Mediador.

La intervención de Jonatás para salvar a David, al que quería matar Saúl, padre de aquél (1Sa 19, 1,7), es un buen ejemplo de las mediaciones humanas con que nos encontramos en la historia bíblica, como en la de toda la humanidad (1Sa 25,1-35; Est 7,1-7; Hech 12,20), y que a veces logran restablecer las relaciones que están en trance de perturbarse. El mediador va de una parte a otra, intercede cerca de la parte que amenaza en favor de la parte amenazada, a la que aporta la paz cuando la obtiene. Así la ley de Israel preveía una mediación arbitral de este género entre dos partes de igual poder (fix 21,22; Job 9,33). Fuera de estos casos de conflicto, también las relaciones humanas normales pueden comportar el uso de mediador. Pero aquí el término tiene un sentido más amplio: designa los intermediarios a quienes confía un jefe algunas misiones ocasionales o unas funciones permanentes para con sus subordinados.

Para designar a estos árbitros o intermediarios, el AT hebraico no posee término que corresponda a “mediador” (gr. mesites). Por lo que atañe a las relaciones entre Dios y los hombres, es significativo este fenómeno de vocabulario. No es sorprendente ver a las religiones antiguas no bíblicas situar, entre la humanidad y los dioses supremos que no eran verdaderamente trascendentes, toda una serie de divinidades secundarias o de espíritus, y luego de hombres (reyes, sacerdotes, etc.) que eran más o menos mediadores o intercesores. El Dios de Israel es único, solo en su trascendencia absoluta. ¿Quién podría, pues, ser mediador entre estas dos realidades sin medida común, Dios y los hombres? “No existe mediador del Único” (Gál 3, 20). Por otro lado, el hombre bíblico tiene con frecuencia el sentimiento muy vivo de su responsabilidad personal frente a Dios. Esto era ya cierto aun en la época en que el individuo estaba profundamente inmerso en el grupo: “Si alguno peca contra Dios, decía el anciano Helí, ¿quién puede interceder por él?” (1Sa 2,25). Así pues, con toda verdad dice Job a Dios: “No hay nadie entre nosotros (LXX: mesites)” (Job 9.33). Es por consiguiente paradójico hallar en el AT numerosos mediadores, aunque fueran simplemente, en sentido lato, intermediarios a quienes Dios confía una misión cerca de los hombres. Esta paradoja atesta que el Único, lejos de encerrarse en su soledad, quiere entrar en relación con los hombres. En esta línea, los mediadores que suscita preparan y prefiguran la venida de un Mediador que será también Único.

En el NT, la reconciliación de Dios y de los hombres es llevada a cabo por Jesús. Jesús, Verbo (cf. palabra de Dios) hecho carne, puede, en efecto, hablar y obrar a la vez en nombre de Dios y en nombre de los hombres. Así pues, por primera y única vez alguien merece plenamente y en el sentido más estricto el título de “mediador (mesites) entre Dios y los hombres” (1Tim 2,5; cf. Heb 8,6; 9,15; 12,24).

1. LOS MEDIADORES EN LA ANTIGUA ALIANZA.

1. Los mediadores históricos.

Abraham es aquel por quien “serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gén 12,3); por él, el antepasado bendito de Dios, Israel recibirá las bendiciones de la tierra y de la posteridad. Según ciertas tradiciones, Abraham ejerce su papel de profeta intercesor cuando interviene en favor del rey pagano Abimelec (20,7.17s) o de Sodoma (18,22-32).

Moisés es llamado por Yahveh para liberar a Israel, para establecer su alianza con él, darle su ley y prescribir su culto. Responsable de su pueblo ante el Señor, obra como jefe y legislador en nombre de Dios, intercede con frecuencia en su favor (Éx 32,11-12.31,34). A la importancia de su misión debe sin duda el hecho de ser en la Biblia el único personaje que es llamado mediador, además de Jesús (Gál 3,19), aunque, ciertamente, en sentido lato.

Después del Éxodo, las funciones asumidas por Moisés se reparten entre diversos personajes: el sacerdocio levítico es la raza elegida por Dios para el servicio del culto y de la ley. En las liturgias de Israel recuerda al pueblo las altas gestas de Yahveh en la historia sagrada, enuncia sus exigencias, hace descender su bendición (Núm 6,24-27). Presenta a Dios la alabanza y la súplica de la comunidad y de los individuos.

