Salmo 28

El Señor proclama su Palabra

«Y una voz del cielo decía: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco"» (Mt 3,17).

 

Presentación

Tal vez sea éste el salmo más antiguo de todo el salterio. En su origen fue un himno cananeo dedicado a los dioses de las fuerzas naturales y al dios de la tempestad, Baal Hadad, considerado como un huracán violento. El salterio hebreo acogió y releyó el antiguo texto pagano adaptándolo a la visión de Dios y del mundo. El himno se usaba en el templo el día octavo de la fiesta de los Tabernáculos y, en la liturgia sinagogal, para la fiesta de Pentecostés. El salmo se divide en tres partes:

—  vv. 1-2: invitación dirigida a la corte celestial para que glorifique al Señor;

— vv. 3-9b: manifestación de Dios en el trueno-voz: sobre las aguas torrenciales (w. 3-4), sobre los montes del Líbano (w. 5-6), sobre el desierto de Cadés (w. 7-9a);

— vv. 10-11: entronización de Dios en el templo: Dios da fuerza y paz.

1Hijos de Dios, aclamad al Señor,
aclamad la gloria y el poder del Señor,
2
aclamad la gloria del nombre del Señor,
postraos ante el Señor en el atrio sagrado.

3La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.

4La voz del Señor es potente,
la voz del Señor es magnífica,
5la voz del Señor descuaja los cedros,
el Señor descuaja los cedros del Líbano.

6Hace brincar al Líbano como a un novillo,
al Sarión como a una cría de búfalo.

7La voz del Señor lanza llamas de fuego,
8la voz del Señor sacude el desierto,
el Señor sacude el desierto de Cadés.

9La voz del Señor retuerce los robles,
el Señor descorteza las selvas.
En su templo un grito unánime: «¡Gloria!».

10El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como rey eterno.

11El Señor da fuerza a su pueblo,
el Señor bendice a su pueblo con la paz.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

Este himno se abre con una invitación dirigida a la corte celestial para que glorifique la majestad de Dios en el templo celestial con una gran liturgia de alabanza. La expresión «hijos de Dios», típica del mundo mitológico, se emplea en el lenguaje judío para referirse a los seres celestiales. El himno está acompasado por el vocablo qól, que se repite rítmicamente siete veces y significa tanto «trueno» como «voz», por lo que el himno ha tomado el título de «Salmo de los siete truenos». También el término kabod («pesadez», «gloria»), típico de la oración, se repite cuatro veces y se aplica al Dios de la gloria.

El salmista describe al comienzo la tempestad, sirviéndose de imágenes de antiguas concepciones sobre las energías cósmicas, como la irrupción de un huracán que descompone la naturaleza y se abate sobre las personas, los animales y las cosas. La tempestad, con su carga de nubes amenazadoras, de truenos estruendosos y rayos cegadores, arranca del mar y, tras hacerse enemiga y peligrosa, se dirige hacia el norte de la tierra de Israel, hasta implicar y destruir los altísimos y robustos cedros del Líbano, que parecen saltar durante el huracán como animales muertos de miedo. Desde este estado inicial de temor y miedo, el autor pasa a subrayar los efectos beneficiosos que nacen de las aguas que han caído, como la serenidad después de los truenos violentos y la fertilidad de la tierra tras la lluvia abundante. Este ambiente sagrado ofrece a toda la comunidad el espacio necesario para acoger la voz y el mensaje de YHWH, Dios creador, que actúa con poder y gloria en favor de todas sus criaturas. Por último, los fieles pueden entrar en el templo para celebrar el culto, reconocer la gloria del Señor y experimentar la paz y la presencia providente y salvífica de Dios. Los hombres se agitan en la tierra, pero Dios reside tranquilo en el cielo.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

