El Concilio Plenario Latinoamericano (Roma 1899):

Preparación, celebración y significación*

Pedro Gaudiano**

gaudiano@adinet.com.uy

Este artículo fue publicado en:

«Revista Eclesiástica Platense» [La Plata, Argentina] Año CI, Oct.-Dic. (1998) 1063-1078.

Se reproduce aquí con la autorización de la mencionada revista.

El fin del siglo XIX en América Latina, a nivel eclesial, estuvo marcado por un acontecimiento de gran relevancia: el primer Concilio Plenario Latino Americano (en adelante CPLA), que se celebró en Roma en 1899. En el contexto de estas II Jornadas de Historia Argentina y Americana, luego de realizar algunas precisiones terminológicas, quisiera presentar brevemente algunas notas de tres aspectos centrales de aquel concilio: su fase preparatoria, su celebración y su significación para la Iglesia latinoamericana.

1.   El término “CPLA”

El término Concilio Plenario tiene una naturaleza de carácter jurídico. No hace referencia a un concilio nacional, al que asisten los obispos de una determinada nación; tampoco a un concilio provincial, formado por los obispos que integran una provincia eclesiástica, o sea el metropolitano y sus obispos sufragáneos; ni tampoco a un concilio diocesano.

A fines del siglo XIX no existía una norma universal para reglamentar los Concilios plenarios. Esta figura canónica recién sería recogida en el primer Código de Derecho Canónico, promulgado por Benedicto XV en la fiesta de Pentecostés de 1917. La peculiaridad del Concilio plenario que tuvo lugar en Roma en 1899, reside en que estuvo integrado por los episcopados de todos los países latinoamericanos por una convocación hecha por el Papa[1]. León XIII realizó dicha convocación en la solemnidad de la Navidad de 1898, a través de las letras apostólicas Cum Diuturnum[2].

Por otra parte, siendo Concilio, aquella asamblea revestía autoridad legislativa sobre todo el continente, mientras que las futuras Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano no tendrían esa autoridad canónica[3].

Hagamos ahora algunas breves precisiones acerca del término América Latina y del gentilicio latinoamericano. Hasta donde sabemos, ha sido el uruguayo Arturo Ardao quien ha establecido "el verdadero origen del nombre América Latina". Así se titula un capítulo del libro Nuestra América Latina, publicado por el mencionado autor en Montevideo en 1986[4].

Según Ardao, la idea de una América que fuera latina fue lanzada por vez primera en 1836 por el francés Michel Chevalier, en la Introducción a su obra en dos tomos titulada Cartas sobre la América del Norte[5]. Allí se lee lo siguiente: “América del Sur es como la Europa meridional, católica y latina. La América del Norte pertenece a una población protestante y anglosajona”[6]. Esta antítesis de lo sajón y lo latino, como terminología, era entonces novedosa aplicada a Europa, y con mayor razón a América.

El bautismo de América Latina, se debe al escritor y diplomático colombiano José María Torres Caicedo. Nacido en Bogotá en 1830, se radicó en París en 1851 y vivió allí, salvo cortos períodos, hasta su muerte en 1889. Fue el más ilustre representante de la cultura latinoamericana en la Europa de su tiempo. En la capital francesa publicó varias obras en español. En una de esas obras, de 1875, escribió lo siguiente:

Desde 1851 empezamos a dar a la América española el calificativo de latina; y esta inocente práctica nos atrajo el anatema de varios diarios de Puerto Rico y de Madrid. Se nos dijo: -'En odio a España desbautizáis la América'. -'No, repusimos; nunca he odiado a pueblo alguno, ni soy de los que maldigo a la España en español'. Hay América anglosajona, dinamarquesa, holandesa, etc.; la hay española, francesa, portuguesa; y a este grupo, ¿qué denominación científica aplicarle sino el de latina? Claro es que los Americanos-Españoles, no hemos de ser latinos por lo Indio sino por lo Español... Hoy vemos que nuestra práctica se ha generalizado; tanto mejor"[7].

Una precisión más sobre la fecha en que apareció por primera vez el término América Latina. Durante todo el primer lustro de la década del 50, en su actuación periodística en la capital francesa, Torres Caicedo siguió utilizando abrumadoramente los términos América del Sur, o América Española. "Si empleó entonces el término América Latina -señala Ardao en su publicación de 1986-, fue por excepción pendiente todavía de localización"[8].

En cambio, al comienzo del segundo lustro se nota un cambio. El 26 de setiembre de 1856, Torres Caicedo fechó en Venecia un extenso poema de 288 versos, titulado Las dos Américas, en el que se refiere a "América Latina"[9]. "Esporádico al principio ese nombre, se volvió en su pluma cada vez más sistemático durante el resto de su largo actividad fundacional y apostólica del latinoamericanismo, en tanto latinoamericanismo"[10].

La primera consagración institucional, en el terreno práctico, del gentilicio latinoamericano, habría tenido lugar en medios eclesiásticos, cuando el Colegio o Seminario Americano en Roma comenzó a ser llamado Latinoamericano. Este hecho, según Ardao, se habría producido en 1862[11]. Sabemos con certeza que al inicio de 1864 el Colegio ya era conocido normalmente como "Latino-Americano"[12].

