Reforma gregoriana

Época: Pontificado e Imperio

Inicio: Año 1000

Fin: Año 1100

Antecedentes

Relaciones entre los siglos XI y XII

 

Pocas palabras han tenido tanta garra en el léxico de los historiadores de la Iglesia como la de reforma. Aplicada por antonomasia a la ruptura iniciada por Martín Lutero a partir de 1517, su utilización se ha prodigado también para designar los mas variados intentos de regeneración de la jerarquía y la sociedad cristianas. Nadie se cuestiona hoy en día que en el siglo XI los deseos de mejora de la Iglesia estaban ampliamente extendidos. Así lo demuestran obras como el "Liber Gomorrhianus" de Pedro Damián o el "Adversus simoniacos" de Humberto de Silva Cándida que, un tanto ásperamente, denuncian todo un conjunto de lacras. A. Fliche, uno de los grandes historiadores de la Iglesia de nuestro siglo, ha sido un buen popularizador de la expresión "reforma gregoriana" al considerar al papa Gregorio VII como su principal protagonista. De acuerdo con esta idea el Papado, consciente de la necesidad de renovar moralmente al clero, luchó por conquistar su libertad frente a la tutela de los poderes temporales. A todos resultan evidentes los méritos de una serie de Papas del siglo XI y de sus consejeros en su lucha por la regeneración moral de la Iglesia. Pero queda asimismo fuera de duda que, a favor de la reforma, pugnaron muy diversas fuerzas... antes incluso de doblar el mítico Año Mil. Desde distinta dirección, Cluny y otras ordenes monásticas llevaban ya algún camino andado... y facilitarán incluso titulares a la sede romana, algunos de ellos fervientes paladines de la reforma. ¿Qué decir también de esos emperadores alemanes antes citados empeñados en proveer de buenos rectores a la Iglesia? Y ¿qué decir de los brotes reformistas de signo popular y cuasi revolucionario que unas veces coincidieron en sus objetivos con la curia pontificia y otras fueron considerados como sospechosos de herejía? Posiblemente resultará cómodo echar mano de un lugar ya común: no hubo una sino varias reformas. En todas ellas hay unas mismas preocupaciones, aunque las vías a utilizar puedan diferir sensiblemente. En principio había dos vicios que se consideraba necesario erradicar en el clero: el nicolaísmo y la simonía. Por nicolaísmo se entendía el amancebamiento de clérigos. El matrimonio de los sacerdotes en esta época se consideraba no inválido, sino simplemente ilícito. Las normas que imponían el celibato eclesiástico se aplicaban con bastante indulgencia pese al escándalo de algunos estrictos reformadores. Estos podían invocar justamente ejemplos del pasado: el concilio hispano de Elvira (a comienzos del siglo IV) o el posicionamiento de Padres de la Iglesia del Occidente como San Jerónimo o San Agustín. Pero dudosamente podía pensarse que el celibato fuera de todo punto necesario para facilitar el ministerio sacerdotal. De hecho, hasta entrado el siglo XI el debate sobre el amancebamiento/matrimonio de clérigos no se planteó con toda aspereza. Será uno de los caballos de batalla de los reformadores más famosos. Por simonía se entendió a principios de los tiempos cristianos la compra de poderes carismáticos. Mas adelante, por simonía -vicio asimilado a la herejía- se entendió el tráfico de cosas santas y la compra de dignidades eclesiásticas. La más conocida de todas las formas de simonía era la venta de obispados o abadías por los príncipes seculares, aunque también se podía llegar al humilde nivel de simples iglesias rurales. El que algunos cargos eclesiásticos llevasen anejos una masa de bienes materiales convertían a obispos o abades en grandes señores temporales tentados con frecuencia al abandono de sus responsabilidades espirituales. Ante tan equívoca situación fue surgiendo toda una casuística en la que acabaron enfrentándose posiciones a menudo irreconciliables. Así, los reformadores más radicales repudiaron todo tipo de acto simoníaco que, según ellos, contaminaba cualquier acto espiritual del dignatario que había comprado su cargo. El cardenal Humberto de Silva Cándida, dentro de esta línea, recomendaba la destitución de todo clérigo que hubiera recibido órdenes de un obispo simoníaco. En una línea mas templada otro de los grandes reformadores, Pedro Damiano, aun pidiendo la destitución del simoniaco, reconocía la validez de las órdenes recibidas gratuitamente de manos de un consagrador simoniaco. En relación con la simonía se situaba a veces el problema de la investidura laica. Suponía esta la ruptura de la vieja práctica canónica según la cual el ministerio episcopal era conferido por el clero y el pueblo (o, al menos, con el asentimiento de éste) de la diócesis correspondiente. Con el discurrir del tiempo, los príncipes seculares usurparon este derecho invistiendo directamente a los obispos con la entrega del báculo (símbolo de la jurisdicción) y el anillo (expresión de la unión mística con la Iglesia). Aunque en muchas ocasiones (recordemos el ejemplo de papas designados por emperadores) los poderes temporales velaban por la honorabilidad de los candidatos, de hecho, primaban más las razones de utilidad del candidato que su idoneidad espiritual. Emperadores y reyes tuvieron en efecto, en obispos y abades, buenos colaboradores en las tareas administrativas y, además, un importante contrapeso frente a la orgullosa nobleza laica. Que una investidura laica fuera acompañada de un pago por parte del beneficiario podía resultar una sospecha más que razonable. Si el Pontificado se llegaba a poner a la cabeza de un vasto movimiento contra las anteriores lacras trabajaría, de paso, en la reafirmación de su primacía sobre todo el Occidente. Esta se venía reconociendo desde tiempo inmemorial aunque, como recientemente ha recordado J. Paul, con un sentido eminentemente honorífico. Así, en el siglo X, Occidente semejaba una gran federación de provincias eclesiásticas unidas por una misma fe y una misma disciplina. Después del año Mil las cosas fueron cambiando. La curia romana, aparte de invocar la regeneración del estamento eclesiástico, se dedicó a desempolvar viejas teorías que hablaban de la relación entre los distintos poderes. Lo que papas del pasado (desde Gelasio I a fines del siglo V) habían planteado como reflexiones puramente espirituales, los gregorianos lo elevaron a la categoría de imperiosa necesidad. Para ellos, el poder temporal sólo se legitimaba en la medida en que estuviera conforme a las exigencias espirituales. Y estas solamente podrían cumplirse merced a una constante intervención de los pontífices ante los soberanos. Por tanto, reforma de la Iglesia -en perspectiva gregoriana- y teocracia pontificia estaban condenadas a recorrer un mismo camino.

Herejías, la insurrección en nombre de Dios (parte II).

Herejías de Occidente.

Karina Donángelo presenta algunos de las más influyentes movimientos heréticos dentro de la religión cristiana, principalmente los aparecidos durante la Edad Media y tanto en Oriente como en Occidente, analizándolos en su contexto histórico y estableciendo su relación con la puja por el poder. Esta segunda parte se dedica a las herejías de Occidente. Se recomienda la lectura de la Introducción para la adecuada comprensión del artículo.

En Occidente, la evangelización de los paganos no fue menos difícil que en Oriente. Las conversiones fueron rápidas y espectaculares. Así como lo fue el bautismo de Clodoveo, no pasaron de ser superficiales y limitadas a una cierta cantidad de personas. Sin embargo, mucho después de Clodoveo, las masas de la población rural, en la Galia y más en Germania siguieron aferradas a sus antiguas creencias.

De este apego a las supersticiones y al paganismo da testimonio la literatura religiosa del momento, como por ejemplo "Vidas de Santos"; o las prácticas y el mobiliario funerario. Los hombres se adornaban con amuletos. Mantenían encendidos los "fuegos purificadores". Hacían ofrendas a los dioses de las fuentes, los lagos y los bosques, y concurrían a la Iglesia.

Poco antes de la famosa Reforma Gregoriana, una de las causas que fomentó el surgimiento de las herejías y las divisiones dentro de la Iglesia Católica Romana fue la insuficiencia e indignidad del clero.

Por otra parte, las incursiones escandinavas, húngaras y sarracenas provocaron la destrucción de abadías e iglesias, dispersando a los monjes. Muchas abadías cayeron en manos de "protectores"; grandes señores que abandonaron su antiguo papel de justicieros, por la administración y explotación sistemática de los bienes de los monasterios.

El clero, privado de toda independencia, sometido a los príncipes, cuya elección podía recaer en personajes indignos y carentes de riqueza espiritual fue sufriendo progresivamente todo tipo de relajamientos y vicios.

El "Nicolaísmo" estuvo muy en boga; consistía en rechazar el celibato religioso, transgrediendo la pureza de las costumbres eclesiásticas.

