Nuevo.

La idea de novedad se expresa en griego con dos términos diferentes: neos, nuevo en el tiempo, reciente, joven (de donde, también, sin madurez); kainos, nuevo en su naturaleza, por tanto cualitativamente mejor. Las dos palabras se aplican en la Biblia a las realidades de la salvación: la primera subraya su carácter de presencia reciente en comparación con lo pasado; la segunda, mucho más frecuente, las describe como realidades muy distintas, maravillosas, divinas, pues el hombre y la tierra envejecen como un vestido (Eclo 14,17; Is 50,9; 51,6), pero en Dios nada es caduco, todo es nuevo.

1. NOVEDAD Y SANTIDAD.

Dado que toda la creación pertenece a Dios, las cosas nuevas, todavía no profanadas por el uso, tienen un carácter sagrado: las primicias de las cosechas y los recién nacidos se reservan a Dios (Dt 26,1-11; Éx 13,11ss); ciertos sacrificios se hacen con animales que no han llevado todavía el yugo (Núm 19,2; Dt 21,3); el arca se debe transportar sobre un carro nuevo con animales que no hayan trabajado (iSa 6,7; 2Sa 6,3); y Eliseo, para simbolizar que va a purificar aguas malsanas, se sirve de una vasija nueva llena de sal (2Re 2,20). La misma reverencia para con lo sagrado hace que para sepultar a Jesús se emplee un sepulcro nuevo, “donde no se había todavía puesto a nadie” (Mt 27,60; In 19,41).

I. LA ESPERA DE LOS TIEMPOS NUEVOS

Los israelitas admiran la renovación de la creación con las estaciones y la atribuyen al hábito de Dios (Sal 104,30). Para los tiempos mesiánicos y escatológicos aguardan igualmente un renuevo universal; pero, a diferencia de lo que sucede en la naturaleza, lo “nuevo” será entonces más grande que lo antiguo.

1. Un nuevo Éxodo.

El libro de la Consolación opone a los prodigios de otros tiempos los que van a producirse al retorno del exilio (Is 42, 9); los milagros de la salida de Egipto van a ser superados por los del nuexo Éxodo: Dios va a “hacer algo nuevo... trazar un camino en el desierto, senderos en la soledad” (43,19). Con estos prodigios guiará Yahveh de nuevo a Israel a Palestina (40,3ss) para revelar allí su gloria y establecer por fin su soberanía sobre todos los pueblos (45.14-17.20-25). Estas nuevas realidades deben celebrarse con un canto nuevo (42. 10: Sal 149.1), que toda la tierra debe entonar (Sal 96,1).

2. Nueva creación

El poder que Dios despliega hace considerar a la salvación mesiánica como una nueva creación (Is 41,20); 45,8; 48,6s); el libertador de Israel es su Creador (43,1.15; 54,5), el primero y el último (41,4; 44,6; 48, 12). La Palestina del futuro será como un huerto de Edén (51,3; Ez 36, 35), que los profetas describen con colores paradisíacos (Is 11,6-9; 65, 25; Ez 47,7-12). Después del exilio se esperan incluso “nuevos cielos y una nueva tierra” (Is 65,17; 66,22).

3. Una nueva alianza.

Muchas de las grandes realidades de la antigua alianza adquieren un valor figurativo y anuncian para los tiempos venideros una repetición y un perfeccionamiento de la alianza. Los profetas aguardan a un nuevo David (Ez 34,23s), un nuevo templo (40-43), una nueva tierra Santa (47,13-48,29), una nueva Jerusalén, cuya característica será el amor eterno de Yahveh (Is 54,11-17) y su presencia en medio del pueblo (Ez 48,35). Se llamará a Sión con un nombre nuevo (Is 62,2; 65,15): no se la llamará ya “abandonada”, sino “desposada” (Is 62,4). Yahveh e Israel reanudarán sus relaciones de amor (54, 4-10): “Yahveh crea algo nuevo sobre la tierra: la mujer [Israel] busca a su marido [Yahveh]” (Jer 31,22). Esta alianza será eterna (Is 55,3; 61,8).