El rey sucede a los Jueces siendo investido del Espíritu (Jue 6,34; 1Sa 10,6; 16,13). Los profetas le revelan su elección en beneficio de la raza (1Sa 9-10; 16). Es el Ungido, el Mesías de Yahveh, que le trata como a hijo (2Sa 7,14; Sal 2,7). Sus súbditos le miran como al ángel de Yahveh (2Sa 14,17). Delante de Dios representa a todo su pueblo y, aun cuando no recibe el título de sacerdote, ejerce funciones cultuales: lleva el efod, ofrece sacrificios, pronuncia la oración en nombre de Israel. Finalmente, como el Dios de Israel conduce la entera historia humana, algunos profetas no vacilan en asignar a reyes extranjeros cierto papel en el designio de Dios: Nabucodonosor (Jer 27,6), Ciro (Is 41,2-5; 44,28; 45,1-6).

A diferencia del sacerdote y del rey, cuya función es hereditaria, el profeta es suscitado por una vocación personal. Yahveh interviene directamente en su vida para darle su misión. Ante todo ha de llevar su palabra a su pueblo: sus exigencias presentes, su juicio sobre el pecado, sus promesas para los fieles. A cambio, el profeta se siente solidario de sus hermanos a los que Dios le envía e intercede constantemente por ellos; así Samuel (1Sa 7,7-12; 12, 19-23), Amós (7,1-6), Jeremías (15, 11, 18,20; 42,2..., de ahí la prohibición patética de 7,16; 11,14; 14, 11... y la visión de Judas Macabeo: 2Mac 15,13-16), finalmente Ezequiel (9,8; 11,13) que incluso se ve como el centinela establecido por Dios para salvaguardar a los hijos de su pueblo (33,1-9; 3,17-21).

Así, a todo lo largo de la historia de Israel hace Dios surgir hombres, a los que constituye responsables de su pueblo y que tienen la misión de asegurar el plan normal de la alianza. Por estas funciones no se suprimen las relaciones personales entre Dios y los individuos, pero se sitúan en el marco del pueblo por el que se ejercen las diversas mediaciones.

2. Los mediadores escatológicos.

La escatología profética transpone a los últimos tiempos diversos elementos de las mediaciones históricas; las desborda aun pintando misteriosas figuras que anuncian a su manera la mediación de Jesús.

En las evocaciones del nuevo pueblo se hallan diversos mediadores que desempeñan un papel análogo a los del pasado: unas veces el Mesías rey, otras el profeta anunciador de la salvación (Is 61,1ss; Dt 18,15 interpretado por la tradición judía), más raras veces el sacerdote de losnuevos tiempos (Zac 4.14, elemento desarrollado en las tradiciones de Qumrán).

El siervo de Dios, en Is 40-55 es una figura ideal que parece personificar al resto de Israel en su función de mediador entre Dios y los hombres. Es un profeta llamado por Dios “para aportar a las naciones el derecho” (Is 42,1), reunir a Israel disperso, ser “la luz de las naciones” (42,6; 49,5-6) y la alianza del pueblo (42,6; 49,8), es decir, para formar el nuevo pueblo que constituyen el Israel rescatado y las naciones convertidas. Su misión no es sólo predicar el mensaje de la salvación e interceder, como lo hacían los profetas precedentes: debe “cargar con los pecados de las multitudes” e intervenir en su redención por su propio sufrimiento (Is 52,14; 53,12). Ofreciendo su propia vida en sacrificio de expiación (Is 53,10), representa así un nuevo tipo de mediación sacerdotal.

En Dan 7,13.18, el Hijo del hombre representa en primer lugar al “pueblo de los santos” oprimidos por los poderes paganos antes de ser exaltado por el juicio de Dios. Finalmente, reinará sobre las naciones (7,14.27) y asegurará así el reinado de Yahveh sobre el mundo. La relación entre estos diferentes mediadores escatológicos no está establecida claramente en el AT. Sólo el hecho de Jesús mostrará cómo se confunden en la persona del único mediador de salvación.

3. Los mediadores celestiales.

Los paganos habían sentido desde hacía mucho tiempo la insuficiencia de las mediaciones humanas; por eso recurrían a la intervención celestial de los dioses inferiores. Israel repudia este politeísmo, pero su doctrina de los ángeles prepara al pueblo de Dios para la revelación del mediador trascendente. Según un viejo relato, Ja cob ve en sueños en Betel a los ángeles del santuario' establecer el enlace entre cielo y tierra (Gén 28, 12). Ahora bien, la doctrina de los ángeles adquiere después del exilio un desarrollo cada vez más considerable. Entonces se describe su intercesión por Israel (Zac 1,12s), sus intervenciones en su favor (Dan 10,13; 21; 12,1), los socorros que aportan a los fieles (Dan 3,49s; 6,23; 14,34-39; Tobías), cuyas oraciones presentan ante el Señor (Tob 12,12). Malaquías describe incluso a un misterioso mensajero, el ángel de la alianza, cuya venida al santuario inaugurará la salvación escatológica (Mal 3,1-4). Aquí no se trata ya de mediación humana: a través de este ángel enigmático interviene Dios mismo para purificar a su pueblo y salvarlo.