El periódico católico montevideano «El Mensajero del Pueblo» -cuyo primer número apareció el 1º de enero de 1871- utilizaba por lo general la expresión Colegio Pío Latino Americano[13]. Mariano Soler -tercer obispo de Montevideo desde 1891 y primer arzobispo desde 1897- en 1887 publicó en la capital uruguaya un opúsculo referido a dicho Colegio, titulado Memorial sobre el gran Instituto Eclesiástico de la América Latina, dedicado al venerable clero de la Iglesia latino-americana. Al año siguiente, en 1888, publicó en Roma su Memorial dedicado a los alumnos del Colegio P. L. Americano[14] y, en Montevideo, sus Memorias de un viaje de ambos por ambos mundos, uno de cuyos capítulos se titula La América Latina[15]. En la década de los ochenta, pues, el proceso genético del nombre América Latina estaba definitivamente cumplido, en el Uruguay como en el resto de América. Con el concilio plenario de 1899, los términos América Latina y latinoamericano alcanzarían especial difusión.

2.   La preparación del CPLA

En octubre de 1997, durante las “III Jornadas de Historia de la Iglesia” organizadas por la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, presenté una comunicación en la que analicé detenidamente el proceso de preparación del CPLA, en base a la documentación vaticana, sobre todo del Archivio degli Affari Ecclesiastici Straordinarii[16]. En esta ocasión, pues, sólo voy a referirme a las dos instancias fundamentales que constituyen el inicio y el final de la fase preparatoria del Concilio.

2.1. La propuesta de Mons. Mariano Casanova

El documento en que por primera vez y de manera explícita se propone a la Santa Sede la celebración de un Concilio de los obispos de América Latina, fue escrito por Mons. Mariano Casanova, arzobispo de Santiago de Chile. Se trata de una carta dirigida a León XIII, fechada el 25 de octubre de 1888. El manuscrito original latino[17] de esta carta ha sido reproducido en la tesis doctoral inédita que en 1991 el sacerdote argentino Diego Piccardo defendió en la Universidad de Navarra. Dicha tesis constituye la investigación de carácter histórico más completa hasta la fecha acerca del Concilio Plenario[18].

Según Mons. Casanova, la Iglesia católica en América del Sur debía enfrentar el peligro de los gobiernos civiles y el de las sectas masónicas. Esos peligros se concretaban por ejemplo en las leyes del llamado matrimonio civil, separación de la Iglesia y del Estado, y muchas otras. Debido al regalismo existente en estas tierras, ningún obispo en su diócesis, ningún arzobispo en su provincia, podían convocar un Concilio "sin saberlo o contra la voluntad del Gobierno". Por tanto, como forma de remediar aquellos males, Casanova propuso

"convocar un Concilio Regional de todos los Arzobispos y Obispos de América Meridional, para que con la agregación de las luces de su ciencia, de su prudencia y experiencia, examinemos las necesidades de nuestras Iglesias, descubramos qué debe hacerse en los presentes tiempos tan calamitosos, hacer frente como si fuésemos un muro -con la común autoridad y fuerzas- a toda obra e industria del torrente de iniquidad; poner freno a los intentos de los hombres maliciosos [...], y sobre todo unirnos más a la Santa Iglesia Romana, Madre y Principio de las Iglesias, también lo pertinente a las ceremonias litúrgicas..."[19].

La propuesta de que la reunión incluyera al episcopado de América del Sur, estaba motivada en que "todos tenemos el mismo origen, y por ello, hablamos el mismo idioma, vivimos las mismas costumbres, producimos las mismas leyes, disfrutamos las mismas tradiciones y finalmente, tememos los mismos peligros"[20]. Al final de su carta, Mons. Casanova propone "que sean convocados también todos los Obispos Mexicanos, por tener el mismo origen que nosotros"[21].

Esta iniciativa del arzobispo chileno fue discutida y asumida en la Sesión 619 de la Sagrada Congregación de Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, celebrada el 31 de enero de 1889. Desde la propuesta de Mons. Casanova hasta la realización del CPLA pasaron más de diez años. En el proceso de preparación participaron numerosos cardenales y consultores, y además miembros de la jerarquía de toda América Latina, entre ellos todos los arzobispos.

2.2. Los documentos de la convocación al CPLA

2.2.1.       Las letras apostólicas Cum Diuturnum

En la reunión de cardenales del 11 de diciembre de 1898 se estudió, entre otros temas, el texto que enviaría el papa para convocar al concilio. De los dos textos borradores, se eligió el más breve, y se le hicieron algunas modificaciones. El documento no sería finalmente una encíclica -como había solicitado la comisión a León XIII-, sino que adoptaría la forma de letras apostólicas.

