Salmo 47

Acción de gracias por la salvación
del pueblo

«Me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad santa, Jerusalén» (Ap 21,10).

 

Presentación

El Sal 47 figura entre los cánticos de Sión que celebran la morada de Dios, centro de unidad, donde el Señor es la defensa de la ciudad santa de Jerusalén. El origen del salmo es la victoria conseguida sobre el rey asirio Senaquerib el año 701 a. C., cuando el rey Ezequías, el profeta Isaías y el pueblo invocaron en el templo a Dios, que durante la noche desbarató al ejército enemigo, dejando libre a la ciudad asediada (cf. 2 Re 18–19). Esta plegaria de alabanza, como invocación de la mañana, se vuelve, en un sentido más amplio, evocación de un acontecimiento de salvación por parte de Dios, del que el pueblo hace memoria litúrgica.

El texto está estructurado en dos partes, con tres aclamaciones al comienzo, en el centro y al final, según el siguiente esquema:

v. 2: exordio como aclamación de alabanza a Dios;

– vv. 3-8: celebración de la ciudad de Sión, vencedora contra los asaltos de los enemigos;

– v. 9: aclamación a la fidelidad de Dios sobre la ciudad;

– w. 10-14: celebración y canto de alabanza a Dios, justo y salvador;

– v. 15: aclamación final a Dios, guía del pueblo.

2Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios,
3su monte santo, altura hermosa,
alegría de toda la tierra:
el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey;
4entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.

5Mirad: los reyes se aliaron
para atacarla juntos,
6pero, al verla, quedaron aterrados
y huyeron despavoridos;
7allí los agarró un temblor
y dolores como de parto;
8como un viento del desierto,
que destroza las naves de Tarsis.

9Lo que habíamos oído lo hemos visto
en la ciudad del Señor de los ejércitos,
en la ciudad de nuestro Dios:
que Dios la ha fundado para siempre.

10Oh Dios, meditamos tu misericordia
en medio de tu templo:
11como tu renombre, oh Dios, tu alabanza
llega al confín de la tierra;
tu diestra está llena de justicia:
12el monte Sión se alegra,
las ciudades de Judá se gozan
con tus sentencias.

13Dad la vuelta en torno a Sión,
contando sus torreones;
14fijaos en sus baluartes,
observad sus palacios,
para poder decirle a la próxima generación:
15
«Éste es el Señor, nuestro Dios».
Él nos guiará por siempre jamás.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

El orante evoca nuevamente, en la primera parte del salmo, la celebración de la Sión victoriosa y la magnificencia de Jerusalén, tras el asalto del enemigo asirio y su ruinosa derrota, con un enorme grito que es un gran toque de tromba: «Grande es el Señor y muy digno de alabanza» (v. 2). La presencia vigilante y la extraordinaria protección de Dios, el «gran rey» (v 3), ha liberado a la ciudad del asedio, llevando una gran alegría al pueblo. Este exalta la ciudad santa en su reconquistada seguridad, como «ciudad de nuestro Dios», «monte santo», «altura hermosa», «vértice del cielo», y presenta la fuerza vencedora del Señor como «un alcázar» (v. 4). La sacralidad que envuelve la ciudad, elevada sobre colinas, confiere a sus murallas y a sus edificios belleza y dignidad, hasta el punto de llamar al lugar «alegría de toda la tierra» (v 3). El asalto contra la ciudad por parte de los reyes unidos en coalición, orgullosos de sus fuertes ejércitos, ha provocado la aparición y la intervención de Dios, dispersando la arrogancia de los poderosos adversarios. Estos, muertos de miedo, han huido, como la mujer presa de los dolores de parto y como el «viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis» (v 8). La imagen de los dolores de la mujer y la de la armada naval destrozada por el viento del desierto aviva la idea de que el Señor triunfa siempre sobre la presunción del fuerte y la transforma en debilidad y derrota.

La segunda parte del salmo es la celebración de alabanza y de acción de gracias que el salmista dirige al Dios liberador por su fidelidad con el pueblo. Vuelve a evocar las gestas admirables del Señor, que ha establecido la ciudad santa sobre cimientos que se apoyan sobre el amor misericordioso y providente (w. 9ss). Es en este momento cuando se desarrolla una procesión por los atrios del templo y por las murallas de Jerusalén, para que la acción liberadora de Dios, pastor y guía poderoso del pueblo, permanezca como mensaje perenne para las generaciones futuras. La aclamación final, rica en fe, concluye el salmo: «Este es el Señor, nuestro Dios. El nos guiará por siempre jamás» (v 15).