Pero será al mismo tiempo una alianza nueva (Jer 31,31-34), diferente de la del Sinaí: estará caracterizada por la purificación de los pecados y por la interioridad de la ley (Ez 36,26s). Tal alianza será posible porque Dios dará al hombre un corazón nuevo y un espíritu nuevo (11,19; 18,31; 36,26). Finalmente, la sabiduría divina es la que opera la renovación de todas las cosas; se derrama en las almas santas para convertirlas en amigos de Dios (Sab 7,27).

III. LA NUEVA ALIANZA MESIÁNICA.

1. Una enseñanza nueva.

Desde los comienzos de la predicación de Jesús llama la atención de sus oyentes la novedad de su enseñanza (Mc 1, 27); viene a llevar a su perfección la ley y los profetas (Mt 5,17); opone la doctrina de los antiguos a la suya (Mt 5,21-48), como un vestido gastado a una ropa nueva, como odres viejos a un vino nuevo, joven (neos, Mt 9,16s p). Lo esencial de la ley permanece vigente, pero debe renovarse con los perfeccionamientos del Evangelio y el espíritu nuevo del reino; los discípulos son como un propietario “que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (Mt 13,52). El precepto de la caridad es a la vez antiguo y nuevo (1Jn 2,7s; 2Jn 5): es antiguo, no ya en cuanto formulado en la ley (Lev 19,18), sino porque los creyentes lo poseen desde su conversión. Jesús lo había llamado “su precepto” (Jn 15,12): en este sentido es un mandamiento nuevo (13,34), porque esta caridad debe en adelante imitar a la de Cristo, que se entregó por nosotros (13,1.34; 15, 12s) y en quien se reveló el amor del Padre (3,16; Un 4,9); es un amor entre hermanos, una participación en el amor de comunión del Padre y del Hijo (Jn 15,9s; 17,26; Un 4,16). 2. La nueva alianza. En la Cena declara Jesús: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre que va a derramarse por vosotros” (Lc 22,20 p; 1Cor 11,25). La alianza del Sinaí había sido ya sellada por la sangre de las víctimas (Éx 24,3-8). La' nueva alianza, que realiza y perfecciona la antigua (Heb 8,1-10,18), fue sellada en la cruz por la sangre de Jesús, víctima perfecta, sumo sacerdote perfecto, mediador de la nueva alianza (Heb 9,15; 12,24). La remisión de los pecados anunciada por los profetas se realiza en el sacrificio de Cristo (Heb 10,11-18). La sangre de la nueva alianza se da en la Eucaristía; pero el vino eucarístico no es sino una anticipación del vino nuevo que se beberá en el cielo en el banquete escatológico (Mt 26,29 p).

Otra característica de la nueva alianza, preparada en la antigua (la ley en el corazón, Dt 30,14), es que no está escrita en tablas de piedra, sino en corazones de carne (2Cor 3,3; cf. Jer 31,33; Ez 36,26s). Pablo subraya la antítesis: la ley mosaica es el “Antiguo Testamento” (2Cor 3,14); opone la ley que mata al Espíritu que vivifica (3,6), la vetustez de la letra a la novedad del Espíritu (Rom 7,6). La nueva alianza es la alianza del Espíritu. Los que estén poseídos por el Espíritu hablarán en lenguas nuevas (Mc 16,17; Hech 2, 4), es decir, en un lenguaje celestial inspirado por el Espíritu.

3. El hombre nuevo.

Toda la obra de redención es una gran renovación. Pero la nueva creación de que hablaban los profetas se precisa: es en primer lugar una renovación del hombre, y a través de él se renovará el universo.

a) Cristo nuevo Adán, da la vida a todos (1Cor 15,22.44-49). Por Adán, cabeza de la humanidad caída, el hombre antiguo era esclavo del pecado (Rom 6,6.17; Ef 4,22); desde la redención, el hombre nuevo es la humanidad renovada en Cristo. En su propia carne creó Cristo a paganos y a judíos en un solo hombre nuevo (Ef 2,15). A imitación de Adán, este hombre nuevo es recreado en la justicia y en la santidad de la verdad (Ef 4,24). Ahora ya todos son uno en Cristo (Col 3,11).

b) También cada cristiano, por razón de su regeneración, puede ser llamado “hechura de Dios” (Ef 2,10). “Si alguno está en Cristo, es una nueva creación; el ser antiguo ha desaparecido, hay un ser nuevo” (2Cor 5,17; Gál 6,15). El nuevo nacimiento tiene lugar por el bautismo (Jn 3,5; Tit 3,5), pero también por la palabra de verdad (Sant 1,18; 1Pe 1, 23), es decir, por la fe, don del. Espíritu (Jn 3,5; 1Jn 5,1.4).

