Parábola.

Desde la Iglesia primitiva, se llama parábola una historia contada por Jesús para ilustrar su enseñanza. En la base de la voz griega parabole hay la idea de comparación. Es verdad que el genio oriental gusta de hablar e instruir en forma de comparación; también tiene afición al enigma que quiere picar la curiosidad e incitar a la búsqueda; de estos gustos hallamos el eco en los libros bíblicos, particularmente en las sentencias de los sabios (Prov 10,26; 12,4; Jue 14,14). Sin embargo, no es esto lo esencial para explicar el género parabólico: hay que comprender la parábola como la escenificación de símbolos, es decir, de imágenes tomadas de las realidades terrestres para significar las realidades reveladas por Dios (la historia sagrada, el reino...), imágenes que las más de las veces reclaman una explicación en profundidad.

I. LOS SÍMBOLOS EN LA HISTORIA SAGRADA.

1. Extensión del procedimiento.

Israel, desde los comienzos de su historia, se hallaba ante este trance de tener que hablar con una mentalidad muy concreta, del Dios transcendente que no admitía representación sensible (Ex 20,4). Había, pues, constantemente que evocar la vida divina partiendo de las realidades terrenales. Los antropomorfismos, tan numerosos en los viejos textos, son comparaciones implícitas que contienen en germen verdaderas parábolas (Gén 2,7s.19.21...). Serán más raros en lo sucesivo, pero el empeño en comparar será por ello precisamente más fuerte (Ez 1,26ss). La vida misma del hombre, en su aspecto moral y religioso, tenía necesidad de estos paralelismos. Los profetas los usan abundantemente tanto en sus invectivas (Am 4,1; Os 4,16; Is 5,18) como para enunciar las promesas divinas (Os 2,20s; Is 11,6-9; Jer 31,21...); al mismo tiempo gustan de las acciones simbólicas, es decir, de las predicaciones escenificadas (Is 20,2; Jer 19,10; Ez 4-5). Verdaderas parábolas se hallan también en los libros históricos (Jue 9,8-15; 2Sa 12,1-4; 14,5ss), y abundan entre las sentencias de los sabios (Prov 10,26; 12,4...). El procedimiento se amplía en el judaísmo tardío hasta convertirse en los rabinos en un verdadero método pedagógico. Un hecho imaginativo o una historia del pasado vienen en apoyo de cualquier enseñanza, y se introducen con la fórmula: “¿A qué se parece esto?” Jesús entra dentro de este movimiento, poniendo frecuentemente empeño en expresar bajo forma de comparación los elementos de su doctrina. “¿Con qué compararé?” (Mt 4,30; Lc 13,18). “El reino de los cielos es semejante...” (Mt 13,24.31).

2. Alcance religioso de las parábolas.

Los profetas, ilustrando con las realidades concretas de la vida cotidiana su enseñanza sobre el sentido de la historia sagrada, hacen de ellas verdaderos temas: el pastor, el matrimonio, la viña, que se encuentran también en las parábolas evangélicas. El amor gratuito y benévolo de Dios, las reticencias del pueblo en su respuesta forman la trama de estas amplificaciones en imágenes (p.c., Is 5,1-7; Os 2; Ez 16). aunque también se pueden hallar en ellas alusiones más precisas a tal o cual actitud de vida moral (Prov 4, 18s; 6,6-11; 15,4), o a una determinada situación social (Jue 9,8-15). En el Evangelio se centra la perspectiva en la realización definitiva del reino de Dios en la persona de Jesús. De ahí el grupo importante de las parábolas del reino (sobre todo Mt 13,1-50 p; 20,1-16; 21,33-22,14 p; 24,45-25,30).

3. Parábola y alegoría.

Se da el caso de que el recurso a la comparación no se relacione sólo con el conjunto de una historia, de la que se deduce una lección global, sino que todos los detalles tengan una significación propia, que requiere una interpretación particular. Entonces la parábola se convierte en alegoría. Tal es el caso de ciertos textos del AT (p.e., Ez 17), y este procedimiento se halla también en los símiles del cuarto Evangelio (In 10,1-16; 15,1-6). En realidad es frecuente que las parábolas comporten por lo menos algunos rasgos alegóricos; así Jesús cuando habla de Dios y de Israel bajo los rasgos del amo de la viña (Mt 21,33 p). Los evangelistas acentúan este carácter al sugerir ya una interpretación; así Mateo alegoriza en “nuestro Señor” el “Señor de la casa” del que Jesús hablaba en parábola (Mt 24,42; Mc 13,35) y Lucas refiere la parábola del buen samaritano en términos que hacen, pensar en Cristo (Lc 10,33.35).

