Satán

Con el nombre de Satán (el adversario, sacan en hebr,) o del diablo (el calumniador, diabolos en gr.), dos nombres que tienen poco más o menos la misma frecuencia en el NT, designa la Biblia a un ser personal, pero cuya acción o influencia se manifiesta ya en la actividad de otros seres (demonios o espíritus impuros), ya en la tentación.

Por lo demás, en este punto la Biblia, a diferencia del judaísmo tardío y de la mayoría de las literaturas del antiguo Oriente, da prueba de extremada sobriedad, limitándose a instruirnos sobre la existencia de este personaje y de sus ardides, así como de los medios con que precavernos contra ellos.

1. EL ADVERSARIO DEL DESIGNIO DE DIOS SOBRE LA HUMANIDAD.

El AT sólo habla raras veces de Satán, y lo hace de forma que, salvaguardando la trascendencia del Dios único, evita cuidadosamente todo lo que hubiera podido inclinar a Israel a un dualismo, al que propendía con demasiada facilidad. Más que como un adversario propiamente dicho aparece Satán como uno de los ángeles de la corte de Yahveh, que desempeña en el tribunal celestial una función análoga a la del fiscal, encargado de hacer respetar en la tierra la justicia y los derechos de Dios. Sin embargo, bajo este pretendido servicio de Dios se entrevé ya en Job 1-3 una voluntad hostil, si no a Dios mismo, por lo menos al hombre y a su justicia: no cree en el amor desinteresado (Job 1,9); sin ser un “tentador”, cuenta con que Job sucumba; secretamente lo desea y se siente que se gozaría de ello. En Zac 3.1-5 el acusador se transforma en verdadero adversario de los designios de amor de Dios acerca de Israel: par i que éste se salve debe primero el ángel de Yahveh imponer silencio al adversario en nombre de Dios mismo: lmperet tibi Dominus (cf. Jds 9).

Ahora bien, por otra parte, el lector de la Biblia sabe que un misterioso personaje desempeñó un papel capital en los orígenes de la humanidad. El Génesis sólo habla de la serpiente. Criatura de Dios “como todas las otras” (Gén 3,1), esta serpiente está, sin embargo, dotada de una ciencia y de una habilidad que superan a las del hombre. Desde su entrada en escena, se la presenta sobre todo como el enemigo de la naturaleza humana. Envidiosa de la felicidad del hombre (cf. Sab 2,24), llega a sus fines utilizando ya las armas que serán siempre las suyas, astucia y mentira: “el más astuto de todos los animales de los campos” (Gén 3, 1), “seductor” (Gén 3,13; Rom 7,11; Ap 12,9; 20,8ss), “homicida y mentiroso desde el principio” (Jn 8,44). A esta serpiente da la sabiduría su verdadero nombre: es el diablo (Sab 2,24).

II. EL ADVERSARIO DE CRISTO.

Ya en este primer episodio de su historia entrevé, no obstante, la humanidad vencida que un día ella también triunfará de su adversario (Gén 3,15). La victoria del hombre sobre Satán es, en efecto, el fin mismo de la misión de Cristo, venido para “reducir a la impotencia al que tenía el imperio de la muerte, el diablo” (Heb 2,14), para “destruir sus obras” (Jn 3,8) o, dicho con otras palabras, para sustituir por el reino de su Padre el reino de Satán (1Cor 15,24-28; Col 1,13s). También los evangelistas presentan su vida pública como un combate contra Satán. La lucha comienza con el episodio de la tentación, en el que, por primera vez desde la escena del paraíso, un hombre. representante de la humanidad, “hijo de Adán” (Le 3,38) se halla cara a cara con el diablo. Esta lucha se afirma en las liberaciones de posesos (cf. demonios), prueba de que “ha llegado el reino de Dios” (Me 3,22ss) y de que el de Satán ha llegado hasta en las meras curaciones de enfermos (cf. Hech 10,38). Se prosigue también, más solapada, en el enfrentamiento que pone a Cristo en oposición con los judíos incrédulos, verdaderos “hijos del diablo” (Jn 8, 44; cf. Mt 13,38), “engendros de víboras” (Mt 3,7ss; 12,34; 23,23). Alcanza su paroxismo en la hora de la pasión. Lucas relaciona ésta con la tentación (Le 4,13; 22,53) y Juan subraya el papel de Satán (Jn 13,2.27; 14,30; cf. Le 22,3.31) sólo para proclamar su derrota final Satán parece dirigir el juego; pero en realidad “no tiene ningún poder sobre Cristo”: todo es obra del amor y de la obediencia del Hijo (Jn 14,30; cf. redención). En el momento preciso en que se cree seguro de su victoria es “derrocado” el “príncipe de este mundo” (Jn 12,31: cf. 16,11; Ap 12,9-13); el imperio del mundo que una vez había osado ofrecer a Jesús (Le 4,6), pertenece ahora ya a Cristo muerto y glorificado” (Mt 28,18; cf. FIp 2,9).

