Noche.

El acontecimiento de la noche pascual ocupa el centro del simbolismo de la noche en la Escritura. Desde luego, se encuentra también en la Biblia la experiencia humana fundamental, que es común a la mayoría de las religiones: la noche es una realidad ambivalente, temerosa como la muerte, e indispensable como el tiempo del nacimiento de los mundos. Cuando desaparece la luz del día, entonces se ponen en movimiento las bestias maléficas (Sal 104,20), la peste tenebrosa (Sal 91,6), los hombres que odian la luz: adúlteros, ladrones o asesinos (Job 24,13-17); tanto es así que hay que orar al que creó la noche (Gén 1.5) que proteja a los hombres contra los terrores nocturnos (Sal 91,5). Hay que rogarle también cuando viene la noche (Sal 134,2), la cual, como el día, celebra su alabanza (Sal 19,3). Por otra parte, si la noche es temerosa porque en ella muere el día, debe a su vez ceder el puesto al día que sigue: así el fiel que cuenta con el Señor es como el vigilante que acecha la aurora (Sal 130-6). Estos simbolismos valederos, tinieblas mortales y esperanza del día, no hallan. sin embargo, su pleno significado sino enraizados en una experiencia privilegiada: la noche es el tiempo en el que se desarrolló en forma privilegiada la historia de la salvación.

AT.

1. La noche de la liberación.

Según las diversas tradiciones del Éxodo, fue “hacia la mitad de la noche” cuando Yahveh puso en ejecución el proyecto que había formado de liberar a su pueblo de la esclavitud (Éx 11,4; 12,12.29); noche memorable, recordada cada año con una noche de vigilia, en memoria de lo que Yahveh mismo había velado por su pueblo (12,42). Noche que se prolongó mientras la columna de nube alumbraba la marcha de los fugitivos (13,21s). Aquí se manifiesta ya la ambivalencia de la noche: para los egipcios se espesaba la nube, semejante a aquella noche que cayó en otro tiempo sobre ellos, mientras que la luz alumbraba a los hebreos (10,21ss). “Para tus santos, comenta la Sabiduría, era la plena luz” (Sab 18,1). Luego, describiendo la noche única: “Mientras un silencio apacible envolvía todas las cosas y la noche llegaba a la mitad de su rápido curso, tu palabra omnipotente se lanzó del trono regio” (18,14s). ¿Hay que relacionar con este acontecimiento nocturno la oración del salmista que se levanta a media noche para dar gracias a Dios por sus justos juicios (Sal 119-62)? En todo caso la noche aparece de golpe como el tiempo de la prueba, pero de una prueba de la que somos librados por el juicio de Dios.

2. El día y la noche.

Israel no cesó de soñar con el día en que Yahveh lo liberaría por fin de la opresión en que se hallaba. Esta esperanza era legítima, pero la conducta infiel no la justificaba. Así los profetas reaccionan contra ella: “¡Ay de los que suspiran por el día de Yahveh! ¿Qué será para vosotros? Tinieblas, pero no luz” (Am 5,18), oscuridad y sombra espesa (Sof 1,15; Jl 2,2).

Ambivalencia también, pero inherente esta vez al día de Yahveh: para los unos será una noche; pero será una luz resplandeciente para el resto de Israel, que, entretanto, marcha a tientas en las tinieblas de la noche (Is 8,22-9,1), tropieza con las “montañas de la noche” (Jer 13,16), pero todavía espera (cf. Is 60,1).

3. En la noche de la prueba.

Sabios y salmistas trasladaron a la vida individual la experiencia del juicio divino que se opera en la noche y por la noche. Si practicas la justicia, tu luz brotará como la aurora” (Is 58,8; Sal 112,4). Job se lamenta, sí, del día de su nacimiento, que hubiera debido quedar sepultado en la noche del seno materno (Job 3,3-10). Pero el salmista da vueltas en su lecho en plena noche para llamar al Señor: la noche le pertenece (Sal 74,16) y él puede, por tanto, liberar al hombre como antaño en los tiempos del Éxodo (Sal 63,7; 77,3; 119, 55). “Mi alma te desea por la noche para que ejecutes tu juicio” (Is 26, 9; cf. Sal 42,2). Los apocalipsis, prolongando esta evocación de la salvación como una liberación de la prueba nocturna, describen la resurrección como un despertar después del sueño de la muerte (Is 26,19; Dan 12,2), una vuelta a la luz después de la inmersión en la noche total del seol.

NT.

