Designó a doce para que lo
acompañaran

(Mc 3,13-15)


En aquel tiempo, Jesús 13 subió al monte, llamó a los que quiso y se acercaron a él. 14 Constituyó entonces a doce, a los que llamó apóstoles, para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar 15 con poder de expulsar a los demonios.

 

LECTIO

Una vez llegado a cierto estadio de su vida pública, Jesús constituyó, en el interior del círculo más amplio de los discípulos a los que había llamado para que le siguieran, a un grupo más reducido, el llamado grupo de los discípulos por antonomasia, o sea, el grupo o colegio de los Doce, a los cuales dio el nombre de «apóstoles». La existencia y la importancia decisiva de tal grupo están atestiguadas no sólo por los tres sinópticos (cf. Mt 10,1ss; Mc 3,13-15; 6,7.10; Lc 6,12ss), sino también por Juan (cf. Jn 6,7; 13,16).

Marcos emplea en este caso un lenguaje fuerte: el verbo «constituyó» (en griego, epoiesen) indica claramente que las características estructurales de tal sociedad dependían exclusivamente de Jesús, su divino fundador. Fue el mismo Jesús el que «creó» el grupo de los Doce y, de este modo, inauguró la apostolica vivendi forma. Fue Jesús el personaje que dictó la identidad y la razón de ser al grupo. Él lo constituyó como la comunidad de sus íntimos, como su nueva «familia» (cf. Mc 3,34ss).

Jesús constituyó a los Doce, en primer lugar, para que «lo acompañaran» y, a continuación, también «para enviarlos a predicar» (v. 14 y v 15). El orden de los elementos es determinante. Para poder actuar -en la misión o como apóstoles- de parte de Jesús y en su nombre, era necesario haber asimilado antes las características del estar con él, es decir, haber compartido en todo su forma de vida consagrada y dócil al Padre. Judas no quiso estar con Jesús hasta el final, es decir, no quiso «estar con el Mesías-Siervo hasta dar la vida», no aceptó dejarse configurar por el Padre según el Cristo de la cruz, y por eso no fue enviado a predicar en el nombre del Cristo muerto y resucitado en el tiempo de la Iglesia.

 

MEDITATIO

Tiene lugar aquí la llamada primera separación de los estados de vida. El Señor llama, entre los discípulos, a algunos para que vivan con él, y les pide que cambien de manera radical su modo de vivir.

Ir a vivir con el Señor significaba para este grupo, antes que nada, dejar su oficio, la familia, su proyecto personal de vida. El oficio se lo dará el Señor; la familia será la de los discípulos; el futuro se lo confían a él.

Nace aquí un nuevo modo de organizar la existencia, reservado a «a los que quiso». Nace lo que podríamos llamar el seguimiento especial del Señor, un seguimiento que va más allá del requerido ya a todos los discípulos, pidiendo al discípulo «estar con él». Estamos aquí en presencia de una llamada especial, una llamada que depende sólo de él. Esa llamada, que fija una modalidad estable de vida, será repensada más tarde por la reflexión de la fe como una «consagración nueva y especial». Una consagración nueva y especial como sello para una llamada nueva y especial, que introduce en un estado de vida nuevo y especial.

Éste es el grupo de los discípulos que puede decir: Mira, lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Es el grupo de los que «están con él», de los que le siguen «de más cerca», como dice el Concilio, de los que asumen sus actitudes hasta el punto de ser llamados a reproducir su forma de vida en el tiempo.

Se da, por tanto, en el caso de las personas consagradas, la exigencia de atender a la fidelidad a un doble seguimiento: el del discípulo que regula e inspira sus actos, sus sentimientos y sus pensamientos sobre la enseñanza del Maestro, y el del discípulo «llamado a estar con él», con la exigencia de estar dedicado en exclusiva a él y a sus cosas. Ambos tipos de seguimiento deben ser cultivados por el que ha sido llamado a una tensión con formadora, propia de aquel o aquella que ha sido llamado a una vida centrada por completo en Jesús, Maestro y Señor. Cultivar sólo el seguimiento «especial», olvidando tal vez el normal, significa ser personas consagradas sin ser cristianas. Cultivar la primera sin la segunda significa olvidar la separación especial llevada a cabo por el Señor. Aquí se impone un buen examen de ambos seguimientos, a fin de evaluar nuestro grado de pertenencia al Señor, hoy, aquí y ahora.

 

ORATIO

Oh mi Señor, hoy me doy cuenta de que, en ocasiones, me ilusiono con seguirte, pero, en realidad, estoy muy lejos de ti. En ciertos momentos me encuentro junto con los que creen creer y, en otros momentos, en compañía de los que practican con los gestos pero tienen su corazón en otra parte. Unas veces me siento más observante de una regla que de tu Evangelio, y otras descuido la regla en nombre de tu Evangelio. Me doy cuenta incluso de que te utilizo a ti para no ser totalmente tuyo. A veces digo que me basta tu Evangelio para escapar de las normas que he profesado; otras veces, en cambio, me adormezco en el caparazón de las normas sin sentir la llama del amor que has venido a traer.