II. EL MEDIADOR DE LA NUEVA ALIANZA.

En el umbral del NT, Gabriel, mediador celestial, inaugura entre el hombre y Dios el diálogo que preludia ya la nueva alianza (Lc 1,5-38). María le da la respuesta decisiva. Hablando en nombre de su pueblo como “hija de Sión”, consiente en ser madre del rey Mesías, Hijo de Dios. José (Mt 1,18-25), Isabel (Lc 1,39-56), Simeón y Ana (2, 33-38), todos los que “aguardaban la consolación de Israel” no tienen ya más que acoger “al salvador” (2, 11) venido por María. Así, a través de ella comienza Jesús a adquirir conocimiento de la humanidad. Aunque es el Hijo (2,4-50), está sometido a su voluntad y a la de José (2,51s), hasta el día en que inaugure su ministerio (Jn 2,1-12).

1. El único mediador.

Jesús es el mediador de la nueva alianza (Heb 9,15; 12,24) entre Dios y la humanidad, alianza mejor que la antigua (8,6). En adelante, por él tendrán los hombres acceso a Dios (7,25). Bajo formas diversas se halla esta verdad presente en todas partes en el NT. Jesús muerto resucita, recibe el Espíritu en nombre y en provecho del resto de Israel y de todos los hombres. Su mediación se refleja incluso sobre la creación (Col 1,16; Jn 1,3) y sobre la historia de la antigua alianza (1Pe 1,11). Si Jesús es mediador, es que ha sido llamado por su Padre (Heb 5,5) y que ha respondido a este llamamiento (10,7ss), como sucedía en el caso de los mediadores del AT (cf. 4,4). Pero en su caso llamamiento y respuesta se sitúan en el centro del misterio de su ser: él, que era “el Hijo” (1,2s), “participó de la sangre y de la carne” (2,14) y se hizo “él mismo hombre” (1Tim 2,5). Así pertenece a las dos partes, a las que reconcilia en él.

El Hijo pone fin a las antiguas mediaciones realizando la mediación escatológica. En. él, “descendencia de Abraham” (Gál 3,16), Israel y las naciones heredan las bendiciones prometidas al padre del pueblo de Dios (Gál 3,15-18; Rom 4). Es el nuevo Moisés, guía de un nuevo Éxodo, mediador de la nueva alianza, cabeza del nuevo pueblo de Dios, pero a título de Hijo, no ya de siervo (Heb 3,1-6). Es al mismo tiempo el rey; hijo de David (Mt 21,4-9 p), el siervo de Dios predicho por Isaías (Mt 12,17-21), el profeta anunciador de la salvación (Lc 4,17-21), el Hijo del hombre, juez del último día (Mt 26,64), el ángel de la alianza que purifica el templo con su venida (cf. Lc 2,22-35; Jn 2,14-17). Opera de una vez para siempre la liberación, la salvación, la redención de su pueblo. Reúne en su persona la realeza, el sacerdocio y la profecía. Él mismo es la palabra de Dios. En la historia de las naciones humanas su venida aporta, pues, una novedad radical y definitiva: en el templo “que no está hecho de mano de hombre” (Heb 9,11), es mediador “siempre vivo para interceder” en favor de sus hermanos (7,5). En efecto, así como “Dios, es único, único es también el mediador” (1Tim 2,5) de la alianza eterna.

2. El único mediador y su Iglesia.

El que Cristo sea el único mediador no significa que haya terminado el papel de los hombres en la historia de la salvación. La mediación de Jesús reviste acá abajo signos sensibles: son los hombres, a los que Jesús confía una función para con su Iglesia; incluso en la vida eterna asocia Jesucristo, en cierta manera, a su mediación los miembros de su cuerpo que han entrado en la gloria.

Ya durante su vida terrena llama Jesús a hombres para trabajar con él, para proclamar el Evangelio, para efectuar los signos que muestran la presencia del reino (Mt 10,7s p); los enviados prolongan así los primeros actos por los que manifiesta su mediación. Ahora bien, la misión que les confiere para el tiempo que siga a su muerte y a su resurrección, extiende al mundo entero y a todos los siglos venideros (Mt 28,19s) la mediación que ejerce en lo invisible. Sus apóstoles son responsables de su palabra, de su Iglesia, del bautismo, de la eucaristía, del perdón de los pecados.

