Teología y espiritualidad hoy en América Latina

José María VIGIL

 

Naturalmente, escribo sobre “teología y espiritualidad DE América Latina”, no de otras teologías y espiritualidades que también están EN el Continente, aunque no procedan DEL mismo, ni piensen ni sientan DESDE la Patria Grande ni CON las opciones espirituales típicamente latinoamericanas.

Trataré cuatro puntos.

 

1. Situación de la “teología y espiritualidad hoy en América Latina”

Para trazar un balance, hoy día es un punto de referencia obligado el recién pasado congreso de teología (julio 2000) convocado por la SOTER, sociedad teológica brasileña, en Belo Horizonte, con la participación de más de 250 teólogos y teólogas, de los que una quinta parte procedían del resto de América Latina, de fuera de Brasil. Tal vez habría que retroceder 20 años para encontrar un Congreso de teología latinoamericano semejante (quizá el de 1980 en São Paulo).

Pues bien, parafraseando lo que se dijo de Puebla, yo diría que el Congreso fue una “serena afirmación de la Teología de la Liberación” (TL). No era sobre TL el Congreso, ni se convocaba desde esa perspectiva, pero la TL no pudo dejar de aflorar y estar presente desde el panel de inauguración de la primera noche, hasta el final. Había algunos grupos que no tenían esa teología, pero la mayor parte de ellos sintonizaban con ella y escuchaban con toda atención. La inmensa mayoría de los teólogos allí presentes –la plana mayor de la teología del Continente- sentía y pensaba y respiraba en TL.

“Estamos vencidos, pero no convencidos”, parecía que se podía decir allá. O de otra forma: estamos bien convencidos de lo que pensábamos y de lo que pensamos, aunque en la plaza se imponga irracionalmente el “argumento de autoridad” (el más débil y hasta cobarde de los argumentos, según Aristóteles).

Este balance del Congreso de Teología, a mi modo de ver, refleja simbólicamente el balance de la situación de la Teología en América Latina. Sin alharacas, sin entusiasmos propios de otros  tiempos, con la serenidad de una época de invierno y de recesión eclesiástica, pero con el optimismo de los que “miran lejos”, la teología latinoamericana en el Congreso evidenció que está viva, trabajando silenciosamente, madurando las semillas subterráneamente a la espera de la primavera…

Y quien dice “teología” se refiere a la vez, inevitablemente, a la “espiritualidad” que la sustenta. La espiritualidad latinoamericana, sus opciones, su pasión continental -sin anacronismos, sin nostalgias del pasado, sin lenguajes arcaicos, viviendo muy encarnadamente en el hoy neoliberal mundializado…- estaba allí flotando en el aire y empapándolo todo. Seguimos vibrando con la misma pasión de Jesús, ¡el Reino!, sin que ello nos haga estar atados a las mediaciones de las décadas pasadas, o sentirnos acomplejados por creer todavía en las utopías (¡más utópicas que nunca!). La espiritualidad latinoamericana está viva y goza de buena salud… aunque sean muchos los teólogos y los cristianos que ya no están tan vivos y tan sanos, porque arrojaron la toalla y prefirieron claudicar –casi siempre sin confesárselo a sí mismos-, se acomodaron a la corriente y abandonaron las “opciones latinoamericanas”…

En este sentido, en algún momento del Congreso se aludió al tema psicológico: necesitamos descubrir el componente subjetivo de ese fenómeno, sin confundirlo con lo propiamente teológico objetivo: la TL no está en crisis, los que están en crisis son algunos teólogos. Las razones que muchos asumen para cambiar de postura, no son realmente razones (teológicas), sino decisiones personales (psicológicamente muy explicables) que sería muy sano distinguir y concienciar. Queda ahí una tarea por hacer, tal vez en este tiempo más propicio, cuando en la distancia se ven mejor las cosas…

“Serena afirmación de la TL” (y de su espiritualidad) sería pues el balance del Congreso Latinoamericano de Teología y el balance de lo que puede ser la situación de la Teología en el Continente.