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

El amor que el creyente debe profesar a la Iglesia terrena y a la Jerusalén celestial, hacia la cual camina, es fácil de leer en el salmo releído a la luz cristiana. Cada fiel debe alimentar por la Iglesia, la nueva Sión, a la que pertenece por vocación y de la que recibe fuerza y vida espiritual, una relación de veneración, de afecto sincero, como un hijo respecto a su propia madre. Es la Iglesia la que nos guía a descubrir al Espíritu Santo que actúa en nosotros; la Iglesia es el lugar de la salvación y donde se encuentra la verdad en la Palabra hecha carne en Jesucristo. Es iluminadora la reflexión que el papa Juan Pablo II dirigía a los presentes en su catequesis sobre este salmo el 17 de octubre de 2001: «Releyendo estas expresiones, el cristiano se eleva a la contemplación de Cristo, el templo nuevo y vivo de Dios (cf. Jn 2,21), y se dirige a la Jerusalén celestial, que ya no necesita un templo y una luz exterior, porque "el Señor, el Dios todopoderoso, y el Cordero son su santuario. (...) La ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero" (Ap 21,22-23). A esta relectura "espiritual" nos invita san Agustín, convencido de que en los libros de la Biblia "no hay nada que se refiera sólo a la ciudad terrena, si todo lo que de ella se dice, o lo que ella realiza, simboliza algo que por alegoría se puede referir también a la Jerusalén celestial" (La Ciudad de Dios, XVII, 3, 2). De esa idea se hace eco san Paulino de Nola, que, precisamente comentando las palabras de nuestro salmo, exhorta a orar para que "podamos llegar a ser piedras vivas en las murallas de la Jerusalén celestial y libre" (Carta 28, 2 a Severo). Y contemplando la solidez y firmeza de esta ciudad, el mismo Padre de la Iglesia prosigue: "En efecto, el que habita esta ciudad se revela como Uno en tres personas. (...) Cristo ha sido constituido no sólo cimiento de esa ciudad, sino también torre y puerta. (...) Así pues, si sobre él se apoya la casa de nuestra alma y sobre él se eleva una construcción digna de tan gran cimiento, entonces la puerta de entrada a su ciudad será para nosotros precisamente Aquel que nos guiará a lo largo de los siglos y nos colocará en sus verdes praderas" (ibíd.)».

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

El misterio de la ciudad de Jerusalén está unido estrechamente al misterio del pueblo de Israel. Un pueblo dotado de una voluntad tenaz de defender una tierra que piensa que le pertenece; gente que intenta mantener consigo un territorio que ha conquistado y en el que pretende vivir, a pesar de los muchos desastres históricos padecidos. Hoy, sea cual sea la reflexión que se haga, ya sea sobre el pueblo judío o sobre el Estado israelí, una cosa sigue siendo cierta, y es que la ciudad situada sobre el monte Sión y el mismo pueblo judío siguen siendo un enigma en la historia del mundo.

Por otra parte, si se considera la relación existente entre la Jerusalén terrena y la celestial, se pueden señalar notables diferencias entre el judío, el musulmán y el cristiano. El judío y el musulmán valoran sobre todo la Jerusalén terrena, la histórica y la actual, a la que consideran como la verdadera, aunque a partir de motivaciones distintas. La espera de la Jerusalén celestial queda así casi omitida en favor de la Jerusalén terrena. Para el cristiano, en cambio, la Jerusalén celestial es la verdadera y la ideal, hacia la que camina toda la humanidad en espera del encuentro con su Dios. Esto no significa que el judío olvide su fidelidad a Dios, sino que mira a la historia para demostrar su carácter de testigo de Dios y a la ciudad terrena para ver en ella el cumplimiento de la Torá y de su fidelidad a la alianza. Para nosotros, los cristianos, en cambio, la prioridad de la Jerusalén celestial sobre la terrestre es indiscutible; nosotros subrayamos el primado de la acción trascendente de Dios sobre el acontecer humano; la acción de Dios que, junto con los hombres, acompaña a la historia hacia su realización. La ciudad de Jerusalén sigue siendo, pues, el lugar privilegiado del encuentro de Dios con el hombre y del camino de fe de éste hacia Dios.

