria -cantos, antífonas, sistemas de elección y de disposición de las perícopas bíblicas, fórmulas de profesión de fe (credo) en la celebración eucarística, etc.- son datos reales que emparentan la liturgia ambrosiana con Oriente más que con Roma.

Pero hay algo que sigue siendo cierto: 1) La liturgia ambrosiana posee tal unidad específica que aparece como una realidad consistente en sí misma: sistemas de lecturas bíblicas, eucología, tonalidad de temáticas teológico­litúrgicas típicas, estructura del año litúrgico, del santoral, de la heortología, paralelos a la correlativa formación de sus libros litúrgicos y de sus ceremonias propias, la caracterizan como liturgia especial dentro del Occidente cristiano. 2) Vale también para la liturgia ambrosiana lo apuntado anteriormente, acerca de la unidad originaria de todas las liturgias antiguas, que derivan de un único y primitivo tronco judeo-cristiano. Se debiera aquí tener en cuenta que el primer obispo de Milán, Anatalón, ejerció allí su ministerio entre finales del s. II y comienzos del III. Durante aquella época, ¿se celebraba en Milán la liturgia en lengua griega o ya en la latina? E igualmente, ¿estaba constituido en Milán el primer núcleo de cristianos por orientales o no? 3) Es indudable que la liturgia ambrosiana no puede catalogarse entre las liturgias galicanas, contra lo que se lee en algunos libros y no sólo de siglos pasados.

b) Ambiente en que se formó. Las peculiaridades de la liturgia ambrosiana habrán igualmente de buscarse dentro del cauce teológico de su formación, que tendrá lugar bajo un influjo de factores internos y externos". Recordemos solamente los principales: 1) La honda matriz de la liturgia ambrosiana es el antiarrianismo; en su origen e instauración (siglos IV-V), en su desarrollo (siglos VI-VII) y en su consolidación (siglos VIII-IX) hubo de luchar siempre contra el arrianismo: el puro (siglos IV-V), el bárbaro -longobárdico- (siglos VI-VIII) y sus epígonos (siglos VIII-IX); lo cual dejó impreso en ella un fuerte "cristocentrismo" que se reforzará durante el cisma de Acacio (484-519), frente al cual los obispos milaneses se muestran incondicionalmente solidarizados con el pontífice romano. Después de la denominada cuestión de los Tres Capítulos, que a través de enmarañadas implicaciones teológicas y políticas llevó a una serie de obispos, desde Vital (552-556) hasta Lorenzo (573-592), a adherirse al cisma, los obispos católicos de Milán, fieles a la ortodoxia -después de su regreso del exilio voluntario de Génova (571-649), al que se habían acogido para evitar las matanzas de los longobardos-, progresivamente (desde el 670 se había extinguido todo espíritu separatista) van recuperando las posiciones de una catolicidad de la fe más genuina que nunca. Todo ello influyó en la elaboración de fórmulas y formularios de la liturgia ambrosiana, que contienen ricas consideraciones en torno a la persona de Cristo: encarnación del Verbo, nacimiento virginal, humanidad-divinidad de Cristo; y, consiguientemente, veneración de la siempre Virgen y Madre de Dios, María. 2) Los frecuentes contactos entre Milán (merced a su centralidad, fue ya desde la antigüedad lugar de intercambios culturales y comerciales y otros centros culturales explicarían ya los híbridos orígenes de la liturgia ambrosiana, ya sus diversas estratificaciones y contaminaciones, ya las múltiples coloraciones teológico-litúrgicas y litúrgico-espirituales que en ella se pueden descubrir. Lo cual, sin embargo, no significa eclecticismo; es más bien testimonio de polifacéticas riquezas presentes ya en la liturgia ambrosiana antigua y transmitidas de generación en generación hasta hoy. Los investigadores han descubierto huellas influyentes, contaminantes, enriquecedoras, así como intercambios con Oriente, a través de dos específicos centros culturales, anteriormente apunta dos (Rávena y Aquilea); con Africa occidental (Cartago, Tagaste, etc.) y oriental (Alejandría); con España y posteriormente con el territorio transalpino, a través de monjes iroceltas, o de la denomi­nada reforma carolingia; con Roma, de la que depende la progre­siva romanización de la liturgia ambrosiana.

c) Diversas estratificaciones de su redacción. Si después de Ambrosio todo lo concerniente a la iglesia de Milán no puede sino ser ambro­siano, se explica el esfuerzo de los estudiosos por señalar en las fuentes manuscritas de aquella liturgia -cuyos testimonios llegados hasta nosotros se remontan casi por entero al siglo IX y siguientes- todo lo que es redaccionalmente observable en la época de Ambrosio, para distinguirlo de cuanto pertenece a la época de la codificación definitiva durante el renacimiento longobárdico o a la época de la recodificación ampliada durante la reforma carolingia.