La Reforma Gregoriana, no solo se encuadró en el plano religioso; también fue una maniobra política con resultados trascendentes para toda la humanidad. El papa, a través de una alianza contó con el apoyo de los príncipes alemanes, contrarios a la autoridad imperial de los grandes señores, y de los normandos de Sicilia.

Todo esto derivó en el famoso conflicto de las investiduras, a partir de lo cual se restituyeron los bienes eclesiásticos y el clero, paulatinamente se liberó de la tutela de sus antiguos protectores.

Gran influencia tuvieron también, en la reforma de la iglesia, los monjes de Italia meridional, quienes conservaban secretamente sus tradiciones egipcias, griegas y bizantinas, y tenían lazos estrechos con algunas comunidades ermitañas. A esto se sumó la influencia de las escuelas episcopales y abaciales de Francia, Lorena y del Imperio, que fueron verdaderos centro de enseñanza y estudios litúrgicos. Una de las abadías que mejor supo ejemplificar este ideal renovador fue sin duda la de Clunny.

Mencionamos todo esto, porque la gran mayoría de las herejías occidentales se dieron en el marco de la Reforma Gregoriana. Algunas de estas sectas se basaron en una interpretación distinta del Nuevo Testamento. Proclamaban el deseo de pureza, el respeto por las reglas de la vida evangélica, sus exigencias morales fueron muy estrictas (en algunos casos) y rechazaron la Iglesia constituida (la misa, la comunión, la Virgen y al clero romano).

Pero más allá de lo doctrinal, no se puede dejar de reconocer su carácter revolucionario, cuyos alcances llegan, incluso, hasta la actualidad.

Por la senda de Bogomil.

En Italia, y especialmente en las regiones centrales y nórdicas se manifestó un espíritu violento en contra de los obispos simoníacos fieles al partido imperial, este espíritu fue el estandarte de una herejía que se conoció con el nombre de Bogomilitas o Bogomiles. Su origen proviene de los antiguos pueblos eslavos; los "bárbaros del norte".

Fruto emergente del corazón de los bosques y pantanos de la Dacia, este pueblo inició su cruzada ocupacionista en el año 527, hacia las márgenes del Danubio, devastando territorios y realizando grandes carnicerías, para luego retornar a sus escondrijos primigenios y ocultar el botín. Armados con arcos y flechas envenenadas atacaban a sus adversarios par la retaguardia.

Sus frecuentes irrupciones causaron una seria preocupación a la diplomacia bizantina, que intentaba ejercer su poder en un escenario incierto fragmentado, que fluctuaba entre la "democracia" y la "anarquía". Con el tiempo, los pueblos eslavos cayeron en manos de nuevos invasores; los ávaros y sirvieron como infantes del ejército de caballería, en la lucha contra Bizancio.

Si bien los eslavos no obtuvieron triunfo alguno, sí pudieron consolidar su afincamiento en los Balcanes. Precisamente allí fue donde supieron recoger la herencia de los búlgaros turanios, quienes atravesando el Danubio, por Isperich fundaron un gran reino, que en Sirmia chocó con el Estado en "La Montaña de los Francos".

Los antiguos pueblos nórdicos, no sólo atravesaron los Balcanes, sino también los Cárpatos; franquearon el Vístula, invadieron el norte de Alemania y los países alpinos del sudeste.

En los Balcanes, los eslavos también se fusionaron con las poblaciones tracias e ilirias, de las cuales son en parte hoy herederos los albaneses. Tanto los eslavos, como los tracios e ilirios traspasaron su territorio a los búlgaros.

El reino búlgaro, fundado por Simeón I (893-927), pasando a manos del sucesor, Pedro, mantuvo estrechos contactos con la corte griega, gracias a lo cual se conformó un partido nacional, posteriormente reprimido con saña tenaz, en el ano 929. 

El alzamiento de los bogomilitas surgió de las capas inferiores eslavas, que se oponían a las clases altas de influencia griega. Esta revolución adoptó un carácter religioso, gracias a su líder-profeta; un pope llamado Bogomil.

Los presbiteros bogomilitas (Kosma fue uno de ellos) reprochaban a los ricos y al clero guardar y ocultar los libros con avaricia (recordemos que en aquella época, los libros eran objetos costosísimos y hasta se sostenían guerras para alzarse con el botín de libros).

Fue, no solo una lucha religiosa (su mejor disfraz) sino más bien la protesta declarada de los campesinos oprimidos, frente a las clases aristócratas. En cuanto al elemento religioso, no se puede negar la tremenda influencia que tuvo en los bogomilitas, la propaganda de los maniqueístas paulicianos, dentro del imperio bizantino. Estos últimos profesaban el dualismo, cuyo principio se basaba en una interpretación distinta respecto a la procedencia del mal: el mal no procede de Dios, sino del demonio, creador también de este mundo imperfecto. El diablo -según su doctrina- sería vencido por Dios y en la Tierra reinaría un Paraíso.

El mundo diabólico, según los campesinos estaba encarnado en el orden estatal y social. Así fue cómo se dirigió el primer advenimiento de los bogomilitas contra el Estado, mientras aspiraban a una revolución social. Para ellos, los grandes enemigos eran Bizancio y el papado, por lo que a los campesinos eslavos se unieron los checos, unidos a los husitas.

La herejía bogomilita se extendió a través de Macedonia, donde fundó dos iglesias. Esta secta fue muy fuerte también en Bulgaria. Con el correr de los años, gran parte de los bogomilitas ingresó al Islam, durante la conquista y ocupación de los turcos. Sólo los paulicianos conservaron su doctrina, pero de todos modos, muchos de ellos fueron devueltos al catolicismo, de la mano de los franciscanos.

En general, los bogomilitas adquirieron mayor solidez en Bosnia y Herzegovina. En Servia, muchos fueron exterminados, en el siglo XII por Stéfano Nemania. Todos estos territorios, durante años fluctuaron entre el catolicismo, la ortodoxia y la herejía bogomilita, hasta la llegada de los turcos, que islamizaron el lugar. No obstante, fueron precisamente los bogomilitas quienes facilitaron soterradamente la entrada de Los turcos; por lo que se comprende que para muchos estudiosos, la influencia bogomilta resultara fatal para los Estados balcánicos y eslavos, según lo relata Josef Leo Seifert, en su libro "Los Revolucionarios del Mundo, de Bogomil a Lenin" (Ed. Luis de Caralt, Barcelona, 1953).

Los bogomilitas negaban el nacimiento divino de Cristo, la Trinidad y la validez de los Sacramentos y ceremonias. Fueron duramente perseguidos, muchos, quemados en la hoguera por los tribunales de la Inquisición, pero pese a todo, hubo quienes sobrevivieron, y sus enseñanzas de maneras diversas perduran en muchas sectas de la actualidad.

Los Patarinos, protegidos del "Mago" Federico II.

La secta de los Patarinos fue una de las más activas, entre los años 1.050 y 1.070, sobretodo en Milán. Sólidamente apoyada por Roma, y en especial por Gregorio VII. Su primer jefe fue Anselmo de Baggio, posteriormente nombrado papa, quien adoptó el nombre de Alejandro II (1.061- 1.073).

Este movimiento reformador encontró eco entre los obreros de la industria textil; gente miserable poco integrada en la ciudad y excluidos del marco familiar, e incluso del parroquial. En el lenguaje de la época, los patarinos eran llamados también "pordioseros". Pertenecían al grupo de la herejía dualista. Su nombre -"patarinos"- proviene del arrabal Pataria, de Milán.

Esta secta también adoptó posturas políticas, tras el manto de la religión. Con frecuencia, los patarinos recibían emisarios búlgaros. Sus primeras ideas revolucionarias se materializaron en diversas alternativas sangrientas de la lucha civil entre güelfos y gibelinos, en la que los herejes se alinearon junta al partido del emperador (los gibelinos).

Federico II llegó a erigirse en su protector, y en algunas ciudades llegaron a tener tanto poder, que expulsaron a los católicos, entre ellos al obispo Grimerio de Piacenza.

En realidad, la contienda contra el papado tuvo un marcado sesgo político, desde la llegada de los Hohenstaufen, una poderosa dinastía de príncipes electores del Sacro Imperio Romano Germano.

Ya desde el reinado de Federico I, apodado Barbarroja, la lucha con el pontificado se tornó recalcitrante. Pues, el principal objetivo de su política fue ampliar y confirmar su dominación en el norte de Italia, donde muchas ciudades, prácticamente gozaban de una total independencia; lo que hacia peligrar la unidad del imperio. Federico I reunió a los feudatarios italianos en la Dieta de Roncaglia (1.158) y nombró un delegado en cada ciudad. Pero su política no tardó en ser resistida en las prósperas metrópolis italianas. Se produjeron levantamientos, y el emperador ordenó saquear y quemar la ciudad de Milán.