b) Para la oración

Omnipotente Señor del cielo y de la tierra, tú que guías a toda la humanidad con la sabiduría de tu Palabra y con las leyes maravillosas puestas en la creación, ayúdanos a mirar siempre con confianza a la Jerusalén terrena, que es nuestra madre, y a la celeste, hacia la que caminamos. A pesar de las distintas dificultades que encontramos en el camino, estamos convencidos de que tú estás con nosotros, acompañas nuestra historia y nos defiendes en las múltiples batallas contra el mal que a menudo nos asalta y al que debemos hacer frente en la vida cristiana. Recordamos con alegría tus distintas intervenciones de liberación en favor de nosotros a lo largo de la historia de la salvación, culminadas con la venida de tu Hijo, Jesús, como nuestro Salvador y Buen Pastor. Haz que la comunidad cristiana permanezca siempre unida en torno a tu Hijo, el Cordero sin mancha, para que podamos ofrecerte junto con él un servicio digno e irreprensible a ti y a nuestros hermanos, y podamos obtener plenamente los frutos de la redención, a fin de participar un día de tu gloria en el cielo.

c) Para la contemplación

¿Quieres saber ahora lo que es Sión? Lo sabemos: Sión es la ciudad de Dios. Se llama Sión a la ciudad que, con otro nombre, se llama Jerusalén; y se le puso ese nombre sobre la base de la interpretación del término, puesto que Sión significa «especulación», es decir, visión y contemplación. «Especular» significa, en efecto, mirar, esto es, considerar con cautela o bien fijarnos con atención en un objeto, a fin de verlo. Ahora bien, Sión es toda alma que se ponga a mirar con atención la luz que es obligatorio mirar. Si se pusiera a mirar su propia luz se volvería opaca; si, viceversa, mira la luz divina, queda iluminada. Pero si, como es sabido, Sión es la ciudad de Dios, ¿cuál es la ciudad de Dios, sino la Santa Iglesia? De hecho, los hombres que se aman mutuamente y aman al Dios que habita en su corazón constituyen la ciudad de Dios. Y así como toda ciudad es gobernada por una ley, la ley de éstos es la caridad. Esta caridad es Dios. En efecto, está escrito con toda claridad: «Dios es caridad». El que está lleno de caridad, está lleno de Dios, y una multitud de personas llenas de Dios constituyen la ciudad de Dios. Esta ciudad de Dios se llama Sión: por ello la Iglesia es Sión, y Dios es grande en la Iglesia. Permanece en la Iglesia y Dios no estará fuera de ti. Y si Dios habita en ti, perteneciendo tú también a Sión en cuanto miembro y ciudadano de Sión, formando parte de la asamblea del pueblo de Dios, entonces Dios estará en ti, sublime por encima de todos los pueblos (Agustín de Hipona, Esposizioni sui salmi, Cittá Nuova, Roma 1976, pp. 423-425. Existe edición española en la BAC).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«Éste es el Señor, nuestro Dios. Él nos guiará por siempre jamás» (v. 15).

e) Para la lectura espiritual

¿Qué es el cristianismo? Es Cristo crucificado y resucitado. Ahora bien, la crucifixión y la resurrección de Cristo no tienen una eficacia limitada a Cristo: invisten a la persona humana, a la sociedad humana y al cosmos con una existencia nueva, incoada en el tiempo y que se perfeccionará en la eternidad. En el tiempo madura un germen que tendrá su cosecha en la eternidad. Pero entonces se vuelve clara una cosa para quien quiera actuar en el mundo a la luz y con la levadura del Evangelio: la construcción temporal debe ser como el esbozo de la construcción eterna. La ciudad terrena debe ser como el edificio en construcción donde se ponen, por así decirlo, los andamios y las primeras piedras de la ciudad celestial. Para construir sólidamente en el tiempo, debo contemplar sin cansarme el modelo que brilla en la eternidad.

Si Cristo ha resucitado —como ha resucitado— y, por consiguiente, si los hombres y las cosas resucitarán, entonces la realidad presente (temporal) es verdaderamente un esbozo de la realidad futura (eterna). La realidad futura —es decir, la persona humana resucitada, la sociedad humana resucitada (la Jerusalén celestial), el cosmos resucitado (nuevos cielos y nueva tierra)—es el crisol sobre el que se debe modelar la realidad presente: el tiempo debe convertirse en lo que él es por esencia y por destinación, una preparación y un esbozo de la eternidad. No nos encontramos aquí en el orden de las cosas fantásticas; nos encontramos en el orden de las cosas reales, y esta realidad es auténtica y la manifiesta la realidad del cuerpo glorioso de Cristo resucitado (G. La Pira, «Lettere alle claustrali», en E. Gandolfo, Cristo nostra speranza, Piemme, Casale Monferrato [Al] 1994, pp. 183ss).