Mundo.

AT.

La designación corriente del mundo es la expresión “cielos y tierra” (Gén 1,1); la palabra tebel se aplica únicamente al mundo terrenal (p. e., Jer 51,15); los libros de época griega hablan del kosmos (Sab 11, 17; 2Mac 7,9.23) poniendó bajo este término un contenido específicamente bíblico. Para el pensamiento griego, el kosmos, con sus leyes, su belleza, su perennidad, su eterno retorno de las cosas, expresa efectivamente el ideal de un orden cerrado sobre sí mismo, que incluye al hombre y engloba hasta a los dioses: éstos se distinguen con dificultad de los elementos del mundo en este panteísmo virtual y confesado. Muy otra es la concepción bíblica, en la que las representaciones cosmológicas y cosmogónicas no constituyen sino un material secundario, puesto al servicio de una afirmación religiosa esencial: el mundo, criatura de Dios, tiene sentido en función del designio divino de salvación, como también en el marco de este designio hallará su destino final.

1. ORÍGENES DEL MUNDO.

Contrariamente a las mitologías mesopotámicas, egipcia, cananea, etc., la representación bíblica de los orígenes del mundo conserva gran sobriedad. No se sitúa ya en el plano del mito, historia divina acaecida en el tiempo, sino que, por el contrario, ella es la que inaugura el tiempo. Es que entre Dios y el mundo hay un abismo que expresa el verbo crear (Gén 1,1). Si el Génesis, apoyado por otros textos (Sal 8; 104; Prov 8,22-31; Job 38s), evoca la actividad creadora de Dios lo hace únicamente para subrayar dos puntos de fe: distinción del mundo y del Dios único; dependencia del mundo con relación a un Dios soberano, que “habla y las cosas son” (Sal 33,6-9), que gobierna con su providencia las leyes de la naturaleza (Gén 8,22); integración del universo en el designio de salvación, que tiene al hombre por centro.

Esta cosmología sagrada, ajena a todas las preocupaciones científicas como también a las especulaciones filosóficas, sitúa así al mundo en relación con el. hombre: éste emerge de él para dominarlo (Gén 1,28) y lo arrastra a su propio destino.

II. SIGNIFICACIÓN DEL MUNDO.

De este modo la significación actual del mundo para la conciencia religiosa es doble.

1. El mundo, salido de las manos divinas, continúa manifestando la bondad de Dios. Dios, en su sabiduría, lo organizó como una verdadera obra de arte, una y armónica (Prov 8,22-31; Job 28,25ss). Su poder y su divinidad se hacen así sensibles, en cierta manera (Sab 13,3ss), pues su gracia está de tal manera derramada sobre todas sus obras que la vista del universo agota las facultades de admiración del hombre (Sal.8; 19,1-7; 104).

2. Pero para el hombre pecador implicado en la tragedia, el mundo significa también la ira de Dios, a la que sirve de instrumento (Gén 3, 17s): el que hizo las cosas para el bien y la felicidad del hombre, lo utiliza también para su castigo. De ahí las calamidades de toda suerte con que la naturaleza ingrata se alza contra la humanidad, desde el diluvio hasta las plagas de Egipto, y hasta las maldiciones que aguardan a Israel infiel (Dt 28,15-46).

3. De esta doble manera se asocia el mundo activamente a la historia de la salvación, en función de la cual adquiere su verdadero sentido religioso. Cada una de las criaturas que lo componen posee como cierta ambivalencia, puesta de relieve en el libro de la Sabiduría: la misma agua que perdía a los egipcios pro.. curaba la salvación a Israel (Sab 11, 5,14). Si bien es cierto que el principio no se puede aplicar mecánicamente, puesto que justos y pecadores viven acá abajo en solidaridad de destino, no obstante, hay que reconocer que aparece un nexo misterioso entre el mundo y el hombre. Más allá de los fenómenos cíclicos que constituyen, a nuestra escala, el rostro actual del mundo, éste tiene una historia, que comenzó con el hombre para acabar en él (Gén 1,1-2,4), que camina ahora paralelamente a la del hombre para consumarse en el mismo punto final.