III. EL ADVERSARIO DE LOS CRISTIANOS.

Si bien la resurrección de Cristo consagra la derrota de Satán, el combate no se acabará según Pablo sino con el último acto de la “historia de la salvación”, el “día del Señor”, cuando “el Hijo, habiendo reducido a la impotencia a todo principado y a toda potestad y a la muerte misma, entregue el reino a su Padre, a fin de que Dios sea todo en todos” (1Cor 15,24-28).

Como Cristo, también el cristiano tendrá que habérselas con el Adversario. Éste impide a Pablo ir a Tesalónica (1Tes 2,18), y “el aguijón clavado en su carne”, obstáculo a su apostolado, es “un mensajero de Satán” (2Cor 12,7-10). Ya el Evangelio lo había identificado con el enemigo que siembra la cizaña en el campo del padre de familia (Mt 13,39), o que arranca del corazón de los hombres la semilla de la palabra de Dios, “no sea que crean y se salven” (Mc 4,15 p). Pedro, a su vez, lo representa como un león hambriento que ronda sin cesar en torno a los fieles buscando a quién devorar (1Pe 5,8). Como en el paraíso, desempeña esencialmente el papel de un tentador que se esfuerza por inducir a los hombres al pecado (1Tes 3,5; 1Cor 7,5) y por oponerlos así a Dios mismo (Hech 5,3). Más aún: Pablo, tras este poder personificado al que llama el pecado, parece suponer ordinariamente la acción de Satán, padre del pecado (comp. Rom 5,12 y Sab 2.24; Rom 7,7 y Gén 3,13). Finalmente, si es cierto que el anticristo está ya en acción en la tierra, es el poder de Satán el que se oculta tras su acción maléfica (2Tes 2,7ss).

De este modo el cristiano - y tal es la tragedia de su destino - debe elegir entre Dios y Satán, entre Cristo y Belial (2Cor 6,14), entre el “maligno” y el “verdadero” (1Jn 5,18s). El último día estará para siempre con el uno o con el otro.

Satán, espíritu temible por sus “ardides”, sus “trampas”, sus “engaños”, sus “maniobras” (2Cor 2,11; Ef 6, 11; 1Tim 3,7; 6,9...), gustando de “disfrazarse de ángel de 1uz” (2Cor 11,14), es, con todo, un enemigo vencido. El cristiano, unido a Cristo por la fe (Ef 6,10) y la oración (Mt 6, 13; 26,41 p) - oración que, por lo demás, es sostenida por la de Jesús (Lc 22,32; cf. Rom 8,34; Heb 7, 25) -, está seguro de triunfar; sólo será vencido el que consienta en serlo (Sant 4,7; Ef 4,27).

Al final de la revelación ofrece el Apocalipsis, particularmente a partir del cap. 12, una como síntesis de la enseñanza bíblica sobre este Adversario, contra el que, desde los orígenes (Ap 12,9) hasta el término de la historia de la salvación, debe combatir la humanidad. Satán, impotente ante la mujer y ante aquel al queella da a luz (12,5s), se ha vuelto contra “el resto de su descendencia” (12,17); pero el aparente triunfo que le procuran las ilusiones del anticristo (13-17) acabará con la victoria definitiva del cordero y de la Iglesia, su esposa (18-22): Satán será arrojado con la bestia y el falso profeta, con la muerte y el Hades, con todos los hombres que hayan sucumbido a sus ardides, en el estanque de azufre ardiente, que es la muerte segunda (Ap 20,10.14s).

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