Leyendo la Biblia en un contexto asiático
María Ko Ha-Fong
Comenzaré por una escena de la Biblia. Por un camino desierto entre Jerusalén y Gaza, un hombre sentado en su carruaje iba leyendo las Sagradas Escrituras. No es un hebreo sino un eunuco procedente de la lejana Etiopía, una región de los límites del Imperio Romano. Felipe se le acercó y se entabló un diálogo que acabó en bautismo. Todos recordamos esta historia, contada tan al vivo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles (8, 26-40). Lo que nos choca inmediatamente al leerla es la intervención arrolladora del Espíritu Santo que guía a Felipe y a la primitiva Iglesia en estos primeros pasos de evangelización. Con todo, no deberíamos soslayar, como menos significativa, la admirable acción del mismo Espíritu Santo en el eunuco etíope. Pertenecía a una cultura y una tradición extranjeras, pero simpatizaba con la fe hebrea. En su peregrinación al volver de Jerusalén iba absorto leyendo las Escrituras. Sus esfuerzos eran sinceros, su apertura de corazón admirable, su búsqueda de la verdad intensa. Y con todo, no acertaba a entender el pasaje que estaba leyendo.
¿Cómo voy a poder entenderlo si nadie me lo explica?... Dime ¿de quién habla aquí el profeta, de sí mismo o de otro?". Estas preguntas hechas a Felipe revelan una búsqueda ansiosa de la clave para entender la revelación divina.
Entre sus manos está el rollo de las Escrituras, abierto, fascinante,
acogedor, estimulante, prometedor. El texto se ofrece incondicionalmente al
lector, sea quien sea. En este caso, la Palabra de Dios se abre a este
pagano sencillamente; no se opone ni se impone. Es misteriosa, pero no
oscura; atractiva, pero no gratificante de inmediato.
Así, contemplando esta hermosa escena, he querido introducir mis reflexiones
sobre "cómo leer la Biblia en el contexto asiático". Pienso que esta figura
del etíope que va leyendo la Biblia es una figura emblemática. Puede
representar a todos aquellos que, al intentar entender la Biblia, tropiezan
con el reto de tener que superar las barreras culturales. En esa figura
podemos ver fácilmente a alguien de China, de la India, del Japón... y ese
camino que va de Jerusalén a Gaza pudiera ser muy bien cualquier camino de
nuestro vasto continente asiático en el que vive el 60% de la humanidad.
Concentraré mis reflexiones en dos puntos. En el primer punto, quiero
invitarles a ustedes a contemplar la Biblia en las manos de los asiáticos de
hoy. Por su misma naturaleza, la Biblia está abierta a todos los lectores,
la Palabra de Dios está destinada a ser predicada a todos los pueblos de
todos los tiempos y de todas las culturas. En los 2.000 años de
cristianismo, la propagación de la Palabra de Dios (o, usando una hermosa
expresión paulina, "el correr de la palabra": 2 Tes 3,1) ha ido siguiendo el
itinerario trazado por el Espíritu Santo. Comenzó en el Este, viajó por todo
el mundo occidental y, desde allí, vuelve al Este penetrando más y más el
inmenso continente de Asia. A lo largo de estos viajes, la Biblia crece
continuamente y se enriquece. Hoy la Biblia que llega a las manos de un
asiático está llena de toda esa enorme y preciosa riqueza. Y sin embargo, a
veces, aún reconociendo el valor de toda esa riqueza, el asiático siente
dificultad para aceptar algunos elementos, porque le resultan demasiado
diferentes, o lejanos o extranjeros o, simplemente, demasiado occidentales.
En el punto segundo, nos fijaremos no ya en el libro sino en el lector,
preguntándonos: ¿cómo lee la Biblia un asiático? ¿Existe una manera asiática
de interpretar la Biblia? ¿Qué contribución puede hacer Asia y cómo puede
enriquecer a la Biblia mientras ésta sigue su curso?.
1.- La Biblia en las manos de los asiáticos
1.1.- La Biblia está abierta a la pluralidad de lenguas y culturas
¿En qué lengua y escritura leía el etíope el texto de Isaías? Imposible
saberlo. Sin embargo, el hecho de que este texto estuviera en las manos de
un extranjero parece ser un símbolo significativo, una auténtica profecía.
Testimonia que la Biblia está abierta a ser entendida en culturas diversas;
que la Palabra de Dios se ofrece a ser traducida a lenguas diferentes y a
transformarse en diversos estilos de comunicación humana. Esto resulta
evidente si se considera el hecho de que hoy la Biblia, al menos en parte,
ha sido traducida a unas 2.090 lenguas, se expresa en la poesía, en la
música, en el arte, en la danza, en el Cine... y es reconocida como "el gran
Código" del arte y la literatura (1).
Pero, aunque resulta evidente, es en realidad una característica de las
Escrituras cristianas que no es generalmente compartida por otras. La
comparación con las escrituras de otras religiones pone de manifiesto ese
hecho. Muchas religiones, tanto aquellas restringidas a un cierto grupo
étnico, como otras extendidas ampliamente por todo el mundo, son muy
estrictas en mirar como normativas la lengua y la cultura de sus orígenes.
Por ejemplo, es muy difícil imaginar que un shintoísta vaya a usar una
lengua distinta al japonés; o que un taoísta, a la hora de leer sus
escrituras, va a leer en una lengua que no sea el chino. Un judío ortodoxo
continúa hoy mismo leyendo y rezando la Biblia en hebreo, un musulmán mira
como normativo al Corán escrito en árabe, y los sacerdotes brahmanes del
hinduismo siguen utilizando el sánscrito en sus textos litúrgicos. Para los
budistas igual que para los musulmanes es impensable la idea de poner sus
textos sagrados en música o de adaptarlos al teatro o al cine tal como hacen
los cristianos con la Biblia.
Esta apertura de la Biblia cristiana a tal variedad de lenguas y culturas no
puede explicarse simplemente como el resultado de los esfuerzos de
evangelización y de la expansión misionera mundial del cristianismo. Tiene
su motivación teológica profunda en la misma naturaleza de la Biblia. Quiero
explicarlo brevemente en los siguientes apartados.
1.1 1.- La Biblia "entregada" a todos y cada uno
Empleo de la palabra "entregada" no sólo porque manifiesta el sentido de
humildad y de fe que Dios tiene en la humanidad al elegir el lenguaje humano
como medio de comunicación, sino también por el significado cristológico que
esa Palabra ("paradídomi") tiene en los evangelios. De hecho, la Biblia
cristiana no sólo contiene el mensaje de Cristo sino que refleja igualmente
en sí misma su misterio. Es como un icono de Cristo, un testigo de su
presencia continuadora y una prolongación de su "entrega" a todo el mundo a
lo largo de toda la historia.
De manera especial la Biblia refleja y testifica el misterio de la
Encarnación y el de la Pascua. En la Encarnación, Dios se entrega al mundo
escondiéndose en la humildad de la naturaleza humana, en las Escrituras.
Queda encerrado en la humildad de la palabra humana, adaptándose plenamente
a la contingencia histórica, pobreza y fragmentación del lenguaje humano
(2). La Sabiduría infinita pone su morada en un libro. La Palabra de Dios
acepta encerrarse en el espacio limitado de un texto, dispuesta incluso a
ser sacrificada en la rigidez de la palabra escrita para renacer de nuevo en
los contextos ilimitados de la vida diaria, dando vida a un infinito número
de lectores de cualquier época y cualquier cultura.
No es difícil tampoco captar una fuerte analogía entre la Biblia y la
Eucaristía en la que Cristo se entrega como alimento de vida eterna y en la
que el mundo entero y toda la historia quedan entregados bajo los signos de
pan y vino. En la Biblia, la palabra humana es el signo sacramental a través
del cual se realiza en Cristo la unidad de toda la humanidad con Dios (3).
