¿Qué quedará del marxismo?

Jean-Yves Calvez

RELaT 81

En papel: «Selecciones de Teología», 125(enero-marzo 1993)32-36.

 

 

Hay quien ha dicho: "Un socialismo muere, otro surge de sus cenizas". Pero aquí no cabe aplicar la famosa fórmula británica: "El comunismo ha muerto: ¡viva el comunismo!" Porque significaría que todo lo que hasta ahora se ha cobijado bajo este nombre -URSS, "socialismo real", partidos comunistas occidentales- no tiene que ver con el verdadero comunismo. O tiene que ver o la palabra "comunismo" ya no designa sino un vago ideal de justicia. No: el "socialismo real" tiene que ver con Marx.

Pero tampoco cabe decir: Marx y el comunismo están muertos y enterrados. De Hegel se llegó a decir que era el hombre acabado. Y Marx le defendió. Yo haría lo mismo con Marx. En todo caso, indicaré qué elementos de su pensamiento conservan su valor para los pensadores de tradición marxista. Y para los no marxistas. Incluso apuntaré algunos, que a los mismos marxistas se les escapan.

No se puede generalizar el hecho del desplome del comunismo. Porque en Asia resiste bien. Cierto que en Europa, América Latina y Africa está claramente de baja. Y que la excepción (¿por cuánto tiempo?) responde al miedo de los cubanos a caer bajo la dependencia del vecino del norte.

Para algunos la caída del comunismo en Europa oriental tiene una doble lectura: fracaso de un sistema económico y triunfo de su contrario, el capitalismo. Pero no es posible interpretar este hecho únicamente en clave económica.

Cierto. Todo arrancó de aquel diagnóstico de Gorbachev en 1985: en la carrera armamentística, la economía soviética no puede seguir el ritmo impuesto por los EEUU.

Y no se trataba sólo de una situación coyuntural. La experiencia demostraba que no bastaban reformas parciales. Se imponía un golpe de timón. Había que cambiar, ante todo, la política exterior. Así se pasó rápidamente del ámbito económico al político.

En 1988-89 Polonia atravesaba por una crisis económica grave. Pero la raíz era más profunda: tras el estado de emergencia decretado en 1981 por Jaruselski, el pueblo se resistía a trabajar. Hoy las privatizaciones están a la orden del día. Pero me acuerdo de que en 1985, cuando el deseo de libertad era un clamor unánime, nadie cuestionaba la prioridad pública de los medios de producción. Y en Checoslovaquia, cuando la "revolución de terciopelo" y en contraste con otros aspectos -políticos, sociales y culturales-, la economía marchaba bastante bien.

Lo que aconteció en 1989 fue la abolición de un régimen político caracterizado por el monopolio del partido comunista en el Estado y en la sociedad. No era el simple resultado de una toma del poder, sino un monopolio de derecho, fundado en la naturaleza de las cosas, o sea, en el hecho de que el partido comunista es la vanguardia del proletariado, la clase social privilegiada de la historia, por ser la única capaz de acabar con la división social y de constituir una humanidad nueva, libre de toda explotación y alienación.

Las convicciones se resquebrajan

Los primeros síntomas del cambio comenzaron a percibirse cuando, al filo de los 80, el "materialismo histórico"1 , hasta entonces el primero en el ranking de la ideología marxista, cedía el puesto a un humanismo de corte más idealista. Las exigencias éticas cogían el relevo del determinismo social.

En esta línea, ya no se afirmaba la existencia de un bien del proletariado, superior a todo otro bien o valor, sino que, como salvaguardia de la paz mundial, se insistía sobre los valores morales comunes a toda la humanidad, "superiores a los intereses de clase y previos a toda ideología". Estas expresiones pasaron luego a los discursos de Gorbachev.

El contraste entre estas perspectivas y lo que no hacía mucho se presentaba como conclusiones de una ciencia marxista era sorprendente. Los ideólogos comunistas reconocían con esto que existen problemas del hombre para los que la ciencia no tiene respuesta y que, para resolverlos, hay que acudir a otros niveles de pensamiento.

