Embriaguez.

Los peligros de la embriaguez aparecen en muchos relatos: entrega al hombre a sus pasiones o a sus enemigos. Frecuentemente la asocian los profetas con los cultos ilícitos (Am 2,8; Os 4,11; cf. Ap 17,2), con los vicios de los cananeos sin ley (Gén 9,23.25; cf. 19,32), o con estado de degradación de la sociedad. A partir de ciertos rasgos vividos, la embriaguez puede adquirir valor simbólico.

1. Embriaguez y desgracia.

La embriaguez expone a la irrisión; ahora bien, la Biblia vio siempre en la desgracia su aspecto de vergüenza. El hombre ebrio y el hombre aquejado por la desgracia pierden la cara (rostro), el continente y todo lo que preserva de las miradas. Uno y otro se convierten en objeto, en espectáculo. Se podía “hacer beber” a alguien para llevarlo a ese extremo. Hab 2, 15s parte de esta situación para describir la desgracia que prepara Yahveh. Entonces se bebe de la copa de la ira (Jer 25,27s; 51,7). Jeremías está como ebrio “por causa de Yahveh y por causa de sus santas palabras” (Jer 23,9) porque anuncian la desgracia en esta forma extrema. Parece que la tierra se tambalea (Is 24,19s), que toda resistencia es vana, que desaparecen todos los puntos de referencia: es ya el anuncio del último día.

2. Embriaguez y vigilancia.

Una notación moral, la embriaguez que lleva a olvidar, puede seguirse hasta sus realidades más profundas. La madre de un rey árabe, Lemuel, ve en las bebidas fuertes el medio de olvidar: pueden darse a los afligidos, pero los reyes y príncipes deben evitarlas por el peligro de olvidar sus propios decretos y de alterar el derecho (Prov 31,4-7). Isaías va más lejos: lo que olvida el hombre ebrio es el designio de Yahveh (Is 5,12). La embriaguez es síntoma e imagen de un espíritu de torpor y de incoherencia (Is 19,14; 29,10; Jer 13,13; J1 1,5). El NT, en la misma línea, ve en la embriaguez el abandono de la vigilancia, por la que el cristiano está atento a la salvación que se verifica y se verificará en la tierra. Se embriaga el que está harto de aguardar la venida de Cristo (Mt 24,45-51 p). Para no ser insensible a la venida de Cristo hay que estar sobrio y velar, siguiendo el consejo de san Pedro (1Pe 5,8), repetido en el oficio de completas, y conservar los ojos abiertos: “los que duermen, duermen de noche; los que se embriagan, se embriagan de noche” (1Tes 5,6ss; Rom 13,13).

3. Embriaguez y Espíritu.

La embriaguez cierra el acceso al reino (1Cor 5,11; 6,10; Rom 13,13; Gál 5,21; 1Pe 4,3). Sin embargo, trata de penetrar en la esfera de lo sagrado: -los corintios la mezclan con los ágapes (1Cor 11,21). Entre las multitudes de Jerusalén, el día de pentecostés había quienes atribuían en son de burla a la embriaguez los efectos del Espíritu (Hech 2,13-15). Lo que aquí suscita las burlas no es la desgracia, sino la visita liberadora del Espíritu. San Pablo insinúa la misma relación cuando ordena que se evite la embriaguez para buscar la plenitud del Espíritu (Ef 5,18). En la embriaguez trata el hombre de revelarse tal como es y de liberarse de todo lo que pone trabas a sus palabras y a todo su ser. Halla en ello una satisfacción (gozo) que el Cantar de los Cantares asocia a la del amor (Cant 5,1). Pero en verdad sólo el Espíritu puede procurarle esta plenitud.

PAUL BEAUCHAMP