1.1.2.- De uno a muchos
Una de las características de la acción de Dios entre nosotros aparece en lo
que dijo Dios a Abraham en los comienzos de la historia de Israel (Gén 12,
3): "En ti serán benditos todos los pueblos de la tierra". La lógica es la
siguiente: de uno a muchos, en una apertura universal. Yo creo que esta
lógica es igualmente válida para la Biblia: de una Biblia a muchas Biblias.
Dentro de la Biblia misma encontramos indicaciones de esta universalidad del
texto escrito y de la necesidad de su multiplicación en lenguas y contextos
diferentes. Voy a señalar dos de esas indicaciones.
La primera es el texto sobre la cruz de Jesús según el evangelio de Juan (Jn
19, 19-22). En el letrero puesto sobre la cruz Pilato hizo escribir la
sentencia "Jesús Nazareno, Rey de los judíos" en tres lenguas: hebreo, latín
y griego. Estas tres lenguas representan tres mundos: la realidad religiosa,
la cultural y la sociopolítica de los tiempos de Jesús. Todos sus
contemporáneos, de cualquier lengua o contexto cultural diario, habían de
tener la posibilidad de entender esta revelación del señorío universal de
Jesucristo. El mensaje de la cruz hay que escribirlo en muchas lenguas y
proclamarlo hasta los confines de la tierra en los términos más universales
posibles. Todos los pueblos, todas las lenguas, todas las culturas han de
ser llevadas a Jesús, tal como El mismo anunció: "Cuando sea levantado en
alto, todo lo atraeré a Mí " (Jn 12, 32) .
El segundo texto se refiere a Pentecostés. Tras escuchar la predicación de
los apóstoles, sus oyentes, venidos de varias partes del mundo, se dijeron
maravillados: ¿No son éstos galileos... Y sin embargo cada uno de nosotros
estamos escuchando el anuncio de las grandes obras de Dios en nuestra propia
lengua" (Hch 2, 7-11). Las obras de Dios son transculturales; encuentran su
hogar en todas las culturas. La Palabra de Dios es universal; se la puede
proclamar en cualquier lengua. Pentecostés ofrece la visión de una humanidad
nueva en contraste con lo que aparece en el episodio de la torre de Babel.
Allí la pluralidad de lenguas creó confusión y acarreó separación; aquí en
cambio esa pluralidad entraña riqueza y suscita asombro y alabanza. Todos
acogen la misma "Buena Noticia", cada cual en su propia lengua y dentro de
su propia identidad cultural. Es el Espíritu Santo el que guía y garantiza
esta unidad en la diversidad a través de toda la vida de la Iglesia.
1 1. 3. - Un libro que crece
Al evangelista Lucas le gusta describir el desarrollo de la misión de la
Iglesia con una expresión simple pero significativa: "La palabra de Dios
crecía" (Hch 6,7; 12,24; 13,49; 19,20). Una vez que la Palabra de Dios quedó
fijada por escrito, es cierto que ya no creció en contenido o cantidad, pero
ha crecido en número de ejemplares y de traducciones, al igual que en
distintas e innumerables ediciones.
Pero no es sólo eso. Ha habido también otro crecimiento, más poderoso
todavía, aunque oculto e inconmensurable: la realidad de la Biblia no ha
cesado de crecer a lo largo de la larga historia de la Iglesia: ha crecido
en credibilidad gracias a quienes la viven y la testimonian; ha crecido en
profundidad de sentido, gracias a los estudios exegéticos y teológicos que
desentrañan su riqueza; ha crecido en vitalidad, gracias a las celebraciones
litúrgicas y a la actividad pastoral; ha crecido en universalidad,
popularidad y relevancia cultural mediante su penetración en los varios
contextos socio-culturales.
A menudo se oye hablar ahora de la "historia de los efectos"
(Wirkungsgeshichte), expresión bien conocida en el campo de la hermenéutica.
Pues bien, sin duda alguna, no hay libro en el mundo que haya tenido una tan
rica y larga "historia de efectos", ni ha habido libro alguno que haya
crecido tanto y haya resultado tan fructuoso.
En una de sus célebres afirmaciones sobre la Biblia, Gregorio el Grande
escribió: "Scriptura cum legente crescit" (4), la Escritura crece con quien
lee; crece con el mismo esfuerzo de leerla. Es un crecimiento simultáneo del
lector y de la Palabra o, mejor, del lector con la Palabra y de la Palabra
con el lector.
La capacidad de crecimiento va en relación con la gran adaptabilidad de la
Palabra de Dios y con su irresistible fuerza para implicar al lector. En su
comentario a la visión profética de Ezequiel, Gregorio el Grande compara la
Escritura a una rueda que, con su redondez y continuo movimiento, se ajusta
a las diferentes mentalidades y capacidades de comprensión de los lectores
(5). Producto final de un largo proceso de tradición y punto de convergencia
de influencias provenientes de distintos en tornos culturales, tales como
Mesopotamia, el mundo semítico y el greco-romano, la Biblia se abre hoy a
innumerables posibilidades de crecimiento. Para la Palabra de Dios no hay
cultura impenetrable.
1.2.- La Biblia en Asia
Tras haber afirmado que la Biblia cristiana es, por su misma naturaleza, un
libro abierto a todos, un libro destinado a extenderse, crecer y entrar en
cualquier cultura como un desafío a la vida, quiero ahora centrarme en Asia
para ver cómo ha crecido realmente la Biblia en este continente tan inmenso
y tan diversificado, y cómo ha logrado convertirse en fermento en medio de
tan complejas culturas.
A primera vista, la perspectiva no se presenta optimista. Todos sabemos que
la presencia cristiana en Asia es minoritaria. Sólo un 3% de la población es
cristiano y, si descontásemos las Filipinas, este porcentaje descendería
hasta el 1%. Por lo tanto la Biblia no tiene gran influencia en la cultura
general. Nos viene naturalmente la pregunta que se hacía el misionólogo
Walbert Bühlmann: ¿Por qué esto? Los otros continentes fueron
cristianizados uno tras otro. Incluso Africa, para el año 2000, contará
probablemente con un 57% de cristianos. ¿Por qué Asia, el más religioso de
todos los continentes, se ha vuelto casi una esperanza prohibida para la
Iglesia?" (6). La pregunta es provocadora. En realidad Asia no es, para la
Iglesia, una esperanza prohibida sino más bien "un gran desafío para la
evangelización", como lo afirma el papa en su carta apostólica "Tertio
Millenio Adveniente" (7). Hay muchos signos de esperanza, y uno de ellos es
precisamente este crecimiento y propagación de la Palabra de Dios durante
las últimas décadas. Yo diría que, sobre todo, durante los últimos diez
años.
Es un hecho innegable que la Palabra de Dios ha encontrado su puesto central
en la vida de la Iglesia después del Vaticano II. En la Iglesia Católica
ello significa una vuelta a la Escritura tras siglos de exilio (8). Eso es
verdad especialmente para la Iglesia de Europa. Aquí en Asia, más que de una
vuelta debemos hablar de una epifanía de la Palabra de Dios, de un
descubrimiento de la Biblia, no porque Asia no hubiera conocido ya antes la
Biblia sino porque la Escritura nunca había ocupado un lugar importante en
la primera evangelización de Asia. Permítanme hacer dos referencias a la
historia para ilustrar este punto.
