En el Centenario de la muerte de León XIII

A las 4 de la tarde del 20 de julio de 1903, hace ahora cien años, pues, fallecía en Roma León XIII, uno de los Papas de más largo y fecundo pontificado en la historia de la Iglesia. Vincenzo Gioacchino Pecci, sexto hijo de una familia noble, había venido al mundo el 2 de marzo de 1810, en Carpineto, localidad al sur de Roma. Educado primero en los jesuitas de Viterbo [1818-24] y luego en el Colegio Romano [1824-32], frecuentó más tarde las aulas de la Pontificia Academia de Nobles Eclesiásticos [1832- 37]. Sacerdote en 1837, pasa inmediatamente al servicio papal, y es enviado como gobernador primero a Benevento [1838-41] y luego a Perugia [1841-43], donde su capacidad y ecuanimidad administrativas en la dirección de los estados pontificios le procuran pronto extraordinaria fama. Llevado de una profunda preocupación social, hasta decide abrir un banco para ayudar a los pobres.

Obispo en 1843, Su Santidad Gregorio XVI le encomienda la nunciatura en Bélgica, de donde regresa dos años más tarde para hacerse cargo del gobierno pastoral de Perugia. Creado cardenal en 1853 por el beato Pío IX, vuelve a Roma en 1877 y es nombrado camarlengo de la Santa Iglesia Romana. El 20 de febrero de 1878, después de tres días de cónclave, es elegido para la Cátedra de San Pedro. La elección de un hombre como él, más bien de precaria salud y frisando los 69 de edad, hizo pensar a no poca gente que los cardenales se habían decantado por un Papa "de transición", como habría de ocurrir en 1958 con el beato Juan XXIII. La realidad, sin embargo, es que, a despecho de toda cábala humana, y según se desprende un siglo después, el Espíritu Santo eligió en aquel eclesiástico pequeño de estatura y gigante de espíritu a uno de los Papas de mayor clarividencia pontificia y más sabiduría pastoral. Hasta su nombre, León, resultó premonitorio de la nota más carismática de su pontificado.

El Papa de las encíclicas

No dejará de haber este año conmemoraciones del Papa de las encíclicas -publicó alrededor de cincuenta-, del adalid en la promoción fe-cultura, del impulsor de la doctrina aquinatense desde su celebrada Aeterni Patris, del animador en las relaciones Iglesia-Estado, del paladín, en resumen, de la libertad religiosa. Su encíclica "Rerum novarum" [15-V-1891] abrió la nueva etapa del Magisterio Social Pontificio. Con ella el Papa de los obreros difundió urbi et orbi la resonancia de la Iglesia, voz una vez más de los "sin voz". No es casualidad que sea hoy conocida como la "Carta Magna del Trabajo".

Uno, sin embargo, quisiera dar por sabidos estos y otros gloriosos argumentos capaces de acreditar a cualquier eclesiástico entre los mejores genios de una época, para rendir desde este recoleto espacio de la revista su modesto homenaje a quien, ya entonces, supo abrir la Iglesia al actual movimiento de la Unidad. Siete años después de su muerte, 1910, nacía en Edimburgo el ecumenismo moderno.

 

Con Newman al fondo

 

A pregunta del amigo Juan Bautista de Rossi sobre su nuevo rumbo, León XIII contestó: "Esperad a ver mi primer cardenal. Comprenderéis entonces cuál será la nota característica de mi pontificado". Y en el primer consistorio afloró Newman, auténtico genio del cristianismo. No parece sino que el Vaticano II hubiera pensado en este Papa al escribir de la Iglesia: "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" [GS, 1]. Es, sin duda, definición de un Pontífice más amigo del verbo abrir que del verbo cerrar, al revés que San Pío X. Abriólas sacristías a la pastoral obrera, y los Archivos vaticanos a la investigación de los estudiosos, y la Iglesia a las necesidades del mundo. Abrió y promovió. Oxigenó y armonizó. Fue luz.

