Velar.

Velar, en sentido propio, significa renunciar al sueño de la noche; se puede hacer para prolongar el trabajo (Sab 6,15) o para evitar ser sorprendido por el enemigo (Sal 127,1s). De ahí resulta un sentido metafórico: velar es ser vigilante, luchar contra el torpor y la negligencia a fin de llegar al fin que se persigue (Prov 8,34). Para el creyente el fin es estar pronto a recibir al Señor cuando llegue su día; por eso vela y es vigilante, a fin de vivir en la noche sin ser de la noche.

1. ESTAR APERCIBIDOS PARA EL RETORNO DEL SEÑOR.

1. En los Evangelios sinópticos la exhortación a la vigilancia es la principal recomendación que dirige Jesús a sus discípulos como conclusión del sermón sobre las postrimerías y el advenimiento del Hijo del hombre (Mc 13, 33-37). “Velad, pues, porque no sabéis qué día ha de venir vuestro Señor” (Mt 24,42). Jesús, para expresar que su retorno es imprevisible, utiliza diferentes comparaciones y parábolas que dan origen al empleo del verbo velar (abstenerse de dormir). La venida del Hijo del hombre será imprevista como la de un ladrón nocturno (Mt 24,43s), como la de un amo que vuelve durante la noche sin haber avisado a sus servidores (Mc 13,35s). El cristiano, al igual que el padre de familia avisado o que el buen servidor, no debe dejarse vencer por el sueño, debe velar, es decir, estar en guardia y apercibido para recibir al Señor. La vigilancia caracteriza por tanto la actitud del discípulo que espera y aguarda el retorno de Jesús: consiste ante todo en mantenerse en estado de alerta y por el hecho mismo exige despego de los placeres y de los bienes terrestres (Le 21,34ss). Como es imprevisible la hora de la parusía, hay que tomar sus medidas para el caso en que se haga esperar: tal es la enseñanza de la parábola de las vírgenes (Mt 25,1-13).

2. En las primeras cartas paulinas, dominadas por la perspectiva escatológica, hallamos el eco de la exhortación evangélica a la vigilancia, especialmente en 1Tes 5,1-7. “Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas; no durmamos, pues, como los otros; vigilemos más bien, seamos sobrios” (5,5s). El cristiano, habiéndose convertido a Dios, es “hijo de luz”, debe estar despierto y resistir a las tinieblas, símbolo del mal: de lo contrario se expone a verse sorprendido por la parusía. Esta actitud vigilante exige la sobriedad, es decir, la renuncia a los excesos “nocturnos” y a todo lo que puede distraer de la espera del Señor; reclama al mismo tiempo que uno se revista de las armas espirituales: “revistámonos de la coraza de la fe y de la caridad, y del yelmo de la esperanza en la salvación” (5,8). En una carta posterior, temiendo san Pablo que los cristianos abandonen el fervor primero, les invita a despertarse, a salir de su sueño y a prepararse para recibir la salud definitiva (Rom 13,11-14).

3. En el Apocalipsis, el mensaje que dirige el juez del fin de los tiempos a la comunidad de Sardes es una exhortación apremiante a la vigilancia (3,1ss). Esta Iglesia olvida que Cristo ha de retornar; si no se despierta, la sorprenderá como un ladrón. Por el contrario, bienaventurado “el que vela y guarda sus vestidos” (16,15), pues podrá participar en el cortejo triunfal del Señor.

II. ESTAR EN GUARDIA CONTRA LAS TENTACIONES COTIDIANAS.

La vigilancia, que es espera perseverante del retorno de Jesús, debe ejercerse a todo lo largo de la vida cristiana en la lucha contra las tentaciones cotidianas que anticipan el gran combate escatológico.

1. Jesús, en el momento en que va a realizar la voluntad salvífica del Padre, debe sostener en Getsemaní un doloroso combate (agonia), que es una anticipación del combate del fin de los tiempos. El relato sinóptico muestra en Jesús el modelo de la vigilancia en el momento de la tentación, modelo que resalta tanto más cuanto que los discípulos, indóciles a la exhortación del maestro, sucumbieron. “Velad y orad para que no entréis en la tentación” (Mt 26,41): la recomendación desborda el marco de Getsemaní y se dirige a todos los cristianos. A ella corresponde la última petición del padrenuestro: reclama el socorro divino, no sólo en el momento del combate escatológico, sino también a todo lo largo del combate de la vida cristiana.

2. La exhortación a la vigilancia por razón de los peligros de la vida presente se repite diversas veces en las cartas apostólicas (1Cor 16,13; Col 4,2; Ef 6,10-20); está formulada en manera particularmente expresiva en un pasaje que se lec todas las tardes en completas: “Sed sobrios y vigilad, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quién devorar” (1Pe 5,8). Aquí, como en Ef 6,10ss, se designa claramente al enemigo; Satán y sus adláteres, que con un odio implacable, acechan continuamente al discípulo para inducirle a renegar a Cristo. Esté siempre en guardia el cristiano, ore con fe y evite con su renuncia los lazos del adversario. Esta vigilancia se recomienda particularmente a los jefes que tienen responsabilidad de la comunidad; la deben defender contra los “temibles lobos” (Hech 20,28-31).

III. PASAR LA NOCHE EN ORACIÓN.

En Ef 6,18 y Col 4,2 hace san Pablo probablemente alusión a una práctica de las comunidades primitivas, las vigilias de oración: “Haced en todo tiempo por el Espíritu oraciones y plegarias. Ocupad en ello vuestras vigilias con una perseverancia infatigable” (Ef 6,18). La celebración de la vigilia es una realización concreta de la vigilancia cristiana y una imitación de lo que había hecho Jesús (Lc 6,12; Mc 14,38).

Conclusión.

La vigilancia, exigida por la fe en el día del Señor, caracteriza, pues, al cristiano que debe resistir a la apostasía de los últimos días y estar apercibido para recibir a Cristo que viene. Por otra parte, dado que las tentaciones de la vida presente anticipan la tribulación escatológica, la vigilancia cristiana debe ejercerse día tras día en la lucha contra el maligno; exige al discípulo una oración y una sobriedad continuas: “Velad, orad y sed sobrios.”

MARCEL DIDIER