No permitas, Señor, que yo ceda a la hipocresía de querer ser buen religioso sin preocuparme de ser un cristiano, no me hagas deslizarme hacia la mediocridad de profesarme cristiano, olvidando que tú me has llamado a estar contigo. Hazme comprender que seré como tú quieres y cumpliré tu voluntad, cuando cultive en mí al discípulo que sólo se dedica a ti y a tu causa.

Oh Señor, que yo sea un consagrado cristiano, pero todavía más un cristiano consagrado.

 

CONTEMPLATIO

Sube a la montaña el que busca a Dios, sube a la cima el que implora, para su ascensión, la ayuda de Dios. Todas las almas grandes, todas las almas elevadas, alcanzan la cumbre. El profeta no dice a cualquiera: «Súbete a un monte elevado, mensajero de Sión; alza tu voz con brío, mensajero de Jerusalén» (Is 40,9). Sube a esta montaña no con los pasos de tu cuerpo, sino con tus acciones elevadas. Sube a Cristo de modo que tú mismo puedas convertirte en un monte. Busca en el evangelio: encontrarás que sólo los discípulos subieron a la montaña junto con el Señor. Este, a continuación, ora no para implorar por ti, sino para obtener para mí.

«Llamó a sí a sus discípulos», dice el evangelista, «y entre ellos se eligió a doce» (Lc 6,13) para enviarlos, como sembradores de la fe, a difundir por el mundo la salvación del género humano. Y considera también el designio celestial: no eligió, para enviarlos al mundo, a sabios, ricos o nobles, sino sólo a pescadores y publicanos, a fin de que no pareciera que los había preferido por su sabiduría, o utilizado por sus riquezas, o atraído por el prestigio del poder y de la notoriedad. Y esto para que venciese en el mundo la fuerza de la verdad, no la habilidad dialéctica de la persuasión (Ambrosio de Milán, Commento al Vangelo di Luca, Roma 1966, I, pp. 249ss).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y medita hoy esta Palabra:

«Mirad hacia él: quedaréis radiantes y la vergüenza no cubrirá vuestros rostros» (Sal 34,6).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El Señor constituyó a los Doce «para que estuvieran con él». El mismo estaba tanto en el centro de su comunidad como en el corazón de cada uno. Jesús no constituyó a los apóstoles para que «hicieran» algo bueno, sino para que «estuvieran» con él. Allí a donde vayas, tu primera preocupación no ha de ser hacer por él, como Marta, sino estar con él, como María. Estar con él, el Hijo, es el destino último de cada criatura. Todo fue hecho por medio de él y en vistas a él, y sólo en él subsiste (Col 1,16ss). El apóstol desea estar con Cristo, porque Cristo es su vida (Flp 1,23.21), ahora escondida en Dios (Col 3,3).

Si no estuvieras con él, el vacío de tu corazón te impulsará a hacer muchas cosas buenas, excepto la única que estás llamado a hacer. Darás a la gente todo, incluso lo imposible, excepto lo que deberías dar. Crearás continuas demandas que no te corresponde a ti satisfacer, y dejarías para un tiempo indefinido la evangelización, obstaculizándola a la larga también para quienes vengan después de ti. El apóstol no es un empresario de obras más o menos buenas; tampoco un filántropo más o menos desinteresado. Es un hombre de Dios, alguien que está con el Señor Jesús y enseña a hacer lo mismo.

Sólo si estás con él, puedes ser su testigo hasta los límites extremos de la tierra, como nos ha mandado (Hch 1,8). Entonces anunciarás a Aquel que has conocido y visto, contemplado y tocado, para que otros estén también en comunión con nosotros, que estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1 Jn 1,1-3). Estate con él antes que nada con el corazón, fijo de manera estable en él. Que donde está tu tesoro, esté también tu corazón (Lc 12,34). Nuestra comunión con él es nuestra vida. Separados de él, estamos muertos, como sarmientos cortados de la vid (Jn 15,1-6). Que tu centro de gravedad no se encuentre en lo que haces, sino en él, al que amas por encima de todas las cosas y al que buscas en todo. Al dedicarte al servicio de los hermanos, no caigas en la tentación de no encontrar tiempo para estar con él. Sería una cosa grave; más aún, mortal: te separarías de tu fuente y dejarías de servir a los hermanos; te servirías de ellos para sentirte vivo, tal vez útil, hasta bueno. Que Dios, por su misericordia, te salve de ello. Ordena tu vida a su fin, que es «estar con él». Entonces serás como un vaso rebosante de agua viva (S. Fausti, Lettera a Sila. Quale futuro per il cristianesimo?, Casale Monf. 1991, pp. 20ss).