En los primeros siglos, los misioneros, en sus esfuerzos por propagar la
Biblia, se encontraron a veces en la necesidad de inventar una escritura
para los pueblos entre los que trabajaron, (tal fue el caso de los Santos
Cirilo y Metodio entre los eslavos), o incluso de tener que poner en marcha
una literatura cultural allí donde faltaba una auténtica cultura indígena.
Distinto es el caso del Asia oriental donde los misioneros no encontraron un
vacío cultural sino un entorno lleno de religiones vivas y de tradiciones
antiguas. Se encontraron con una realidad civil desarrollada que podía
enorgullecerse de unas culturas elevadas y de una filosofía refinada. En
China, por ejemplo, cuando los misioneros comenzaron a traducir la Biblia en
los años 1600, se dieron cuenta de que era una aventura fascinante y
difícil. Casi para cada palabra tenían que elegir entre crear algo
totalmente nuevo que los chinos no iban a entender apenas, o adaptarse a
expresiones empleadas corrientemente en la realidad, con el riesgo de caer
en ambigüedades (9). Por ejemplo, tuvieron que preguntarse si el término
"tien-zhu", que significa "el Señor de los cielos", podía ser correctamente
empleado para hablar del Dios cristiano. De hecho, la traducción de la
Biblia en Asia exige un proceso de diálogo y de profunda inculturación. Las
primeras Biblias traducidas a las lenguas asiáticas, aun siendo fruto de un
gran esfuerzo e inteligencia, no podían tener en cuenta todo esto, y por eso
muy pocos podían entenderlas.
Otro factor debe también tenerse en cuenta. La gran época de la expansión
del cristianismo en Asia, entre los años 1600 y 1800, coincidió con el
período de rigidez que siguió al Concilio de Trento. Los misioneros
compartían la mentalidad común de entonces de que la Biblia hay que leerla
con mucho cuidado y es para pocos. Para la fe, el libro más importante no
era la Biblia sino el catecismo (10). Se abría la Biblia sobre todo para
justificar doctrinas, o para encontrar material edificante con el que
adornar la predicación. Los fieles no tenían acceso directo a la Biblia sino
sólo a través del ministerio y liturgia del sacerdote. Por esta razón, desde
sus comienzos, la Iglesia católica en Asia fue conocida más por sus grandes
figuras misioneras, por sus estructuras organizativas espléndidas y
eficientes, por sus obras de caridad, por sus magníficas iglesias, por el
estilo europeo de sus prácticas religiosas, y menos por su espiritualidad y
sus libros sagrados. En cambio para los asiáticos, a la hora de propagar una
religión, la literatura religiosa es mucho más importante que lo que puede
parecer a un occidental. Un testimonio de ello es la expansión del budismo
en China. Entre los años 400 y 600 cientos de monjes y peregrinos budistas
emprendieron peligrosos viajes para llegar hasta la India y encontrar los
textos sagrados originales. Otro ejemplo lo tenemos en la evangelización de
Corea. El cristianismo en Corea no nació del esfuerzo de misioneros
extranjeros llegados al país, sino del estudio de los libros cristianos
traídos desde China por algunos coreanos convertidos.
Desde el Vaticano II la Biblia ha sido puesta en manos de los pueblos
asiáticos de una forma nueva. El encuentro con el texto sagrado se ha vuelto
más inmediato y más intenso, más frecuente y más vital. En parte ello se
debe también a una mejor traducción y a un mayor esfuerzo de inculturación.
En este nuevo encuentro los cristianos asiáticos están descubriendo las
maravillas del texto sagrado, comprueban con sorpresa que está muy cerca de
su propia mentalidad, de su propia manera de pensar y de expresarse. Se
sientan en casa con su estilo narrativo, con las parábolas y metáforas, con
los concisos oráculos de los profetas, con las plegarias poéticas y,
especialmente, con las reflexiones sapienciales. Son los mismos medios que
se empleaban en los antiguos escritos para comunicar experiencias y la
sabiduría de la vida.
La Biblia presenta ante el lector un gran despliegue de símbolos e imágenes,
un vivo entretejido de palabras y silencio, de tiempo y espacio. Se oye en
ella la voz de Dios, la del hombre, la de la naturaleza, la de todo el
cosmos. Se siente uno introducido en la armonía misteriosa, a la vez que,
dentro de uno mismo, el corazón vuela a las alturas de lo infinito, hacia la
plenitud. Eso es precisamente lo que un oriental ansía y lo que espera de la
revelación divina.
No debemos sorprendernos de que, en estas pocas décadas de después del
Vaticano II, todas las Iglesias asiáticas hayan experimentado un aumento de
iniciativas en torno a la Palabra de Dios. Y allí donde la Biblia ocupa un
lugar central se produce una vitalidad auténtica, un crecimiento cualitativo
en todos los aspectos de la comunidad eclesial. La Biblia ejerce una
fascinación extraordinaria y goza de una amplia difusión no sólo al interior
de la Iglesia sino también entre los no cristianos. En Japón, por ejemplo,
la mitad de las familias tiene en casa una Biblia. Incluso en China se van
multiplicando los llamados "cristianos culturales", es decir, intelectuales
no cristianos que estudian la Biblia y se interesan por el cristianismo.
Sin embargo, la conciencia de que se va acortando la distancia entre la
Biblia y sus lectores asiáticos no debe llevarnos a una lectura meramente
espontánea y acrítica que ignore la historia, como si el texto hubiera
llegado a ellos directamente, sin mediación alguna. Cuando un asiático lee a
un clásico de la antigüedad, lo hace con una gran reverencia y con actitud
de profunda gratitud. El libro pesa en sus manos. Es el peso de la
tradición, de la sabiduría acumulada a través de los tiempos. Cuando toma en
sus manos la Biblia, el lector asiático siente ese peso de una manera
especial. Tiene la impresión de ser heredero no sólo de la historia del
Antiguo y Nuevo Testamento, sino también de todas las generaciones de fieles
que le han precedido y han leído, estudiado y vivido este texto sagrado. Se
siente inmerso en ese flujo generacional, acoge y agradece el tesoro de la
exégesis patrística, de los estudios medievales, de la riqueza de los
métodos histórico-críticos de la época moderna, y de los diversos tipos de
interpretación que han enriquecido el texto sagrado a lo largo de la
historia. Al mismo tiempo debe estar alerta para evitar que toda esa riqueza
le llegue a abrumar. Tiene que discernir, adaptar y elaborar de manera que
toda esa herencia le resulte realmente fructífera.
Ahora podemos preguntarnos: fortalecidos por el descubrimiento de su
cercanía al mundo de la Biblia y conscientes de la riqueza heredera de
Occidente, ¿pueden los asiáticos tener su manera propia de leer la Biblia?
¿Tiene Asia algo que ofrecer al Occidente a cambio de lo que tan
abundantemente ha recibido?
2.- Un estilo asiático de leer la Biblia
El documento de 1993 de la Pontificia Comisión Bíblica "La interpretación de
la Biblia en la Iglesia" claramente reconoce que "la interpretación de un
texto depende siempre de la mentalidad y las preocupaciones de sus
lectores". Por eso, los esfuerzos de inculturación deben ser continuos. Y
refiriéndose especialmente a los países en los que la evangelización está
aún en sus comienzos, la Comisión Bíblica advierte: "Los misioneros
inevitablemente llevan la Palabra de Dios ya inculturada en la cultura de
sus país de origen. Es, pues, necesario que las Iglesias locales dediquen
energías inmensas para ir pasando de estas formas extranjeras de
inculturación de la Biblia a otras formas que se ajustan a la cultura del
propio país" (IV, B).
Durante los últimos diez años ha habido en Asia algunas actividades en esa
dirección (11), pero no existe todavía una reflexión amplia y sistemática.