Teniendo en cuenta la corriente teológica y el ambiente de la formación de la liturgia ambrosiana, se comprenden mejor sus tres grandes y comprobadas estratificaciones redaccionales. Se descubre en ellas el progresivo enriquecimiento del primitivo núcleo ambrosiano. La primera redacción se remonta al s. (IV): ha sido identificada por Paredi y algún otro. La segunda redacción, como base de los estu­dios de Heiming y de Triacca, tiene su apogeo en el siglo VIII. La tercera redacción es la carolingia (siglos IX-X), que, según los estudios de Borella, Cattaneo y otros, atestigua una progresiva romanización, obligada, pero también una más sólida cristalización de la liturgia ambrosiana. Desde un punto de vista formal se pueden, pues, distinguir en la liturgia ambrosiana una pura y neta liturgia, atestiguada por la primera redacción y en parte por la, segunda, y otra contaminada (por influencias romanas, monásticas, etc.) atestiguada especialmente por la tercera redacción.

Más aún: la pluralidad expresivo ­interpretativa que entre los siglos (IV) V-IX (X) llega a crearse en el seno de la liturgia ambrosiana nos dice que -aun vivificándose y revistiéndose de distintas expresiones litúrgicas o contaminándose con las más próximas con el paso de una a otra generación o con la serie de culturas heterogéneas (itálico-romanas, bárbaro-longobardas, carolingia)­ la única tradición litúrgica ambrosiana salva lo que perennemente se remite a su temperies originaria. La cual debe recogerse y reflejarse no tanto en el ceremonial o en las diferencias celebrativas por relación a otras tradiciones, cuanto en las distintas temáticas sobre el misterio de Cristo, centro de salvación del cosmos y del hombre, y en la incisividad de su contenido, que a la densidad conceptual, unitariedad y plenitud teológica une un estilo que puede parecer redundante por relación a la concinnitas de la liturgia romana, pero que mantiene la concisión expresiva propia del Occidente litúrgico.

d) Sus reformas y revisiones. Todo lo dicho es una constatación de algo que merece subrayarse: la supervivencia y el periódico retorno a la cresta de la ola de la liturgia ambrosiana, la única, entre las distintas liturgias occidentales antiguas (africana, galicana, visigótico­hispánica, etc.) -salvo la por desgracia sólo esporádica supervivencia de la mozárabe, "que ha podido salvarse hasta hoy como liturgia particular de toda una iglesia local y ha seguido en todo momento con vida propia. Esta constante presencia y fiel transmisión a través de los siglos no deja de ser un hecho del todo singular". La reflexión es del profesor Alzati, quien, constatando la serie de las condiciones socio-políticas que afectaron al área de la difusión de la liturgia ambrosiana a través del tiempo, sigue diciendo: "... han sido realmente muchos siglos: hemos tenido godos, bizantinos, longobardos, francos, el imperio medieval y, posteriormente, en la edad moderna, las sucesivas dominaciones extranjeras: franceses, españoles, los Habsburgo de Austria, la revolución y Napoleón, nuevamente los Habsburgo y después el Estado piamontés; las instituciones civiles desaparecieron con el tiempo, las mismas instituciones eclesiásticas fueron experimentando notables transformaciones, mientras que la liturgia ambrosiana, únicamente ella, se ha conservado y mantenido. Un fenómeno que no puede menos de hacer pensar". Y, en el caso presente, pensar en serio, sabiendo que la liturgia ambrosiana sobrevive en virtud de su misma vitalidad, por la que se adapta al genio de los pueblos que la celebran y de los que, a su vez, sabe asimilar lo que es asimilable. Por eso el tema que afrontamos en este párrafo quiere ser, más que una expresión de hechos históricos una reflexión global sobre el paso de la unidad originaria (¿con Roma y/o con el Oriente o con el primitivo tronco judeo-cristiano?) a aquella pluralidad expresivo-interpretativa, que desde antiguo considera la liturgia ambrosiana como un unicum en el conjunto de las liturgias occidentales en general y de las liturgias itálicas más en particular.