A partir de ese momento, el papa Alejandro III se puso al frente de la rebelión y apoyó a las ciudades, que se unieron a la Liga Lombarda. Frente a la derrota, Federico I no tuvo más remedio que ratificar la paz, reconciliarse con el Papa y reconocer la independencia de los Estados Pontificios.

Sin embargo, el proyecto geopolítico se mantuvo en pié, sobretodo durante el reinado de Federico II. Excomulgado dos voces, acusado de hereje y blasfemo, este hombre sabio y aguerrido, aficionado a la filosofía y a las letras, luchó hasta el final contra el poder hegemónico y no menos dictatorial del Papado, protegiendo la libertad de pensamiento, de aquellos que abrazaban una fe distinta dentro del imperio.

Un siglo después, la secta de los "HUMILLADOS", surgida también en Milán reunió a ciertas clases industriales, como los obreros de la lana; y gentes de condición muy humilde, que adoptaron los preceptos acuñados por sus antecesores, los Patarinos.

La corriente de los "PUROS"

A partir del año 1.100, el nombre de "CATAROS" (los Puros) pasaría a designar a todos los heréticos occidentales emplazados fuera de la Iglesia Romana; se aplicó con frecuencia a los Patarinos, y posteriormente a todas las sectas de Italia. Los cátaros fueron muy numerosos y activos en Toscana y en Umbría. Dominaban las magistraturas de Siena y Asís, e hicieron de Orvieto una "verdadera plaza fuerte de la herejía" (tanto en Roma como en Verona existían escuelas de cátaros).

La difusión de las doctrinas cátaras fue recibida con entusiasmo en diferentes medios sociales. No solo tuvo cabida entre los pobres de las ciudades o los burgueses, sino también entre los grandes señores.

Se caracterizaron por una renuncia total a los bienes terrenales y su enconada resistencia hacia el poder de la Iglesia Romana. Las diversas iglesias cátaras de Francia, Italia, Dalmacia y de Oriente se mantuvieron unidas en esta resistencia. Y con el tiempo se abrieron escuelas cátaras en Toscana, Poggibonsi, San Gimignano y Poppi, en el Arno.

Pero para avanzar sobre este tema, es necesario primero hacer ciertas aclaraciones, que nos ayudarán a entender de manera más cabal, la esencia, las ramificaciones y las consecuencias que han tenido estas herejías cátaras, desde la antigüedad.

Dentro de los cátaros, hay muchos autores que señalan una diferenciación entre los heréticos "Monarquianos" (Bogomilitas, por ejemplo) y los "Panteístas" (Patarinos).

Los "monarquianos" veían en la figura de Satanás, una criatura de Dios, que a través de toda la duración de este mundo mantendría el dominio sobre los hombres. Al final de los tiempos el Diablo (también llamado Satanás o el Dragón) sería precipitado hacia las profundidades del infierno y el Tercer Reino despuntaría en el horizonte. En este grupo se formaron también las sectas fraternales del quiliasmo pacifista y el Joaquinismo.

Impugnaban el servicio de las armas; veían en la procreación y el matrimonio un mal que alargaba innecesariamente el reinado de Satanás. Otra de las orientaciones cátaras dualistas fue la de los "Moderados", que veneraban en Satanás al hijo mayor o menor de Dios, el hermano de Cristo que sería aguardado al final de los siglos. En Oriente, según señala Josef Leo Seifert "esta orientación ha sobrevivido hasta hoy en los "luciferinos" o "adoradores del Diablo".

Los moderados creían que las almas de las mujeres habrían de reencarnarse finalmente en el cuerpo de un "superior" masculino, antes de poder unirse con Dios. Para ellos el origen del mal era la mujer (pecado genérico) por eso creían que el hombre tenía que "escapar del matrimonio como del fuego". Estas creencias son interesantes, fundamentalmente porque en ellas está presente la concepción de la transmigración de las almas.

Todas estas consideraciones sobre el papel dado a la mujer deja en evidencia, que el dualismo está enraizado en el culto lunar de los pueblos matriarcales. Sus conceptos fueron investidos por Manes, con elementos cristianos, pero hubo quienes conservaron las antiguas creencias.

Pese a que para muchas herejías la mujer era la encarnación del mal hubo otras, incluso la religión Católica que profesaron una actitud devota hacia la figura femenina. De hecho, la veneración a María, como madre de Dios es el reflejo de una adoración mucho más antigua de diosas paganas progenitoras: Isis y Horus, de Egipto o la Mater Matuta de Roma.

En algunos países occidentales, la derivación de los moderados se desarrolló con el "Monismo", en sus dos figuras: el espiritualismo (Panteísmo) y el materialismo.

En otro orden, la orientación dualista de los "Severos'' admitía dos dioses completamente independientes entre sí y con iguales poderes (doctrina que fue avalada en el siglo XII por Juan de Lugio según la cual ambos dioses creaban almas humanas: las del Dios bueno serian bendecidas y las del Dios malo, condenadas).

Esta teoría guarda relación, no solo con el fatalismo, (que sería adoptado por más de una herejía) sino también con la posterior doctrina de la Predestinación esbozada entre otros, por Martín Lutero y Calvino.

Dentro de las sectas que formaron el grupo de los cátaros existieron doctrinas de inspiración oriental; admitían la vigencia de dos principios el Bien y el Mal. Al primero pertenecía el alma y al segundo el cuerpo. Creían que para defender el alma creada por Dios era preciso destruir al cuerpo, símbolo de impureza. Por eso, aconsejaban el suicidio y condenaban al matrimonio Creían también en la transmigración del alma, la que luego de abandonar el cuerpo solía pasar al de un animal. Es por este motivo, que se privaban de matar animales y consumir carne, leche y huevos.

La cruzada de los albigenses

Durante el siglo XII en el sur de Francia se desarrolló la herejía de los "Albigenses", a quienes se llamó así por el pueblo de Albi, lugar de donde provienen sus primeros seguidores.

Los albigenses poseían una clase clerical propia y célibe a la que se le confería una particular reverencia. Rechazaban la doctrina de la Trinidad, el parto virginal, el Infierno y el Purgatorio.

Estos herejes habían consolidado un pacto de unión con los sarracenos, destinado a sojuzgar Occidente. Tamaña empresa suscitó la alarma y preocupación de los emperadores, no solo porque los albigenses ponían en duda y contrariaban las doctrinas de la Iglesia, sino fundamentalmente por semejante proyecto geopolítico, insuflado por las profundas divisiones sociales y alentado por las clases campesinas.

Si bien dicho proyecto nunca llegó a concretarse, no pudo evitarse una virulenta lucha nacional, en el Mediodía de Francia, ni tampoco el enfrentamiento racial entre el Norte y el Sur.

El papa Inocencio III, pese a su ambigua y otras veces enconada oposición contra los albigenses ha sido un personaje que ha logrado seducir la curiosidad de los historiadores, por atacar los escándalos y abusos cometidos por la Iglesia; lo que por otra parte le hizo sostener una encarnizada contienda con el Emperador, por la cuestión de las investiduras, a fin de librar a la Institución eclesiástica de las influencias seculares. Eh su lucha contra los albigenses, en primera instancia se mostró paciente con las actividades de estos herejes y con el conde Raimundo VI de Toulousse; pero el punto detonante estuvo dado cuando los albigenses asesinaron al legado pontificio Pierre de Castelnau. Esto fue la mecha que prendió el fuego.

El papa Inocencio III, con su paciencia dilatada ordenó que se iniciara una Cruzada contra los albigenses. "Si es necesario -dijo- suprímanlos con la espada". Como generalísimo de esta guerra fue nombrado Simón de Montfort. La lucha tuvo variadas alternancias para ambos partidos hasta el año 1.229 cuando fue concertada la Paz de Meaux, con Raimundo VII, hijo de Raimundo VI de Toulousse. El conde fue obligado a una feroz penitencia y sus dominios pasaron, en parte al poder del rey de Francia. Ya en la última fase de la guerra, también tomó parte Inglaterra, que había concertado una alianza con el conde de Toulusse. Los herejes huyeron en bandadas hacia Italia, llegando inclusive a ocupar gran parte de los territorios de Bosnia.

Los cruzados católicos mataron a 20.000 hombres, mujeres y niños, en Béziers, Francia. Después del gran derramamiento de sangre y acallado el ánimus independentista de los albigenses, esta secta fue desarticulada tras la firma del Concilio de Narbona que, entre otras cosas "prohibió que los legos poseyeran parte alguna de las Sagradas Escrituras".

Las Cruzadas organizadas por la Iglesia Católica no han sido únicamente contra el mundo musulmán. Cruzadas contra albigenses y valdenses fueron organizadas en distintas oportunidades.

