Reposo.

La existencia del hombre consta alternativamente de trabajo y de reposo, de agitación y de quietud; parece ser que para vivir plenamente deben coexistir los contrarios, la búsqueda y el goce, la caza y la captura, el deseo y el abrazo. Si halla el hombre, es para buscar de nuevo, insaciablemente; el Eclesiastés, conoce esta situación, pero rechaza este vaivén, en espera de la muerte, que ha de poner fin a la vanidad: “día y noche no tiene reposo el hombre; ¿para qué buscar, puesto que no se alcanza nunca?” (Ecl 8,16s); le basta con disfrutar bajo la mirada de Dios, del modesto goce del momento presente (2,24; 9,7-10). La tradición bíblica en su conjunto mantiene, no obstante, la alternancia y descubre su sentido: lo que en el hombre es sucesión y fatiga, coincide, purificado, en Dios. El verdadero reposo no es cesación, sino consumación de la actividad; entonces viene a ser ya acá en la tierra un gusto anticipado del cielo.

1. REPOSO Y TRABAJO.

Desde los orígenes debió Israel “santificar el sábado” (Éx 20,8), consagrar al Señor un día de reposo, aunque fuera en tiempo de las faenas del campo y de la recolección (34,21). Dos motivos principales se dieron de este precepto.

1. Reposo, signo de liberación.

El código de la alianza precisa que se debe dejar reposar a los animales y a los trabajadores (23,12). A este motivo humanitario añade el Deuteronomio un motivo de orden histórico: Israel debe así acordarse de que fue liberado de los trabajos forzados de Egipto (Dt 5,15). Reposar es signo de libertad.

2. Reposo, participación del reposo del Creador.

Según la tradición sacerdotal, el hombre que observa el sábado imita a Dios, que después de haber creado el cielo y la tierra “descansó y cobró aliento el séptimo día”; esta observancia es un “signo que une a Yahveh y a sus fieles” (Éx 31,17; Gén 2,2s). Si, pues, el sábado santifica, es que Dios lo santifica (cf. Ez 20,12). Reposar es mostrarse imagen de Dios: esto significa que uno no es sólo libre, sino también hijo de Dios.

3. Reposo y fiesta.

El sábado no consiste sencillamente en cesar en el trabajo, sino en aplicar las fuerzas a celebrar con gozo al creador y al redentor. Puede llamarse “delicia”, pues el que lo ponga en práctica “hallará en Dios sus delicias” (ls 58,13s). El sábado podía hacer entrar en el misterio de Dios; pero para identificar el reposo sabático con Dios mismo habrá que aguardar la venida de Cristo.

II. HACIA EL REPOSO DE DIOS.

Por otro camino fue llevado Israel a descubrir el carácter espiritual del reposo que se le imponía. Otros temas se mezclarán con el precedente: el del sueño, el de la respiración, del respiro después del peligro o la fatiga. Israel reconocerá que sólo Dios da el reposo después de las inquietudes del nomadeo, de la guerra o del exilio.

1. La tierra prometida, figura del reposo de Dios.

Los hebreos, saliendo de Egipto huían hacia la tierra de libertad, hacia el reposo después de la esclavitud; este reposo desesperado debía ser fruto de una lenta conquista (p.e., Jue 1,19.21; cf. Jos 21,43s), hasta que el rey David quede por fin “desembarazado de todos sus enemigos” (2Sa 7,1). Salomón pudo exclamar con motivo de la consagración del templo: “¡Bendito sea Yahveh que ha concedido reposo a su pueblo Israel según todas sus promesas!” (1Re 8,56): en el tiempo del “hombre de paz” da Dios a Israel “paz y quietud” (1Par 22,9). Ahora ya se puede “vivir a sus anchas, cada uno bajo su viña y su higuera” (1Re 4,20; 5,5). Reposo todavía muy terrenal, pero garantizado por Yahveh, que decidió tomar él mismo su reposo en el templo (Sal 132,14): buscó a los que le buscaban y les otorgó el reposo (2Par 14,6).

La fidelidad a la alianza condiciona, pues, la naturaleza y la duración del reposo en la tierra. Ahora bien, éste degeneró pronto en abandono y en rebelión contra Dios (Dt 32,15; Neh 9,25-28); siendo así que la salvación está en la conversión y en la calma (Is 30,15), Ajaz tiene miedo de los enemigos de Yahveh (7,2.4) y cansa a Dios por su falta de fe (7,13). Consiguientemente pesa sobre el pueblo la amenaza del exilio y del nomadeo; pero después de las penas del castigo el pueblo comprende mejor que será liberado por Yahveh en persona (Jer 30,10s); e Israel va a marchar de nuevo hacia su reposo (31,2), hacia la danza, la alegría, el consuelo y la saturación de bendiciones (31,12s). El pastor conduce sus ovejas a los buenos pastos (Ez 34,12-16; Is 40,10s). En esta perspectiva, Dios, que da, adquiere más importancia que la tierra dada: Israel se encamina hacia el reposo de Dios.