III. DESTINO FINAL DEL MUNDO.

El mundo, portador de una humanidad nacida de él por sus raíces corporales (Gén 2,7; 3,19), está, en efecto, por acabar: al hombre corresponde llevarlo a perfección con su trabajo, dominándolo (1,28) e imprimiéndole su sello. Pero ¿de qué servirá la humanización del mundo si el hombre pecador lo arrastra de hecho a su pecado? Por eso la escatología de los profetas se interesa menos por el devenir del mundo bajo el gobierno del hombre que por el término, necesariamente ambiguo, hacia el que camina.

1. En el juicio final que aguarda a la humanidad todos los elementos del mundo serán asociados, como si el orden de las cosas creado en los principios se viera trastornado por un súbito retorno al caos (Jer 4,23-26). De ahí las imágenes de la tierra que se cuartea (Is 24,19s), de los astros que se oscurecen (Is 13,10; Jl 2,10; 4,15): el viejo universo será arrastrado en el cataclismo en que perecerá una humanidad culpable...

2. Pero así como más allá del juicio de los hombres se prepara su salvación por pura gracia divina, así también se prepara para el mundo una renovación profunda que los textos evocan como una nueva creación: Dios creará “nuevos cielos y una nueva tierra” (Is 65,17; 66,22); y la descripción de este mundo renovado se hace con las imágenes que servían para el paraíso primitivo.

3. Mundo presente y mundo venidero.

El judaísmo contemporáneo del NT, prolongando estos anuncios misteriosos, se representaba el término de la historia humana como un paso del mundo (o del siglo) presente al mundo (o al siglo) venidero. El mundo presente es el mundo en que nos hallamos desde que, por la envidia del diablo (y el pecado del hombre), la muerte hizo su entrada en él (Sab 2,24). El mundo venidero es el mundo que aparecerá cuando venga Dios a establecer su reinado. Entonces las realidades del mundo presente, purificadas como el hombre mismo, recobrarán su perfección primitiva: serán verdaderamente transfiguradas a imagen de las realidades celestiales. NT. El NT usa abundantemente la palabra griega kosmos, que connotaba en el helenismo los dos matices de Arden y de belleza. Pero aquí nos hallamos muy lejos del pensamiento griego.

1. AMBIGÜEDAD DEL MUNDO.

1. Es cierto que el mundo así designado es fundamentalmente la criatura excelente que Dios hizo en los orígenes (Hech 17,24) por la actividad de su Verbo (Jn 1,3.10; cf. Heb 1,2; Col 1,16). Este mundo sigue dando testimonio de Dios (Hech 14,17; Rom 1, 19s). Sin embargo, sería un error ensalzarlo demasiado, puesto que el hombre lo supera con mucho en valor verdadero: ¿de qué le serviría ganar todo el mundo si él mismo se perdiera (Mt 16,26)?

2. Pero hay más que esto: en su estado actual, este mundo solidario del hombre pecador está en realidad en poder de Satán. El pecádo entró en él al comienzo de la historia, y con el pecado la muerte (Rom 5, 12). Por este hecho ha venido a ser deudor de la justicia divina (3,19), pues hace causa común con el misterio del mal que está en acción acá abajo. Su elemento más visible está constituido por los hombres que alzan su voluntad rebelde contra Dios y contra su Cristo (Jn 3,18s; 7,7; 15,18s; 17,9.14...) Tras ellos se perfila un jefe invisible: Satán, el príncipe de este mundo (12,31; 14,30; 16,11), el dios de este siglo (2Cor 4,4). Adán, establecido jefe del mundo por la voluntad de su creador, entregó en manos de Satán su persona y su dominio; desde entonces el mundo está en poder del maligno (1Jn 5,19), cuyo poder y gloria comunica a quien quiere (Lc 4,6).