Los Valdenses

Lejos de ser consideradas como simples movimientos espontáneos, mucha de las corrientes heréticas fueron fuertes sectas que se organizaron en Iglesias extendidas por varias provincias y regiones.

En Lyón, Pedro Valdo, un rico mercader conmovido por la miseria de los humildes durante el Hambre de 1.176 y sintiéndose aludido por los sermones de los monjes errantes que visitaban la ciudad renunció a sus tesoros y repartió sus caudales entre los pobres. Influenciado por la leyenda de San Alejo y tras un largo estudio de las Sagradas Escrituras mandó a traducir la Biblia al provenzal.

Pedro Valdo reunió a numerosos discípulos; llamados los "Pobres de Lyón". Estos, con la ayuda de los italianos propagaron rápidamente las doctrinas de su maestro. Los valdenses (o Pobres de Lyón) captaron adeptos en las capas sociales que fluctuaban entre los campesinos y artesanos; entre otras cosas, los alentaba el ideal de la no violencia. Peregrinaban y predicaban de dos en dos; descalzos y con hábitos penitenciales denunciaban los actos de corrupción de la Iglesia católica tradicional.

Debido a esto, y pese a que Alejandro III en un principio llegó a simpatizar con las doctrinas de los valdenses, con sus reglas y sus principios, se les prohibió la predicación sin permiso episcopal. El Concilio de Verona de 1.184 les dictó la excomunión bajo el pontificado de Lucio III; condena que fue ratificada posteriormente par el cuarto Concilio Lateranense.

Los valdenses tuvieron mucho poder en España y Lombardía y se extendieron a través de Suiza hacia Austria, Bohemia del Sur, Brandenburgo y Polonia hasta llegar a Hungría.

Sin embargo hubo notorias diferencias entre los valdenses franceses y los lombardos, que tras la muerte de Valdo sufrieron la desunión y una ruptura definitiva en el ano 1.218.

Por su parte, los valdenses austríacos, alemanes del Sur y bohemios hicieron causa común con los lombardos, mientras que Los franceses fueron perdiendo fuerza y careciendo de gran incidencia en el exterior.

Los motivos de esta desunión, peleas internas y posteriores ramificaciones, como las también disidencias doctrinales se explican a partir de los orígenes de esta herejía.

De hecho, el nombre de valdenses, al igual que el de los cátaros no quiere significar una corriente unitaria de ideas. Virtualmente, Pedro Valdo no creó ninguna nueva doctrina dogmática; más bien trató de reinstalar el viejo ideal apostólico de la Iglesia primitiva. Por eso, tampoco fundó una "nueva" Iglesia, pese a que él mismo practicó una violencia dictatorial y un régimen jerárquico no muy distinto al de la Iglesia tradicional a la que se opuso fervientemente. Su "cuantun dogmático" lo edificó en base a las libres profecías que circulaban entre los poblados par tradición oral. Emancipó por completo a la mujer, a quien también se le permitía predicar.

Estas peculiaridades marcaron algunas semejanzas entre los valdenses franceses y ciertos sectores de las herejías dualistas entre los que se contaron Pedro Bruys y Enrique de Lausana, considerados por muchos los verdaderos precursores de Valdo.

Los valdenses franceses estaban tan influenciados par la corriente dualista, que terminaron por deshacerse de todo contacto con la orientación panteísta de los "espirituales" y los "fraticelli". Por el contrario los valdenses lombardos nacieron de los "monarquianos", cuyo nexo fueron los "Humillados".

Los lombardos vivían en comunidades proletarias (telares) y obligaban a sus adeptos a desenvolverse en el trabajo manual. Formaron sus propias comunidades eclesiásticas, mientras que los valdenses franceses creían en la "Iglesia Invisible" de Cristo; por este motivo muchas veces permitían a sus feligreses la libre concurrencia a la Iglesia católica y la aceptación parcial de algunos de sus sacramentos, los santos y la veneración a María, aunque rechazaban el Purgatorio, las imágenes y el signo de la cruz.

El lugar donde se reunían para elevar sus rezos, generalmente era un establo. Las "católicas casas de Dios" eran despectivamente denominadas por los lombardos como "madrigueras".

Los ayunos y la ley matrimonial no fueron hábitos estrictos para los valdenses. Pugnaban por suprimir terminantemente el Estado, el servicio de armas y la prestación del juramento. Mantenían una cierta jerarquía: los "majores" cumplían la función de jefes y dirigían un clero de "juniores" (se autodenominaban los "verdaderos fieles"); los pobres, que hacían votos de castidad y los simples "amigos", tal la denominación.

Los místicos católicos y la corriente panteísta

Algunas de las creencias derivadas de la corriente panteísta fueron adoptadas no solo por las herejías del momento sino también por miembros de la Iglesia católica.

Uno de los hombres que lideró esta tendencia, después adoptada por un sector de la Iglesia romana fue Amalarico de Bena, quien entendía el panteísmo como una idea popular según la cual el alma humana era parte de Dios, "despertada" por una inspiración del Espíritu Santo para nacer y expandirse en Dios y en el Universo. Esta corriente herética tuvo después gran influencia en los místicos católicos; muchos de ellos fusionaron antiguas concepciones cristianas con elementos heréticos. Esto se evidenció sobretodo, durante el siglo XII en la región del Rin.

Algunos de los místicos católicos que se vieron imbuidos por la atmósfera doctrinaria de Amalarico fueron el catalán Ramón Llull y en Alemania Suso, Tomás de Kempis, Tauler y Eckhart, un especulativo con sesgo casi profético que "hacía oídos" a cuanta nueva o vieja creencia o concepción circulara por enderredor.

Por otra parte hay que distinguir el misticismo panteísta del ortodoxo. Según la Enciclopedia Salvat "el primero es el de la filosofía india, el de los neoplatónicos y Los panteístas que continuaron durante el Renacimiento; mientras que el segundo es meramente de carácter teológico católico".

Y esto es así, ya que los lejanos puntos de contacto entre el panteísmo y la mística de la Edad Media, incluso renacentista surgen del neoplatonismo de Plotino por media del seudoareopagita. No obstante, rastreando en la literatura de la época se pueden encontrar raíces mucho más antiguas; creencias transportadas a través de tierras y mares por escritores errantes de origen hispanoárabe o hispanohebreo (Ben Gabirol, par ejemplo o Mohidin).

Sin embargo, con la presencia del místico flamenco Jan van Ruysbroeck, llamado "Doctor Extaticus", los panteístas se volcaron al quietismo más absoluto, renunciando a toda voluntad de pensamiento, palabra o deseo y sumiéndose en un estado inmóvil, casi vegetativo, pues creían que sólo de esta manera encontrarían el estado de gracia. No faltaron tampoco fanáticos y extremistas, que a partir de esta postura predicaran el propio exterminio a fin de procurar una rápida unión con Dios.

Los herejes "Anarco-Sexuales".

En el año 1.250, en Flandes y Renania se constituyó la secta de "Los Hermanos del Libre Espíritu", también llamados "Picardos" en Bohemia, adonde llegaron con los tejedores flamencos.

Rechazaban la Iglesia, los Sacramentos y las Sagradas Escrituras. En suma, se oponían a todo orden establecido. Anarquistas por completo, a través de su prédica y peregrinación se constituyeron en verdaderos portavoces de la rebelión social.

Fueron famosos por sus escandalosas propagandas en pro de la desnudez, y por las orgías que celebraban en recintos subterráneos; se trataba -según ellos- de los "servicios divinos". Cometían robos en nombre de la comunidad de bienes y predicaban la total sublimidad de los "apetitos" humanos. Incluso llegaron a predicar y practicar el incesto.

Pero más allá de este tipo de excentricidades, algunas de ellas siniestras, llama la atención una de sus creencias: la vida de ultratumba, pues según estos "Hermanos" después de la muerte perduraba la actividad sexual de las almas...

Otra secta, similar a la anterior por lo licenciosa fue la que hizo irrupción en Bruselas, a fines del siglo XIV. Se llamaba "Homines Inteligentiae", y estaba dirigida par Gilles le Chantre. En ella dominaba por sobre todo la "gran comunidad de las mujeres" y la creencia y espera de la llegada del Tercer Reino (doctrina fundada por el monje y ermitaño Joaquim De Fiore (1.130-1.202), quien calculaba el advenimiento del apocalíptico del Tercer Reino para el ano 1.260).

Pese a que esta herejía fue suprimida en el año 1.411, siguió difundiéndose clandestinamente en los telares flamencos, para reencarnarse muchos años después en la secta de los "Libertinos".

Una mirada desde el presente.

Algunas más, otras menos, lo cierto es que las herejías han sido el prototipo de la insurrección frente al poder dominante no solo en el plano religioso o consuetudinario sino también en el político.