La tradición cristiana lee este salmo en clave cristológica, refiriéndolo a Jesús, que, durante la tempestad en el lago, se muestra Señor de las fuerzas de la naturaleza y calma las aguas agitadas, suscitando el estupor de los discípulos temerosos y temblorosos (cf. Mt 8,23-27 y par.). La voz divina, representada en el salmo por los siete truenos que resuenan en la creación, se convierte en la voz del Padre que, en las teofanías del bautismo en el Jordán y en la transfiguración sobre el monte Tabor, reconoce al «Hijo predilecto» e invita a los discípulos a «escucharle» (cf. Mt 3,17; 17,1-9 y par.). Es también la voz de Jesús que la muchedumbre presente en la fiesta de Pascua en Jerusalén oye como un trueno cuando él, respondiendo al deseo de los griegos, habla abiertamente de su glorificación y de su éxodo al Padre (cf. Jn 12,28-31). Es asimismo la voz de Jesús la que, en el Calvario, antes de morir, emite el «gran grito» (Mt 27,50), mientras algunos fenómenos extraordinarios -tinieblas y terremoto-presentan la muerte de Cristo como revelación del amor del Padre, hasta el punto de que el centurión pagano capta el significado dando testimonio de su fe: «Verdaderamente éste era Hijo de Dios» (Mt 27,54).

La tradición cristiana intenta captar en la voz de la naturaleza la voz de Cristo, que se dirige al corazón de todo creyente para liberarle de los enemigos internos y externos que amenazan su vida espiritual y su paz. En efecto, en Cristo se ha realizado la nueva alianza a través de la efusión del Espíritu Santo que lleva los siete dones. Esto tanto en el día de Pentecostés (Hch 2,1-11) como -con una perspectiva escatológica- en el septenario de los dones del Espíritu, cuando se realice el misterio de Dios con «voz potente» y «los siete dones harán oír su voz» (Ap 10,2-7).

La voz del Padre y de Cristo invita a la comunidad cristiana a aclamar el poder y la gloria del Señor en nuestras liturgias terrenas, que anticipan las celestiales, y nos enseña a vislumbrar en las tempestades de nuestra vida la mano poderosa de Aquel que no abandona nunca a sus hijos.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Primero nos quedamos desconcertados frente a este salmo, al que alguien ha puesto como título «Himno al Señor de la tempestad». ¿Qué tenemos que ver nosotros, hoy, con este Dios terrible y tonante que se manifiesta a través de un poder devastador? Estamos acostumbrados a considerar la naturaleza que nos rodea con otros ojos, con un corazón distinto, y la arcaica presentación que el texto hace de Dios casi nos irrita. Con todo, si acogemos estas palabras, quedaremos fascinados por la primitiva y genuina belleza de la poesía que encierran. No podemos permanecer sin estremecernos al contemplar al Dios poderoso que domina el furor de las aguas, sacude los montes y descompone las fuerzas de la naturaleza. Algo se despierta en nosotros... Si bien tenemos, en efecto, menos miedo de las tempestades naturales, si las sentimos menos «sagradas», a pesar de todo nos sentimos envueltos con frecuencia por otros muchos huracanes que se abaten sobre nosotros desde fuera y desde dentro, nos aferran sin que podamos impedirlo y nos hacen percatamos de lo pequeños e impotentes que somos.

¡Qué paz nos proporciona entonces sabernos amados por un Dios fuerte e invencible! Paradójicamente, cuanto más grande se manifiesta, más confiados y serenos podemos estar. Su voz -la misma que puede tronar en el huracán- llama, en efecto, a cada uno por su nombre: es la voz del buen pastor, que conoce a cada una de sus ovejas. La voz de alguien que nos llama a seguirle para descubrir que -en él- somos hijos amados con un amor eterno.