Ciertamente no es de esperar que los asiáticos elaboren métodos y modelos
alternativos a los ya existentes en el campo de la exégesis científica.
Incluso es posible que no haya nada absolutamente nuevo en la manera
asiática de leer la Biblia. Se trata más bien de una sensibilidad
hermenéutica específica, de una nota característica que viene a integrarse
en la riqueza y armonía de esta aventura universal maravillosa de
interpretar la Palabra de Dios. Voy a limitarme a algunas de estas
posibilidades hermenéuticas.
2.1.- "Una vez habló Dios, y dos veces he escuchado" (Sal 62,12): Leer más
de lo que está escrito
En la hermenéutica bíblica, este verso lo citaban los rabinos para ilustrar
el sentido desbordante de la Escritura en la que lo "más" mora en lo
"menos". Cada palabra, cada letra de la Biblia lleva una carga de sentido
muy por encima de su capacidad. Cada palabra es una "concentración
maravillosa de lo Infinito", como señala E. Lévinas, de manera que el lector
debe ir "más allá del verso" (12) . En este sentido, la interpretación
bíblica es potencialmente infinita (13).
El lector oriental está más abierto a intuir lo infinito, debido tal vez
también al tipo oriental de escritura, que predispone para esa dimensión.
Antiguamente los hebreos leían las Escrituras de acuerdo a un sistema
alfabético hecho sólo de consonantes. Las vocales no se escribían: eran como
el aliento vital invisible que animaba y daba sentido a una sarta de
consonantes, transformándolas en palabra. Las vocales son flexibles,
variables, movibles, definidas por el lector en cada lectura. Las
consonantes en cambio son fijas, van ordenadas de una determinada manera y
quedan a la espera de que se descubra su sentido. Con una imagen del relato
de la creación del Génesis, las consonantes se asemejan a los animales que
pasaban en procesión ante Adán para recibir un nombre. Esta lectura se
convierte en un proceso dinámico en el que es indispensable la interacción
entre el lector y el texto.
Esta característica es común a las formas de escritura del Extremo Oriente.
Por ejemplo, en los ideogramas chinos las palabras no se componen de una
sucesión de letras sino que son una representación global, simbólica de la
realidad. Las escrituras que usan el alfabeto occidental invitan a la mente
a seguir una sucesión en un orden predeterminado, a buscar la jerarquía de
cada una de las partes de acuerdo con diferentes modelos lógicos, a analizar
racionalmente, a detectar los posibles lazos de la composición, a señalar
causas y efectos. Todo esto estimula al lector a establecer procesos
metodológicos, a pasar de los hechos a los conceptos, a privilegiar las
pruebas más que el misterio, la verdad experimental más que el mito, lo
técnico más que lo artístico, la pronunciación correcta más que la
caligrafía hermosa, la gramática más que el estilo.
Para captar el significado de lo escrito, un occidental ha de intentar
"understand", ponerse debajo, someterse a las leyes objetivas. En cambio la
lectura de las escrituras orientales invita al lector a "go beyond", ir más
allá de letras y signos. El sentido de las palabras no es el resultado de la
combinación lógica de cada elemento; es, más bien, evidente por sí mismo, y
se revela no tanto mediante un análisis racional de las partes cuanto
mediante la contemplación del todo. En el proceso mismo de la lectura, la
relación entre el lector y el texto, entre el "medium" y el mensaje es
dinámica y simbólica, con abundante espacio para la interacción creativa.
Consecuentemente, en las lenguas orientales, la mayoría de las palabras
tienen significados múltiples y su estructura es flexible, sin todo un
conjunto de normas gramaticales o de sintaxis. Aunque en Oriente hay una
larga tradición literaria y un rico patrimonio de obras escritas, los
orientales no se preocupan mucho de desarrollar principios o modelos
hermenéuticos.
La tendencia a transcender el aspecto material de la palabra escrita
adiestra la mirada para buscar lo que no está escrito, o que no está dicho
ni expresado; para descubrir el silencio que alimenta, dando profundidad v
consistencia a la Palabra.
Contemplemos por un momento una pintura oriental: nunca el paño de seda o
papel esta cubierto todo de colores. Hay siempre una parte de espacio en
blanco; de hecho, a menudo hay mucho más espacio en blanco que pintado. Ese
espacio en blanco no significa un vacío; es una apertura al infinito, un
campo de libertad lleno de posibilidades, una invitación a ir más allá de lo
que está pintado. Forma parte del cuadro, y en combinación con los trazos de
color, forma una unidad armoniosa. El movimiento en el cuadro va de los
colores a la transparencia de la luz. Es como la poesía que va de las
palabras al silencio que las envuelve, como la escritura y la lectura que
van de lo visible a lo que no se ve. Se va siempre de lo limitado a lo
infinito, en un proceso abierto. Lao Tse, el antiguo filósofo chino fundador
-según se cree- del Taoísmo comienza sus reflexiones sobre la naturaleza del
Tao con estas palabras: "El Tao que puede ser expresado no es el Tao eterno.
El nombre que puede ser nombrado no es el nombre eterno" (14).
Los orientales valoran los espacios en blanco y los silencios. No les gusta
hacer largos comentarios ni dar extensas explicaciones de sus escritos
religiosos o de sus libros clásicos, porque el fruto de la palabra no
estriba en multiplicar palabras. Como enseña un dicho del Budismo zen, la
palabra debe ser como el dedo que apunta a la luna: hay que mirar a la luna,
no al dedo que la señala.
Estas características de la cultura oriental predisponen al lector a
considerar la lectura de la Biblia como algo siempre nuevo. La revelación se
renueva sin interrupción. Efrén el Sirio, uno de los padres de la Iglesia
oriental, compara las Escrituras a un manantial: "Es la fuente la que sacia
tu sed, y tu sed no agota la fuente" (15). No hay que reducir la lectura de
la Biblia al desciframiento técnico de un texto. El lector que se acerca al
texto sin excesivos pretextos ni pretensiones es un lector abierto, humilde
y agradecido, dispuesto a acoger sorpresas, a sumergirse en lo infinito, en
el silencio de lo maravilloso. Sabe que, como confesaba el sabio Ben Sira,
la sabiduría de Dios es inmensa: "El primer hombre creado no acabará de
comprenderla, y el último no podrá rastrearla (Eclo 24, 28).
Es verdad que los elementos que venimos enfatizando no pueden ser
considerados como exclusivamente orientales ni tampoco hay que
supervalorarlos unilateralmente. La lectura trascendente del texto debe
enraizarse en un conocimiento histórico del mismo texto, si no queremos ser
arbitrarios. También el texto, por su parte, reclama un estudio serio que
evite arbitrariedades y exige el derecho a ser respetado tal como es, en su
identidad histórica.
Hay todavía otro punto que no debe ser pasado por alto: las características
culturales y, en general, los principios hermenéuticos no pueden ser
aplicados sin más a toda la Biblia prescindiendo de la mediación de una sana
reflexión teológica. La revelación bíblica lleva dentro su propia
inteligibilidad intrínseca que no debe perderse al encarnarse en las
diversas culturas. Los lectores asiáticos, a la vez que tienden a
transcender la letra y entender lo que no está escrito, deben recordar lo
que dijo Ignacio de Antioquía: "Sólo quien posee la Palabra de Jesús puede
entender también su silencio y alcanzar la perfección" (16).
2.2.- "Pregunta a tus padres y ellos te dirán" (Dt 32, 7): la tradición
enriquece la lectura.
