Ejemplo.

Si la palabra ilumina, el ejemplo arrastra. Dios cuida de la educación del hombre, le da ejemplos que seguir, modelos que imitar.

AT.

Los caminos de Dios y los ejemplos humanos.

Dios se adapta a la debilidad de hombres que son a la vez hijos por formar y pecadores que reformar. Todavía no es posible proponerles imitar a aquel que, sin embargo, los creó a su imagen (Gén 1,26s), pues el modelo parecería inaccesible por razón de su trascendencia. Pretender ser como Dios es lo propio del pecador (Gén 3,5); el justo se aplica únicamente a responder a la llamada de su Creador caminando con él, es decir, viviendo en la rectitud perfecta que requiera su presencia (Gén 17,1; cf. 5,22; 6,9). Asimismo, en la prescripción divina: “Sed santos, porque yo soy santo”, se trata de dos santidades distintas: la de Dios, que es la trascendencia de su misterio, la del hombre, que es la pureza exigida por el culto divino y por la presencia del tres veces santo en medio de su pueblo (Lev 19,2; cf. Éx 29,45). Aquí no hay por tanto llamada a imitar a Dios. Sin embargo, la enseñanza de los profetas permite entrever que Dios prescribe al hombre seguir caminos por los cuales él mismo se complace en caminar (Jer 9,23; cf. Miq 6,8).

El pueblo hallará los ejemplos que necesita mirando a sus padres; juzgando el árbol por sus frutos, discernirá en sus actitudes lo que hay que imitar o que evitar; tenemos, por un lado, la fe y la fidelidad de Abraham (Gén 15,6; 22,12-16), y por otro la duda y la desobediencia de Adán y de Eva (Gén 3,4ss). La historia está llena de tales personajes, cuyo ejemplo ilumina y a los que los sabios hacen desfilar ante los ojos de sus discípulos (Eclo 44,16-49,16; cf. 1Mac 2,50-60). Los ancianos deben por tanto sentirse, como Eleazar, responsables del pueblo y especialmente de los jóvenes; tienen que dejar un ejemplo noble, aunque para ello tengan que morir mártires (2Mac 6, 24-31).

NT.

De los ejemplos humanos al modelo divino.

El NT evoca todavía el pasado: no hay que imitar a Caín, el homicida (Jn 3,12), ni a la generación desobediente del desierto (Heb 4,11), sino tomar como modelo la paciencia de los profetas (Sant 5, 10), la fe y la perseverancia de una nube de testigos de Dios (Heb 12,1). Por lo demás, los creyentes tienen tales testigos ante los ojos (Heb 6,12); imiten la fe de sus jefes (Heb 13,7) y la conducta de los que, como Pablo, son sus modelos (Flp 3,17). El Apóstol invita con frecuencia a los fieles a ser sus imitadores (1Cor 4,16; Gál 4,12), especialmente trabajando como él lo ha hecho para servir de ejemplo (2Tes 3,7ss). Sean los ancianos, como él, modelos (iTim 4,12; Tit 2,7; 1Pe 5,3), a fin de que sus comunidades sean a su vez ejemplos (1Tes 1,7; 2,14).

Pero para el creyente sólo hay un modelo perfecto, del que los otros no son más que un reflejo: Jesucristo. A Pablo mismo no hay que imitarlo sino porque él imita a Cristo (1Cor 4.16; 11,1). Tal es la novedad fundamental: gracias a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, el hombre puede imitar a su Señor (1Tes 1,6) y así imitar a Dios mismo (Ef 5,1). Jesús es, en efecto, la fuente y el modelo de esa fe perfecta que es confianza y fidelidad (Heb 12,2); al que cree en él le otorga ser hijo de Dios y vivir de su vida (Jn 1,12; Gál 2,20). Así el hombre puede ya imitar el ejemplo del Señor, seguir sus huellas en la vida de amor humilde que lo llevó a entregar su propia vida (Jn 13,15; Ef 5,2; 1Pe 2,21; 1Jn 2,16; 3,16); puede amar a sus hermanos como Jesús los ha amado (Jn 13,34; 15,12).

Ahora bien, Jesús los ha amado como el Padre le amó a él (Jn 15,9); imitar a Jesús es imitar al Padre; responder a nuestra vocación de hacernos conformes a Cristo (Rom 8, 29), perfecta imagen de su Padre (Col 1,15) es renovarnos a imagen de nuestro Creador (Col 3.10; cf. Gén 1,26s, cuyo sentido profundo y hasta entonces oculto es revelado por este paralelismo). Podemos y debemos ser santos como lo es nuestro Padre celestial (1Pe 1,15s, que cita a Lev 19,2, dándole un sentido nuevo); haciendo esto, respondemos a la orden misma de Jesús, que quiere que imitemos al Padre, su bondad perfecta (Mt 5,48) y su amor misericordioso (Lc 6,36; cf. Ef 4,32); si lo hacemos, día vendrá en que seamos semejantes al que hemos imitado, porque lo veremos tal ccmo es (1Jn 3,2).

JEAN RADERMAKERS y MARC-FRANÇOIS LACAN