En el borrador del documento, y para que no hubiera ningún riesgo de confusión, se propuso que se aclarara explícitamente que la convocación se dirigía a los obispos "de las Repúblicas de América Latina antes que simplemente de América Latina, porque ésta abraza también los dos Obispos de Trinidad, Colonia inglesa, dependiente de la Propaganda, y las dos sedes de Martinica y Guadalupe, colonias francesas, dependientes de Bordeaux, y las tres sedes, ya colonias españolas, de Cuba y de Puerto Rico, ahora más o menos dependientes de los Estados Unidos del Norte"[22].

El 25 de diciembre de 1898 León XIII fechó, pues, las letras apostólicas Cum Diuturnum por las cuales convocó a los obispos al CPLA[23]. Luego de recordar su dedicación para consolidar o extender el reinado de Cristo en las naciones latinoamericanas, León XIII afirma:

"Hoy, empero, realizando lo que hace tiempo deseábamos con ansia, queremos daros una prueba de Nuestro amor hacia vosotros. Desde la época en que se celebró el cuarto centenario del descubrimiento de América, empezamos a meditar seriamente en el mejor modo de mirar por los intereses comunes de la raza latina, a quien pertenece más de la mitad del Nuevo Mundo. Lo que juzgamos más a propósito fue que os reunieseis a conferenciar entre vosotros con Nuestra autoridad y a Nuestro llamado, todos los Obispos de esas Repúblicas. Comprendíamos, en efecto, que comunicándoos mutuamente vuestros pareceres, y juntando aquellos frutos de exquisita prudencia, que ha hecho germinar en cada uno de vosotros una larga experiencia, vosotros mismos, podrías dictar las disposiciones más aptas para que, en esas naciones, que la identidad, o por lo menos, la afinidad de raza debería tener estrechamente coligadas, se mantenga incólume la unidad de la eclesiástica disciplina, resplandezca la moral católica y florezca públicamente la Iglesia, merced a los esfuerzos unánimes de todos los hombres de buena voluntad"[24].

El papa manifiesta que la elección de Roma había partido de los mismos prelados, y pide disculpas porque dado las circunstancias, no podría acogerlos con la hospitalidad que hubiera querido. A continuación agrega que había dispuesto que la Sagrada Congregación del Concilio enviara "la convocatoria para el Concilio de todos los Obispos de las Repúblicas de la América Latina, que ha de reunirse en Roma el año próximo, y que dicte con oportunidad el reglamento a que debe sujetarse". Finalmente, envía su bendición apostólica. Esta carta fue enviada a los obispos de América Latina el 31 de diciembre de 1898[25].

2.2.2.       La Circular de la S. C. del Concilio

El 7 de enero de 1899 el cardenal Ángel Di Pietro, prefecto de la Sagrada Congregación del Concilio, firmó una Circular dirigida a los prelados ordinarios de toda la América Latina[26]. En ella se determinan con precisión las normas generales que debían conocer los obispos antes de llegar a Roma. Dichas normas eran las siguientes:

1º El Concilio de celebraría en el Colegio Pío Latino Americano, y su primera sesión sería el domingo 28 de mayo, fiesta de la Santísima Trinidad. 2º Deberían asistir al Concilio: en primer lugar los arzobispos, y si alguno por impedimento legítimo no pudiera, debería nombrar un obispo que lo represente y comunicarlo a la Santa Sede. 3º Además tenían que asistir aquellos obispos que eran únicos en una República, o sea los de: San José de Costa Rica, Comayagua (Honduras), Nicaragua, San Salvador (de Centroamérica) y Paraguay. 4º Al resto de los obispos no se les impone la obligación de asistir, ya que no parecía conveniente que durante el Concilio toda América se quedara sin pastores. Sin embargo León XIII dispuso que cada metropolitano se reuniera con sus sufragáneos, quienes "elegirán para que los represente en el Sínodo a uno o a varios de sus Venerables Hermanos de la misma Provincia". 5º En dichas reuniones provinciales, los obispos debían "examinar con sumo cuidado las observaciones que cada Prelado hubiere juzgado conveniente hacer al Schema propuesto desde el principio, y que van adjuntas a estas letras; y manifestarán su opinión y sentir acerca de todos sus puntos, para que el Obispo u Obispos delegados puedan exponerlas y declararlas en el Concilio"[27]. 6º Si por causa legítima algún obispo no pudiese concurrir a esta reunión provincial, debería "mandar por escrito al Arzobispo su voto, tanto acerca de las susodichas observaciones, como acerca del Obispo u Obispos que se han de delegar para el Concilio, con el fin de que pueda tomarse de ello la debida razón"[28].

Finalmente se señala que el cumplimiento de todas estas disposiciones "mucho interesa a la gloria de Dios y al bien de las almas", para que "con la ayuda de Dios, produzca en abundancia este Concilio Plenario, los saludables frutos que deseamos". Y luego de la firma del cardenal prefecto y su secretario, se lee: "Advertencia. Se servirán los Arzobispos y Obispos que vengan al Concilio, traer consigo el Schema de los Decretos"[29].

Esta Circular recién partiría hacia América el 26 de enero de 1899[30]. Como el tiempo era muy escaso y había mucho trabajo para realizar, el cardenal Rampolla, el mismo 26 de enero, envió un telegrama en clave a los representantes pontificios en América Latina, reproduciendo los términos de la Circular convocatoria.