 

2. Cambio de paradigma…

Personalmente, fui de los que me opuse, decididamente, cuando hace diez años, comenzó a decirse que estábamos en un “cambio de paradigma”, momento en el que esa afirmación venía a ser el álibi para justificar el abandono de las opciones latinoamericanas y de la TL. “El mundo ha cambiado, ha triunfado el neoliberalismo…. luego hay que acomodarse y abandonar la perspectiva latinoamericana”… venían a decir entonces muchos con el pretendido “cambio de paradigma”. Con muchos otros, yo afirmé -y sigo afirmando- que pueden cambiar los “paradigmas menores”, pero que “el paradigma” central (el de la lectura histórica de la realidad, el reinocentrismo y la opción por los pobres) no puede cambiar, porque es centralmente “jesuánico” (cfr: http://servicioskoinonia.org/relat/193.htm sin que vaya a repetirlo aquí).

Después de todo este tiempo que ha transcurrido, veo que sí, que hay un cambio de paradigma en curso. Un paradigma nuevo, que sigue sin ser aquél que preconizaban los partidarios de olvidar la perspectiva “latinoamericana”. Pero que es un verdadero “cambio de paradigma”, y muy profundo. Carlos Palacio (http://servicioskoinonia.org/relat/227e.htm) lo considera “comparable, bajo ciertos aspectos, a lo que, a partir de K. Jaspers, se denominó cambio del 'tiempo-eje', tiempo que abarca aproximadamente unos 500 años, entre el 800 y el 200 antes de Cristo, y que introduce en la conciencia humana una ruptura radical, a partir de la cual se operó una profunda inflexión en el curso de la historia y de la civilización tales como las conocemos hasta hoy”.

Aparte de que pueda estarse dando una inflexión de tal envergadura en el plano profundo de la civilización humana, hablando más cercanamente de nuestra teología y nuestra espiritualidad, somos ya mayoría cualificada los que constatamos que hay, efectivamente, un “malestar en la cultura” y una insatisfacción profunda en la religión, malestar e insatisfacción que denuncian que la barca está haciendo agua por muchas partes, y que se necesita un replanteamiento general de casi todo, un verdadero “cambio de paradigma”. Son no pocos los teólogos que vienen reclamando ya con nítida expresión que urge “creer de otra manera” (Torres Queiruga), que quizá somos “la última generación cristiana” en esta perspectiva, porque la necesidad un cambio muy profundo se impone inaplazablemente…

Son demasiadas cosas las que se vienen arrastrando en confrontación con la sociedad y con el pensamiento moderno. La religión en general parece tener todavía la raíz de sus estructuras más hondas en el pensamiento medieval o premoderno, y no muestra celo especial por hacerse definitivamente contemporánea de la Humanidad. La primavera del Vaticano II, que rompió con un desencuentro multisecular con la cultura moderna y abrió la posibilidad de un diálogo, se vio frustrada después de la elección de Juan Pablo II, que, como se sabe, fue uno de los principales miembros del “coetus minor” o minoría de oposición, la minoría derrotada en el Concilio. Pero el cambio de paradigma pendiente es todavía más amplio, más profundo, más de fondo… que la problemática -con ser grave- de conservadurismo propia de este pontificado.

 

3. Nuevo paradigma emergente

Dentro de esta situación general de transición, un gran filón de renovación -todavía desconocido para el gran público- es el del “pluralismo religioso”. Se suele llamar “diálogo religioso”, un tanto impropiamente. Lo que está en juego no es sólo ni principalmente dialogar con otras religiones (lo cual es de suma importancia, sin duda), sino reformular, reinterpretar todo el cristianismo (todos y cada uno de sus tratados teológicos, mas también su cosmovisión, toda su espiritualidad, y ¡sobretodo su práctica!) desde el hecho mayor del descubrimiento irrecusable que en nuestro tiempo se está dando acerca del valor salvífico de las religiones. El judeocristianismo se originó y creció y se mantuvo secularmente como aislado, mirándose a sí mismo y mirando a las otras religiones como diabólicas, luego como inferiores o insignificantes; todo su lenguaje y sus referencias -no sólo en la teoría sino en la práctica- están como encerradas dentro del propio cristianismo, positivamente ignorantes de toda otra presencia de salvación más allá del cristianismo… Casi no es posible encontrar un pensamiento, una simple frase (en el misal por ejemplo) que no evidencie este lastre de planteamientos pacatos, antiecuménicos, autocentrados…

