Seguir.

Seguir a Dios es andar por los caminos de Dios, por los que condujo a su pueblo en tiempos del éxodo, los que trazará su Hijo para condu cir a todos los hombres al término del nuevo y verdadero Éxodo.

1. La vocación de Israel.

Saliendo de Egipto respondía el pueblo a Yahveh que lo llamaba a seguirle (cf. Os 11,1). En el desierto camina Israel detrás de Yahveh, que le guía en la columna de nube y en la columna de fuego (Éx 13,21), que envía a su ángel para abrir un camino a su pueblo (Éx 23,20.23). Israel oye sin cesar este llamamiento a seguir a Yahveh, como la prometida sigue a su prometido (Jer 2,2), como el rebaño sigue a su pastor (Sal 80,2), como el pueblo sigue a su rey (2Sa 15,13; 17,9), como el fiel sigue a su Dios (1Re 18,21).

En efecto, seguir significa adhesión total y sumisión absoluta, es decir, fe y obediencia. Por eso el hombre que no dudó jamás, Caleb, es recompensado por haber “seguido plenamente a Yahveh” (Dt 1,36); David, que observó los mandamientos, es el modelo de los que siguen a Dios con todo su corazón (1Re 14,8). Cuando el rey Josías y todo el pueblo se comprometen a vivir según la alianza, deciden “seguir a Yahveh”.

En adelante el ideal del fiel será siempre seguir los caminos del Señor” (Sal 18,22; 25...). Seguir a Yahveh es por tanto exigencia de fidelidad. Yahveh es, en efecto, un Dios celoso: prohibe seguir a otros dioses, es decir, darles culto e imitar las prácticas de sus fieles (Dt 6,14). Ahora bien, Israel presta oído a los llamamientos de los dioses locales; apenas llegado a Canaán, los Baales disputan su corazón al Dios del Sinaí (Dt 4,3). Así “cojea de las dos piernas” hasta que resuena violentamente la voz profética: “Si Yahveh es Dios, seguidle; si lo es Baal, seguidle” (1Re 18,21). A ejemplo de Elías los profetas reprochan sin cesar a Israel “el prostituirse y desviarse de seguir a Yahveh” (Os 1,2) y “seguir a dioses extranjeros” (Ter 7, 6.9; 9,13; 11,10). Predicando la conversión invitan a volver al camino que había seguido Israel en los tiempos del Éxodo (Os 2,17), a volver en pos de Yahveh.

2. En seguimiento de Cristo.

a) Los primeros pasos.

“¡Seguidme!”, dijo Jesús a Simón y a Andrés, a Santiago y a Juan, a Mateo, y su palabra, llena de autoridad, arrancó su adhesión (Mc 1,17-20; 2,14).

Una vez discípulos de Jesús, serán iniciados progresivamente en el secreto de su misión y en el misterio de su persona. En efecto, seguir a Jesús no es sólo adherirse a una enseñanza moral y espiritual, sino compartir su destino. Ahora bien, los discípulos están sin duda prontos a compartir su gloria: “Hemos dejado todo para seguirte; ¿qué nos corresponderá, pues?” (Mt 19,27); pero deben aprender que antes han de compartir sus pruebas, su pasión. Jesús exige el desasimiento total: renuncia a las riquezas y a la seguridad, abandono de los suyos (Mt 8, 19-22; 10,37; 19,16-22), sin reservas ni miradas atrás (Lc 9,61s). Exigencia a la que todos pueden ser llamados, pero a la que no todos responden, como en el caso del joven rico (Mt 19,22ss).

b) Hasta el sacrificio.

El discípulo, habiendo así renunciado a los bienes y a los lazos del mundo, aprende que debe seguir a Jesús hasta la cruz. “Si alguien quisiere venir en pos de mí, renuncie a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24 p). Jesús, exigiendo a sus discípulos tal sacrificio, no sólo de los bienes, sino también de su persona, se revela como Dios y acaba de revelar hasta dónde van las exigencias de Dios. Pero a estas exigencias no podrán responder los discípulos sino cuando Jesús haya hecho el primero el gesto del sacrificio. Esto es lo que Pedro, pronto en espíritu a querer seguir a Jesús a dondequiera que vaya, y no menos pronto a abandonarlo como los otros discípulos (Mt 26,35.56), sólo podrá comprender “más tarde” (Jn 13,36ss), cuando haya abierto Jesús el camino con su muerte y su resurrección: entonces irá Pedro adonde no había pensado antes (Jn 21,18s).

c) Creer e imitar.

Los teólogos del NT transpusieron la metáfora. Para Pablo, seguir a Cristo es conformarse con él en su misterio de muerte y de resurrección. Esta conformidad, a la que estamos predestinados por Dios desde toda la eternidad (Rom 8,29), se inaugura en el bautismo (Rom 6,3ss) y debe profundizarse por la imitación (1Cor 11,1), la comunión voluntaria en el sufrimiento, en medio del cual se despliega el poder de la resurrección (2Cor 4,10s; 13, 4; Flp 3,10s; cf. 1Pe 2,21).

Según Juan, seguir a Cristo es entregarle la fe, una fe entera, fundada en su sola palabra y no en signos exteriores (Jn 4,42), fe que sabe superar las vacilaciones de la sabiduría humana (Jn 6,2.66-69); es seguir la luz del mundo tomándola por guía (Jn 8,12); es situarse entre las ovejas que reúne en un solo rebaño el único pastor (Jn 10,1-16).

Finalmente, el creyente que sigue a los apóstoles (Hech 13,43) comienza así a seguir a Cristo “dondequiera que va” (Ap 14,4; cf. Jn 8,21s) hasta penetrar en pos de él, “en el otro lado del velo, donde entró él como precursor” (Heb 6,20). Entonces se realizará la promesa de Jesús: “Si alguien me sirve, sígame, y donde yo estoy, allí estará también mi servidor” (Jn 12,26).

CHARLES AUGRAIN