Ciudad.

La vida urbana, como forma de experiencia de vida social en un cierto tipo de civilización, es una realidad humana con la cual la revelación bíblica no podía menos de estar en contacto, ya para pronunciar sobre ella un juicio de valor, ya para hallar en ella un punto de partida de su expresión misma.

AT.

1. De la vida nómada a la vida urbana.

Israel tiene la convicción de que la vida urbana se remonta mucho más allá de los patriarcas hebreos: el Génesis, después de oponer la vida pastoral de Abel a la vida agrícola de Caín (Gén 4,2), atribuye a éste la fundación de la primera ciudad, a la que dio el nombre de su hijo Henoc (juego de palabras con el té: mino, que quiere decir “dedicación”: 4,17). Pero sólo después del corte marcado por el diluvio asistimos a la fundación de las grandes ciudades, alrededor de las cuales se organizan los imperios mesopotamios (10, l0s). Los antepasados de Abraham vivían en su territorio (11,31). Pero en la época de los patriarcas la vida pastoril es esencialmente nómada o seminómada, al margen de las ciudades de Canaán. Durante la estancia en Egipto, las ciudades construidas por los hebreos esclavizados son fortalezas egipcias (Éx 1,11). Así la generación del éxodo vuelve a la vida nómada tradicional en la estepa. Solamente con la conquista de Canaán se acostumbra Israel definitivamente a la vida agrícola y urbana: recibe como un don de Dios ciudades, casas y plantaciones (Dt 6,10s; Jos 24,13). El apego a las antiguas usanzas nómadas sólo subsistirá en algunos grupos marginales, que significarán así su protesta contra la corrupción de la civilización (así los rekabitas: Jer 35,6-10; cf. 2Re 10, 15ss).

Ambigüedad de la civilización urbana. Con todo, este nuevo modo de vida tiene un valor ambiguo en el plano religioso. Para los labradores, es la ciudad un refugio contra las razzias o contra los ejércitos extranjeros; muchas ciudades contienen un lugar de culto, consagrado en adelante a Yahveh. Tal es en particular el caso de Jerusalén, ciudad de David (Sal 122,5) y capital del poder político (Is 7,8), pero también ciudad del Gran Rey (Sal 48,4; cf. 46,5), lugar de reunión cultual de las tribus y signo de unidad de todo el pueblo (Sal 122,3s). Sin embargo. los pecados de Canaán corrompen fácilmente esta civilización urbana (Am 3,9s; 5,7-12; Is 1,21-23), de la misma manera que el paganismo había corrompido ciudades importantes, como Nínive y Babilonia. Los profetas prometen a las capitales y a las ciudades de Israel la misma suerte que a tantas ciudades del mundo pagano (Am 6,2: Miq 3,12): una ruina semejante a la de Sodoma y Gomorra (cf. Gén 19). Por lo demás, este anuncio del juicio de Dios no perdona a las ciudades paganas: Tiro, Sidón, Babilonia son objeto de análogas amenazas.

Las dos ciudades. No obstante, la escatología profética sigue otorgando un puesto preferente a la nueva Jerusalén (Is 54; 60: 62). centro religioso de la tierra santa (cf. Ez 45), mientras que enfoca la caída definitiva de las ciudades impías, cuyo prototipo es Babilonia (Is 47). Finalmente, la apocalíptica trazará el cuadro contrastado de las dos ciudades: la ciudad de la nada (Is 24,7-13), ciudadela de los soberbios (25,2; 26,5), y la ciudad fuerte, refugio del pueblo de Dios constituido por los humildes (26,1-6). Estas imágenes opuestas del juicio y de la salva ción responden a la ambigüedad fundamental de la civilización urbana, recibida como don de Dios, pero también capaz de engendrar lo peor.

NT.

1. Salvación y juicio de Dios.

El trasfondo de la civilización urbana está siempre presente en el NT, en Palestina como en el imperio romano. El anuncio del Evangelio se adapta a esta situación social, en la época de Jesús como en la de los apóstoles. Pero la acogida dispensada a la palabra de Dios difiere notablemente según los casos: repudio de Jesús por las ciudades galileas; negativa al Evangelio en Atenas (Hech 17,16ss) en contraste con la acogida de Corinto (18,1-11); aperturas y opo siciones en Éfeso (1Cor 16,8s). Por eso Jesús reitera Ios anatemas de los profetas contra las ciudades del lago (Mt 11-20-24 p) y contra Jerusalén (Lc 19,41ss; 21,20-24 p; 23,28-31), que personifican a sus habitantes incré dulos.

2. Las dos ciudades.

Finalmente, si bien la capital judía experimenta el juicio de Dios en los mismos tiempos apostólicos (Ap 11,2.8), sin embargo la escatología cristiana se construye todavía alrededor del tema de las dos ciudades, cuando la Iglesia de Jesús debe afrontar al imperio romano perseguidor. El Apocalipsis anuncia la caída de la nueva Babilonia (17,1-7; 18; 19,2), mientras que al final de los tiempos la nueva Jerusalén desciende del cielo a la tierra para que se reúnan en ella, todos los elegidos (21). Así, ya acá abajo los bautizados se habían acercado a ella (Heb 12,22), puesto que en ella tenían derecho de ciudadanía (Flp 3,20). La ciudad de lo alto es ya su madre (Gál 4,25s); por esto ellos no tienen aquí ciu dad permanente, porque buscan la del futuro (Heb 13,14). De este modo la experiencia humana de la vida urbana permite evocar un aspecto esencial del mundo futuro hacia el que nos encaminamos (cf. Heb 11,16).

PIERRE GRELOT