Hoy esta perspectiva se nos presenta no sólo como inadecuada, sino como insostenible y urgentemente necesitada de un replanteamiento a fondo, para ser mínimamente honrados con lo real. Muchos conceptos muy fundamentales, han de ser reelaborados, y mucho lenguaje -teórico y práctico- ha de abrirse a un planteamiento más universal. El “cambio de paradigma” está en juego también en este nuevo paradigma emergente. Es imposible intentar persistir en mantenernos aislados, equiparando realidad y cristianismo, encerrados en nuestro fanal… Las instituciones –las distintas Iglesias- lo intentarán, sin duda, en fuerza de su instinto defensivo. Pero, en definitiva, será imposible “detener la primavera”…

Ese “cambio de paradigma” no es algo que deberán hacer algunos grandes teólogos, no es una tarea para genios que nos ahorren la tarea… Debe ser elaborado pacientemente pero con el concurso de todos: abriendo los ojos, dándonos cuenta, renovando el lenguaje, permitiéndonos equivocarnos -¡tantos errores cometimos por el lado de la unicidad… permitámonos una cierta serenidad por el lado del pluralismo!), dejándonos cuestionar también por las demás religiones… La teología y la espiritualidad populares latinoamericanas tienen que abrirse a este cambio de paradigma. Todos hemos de abrirnos a este paso adelante. Y lo debemos hacer convencidos de que no se trata de abandonar nada de lo que ha sido nuestro capital teológico latinoamericano, sino de hacerlo avanzar hacia nuevas metas y desafíos…

 

4. Teología y espiritualidad de la resistencia…

Me quiero referir esta vez también a una tarea pendiente, y emergente, concretamente al menos en la Iglesia católica. Hace años que está ahí, esperando, acumulando tensión y problemas, sin que nadie la afronte. La teología y la espiritualidad latinoamericanas, que tan militantes han sido “ad extra”, se han mantenido inactivas ad intra. Hacia fuera han dado compromiso profético, denuncia, lucha solidaria; hacia adentro fidelidad, humildad y obediencia. Viejas concepciones de estas virtudes han impedido acometer la tarea. Y es que todos preferiríamos no emprenderla, desearíamos que no fuera necesaria… Me refiero a la situación de involución en la Iglesia católica.

Durante mucho tiempo nos han dicho que eso era más bien un problema europeo, que en A.L. nosotros “somos de otra manera”, y que es mejor que “segamos en lo nuestro sin hacernos mucho problema”… Pero la situación se ha agravado hasta niveles impensables hace unos años. Y vienen momentos probablemente más difíciles, en cuyo clímax se va a jugar la posibilidad de dar marcha atrás o -¡Dios no lo quiera!- persistir en el desencuentro.

Son muchos los católicos que sienten la Iglesia como una sociedad disfuncional, enferma, atravesada por tensiones insanas, con un autoritarismo ciego que imposibilita dialogar francamente y responder a las necesidades más sentidas, a las urgencias evangelizadoras más inaplazables. Problemas graves están ahí, sin resolver, aplazados durante años. La coyuntura de “final de pontificado” que atravesamos refuerza esta situación de pasividad y parálisis. La solución, para muchos, ha consistido en el autoexilio, la emigración interior, la desresponsabilización, o la separación entre lo que se hace y se piensa por una parte, y lo que se dice “oficialmente” por otra (cfr.: Reese, http://servicioskoinonia.org/relat/214.htm). Sin contar los muchos que abandonaron la Iglesia, o que perdieron enteramente su fe en ella. Las estadísticas sobre las deserciones cotidianas son abrumadoras, pero la institución se cree capaz de absorberlas dándolas por disueltas en medio de concentraciones masivas bien escenificadas.

No obstante, cada vez más cristianos que ven lo incoherente y antievangélico de esta situación, y se niegan a pactar con ella. Y esto es lo que resulta de alguna manera nuevo. Crece una difuminada conciencia de la necesidad de poner fin a este estado de cosas y vivir la fe y la pertenencia eclesial como adultos, siendo fieles al Evangelio y coherentes con nosotros mismos, como el mejor servicio que podemos hacer a la Iglesia, en vez del servilismo, el silencio consentidor, la desresponsabilización, la huida, revestidos con viejos y falsos ropajes de obediencia, fidelidad o humildad. Debemos dejar de considerar sólo a la Iglesia como nuestra “madre”, para tener en cuenta que además es nuestra “hija”.