A partir de pentecostés él mismo comunica a su Iglesia el Espíritu que ha recibido del Padre; así pues, “ya no hay más que un cuerpo y un Espíritu, como no hay más que un solo Señor y un solo Dios” (Ef 4,4ss). Pero para incorporar nuevos miembros a este cuerpo es preciso que sea administrado el bautismo (Hech 2,38), y para comunicar el Espíritu precisa la imposición de las manos (8,14-17). El Espíritu asegura la vida y el crecimiento del cuerpo de Cristo distribuyendo carismas. Los unos desempeñan servicios ocasionales, los otros dan lugar a funciones permanentes prolongando las funciones de los mismos apóstoles. en un organismo social que conserva a través de los tiempos la misma estructura. Los que las desempeñan no son, propiamente hablando, intermediarios humanos con una misión idéntica a la que tuvieron los mediadores del AT; no añaden una nueva mediación a la del único mediador: no son sino los medios concretos utilizados por éste para llegar a los hombres.

Evidentemente, esta función cesa una vez que los miembros del Cuerpo de Cristo se han reunido con su cabeza en su gloria. Pero entonces, respecto a los miembros de la Iglesia que luchan todavía en la tierra, los cristianos vencedores ejercen todavía una función de otra índole. Asociados a la realeza de Cristo (Ap 2,26s; 3,21; cf. 12,5; 19,15), que es un aspecto de su función mediadora, presentan a Dios las oraciones de los santos de acá abajo (5,8; 11,18), que son uno de los factores del fin de la historia (6,9ss; 8,2-5; 9,13). La victoria final será juntamente la “de la sangre del cordero y de los testimonios de los mártires” (12,11). De la ascensión a la parusía Jesús no ejerce, pues, su realeza sin hacer que participe en ella su pueblo, que está a la vez presente en la tierra (12,6; 14; 22,17; cf. 7,1-8) y ya en la gloria (12,1; 21,2; cf. 14,1-5).

Un puesto especial se asigna a María en este ejercicio de la mediación de Jesús resucitado. Su vocación de madre en la venida del Mediador a la tierra y su intervención a la sazón del primer signo realizado por Jesús (Jn 2,1-12) invitan a preguntarse qué papel invisible puede desempeñar María con respecto a la Iglesia. En la Iglesia naciente, María aparece como un miembro entre tantos, por muy señalado que sea (Hech 1,14); no ejerce ninguna función comparable con la de los apóstoles o de sus sucesores. Pero el Mediador, al morir, le confía una misión maternal con respecto a los suyos, representados en el discípulo amado (Jn 19,26s). ¿Habría terminado esta misión con la muerte de María? ¿No sigue más bien ella desempeñándola en lo invisible? María está asociada como todos los elegidos a la realeza y a la intercesión de Jesús; pero el NT sugiere por lo menos que lo está a un título especial: como madre del Hijo y “madre” de sus discípulos.

3. El único mediador y los mediadores celestiales. El mediador vino de junto a Dios y a él ha retornado; esto le da una aparente afinidad con los mediadores celestiales del AT. Esta afinidad indujo a ciertos cristianos, influenciados a veces por la gnosis pagana de Asia Menor, a poner a Cristo y a los ángeles poco más o menos en el mismo plano. Estos errores exigieron rectificaciones (Col 2,18s; Heb 1,4-14; cf. Ap 19,10). El mediador es “la cabeza de los ángeles (Col 2,10), a los que los cristianos juzgarán con él (1Cor 6, 3). En el NT los ángeles continúan su función de intercesores y de instrumentos de los designios de Dios (Heb 1,14; Ap), pero lo hacen como “ángeles del Hijo del hombre” (Mt 24,30s), único mediador.

Conclusión.

El Dios único del AT, único en la trascendencia absoluta de su ser, suscitó múltiples mediaciones entre él y su pueblo, y preparó y anunció la mediación que su pueblo ejercería entre él y toda la humanidad. Esta mediación de Israel se realiza en la mediación de Cristo, único mediador, único en la grandeza insondable que le viene del hecho de ser el Hijo. No obstante, siendo cabeza del nuevo Israel, no ejerce su mediación sino por el cuerpo que él se ha suscitado. La paradoja de las mediaciones humanas en la historia de la salvación llega a su ápice en la del Verbo, Dios que se hace carne. Quiérese decir que es insondable. Su última razón está en que Dios es amor (Jn 4,8): queriendo estar con los hombres (Mt 1, 23; Ap 21,3) y compartir con ellos su “naturaleza divina”, con ellos trabaja ya en la realización de su designio, por la comunión de hombres con hombres hace don de la comunión con él (Jn 1,3).

ANDRÉ-ALPHONSE VIARD y JEAN DUPLACY