Salmo 10

Nuestro auxilio está
en el nombre del Señor

«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5, 6).

 

Presentación

La composición lírica, atribuida a David, es un salmo de confianza individual que expresa cómo la vida del justo se realiza en la comunión con Dios, que ama las cosas justas y rectas. Predomina el abandono confiado en Dios, cuyo rostro ve el fiel perseguido en el templo y cuya presencia salvífica experimenta. Se invoca a Dios con el nombre sagrado divino de Adonai, el Señor, que resuena al comienzo (v. 1), en el centro (w. 4ss) y al final del salmo (v. 7).

La composición está distribuida en dos estrofas que rigen dos cuadros: la sabiduría humana y la sabiduría divina. Hay algunos símbolos que colorean los dos cuadros con imágenes de guerra, de tipo espacio-sensorial. Sin embargo, a pesar de los peligros de la vida, predomina una atmósfera de serenidad y de paz en el texto. La composición lírica se articula en cuatro partes bien distintas:


1Al Señor me acojo, ¿por qué me decís:
«Escapa como un pájaro al monte,
2porque los malvados tensan el arco,
ajustan las saetas a la cuerda,
para disparar en la sombra contra los buenos?
3'Cuando fallan los cimientos,
¿qué podrá hacer el justo?».

4Pero el Señor está en su templo santo,
el Señor tiene su trono en el cielo;
sus ojos están observando,
sus pupilas examinan a los hombres.

5El Señor examina a inocentes y culpables,
y al que ama la violencia él lo odia.

6Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre,
les tocará en suerte un viento huracanado.

7Porque el Señor es justo y ama la justicia:
los buenos verán su rostro.

 

1. El salmo leído con Israel: sentido literal

La situación de la que habla el salmo es la de un justo perseguido, que ha sido condenado injustamente y está acorralado por sus adversarios. Sus amigos le aconsejan que se salve huyendo al monte, huyendo del peligro, pero él responde con una profesión de fe que es confianza en la protección del Dios justo. El orante, antes que abandonarse al miedo, prefiere refugiarse en el Señor y dejarle el juicio a él: «Al Señor me acojo, ¿por qué me decís: "Escapa como un pájaro al monte"» (v. 1). El tema dominante del salmo es la figura de Dios, el go'el del éxodo, que salva y protege al justo del mal porque sigue la sabiduría divina. La situación de maldad y de engaño está descrita en el texto por las flechas de los cazadores-enemigos, por los golpes que caen sobre la víctima indefensa, hasta tal punto que estas acciones malvadas provocan un interrogante al justo sobre los «cimientos» que rigen el mundo, ordenado y sometido por YHWH: «Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?» (v 3). ¿Tiene sentido seguir siendo justo en un mundo que está a merced de la injusticia? La solución consiste en fiarse del Señor, que «tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando» (v. 4). Dios no puede permanecer indiferente; más aún, da seguridad a su fiel. La mirada de Dios, en efecto, escruta el obrar de los hombres, discierne a los justos de los malvados, detesta a los que aman la violencia.

A la evaluación crítica de la realidad le sigue, por parte de Dios, la intervención eficaz con el castigo de los malos. El ojo divino es una presencia vigilante que fija las acciones humanas y hace justicia al inocente. Y la condena de los violentos será un castigo irrevocable, como el de la ciudad de Sodoma: «Hará llover sobre los malvados ascuas y azufre» (v 6). La opción tomada por el orante tiene asegurada, por consiguiente, la victoria, porque sabe que «el Señor es justo y ama la justicia» (v 7) y también sus sentimientos (es decir, su nefesh, su «ser vivo») están implicados en el restablecimiento de la armonía humana y cósmica. El último versículo abre un horizonte de luz y de paz. Por eso el rostro de Dios se dirige con complacencia al justo; él mismo, Dios, será su recompensa. El orante puede entrar ahora en el templo y gozar de la comunión de vida con el Señor. Esa experiencia de unidad y comunión con Dios vivida por el justo le habilita a prolongarla también más allá de la vida terrena.