3.   La celebración del CPLA

El CPLA se desarrolló a lo largo de 43 días, desde el domingo 28 de mayo -solemnidad de la Santísima Trinidad- hasta el domingo 9 de julio de 1899, en el Colegio Pío Latino Americano. Los prelados que participaron en el Concilio fueron en total 53: trece arzobispos y cuarenta obispos[31].

La representación más numerosa fue la de México, con trece prelados; seguía la de Brasil con once, la de Argentina con siete, y la de Colombia con seis prelados. Los cuatro países mencionados, en conjunto, aportaron el 69,8% del total de los prelados del CPLA. Centroamérica estuvo representada sólo por Mons. Bernardo Thiel, obispo de Costa Rica.

Los siete prelados argentinos fueron: el arzobispo de Buenos Aires, Mons. Uladislao Castellano, y los obispos: Reginaldo Toro, de Córdoba; Pablo Padilla, de Tucumán; Rosendo de la Lastra, de Paraná; Juan Agustín Boneo, de Santa Fe; Mariano Antonio Espinosa, de La Plata; y Matías Linares, de Salta[32].

Cabe destacar que Mons. Castellano presidió en forma efectiva la séptima sesión solemne del concilio, celebrada el 29 de junio de 1899, y las congregaciones generales número 23 (30 de junio) y 24 (1º de julio)[33]. Mons. Toro fue uno de los cinco “jueces de querellas” del concilio, y Mons. Espinosa fue uno de los cuatro “relatores” del mismo[34]. También fue muy significativa la presencia de Mons. Boneo, ya que él había sido uno de los diecisiete fundadores del Colegio Pío Latino Americano en 1858. Durante el concilio integró la comisión creada a instancias del arzobispo de Montevideo, Mons. Mariano Soler, para tratar de resolver la situación de ruina económica en la que prácticamente se encontraba el Colegio[35].

Se celebraron un total de 38 reuniones conciliares: veintinueve congregaciones generales, y nueve sesiones solemnes[36]. En las congregaciones generales, se discutió lo que luego serían los Decretos del Concilio, teniendo como base el Schema Decretorum y las Observationes Episcoporum et Notanda Consultoris. En las sesiones solemnes se aprobaba lo actuado hasta entonces, y en algunas de ellas se celebraron actos de particular relieve, como en la apertura, la consagración al Sagrado Corazón de Jesús y a la Purísima Concepción de María[37], y la clausura.

No pretendemos aquí realizar un análisis del desarrollo de las distintas asambleas conciliares, ni del conjunto de los decretos finalmente aprobados[38]. Simplemente vamos a referirnos aquí en primer lugar al discurso inaugural del concilio y en segundo lugar a la promulgación de los decretos conciliares.

Por expreso pedido de León XIII, el discurso inaugural del CPLA estuvo a cargo del arzobispo de Montevideo Mons. Mariano Soler. En dicho discurso, como era de esperarse, fueron planteados los grandes temas a ser tratados en el Concilio. En primer lugar Soler menciona "la disciplina, la santidad, la doctrina y celo del clero"[39], en estricta sintonía con el objetivo principal que la comisión cardenalicia había fijado para el Concilio, y también con las expectativas que León XIII tenía sobre el mismo. Y en segundo lugar, se refiere a "la moralidad, la piedad, el conocimiento más sólido de nuestra santa religión y la represión de perversas doctrinas en los pueblos a nuestro cuidado cometidos"[40]. Si el primer núcleo de temas estaba referido al clero, este segundo núcleo de temas se refería a los fieles. Según Soler, "la memoria de los tiempos pasados y la experiencia de los presentes", demostraba hasta la evidencia que el remedio a los males que aquejaban a la "República Cristiana" casi siempre eran fruto de los Concilios, a partir de los cuales se incrementaba "la piedad de los pueblos, el fervor de la disciplina eclesiástica, y el espíritu de unión entre los mismos Pastores"[41].

El CPLA se clausuró el 9 de julio de 1900. León XIII designó una comisión especial de cardenales para que, en su nombre y con su autoridad, revisara los decretos del concilio. Finalizada la revisión, el papa promulgó dichos decretos el 1º de enero de 1900, a través de las letras apostólicas Iesu Christi Ecclesiam, en las que se lee lo siguiente:

“Y Nos, accediendo a los deseos de los Padres del primer Concilio Plenario de la América Latina, por las presentes Nuestras Letras, publicamos los Decretos del mismo Concilio ya revisados por la Sede Apostólica, y al mismo tiempo decretamos, que por estas Letras Apostólicas, y sin que obste nada en contrario, en toda la América Latina y en cada una de sus diócesis, dichos decretos se tengan universalmente por publicados y promulgados, y puntualmente se observen”[42].