Mundo de tinieblas regido por los espíritus del mal (Ef 6,12); mundo engañador, cuyos elementos constitutivos pesan sobre el hombre y lo esclavizan hasta dentro de la misma economía antigua (Gál 4,3.9; Col 2, 8.15). El espíritu de ese mundo, incapaz de gustar los secretos y los dones de Dios (1Cor 2,12), se opone al Espíritu de Dios, al igual que el espíritu del anticristo que ejerce su acción en el mundo (1Jn 4,3). La sabiduría de este mundo, apoyada en las especulaciones del pensamiento humano separado de Dios, es puesta en evidencia por Dios de ser una locura (1Cor 1,20). La paz que da este mundo, hecha de prosperidad material y de seguridad engañosa, no es sino un simulacro de la verdadera paz que sólo Cristo puede dar (Jn 14,27): su efecto último es una tristeza que ocasiona la muerte (2Cor 7,10).

A través de todo esto se revela el pecado del mundo (Jn 1,29), masa de odio y de incredulidad acumulada desde los orígenes, piedra de escándalo para quien quisiere entrar en el reino de Dios: ¡ay del mundo a causa de los escándalos (Mt 18, 7)! Por eso el mundo no puede ofrecer al hombre ningún valor seguro: su figura pasa (1Cor 7,31), y también sus concupiscencias (Jn 2,16). Lo trágico de nuestro destino viene de que por nacimiento pertenecemos a tal mundo.

II. JESÚS Y EL MUNDO.

Ahora bien, “Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16). Tal es la paradoja por la que se inicia para el mundo una nueva historia que tiene dos aspectos complementarios: la victoria de Jesús sobre el mundo malo regido por Satán, la inauguración en él del mundo renovado, que anunciaban las promesas proféticas.

1. Jesús, vencedor del mundo.

Este primer aspecto lo pone en pleno relieve el cuarto Evangelio: “Estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció” (Jn 1,10). Tal es el resumen de la carrera terrestre de Jesús. Jesús no es del mundo (8,23; 17,14), y tampoco su reino (18,36); tiene su poder (Lc 4,5-8) de Dios (Mt 28,18) y no del príncipe de este mundo, pues éste no tiene ningún poder sobre él (Jn 14,30). Por eso le odia el mundo (15,18), tanto más que él es su luz (9,5), que le trae la vida (6,33), que viene para salvarlo (12,47). Odio loco que domina aparentemente el drama evangélico: este odio provoca finalmente la condenación a muerte de Jesús (cf. 1Cor 2,7s). Pero en este mismo momento se invierte la situación: entonces tiene lugar el juicio del mundo y la caída de su príncipe (Jn 12.31). la victoria de Cristo sobre el mundo maligno (16,33). Porque Jesús, aceptando en un acto supremo de amor la misteriosa voluntad del Padre (14,31), “abandonó el mundo” (16,28) para retornar a su Padre, donde está sentado ya en la gloria (17.1.5), y desde donde dirige la historia (Ap 5.9).

2. El mundo renovado.

Por ese mismo acto realizó Jesús aquello para lo que había venido a la tierra: muriendo “quitó el pecado del mundo” (Jn 1,29), dio su carne “para la vida del mundo” (6,51). Y el mundo, criatura de Dios caída bajo el yugo de Satán, se vio rescatado de su esclavitud. Fue lavado por la 'sangre de Jesús: Terra, pontus, ostra, mundus, quo lavantur flumine! Él, en quien habían sido creadas todas las cosas (Col 1,16), fue establecido por su resurrección cabeza de la nueva creación: Dios puso todo bajo sus pies (Ef 1,20ss), reconciliación en él a todos los seres y rehaciendo la unidad de un universo dividido (Col 1, 20). En este mundo nuevo la luz y la vida circulan ya en abundancia: se dan a todos los que tienen fe en Jesús.

Sin embargo, el mundo presente no ha llegado todavía a su fin. La gracia de la redención está en acción en un universo doliente (sufrimiento). La victoria de Cristo no será completa sino el día de su manifestación en gloria, cuando entregue todas las cosas a su Padre (1Cor 15, 25-28). Hasta entonces el universo sigue en espera de un parto doloroso (Rom 8,19...): el del hombre nuevo en su pleno desarrollo (Ef 4,13), el del mundo nuevo que suceda definitivamente al antiguo (Ap 21,4s).

