Copa.

1. Copa de comunión.

El uso oriental de hacer circular durante las comidas una copa, en la que beben todos, hace de ella un símbolo de comunión. Ahora bien, en los banquetes sacrificiales es invitado el hombre a la mesa de Dios; la copa que se le ofrece, rebosante (Sal 23,5), es el símbolo de la comunión con el Dios de la alianza, que es la parte de sus fieles (Sal 16,5). Pero los impíos prefieren al culto de Dios y a la copa que les ofrece la copa de los demonios (cf. Dt 32,17; 1Cor 10,20s), con los que comulgan en un culto idolátrico.

2. Copa de ira.

Esta impiedad atrae la ira de Dios; para expresar sus efectos vuelven los profetas al símbolo de la copa; ésta vierte un vino que regocija el corazón del hombre, pero cuyo abuso conduce a una vergonzosa embriaguez. Tal embriaguez es el castigo reservado por Dios a los impíos (Jer 25,15; Sal 75,9; cf. Zac 12,2). Su parte de copa, brebaje de muerte que deben beber aunque les pese, es el vino de la ira de Dios (Is 51,17; Sal 11,6; Ap 14,10; 15,7-16,19).

3. Cáliz de salvación.

La ira de Dios está reservada a los endurecidos. Gracias a la conversión se la puede esquivar. Ya en el AT los sacrificios de expiación expresan el arrepentimiento del convertido; la sangre de las víctimas, recogida en las copas de aspersión (Núm 4,14), se derramaba sobre el altar y sobre el pueblo; así se renovaba la alianza entre el pueblo purificado y Dios (cf. lix 24,6ss). Tales ritos figuraban el sacrificio en que la ofrenda de la sangre de Cristo debía realizar la expiación perfecta y la alianza eterna con Dios. Este sacrificio es la copa que el Padre da a beber a su hijo Jesús (In 18,11); éste, con obediencia filial, la acepta para salvar a los hombres y la bebe dando gracias a su Padre en nombre de todos los que salva (Mc 10,39; Mt 26,27s.39-42 p; Lc 22,17-20; 1Cor 11,25).

Ahora ya esta copa es el cáliz de la salvación (Sal 116,13), ofrecido a todos los hombres para que comulguen en la sangre de Cristo hasta que él vuelva. y bendiga para siempre al Padre que les concederá beber a la mesa de su Hijo en el reino (1Cor 10,16; Lc 22.30).

MARIE-ÉMILE BOISMARD