Su aprecio por Newman venía de Bruselas, donde seguramente le pusieron al corriente del personaje tanto el pasionista Ignacio Spencer, uno de los más ilustres convertidos ingleses de la primera mitad del siglo XIX, como su hermano en religión, hoy beato Domingo Barberi. Anota Spencer en su diario, en efecto, la conversación mantenida el 10 de julio de 1844 en Bruselas con el nuncio Pecci en torno al movimiento de Oxford, hecho del que su interlocutor se mostró *bien informado y sobre todo muy interesado". El nuncio recibe al padre Barberi el 17 de octubre de 1845, sólo ocho días después de que en Littlemore Newman hubiera emitido en sus manos la profesión de fe católica. Es obvio suponer que el representante del Papa, conociendo el ministerio del pasionista en Oxford y sus relaciones con algunos de los más autorizados líderes del movimiento, Newman el primero, recibiera confidencial información del hecho. Dada la admiración del beato por las cualidades intelectuales y las virtudes del oxfordiano recién convertido, es imaginable pensar que éste se lo hiciera saber con ponderación al nuncio. Informes en todo caso que pesaron, seguro, cuando el cardenalato en 1879. En audiencia concedida poco después a R. Palmer, primer lord Selborne, y a su hija, León XIII, tras referirse a "Il mio cardinale", revelará: "No fue fácil, pues decían que era demasiado liberal; pero yo estaba decidido a honrar a la Iglesia honrando a Newmaw". Uno, por eso, ve de sentido común que León XIII y el cardenal Newman sean hoy dos vidas merecedoras de rigurosas monografías doctorales a causa de su brillo en los anales ecuménicos.

 

Del Congreso Eucarístico de Jerusalén a la "Orientalium dignitas"

León XIII impulsó el ecumenismo de su época, especialmente con los orientales, cuya reunificación pretendía vivamente. Pruebas de ello son, en 1879, el fin del cisma caldeo y del cisma armenio, en 1880 la encíclica "Grande munus christiani nominis propagandi" sobre los apóstoles eslavos Cirilo y Metodio, y en 1881 el decreto "Orientalium ecclesiarum ritus" restableciendo en el monasterio de Grottaferrata el rito bizantino. Piezas literarias éstas, si bien se mira, resonantes en el Vaticano II y en la encíclica "Slavorum Apostoli" del Papa Wojtyla.

Especial relieve tuvo el Congreso Eucarístico de Jerusalén, mayo de 1893, concitando incluso a 18 iglesias "uniatas" y a 20 sacerdotes de las iglesias orientales autónomas. Entre sus frutos destaca la convocatoria de las Conferencias de Patriarcas del Vaticano o Conferencias para las Iglesias de Oriente, que León XIII hizo extensiva como invitación a los ortodoxos, quienes ni respondieron siquiera. Pero quizás el documento aquí de más peso sea la carta apostólica "Orientalium dignitas" [30-XI-1894]. Si la "Rerum novarum", por ejemplo, fue recordada por Pío XI ("Quadragesimo anno"), Juan XXIII ("Mater et Maristra"), Pablo VI ("Octogesima adveniens") y Juan Pablo II ("Centesimus annus"), a la efemérides centenaria de la "Orientalium dignitas" decidió sumarse también Juan Pablo 11 con la "Orientale lumen". La "Orientalium dignitas" lleva por subtítulo "Tutela de la disciplina de los orientales". Su finalidad remota es alcanzar la reconciliación. La próxima, lo que el subtítulo canta, algo que ya León XIII había ejercido con los alumnos de colegios y seminarios orientales por él fundados en Roma y Oriente Próximo. Y la guinda, en fin, el rechazo a identificar unidad con uniformidad de la Iglesia latina.

Su Santidad León XIII entendió perfectamente que la unidad a la que debe tender la Iglesia es la que procede de Jesucristo, verdadero autor de la unidad: lo demostró hasta desterrando de su vocabulario el apelativo de cismáticos, para emplear el de hermanos separados o disidentes. Con los orientales, en suma, se condujo, en feliz frase del cardenal Lercaro, "con una grandeza de alma y una lealtad que honra su clarividencia".