III. EL CRISTIANO Y EL MUNDO.

En relación con el mundo se hallan los cristianos en la misma situación compleja en que se hallaba. Cristo durante su paso por la tierra. No son del mundo (Jn 15.19: 17,16); y sin embargo, están en el mundo (17,11), y Jesús no ruega al Padre que los retire de él, sino únicamente que los guarde del Maligno (17,15). Su reparación, por lo que se refiere al mundo maligno, deja intacta su tarea positiva frente al mundo que hay que rescatar (cf. 1Cor 5,10).

1. Separados del mundo.

Primero separación: el cristiano debe guardarse de la contaminación del mundo (Sant 1,27); no debe amar al mundo (Jn 2,15), pues la amistad del mundo es enemistad con Dios (Sant 4,4) y conduce a los peores abandonos (2Tim 4,10). Evitando modelarse conforme al siglo presente (Rom 12,2), renunciará, pues, a las concupiscencias que definen el espíritu de este siglo (Jn 2,16). En una palabra, el mundo será para él un crucificado, y él para el mundo (Gál 6,14): usará de él como quien no usa (1Cor 7,29ss). Despego profundo, que no excluye evidentemente un empleo de los bienes de este mundo conforme a las exigencias de la caridad fraterna (Jn 3,17): tal es la santidad que se exige al cristiano.

2. Testigos de Cristo frente al mundo.

Pero, por otro lado, veamos la misión positiva del cristiano frente al mundo actualmente cautivo del pecado. Así como Cristo vino para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37), así el cristiano es enviado al mundo (17,18) para dar un testimonio que es el de Cristo mismo (1Jn 4,17). La existencia cristiana, que es todo lo contrario de una manifestación espectacular, a la que se negó Jesús mismo (Jn 7,3s; 14,22; cf. Mt 4.5ss), revelará a los hombres el verdadero rostro de Dios (cf. Jn 17,21. 23). A ello se añadirá el testimonio de la palabra. Los predicadores del Evangelio recibieron la orden de anunciarlo al mundo entero (Mc 14, 19; 16,15): en él brillarán como otros tantos focos de luz (Flp 2.15).

Pero el mundo se alzará contra ellos, como en otro tiempo contra Jesús (Jn 15,18), tratando de reconquistar a los que hayan evitado su corrupción (2Pe 2,19s). El arma de la lucha y de la victoria en esta guerra inevitable será la fe (1Jn 5,4s): nuestra fe condenará al mundo (Heb 11,7; Jn 15,22). El cristiano, sin extrañarse lo más mínimo de verse odiado e incomprendido (Jn 3,13; Mt 10,14 p) y hasta perseguido por el mundo (Jn 15,18ss), es reconfortado por el Paráclito, el Espíritu de verdad enviado acá abajo para confundir al mundo: el Espíritu atestigua en el corazón del creyente que el mundo comete pecado negándose a reconocer a Jesús, que la causa de Jesús es justa, pues él está junto al Padre y el príncipe de este mundo está ya condenado (16,8-11). Aunque el mundo no lo ve ni lo conoce (14,17), este Espíritu morará en el fiel y le hará triunfar de los anticristos (Jn 4,4ss). Y poco a poco, gracias al testimonio, los hombres cuyo destino no esté definitivamente ligado con el mundo volverán a ocupar un puesto en el universo rescatado, que tiene a Cristo por cabeza.

3. En espera del último día.

Mientras dure el siglo presente no hay que esperar que desaparezca esta tensión entre el mundo y los cristianos. Hasto el día de la discriminación definitiva, los súbditos del reino y los súbditos del maligno seguirán mezclados como la cizaña y el trigo en el campo de Dios, que es el mundo (Mt 13,38ss).

Pero desde ahora comienza a operarse el juicio en lo secreto de los corazones (Jn 3,18-21); ya no tendrá más que hacerse público el día en que Dios juzgue al mundo (Rom 3,6) asociando sus fieles a su actividad de Juez (1Cor 6,2). Entonces desaparecerá definitivamente el mundo presente, conforme a los oráculos proféticos, mientras que la humanidad regenerada hallará el gozo en un universo renovado (cf. Ap 21).

COLOMBÁN LESQUIVIT y PIERRE GRELOT