Don.

En el origen de todo don enseña la Biblia a reconocer una iniciativa divina. “Toda dádiva perfecta... desciende del Padre de las luces” (Sant 1,17; cf. Tob 4,19). Dios es quien tiene la iniciativa de la creación y quien da a todos alimento y vida (Sal 104); también Dios tiene la iniciativa de la salud (Dt 9,6; 1Jn 4,10). Por consiguiente, la generosidad se descamina cuando pretende preceder a la gracia (cf. In 13,37s); la primera actitud que se impone al hombre es abrirse al don de Dios (Mc 10,15 p). Recibiéndolo se hace capaz de auténtica generosidad y es llamado a practicar a su vez el don (1Jn 3,16).

AT.

1. Los dones de Dios.

El AT es, más que el tiempo del don, el tiempo de la promesa. Los dones mismos no hacen sino prefigurar y preparar el don definitivo.

“A tu posteridad doy yo este país”, dice Yahveh a Abraham (Gén 15, 18). El eco de esta palabra resuena por todo lo largo del Pentateuco. El Deuteronomio se aplica a hacer apreciar tal don (Dt 8,7; 11,10), pero anuncia también que las infidelidades acarrearán el exilio; otro don es necesario: la circuncisión del corazón, condición del retorno y de la vida (Dt 29,21-30,6).

Por medio de Moisés da Dios a su pueblo la ley (Dt 5,22), don excelente entre todos (Sal 147,19s), pues es una participación en su propia sabiduría (Eclo 24,23; cf. Dt 4,5-8). Pero la ley es impotente, si es malo el corazón que la recibe (cf. Neh 9, 13.26). A Israel le hace falta un corazón nuevo; tal es el don futuro, hacia el que orientan los profetas sus aspiraciones (Jer 24,7; Ez 36, 26ss).

Lo mismo se puede decir de todos los dones del AT: los unos parecen quedar interrumpidos (dinastía davídica, presencia de la gloria en el templo) y sucesivas decepciones fuerzan a dirigir las esperanzas más adelante; los otros no son ya sino recuerdos que atizan los deseos, pan del cielo (Sab 16,20s), agua de la roca (Sal 105,42). Israel ha recibido mucho, pero aguarda todavía más. 2. Las ofrendas a Dios. Israel, para reconocer el soberano dominio y los beneficios de Yahveh, le ofrece primicias, diezmos (Dt 26) y sacrificios (Lev 1...). Aporta también dones para compensar las infidelidades de la alianza (Lev 4; 5) y restablecerse en el favor de Yahveh (2Sa 24,21-25).

Las ofrendas a Dios se sitúan, pues, en una perspectiva de reciprocidad (Eclo 35,9s).

3. Los dones recíprocos.

En esta perspectiva se comprende, las más veces, el don entre individuos, familias o pueblos. Donde se manifiesta la hesed, esa benevolencia y beneficencia mutuas, que son regla entre aliados o amigos. El que acepta el don acepta la alianza y se veda toda actitud hostil (Gén 32,14; Jos 9,12ss; 2Sa 17,27...; 19,32...). Pero los dones que pudieran tender a corromper son severamente excluidos (Ex 23,8; Is 5,23). La perspectiva no carece, pues, de nobleza, en cuanto la reciprocidad de las prestaciones testimonia normalmente la reciprocidad de los sentimientos.

El don a los pobres, recomendado en términos magníficos (limosna), tiende también a asimilarse a los dones recíprocos. Se espera que el pobre tenga un día con qué corresponder (Eclo 22,23) o que Yahveh compense en su lugar (Prov 19,17). Se desaconseja tajantemente dar al hombre malo (Tob 4,17): tal don redundará en pura pérdida (Eclo 12,1-7). El AT se cuida de asociar a una generosidad muy real una prudencia razonable.

NT.

“Si conocieras el don de Dios”... (Jn 4,10). El NT, poniendo plenamente de relieve la loca generosidad de Dios (Rom 5,7s) trastorna las perspectivas humanas. Es verdaderamente el tiempo del don.

1. El don de Dios en Jesucristo.

El Padre nos revela su amor al darnos a su Hijo (Jn 3,16), y en el Hijo se da el Padre mismo, pues Jesús está totalmente lleno de la riqueza del Padre (Jn 1,14): palabras y obras, poder de juzgar y de vivificar, nombre, gloria, amor, todo lo que pertenece al Padre es dado a Jesús (Jn 17).

En su fidelidad al amor que le une al Padre (Jn 15,10) realiza Jesús el don completo de sí mi ,"nos “da su vida” (Mt 20,28 p). “Verdadero pan del cielo dado por el  Padre”, da “su carne por la vida del mundo” (Jn 6,32.51; cf. Lc 22,1:): “Esto es mi cuerpo dado por vosotros.” Por su sacrificio obtiene qu y se nos comunique el Espíritu prometido (Hech 2,33), “don de Dios”' por excelencia (Hech 8,20; 11,17). Y en esta tierra poseemos así las arras de nuestra herencia: somos enriquecidos con todo don espiritual (1Cor 1,5ss), con carismas diversos (1Cor 12), con los dones de Cristo resucitado (Ef 4,7-12), y jamás se celebrará bastante la sobreabundancia del don de la gracia (Rom 5,15-21). En forma secreta, pero real (Col 3,3s) vivimos ya de la vida eterna, “don gratuito de Dios” (Rom 6,23).

La ofrenda a Dios en Jesucristo.

Desde el sacrificio de Cristo, a la vez don de Dios a la humanidad (Jn 3, 16) y don de la humanidad a Dios (Heb 8,3; 9,14), los hombres no tienen ya que presentar otros dones. La víctima perfecta basta para siempre (Heb 7,27). Pero deben unirse a esta víctima y presentarse ellos mismos a Dios (Rom 12,1), ponerse a su disposición para el servicio de los otros (Gál 5,13-16; Heb 13,16). Porque la gracia no se recibe como un regalo que pudiera uno guardar para sí; se recibe para que fructifique (Jn 15; cf. Mt 25,15-30).

El don sin correspondencia.

El movimiento del don a los otros adquiere, pues, una amplitud y una intensidad jamás conocidas. La “codicia”, que se opone al don, debe combatirse sin remisión. Ahora ya, en lugar de buscar la reciprocidad de las prestaciones, hay más bien que esquivarla (Lc 14,12ss). Cuando se ha recibido tanto de Dios, todo cálculo, toda estrechez de corazón resultan escandalosos (Mt 18.32s).

“Da a quien te pida” (Mt 5,42).

“Habéis recibido gratis, dad gratis” (Mt 10,8). El cristiano está llamado a considerar todo, bienes materiales o dones espirituales, como riquezas de las que sólo es administrador y que le han sido confiadas para el servicio de los demás (1Pe 4,10s). Y, consejo inaudito, al que desea la perfección le exhorta Jesús incluso a dar toda su fortuna (Lc 18,22). El don de Dios en Jesucristo nos lleva todavía más lejos: Jesús “ofreció su vida por nosotros”, y así la gracia nos impele a “ofrecer también nosotros nuestra vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16); “no hay mayor amor...” (Jn 15,13).

El don realiza la unión en el amor y suscita en todos la acción de gracias (2Cor 9,12-15). El donante da gracias a Dios tanto y más que el beneficiario, pues sabe que su misma generosidad es una gracia (2Cor 8, 1), fruto del amor que viene de Dios (cf. Un 3,14-18). Y por eso en definitiva “hay más dicha en dar que en recibir” (Hech 20,35).

ALBERT VANHOYE