Salmo 140,1-9

El alzar de mis manos como ofrenda de la tarde

«Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios[...] No os acomodéis a los criterios de este mundo» (Rom 12,1ss).


Presentación

El salmo es una lamentación unida a una súplica individual en el momento de la tentación y de la prueba. Aunque el texto es de difícil interpretación en algunos puntos a causa de ciertas alteraciones textuales, a pesar de todo la composición permanece unitaria en los labios del orante. El salmo puede ser dividido de este modo:

– vv. 1-2: oración humilde y perseverante;

– vv. 3-4: petición de custodiar el corazón y la palabra para no caer en la maldad;

– v.5: huida de los malvados y amistad con los buenos;

– vv. 6-10: declaración de inocencia del orante y juicio de los malvados.
 

1 Señor, te estoy llamando, ven de prisa,
escucha mi voz cuando te llamo.
2
Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.
3 Coloca, Señor, un centinela en mi boca,

 un vigilante a la puerta de mis labios.

4 No dejes inclinarse mi corazón a la maldad,
a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados
participe en banquetes.

5 Que el justo me golpee, que el bueno me reprenda,
pero que el ungüento del impío no perfume mi cabeza;
yo seguiré rezando en sus desgracias.

6 Sus jefes cayeron despeñados,
aunque escucharon mis palabras amables;
7como una piedra de molino rota por tierra
están esparcidos nuestros huesos a la boca de la tumba.

8 Señor, mis ojos están vueltos a ti,
en ti me refugio, no me dejes indefenso;
guárdame del lazo que me han tendido,
de la trampa de los malhechores.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El salmo, de dificil interpretación a causa de algunas alteraciones del texto, es la oración de un israelita que se siente tentado en su fidelidad religiosa. Se dirige a Dios, con el ánimo lleno de amarguras y esperanzas, a fin de que acoja su súplica en el momento de la prueba, como el sacrificio vespertino del incienso, que cada día se celebraba en el templo (w. 1 ss). Pide mantenerse firme en su fe, guardar su corazón y su boca de palabras malas y no caer en la tentación de la idolatría, para no contaminarse con los ritos paganos y los banquetes en honor de falsas divinidades (v. 4). Su deseo es mantenerse siempre amigo de los hombres justos y fieles, para que pueda ser guiado por ellos y corregido en su conducta, antes que llegar a pactos y sentarse a la mesa con hombres poderosos, pero perversos, que le conduzcan por caminos que no son buenos (v 5).

En los vv. 6ss, que presentan dificultades interpretativas, se declara la inocencia y la bondad del orante, y se describe, con una imagen eficaz, el final de los hombres impíos, cuyos huesos* se encuentran esparcidos como el terrón tras el paso del arado y están destinados a ser echados en los infiernos. El salmo concluye con el humilde propósito del orante de ser liberado del mal y de encontrar refugio junto a Dios, para que proteja su vida de las peligrosas insidias de sus enemigos, que atentan contra su fe (w 8ss), y con la invocación de una maldición contra los malhechores, que merecen el severo juicio de Dios y un justo castigo por el mal realizado (v 10).

* En la edición castellana hemos adoptado el texto oficial litúrgico del salterio, cuya traducción no siempre coincide con la versión italiana. Aquí tenemos un caso. Mientras que la versión italiana del salmo traduce en el v 6 «le loro ossa» (sus huesos), la versión litúrgica española traduce «nuestros huesos». La Biblia del Peregrino traduce: «Sus huesos se esparcieron a la boca del abismo como astillas o pedruscos por el suelo», más próxima, aunque también distinta de la italiana, que dice en el v. 6: «Como se hiende y se abre la tierra, / fueron esparcidos sus huesos / a la boca del abismo», de ahí el comentario. A pesar de estas dificultades, mantenemos la versión litúrgica oficial española del salterio (N. del T.).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La tradición cristiana refiere este salmo, rezado en las primeras vísperas del domingo de la semana primera, a Cristo cuando muere en la cruz. Cristo, mientras consumaba su vida terrena en el Calvario por amor, alzó las manos al Padre para interceder en favor de todos los hombres, como hizo Moisés en el monte Sinaí en favor de su pueblo (cf. Ex 17,1lss), y ofrecerse a sí mismo, como víctima agradable a Dios en el altar del árbol de la cruz.

La comunidad cristiana resume la súplica del salmo en las palabras del padrenuestro que el mismo Jesús nos enseñó: «No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal». El mal del que se habla en el salmo son las palabras inútiles y malvadas, que lisonjean el orgullo humano; son los lazos de amistad con los hombres perversos y engañadores, que alejan al creyente del camino evangélico y de una vida de fidelidad y de alabanza al Señor. «También la Iglesia tiene un altar del incienso, y este altar es Cristo (cf. Heb 13,10); también la Iglesia quiere quemar, por la mañana y al atardecer, incienso ante el Señor, y este incienso son las oraciones de los fieles, que ascienden continuamente como sacrificio de alabanza al Padre, en comunión con Cristo y por medio de él (cf. Heb 13,15); este incienso es asimismo nuestra vida, santificada por la inhabitación del Espíritu Santo: "Somos para Dios el buen olor de Cristo" (2 Cor 2,15). Con Cristo, que levanta sus manos suplicantes al cielo, en su muerte en la cruz, "ofreciéndose a Dios como sacrificio de suave olor" (Ef 5,2), también estamos invitados nosotros mismos "como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rom 12,1)» (S. Rinaudo) a fin de no caer en las redes de la infidelidad.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

El salmo, rezado en la hora vespertina, es una ocasión extraordinaria en el discurrir del tiempo para realizar un balance de la jornada transcurrida y ver, a la luz de la Palabra de Dios, nuestra fidelidad o infidelidad al proyecto de amor que Dios ha establecido para nosotros. Vivimos en un mundo en el que nos rodean constantemente las tentaciones del maligno y de los falsos ídolos, que amenazan nuestra fidelidad a la persona de Jesús y a su Evangelio. Y la tentación del enemigo es fuerte; la atracción del mal no conoce tregua. En consecuencia, nuestro compromiso de vida ha de ser el que el Señor nos enseñó: «Velad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,41).