El salmista decía a Dios: “La tiniebla no es tiniebla delante de ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal 139,12). Esta palabra debía realizarse en forma maravillosa, como una nueva creación operada por aquel que dijo: “¡Brote la luz de las tinieblas!” (2Cor 4,6): con la resurrección de Cristo brotó el día de la noche, y esto para siempre.

1. La noche y el día de pascua.

Mientras era de día hacía Jesús irradiar la luz de sus obras (Jn 9,4). Llegada la hora, se entrega a las asechanzas de la noche (11,10), de esa noche en que se ha sumergido el traidor Judas (13,30), en que sus discípulos van a escandalizarse (Mt 26,31 p); él ha querido afrontar esta “hora y el reino de las tinieblas” (Lc 22,53). La liturgia primitiva conserva para siempre su recuerdo: “la noche en que fue entregado” fue cuando instituyó la Eucaristía (1Cor 11,13). Y el día mismo de su muerte se convierte en tinieblas que cubren toda la tierra (Mt 27,45 p; cf. Hech 2.20 = 11 3.4).

Pero, “cuando despuntaba el alba del primer día de la semana”. los ángeles (Mt 28.3) anuncian el triunfo de la vida y de la luz sobre las tinieblas de la noche. Esta aurora la habían conocido ya los discípulos cuando Jesús se había reunido con ellos caminando sobre las aguas enfurecidas “en la cuarta vigilia de la noche” (Mt 14,25 p). Noche de liberación que todavía conocerán los apóstoles, milagrosamente libertados de su prisión en plena noche (Hech 5, 19; 12,6s; 16,25s). Noche de luz para Pablo, cuyos ojos están sumidos en las tinieblas, para despertarlo a la luz de la fe (Hech 9,3.8.18).

2. “Nosotros no somos ya de la noche” (1Tes 5,5).

En adelante la vida del creyente reviste un sentido en función del día de pascua que no conoce ocaso. Este día brilla en el fondo de su corazón: es un “hijo del día” (ibid.; cf. Ef 5,8) una vez que Cristo, surgido de entre los muertos, ha brillado sobre él (Ef 5,14). Ha sido “arrebatado al poder de las tinieblas” (Col 1,13), ya no tiene “entenebrecidos los pensamientos” (Ef 4,18), sino que refleja en su rostro la gloria misma de Cristo (2Cor 3, 18). Para velar contra el príncipe de las tinieblas (Ef 6,12) debe revestirse de Cristo y de sus armas de luz, deponer las “obras de las tinieblas” (Rom 13,12ss; Un 2,8s). Para él ya no es de noche, su noche es luminosa como el día.

3. El día en medio de la noche.

Puesto que el cristiano ha sido “conducido de las tinieblas a la admirable luz” (Hech 26,18; 1Pe 2,9), no puede verse sorprendido por el día del Señor, que viene como ladrón en la noche (1Tes 5,2.4). Cierto que actualmente se halla todavía “en la noche”, pero esta noche “avanza” hacia el día muy próximo que le pondrá fin (Rom 13,12). Si no quiere “tropezar con las montañas de la noche” (Jer 9,4), esta noche “en la que nadie puede trabajar” (Jn 9,4) debe oír la invitación de Cristo a convertirse en “hijo de la luz” (12,36). Con Pedro, iluminado durante la noche en que se transfiguró Cristo (Lc 9,39.37), halla en las Escrituras una luz, como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que comience a despuntar el día y salga en su corazón la estrella de la mañana (2Pe 1,19). De este día que viene no reveló Jesús el momento exacto (Mc 13,35), pero habrá identidad entre “ese día” y “esa noche” (Lc 17,31.34). Cristo-esposo vendrá en medio de la noche (Mt 25,6); como las vírgenes prudentes con las lámparas encendidas, dice la esposa: “Yo duermo, pero mi corazón vela” (Cant 5,2). En su espera se esfuerza por pensar en él día y noche, imitando a los vivientes (Ap 4,8) y a los elegidos del cielo (7,15) que, día y noche, proclaman las alabanzas divinas. El Apóstol, con el mismo espíritu, trabaja día y noche (1Tes 2,9; 2Tes 3,8), exhorta (Hech 20,31) y ora (1Tes 3,10). Todavía en la tierra los servidores de Cristo anticipan así en cierto modo el día sin fin en que “ya no habrá noche” (Ap 21,25; 22,5).

RÉNÉ FEUILLET y XAVIER LÉON-DUFOUR