 

Comisión cardenalicia para la reconciliación con los disidentes

 

Un Papa de la talla de León XIII, abierto a las relaciones internacionales de la Iglesia con los Estados, sensible a los asuntos de libertad ,religiosa y libertad de asociación, preocupado por la Iglesia en cuanto sociedad ["Satis cognitum": 29 de junio de 1896], interesado en el conocimiento de la verdad, no podía dejar al margen el difícil pero apasionante asunto de la unidad de los cristianos. Su modo de ser, su forma de pensar, su actitud con la disidencia insinúan eso que el actual ecumenismo conoce como purificación de la memoria. De ahí su afán por seguir recorriendo a ritmo creciente este camino de reconciliación y esperanza que es el ecumenismo.

El 19 de marzo de 1895, en efecto, crea la Comisión cardenalicia encargada de promover la reconciliación entre los alejados y la Iglesia, medida comparable a la de Juan XXIII creando el Secretariado para la Unidad de los Cristianos. Su etapa final fue, al respecto, más intensa si cabe que la inicial. Por la encíclica "Christi Domini" [1896] restablece el patriarcado copto, y desde el 24 de octubre de 1894 al 20 de julio de 1902 preside las 27 conferencias de la Comisión cardenalicia. Muchos de sus proyectos, el de San Anselmo de Roma para el retorno de los griegos disidentes, por ejemplo, cristalizarán años después: Benedicto XV funda el 15 de octubre de 1917 el Pontificio Instituto Oriental, confiado a los jesuitas, y el joven benedictino Dom Lambert Beauduin, recalando en Chevetogne con la revista "Irénikon", reanuda el proyecto leonino con esta máxima: "Trabajar por la unión sin pretender latinizar". Dom Lambert Beauduin sirve así de providencial eslabón en la cadena que une los tiempos de León XIII y el momento actual, con ser tan distintos. Influyó singularmente en dos hombres famosos el tiempo corriendo, a saber: Paul Couturier, y Angel José Roncalli, futuro Juan XXIII.

No rodaron igual las cosas, es cierto, en el asunto de las ordenaciones anglicanas. La comisión pontificia nombrada en 1896 para estudiar su validez, concluyó que no se había dado en el anglicanismo continuidad de la sucesión apostólica. León XIII, acogiendo el dictamen de los componentes de la comisión, contrarios todos excepto Duchesne, se pronunció por la nulidad con la bula "Apostolicae Curae" [1896], en cuya redacción tanto tuvo que ver un joven y espigado monseñor español: Rafael Merry del Val, quien, por estas fechas hace cien años, hubo de posponer las vacaciones en Inglaterra para asumir la secretaría del cónclave y, en cuestión de semanas, pasar de la Academia de Nobles Eclesiásticos a Cardenal Secretario de Estado de San Pío X. Nunca las cosas del movimiento ecuménico fueron rectilíneas: casi siempre han discurrido en zigzag. Las relaciones Roma-Canterbury, por eso, están aún menesterosas de serios estudios donde figuras como el Papa de marras o el cardenal Newman, amén de movimientos como el de Oxford, reciban más luminoso tratamiento. Algo que avanzó en su día el cardenal Willebrands. Entre los pontificados de León XIII y San Pío X puede haber tanta distancia como entre las figuras cardenalicias de Newman y Merry del Val. Pero la esencia del asunto, será siempre la unidad de la Iglesia, eso que llamamos ecumenismo, divina gracia y movimiento saludable por el que tanto trabajó ya en sus días el Papa que ahora hace un siglo pasaba a la Casa del Padre, el genial León XIII, estrella refulgente de la Iglesia, vivo por siempre en la Historia.

Pedro Langa

Consultor de la Comisión Episcopal  de Relaciones Interconfesionales

 

[Publicado en ECCLESIA, nº. 3.164, 2 agosto 2003, 6-8].