Sabido es que los orientales viven un fuerte sentido de unión con sus
tradiciones y sus antepasados. También en los campos del conocimiento y de
la hermenéutica aparecen esas características: las experiencias de los
propios antepasados, la sabiduría de los propios padres, maestros, hombres
sabios y gurús juegan un papel importante en la búsqueda de la verdad y en
la interpretación de los escritos religiosos. Confucio, el gran maestro y
filósofo chino, se presentaba a sí mismo de esta manera: "Yo no nací en
posesión de la verdad; soy alguien que ama a sus antepasados y busca
ardientemente la verdad en ellos" (17). En el libro del Eclesiástico, al
describir al sabio, encontramos una frase parecida: "el sabio busca la
sabiduría de sus antepasados" (Eclo 39, 1). Pero la frase "pregunta a tus
padres" no implica sólo indagar en el pasado: al mirar al pasado y a sus
continuos cambios, los orientales ven algo eterno, y al escuchar a sus
antepasados experimentan un sentimiento de presencia y misteriosa comunión.
Todo esto puede aplicarse a la lectura de la Biblia. De hecho la Biblia
introduce al lector en la herencia de los creyentes desde los primeros
protagonistas del Antiguo Testamento hasta nuestros días, creando una fuerte
solidaridad entre las diversas generaciones. Cuando uno abre la Biblia
experimenta los mismos sentimientos que cuando uno ojea un álbum de familia.
Llega a conocer a sus antepasados en la fe y a contemplar las maravillas de
Dios que aparecen en ellos. Como dice la Carta a los Hebreos, se siente
"rodeado de una gran nube de testigos" (Hb 12, 1). De hecho la Biblia recoge
muchas historias de fe en la única historia de salvación, combinando muchos
diálogos individuales en el gran diálogo de Dios con la humanidad.
Este entretejido de historias y rostros se aprecia no sólo en el texto
bíblico sino también en su transmisión. Hemos hablado antes sobre el
crecimiento y expansión de la Biblia. Un cristiano del siglo 20 lee la
Biblia enriquecida para los numerosos y variados sentidos que el texto ha
ido tomando a través de los siglos. Como escribió el conocido biblista
Alonso Schökel, "la tradición es un medio necesario para poder entender el
texto y su vida. Ese texto vivió y sigue viviendo dentro de una tradición;
sin ella muere. La tradición entra en un proceso dialéctico de interrelación
con el texto de tal forma que llega a condicionar su inteligencia y
comprensión" (18) . Mientras el método histórico-crítico examina las causas
y el contexto de donde nació el texto, la tradición ilumina los efectos
causados por él así como la actividad que ha originado en nuestra época. Los
frutos producidos a lo largo de una generación entran a formar parte de la
comprensión del texto que hereda la generación siguiente. Es algo continuo,
dinámico, vital.
Dado que el Asia oriental estuvo ausente del principio de este proceso,
¿cómo pueden los lectores asiáticos formar parte de este dinamismo
insertándose en él sólo en un cierto momento? No es de esperar que eso pueda
hacerse automáticamente y sin dificultades. Por un parte, por mentalidad y
cultura, los lectores asiáticos sienten como nadie la necesidad de dialogar
con los antepasados y los maestros, y de montar una lectura coral apoyada en
la tradición y en la comunidad eclesial. Por otra, sin embargo, se sienten
más alejados que nadie de la tradición cristiana que, en gran parte, es una
tradición occidentalizada.
¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén?", era la pregunta irónica de
Tertuliano en el siglo tercero. La respuesta sobreentendida era "nada", ya
que este autor no veía posible que el cristianismo entrara en la cultura
greco-romana. Pero los ulteriores desarrollos de la Iglesia mostraron que
estaba equivocado. Hoy día ya nadie se hace esa pregunta. Estamos
convencidos de que no sólo es posible y necesario inculturar la Palabra de
Dios sino incluso de que las riquezas que la Biblia ha producido a través de
los siglos son patrimonio de todos los creyentes y han de ser llevadas a
todos los contextos culturales. Un cristiano asiático puede mirar a Agustín,
a Tomás y a otros autores cristianos como a sus antecesores en la fe tanto
como lo pueden hacer los occidentales. Para entender las Escrituras, los
cristianos de Oriente y Occidente acuden a los mismos Padres, y siguen una
misma tradición, no tanto porque sea norma autoritativa, sino por una
necesidad intrínseca: para entender la Palabra de Dios debemos sumergirnos
en su corriente vivificante.
Con todo, en la práctica, en Asia no se ha trabajado todavía suficientemente
en este campo. Es aún demasiado grande la distancia entre la tradición de la
Iglesia y la tradición de la cultura asiática. Un conocimiento a fondo de la
historia de la interpretación bíblica y una atenta reflexión a la expansión
dinámica de la Palabra de Dios en épocas y contextos diferentes ayudará
grandemente a iluminar la inculturación de la Biblia en Asia.
Yo diría que los cristianos asiáticos pueden beneficiarse especialmente de
la riqueza de la exégesis patrística. Los primeros Padres de la Iglesia son
"testigos privilegiados de la tradición" (19). Su interpretación de la
Escritura, aunque tenga sus limitaciones, tiene un valor especial por su
cercanía con los orígenes. Y también porque, como señaló Pío XII en la
encíclica "Divino Afflante Spiritu", su contribución procedía de "una
especie de delicada intuición de las cosas celestiales, una inefable
penetración del espíritu" (20). Fueron pioneros en el proceso de
inculturación y seguirán siendo siempre maestros y modelos para la Iglesia
en esa tarea. Estos primeros Padres de la Iglesia, especialmente los
orientales, hacen amplio uso de símbolos e imágenes, lenguaje figurado y
expresiones sapienciales. Los lectores orientales pueden sentirse ahí como
en su casa al esforzarse por interpretar la Palabra de Dios.
Importa recordar que, por mucho que nos enriquezcamos con la exégesis hecha
por otros, ello no es un sustitutivo de nuestra lectura directa del texto.
Significa, más bien, una lectura común del texto, en un diálogo
constructivo. Así lo describe un teólogo hebreo, F. Rosenzweig: "Cuando un
pasaje bíblico me resulta interesante, leo todo lo que puedo encontrar
escrito sobre él en los comentarios tradicionales, averiguo el lugar que
ocupa en la historia hebrea, así como lo que ha venido a significar en la
tradición cristiana... Si, inesperadamente, descubro que yo mismo me he
convertido en uno de esos comentadores bíblicos, entonces caigo en la cuenta
de que he entendido el pasaje (21).
Leer la Biblia de esta manera ensancha la comprensión y casi espontáneamente
lleva a hacer dialogar a las tradiciones, maestros y sabios de la propia
cultura del lector. Por ejemplo, un chino puede encontrar una cierta armonía
entre algunas enseñanzas de Confucio o Lao Tse y los contenidos de la
Biblia; un indio puede encontrar signos de las enseñanzas de Cristo en las
profundas reflexiones espirituales de hombres como Tagore o Gandhi. No sólo
eso. También puede surgir de ahí un diálogo interreligioso. Raimundo
Panikkar habla del "Cristo desconocido del Hinduismo" (22), y otros comparan
algunas características de Jesús con otras de Buda, o del cristianismo con
el budismo (23). La Biblia se convierte así en un fértil campo de encuentro,
y el lector es como un mediador entre la Palabra de Dios escrita en el Libro
y las "semillas de la Palabra" esparcidas a lo largo de la historia. En este
terreno de la Biblia se encuentran y dialogan nuestros Padres en la fe, en
la sangre y en la cultura. Este amplio diálogo manifiesta la universalidad
de la Revelación: Dios quiere hablar con toda la humanidad, envolviendo a
todos en un único diálogo de salvación.