Desde el principio de los tiempos el hombre ha luchado par mantener sus creencias y compartirlas con los demás. Pero todo aquello que atentaba contra el orden establecido debía ser acallado, en la hoguera, en la prisión con la indiferencia, la burla o el descrédito. Todavía el peso de los prejuicios y tabúes es demasiado denso y continúa enquistado en los diferentes estratos de la sociedad. No importan las latitudes, ni el eufemísticamente mentado "pensamiento democrático", porque todavía cunde el miedo por lo distinto, por aquello que provoque un vuelco en el libre pensar de la humanidad, es decir el "Pensamiento Lateral". Y en realidad, el temor no se cifra en "lo distinto", que termina siendo con suerte "marginal", sin en la posibilidad de corroer el "Mundo de los Poderes".

Por eso para el sistema actual es más fácil repetir siempre el mismo cuento, darlo vuelta del derecho y del revés, '"es menos peligroso, menos contencioso". Es "mejor" destruir el lenguaje o reducirlo hasta el automatismo porque las palabras crean mundos (se puede recordar la obra de George Orwel, 1.984 y el siniestro régimen idiomático de la "Neolengua"...)

Es que una sociedad carente de ideaciones, carece de objetivos propios, es manipulada y está "muerta en vida"; carece de utopías, carece de esperanzas, carece de fe. Y es precisamente éste el motivo por el cual, desde la antigüedad surgen sectas, herejías o como quiera llamárselas. Todas ellas en su conjunto son el intento de rescatar la Conciencia de la Humanidad. Erradas o no, lo que plantean es, fundamentalmente la libertad de pensamiento; la lucha contra la dominación, no ya política sino humana, en todos sus órdenes. ¿Cuánto queda en este mundo de Amor y de Piedad?...

Decía Cordwainer Smith (Paul Linebarger) en su libro "El juego de la rata y el dragón", que "hace tiempo que el gobierno del mundo está en manos de los Idiotas, ya que los hombres verdaderos no tenían interés por cosas como la política o la administración". 

Es por este motivo, que muchos comparten la opinión del famoso escrito: Elias Castelnuovo, cuando dijo: "Tengo la sensación de que el mundo ha caído en un océano de sombras y que todos los hombres, andan a gatas, tambaleándose y rascando con sus uñas las tinieblas"...

"A veces, las tinieblas, 

el ala de los cuervos 

interfiriendo la luz, 

opacan el sentido de una manzana 

que desploma su madurez 

como principio de agonía..."

Magdelena Harriague.

Por Karina Donángelo.

 

Herejías medievales: paulicianismo y bogomilismo

Autor: Hilario Gómez

Dentro del amplio panorama de las herejías medievales destaca por su popularidad el catarismo, cuya trágica historia ha sido objeto de múltiples estudios, artículos, libros y novelas. Sin embargo, no son tan conocidos dos movimientos político-religiosos que son considerados los precedentes del catarismo: el paulicianismo y el bogomilismo. Como veremos, estos dos movimientos tuvieron una gran repercusión en el acontecer histórico tanto del Imperio Bizantino como de Bulgaria.

EL PAULICIANISMO

Doctrina

El paulicianismo surge y se desarrolla en tierras de Armenia y Asia Menor durante el siglo VIII y parte del IX, y llegaría a suponer toda una amenaza militar para el dominio bizantino en la zona.

Los paulicianos eran llamados así por su supuesta conformidad con las ideas de Pablo de Samosata (200-273 d.C.), obispo de Antioquía hacia el 260, que consideraba que Cristo carecía de naturaleza divina, puesto que habría sido adoptado por Dios en el momento de ser bautizado a los treinta años (de ahí que se conozca esta doctrina bajo el nombre de adopcionismo). A este respecto, es importante señalar que, según Pedro de Sicilia (cronista del siglo IX que participó en una embajada enviada por el emperador bizantino Basilio I al territorio pauliciano), Pablo de Samosata había sido educado por una madre maniquea [1], lo que sería fundamental en su posterior evolución ideológica.

Por lo que sabemos, el paulicianismo conoció dos fases en su evolución doctrinal:

Hasta el siglo IX, los paulicianos mantenían una serie de creencias propias del cristianismo adopcionista sirio: gran valoración del bautismo, recelo del culto a las imágenes y negación de la naturaleza divina de Cristo (pues este era "adoptado"). Durante esta primera etapa, el paulicianismo pasó de Armenia al Asia Menor bizantina, gozando de cierta protección por parte de los emperadores iconoclastas bizantinos (a causa de su rechazo al culto a las imágenes).

A partir del siglo IX, buena parte de los paulicianos cambiaron la herejía adopcionista por ideas dualistas-maniqueas, que resumimos a continuación. Existían para ellos dos seres o principios: el Padre Celestial, creador del Cielo pero sin ningún poder sobre el mundo visible, y Satán, el creador del mundo visible, un ser maligno identificado con Jahveh. En cuanto a Cristo, el Salvador, no podía tener un cuerpo mortal, pues eso le habría hecho ser parte de la creación de Satán; en realidad, era un ángel enviado por el Padre Celestial para combatir el mal. De esta idea se derivaba que, al no haber tenido Cristo un auténtico cuerpo humano, no podría haber sufrido realmente la crucifixión (lo que les llevaba a considerar el crucifijo como una obra del mal), y también que María no podía ser objeto de culto alguno. De hecho, el término griego Theotokos ("Madre de Dios") era reservado por los paulicianos para la Jerusalén Celestial.

Los paulicianos rechazaban los sacramentos que empleaban la materia creada por Satán, no admitiendo ni el Bautismo ni la Cena. La palabra de Cristo era el único medio de comunicar con Él y se adherían al espíritu del Evangelio pero no a su letra. En cuanto al Antiguo Testamento, se consideraba obra de Satán. Sus templos carecían de cualquier tipo de santidad, siendo sólo lugares de oración, y carecían de jerarquías visibles. Pero a diferencia de otras sectas dualistas, rechazaban los ayunos estrictos y admitían el matrimonio.

Bizancio contra los paulicianos

A lo largo del siglo VIII, el paulicianismo se extiendió por Asia Menor, alcanzando incluso tierras europeas: en 747, el emperador inconoclasta Constantino V estableció un grupo de paulicianos en Tracia, como guarnición frente a los búlgaros, y existen noticias de grupos en la misma Constantinopla. Con el tiempo, también se establecieron en Filipópolis (Tracia), Belyatovo (Bulgaria), Corinto (Grecia) y otras ciudades.

Pero la relativa tolerancia que los emperadores iconoclastas mostraron hacia los paulicianos no duró mucho. A principios del siglo IX, coincidiendo con el período más floreciente del paulicianismo, la jefatura de la secta pasa a Sergio (801-835), también conocido como Tiquicos, que reorganizó la comunidad y realizó una amplia campaña proselitista en Asia y Europa. Y también inició una política de clara hostilidad hacia Bizancio, aliándose con los musulmanes en sus incursiones en Asia Menor. La subsiguiente represión se enfrentó con una fuerte resistencia, pues los paulicianos eran numerosos en los themas (distritos militares en los que estaba dividido el territorio bizantino) asiáticos. Pero la persecución -que se inició en el reinado del emperador Miguel I (811-813) y se extenció hasta el de Teófilo (821-843)- fue dura y los adeptos de la secta terminaron por refugiarse en territorio musulmán, encontrando la protección del emir de Melitene (ciudad situada en el curso superior del Eufrates, en la Alta Mesopotamia).

Uno de los afectados por la persecución  de 843 fue un antiguo funcionario imperial llamado Karbeas. Bajo su dirección, los paulicianos fundaron un pequeño Estado independiente cerca de la frontera occidental de Armenia, con capital en Tephrik. Desde esta base territorial, y como aliados de los árabes, los paulicianos continuaron hostigando el territorio bizantino. Es bajo la jefatura de Sergio y de Karbeas cuando se produce la transformación de la doctrina paulicianista ya mencionada, dejando a un lado el adopcionismo y asumiendo las ideas maniqueas.

Fue el emperador Basilio I (866-886) quien se decidió a dar una solución definitiva al problema pauliciano. En un primer momento, el emperador trató de buscar la alianza con los paulicianos, para lo que despachó a Tephrik una embajada (869-870) encabezada por el ya referido Pedro el Siciliano. Pero este intento fracasó ante las demenciales pretensiones territoriales del jefe pauliciano, Crisoqueir, que aspiraba al dominio de toda el Asia Menor. Ante esto, Basilio optó por la solución militar y, en 872, un ejército bizantino al mando de su yerno Cristóforo conquistó Tephrik y destruyó el estado pauliciano. Crisoqueir fue ejecutado, mientras los restos del ejército rebelde se refugiaron en Melitene, ciudad que no pudo ser conquistada por los bizantinos. Tras arrasar diversas localidades paulicianas, los bizantinos se retiraron y Basilio celebró un triunfo en Constantinopla (873).  Diversos avatares militares hicieron que Basilio no volviese a ocuparse de Melitene hasta 882, año en el que volvió a sitiar la ciudad, nuevamente sin éxito.