¿A qué problemas se referían? Concretamente a los de la paz en la era nuclear. A la vista de la conflictividad creciente en las estructuras sociales, descubrían ahora el menguado servicio que habían hecho las concepciones marxistas a la causa de la paz. Y más de uno llegaba a poner en duda la eficacia de la socialización de los medios de producción para el progreso decisivo de las relaciones entre los hombres.

Incluso los representantes oficiales de la ideología habían planteado desde hacía tiempo el problema de la validez del "rol directivo" del partido y había quien no admitía ya el monopolio del partido, como contrario a los derechos del hombre. Pensaban que cuando alguien detenta el derecho de dirigir a los demás no existe ni igualdad ni derechos humanos. Evocando la revolución rusa, cabía justificar una "dictadura transitoria", para superar una situación crítica. Pero nada más.

¿Paternidad de Marx?

Lo que entonces se cuestionaba y en 1989 fue abandonado definitivamente ¿era sólo de Lenín o de Engels y no de Marx? Cierto que la teoría del partido, como la del revolucionario profesional, es leninista. Es cierto también que cuando Engels, tras la muerte de Marx, comenzó a suplantarle en la práctica, recondujo el marxismo hacia el materialismo clásico, mucho menos dialéctico, y hacia un determinismo socio-histórico muy estricto. Esto a pesar de algún que otro pasaje suyo, que se aduce a menudo y que indica una apertura mayor a la complejidad de los factores que entran en juego en la determinación de lo social. Pero, en definitiva, para Engels, el último determinante es el factor económico. Entre Marx y Engels es ciertamente el primero el más flexible, el más "dialéctico".

Por otra parte, Marx escribió palabras durísimas contra la simple trasposición del capitalismo de Estado. Para él, la relación de exploración y dependencia, que existía hasta entonces entre el trabajador y el capitalista, se agravaría todavía en el caso del capitalismo de Estado. Lo inhumano del trabajo dependiente y asalariado seguía intacto. Con la diferencia que aquella se generalizaba, o sea, abarcaba todos los órdenes de la vida. Esto era el colmo de la locura.

Y más en general, Marx conservó siempre un agudo sentido del individuo y acarició el ideal del desarrollo de sus potencialidades en todas las direcciones. No es la idea colectivista lo que le inspira. El sueña con una sociedad que sea toda ella una "asociación" de trabajadores que se unen libremente. ¡A años luz del comunismo convencional!

Con todo, la concepción que hace converger la historia en el gesto revolucionario del proletariado sí es de Marx. La idea del proletariado la concibe un poco a priori. Para él, se trata de "una esfera de la sociedad que no puede emanciparse sin emancipar a todas las demás". "En el supuesto de que está totalmente perdido, el hombre no puede reconquistarse sino reencontrándose del todo". Esta clase, que posee un papel tan excepcional, cree reconocerla de hecho en los obreros de la industria del capitalismo privado.

Fue asimismo Marx quien presentó los "comunistas" como la "parte mejor" del proletariado, porque, a diferencia del resto del proletariado, tienen la ventaja de comprender las condiciones, la marcha y los resultados generales del movimiento obrero". Sus concepciones -añade- "no descansan sobre ideas o principios descubiertos o inventados por tal o cual reformador del mundo", sino que expresan "las condiciones reales (...) del movimiento histórico que desarrolla a nuestra vista (Manifiesto comunista, 1848). ¡Peligrosa exaltación de un grupo de hombres!

Marx es también el introductor del nefasto cientifismo marxista. Un comunista alemán decía recientemente: "Todos los otros grupos -social-demócratas, liberales, conservadores- tenían sus opiniones, pero nosotros -marxistas leninistas- poseíamos una visión científica del mundo, como en matemáticas o en física". De esto el responsable es Marx, quien asociaba este punto de vista a la concepción determinista. "En la producción social de su existencia, los hombres barajan relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; esa relaciones de producción corresponden a un grado concreto de desarrollo de sus fuerzas productivas naturales". Gracias a esa convicción, esperaba Marx construir una ciencia de lo social tan rigurosa como las ciencias de la naturaleza.

