Árbol.

El árbol es a los ojos del hombre el signo tangible de la fuerza vital que ha esparcido el Creador en la naturaleza (cf. Gén 1,11s). A cada primavera anuncia su renacimiento (Mt 24, 32). Cortado, vuelve a brotar (Job 14,7ss). En el desierto árido indica los lugares donde el agua permite la vida (Éx 15,27; Is 41,19). Alimenta al hombre con sus frutos (cf. Dan 4,9). Esto es suficiente para que se pueda comparar con un árbol verdegueante, ya al hombre justo al que Dios bendice (Sal 1,3; Jer 17,7s), ya al pueblo, al que colma de favores (Os 14,6s). Es cierto que hay árboles buenos y malos, que se reconocen por sus frutos; los malos sólo merecen ser cortados y arrojados al fuego; igualmente los hombres en el momento del juicio de Dios (Mt 7,16-20 p; cf. 3,10 p; Lc 23,31). A partir de este significado general, el simbolismo del árbol se desarrolla en la Biblia en tres direcciones.

1. El árbol de la vida.

El Génesis, utilizando un símbolo corriente en la mitología mesopotámica, coloca en el Paraíso primitivo un árbol de la vida, cuyo fruto comunica la inmortalidad (Gén 2,9; 3,22). En conexión con este primer símbolo, la falsa sabiduría que usurpa el hombre atribuyéndose el “conocimiento del bien y del mal” se representa también como un árbol de fruto prohibido (Gén 2,16s). El hombre, seducido por la apariencia engañosa de este árbol, comió de su fruto (Gén 3.2-6). A consecuencia de esto tiene ahora cortado el camino del árbol de la vida (Gén 3,22ss). Pero todo el desarrollo de la historia sagrada va a mostrar cómo Dios le restituye su acceso. En la escatología profética se describe la tierra santa en los últimos tiempos como un paraíso nuevamente hallado, cuyos árboles maravillosos proporcionarán a los hombres alimento y remedio (Ez 47, 12; cf. Ap 22,2). Ahora ya la sabiduría es para el hombre que la capta un árbol de la vida que da la felicidad (Prov 3,18: 11,30; cf. Eclo 24, 12-22). Y finalmente, en el NT promete Cristo a los que le permanezcan fieles comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios (Ap 2,7).

2. El árbol del reino de Dios.

Las mitologías orientales conocían también el símbolo del árbol cósmico, representación figurada del universo. Este símbolo no es utilizado por la Biblia. Pero ésta compara fácilmente a los imperios humanos, que tienen bajo su sombra a tantos pueblos, con un árbol extraordinario: se eleva hasta el cielo y desciende hasta los infiernos, cobija a todas las aves y a todos los animales (Ez 31.1-9: Dan 4,7ss). Grandeza ficticia, puesto que está fundada en la soberbia. El juicio de Dios derribará este árbol (Ez 31,10-18; Dan 4,10-14). Pero el reino de Dios, nacido de una humilde semilla, se convertirá, en cambio, en un gran árbol, en el que vendrán a anidar todas las aves (Ez 17.22s; Mt 13,31s p).

3. El árbol de la cruz.

El árbol puede llegar a ser signo de maldición cuando se utiliza como patíbulo para los condenados a muerte (Gén 40,19; Jos 8,29; 10,26; Est 2,23; 5,14): el ahorcado, que de él pende, mancilla la tierra santa, pues es una maldición de Dios (Dt 21,22s). Ahora bien, Jesús quiso tomar sobre sí esta maldición (Gál 3,13). Llevó nuestras culpas en su cuerpo en el leño de la cruz (1Pe 2,24), y en él clavó la sentencia de muerte que se había dictado contra nosotros (Col 2,14). Por el hecho mismo, el árbol de la cruz vino a ser el “leña que salva” (cf. Sab 14,7): está abierto el camino que conduce al paraíso hallado y nosotros comeremos del árbol de la vida (Ap 22,2.14). El mismo antiguo signo de maldición se ha convertido en este árbol de la vida: Crux fidelis, inter omnes Arbor una nobilis; hulla silva talem profert, fronde, flore, germine (liturgia del viernes santo).

MARIE-ÉMILE BOISMARD y PIERRE GRELOT