A lo largo del siglo X, la Alta Mesopotamia y el norte de Siria fueron escenario de constantes conflictos bélicos entre Bizancio y el Islam. Melitene cambió de manos en varias ocasiones y fue definitivamente conquistada por los ejércitos del emperador Juan Zimiscés en 973. Un año más tarde, 2.500 guerreros maniqueos fueron trasladados a Filipópolis (Tracia) por orden del emperador, tal como había hecho Constantino V dos siglos antes. Se preparaba así el terreno para el surgimiento del bogomilismo.

El BOGOMILISMO BÚLGARO

Historia y doctrina

La siguiente etapa de la expansión del dualismo medieval fue un reino vecino, antagonista pero también émulo del Imperio Bizantino: Bulgaria. Los búlgaros eran una tribu turco-tártara que había logrado imponerse a los grupos eslavos que se habían asentado en las regiones balcánicas desde la segunda mitad del siglo VI, empujando a la población romano-bizantina superviviente a refugiarse en las regiones costeras.

Pagana hasta el siglo IX, Bulgaria fue cristianizada por la iglesia bizantina, si bien el objetivo se vio dificultado por la constante hostilidad entre búlgaros y bizantinos (conflicto que culminaría con la conquista de Bulgaria por Basilio II en 1018), y por los problemas internos del reino búlgaro, pues si bien la aristocracia y el alto clero búlgaro terminaron por ser profundamente bizantinizados, no ocurrió lo mismo con el campesinado y el bajo clero. Los primeros estaban sometidos a una brutal explotación por parte de sus señores búlgaros, y los segundos se veían abandonados por sus superiores eclesiásticos, sin recursos y sin la educación adecuada para hacer frente a los periódicos rebrotes de paganismo. Un caldo de cultivo muy adecuado para el arraigo de movimientos heréticos.

Como hemos mencionado anteriormente, ya desde mediados del siglo VIII existían paulicianos establecidos en Tracia como guarnición militar frente a los búlgaros. A estos primeros grupos se unieron otros a lo largo de los siglos IX y X. Las ideas propagadas por estos refugiados, unidas a las supervivencias paganas, a la influencia de otros movimientos heterodoxos (mesalianos) y a la debilidad de la iglesia ortodoxa búlgara, dieron lugar a que, en tiempos del zar Pedro (927-969), surgiese una nueva herejía dualista conocida como bogomilismo (nombre tomado del apodo de su profeta, Bogomil, un sacerdote búlgaro. El nombre es una combinación de Bog y milo, que significan respectivamente "Dios" y "amigo").

La doctrina bogomilista consistía en un dualismo extremo, la lucha eterna entre el Bien (Dios, creador de los Cielos) y el Mal (Satán, creador del mundo material. La redención se traducía en liberar el alma (principio espiritual) del cuerpo (principio material). La Iglesia, la jerarquía, los sacramentos, la Cruz, la guerra, la riqueza... eran rechazados de plano.

La nueva herejía se extendió por todos los Balcanes y llegó incluso a Constantinopla en el siglo XII, donde sería duramente reprimida por los emperadores Comnenos. La persecución también fue muy dura en Bulgaria y Serbia. Parte de lo supervivientes se refugiaron en Bosnia y allí lograron incluso la conversión del príncipe Kulin (1191-1204) y de miles de sus súbditos; de hecho, durante los siglos XII hasta el XV, existió la llamada Iglesia bosniana, aunque sus seguidores fueron diezmados durante las Cruzadas, lo que hizo que algunos decidieran refugiarse entre los musulmanes. Sería precisamente gracias a las Cruzadas, a la actividad mercantil de las repúblicas italianas y a las expediciones normandas en Oriente, como ciertas concepciones del bogomilismo terminaron por alcanzar tierras de Italia y Francia, donde la tradición bogomila sobrevivirá en los cátaros. Por lo que respecta a Bulgaria, los últimos vestigios de esta doctrina no desaparecieron hasta el siglo XVII.

Aspectos doctrinales y organizativos

La doctrina bogomilita o bogomila es conocida por los escritos del sacerdote búlgaro Cosmas, autor del Sermón contra los herejes (972), y los del monje bizantino Eutimio Zigabenos, autor de una Panoplia dogmática, escrita en tiempos de Alejo Comneno (1081-1118). Hay que advertir que se trata de obras escritas por adversarios del bogomilismo, con la falta de objetividad que ello comporta.

Existen otros testimonios de la época sobre el bogomilismo, pero que no entran a fondo en la descripción de la doctrina de este grupo. Así, el Patricarca de Constantinopla Teofilacto Lecapeno (933-956), al responder a una petición del zar búlgaro Pedro (927-969), que le solicitaba una fórmula de abjuración para los herejes, describió el bogomilismo como «un maniqueísmo mezclado con paulicianismo». Por su parte, el eclesiástico búlgaro Juan el Exarca se refería a los herejes dualistas como los «inmundos maniqueos».

Según la doctrina bogomila, Dios creó los Cielos, los cuatro elementos, los ángeles y a Satanás. Éste se rebeló contra Dios, pero fue derrotado por los ángeles y expulsado de los Cielos, el reino del Espíritu. Sin embargo, Satanás conservó el poder de crear, así que en siete días hizo el mundo y al hombre, aunque, no pudiendo darle un alma, pidió a Dios que se la concediese. Pero una vez logrado esto, Satanás tuvo celos de su criatura y la incitó al pecado (por lo que Caín habría sido engendrado por Eva y Satanás). Para corregir esta situación, Dios habría mandado a la Tierra un ángel, al que hizo su Hijo, Cristo, que se habría encarnado en apariencia en María (¡penetrando en ella a través del oído!) para combatir a Satanás. Cristo -que no habría sufrido realmente como hombre- habría triunfado finalmente, pero la lucha entre el Mal (Satanás) y el Bien (el Espíritu) continuaría hasta que se alcanzase la completa redención, liberando el alma (el principio espiritual) del cuerpo (el principio material).

En cuanto a la organización de los bogomilos, existían en tres grupos: los consagrados (que llevaban una vida ascética, ocupándose de la organización de la vida de la comunidad y la predicación), los oyentes y los creyentes (que no estaban obligados a llevar el mismo tipo de vida que los consagrados, se confesaban unos a otros y se reunían para orar juntos). Pero, aparte de esta división en función del nivel de compromiso religioso, los bogomilos carecían de jerarquías.

Sus centros de culto eran sencillos, como lo era su vida: no tomaban vino ni carne, practicaban el ayuno y la oración continua del Padre Nuestro, detestaban la violencia y no aceptaban el matrimonio. También rechazaban el bautismo, la Eucaristía, el culto a la Virgen, a los santos, a las imágenes y la Cruz. La Iglesia era considerada, como todo lo mundano, obra de Satanás y la criticaban duramente por su riqueza y ostentación.

De las Sagradas Escrituras sólo tenían en consideración al Nuevo Testamento, sobre todo al Evangelio de San Juan, donde veían la revelación del auténtico Dios. Este escrito tenía una gran importancia en las ceremonias iniciáticas a las que se sometían los neófitos.

Como todas las herejías, el bogomilismo tuvo un gran componente de protesta social; podía considerarse como la religión de los pobres, del campesinado oprimido por una clase aristocrática y por una Iglesia sólo interesadas en su propio bienestar. Ello sólo podía ser obra de Satanás. Por eso eran hostiles a toda autoridad, ya fuese laica o religiosa. En palabras de Cosmas:

«enseñan a la gente a no obedecer a sus amos [...], detestan al zar, se burlan de los superiores [...].»

Y eso, desde luego, no podía consentirse.

© Hilario Gómez Saafigueroa, 2000

hgomez@inicia.es

 NOTA:

El maniqueísmo fue un doctrina desarrollada y difundida por el profeta persa Manes (216-276 d.C.) que postulaba que la creación del mundo se debía a dos principios eternos y contrarios: el Bien (la luz, el espíritu) y el Mal (las tinieblas, la materia). La aspiración del hombre debía ser la de librarse de la materia, esto es, del Mal, mediante la práctica de un estricto código moral y rigurosas penitencias. Los maniqueos negaban los sacramentos y todo tipo de autoridad, ya fuese eclesiástica o laica, además de creer, entre otras cosas, en la transmigración de las almas. Estas ideas podían encontrar cierta aceptación en círculos intelectuales neoplatónicos, y de hecho, el maniqueísmo mantuvo una dura competencia con el cristianismo.