Esta promulgación ya había sido decretada por los mismos padres conciliares a través del artículo 994 en los siguientes términos:

“Y como ninguna ley puede tener fuerza de obligar, si no se promulga, determinamos que, apenas hayan sido examinados y reconocidos los decretos de este Concilio por la Santa Sede, inmediatamente se promulguen; y decretamos que, pasado un año de su solemne promulgación, tengan fuerza obligatoria, y surtan pleno efecto en todas las Iglesias de la América Latina, como si hubiesen sido promulgados en cada una de las diócesis, vicariatos, prefecturas y misiones”[43].

En 1900, se publicaron en Roma dos volúmenes bajo el título, el primero, de Acta et Decreta Concilii Plenarii Americae Latinae y, el segundo, de Appendix ad Concilium Plenarium Americae Latinae[44]. De esta primera versión latina se hicieron ediciones posteriores en 1901 y 1902.

El Apéndice contenía un total 135 documentos, ya sea encíclicas, letras apostólicas, constituciones dogmáticas del concilio Vaticano I, decretos e instrucciones de las congregaciones romanas. En 1910 fue publicado un nuevo ejemplar del Apéndice, con documentos más recientes[45].

Aunque no se incluyen en el Apéndice, una lectura detenida de los decretos conciliares permite señalar que los textos del concilio de Trento son los que aparecen citados con mayor frecuencia, exactamente 95 veces. Le siguen las constituciones dogmáticas Dei Filius y Pastor Aeternus del Vaticano I, que fueron citadas 37 veces. Sólo se registran diez citas de concilios provinciales latinoamericanos del siglo XIX: siete del concilio provincial de Nueva Granada (Colombia) del año 1868; una vez el concilio provincial de Quito (Ecuador) de 1869, y dos veces el concilio provincial de Antequera (México) de 1893. No deja de sorprender la ausencia casi total de citas referidas a documentos eclesiales latinoamericanos, ya sea de los primeros concilios de Lima y México del siglo XVI, como de los muy numerosos concilios provinciales y sínodos efectuados a lo largo de cuatro siglos[46].

León XIII confió a Mons. José María Ignacio Montes de Oca, obispo de San Luis de Potosí, la traducción oficial castellana de las Actas y Decretos del CPLA. El obispo mexicano se encargó no sólo de la traducción, sino de la impresión del texto bilingüe (latín-castellano), que se publicó en Roma en 1906. Dicha traducción sería declarada auténtica por Pío X a través de las letras apostólicas Quod episcopis, dirigidas a Mons. Montes de Oca el 27 de marzo de 1906[47]. El Apéndice no se llegó a traducir al castellano.

4.   La significación del CPLA

En el decreto conciliar número 997 se lee lo siguiente: “En todos y cada uno de los archivos de cada diócesi[s], parroquia é Iglesia pública, se tendrá por lo menos un ejemplar de este Concilio Plenario, que en la visita pastoral se presentará al Obispo ó visitador, y se asentará en el inventario”[48]. O sea que cada sacerdote debía tener a su alcance una fuente clara y precisa de lo que debía hacer en su ministerio. Las varias ediciones que tuvieron las Actas y Decretos y también el Apéndice parecerían indicar que este decreto realmente se cumplió, aunque no se haya cumplido de manera uniforme en toda América Latina. En el imprimatur de ambos volúmenes consta que quedaba prohibida su reimpresión sin la autorización de la Santa Sede. Sin embargo, en algunos países se trasmitió la doctrina conciliar por medio de pastorales colectivas, en las que se daba a conocer, en castellano, lo expresado en los decretos conciliares.

Según Mons. Correa León, el primer capítulo de los Decretos, titulado “De la fe y de la Iglesia católica”, constituye una magnífica, clara y exacta síntesis de los documentos dogmáticos pontificios más recientes, una especie de ‘Enchiridion’ cuya utilidad práctica salta a la vista. El segundo capítulo, titulado “De los impedimentos y peligros de la fe”, expuso en forma por demás clara y concisa los errores doctrinales y los peligros prácticos que amenazaban la fe latinoamericana, tales como la superstición, la ignorancia, el socialismo, la masonería, la mala prensa, etc. Por otra parte, en este segundo capítulo se dictaron además normas prácticas para detener el avance de dichos errores y peligros[49].

Pero el CPLA fue un concilio “eminentemente disciplinar”. Así lo calificó Mons. Mariano Soler en la pastoral que dirigió a sus fieles el 2 de abril de 1899, al partir hacia Roma[50]. En efecto, la parte disciplinar es la que presenta el mayor interés, especialmente por el aspecto jurídico, en cuanto que constituye una excelente compilación de buena parte de la legislación eclesiástica de la época. El P. Cayetano Bruno, con gran acierto, afirma que el Concilio Plenario de 1899 fue uno de los acontecimientos más trascendentales que vivió la Iglesia latinoamericana en el siglo XIX, no sólo porque unificó la acción de sus pastores sino porque ofreció un cuerpo de doctrina simplificador de las normas dispersas en el antiguo derecho[51]. De hecho, es evidente la semejanza de la obra conciliar con la del Código de Derecho Canónico de 1917, ya sea en su extensión como en la distribución general de las materias. Esto ha sido puesto de manifiesto con toda claridad por Mons. Correa León[52]. También es clara la influencia del concilio plenario en los sínodos argentinos de principios del siglo XX, como lo ha mostrado el P. Nelson Dellaferrera[53].