2.3.- "Tu palabra es lámpara para mis pasos (Sal 119, 105): una lectura
sapiencial
Hablando de la interpretación de las Escrituras Sagradas del Hinduismo, dice
Mahatma Gandhi que la primera norma para entender el sentido del texto es
"una experiencia práctica de la verdad" (24). De esa manera apunta Gandhi a
un instrumento hermenéutico común en Oriente. La verdad perseguida por los
libros sagrados no es abstracta, especulativa, metafísica; es más bien
práctica, vital. Enseña a vivir bien. Es una luz para el camino y conduce al
"conocimiento del camino recto" (Pr 14, 8). Esta verdad gusta de revelarse
no en un conocimiento racional sino en una sabiduría armoniosa.
En la misma Biblia, la literatura sapiencial incluye toda una serie de
libros, y el concepto "sabiduría" ocupa un lugar importante. En el Antiguo
Testamento, la sabiduría es un espacio de confluencia (como el océano donde
confluyen los ríos) y ahí convergen tradiciones legales, históricas y
proféticas, y se reflejan problemas universales, y ahí el pensamiento hebreo
se encuentra con la cultura helenística y las filosofías populares de la
época. También el Nuevo Testamento atribuye a Cristo y a sus enseñanzas
muchos dichos sapienciales. Cristo es "mayor que Salomón" (Mt 12, 42), pero
su sabiduría no es la propia de un estudioso bien dotado sino más bien la
que se revela a los pequeños (Lc 10, 21).
En los textos bíblicos, el sabio se maravilla ante la naturaleza y la
belleza de la vida, pero también experimenta un sentimiento de impotencia
cuando tropieza con las contradicciones y absurdos de la existencia humana.
No intenta solucionar los problemas ni tampoco escapar de la realidad.
Simplemente, adentrándose en las profundidades de la realidad y la
experiencia de la vida, descubre el orden secreto que mantiene a todo en su
ser. No intenta explicar el "porqué" de cada cosa, sino que se extasía ante
la relación armoniosa que existe entre Dios, el mundo, el ser humano, la
vida, la muerte, el tiempo, el espacio, el individuo, la sociedad, etc.,
incluso cuando a veces esta relación queda ocultada por el conflicto o el
desorden.
Los sabios adoptan siempre una actitud contemplativa hacia la realidad. El
Budismo zen atribuye al sabio un "tercer ojo", un ojo que ve lo profundo y
penetra las regiones ocultas a una visión superficial y niveladora.
Aprovechando esa imagen, el teólogo chino Song Choan Seng propone una
"teología del tercer ojo" (25) que podríamos aplicar a la lectura de la
Biblia utilizando la hermenéutica del tercer ojo.
Basándonos en la primacía de la categoría bíblica "sabiduría", hay buenas
razones para suponer que a los lectores asiáticos de la Biblia se les hará
más fácil la lectura de la literatura sapiencial. Perciben mejor el poder
vital armonizador que fluye del texto, especialmente en lo que respecta a un
peligro generalizado al leer la Biblia: la dicotomía entre fe y experiencia,
pensamiento y vida, comprensión y acción, obediencia y creatividad,
iluminación y conversión.
Dado que la sabiduría es práctica, la literatura sapiencial bíblica no es
sólo una interpretación del texto, sino que es también una interpretación de
la vida. Aparece a menudo en la exégesis hebrea un axioma que encaja bien
con todo el contexto asiático: "Vive las Escrituras y las entenderás mejor".
Gregorio el Grande, en una de sus homilías, lo dijo claramente: "Quien
quiera entender lo que ha oído, debe intentar poner en práctica
inmediatamente lo que ha entendido" (26). La práctica no es precisamente una
secuela de la comprensión sino que es una parte integrante de ella. Hay un
auténtico movimiento circular entre el entender y el obrar. Una palabra de
Jesús lo ilustra: "El que obra conforme a la verdad se acerca a la luz" (Jn
3, 21).
Este enfoque sapiencial de la Escritura origina en los lectores una actitud
de asombro agradecido y de humildad sincera. Como los sabios del Antiguo
Testamento, estos lectores reconocen que el principio de la sabiduría es "el
temor del Señor" y no la posesión de las cosas divinas ni de la propia vida.
No es el lector el que analiza, organiza y racionaliza el texto, sino que es
el contenido del texto mismo el que irradia y revela su verdad. Cuando la
revelación es demasiado alta, demasiado luminosa, demasiado por encima de la
capacidad de comprensión, el lector sabio se inclina ante el texto, y lo
deposita en su memoria y en su corazón, esperando que lo que se aprende con
el corazón se irá poco a poco desplegando y alcanzará su plenitud de sentido
en las experiencias de la vida. Oscar Wilde escribió una frase
significativa: "Hay obras que esperan, que por mucho tiempo uno no las
entiende; es porque traen respuestas a preguntas que uno todavía no las ha
formulado; porque la pregunta llega terriblemente más tarde que la
respuesta" (27). A la Biblia la podemos considerar como la primera de esas
obras, y los asiáticos son los primeros en reconocerlo.
De hecho, la educación y la formación espiritual en Asia insisten todavía en
la memorización. Los maestros del zen confían de buen grado en sus
discípulos el "Koan", dichos sapienciales aparentemente incomprensibles. El
discípulo debe aprenderlos de memoria, repetirlos muchas veces, meditarlos
horas y días, hasta que los dichos mismos revelen su sentido. El resultado
final es un "despertar" del que ha meditado sobre ellos. Podría criticarse a
los asiáticos por este tipo de conocimiento que tiene poca lógica y tan poco
fundamento en el raciocinio metódico, o también por memorizar sin entender,
pero eso puede igualmente ser considerado como una expresión de sabiduría,
una sabiduría comparable a la de María cuando, sin entender de inmediato
todo lo que pasaba, "conservaba el recuerdo de todo, meditándolo en su
corazón " (Lc 2, 19.51).
2.4.- "La palabra está muy cerca de ti, en tu corazón" (Dt 30, 14): Una
lectura de corazón a corazón.
A la Palabra de Dios es necesario guardarla en el corazón. En la
espiritualidad asiática el corazón ocupa un lugar muy especial. Asia
comparte la mentalidad bíblica que mira al corazón como a la fuente de la
vida interior de la persona. El corazón es la sede no sólo de los
sentimientos íntimos, del amor, del deseo, sino también de la inteligencia,
sabiduría, decisión y de toda la vida moral. Ahí es donde celebramos el
encuentro con Dios. Es el terreno en el que la Palabra crece, fructifica y
transforma nuestra vida.
Las varias formas de meditación practicadas en Oriente y extendidas ahora
también por Occidente buscan, por una parte, disponer a la persona, física y
espiritualmente, para una apertura total. Por otra parte, intentan ensanchar
tiempo y espacio para que la palabra meditada pueda descender lentamente en
lo profundo del corazón e invadir desde ahí todo el ser.
En el encuentro de Jesús con los discípulos en el camino de Emaús, Jesús, al
principio de su conversación, les recrimina por ser "tardos y duros de
corazón" (Lc 24, 25). Cuando les explicaba las Escrituras, "sintieron que
sus corazones les ardían por dentro" (Lc 24, 27). Acoger la Palabra de Dios
entraña un cambio de corazón.
Así pues, en la Biblia Dios habla al y actúa en el corazón. Pero hay también
otro aspecto no menos real ni menos maravilloso: mediante la Biblia los
seres humanos podemos entrar en el corazón de Dios. De ello estaban
convencidos los Padres de la Iglesia. San Gregorio el Grande afirma: "Leer
la Biblia es aprender a conocer el corazón de Dios mediante sus palabras"
(28). También Tomás de Aquino, comparando al lector de la Biblia con el
privilegiado discípulo que reclinó su cabeza sobre el corazón de Cristo,
afirma que leer la Biblia es "entender las Escrituras las cuales manifiestan
el corazón de Cristo mediante el corazón del mismo Cristo" (29). La Biblia
es un puente de corazón a corazón, del corazón de Dios al corazón humano, y
viceversa.