LAS HEREJÍAS MEDIEVALES (POR ZANONI)

Uno de los fenómenos más curiosos de la Edad Media fue la ola de herejías que se produjeron durante la Baja Edad Media, las cuales llegaron a su culmen en el siglo XIII para luego ir perdiendo importancia hasta prácticamente desaparecer. De todas ellas, una es la que más ha captado la atención tanto de historiadores como de aficionados a la historia, tanto por lo que tiene de mito como de realidad: los cátaros.

Pero ¿cuáles fueron las causas de estos ataques contra la Iglesia católica romana? Sin profundizar demasiado, ya que éste sería tema para otro pasaje, digamos que obedecen por un lado a una profunda crisis social y por otro a un deseo de cambio de la iglesia.

La Baja Edad Media es una época de cambios en todos los sentidos, y al tiempo de acontecimientos dramáticos que influyeron notablemente en el modo de vida y pensamiento de la sociedad europea. Las epidemias, las hambrunas, las guerras y los saqueos subsiguientes, las malas cosechas consecutivas, y, al final, la Peste Negra, crearon un grupo muy numerosos de desheredados, de pobres de solemnidad, muchos de ellos sometidos a la Iglesia como siervos, ya que los monasterios ejercían su poder como cualquier otro señor feudal y no tenían misericordia a la hora de recoger gabelas, cargas y tributos. Además, la riqueza y el oropel de los que hace gala la Iglesia hace que la indignación de muchos de estos hombres creciera hasta limites insospechados.

Por otra parte, hay un deseo de renovación eclesial que nace dentro de la propia Iglesia, poniendo de manifiesto los pecados de la misma, en especial el nicolaísmo (las relaciones sexuales de los clérigos) y la simonía (compra de cargos eclesiásticos). Ya desde los siglos X y XI se había puesto sobre el tapete la cuestión, reclamando una solución, desde algunas altas jerarquías eclesiales, indicándola incluso como la causa de la llegada del fin del mundo en el cambio de milenio. Pero, evidentemente, el fin del mundo no llegó, ni tampoco cambiaron los vicios de la Iglesia.

Esto llevo a muchos, tanto intelectuales como gente del pueblo llano, a reclamar una vuelta al cristianismo primitivo, a la pobreza de la iglesia, y al respeto absoluto a las reglas. Esos movimientos, evidentemente, atentaban contra el poder eclesiástico, y por lo tanto, fueron condenados como heréticos y como tal perseguidos.

Pero, ¿qué papel tuvieron los cátaros en todo esto? ¿Fue una herejía como las demás? ¿Qué buscaban? ¿Cuál fue su influencia para que por su causa se creara la Inquisición y fueran tan brutalmente perseguidos? Este será la cuestión que abordemos en este pasaje.

EL INICIO DEL CATARISMO

Los cátaros, también llamados albigenses por ser una de sus sedes principales la ciudad de Albi, no son herejes, en el sentido estricto del término, aunque como a tales se les incluya en los diferentes tratados y artículos sobre las herejías medievales. No es una disensión en el seno de la ortodoxia eclesiástica, sino una religión distinta. En este sentido, entrarían en el campo de los "infieles", con judíos y musulmanes.

El catarismo hunde sus raíces en el Zoroastrismo, que, a través de los esenios, los gnósticos, neoplatónicos y maniqueos de los primeros siglos cristianos, pervivió en la región de Tracia, dando origen al bogomilismo. ¿Cómo llegó entonces desde zonas tan lejanas al Languedoc francés? La causa más probable son las cruzadas: a la vuelta de una de ellas, algunos nobles de la zona pasarían por esta zona, de donde tomarían los conceptos religiosos para luego llevarlos a su tierra natal.

De allí pasaría la nueva religión a otras zonas, como Italia, donde reciben el nombre de "gazzari" o "patarinos". Aparecen ya en documentos de mediados del siglo XII.

LA RELIGIÓN CÁTARA

La religión cátara se basa en el dualismo o maniqueísmo. Defiende la existencia de dos dioses: uno bueno, creador de los espíritus, y otro Malo, creador de lo material. Todo lo material está en manos de este dios perverso, y, por tanto, todo lo material es perverso. Lo único puro es el alma, el espíritu, que, sin embargo, se ve aprisionada en un cuerpo material dentro de un mundo material, de todo lo cual no puede deshacerse sino a través de múltiples purificaciones, las cuales se llevan a cabo en sucesivas reencarnaciones. No existe el infierno, ya que el infierno está en la Tierra: el infierno es lo material y todos los obstáculos con los que se enfrenta el alma en su camino de purificación.

En cuanto a Cristo, para los cátaros el mundo había estado gobernado por el mal hasta su venida, pero no lo consideraban como Dios, sino como un Eón venido para enseñar a los hombres el camino para llegar al Espíritu. No creían ni en su muerte (que habría sido solo simbólica) ni en su resurrección. En cuanto a la Iglesia católica, la consideraban como una especie de templo diabólico, ya que su culto es visible y muy material (sacramentos, culto a santos y reliquias y organización). Rechazan por lo tanto los sacramentos, a los que consideran como una divinización de algo intrínsecamente maligno. Claro ejemplo es el matrimonio, donde a través del sacramento se intenta dar un cariz divino a algo tan material como el amor por una persona (de carne y hueso) o el sexo; en tal caso, ya que la carne es débil, era mejor para ellos el amor libre que manchar la acción del espíritu con algo tan material.

El culto cátaro no tenía, pues, ni imágenes, ni sacramentos, ni templos, y consistía simplemente en reuniones en las que se leía el Nuevo Testamento traducido en lengua vulgar (lo cual estaba prohibido por el Concilio de Toulouse de 1229), se hacía una homilía, se recitaba el pater y se bendecía el pan, a lo que a veces seguía una comida en común. Una vez al mes se celebrara una confesión genérica de los pecados ante los diáconos (apparelhamentum), aunque hubo casos de confesión secreta, específica e individual.

LA ORGANIZACIÓN DE LOS CÁTAROS

El catarismo se extendió por toda la sociedad languedociana, sin tener en cuenta estatus económico ni social. Incluso muchos miembros de la Iglesia se convirtieron a esta nueva religión (como el obispo de Narbona). Su organización social no se basaba en criterios materiales como dinero o poder, sino en el mayor o menor grado de acercamiento al Espíritu, a la pureza total del alma. Así, hay dos grupos diferenciados: los Perfectos y los Creyentes.

Los Perfectos ocupaban el rango más alto de su jerarquía social. Su alma ya estaba totalmente purificada y unida con el Espíritu, de manera que a su muerte conseguirán la total perfección con su cuerpo glorioso. No tenían nada propio y practicaban la abstinencia sexual. No comían carne ni leche (ni derivados de ésta). No juraban. No guerreaban. Se vestían de negro y vivían en comunidad, hombres y mujeres por separado. Entre los hombres se escogía a los diáconos, cuya misión era viajar constantemente predicando y dando el consolamentum.

En cuanto a los Creyentes, todavía estaban demasiado atados a los bienes materiales y sentimientos mundanos para conseguir a su muerte la unión con el Espíritu. Podían casarse y tener hijos (aunque, como se ha señalado antes, era preferible el amor libre). Podían comer carne y tener bienes materiales. Sólo les estaba vetado los juramentos y matar animales (ya que eran posibles receptáculos de reencarnación). Se les recomendaba intentar zafarse de acudir a guerras, salvo que les fuera imposible.

 

Para llegar de Creyente a Perfecto, era necesario el Consolamentum o comunicación del Espíritu Consolador (equivalente en cierta forma al Espíritu Santo cristiano). El Consolamentum consistía en la imposición de manos por parte de un Perfecto al Creyente, de modo que este alcanzaba el grado de Perfecto y por tanto, a su muerte, pasaría a gozar de la gloria de Dios. Los asistentes al acto veneraban al nuevo "santo" mediante el melioramentum, que consistía en una genuflexión, besando el cielo y pidiéndole la bendición. Sin embargo, para muchos Creyentes llegar al estado de Perfecto no era tarea fácil, ya que se seguían sintiendo atraídos por el mundo material, aunque sólo fuera por los afectos a su familia. En estos casos, se pactaba recibir el Consolamentum a la hora de la muerte (convenentia convenensa). Esta costumbre dio lugar más tarde a la endura, o suicidio pasivo, que practicaron los enfermos graves para poder llegar más rápidamente a su unión con el Espíritu.

EL CATARISMO EN FRANCIA E ITALIA

Las zonas donde más se desarrolló el catarismo fue el Languedoc francés y el norte de Italia. El Languedoc, por su posición geográfica, conservaba una cierta autonomía entre los territorios franceses del norte, los ingleses de Aquitana, los catalano-aragoneses del Sur y los imperiales del este. Por su parte, el norte de Italia era independiente del control imperial y papal.