Es cierto que los cambios, influencias y contaminaciones con otros centros cultuales y culturales que puedan encontrarse en la estratificación redaccional se deben confrontar con otro fenómeno no litúrgico, típico también de la liturgia ambrosiana hasta la reforma posterior al concilio de Trento; es decir, con el fenómeno de la multiplicidad sincrónica, en el ámbito de la misma liturgia ambrosiana, de otros formularios para la celebración eucarística de una misma fiesta litúrgica o para la celebración de un mismo sacramento. A nuestro juicio, la reforma carolingia, al influir en la liturgia ambrosiana, la vivifica, por una parte, obligándole a tomar conciencia refleja de su propia peculiaridad, y acelera, por otra, en ella el paso desde la pluralidad expresivo­interpretativa hasta la uniformidad ritual. En efecto, la renovación de los manuscritos-, la sistematización ceremonial codificada en los siglos X-XII y siguientes, el método de selección y copia de otros fragmentos eucológicos extra-ambrosianos, la sutura de formularios litúrgicos, etc., no son sino determinantes propios de las diversas revisiones o reformas de la liturgia ambrosiana.

Entre las reformas antiguas podemos catalogar la correspondiente a la segunda estratificación redaccional (s. VII); no tenemos pruebas, a no ser las del análisis interno de los textos litúrgicos (cuya codificación, repetimos, se remonta al siglo IX y siguientes) -y sin recurrir al hecho discutido y discutible aducido por la crónica milanense de Landolfo Seniore, a saber: que en tiempos del arzobispo Constancio (593-600) el papa Gregorio Magno se había interesado por el rito ambrosiano- y las de otros datos: el testimonio del Versus de mediolana civitate (siendo arzobispo Juan el Bueno [641-669], que pone fin al exilio de los obispos milaneses en Génova), según el cual la ciudad, desde el punto de vista litúrgico, era pollens ordo leccionum, cantilene, organum, modolata psalmorumque conlaudantur; la cultura del arzobispo Mansueto (676-685); la producción de Benito (685-721); la Expositio officium matutinale, atribuida a Teodoro II (732-746). A tal producción litúrgica seguiría la acción igualmente litúrgica de Pedro I (784-803), señalando a Arnón, obispo de Salisburgo, como ejemplo digno de imitación en una carta de Alcuino, el artífice de la reforma litúrgica carolingia: Pedro de Milán sería autor (?) de una Expositio missae ambrosianae; el Liber de Baptismo de Odelberto (805-812); etc. Tales datos atestiguan un tipo de reforma litúrgica ambrosiana anterior a la reforma carolingia propiamente tal y continuada por esta última. Por otra parte, el dualismo que incluso se había creado en la vida eclesiástica ambrosiana (alto clero y parte de la población en Génova, otros en Milán; presencia en Milán y territorios limítrofes de heterodoxos arrianos y cismáticos al lado de ortodoxos católicos) y la penetración en el valle del Po de monjes irocélticos con diferentes usos litúrgicos, no sólo no llevaron a la escisión o a la descomposición de la liturgia ambrosiana, sino que incrementaron su uso y radicalizaron la ininterrumpida continuidad de sus tradiciones. Entre otras cosas, es del siglo IX el más antiguo evangeliario ambrosiano, conocido como Capitular de Busto Arsizio.

En correlación con la tercera redacción tenemos la denominada reforma carolingia, promocionada desde fuera y debida a factores extraños a la liturgia ambrosiana. Su resultado fue la consolidada supervivencia y continuidad de la misma, que entonces experimenta notables influencias romanas, tanto en el calendario como en los formularios para la celebración eucarística. Pero se experimentan igualmente las influencias de usos monástico-benedictinos: tenemos testimonios de códices litúrgicos ambrosiano-monásticos. Una cosa es cierta: la reforma carolingia, que podría considerarse como un fraude legal en la liturgia ambrosiana, creó en los ambrosianos una conciencia tan refleja sobre el tesoro de que eran depositarios, que el resto del medievo y el renacimiento atestiguan reformas, revisiones, restauraciones, innovaciones de notoria importancia.