Desde que entra en el corazón de Dios, el lector comienza a alcanzar poco a
poco lo que San Pablo llama "revestirse del modo de pensar de Cristo" (1 Cor
2, 16) o "tener los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2, 5),
experimentando dentro del corazón de Dios el amor que El tiene a toda la
humanidad, poniéndonos en armonía con su sabiduría, a menudo tan alejada de
la lógica humana.
Confucio, al trazar su propio camino espiritual, describe la etapa
culminante con estas palabras: "A los 70 años podía seguir los deseos de mi
corazón sin quebrantar lo que era recto" (30). Había alcanzado una perfecta
armonía de corazón en su relación con Dios, con el mundo y con los demás.
Tal vez los teólogos cristianos no han explorado todavía suficientemente
esta fuerza del corazón tan destacada en la espiritualidad asiática. A
menudo el mensaje cristiano apela en Asia sólo a la inteligencia a través de
la doctrina y no llega a encontrar al corazón. La evangelización que toca al
corazón parece reservarse al testimonio de vida y al servicio de caridad, y
se le considera un terreno totalmente distinto de la reflexión teológica. Un
más profundo estudio de la Biblia y una evangelización del corazón centrada
en la Palabra de Dios podrían conducir a un resurgimiento de esta energía
latente.
En la cultura y religión asiáticas se reflexiona mucho sobre la realidad del
sufrimiento, sobre la misericordia y compasión, sobre el amor universal,
sobre la paz y la armonía. Todos ellos son temas que presentan una fuerte
vinculación con el mensaje bíblico, temas que no deben ser tratados
simplemente desde una perspectiva sólo intelectual sino también por la vía
del corazón.
Sería muy interesante reflexionar sobre los testimonios de los intelectuales
asiáticos no cristianos que expresan el impacto que les ha causado la
Biblia. Gandhi, por ejemplo, reconocía haber recibido una gran influencia
del Nuevo Testamento. Creía que la enseñanza de Jesús era esencialmente un
credo oriental que armonizaba bien con su propio hinduismo. Comparando el
Sermón del Monte con su lectura favorita, el Bhagavadgita, al que llamaba su
"diccionario espiritual", aseguraba percibir una unidad esencial entre
ambos. Dejó escrita así su experiencia: "Jesús jugó una gran parte en mi
vida... Cuando comencé a leer el Sermón del Monte, sentí su belleza. Me
entró derecho al corazón" (31).
Los cristianos asiáticos, por su particular ansia de totalidad, de plenitud
y de armonía, pueden adquirir una comprensión más profunda del tema bíblico
de "Shalom" (32). Igualmente su particular sensibilidad para la paradoja y
la armonía de vida y muerte, gozo y tristeza, plenitud y vacío, "ying" y
"yang" los capacitan para captar el Misterio Pascual de una manera
sorprendentemente profunda. Casi da la impresión de que están sintiendo el
sufrimiento del corazón del Dios que pone sus ojos en el sufrimiento que
aflige a los corazones humanos. Saben cómo acercarse a la cruz contemplando
la grandeza del amor y la compasión de un Dios que redime el sufrimiento
humano con su propio sufrimiento. Penetran en el misterio que ensambla gozo
y tristeza, tal como lo expresó Jesús con la metáfora de la mujer cuando da
a luz (Jn 16, 21-23). Comprenden cómo cada persona, cada vida, cada criatura
es preciosa a los ojos de Dios, y que todos están llamados a vivir juntos en
armonía, sin egoísmo y sin que unos se aprovechen de otros. No es casualidad
que teólogos orientales hayan desarrollado, de un modo original y con
particular sensibilidad temas tales como "el dolor de Dios" (Kazo Kitamori)
(33), "el silencio de Dios", la "soledad de Dios" (Shusaku Endo) (34), o la
compasión de Dios hacía el "Minjung", es decir, las masas de gentes
sufrientes que no tiene voz ni rostro, pero tienen el derecho a ser
reconocidas como sujetos de la historia (Cyrus H. Moon) (35).
Con todo esto, me parece que una lectura de la Biblia "de corazón a corazón"
puede contribuir a formar una teología y espiritualidad cristianas y
asiáticas que sean a la vez fieles a la revelación divina y a la cultura
asiática. De ahí podría surgir una nueva conciencia eclesial y social y un
nuevo estilo de evangelización en dirección a una era nueva para las gentes
de Asia.
2.5.- "Soy yo, el que habla contigo" (Jn 4, 26): una lectura mistagógica.
Quiero recordar una convicción que debe estar presente en todos los
cristianos, no sólo los asiáticos: toda lectura bíblica, sea cual sea el
contexto cultural en que se haga, y los métodos o claves que se empleen,
debe desembocar en el encuentro con Cristo.
Aunque el cristianismo, al igual que los hebreos, musulmanes, hindúes y
budistas, posee escrituras sagradas, "no es la religión de la Biblia: es la
religión de Cristo" (36). Por eso la interpretación bíblica no puede
quedarse en el texto o el libro sino, que debe tener una función
mistagógica, la de guiar a todos al misterio de Cristo.
Esta charla comenzó con el pasaje del etíope que iba leyendo las Escrituras.
Con la guía del Espíritu Santo y la ayuda de Felipe llegó hasta el punto de
aceptar a Cristo mediante el agua del bautismo. Quisiera, para concluir,
recordar otro pasaje que tiene ciertas conexiones con el primero: el
encuentro de Cristo con la mujer samaritana.
De nuevo nos encontramos en tierra de Samaría, el mismo lugar de la
conversión del etíope, una conversión que comenzó por la lectura de la
Biblia. También aquí aparece el símbolo del agua y también una equivocación
inicial. En este caso la mujer no está leyendo un texto sino que encuentra a
Cristo bajo la forma de un judío desconocido. Y no es Felipe ni ninguno de
los misioneros sino que el mismo Cristo el que guía hacía sí a la mujer en
su paciente proceso. Jesús es el término de ese proceso, pero es también, al
mismo tiempo, el que lo inspira y guía. Con el símbolo del agua Jesús libera
a la mujer de sus expectativas superficiales y la lanza hacía adelante,
hasta dentro del misterio. Le muestra que El es en realidad mayor que los
patriarcas y que su don es mayor que la herencia tradicional que ella ha
recibido. Le habla al corazón, entrando en lo profundo de su vida,
abriéndola a Dios Padre, introduciéndola en los horizontes infinitos de esa
adoración que se hace en espíritu y en verdad, ayudándola a entender que
toda la peregrinación de la humanidad hacia Dios es también la peregrinación
hacia la humanidad. No es únicamente la humanidad la que busca a Dios y le
habla, es también Dios el que continuamente está buscando verdaderos
adoradores. Al final de este proceso, Jesús se reveló a sí mismo y reveló el
misterio salvador ligado a su persona. La mujer aceptó entrar en este
misterio y se convirtió en su testigo y misionera, puesto que este misterio,
por su misma naturaleza, es contagioso y absorbente.
Quiero yo también dejar ese "espacio en blanco" del que les he hablado. Ese
espacio será sin duda más hermoso que todas mis palabras. Permítanme sólo
repetir una vez más la palabra que considero la más importante y que no es
mi palabra sino la que Jesús dirigió a la mujer samaritana y dirige a todo
el que lee la Biblia: "Soy yo el que habla contigo".
Tradujo: José A. Izco
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Notas:
(1) La expresión es de William Blake. Cfr. N. Frye, "The Great Code. The
Bible and Literature", London 1982.