El texto de las actas del CPLA finaliza con una Instrucción del Secretario de Estado, cardenal Mariano Rampolla, fechada en Roma el 1º de mayo de 1900[54]. Dicho documento confirma y explica lo establecido en los decretos 208 y 288 acerca de la celebración de reuniones frecuentes en cada provincia eclesiástica, al menos cada tres años[55]. Aquella prescripción en algunas repúblicas evolucionó hacia la forma de conferencias episcopales nacionales. Por iniciativa de Pío XII, la actividad de integración eclesial cristalizaría en la I Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Río de Janeiro (Brasil) en 1955. Fruto maduro de aquella Conferencia fue la creación del Consejo Episcopal Latino Americano (CELAM). Su actual presidente, Mons. Andrés Rodríguez Madariaga, arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), afirma que el CPLA constituyó "la primera gran tentativa de integración de la Iglesia en el Continente. Fue, por así decir, el punto de partida de la edad pastoral adulta de la Iglesia latinoamericana"[56].

El año próximo se cumplirá el centenario del CPLA, y con tal motivo en la Santa Sede se proyecta realizar un acto conmemorativo. Será una instancia que sin duda permitirá profundizar en el significado y los alcances de aquel acontecimiento. Quiero finalizar con las palabras de Mons. Mariano Soler, primer arzobispo de Montevideo, quien refiriéndose al concilio plenario de 1899, afirmó: "Respecto de la misma América, no se registrará otro acontecimiento religioso más grande y trascendental en los anales de la Iglesia del Nuevo Mundo, a partir desde la época del descubrimiento"[57].

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    *          Conferencia dada el 11 de junio de 1998 en las “II Jornadas de Historia Argentina y Americana”, organizadas por el Centro de Graduados en Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Pontificia Universidad Católica Argentina.

    **         Doctor en Teología en la Universidad de Navarra (Pamplona, España). Profesor de Antropología en la Universidad Católica del Uruguay “Dámaso A. Larrañaga”. Profesor de Historia de la Iglesia en el Instituto Teológico del Uruguay “Mons. Mariano Soler” (Montevideo), agregado a la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma).

    [1]          El P. Wernz, profesor de la Universidad Gregoriana y consultor del CPLA, en un libro impreso en 1899 escribió: "Los Concilios Plenarios según el derecho común actualmente vigente, ni están prescriptos, ni generalmente permitidos, ni son ordenados por estatutos singulares; únicamente deben su legítima constitución y autoridad de la delegación de la Sede Apostólica", Francisco X. WERNZ, Ius Decretalium ad usum praelectionum in scholis textus canonici sive iuris decretalium, II, Ius Constitutionis Eccles. Catholicae (Romae 1899), pág. 1092.

    [2]          Vid. Actas y Decretos del Concilio Plenario de la América Latina celebrado en Roma el Año del Señor de MDCCCXCIX. Traducción oficial (Roma 1906) [en adelante se citará: Actas], págs. XXI-XXII.

    [3]          Cfr. Eduardo CÁRDENAS, El primer Concilio Plenario de la América Latina, 1899, en: Quintín ALDEA - Eduardo CÁRDENAS (dirs.), Manual de Historia de la Iglesia, t. 10: La Iglesia del siglo XX en España, Portugal y América Latina (Barcelona 1987) [en adelante se citará: CÁRDENAS], pág. 520.

    [4]          Vid. Arturo ARDAO, El verdadero origen del nombre América Latina, en: ID., Nuestra América Latina (Montevideo 1986) [en adelante se citará: ARDAO, NAL], págs. 31-44; vid. también ID., Génesis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas 1980); España en el origen del nombre América Latina (Montevideo 1992).

    [5]          Esta Introducción de la obra de Michel Chevalier se reproduce en: Arturo ARDAO, Génesis de la idea y el nombre de América Latina (Caracas 1980), págs. 153-167.

    [6]          Ibid., pág. 162.

    [7]          José M. TORRES CAICEDO, Mis ideas y mis principios, t. 1 (París 1875), pág. 151, cit. ARDAO, NAL, pág. 40. El subrayado es nuestro.

    [8]          ARDAO, NAL, pág. 42. El autor hace constar que investigó la actuación periodística de Torres Caicedo en París, y también en Bogotá, en el año 1967, y que otras investigaciones podrían aportar nuevas revelaciones.

    [9]          Vid. José M. TORRES CAICEDO, Las dos Américas, en: «El Correo de Ultramar» [París], 15.2.1857; también publicado en: ID., Religión, patria y amor (París 1862). Los versos que reproduce Ardao son los siguientes: "La raza de la América Latina / al frente tiene la sajona raza [...] El Norte manda sin cesar auxilios / a Walker, el feroz aventurero", ARDAO, NAL, pág. 43.

    [10]         ARDAO, NAL, pág. 44.