Baste recordar la floración de los sacramentos y misales ambrosianos. El único verdadero sacramentario (libro litúrgico para la celebración de la misa carente de fragmentos escriturísticos, para los que se recurría a los leccionarios, evangeliarios, etc.) ambrosiano está escrito por el arzobispo Ariberto (1018-1045). Poseemos después el misal-sacramentario de Bérgamo, los de Biasca, de san Simpliciano en Milán, de Lodrino, de Bedero, de Armio, de Venegono, de Vercelli, etc. Destaca, además, a principios del siglo XII el paciente trabajo de Beroldo, el superintendente y custodio de las luces de la iglesia metropolitana, que codificó el Ordo el ceremoniae ecclesiae ambrosianae mediolanensis. Poseemos igualmente el Ordo missarum; la descripción de cómo se desarrollaba la liturgia de las horas canónicas; de cómo se celebraban las vigilias de las grandes festividades; cuáles fueron las fiestas menores; el calendario, los usos para los diferentes tiempos litúrgicos, etc. Tenemos después los manuscritos relativos a la liturgia de las horas y a la celebración de los otros sacramentos (además de la eucaristía): el conjunto total viene testimoniado en el "Liber manualis" secundum institutionem ambrosianae ecclesiae, usado en la canonjía del Valle Travaglia (Varese), y en el Pontificale in usum ecclesiae mediolanensis. Es éste el período del reflorecimiento de la liturgia ambrosiana, que se debe a los esfuerzos de los liturgistas de la época. Piénsese en la labor del ya mencionado Beroldo: puede, a primera vista, parecer una simple codificación de lo que durante su tiempo era usual en el reducido ámbito de la iglesia metropolitana donde él prestaba sus servicios; pero a partir de él (hasta la reforma hoy en marcha) habrá que aludir ya siempre a la cristalización o formalización beroldiana. Tampoco puede silenciarse el Liber celebrationis missae ambrosianae, escrito alrededor de 1220 por Juan Bartolomeo de Guercis de Melegnano, rector de la iglesia de San Víctor de Puerta Romana, así como la composición de formularios de misas, oficios e himnos por obra de Ulrico Scaccabarozzi († 1293), preboste de San Nazario de Brolio. Como no se pueden tampoco ignorar la reformatio et instauratio missae ambrosianae realizada por el arzobispo Francisco de Parma (1296 -1308) ó la constitutio archiepiscopalis edita circa reformationem officii del arzobispo Francisco II Piccolpasso (1435­ -1443).

Con la aparición de la imprenta, las revisiones de la liturgia ambrosiana se miden por las distintas ediciones de sus libros. Comenzan­do por los incunables del Misal (1475 y 1482) y del Breviario (1475), con el card. Esteban Nardini (1461­1484), y terminando por las últimas ediciones iuxta typicam de los libros litúrgicos latinos, con el card. Alfredo Ildefonso Schuster (1929-1954), se realizaron siempre retoques, aportaciones o defoliaciones, revisiones o verdaderas reformas. Las más importantes son las que tuvieron lugar después del concilio de Trento por obra de san Carlos Borromeo (1560-1584), quien, para renovar la liturgia ambrosiana, fundó la Congregación de Ritos. A él se deben la edición reformada del Breviario Ambrosiano de 1582 y la preparación de la del Misal y Ritual. La reforma postridentina será ultimada por el card. Federico Borromeo (1595-1631). Con el card. José Pozzobonelli (1744-1783) se elaborará una edición del Misal -editado a continuación del denominado Missale Ambrosianum Duplex, vigilado por Ratti Magistretti sobre el trabajo de Ceriani- que servirá para la preparación de la edición típica de 1902, con el card. Andrés Ferrari (1894-1921). Es en la época del card. Ferrari cuando, por obra de los encargados del Duplex y de otros, la Milán litúrgica toma críticamente conciencia de sí misma e injerta la propia liturgia en el cauce vivo del movimiento litúrgico. Con el cardenal Schuster, rodeado por un equipo de estudiosos y de especialistas en historia de la liturgia, en canto ambrosiano y en pastoral litúrgica, nos encontramos con el florecimiento de la última fase de la liturgia ambrosiana en lengua latina.

Después de la simplificación de las rúbricas y la adaptación del horario de las celebraciones de la semana santa o Authentica con el card. Juan Bautista Montini (1954­1963), en conformidad y sintonía con las reformas paralelas de la liturgia romana, se cierra un capítulo glorioso de la liturgia ambrosiana, la cual está hoy viviendo la hora de su reforma posconciliar.