Pablo habla sobre todo de renovación a propósito de la santificación progresiva de los creyentes: “el hombre interior en nosotros se renueva de día en día” (2Cor 4,16). Los bautizados deben purificarse de la vieja levadura para ser una masa fresca y nueva (neos, 1 Cor 5,7), deben despojarse del hombre viejo, revestirse del hombre nuevo (Col 3,10; Ef 4, 22ss) y vivir una vida nueva (Rom 6,4). El ejemplo que se ha de imitar es Cristo, imagen de Dios (Rom 8, 29; 2Cor 3,18; 4,4; Col 1,15). Restaurar en nosotros la imagen del Creador (Col 3,10; Gén 1,27) es lo mismo que revestirse de Cristo (Rom 13,14).

Esta transformación es ante todo obra del Espíritu (Rom 7,6; 8,1-16; Gál 5,16-25). No sólo el baño de regeneración es necesario para la salvación, sino también el nacimiento según el Espíritu (Tit 3,5). El medio de esta renovación es la leche de la palabra de Dios (1 Pe 2,2), la verdad que opera en nosotros la justicia y la santidad (Ef 4,24), la fe (Gál 5, 5s). Así el creyente se encamina hacia ese conocimiento que renueva gradualmente en él la imagen del que lo creó (Col 3,10).

c) A través del cristiano debe extenderse al universo entero la obra de renovación. Cristo reconcilió todas las cosas con Dios (Col 1,20; Ef 1,10); toda la creación aguarda la redención (Rom 8,19-23). Pero este restablecimiento universal no se realizará sino al final de los tiempos, en “los nuevos cielos y en la nueva tierra, donde habitará la justicia” (2 Pe 3,13).

IV. LA NUEVA JERUSALÉN.

Cristo con su ascensión inauguró en su persona un camino nuevo y vivo, el camino que da acceso al santuario celestial (Heb 10,19s). El Apocalipsis describe esta fase final de la renovación escatológica. La ciudad de Dios es la “nueva Jerusalén” (Ap 3,12; 21,2), llena de la presencia de Dios (Ez 48,35). Ataviada como una esposa, morada de Dios con los hombres, es la suprema realización de la alianza: “Dios habitará con ellos” (Ap 21,3). Toda la creación participará, pues ahora es cuando aparecen “un cielo nuevo y una tierra nueva: el primer cielo y la primera tierra han desaparecido” (21,1).

Los grandes textos proféticos sobre la renovación futura reaparecenaquí, cargados de todo su sentido. Como en otro tiempo los hebreos de regreso del exilio (Is 42,10), los ancianos y los elegidos entonan un cántico nuevo para celebrar la redención finalmente realizada (Ap 5,9; 14,3). Como los habitantes de la Sión mesiánica (Is 62,2; 65,15), los cristianos vencedores reciben “una piedrezuela blanca que lleva grabado un nombre nuevo” (Ap 2,17); este nombre tendrá esta vez un carácter específicamente cristiano: será el nombre de Dios (3,12), el del cordero y el del Padre, que los elegidos llevarán sobre su frente (14,1; 22,3s) como signo de su pertenencia a Dios y a Cristo. El Apocalipsis termina con una visión final en que Dios proclama: “He aquí que yo renuevo todas las cosas. Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin” (21,5). Esta última página de la revelación lo dice con una claridad perfecta: el fundamento de toda novedad es Dios mismo.

La gran obra de renovación de las criaturas es la obra de salvación realizada por Cristo: “Cristo trajo toda novedad trayéndose a sí mismo” (San Ireneo); así durante la semana pascual, cuando la Iglesia celebra nuestra redención, nos invita a orar a fin de que “purificados de toda vetustez, podamos ser nuevas criaturas”.

IdlP