    [11]         "Hasta donde hemos podido establecerlo, el primer episodio de ese carácter tuvo lugar muy tempranamente en el ámbito del vaticano, cuando en 1862 el hasta entonces llamado 'Colegio Americano del Sur', cambió su nombre por el de 'Colegio Latinoamericano', convertido muy poco después en el histórico 'Colegio Pío Latinoamericano", ARDAO, NAL, pág. 104. Se debe precisar que hasta 1867 se usaron distintos nombres para designar a aquel establecimiento: Seminario Americano, Colegio Americano del Sur, o Latino Americano, o Americano Latino. El 22.2.1859 se hablaba del "Seminario Hispano-Americano", vid. «El Catolicismo» [Colombia] 6 (1859) 57; el 15.1.1860 el Rector del establecimiento, P. Juan Marcucci, se refería al "Colegio de la América Española y Portuguesa", vid. l.c., 7 (1860) 215-216. El cambio de nombre definitivo se produjo en julio de 1867, cuando con el consentimiento de Pío IX pasó a llamarse Colegio Pío Latino Americano.

    [12]         Vid. Programa del Colegio Latino-Americano erigido en Roma bajo la protección de Su Santidad y confiado a la dirección de los Padres de la Compañía de Jesús, Roma, Enero 15 de 1864, en: Archivo de la Curia del Arzobispado de Montevideo, Gobierno de Mons. Vera, Caja 311-8/8 (1860-1904), Carpeta 7.

    [13]         Esta expresión aparece por primera vez en: «El Mensajero del Pueblo» 1 (1871) 79; no la hemos encontrado, sin embargo, en «La Revista Católica», que se publicó en Montevideo en 1860-1861.

    [14]         Mariano SOLER, Memorial sobre el gran Instituto Eclesiástico de la América Latina, dedicado al venerable clero de la Iglesia latino-americana (Montevideo 1887); Memorial dedicado a los alumnos del Colegio P. L. Americano (Roma 1888).

    [15]         ID., La América Latina, en: ID., Memorias de un viaje por ambos mundos, escritas por el Doctor D. ..., El Oriente-Europa-América (Montevideo 1888), t. 2, págs. 188-203.

    [16]         Pedro GAUDIANO, La preparación del Concilio Plenario Latinoamericano, según la documentación Vaticana, en vías de publicación en la revista «Teología» [Buenos Aires].

    [17]         AA.EE.SS., America, Anno 1889-1890, Pos. 53, Fasc. 3, fol. 2r-5v.

    [18]         Vid. Diego R. PICCARDO, Historia del Concilio Plenario Latinoamericano (Roma 1899), Tesis doctoral, Promanuscrito, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra (Pamplona 1991) [en adelante se citará: PICCARDO], págs. 359-366. Vid. también Mariano CASANOVA, Obras pastorales del Ilmo. y Rmo. Señor Dr. D. ..., Arzobispo de Santiago de Chile, con un retrato del autor (Friburgo de Brisgovia [Alemania] 1901).

    [19]         PICCARDO, págs. 360-361.

    [20]         Ibid., págs. 361-362.

    [21]         Ibid., pág. 365.

    [22]         AA.EE.SS., America, Anno 1898-1899, Pos. 95, Fasc. 67, fol. 61r, reproducido en su original italiano en: PICCARDO, pág. 195, nota 120.

    [23]         Vid. el texto en: Actas, págs. XXI-XXIII.

    [24]         Actas, págs. XXI-XXII.

    [25]         El 4 de febrero de 1899 eran publicadas en un periódico montevideano, vid. «La Semana Religiosa» 13 (1899) 9474.

    [26]         Vid. el texto de la misma en: Actas, págs. XXIV-XXVI.

    [27]         Actas, pág. XXV.

    [28]         Ibid., págs. XXV-XXVI.

    [29]         Ibid., pág. XXVI.

    [30]         En Montevideo la Circular fue publicada el día 11 de marzo, vid. «La Semana Religiosa» 13 (1899) 9550-9551.

    [31]         Vid. Actas, págs. XLVIII-XLIX; sobre los datos biográficos de los padres conciliares, vid. María M. ESANDI, El Concilio Plenario de América Latina. Datos biográficos de los Padres Conciliares (Roma - 1899), Promanuscrito, Mémoire présenté pour l'obtention du grade de Licenciée en Sciences Historiques, Université Catholique de Louvain, Faculté de Philosophie et Lettres, Nº L.V.L. 15479 ([Louvain] 1973).

    [32]         Vid. Actas, págs. XLVIII-XLIX. Algunos autores, por error, afirman que Argentina envió seis prelados, al igual que Colombia; así por ejemplo CÁRDENAS, pág. 520. A la provincia eclesiástica argentina pertenecía, además, el obispado sufragáneo de Paraguay, cuyo prelado, Mons. Sinforiano Bogarín, también participó en el CPLA.

    [33]         Vid. Actas, págs. XCVIII-C.

    [34]         Vid. ibid., pág. L.