 

2. El salmo leído con Cristo y con la Iglesia: sentido espiritual

Es fácil la relectura del salmo en clave cristiana si lo relacionamos con el sermón de la montaña proclamado por Jesús y si pensamos en algunas bienaventuranzas: «Dichosos los que están tristes, porque Dios los consolará... Dichosos los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos seréis cuando os injurien y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía» (Mt 5,4-11). El justo perseguido del salmo está personificado en el evangelio por aquel que es fiel y pobre en el espíritu, a quien Dios promete el Reino de los Cielos, o sea, la experiencia misma de Dios. Frente al cristiano perseguido y oprimido por las pesadas pruebas de la vida y por el hundimiento de las certezas humanas, el texto sugiere alimentarse con la fe en el Señor y encontrar en el amor de Cristo el propio refugio, porque él es el fundamento de la vida (cf. 1 Cor 3,11) y ha vencido al mundo (cf. Jn 16,33). La comunidad cristiana, que es el templo de Dios edificado con las personas de sus miembros y que se construye sobre la roca que es Cristo, siente la tentación de abandonar el compromiso y la lucha contra las fuerzas del mal en un mundo cada vez más sometido por el materialismo y por los ídolos pasajeros del momento. Las amenazas contra la vida cristiana son tantas que los enemigos se encuentran no sólo en el exterior, sino también en el interior de ella. La tentación frecuente es la de huir de la vida comunitaria, como el gorrión al monte. El camino que nos propone el salmo es construir una comunidad sobre la justicia y el amor a todos, a fin de estar ya desde ahora en condiciones de ver el rostro de Dios en la comunión con cada hermano.

Ahora bien, el salmo puede ser leído todavía más en clave cristológica, porque Jesús mismo fue capaz de hacer frente a la persecución y a la muerte poniendo su confianza, como atestigua el evangelio de Juan, sólo en el Padre: «Pues mirad, se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado ya, en que cada uno de vosotros se irá a lo suyo y a mí me dejaréis solo. Aunque yo no estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Jn 16,32). Jesús, probado en su pasión, sigue siendo aquel que ahora está sentado en el trono celestial y escruta el horizonte de toda la humanidad, como afirma la carta a los Hebreos: «Así que no hay criatura que esté oculta a Dios. Todo está al desnudo y al descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas» (Heb 4,13). El es el juez que separa a los buenos de los malos y ofrece a los primeros la seguridad de la visión bienaventurada cuando le vean cara a cara: «Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es» (1 Jn 3,2). Si ésta es la meta, vale la pena luchar también entre las dificultades de la vida de cada día.

 

3. El salmo leído en el hoy

a) Para la meditación

Frente a los graves problemas de la vida a los que debe hacer frente y a los peligros que está llamado a superar, el hombre de nuestro tiempo necesita apoyos y lugares donde refugiarse, a fin de no verse arrollado por el ansia y por la angustia que le asaltan con frecuencia. La meta a la que debe mirar continuamente, para llegar a la plena realización de su ser, es la confianza en Dios y en sí mismo. El hombre ha experimentado siempre este problema, incluido Adán, cuando Dios le puso ante el bien y el mal.

Jesús se confió siempre al Padre celestial en los momentos más difíciles de su vida e invitó a sus discípulos de todos los tiempos a que se abrieran al don de Dios con el ánimo de los pequeños (cf. Mc 10,15). En efecto, con la oración filial a Dios, nuestro Padre celestial que cuida de todos sus hijos, se obtiene todo. El pecador está seguro de ser justificado y el perseguido de obtener justicia. Esa confianza que el fiel manifiesta en el Señor, especialmente en las horas de crisis y de oscuridad de la vida, se vuelve en él fuerza para anunciar la verdad y la seguridad de la victoria final, porque Dios ama las cosas justas y a los hombres rectos les hará ver su rostro.

Si queremos saber de qué modo es justo Dios, debemos mirar la cruz abrazada por Jesús: se trata de una justicia que tiene la anchura y la fuerza contagiosa del amor gratuito y universal, que tiene la profundidad de la solidaridad ofrecida a todo hombre de buena voluntad. El hombre que, siguiendo el ejemplo de Cristo, se sitúa en esta lógica del amor y prolonga en su vida este movimiento en dirección al hermano se vuelve justo y agradable a Dios y participa en esta dinámica de amor que viene de lo alto.

La confianza en Dios, que es la condición para ser fieles en la vida cristiana, es fruto del amor que el hombre bueno alimenta hacia Dios y hacia los hermanos. El que permanece en el amor no sólo tiene la seguridad de ser salvado en el día de la venida de Cristo y de su juicio, porque el amor hace huir el temor (Cf. 1 Jn 2,28), sino que vive también en la alegría, esa alegría que procede de la certeza de haber sido amado previamente por Dios (cf. 1 Jn 4,10).