La secta estuvo compuesta por gentes de todas las clases sociales: desde la alta nobleza, pasando por la pequeña nobleza (hostil al poder eclesiástico y civil), la burguesía (que ansiaba el libre comercio y poder efectuar prestamos con interés), los artesanos, hasta llegar a los campesinos (motivados por la aversión a los diezmos y primicias que debían dar a la iglesia). Por lo tanto no es, como muchas otras herejías, un movimiento contestatario de las clases bajas solamente, sino que hay que buscar en su arraigo un deseo de perfección espiritual.

En su difusión también parece que actuó la poesía trovadoresca, cuyos ideales de valoración de la mujer, o la sublimación del amor, con claras insinuaciones al amor carnal, entroncan claramente con la filosofía cátara.

LA LUCHA CONTRA LOS CÁTAROS: FASE DE LOS COLOQUIOS

Aunque al principio, y dada la autonomía de que gozaban estas regiones, el movimiento cátaro se pudo expandir sin muchos problemas, desde finales del siglo XII, y al unirse a ellos los Valdenses, Roma puso sus ojos en esta nueva secta, plenamente consciente de los problemas que sus postulados podían acarrear al poder temporal eclesiástico. Para ello en un primer momento acude a misioneros, que recorren estas zonas predicando la verdad y manteniendo diversos debates con los Perfectos, para tratar de convencerles de su error. Estas misiones fueron encomendadas primero a los cistercienses y más tarde con los dominicos.

En este sentido, la figura de Domingo de Guzmán es especialmente importante. Su orden, mendicante y por tanto a favor de la pobreza, estuvo fuertemente vigilada en sus comienzos por si pudiera tratarse de una nueva herejía. Pero al conseguir el visto bueno papal se la consideró como ideal para mantener las discusiones teológicas con los cátaros, ya que los dominicos llevaban un modelo de vida renovado y en gran medida semejante al de éstos. Los coloquios fueron tan importantes que incluso algunos estuvieron presididos por reyes, como el que se organizó en Carcassonne en 1204, que presidió el rey Pedro II de Aragón.

LA LUCHA CONTRA LOS CÁTAROS: FASE ARMADA. LA CRUZADA

La fase pacífica, por la vía de la conversión, acabó en 1208, cuando el legado papal Pedro de Castelnau es asesinado. El papa Inocencio III proclama entonces la Cruzada contra los cátaros, a la que se unen rápidamente las tropas francesas, que ven en la cruzada la ocasión para apoderarse de dichos territorios. Esta fase fue larga y sangrienta a más no poder.

El mando de la cruzada cae en manos de Simón de Monfort como legado papal, cuya crueldad será largamente recordada. En la toma de la ciudad de Béziers murieron unas 17.000 personas; la consigna era clara: "Matadlos a todos: Dios conocerá a los suyos". A continuación se acomete el sitio de Toulouse, pero la ciudad consigue resistir y recibe la ayuda de Pedro II de Aragón, cuyo socorro habían pedido los jerarcas tolosanos, unidos a él por lazos de parentesco. Esto hizo que el lado cátaro tomara nuevos bríos, hasta que Pedro II muere en 1213 en la batalla de Muret. Sin jefe, la tropa aragonesa regresa a sus territorios y Toulouse cae. Poco después, en 1215, el Concilio de Letrán condena ya explícitamente el catarismo. De momento, la balanza se inclina hacia el bando papal - francés.

Sin embargo, Inocencio III muere en 1216, hecho que aprovecha todo el Languedoc para volver a sublevarse. Esta vez al conde de Toulouse, Raimundo VI, le ayuda Jaime I, prestándole tropas, mientras que su hijo, Raimundo VII, consigue desembarcar en Marsella. Los cátaros ganan nuevamente terreno y reconquistan Toulouse en 1217. A esto se une la muerte del temible Simón de Monfort el año siguiente. Las tropas papales y francesas, acosadas, deciden darse un respiro. Por unos años vuelve la calma al Languedoc y los Perfectos regresan a la zona. Se recuperan otras plazas anteriormente perdidas, como Carcassonna (1226).

Pero Luis VIII, el monarca francés, no está satisfecho. Deseando aún el territorio, vuelve a lanzar una ofensiva en 1226, que devastará prácticamente todo el Languedoc. Raimundo VII, viéndose perdido, firma el tratado de Meaux en 1226, por el que él mismo se compromete a hacer penitencia por sus pecados en Notre-Dame, al tiempo que promete en matrimonio a su hija Juana con Alfonso de Poitiers, hijo de Luis VIII, por lo que el Languedoc pasa ya en la práctica a manos francesas, hecho que se corroborará más adelante con la alianza de Beatriz de Provenza con Carlos de Anjou, hermano de Alfonso.

Comienza entonces un amplio proceso de represión inquisitorial, ya que la Inquisición se fundó concretamente para luchar contra los cátaros. Esta represión fue tan dura que culminó en un nuevo levantamiento en 1240. Pero dicho levantamiento, al que se unió en principio una conspiración Toulouse - Inglaterra - Aragón contra el poder francés, fracasó de nuevo. El territorio fue violentamente pacificado por las tropas del nuevo rey francés, Luis IX (San Luis), y solo quedó un pequeño reducto: Montségur.

Montségur era un pequeño monte, de 1200 metros de altura, que se encontraba cerca de Foix. En la fortaleza que se alzaba en su cumbre se refugiaron los últimos combatientes cátaros. Allí se decía que los Perfectos guardaban su tesoro, conseguido a través de los donativos que percibían. El asedio fue tenaz, y la resistencia también. Montségur no era solo una fortaleza: era todo un símbolo, relacionado con un templo solar e incluso con la leyenda del Grial, reliquia que se creía guardada entre sus muros.

Al final, Montségur cayó, el 2 de marzo de 1244, y el día 16 del mismo mes, en la llanura que se extendía frente al castillo, 205 Perfectos fueron quemados. La llanura quedó hasta tal punto arrasada por las llamas que se la conoce desde entonces como el Prat dels crematz. Sin embargo, siguió siendo un símbolo de poder y misterio, hasta nuestros días. La caída de Montségur significó el fin del movimiento cátaro, aunque otra fortaleza, la de Quéribus, no se rindió hasta 1255. Con ella, el catarismo fue aniquilado, y, aunque algunos sobrevivieron, estos pasaron a la clandestinidad, y lentamente fueron desapareciendo.

EL FIN DEL CATARISMO: LA INQUISICIÓN

La región se había sometido por la fuerza, las fortalezas estaban destruidas, los jefes habían sido ejecutados o se habían reconciliado con la Iglesia católica. Sin embargo, esto no quiere decir que los cátaros desaparecieran: si bien eran pocos, mal organizados, y mantenían su fe y sus costumbres en la más secreta clandestinidad, todavía seguían existiendo.

La inquisición se dedicó a acabar con los últimos cataros. Al principio se había organizado una inquisición secular, que más tarde pasó a ser episcopal. En 1231 el papa Gregorio IX confió la inquisición monástica a los dominicos. Todos ellos fueron implacables. Las hogueras se contaban por cientos, y a ella iban a para tanto cátaros como no cátaros: una simple sospecha, una simple denuncia, costaba el pase para la hoguera. Se llegó a límites tan espeluznantes que el propio papa tuvo que ordenar a los inquisidores que moderaran sus acciones, uniendo a los dominicos (conocidos desde entonces como los canis dei [perros de dios]) los franciscanos, bastante más tolerantes. Aún así fueron muchas las atrocidades cometidas. Los acusados no podían recurrir a abogados. En 1252 se autorizó la tortura para conseguir confesiones. Y la hoguera no era el único castigo. También estaba la pena de prisión perpetua, que podía ser largus (que permitía cierta movilidad), strictus (con cadenas en pies y manos, celda mínima y escasísima comida), o strictissimus (que consistía en una especie de enterramiento en vida). Incluso se practicó la exhumación de condenados ya difuntos y la quema de sus cuerpos.

Los pocos Perfectos que quedaron huyeron a Italia, donde lograron supervivir algún tiempo, y algunos llegaron también a Cataluña. En el Languedoc se mantuvo un pequeño rescoldo en casas particulares, y hubo pequeñas intentonas de rebelión hasta el siglo XIV, sin ningún éxito. El movimiento cátaro, cada vez más recluido a aldeas y campos, se extinguió.

De todos modos, el catarismo dejó una profunda huella espiritual que perdurará a través de los siglos, llegando hasta el siglo XVI, donde vemos ciertos parecidos con la aparición del protestantismo. Su pasado se hunde en lo más remoto de los tiempos, en el zoroastrismo persa y el maniqueísmo, y su presente se halla, aunque transformado, en las religiones protestantes, especialmente el calvinismo. Y siempre estará rodeado de un halo de misterio que nos atrae.