(2) La encíclica Divino Afflante Spiritu de Pío XII muestra la relación
existente entre el misterio de la Encarnación y la realidad de la Biblia:
"Lo mismo que la Palabra sustancial de Dios se hizo en todo semejante a los
hombres excepto en el pecado (Heb 4,15), así las palabras de Dios expresadas
en el lenguaje humano se hacen semejantes al discurso humano en todo excepto
en el error". Esta afirmación la recogió casi literalmente el Concilio
vaticano II en la Constitución dogmática Dei Verbum (DV, 13).
(3) El Concilio Vaticano II destacó en forma especial el paralelismo entre
la Palabra de Dios y la Eucaristía, subrayando la dimensión sacramental de
la Biblia (DV 21). Durante el Concilio, Mons. Neophytos Edelby, en nombre de
las tradiciones orientales, ofreció a este respecto una reflexión muy
significativa: "Las Escrituras son una realidad litúrgica y profética... En
esa realidad las Iglesias Orientales ven la consagración de la historia
salvífica bajo las especies de la palabra humana, inseparable de la
consagración eucarística, la cual resume toda la historia en el Cuerpo de
Cristo".
(4) Gregorio el Grande,"Moralia" 20,1 (CCL, 143A, 1003).
(5) Gregorio el Grande, "Homiliae in Hiezechihelem", 1, 5, 2 (CCL, 142, 57).
(6) W. Bühlmann, "The coming of the Third Church", Maryknoll, Orbis Books,
1978, 162.
(7) Juan Pablo II, "Tertio Millenio Adveniente" 38.
(8) Cfr. E. Bianchi, "La centralitá della Parola di Dio", en G. Alberigo -
J. P. Jossua (ed)., "Il Vaticano e la Chiesa", Brescia, 1985, 159.
(9) Cfr. J. Gernet, "China and the Christian Impact. A Conflict of Culture",
Cambridge, 1985, 241 ss.
(10) Cfr. C. Bissoli, "La Bibbia nella chiesa e tra i cristiani", en R.
Fabris (ed.), "La Bibbia nell'epoca moderna e contemporanea", Bologna, 1992,
147-183.
(11) Veáse, por ejemplo, el interesante trabajo sobre la interpretación
india del evangelio de San Juan: G. M. Soares-Prabhu (ed.), "Das
Johannesevangelium in indischer Deutung", Herder, Freiburg, 1984. Dentro del
tema de la interpretación bíblica en contextos culturales del Tercer Mundo
han aparecido algunas contribuciones estimulantes de autores asiáticos en:
R. S. Sugirtharajah (ed.), "Voices from the margins. Interpreting the Bible
in the Third World", London-Maryknoll, 1991. En la línea de la
interpretación bíblica feminista hecha por mujeres asiáticas de varias
confesiones cristianas, hay publicados algunos artículos interesantes en: J.
S. Pobee -B. von Wartenberg - Potter (ed.), "New Eyes for Reading. Biblical
ant theological reflections by women from the third world", World Council of
Churches, Geneva, 1986.
(12) E. Lévinas, "L'au-delá du verset", París, Minute, 1982
(13) "Sacrae Scripturae interpretatio infinita ese": J. Duns Scotus, Div.
nat. I, II, c. 20 (PL 122, 560A). Cfr. P. C. Bori, "L'interpretazione
infinita. L'ermeneutica cristiana antica e le sue trasformazione", Bologna,
Il Mulino, 1987.
(14) Lao Tse, "Tao Te Ching", 1, traducido por John C.H. Wu, Boston,
Shambhala, 1989.
(15) Efhrem, "Commentarius in Diatessaron" I, 18-19 (SC 121, 153).
(16) Ignatius of Antioch, "Letter to the Ephesians", 15, 2.
(17) Confucius, "Lun Yu" (Confucian Analects) VII, 19
(18) L. Alonso Schökel - J.M. Bravo Aragón, "Appunti di ermeneutica",
Bologna, Dehoniane, 1994, 147
(19) Congregación para la Educación Católica, "Instruction on the Study of
the Fathers of the Church in the Formation to Priesthood", Rome, 1989, n.
18-29.
(20) Pío XII, "Divino Afflante Spiritu", 30 Sept. 1943: AAS 35 (1943), 312.
(21) F. Rosenzweig, "La scrittura. Saggi dal 1914 al 1921", Roma, Cittá
Nuova, 1991, 41.
(22) Cfr. R. Panikkar, "The Unknown Christ of Hinduism: Towards ant
Ecumenical Christophany", Maryknoll, N.Y., Orbis Books, 1981.
(23) Cfr. J. Spae, "Buddist-Christian Empathy", Tokyo, 1980; H. Dumoulin,
"Christianity meets Buddhism", La Salle, Illinois, 1974; J. Kadowacki, "Zen
and the Bible", London,1977; M. Zago, "Buddhismo e cristianesimo in dialogo.
Situazione-rapporti-convergenze", Roma, Cittá Nuova, 1985. En los últimos
tres años han tenido lugar en Asia dos importantes encuentros entre budistas
y cristianos: "Working together for harmony in our Contemporary World.
Buddhists and Christians in Dialog", Pattaya, Tailandia, Abril 25-29, 1994,
patrocinado por la Oficina de Asuntos Ecuménicos e Interreligiosos de la
Federación de Conferencias Episcopales de Asia; "Buddhist-Christian
Colloquium", Kaohsung, Taiwan, 31-4 Agosto, 1995.
(24) M.K. Gandhi, "Gandhi commenta la Bhagavadgita", M. Mele (tr.), Roma,
Ed. Mediterránea . 1988, 12
(25) Song Choan-Seng, "Third-Eye Theology", New York, Orbis Books, 1990.
(26) Gregorio el Grande. "Hom. Evang". 23, 2.
(27) Citado por B. Frechtman (ed.), "Oscar Wilde. In memoriam", New York,
Philosophical Library, 1949, 11.
(28) Gregorio el Grande, "Registrum Epistolarum", V, 46.
(29) "Per cor Christi intelligitur Sacra Scriptura quae manifestat cor
Christi". Tomás de Aquino, in P. XXI, 11.
(30) Confucio, "Lun Yu (Confucian Analects)", II, 4.
(31) H. A. Jack (ed.), "The Gandhi Reader", Bloomington, Indiana University
Press, 1956, 23, véase también C. Veliath, "Actitud de Mahatma Gandhi hacia
el cristianismo", en "Misiones Extranjeras", Madrid, 135(1993)214-220.
(32) En las reflexiones de la FABC el tema de la armonía ha sido reconocido
como crucial, especialmente en el contexto del diálogo Interreligioso. De
hecho, ya el primer encuentro del Instituto de los Obispos de Asia para el
Diálogo Religioso (BIRA, IV-1, Sampran, Tailandia, 1984) afirmó la necesidad
de desarrollar una teología de la armonía. La misma preocupación estuvo
presente en la reflexión de BIRA IV-2, Sukabumi, Indonesia, 1988.
(33) Kazo Kitamori, " The theology of the Pain of God", Jhon Knox Press,
Richmond,1965.
(34) Shusaku Endo, "Silence", traducido por William Johnston, Tokyo, Sophia
University, 1969; id., "Sikai no Hotori" ("On the stores of the Dead Sea"),
Tokyo, Shincho Shia, 1973.
(35) C. H. Moon, "A Korean Minjung Theology. An Old Testament Perspective",
1985. Véase también A. Pieris. "An Asian theology of Liberation", New York,
Orbis Books, 1961, 197.
(36) H. de Lubac, "Exégese mediévale", Paris, Aubier, 1961, 197.
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