2. Gusto anticipado del reposo definitivo.

Israel no aguardó la venida del día del Señor para descubrir por diversos caminos los goces del reposo espiritual. En la persecución (Sal 55,8), en la prueba (66,12) o en la experiencia de su nada (39,14) el salmista pide a Dios que le deje “respirar un poco”, o hallar “el reposo de su carne” (16,9); se abandona al pastor que conduce a las aguas del reposo (23,1ss). Este reposo interior lo ofrece la Ley: tomar el camino del bien es “hallar el reposo” (Jer 6,16). Los pobres podrán “apacentarse y reposar sin que nadie les moleste” (Sof 3,13); por el contrario, los malos se parecen a un mar atormentado que no puede calmarse (Is 57,20).

A partir de la experiencia del amor, que es a la vez búsqueda y abrazo, afán y goce, la esposa del Cantar sueña con la hora de mediodía, la del pleno reposo que pone fin al errar (Cant 1,7); en realidad, unas veces se dice enferma de amor entre los abrazos del amado (2,5s), otras persigue perdidamente al que pensaba no dejar jamás (3.1s.4). Cierto que gusta ya la presencia del amado, pero no se verá libre de estas vicisitudes y de esta alternancia hasta que el amado la haga pasar por la muerte (8,6). Por su parte la Sabiduría promete el reposo a quien la busca; después de la persecución viene la captura (Eclo 6,28); y si el sabio observa que “ha tenido poco trabajo para procurarse mucho reposo” (Eclo 51,27), es que la Sabiduría se ha adelantado tomando a Israel por lugar de su propio reposo, de un reposo que es soberana actividad (24,7-11).

Este gusto anticipado del reposo de Dios ¿bastaba a Job para superar sus pruebas? Dios no le dejaba “tomar aliento” (Job 9,18); ¿cómo no había de desear la muerte y su “sueño reposador” (3,13)? Todo cambiará cuando la luz de la resurrección penetre en las tinieblas de la tumba: “Y tú camina, tómate tu descanso y te levantarás al fin de tus días” (Dan 12,13). Ahora ya el sueño de la muerte es para el creyente un gusto anticipada del reposo de Dios.

III. JESUCRISTO, REPOSO DE LAS ALMAS.

1. Reposo y redención.

Contra los fariseos, restaura Jesús el verdadero sentido del sábado: “el sábado se ha hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (Mc 2,27), y por tanto para salvar la vida (3,4): el reposo debe significar la liberación del hombre y magnificar la gloria del creador. Jesús da a este signo su verdadero sentido curando en tal día a los enfermos: “libera” a la mujer “ligada” hacía ya muchos años (Lc 13,16). De este modo se muestra “dueño del sábado” (Mt 12,8), pues realiza aquello que figuraba el sábado: por Cristo significa el reposo la liberación de los hijos de Dios. Para merecernos esta liberación y este reposo quiso el “redentor no tener donde reposar (klinein) la cabeza” (Mt 8,20), como se la reclina sobre una “yacija” (kline); no la “reposará” (klinein) hasta el momento de la muerte (Jn 19,30), y entonces sobre la cruz.

2. Revelación del reposo de Dios.

Para justificar su actividad y su reposo dice Jesús: “Mi Padre trabaja sin cesar y yo también trabajo” (Jn 5,17). En Dios no se excluyen trabajo y reposo, sino que expresan el carácter transcendente de la vida divina; tal es el misterio que anunciaba la Sabiduría en reposo al mismo tiempo que trabajaba (Eclo 24,11). El trabajo de Cristo y de los obreros de las mies consiste en socorrer con gozo a las ovejas fatigadas y abatidas (Mt 9,36; cf. Jn 4,36ss), pues Jesús ofrece el reposo a las almas que acuden a él (Mt 11,29).

3. El reposo del cielo.

El “reposo de Dios” que los hebreos habían creído alcanzar penetrando en la tierra prometida, estaba reservado al “pueblo de Dios”, a los que se mantuvieran fieles y obedientes a Jesucristo: tal es el comentario del salmo 95 que hace la carta a los Hebreos (Heb 3,7-4,11). Este reposo es el cielo, en el que entran “los muertos que mueren en el Señor: ahora ya reposen de sus fatigas, pues sus obras les acompañan” (Ap 14, 13). Por lo demás, reposar en el cielo no es cesar en la propia actividad, sino perfeccionarla: al paso que los adoradores de la bestia no conocen reposo ni de día ni de noche (14,11), los vivientes no cesan de repetir, día y noche, la alabanza del Dios tres veces santo (4,8).

XAVIER LÉON-DUFOUR