b) Para la oración

Oh Padre, protector de los justos perseguidos, aunque los cimientos del mundo se vieran sacudidos por la violencia y por la injusticia, yo sé que tú eres justo, amas las cosas justas y permaneces siempre al lado del débil y del pobre, a fin de que no se desanimen en las pruebas y dificultades de la vida. No me abandones mientras voy en busca del rostro de tu Hijo salvador y de tu presencia de Padre bueno. Sé que tus ojos escrutan mi corazón y juzgan todas mis acciones; tú quieres que cada uno de nosotros encuentre en ti su refugio y ame todo lo que es honesto y bueno en la existencia humana. Haz que un día, en el tiempo de la siega, no sea yo presa del viento ardiente del mal, sino que pueda ir a gozar de tu visión y participar de tu alegría sin límites.

c) Para la contemplación

Es dulce, dice el Eclesiastés, la luz y es cosa bastante buena para la visión de nuestros ojos contemplar este sol visible. Ahora bien, el Señor Dios prometió sustituir la luz que vemos con los ojos corpóreos por aquel sol espiritual de justicia que es verdaderamente dulcísimo para los que han sido considerados dignos de ser instruidos por él. Estos pudieron verle con sus ojos cuando vivía y conversaba en medio de los hombres como un hombre cualquiera, siendo que no era uno cualquiera de ellos. También era, en efecto, verdadero Dios, y por eso hizo que los ciegos vieran, los cojos caminaran y los sordos oyeran; limpió a enfermos de lepra y con una simple orden volvió a llamar a los muertos a la vida.

Sin embargo, también ahora es una cosa verdaderamente dulcísima dirigir hacia él nuestros ojos espirituales y contemplar y considerar su sencilla y divina belleza; ser iluminados y elevados por esa misma participación y comunicación; vernos repletos de dulzura espiritual, revestidos de santidad; adquirir inteligencia y, por último, ser colmados de divina exultación y experimentarla todos los días de la vida presente. Esto es lo que nos reveló el sabio Eclesiastés cuando dijo: También el hombre vivirá durante muchos años y en todos ellos encontrará alegría. En efecto, el Sol de justicia es autor de toda alegría para los que le contemplan. A éstos dirige su exhortación el profeta David: «Exulten ante Dios y canten de alegría» (Sal 67,4) y de nuevo: «Exultad, oh justos, en el Señor; a los rectos conviene la alabanza» (Sal 32,1) (Gregorio de Agrigento, «Spiegazione sull'Ecclesiaste», 2, en PG 98, cols. 1.138ss).

d) Para la vida

Repite a menudo y reza este versículo del salmo:

«El Señor es justo y ama la justicia» (v 7).

e) Para la lectura espiritual

El Sal 10 plantea una pregunta inquietante y de rabiosa actualidad: «Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?» (v. 3). Cuando la violencia sacude los cimientos de la sociedad y parece contaminar todas las relaciones, y cuando la mentira golpea a oscuras, ¿qué puede hacer el creyente? Algunos le sugieren que escape al monte, como un gorrión espantado. Sin embargo, se trata de una propuesta que el salmista no puede aceptar, porque su refugio está en Dios. Al creyente no se le permite huir del mundo, dejándolo a su destino, aunque el mundo esté lleno de maldad. Y así volvemos a la pregunta: «Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?». No puede escapar, como ya hemos dicho, pero tampoco puede limitarse únicamente a denunciar el mal y a gritar el peligro, como el centinela del profeta Ezequiel. Advertir del peligro es algo justo, y hasta es un deber denunciar el mal poniendo al desnudo su raíz. Es justo, pero no basta. La denuncia no mueve los ánimos. Es la esperanza lo que los mueve. La denuncia puede conducir a la resignación o a la desesperación violenta o al arreglo. Sólo la esperanza es capaz de sacudir a los hombres decepcionados.

La razón de la esperanza que el salmista aduce es tan sencilla como fundamental: «El Señor tiene su trono en el cielo; sus ojos están observando, sus pupilas examinan a los hombres» (v. 4). Dios tiene firmemente la historia en su mano, aunque –a veces– nos parezca a nosotros que se le escapa de ella. La última palabra la tiene Dios, no los hombres. Dios ama las cosas justas y no soporta al que ama la violencia. Es cierto que Dios sabrá hacer justicia. Con esta certeza, el salmista no pierde la esperanza, y mucho menos su constancia en seguir siendo justo a pesar de todo. Así pues, para no escapar como un gorrión espantado al monte, es preciso estar animados por una gran pasión y por una certeza inquebrantable: la pasión de la verdad y la certeza de su triunfo. Ahora bien, el salmo emplea una expresión más religiosa y más directa: «El Señor es justo y ama la justicia: los buenos verán su rostro» (v. 7) (B. Maggioni, Davanti a Dio. 1 salmi 1-75, Vita e Pensiero, Milán 2001, pp. 43ss).