    [35]         Mariano Soler, primero como sacerdote, y luego como obispo y arzobispo, fue un permanente impulsor y promotor del Colegio Pío Latino Americano de Roma, a tal punto que ha sido llamado su "Segundo fundador". Sobre la actuación conciliar de Soler, vid. Pedro GAUDIANO, Mons. Mariano Soler, primer Arzobispo de Montevideo, y el Concilio Plenario Latino Americano [Disertación doctoral en la Universidad de Navarra], en: «Anuario de Historia de la Iglesia» [Pamplona] 7 (1998) 375-382; ID., ibid. [Extracto de la tesis doctoral], en vías de publicación en: «Excerpta e Dissertationibus in Sacra Theologia» [Pamplona].

    [36]         Vid. Extracto de las Actas de las Sesiones y Congregaciones, en: Actas, págs. LVII-CXXXXIX.

    [37]         Dicha consagración tuvo lugar el 11.6.1899, vid. Cuarta Sesión Solemne, en: Actas, págs. LXXXVII-LXXXVIII; vid. también «La Semana Religiosa» [Montevideo] 13 (1899) 9884; la fórmula de la consagración, y las palabras que añadió el presidente del Concilio, en: l.c., 10043-10044.

    [38]         Sobre tales temas, vid. Actas; CÁRDENAS, págs. 524-548; PICCARDO, págs. 229-288.

    [39]         "En esta santa Asamblea, debemos dirigir todos nuestros cuidados y afanes, a la discusión de aquellas materias que más hayan de fomentar en nuestras regiones, la disciplina, la santidad, la doctrina y el celo del clero", Actas, pág. LXVIII.

    [40]         Ibid.

    [41]         Ibid., págs. LXVIII-LXIX.

    [42]         Vid. ibid., pág. XVII.

    [43]         Ibid., pág. 563.

    [44]         En 1899 y para uso exclusivo de los padres conciliares, se había publicado un volumen titulado Appendix ad Schema decretorum pro Concilio Plenario Americae Latinae, con 85 documentos del magisterio pontificio y varias instrucciones dictadas por las congregaciones romanas, cfr. María M. ESANDI, El Concilio Plenario cit., pág. 29.

    [45]         Appendix ad Concilium Plenarium Americae Latinae Romae celebratum Anno Domini 1899 additis recentioribus documentis (Romae 1910).

    [46]         Hemos tomado estos datos de María M. ESANDI, El Concilio Plenario cit., pág. 31.

    [47]         Cfr. Actas, págs. X-XIII.

    [48]         Ibid., págs. 564-565.

    [49]         Vid. Pablo CORREA LEÓN, El Concilio Plenario Latinoamericano de 1899 y la Conferencia Episcopal Latinoamericana de 1955, en: «Cathedra» [Bogotá] 11 (1957) I, 47-55.

    [50]         Vid. Mariano SOLER, Carta Pastoral del Exmo. Señor Arzobispo con motivo de la celebración del Concilio Plenario de la América Latina, en: «La Semana Religiosa» [Montevideo] 13 (1899) 9619-9623.

    [51]         Cfr. Cayetano BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, t. 12 (1881-1900) (Buenos Aires 1981), pág. 345.

    [52]         Vid. Pablo CORREA LEÓN, El Concilio Plenario cit.

    [53]         Vid. Nelson C. DELLAFERRERA, El Concilio Plenario Latinoamericano y los Sínodos Argentinos de principios del siglo XX, en: «Anuario Argentino de Derecho Canónico» [Buenos Aires] 1 (1990) 87-140.

    [54]         Mariano RAMPOLLA, Instructio circa conventus Episcoporum Americae Latinae, en: Actas, págs. CLXXXI-CLXXXII; este documento no se incluye en la primera edición latina de las Actas y Decretos.

    [55]         En el decreto 208 se transcribe la siguiente exhortación, tomada de la carta que León XIII dirigió al episcopado brasilero el 2.7.1894: "Reine entre vosotros la más estrecha caridad y concordia de pareceres, opinando todos una misma cosa, teniendo todos los mismos sentimientos (Philip. II, 2). Para conseguirla, os recomendamos encarecidamente que con frecuencia os comuniquéis vuestras opiniones y, en cuanto lo permitan las distancias y vuestros sagrados deberes, multipliquéis más y más las reuniones episcopales". Y a continuación, el mismo decreto establece: "El tiempo de estas reuniones no deberá pasar de tres años, y se fijará en cada Provincia de común acuerdo de los Obispos", Actas, pág. 136. El decreto 288, remitiendo al decreto 208, menciona "la celebración de las juntas episcopales, al menos cada tres años", Actas, pág. 175.

    [56]         Cfr. Oscar A. RODRÍGUEZ MADARIAGA, Presentazione, en: Enchiridion. Documenti della Chiesa Latinoamericana (a cura di P. Piersandro Vanzan S.I.) (Bologna 1995), págs. 5-6. Esta publicación, en italiano, contiene una selección de documentos de la Iglesia Latinoamericana: del CPLA (1899) y de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992).

    [57]         Mariano SOLER, Carta Pastoral cit.