Apocalipsis 15,3-4

¿Quién no te glorificará, Señor?

«El Sector es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones» (Sal 146, 7).

 

Presentación

Se trata de un himno de alabanza y de victoria compuesto de citas encadenadas del Antiguo Testamento.

No hay, en efecto, palabra del mismo que no se pueda encontrar en la Biblia (cf. Dt 32,4; Sal 86,8ss; 111,2; Am 4,13; Miq 1,11; Sal 11,2; 139,114). Sin embargo, todo el conjunto converge en la formación de un pequeño poema nuevo, armónico y bien estructurado.

3Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios omnipotente;
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de los siglos!

"¿Quién no temerá, Señor,
y glorificará tu nombre?
Porque tú sólo eres santo,
porque vendrán todas las naciones
y se postrarán en tu acatamiento,
porque tus juicios se hicieron manifiestos.

 

1. El cántico leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Este himno, que es un canto de liberación, está puesto en labios de los vencedores, esto es, de los que han triunfado sobre las seducciones de la Bestia. El mismo autor le llama «Cántico de Moisés y del Cordero» (Ap 15,3).

Se trata, en efecto, del canto del nuevo Éxodo. Del mismo modo que Moisés había guiado a los israelitas más allá del mar Rojo, así también los que entonan este canto han atravesado el mar de la tribulación y de la persecución. Ahora que están a salvo, volviendo la cara pueden cantar el himno del nuevo Moisés: Cristo, el Cordero inmolado, les ha permitido superar la prueba extrema y derrotar también a la muerte.

El tema del canto es la celebración de Dios por sus obras, y precisamente por sus intervenciones de salvación, que no están relacionadas sólo con los israelitas, sino también con todos aquellos que vendrán a adorar a Dios. En consecuencia, es un canto que anuncia la liberación y la salvación no sólo a la comunidad cristiana, sino también a los pueblos oprimidos todavía y que esperan que se cumpla la justicia de Dios, el Santo que se revela y recibe el nombre de «rey de los siglos», lo que incluye también a todos los pueblos. La afirmación recoge su total trascendencia y le exalta como misterio inaccesible. Sin embargo, precisamente a partir de esta afirmación de «separación» total, se relanza el movimiento de alabanza por parte de todos los pueblos por sus justos juicios.

El movimiento interno de estos versos se vuelve circular; desde las obras se llega a su autor: el Santo; desde él se va a sus manifestaciones gloriosas en sus juicios. Dichosos los que tienen ojos para ver esas obras y corazón para cantar la gloria de Dios, del Cristo vencedor.

 

2. El cántico leído en el hoy

a) Para la meditación

Cantar estos versículos del Apocalipsis el viernes, día que la Iglesia dedica a la memoria del sacrificio cruento de Jesús en la cruz, es entonar una alabanza a la mayor demostración del amor del Padre. La santidad de Dios se ha manifestado en el juicio definitivo emitido contra el pecado, contra el orgullo y contra la rebelión de los que han creído levantarse contra Dios. No es la «Bestia» la que tiene la última palabra sobre la historia humana. El mal, el odio y la mentira han sido derrotados definitivamente por la santidad del amor que, en Cristo, ha llegado y salvado a cada hombre.

Todos los hombres están llamados a reconocer y a adorar el misterioso designo de Dios. Dichosos nosotros si nos convertimos desde ahora en verdaderos seguidores del Rey de los siglos, que ha derramado su sangre precisamente para hacernos partícipes de su santidad. La gloria de Dios es, en efecto, el hombre vivo, y, como decía san Ireneo, nuestra verdadera vida será precisamente darle gloria eternamente, gozando de la alegría y de la luz de su rostro.

b) Para la oración

Oh Señor, haznos dignos de entonar con todos los elegidos el canto nuevo que ellos cantan siguiendo al Cordero inmolado y vencedor. Haz que nuestros ojos contemplen en todas tus obras el misterio de salvación que ellas encierran para nosotros. Concédenos recorrer en Cristo el camino santo y justo que conduce a ti, para llegar a glorificar eternamente tu santidad junto con todos los salvados cuando -enjugada toda lágrima- gocemos de la alegría de tu salvación. Amén.

c) Para la contemplación

«Hace cosas tan grandes que no se pueden indagar, maravillas que no se pueden contar». Expresamos las obras del poder divino de un modo más verdadero cuando reconocemos que no las podemos explicar; hablamos de ellas de manera más elocuente cuando nos quedamos en silencio, asombrados frente a ellas.

Nuestra incapacidad para narrar las obras de Dios es tal que la lengua apenas se basta para declarar que sólo callando se puede alabar de manera adecuada lo que no se puede comprender. Por eso dice el salmista: «Alabadle por sus obras poderosas, alabadle según la inmensidad de su grandeza» (Sal 150,2). Alaba a Dios según la inmensidad de su grandeza aquel que se da cuenta de que sucumbe al expresar su alabanza. Diga, por tanto: «Hace cosas tan grandes que no se pueden indagar, maravillas que no se pueden contar»; que no se pueden indagar con la razón, porque son tan grandes por su poder; que no se pueden contar, porque son innumerables. Por eso, las obras divinas que no se pueden explicar con palabras, las presentamos de un modo más elocuente callando y adorando (Gregorio Magno, Moralia IX, 19).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del cántico:

«Porque tú solo eres santo» (v 4).

e) Para la lectura espiritual

Los verdaderos signos de Dios se escriben como el árabe, en sentido opuesto a los de nuestra escritura. Por eso nosotros vemos con tanta frecuencia una tentación para caer en la desesperación allí donde hay una señal de esperanza; una devastación allí donde, en cambio, aunque sea entre lágrimas, aunque sea entre gritos, alguien se adhiere del modo más estrecho posible a la voluntad de Dios, a sus ritmos apremiantes, a su poder. No es, ciertamente, divertido... Pero no lo es tampoco ninguna pasión grande, y mucho menos la de Cristo. Cuando se produce una convergencia de circunstancias que nos hacen tocar una especie de frontera de nuestra resistencia, allí nos cita Dios, que quiere «probar» la verdad de nuestro amor, de nuestra entrega a él... En ese momento es menester que alguien, no importa quién, nos diga: cuidado, el Señor te ama a través de estos acontecimientos que parecen infaustos. Cuando «se cree en el amor», Dios «nos prueba» a través de los caminos por los que nos hace pasar, a fin de que nuestro amor, por muy pobre que sea, se lo «probemos». Esto es algo que pertenece a la sabiduría eterna.

Lo que veo con una claridad incomparable es que la «roca» es el amor y que el amor es indisociable de una profunda alegría; pero ese amor no puede ser más que la misma cruz del Señor. Lo que Dios quiere, a buen seguro, es una fe capaz de glorificar a Dios allí donde él quiere ser glorificado, como quiere serlo (M. Delbrél, Indivisibile amore, Casale Monf. [Al] 1994, 67-70).