Unidad.

Reconociendo por la fe al Dios único, Padre, Hijo y Espíritu Santo se abre el hombre a la caridad que une al Padre con el Hijo y le comunica el Espíritu (Jn 15,9; 17,26; Rom 5, 5). Esta caridad, uniéndole al Dios único, le convierte en su testigo en el mundo y en cooperador de su designio: unir en el Hijo único a todos los hombres y a todo el universo (Rom 8,29; Ef 1,5.10).

1. LA FUENTE DE LA UNIDAD Y SU RUPTURA POR EL PECADO.

El universo, en su diversidad maravillosa, es obra del Dios creador, cuyo designio se revela en el mandamiento que da al hombre y a la mujer: “Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y dominadla” (Gén 1,28). Se ve cómo en la obra divina se alían multiplicidad y unidad. Para que la creación llegue a su unidad bajo el dominio del hombre, debe éste multiplicarse, y para que el hombre sea fecundo es preciso que se realice en el amor su unidad con la mujer (Gén 2,23s). Pero para realizar este designio debe el hombre mantenerse unido con Dios, reconociendo su dependencia con una fidelidad confiada.

Rehusar esta fidelidad es el pecado fundamental: el hombre lo comete para igualarse con Dios, lo que equivale a negar al Dios único; así rompe con el que, siendo todo amor (Jn 4,16), es la fuente de la unidad. De esta ruptura dimanan las divisiones que van a romper la unidad del matrimonio con el divorcio y la poligamia (Gén 4,19; Dt 24,1), la unidad de los hermanos con la envidia homicida (Gén 4,6ss.24), la unidad de la sociedad con un desacuerdo, cuyo símbolo expresivo es la diversidad de las lenguas (11,9).

II. EN BUSCA DE LA UNIDAD POR LA ALIANZA.

Para remediar esta ruptura escoge Dios a hombres, a los que propone su alianza sellada en la fe (Os 2,22); la fe es, en efecto, la condición de la unión con él y de la colaboración en su obra, esa obra de unidad que no cesa de reanudar llamando a nuevos elegidos: Noé, Abraham (cf. Is 51,2), Moisés, David, el siervo. La ley que da a su pueblo, el rey que le escoge en la casa de David, el templo donde habita con él en Jerusalén, el siervo, al que le da por modelo de fidelidad, tienen por fin procurar la unidad de Israel y permitirle así realizar su misión de pueblo sacerdote (Éx 19,6) y de pueblo testigo (Is 43,10ss).

En efecto, si Dios hace de Israel un pueblo aparte, es para manifestarse por él a las naciones y reunirlas en la unidad de su culto. Incluso la dispersión, con la que debió castigar la infidelidad de Israel, sirve a fin de cuentas para dar a conocer a los paganos el único Dios creador y salvador (Is 45). Sin embargo, para cumplir la misión del pueblo elegido, para devolverle su unidad rota por el cisma a consecuencia de la infidelidad de Salomón al Dios único (1Re 11,31ss) y para reunir a las naciones con él en el mismo culto (Is 56,6ss), será preciso que venga aquel que será a la vez el siervo encargado de unificar a Israel y de salvarcon su muerte a la multitud de los pecadores (Is 42,1; 49,6; 53,10ss), el nuevo David que apacentará el rebaño del Señor) reunido bajo su realeza (Ez 34,23s; 37,21-24), y el Hijo del hombre, cabeza del pueblo de los santos, cuyo reinado eterno se extenderá al universo (Dan 7,31s.27). Gracias a él Sión, esposa única de Yahveh que la ama con un amor eterno, vendrá a ser la madre común de todas las naciones (Sal 87,5, Is 54, 1-10; 55,3ss), cuyo único rey será Yahveh (Zac 14,9).

III. LA REALIZACIÓN DE LA UNIDAD EN LA IGLESIA.

Este elegido de Dios es su Hijo único, Cristo Jesús (Lc 9,35). Une a los que lo aman y creen en él, dándoles su Espíritu y su madre (Rom 5,5; Jn 19,27) y alimentándolos con un solo pan, cuerpo sacrificado en la cruz (1Cor 10, 16s). Así hace de todos los pueblos un solo cuerpo (Ef 2,14-18); hace de los creyentes sus miembros, dotando a cada uno de ellos con carismas diversos con miras al bien común de su cuerpo que es la Iglesia (1Cor 12,4-27; Ef 1,22s), insertándoles como piedras vivas en el único templo de Dios (Ef 2,1-9-22; 1Pe 2,4s). Es el único pastor que conoce a sus ovejas en su diversidad (In 10,3) y, dando su vida, quiere reunir en su rebaño a los hijos de Dios dispersos (Jn 10,14ss; 11,15s).

Por él se restaura la unidad en todos los planos: unidad interior del hombre desgarrado por sus pasiones (Rom 7,14s; 8,2.9); unidad de la pareja conyugal, cuyo modelo es la unión de Cristo y de la Iglesia (Ef 5, 25-32); unidad de todos los hombres, a los que el Espíritu hace hijos del mismo Padre (Rom 8,14ss; Ef 4, 4ss) y que no teniendo sino un corazón y un alma (Hech 4,32), alaban con una sola voz a su Padre (Rom 15,5s; cf. Hech 2,4.11).

Hay por tanto que promover esta unidad que desgarran toda clase de cismas y de herejías (1Cor 1,10; 11, 18-19), pero cuyo fundamento es la única fe en el único Señor (Ef 4,5. 13; cf. Mt 16,16ss). El signo de la única Iglesia, confiada al amor de Pedro (Jn 21,15ss), es su unidad, fruto que llevan los que permanecen en el amor de Cristo y observan fielmente su mandamiento único: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (13,34s); su fidelidad y su fecundidad se miden por su unión con Cristo, semejante a la de los sarmientos con la cepa (15,5-10). La unidad de los cristianos es necesaria para que se revele en ellos al mundo el amor del Padre manifestado por el don de su Hijo único (3,16) y para que todos los hombres sean unos en Cristo (Ef 4,13); entonces se realizará el supremo deseo de Jesús: “Padre, que todos sean uno, como nosotros somos uno” (Jn 17,21ss).

MARC-FRANÇOIS LACAN