II. LA PRESENTACIÓN APOCALÍPTICA.

1. En la profecía del AT.

Mucho más que a los enigmas de los sabios (1 Re 10,1-3; Eclo 39,3), hay que recurrir a la presentación voluntariamente misteriosa de escritos tardíos, para explicar el carácter enigmático de ciertas parábolas evangélicas. A partir de Ezequiel el anuncio profético del porvenir se transforma poco a poco en apocalipsis, es decir que envuelve voluntariamente el contenido de la revelación en una serie de imágenes que tienen necesidad de explicación para poderse comprender. La presencia de un “ángel-intérprete” hace generalmente resaltar la profundidad del mensaje y su dificultad. Así la alegoría del águila en Ez 17,3-10, llamada “enigma” y “parábola” (mala() es explicada luego por el profeta (17,12-21). Las visiones de Zacarías comportan un ángel-intérprete (Zac 1,9ss; 4,5s...) y sobre todo las grandes visiones apocalípticas de Daniel, en las que se supone constantemente que el vidente no comprende (Dan 7,15s; 8,15s; 9,22): Así se llega a un esquema tripartito: símbolo - petición de explicación - aplicación del símbolo a la realidad.

2. En el Evangelio.

El misterio del reino y de la persona de Jesús es tan nuevo que no puede tampoco manifestarse sino gradualmente y según la diversa receptividad de los oyentes. Por eso Jesús, en la primera parte de su vida pública, recomienda a este propósito el “secreto mesiánico”, tan fuertemente puesto de relieve por Marcos (Mc 1,34.44; 3,12; 5,43...). Por eso también gusta de hablar en parábolas que, aun dando una primera idea de su doctrina, obligan a reflexionar y tienen necesidad de explicación para ser perfectamente comprendidas. Así se llega a una enseñanza en dos grados bien marcada por Mc 4,33-34; el recurso a los temas clásicos (el rey, el festín, la viña, el pastor, la siembra...) pone sobre el camino a los oyentes en conjunto; pero los discípulos tienen derecho a un profundizamiento de la doctrina, dado por Jesús mismo. Sus preguntas recuerdan entonces las intervenciones de los videntes en los apocalipsis (Mt 13,10-13.34s.36.51; 15, 15; cf. Dan 2,18s; 7,16). Así las parábolas aparecen como una mediación necesaria para que la razón se abra a la fe: cuanto más penetra el creyente el misterio revelado, tanto más entra en la inteligencia de las parábolas; y a la inversa, cuanto más rechaza el hombre el mensaje de Jesús, tanto más se le cierra el acceso a las parábolas del reino. Los evangelistas subrayan este hecho cuando, impresionados por el endurecimiento de numerosos judíos frente al Evangelio, muestran a Jesús respondiendo a los discípulos con una cita de Isaías: las parábolas ponen de relieve la obcecación de los que deliberadamente se niegan a abrirse al mensaje de Cristo (Mt 13,10-15 p). Sin embargo, además de estas parábolas emparentadas con los apocalipsis, hay otras más claras que quieran dar enseñanzas morales accesibles a todos (así (Lc 8,16ss; 10, 30-37; 11,5-8).

III. LA INTERPRETACIÓN DE LAS PARÁBOLAS.

Poniéndose en este contexto bíblico y oriental en que hablaba Jesús y atendiendo a su voluntad de enseñanza progresiva, resulta más fácil interpretar las parábolas. Su materia son los humildes hechos de la vida cotidiana, pero también, y quizá sobre todo, los grandes acontecimientos de la historia sagrada. Sus temas clásicos, fáciles de descubrir, están ya cargados de sentido por su trasfondo de AT en el momento en que Jesús los utiliza. Ninguna inverosimilitud debe asombrar en relatos, compuestos libremente y total mente ordenados a la enseñanza; el lector no debe extrañarse de la actitud de ciertos personajes presentados para evocar un razonamiento a fortiori o a contrario (p.e., Lc 16,1-8, 18,1-5). En todo caso hay que ilustrar en primer lugar el aspecto teocéntrico, y más precisamente cristocéntrico, de la mayoría de las parábolas. Sea cual fuere la medida exacta .de la alegoría, en definitiva es el Padre de los cielos (Mt 21,28; Lc 15,11) o Cristo mismo - sea en su misión histórica (el “sembrador” de Mt 13,3.24.31 p), sea en su gloria futura (el “ladrón” de Mt 24,43; el “amo” de Mt 25,14; el “esposo” de Mt 25,1) - al que las más de las veces debe evocar el personaje central; y cuando hay dos, son el Padre y el Hijo (Mt 20,1-16; 21,33. 37; 22,2). Tan cierto es que el amor del Padre testimoniado a los hombres por el envío de su Hijo es la gran revelación aportada por Jesús. Para esto sirven las parábolas, que muestran el remate perfecto que el nuevo reino da al designio de Dios sobre el mundo.

 

DANIEL SESBOÜÉ