Blanco.

Lo blanco acompaña a las fiestas y a las manifestaciones gozosas de los humanos. Evoca la inocencia, la alegría, la pureza; suscita la admiración. El blanco, color de luz y de vida, se opone al negro, color de tinieblas, de luto. La Biblia utiliza estos diversos sentidos (Ecl 9,8; Eclo 43, 18), pero les da una dimensión nueva, escatológica: el blanco es la marca de los seres asociados a la gloria de Dios: seres celestiales o seres transfigurados.

1. Los seres celestiales.

En el Apocalipsis es donde, en la descripción del mundo celestial, se recurre con más insistencia a lo blanco y se subraya así su sentido escatológico: piedrecilla (Ap 2,17), nube (14,14), caballo (19,11), trono (20,11). Pero toda la Biblia, AT y NT, pone de relieve el resplandor, la blancura de los seres que llegan al cielo, ya se trate del hombre vestido de blanco de Ez 9,2, o de los ángeles, mensajeros de Dios, con una “vestidura resplandeciente” (Lc 24,4 p; Hech 10,30), o de los 24 ancianos de la corte celestial (Ap 4,4), o del “Hijo del hombre” (Ap 1,13s), de Cristo mismo, al que anunciaba el anciano de días” con una vestidura blanca como la nieve y cabellos puros como lana” (Dan 7,9).

2. Los seres transfigurados.

El blanco, color celestial de Cristo, no aparece durante su vida terrena salvo en el momento privilegiado de la “transfiguración, en que hasta sus vestiduras “se volvieron resplandecientes, muy blancas, como no las puede blanquear lavandero sobre la tierra” (Mc 9,3 p). El blanco es de la misma manera el color de los seres transfigurados, de los santos que, purificados de su pecado (Is 1,18, Sal 51,9), blanqueados en la sangre del cordero (Ap 7,14), participan del ser glorioso de Dios (7,9-13). Forman la “blanca escolta” del vencedor (3,4s), multitud inmensa y triunfante que clama su gozo en una eterna fiesta de luz: el cordero se une a la esposa revestida del “lino de una blancura resplandeciente” (19,1-14).

En todos los tiempos ha adoptado la liturgia el lino blanco como vestidura (Ley 6,3) e impone un capillo blanco de cristianar al recién bautizado que, por la gracia, participa en la gloria del estado celestial, con la inocencia y el gozo que lleva consigo.

GILLES BECQUET