Finalmente, a pesar de su individualismo y de su resistencia a aceptar un "capitalismo de Estado", el estatismo comunista sale también del pensamiento de Marx. Es él quien recomendó, para cuando llegase la revolución, una serie de medidas de naturaleza estatista: expropiación de bienes raíces, centralización de los medios de transporte y comunicación, creación de una industria nacionalizada, trabajo obligatorio para todos, constitución de ejércitos industriales... Una vez esto se pone por obra, ¡qué difícil volver atrás! ¿De qué sirve recordar ya que Marx quería que la personalidad individual se desarrollase en el seno del comunismo?

Por si fuese poco: Marx juega con la ambigüedad. Habla de una "libre asociación de trabajadores". Pero afirma que esos trabajadores -todo nosotros- constituyen "una única fuerza de trabajo" planificable. Y el producto es directamente social. ¿Quién y cómo lo reparte? En el famoso texto del Capital sobre el tema, Marx parece afirmar o que ese producto social no se reparte o que lo reparte el mismo que planifica la economía. En todo caso, sin pasar por el mercado. Marx no previó las consecuencias de esto: la interpretación colectivista tiene motivos para apoyarse en él.

¿Con qué se quedan los marxistas de Marx?

Está claro: la lista de los puntos de coincidencia entre el pensamiento de Marx y el comunismo es larga. ¿Se esfuma, pues, no sólo el comunismo, sino también el marxismo? Responder afirmativamente sería tratar con mucha ligereza un pensamiento fuerte, vivaz, complejo. Apuesto a que en el futuro los pensadores irán de nuevo a beber en esa fuente.

Ante todo resultaría una pretensión vana aventurarse hoy a escribir una historia intelectual y cultural del siglo XX sin contar con esa corriente de pensamiento, presente en todas partes, aunque sea como contrapunto. Se impone estudiar a Marx y el marxismo. Y discutirlo.

¿Qué conservan los marxistas, los antiguos comunistas, del pensamiento de Marx? En primer lugar, les sigue atrayendo un cierto realismo. El hombre -dijo Marx- es "el mundo del hombre". No leamos aquí -dicen- la abolición del sujeto o un determinismo absoluto. Quedémonos con su suma atención a las conexiones existentes entre todos los niveles de lo social, lo cultural, lo "conciencial". O su atención a la inmersión de lo humano en lo social. Toque de atención muy útil ante la tentación de reducir el hombre a espíritu sin cuerpo, físico, lingüístico, social.

Otros dirán: Marx sigue siendo importante por su pertinaz atención a las estructuras, sobre todo a las de propiedad. Falló en no darse cuenta de todo el peso de otras estructuras, especialmente las políticas. Para él, resolver el problema del poder económico era sinónimo de enderezar todos los entuertos del poder. La realidad se vengó de su miopía. Pero ¡qué lección de su atención a las estructuras económicas para los que ingenuamente creen que basta con cultivar las actitudes individuales! Hay que reaprender de Marx a no aislar un aspecto parcial de la realidad y a percibir en toda dimensión particular el reflejo de otras dimensiones, incluidas las más humildes.

Algunos marxistas prefieren atenerse a los manuscritos del joven Marx y conservan su gusto individualista-personalista y la filosofía de la libertad que le anima. Marx apenas habla explícitamente en términos de liberación. Pero todo su empeño se dirige a liberar, incluso cuando pretende que todo está impulsado por un dinamismo determinado que encadena, como un engranaje, las formas sociales sucesivas de la historia. Uno se puede preguntar si Marx constituye la mejor fuente para una filosofía de la libertad. En todo caso, no deja de ser interesante ver a hombres que quieren serle fieles optar precisamente por el tema del desarrollo personal y de la liberación como una de sus mayores aportaciones.

