Señor.

En la liturgia dirige la Iglesia toda oración a Dios Padre por Jesucristo nuestro Señor. El título de Señor fue atribuido a Jesús desde los principios, según el testimonio de Pablo que recuerda el símbolo primitivo de la fe cristiana: “Jesús es Señor” (Rom 10,9); este nombre expresa, pues, el misterio de Cristo, Hijo del hombre e Hijo de Dios; el AT muestra, en efecto, que Señor (Adonay = Kyrios) no es sólo un título regio, sino un nombre divino.

AT.

El señorío de Yahveh no se limita al pueblo que ha escogido y cuyo rey es (1Sa 8,7s; 12,12); Yahveh es el “señor de los señores” porque es el Dios de los dioses (Dt 10, 17; Sal 136,3). Su señorío no es el de una divinidad Cananea, ligada a la tierra de la que es el Baal (término que designa el poseedor, y por extensión el marido, dueño y señor de su mujer); el nombre de Baal no puede por tanto convenir al Dios de Israel (Os 2,18; si se emplea en Is 54,5, es para designar a Dios como esposo, no de una tierra, sino de su pueblo).

Dios, Señor universal, ejerce su dominio en todo lugar en favor de su pueblo (Dt 10,14-18). Dos nombres expresan su autoridad: melek y adán. El primero significa rey (Is 6, 5; Sal 95,3): la realeza del Dios de Israel se extiende a toda su creación (Sal 97,1), por tanto también a los paganos (Sal 96,10). El segundo nombre significa señor: Dios es Señor de toda la tierra (Jos 3,11; Miq 4,13; Sal 97,5). Se invoca a Dios llamándole “mi señor”; se trata de un título regio (Adoni), que adopta habitualmente la forma Adonai (plural de intensidad) cuado se dirige a Dios; esta invocación, ya presente en los textos antiguos (Gén 15,2.8) traduce la confianza que ponen los servidores de Dios en su absoluta soberanía (Am 7,2; Dt 9,26; Jos 7,7; Sal 140,8). Este título, frecuentemente empleado, acaba por lo demás por convertirse en un nombre propio de Dios.

Cuando por respeto no se pronunció ya el nombre de Yahveh en las lecturas litúrgicas, se le reemplazó por Adonai. De ahí viene sin duda el que los LXX empleen Kyrios, equivalente griego de Adonai, para traducir Yahveh. El título de Kyrios puede, pues, por esta razón tener dos sentidos: unas veces designa el señorío de Yahveh, otras el nombre incomunicable del único Dios verdadero.

NT.

El NT transfiere a Cristo el título Kyrios. Explicar esta transferencia es definir la fe cristiana.

1. La fe de la Iglesia naciente.

A partir del término que se halla en Sal 110,1 había Jesús querido dar a entender que, aun siendo hijo de David, le era superior y anterior (Mat 22, 43ss; cf. Lc 1,43; 2,11). La Iglesia naciente, apoyándose en este mismo salmo, proclama en su predicación el señorío de Cristo, actualizado por su resurrección (Hech 2,34ss). En su oración conserva largo tiempo la invocación aramea primitiva: Marana tha, ¡Señor nuestro, ven!” (1Cor 16,22; Ap 22,20). La luz de pascua, la reflexión sobre la Escritura, he aquí las fuentes de la primera confesión cristiana: “Jesús es Señor” (Rom 10,9; 1Cor 12,3; Col 2,6). Jesús merece el título supremo de Marana y de Kyrios, en cuanto mesías entronizado en el cielo, que inaugura su reinado por el don del Espíritu (Hech 2,33) y está siempre presente a su Iglesia en la asamblea eucarística en tanto llega el juicio (10,42). Aho ra bien, esta soberanía de Cristo,. en el primer plano en el título Kyrios, es la de Dios mismo, tanto que se transfiere al “Señor de todos” (10,36) lo que convenía a Yahveh solo, por ejemplo, la invocación del hombre (2,20s), o los gestos y fórmulas de la adoración (Flp 2,10 = Is 45,23; Jn 9,38; Ap 15,4).

2. Pablo transmite a Corinto el Marana tha del cristianismo palestinense, mostrando con ello que de éste le viene su concepción de Jesús-Señor, y no del helenismo, que daba este título a los dioses y al emperador (cf. Hech 25,26). Como Pedro, en su predicación, se apoya en el salmo 110 (1Cor 15,25; Col 3,1; Ef 1,20) y da a Kyrios un valor doble, real y divino, Jesús, rey, es señor de todos los hombres (Rom 14,9), de todos sus enemigos, las potestades (Col 2,10.15) o la muerte (1Cor 15, 24ss.57; cf. 1Pe 3,22), de los amos humanos, que representan al único verdadero amo cerca de sus esclavos (Col 3,22-4,1; Ef 6,5-9); señor, finalmente, de la Iglesia, su propio cuerpo, al que domina y alimenta (Col 3,18; Ef 1,20ss; 4,15; 5,22-32). También todo el universo, cielos, tierra, infiernos, proclama que Jesús es señor (Flp 2,10s). Este último título asegura el valor divino del título: Jesús, que era “de condición divina”, después de haberse hecho esclavo es exaltado por Dios y recibe de él “el nombre por encima de todo nombre”, irradiación de la divinidad sobre su humanidad glorificada, que funda su soberanía universal.

Partiendo de este doble valor real y divino, la fórmula de fe “Jesús es señor”, adopta un matiz de protesta contra las pretensiones imperiales a la divinidad: hay kyrioi entre les “pretendidos dioses”, pero Jesús es el único kyrios absoluto (1Cor 8,5s), al que están sometidos los otros. El Apocalipsis hace comprender también que el título “señor de los señores”, testimoniado hacía ya mucho tiempo en Oriente (hacia 1100 antes de J.C.), no. conviene al emperador divinizado, sino a sólo Cristo, como al Padre (Ap 17,14; 19,16; cf. Dt 10,17; 1Tim 6,16).

Lucas, proyectando la luz de pascua sobre los acontecimientos de la vida de Cristo, se complace en designar a Jesús bajo su título de Señor (Lc 7,13; 10,39.41...); Juan lo utiliza con menos frecuencia (Jn 11,2), pero muestra al discípulo al que amaba Jesús descubriendo al señor en aquel que se hallaba en la ribera (21,7), y a Tomás proclamando que Jesús resucitado es a la vez el Señor de los creyentes y verdadero Dios: “¡Señor mío y Dios mío!” (20,28).

PAUL TERNANT