También en América Latina la teología tiene obligación de plantearse este tema y debe acompañar a tantos cristianos/as que viven con dolor esta situación y se preguntan con angustia cómo salir de ella. Necesitamos una reflexión y una espiritualidad eclesiológica práctica, serena y crítica, adulta y responsable, amorosa y a la vez profética, que preste a la gran Iglesia el servicio de sacudirla de su parálisis frente al autoritarismo, el miedo y la involución. Son demasiado pocos los profetas –ellos y ellas- en el interior de la Iglesia, y están a la intemperie, rodeados por el frío silencio de sus hermanos… Es preciso despertar el sentido profético dormido del Pueblo de Dios y acompañar no sólo a los más débiles, sino también a los/las más valientes. Aunque inconscientemente seguimos pensando que el profetismo sólo es hacia afuera (porque la Iglesia sería santa y no pasible de error), los hechos evidencian lo contrario. Hoy es hora de resistencia profética, con la referencia siempre mayor de la fidelidad al Evangelio del Reino.

Lógicamente, no se trata de “romper” con nadie; pero se trata de no romper tampoco con la propia coherencia, con la fidelidad a lo que el Espíritu sugiere a tantos cristianos/as de base. No es fidelidad a la Iglesia la que no es por encima de todo fidelidad al evangelio, la que se calla y se desentiende “pro bono pacis”, por no perturbar la paz, o por miedo, tan frecuente y tan enquistado hoy en la Iglesia a todos los niveles.

Hay ya una serie de puntos básicos que el “sensus fidelium” (el sentido común de los fieles, la percepción profunda del Pueblo de Dios, ésa que no puede no proceder del Espíritu), evidencia como una plataforma indiscutible, innegociable, imparable, a la espera sólo de que se haga explícito y visible el clamor soterrado con que el Pueblo de Dios la reclama. Estos serían sus puntos principales:

-         la reforma del papado, de su elección y de la Curia Romana;

-         la elección de los obispos por parte del Pueblo de Dios;

-         la democratización real y sin reservas de la Iglesia en todos sus niveles, el abandono de la ideología monárquico-absolutista y de las relaciones de poder dominantes;

-         la igualdad entre la mujer y el varón, y la participación plena de la mujer;

-         la superación de la división entre clérigos y laicos y el establecimiento de unas relaciones más fraternas y e igualitarias;

-         la aceptación de otros modelos de ministerio, incluyendo el sacerdocio de personas no célibes;

-         el respeto a la libertad para el ministerio teológico;

-         la valoración positiva del cuerpo y de la sexualidad…

Para un número creciente de cristianos, también en A.L., esto no es “teología progresista”, sino un paso obligado para ser fieles hoy al Evangelio. Sienten que no pueden ser cristianos si no luchan por construir el Reino de Dios “también dentro” de la Iglesia, creando en ella condiciones de más amor, justicia, igualdad y libertad. Una verdadera reforma eclesial, para entrar de verdad en un nuevo milenio…

Sin duda, la construcción del Reino de Dios en el interior de la Iglesia suscitará conflictos, tantos como suscita el construirlo fuera. Habrá también -ya los hay- “mártires” víctimas de la intolerancia y del autoritarismo, un martirio más difícil de reconocer y de sobrellevar, porque está revestido de satanización… Hará falta una Iglesia “confesante” dentro de la propia Iglesia… Cuando llegue la primavera se sabrá agradecer a los que a pesar de lo crudo del invierno supieron arriesgarse a sembrar evangélicamente sin miedo y con coraje…

Todo esto es una tarea sin duda universal, pero por eso mismo es también una tarea que A.L. debe plantearse explícitamente, sin seguir remitiéndola a otras latitudes geográficas, como hasta ahora. Nuestro Continente debe incorporarse más activamente a la vida universal de la Iglesia. Somos más de la mitad de la Iglesia, y es hora de hacerse plenamente responsables y de contribuir con la propia aportación específica latinoamericana.

La teología y la espiritualidad latinoamericanas están obligadas a hacer su aporte a esta tarea común de la Iglesia universal. Es la hora.

Publicado en papel en: “Nuevamérica” 88 (diciembre 2000) 30-35, Rio de Janeiro