Finalmente -afirman con razón marxistas y ex-marxistas- es necesario conservar de Marx su crítica del capitalismo. Si el pensamiento de Marx va más allá en su intento de superar las contradicciones del capitalismo, permanece irremplazable para comprender críticamente dichas contradicciones. Hoy nos consta que existen otros factores del poder económico, además de la prioridad y el dominio sobre el otro. Pero Marx posee el mérito de haber logrado que el capitalismo apareciese tal como es: un fenómeno acumulativo a favor del que detenta el poder económico.

¿Hasta dónde llevan razón?

Lo dicho basta para justificar la existencia de una herencia marxista -o marxiana- más allá de la etapa del "socialismo real". Pero también al no marxista le puede interesar Marx. Pero antes hay que echar mano de la criba.

Hay mucha ambigüedad en la idea de la implicación mutua entre los diversos aspectos de lo humano. Marx lo concibe demasiado a la manera de los geólogos, como capas o estratos. Aquí se trata de algo vivo, en lo que el dinamismo espiritual también entra en juego.

También resulta ambiguo el humanismo de desarrollo espiritual en todas direcciones. ¿No se prima en él lo cuantitativo? La libertad de que se hace gala es sólo de primer grado: opciones concretas en el trabajo, el ocio, el arte. Pero la libertad humana va mucho más allá de todo eso.

Aunque apunta en una línea certera, la crítica marxista del capitalismo depende de razonamientos muy endebles y por esto no constituye un logro definitivo. Este es el caso de su teoría de la plusvalía, o valor determinado por la cantidad de trabajo incorporado al producto. Resulta imposible medir los distintos tipos de trabajo humano en horas de trabajo "social", sin la mediación de una valoración común, como la que se da en el mercado, a la que Marx, en busca de un sistema más objetivo de medida, se negaba a recurrir.

Hechas estas reservas, no queda sino añadir que nos hallamos en presencia de planteamientos vigorosos y de una reflexión estimulante. Certera la intuición de Marx sobre el capitalismo: este mecanismo de acumulación en beneficio de los detentadores del capital es fatal sin un control social. Dejado a sí mismo, agrava, hasta el límite de la conflictividad social, las desigualdades de todo tipo.

¿Qué más quedará?

Hay intuiciones de Marx que no interesan tanto al marxista como al teólogo. Marx posee un agudo sentido de la alienación, el peligro de que el hombre se pierda precisamente con lo mismo con que pretende realizarse, llámese esto producto del trabajo, del ingenio, de la ciencia o estructuras de todo tipo. Todo esto puede volverse contra él. La historia se muestra "dialéctica" en un sentido distinto al optimista en un uso entre los marxistas. El concepto de "alienación" resulta, pues, de gran valor.

Dejando aparte la tan discutible idea de la culminación de la historia en el advenimiento del proletariado y de su revolución, lo cierto es que Marx plantea la cuestión capital de la relación entre el sentido y la historia. O el sentido, que le permite al hombre vivir y actuar en la historia, planea sin dejar trazas en ella. O el sentido de la historia está inserto en ella, de forma que no hay más que leer en ella para saber hacia dónde se dirige. Lo primero peca de dualismo. Y lo segundo de ambición y de pretensión peligrosa. Se impone la pregunta: ¿no existen sentidos parciales de la historia? Se trataría de orientaciones destacables en determinadas secuencias de sucesos, que, como consecuencia, plantearían unas determinadas tareas históricas. De hecho, no es sólo el ideal del objetivo último el que puede orientar nuestra acción. Existen metas provisionales, pero importantes, como puede ser la liberación de un pueblo o de una clase social. Marx lanza una y otra vez esta pregunta por el sentido. Pregunta tanto más importante hoy cuanto que la confusión reina entre los que no hace mucho vivían todavía con la convicción de tener en sus manos todo el sentido de la historia.

NOTAS:

1 Teoría socio-histórica marxista, introducida por Engels, según la cual la historia se habría desarrollado y seguirá desarrollándose determinísticamente gracias al factor económico. Cambiado el sistema económico, todo lo demás -estructura social y política, cultura, etc.- seguirá ineluctablemente.