Jesús, voz y palabra del Padre, es también el templo vivo y santo en el que todos estamos llamados a proclamar: «¡Gloria!». Sí, gloria a Dios y paz a los hombres que él ama.

b) Para la oración

Oh Señor, haz que acojamos dócilmente la invitación a postramos con humildad ante la revelación de tu grandeza. Tu sublime omnipotencia domina majestuosamente sobre los elementos de la naturaleza; que ésta no sea para nosotros motivo de miedo, sino que te revele presente y cercano a nuestra debilidad. Abre nuestros corazones para escuchar tu voz, esa voz fuerte y poderosa, suscitadora de vida y de belleza, por la que dijiste y fueron hechas todas las cosas. Que todos tus hijos, unánimes, reconozcan y aclamen tu gloria, porque tú reinas soberano sobre todas las cosas y nos bendices con toda bendición en Cristo, nuestra paz.

c) Para la contemplación

«Ofreceos al Señor, hijos de Dios» (Sal 28,1). Hasta aquí nos ha conducido, hermanos, la generosidad divina, hasta aquí nos ha elevado la paternidad celestial. Considerémonos hijos de Dios, mostrémonos a la altura de la descendencia, vivamos para el cielo, paguemos al Padre con la semejanza, a fin de no perder con los vicios lo que hemos obtenido por gracia. En realidad, hermanos, se muestra ingrato con el Padre quien no rodea de respeto al autor de la vida, dándole culto y honrándole con toda magnificencia. ¿Y qué es lo que nos exhorta el profeta a ofrecer a un Padre tan grande? El rebaño del Señor pace libre en el prado de la fe y el Pastor celestial quiere que sus corderos sean conducidos de nuevo al redil. Que el padre ofrezca al hijo sin vacilar, porque aquel que da la vida presente, da también la futura. Que el marido conduzca a la fe a su mujer, para que lo que es una sola cosa en la carne, no esté dividido en el espíritu. Que el amigo lleve a la salvación al amigo, para consolidar con la gracia divina la caridad humana. Que el ciudadano guíe al peregrino, el propietario al huésped a la mesa de Dios. Pido e imploro, hermanos queridísimos, que todos os mostréis vigilantes en esto. Seamos hombres que vivimos en la incertidumbre y no sabemos lo que nos traerá el mañana. Actuemos, por tanto, a fin de que nadie, al sobrevenir la muerte, se vea privado de la vida presente sin obtener la futura (Pedro Crisólogo, Omelie per la vita quotidiana, X, Cittá Nuova, Roma 1978, pp. 39-43, passim. Edición española: Homilías selectas, Ciudad Nueva, Madrid 1998).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«En su templo un grito unánime: "¡Gloria!"» (v 9c).

e) Para la lectura espiritual

El primer deseo que engendra en el corazón del cristiano el deseo supremo de la justicia es el deseo del incremento y de la gloria de la Iglesia de Jesucristo. Quien desea la justicia desea toda la posible gloria de Dios, desea cualquier cosa que Dios quiera. Pues bien, el cristiano sabe por la fe que todas las complacencias del Padre están puestas en su unigénito Hijo Jesucristo y sabe que las complacencias de su unigénito Hijo Jesucristo están puestas en sus fieles, los cuales forman su Reino. En consecuencia, el cristiano no puede equivocarse nunca cuando se propone a toda la santa Iglesia como objeto de sus afectos, de sus pensamientos, de sus deseos y de sus acciones. Conoce con certeza la voluntad de Dios a este respecto. Sabe con certeza que la voluntad de Dios es ésta: que la Iglesia de Jesucristo sea el gran instrumento por medio del cual se glorifique su nombre plenamente.

El cristiano sabe con certeza que la Iglesia ha sido establecida como el gran instrumento y el gran medio de su glorificación ante todas las criaturas inteligentes. Así pues, la tarea del cristiano consiste necesariamente en comprometer sus fuerzas en servir únicamente a la santa Iglesia. En ella debe pensar de todos los modos posibles; por ella debe desear consumir sus propias fuerzas y derramar su propia sangre, imitando a Jesucristo y a los mártires (A. Rosmini, Massime di perfezione cristiana, seconda massima).