Sólo la oración confiada y perseverante, como la dirigida por Jesús al Padre a lo largo de su vida terrena, puede liberarnos de las tinieblas y del pecado. Jesús mantuvo una constante actitud filial con el Padre, y no sólo en los momentos de prueba y dolor: hacer la voluntad del Padre y abandonarse a su proyecto de amor por la salvación de la humanidad. Cuando nuestra misión de creyentes esté en peligro, la invocación humilde y filial al Señor puede asistirnos de una manera eficaz.

El verdadero creyente, que vive en medio de las mil preocupaciones y pruebas que le asaltan, es alguien que debe mantener despierto el recuerdo y el sabor de Dios en la oración y sentirse mal por su ausencia. Ahora bien, ¿cómo buscar el rostro del «Dios inaccesible» y entrever lo que él nos revelará de su rostro de Padre? ¿Qué camino podemos emprender para encontrarle en la verdad y en el amor? Es preciso que nos pongamos en camino a partir de nuestra propia realidad concreta y leer con fe los acontecimientos que cada día van construyendo nuestra vida. Este es el camino que nos conduce a Dios, que nos aleja de las insidias del mal y de la infidelidad y nos permite adentramos en el misterio inefable del amor del Padre. Con todo, sigue habiendo una condición en nuestro camino: nuestra perseverancia y una fidelidad a toda prueba.

b) Para la oración

Señor, suba a ti como incienso nuestra oración vespertina. No permitas que nuestros labios y nuestro corazón se plieguen al mal cuando la tentación nos ponga a prueba y nos asalte el enemigo. Haz que nuestros ojos se vuelvan a ti, que eres el Misericordioso, y concédenos una fe firme, un abandono filial a tu voluntad y una confianza sin límites en tu proyecto de salvación para nosotros. En la hora de la prueba y del peligro, concédenos ser capaces de adherirnos a la oración a fin de superar incólumes las insidias del mal y, liberados, poder alabarte siempre.

Te bendecimos, oh Padre, por el ejemplo que nos dio tu Hijo cuando hizo frente a las tentaciones y las pruebas de la vida. Por la victoria que él consiguió sobre la muerte y sobre el pecado, concédenos que también nosotros sepamos perdonar y orar por nuestros enemigos; haznos participar de su victoria pascual contemplando su rostro glorioso. Y haz que nos demos cuenta de que lo que buscamos con ansia está junto a nosotros, en la persona que amamos, en el lugar cotidiano en que se desarrolla nuestra vida.

c) Para la contemplación

Los hermanos preguntaron al padre Agatón: «Padre, ¿qué virtud requiere mayor fatiga en la vida espiritual? Les dice: «Perdonadme, pero me parece que no hay fatiga tan grande como orar a Dios. En efecto, cuando el hombre quiere orar, los enemigos intentan impedirlo porque saben bien que nada les obstaculiza tanto como la oración. Con cualquier obra que emprenda el hombre, si persevera, poseerá el sosiego. La oración, en cambio, requiere lucha hasta el último suspiro».

Un día, el santo padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de una densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios: «¡Oh Señor! Yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en mi aflicción?». Entonces, asomándose un poco, ve Antonio a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y ora; después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al ángel que decía: «Haz así y serás salvo». Al oír aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó (Vida y dichos de los padres del desierto, Desclée de Brouwer, Bilbao 1996, I, pp. 117 y 83).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Señor, te estoy llamando, ven de prisa, escucha mi voz cuando te llamo» (v 1).

e) Para la lectura espiritual

La oración cristiana nace, se nutre y desarrolla en torno al acontecimiento por excelencia de la fe, el Misterio pascual de Cristo. Así, por la mañana y por la noche, al amanecer y al atardecer, se recordaba la Pascua, el paso del Señor de la muerte a la vida. El símbolo de Cristo «luz del mundo» es representado por la lámpara durante la oración de las vísperas, llamada también por este motivo «lucernario». Las «horas del día» recuerdan, a su vez, la narración de la pasión del Señor, y la «hora tercia» la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. La «oración de la noche», por último, tiene un carácter escatológico, pues evoca la recomendación hecha por Jesús en espera de su regreso (cf. Marcos 13,35-37).

Al ritmar de este modo su oración, los cristianos respondieron al mandato del Señor de «rezar sin cesar» (cf. Lucas 18,1; 21,36; 1 Tesalonicenses 5,17; Efesios 6,18), sin olvidar que toda la vida tiene que convertirse en cierto sentido en oración. En este sentido, Orígenes escribe: «Reza sin pausa quien une la oración con las obras y las obras con la oración» («Sobre la oración», XII, 2: PG 11, 452C).

Este horizonte, en su conjunto, constituye el hábitat natural de la recitación de los salmos. Si son sentidos y vividos de este modo, la «doxología trinitaria» que corona todo salmo se convierte, para cada creyente en Cristo, en un volver a bucear, siguiendo la ola del espíritu y en comunión con todo el pueblo de Dios, en el océano de vida y paz en el que ha sido sumergido con el bautismo, es decir, en el misterio del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo (Juan Pablo II, «La liturgia de las horas, oración de la Iglesia», en L'Osservatore Romano, 5 de abril de 2001).