SAN FRANCISCO DE ASIS

Y LA CREACION

Gerard Guitton, ofm.

 

Cuadernos Franciscanos, Chile, 1989 Nº 86

 

 

El nombre de san Francisco de Asís está ligado en la mayor parte de nuestros contemporáneos, cristianos o no, a la fraternización universal y a la armonía con la naturaleza. Esta visión tiene evidentemente mucho que ver con un cierto romanticismo ambiental también en nuestros días. Esto explica ‑parcialmente, sin duda‑ por qué la popularidad de san Francisco es todavía tan grande. Ciertamente, lo ha sido siempre. Y actualmente está experimentando una renovación incuestionable. Por otro lado, hay algunas cosas que han contribuido a aumentar esa popularidad; en particular, la expansión de movimientos como el escultismo, con su educación basada en el contacto con la naturaleza y la fraternización entre todos sus integrantes. Y no hay que olvidar que san Francisco es el patrón de los "lobatos" (8‑12 años).

Todos los que hoy sueñan con una vuelta a la naturaleza simpatizan de entrada con la figura de san Francisco y con los movimientos ecologistas, y se remiten a él. El mismo Juan Pablo II lo ha proclamado Patrón celestial de todos los ecologistas al inicio de su Pontificado, el 9 de noviembre de 1979. Y en el reciente encuentro de todas las Religiones en Asís (27 de octubre de 1986), convocado por él mismo, el Papa ha remarcado nuevamente el impacto de la personalidad de san Francisco como hombre de paz y fraternidad; la misma invocación de su nombre favorece la armonía entre los seres más diferentes y aun las corrientes de pensamiento más opuestas.

Pero es necesario aclarar muchas cosas antes de reflexionar sobre el Cántico de las Criaturas, para no leerlo únicamente como la obra de un sentimental que tuviera una visión del mundo cándida por exceso de optimismo. Fraternizar con todas las criaturas no es ignorar que el mundo es duro, que el hombre es más bien malo que bueno en su conjunto. Por cierto, el universo, al finalizar el siglo XX, camina más hacia una autodestrucción apocalíptica que hacia una fusión afectiva colectiva.

Finalmente, ¿san Francisco es un utopista desfasado o un profeta para un porvenir risueño, pero tan improbable?

UN MALENTENDIDO: ¿NATURALEZA O CREACION?

Ante todo, hay una cuestión previa que es necesario esclarecer, porque siempre puede existir un malentendido cuando se habla de san Francisco: ¿es, ante todo, un amigo de la naturaleza o de la creación? Para muchos, san Francisco es el hombre vecino a la naturaleza en su acepción más sensible, el que ama a las flores y dialoga con los pájaros: imagen encantadora, sin duda, pero no la más justa. Efectivamente, todos los franciscanistas se sienten mal cuando se intenta colocar a su patrón dentro de un marco predominantemente naturista. Precisamente porque no vemos ante todo en san Francisco a un amigo de la naturaleza, sino a un cantor de la creación.

El matiz es importante, porque las palabras no son intercambiables. Nadie niega a san Francisco una afectuosa proximidad con el mundo llamado inferior, aunque se puedan discutir los detalles de tal o cual acontecimiento un poco maravilloso. Nadie pretende poner en duda que la admiración espontánea frente a un bello paisaje tenga que ver con el espíritu franciscano. Pero, cuando se habla de "creación" o "criatura", no se trata de considerar el mundo llamado "natural" como un puro dato a disposición del hombre para su propio provecho afectivo o material. La "creación" es ante todo un don, una realidad recibida de Aquél en quien tiene su origen. Dios creador y Padre de todos los hombres: creación que viene de El y a El volverá. Por lo demás, la Creación no es una realidad interna sino un mundo vivo que habla de Dios al hombre. En fin, la Creación engloba una realidad mucho más vasta que la "naturaleza"; porque el hombre mismo forma parte de esta creación, es una criatura más entre todas, aunque desempeñando un rol privilegiado como co‑creador y continuador de la obra divina comenzada.

Así, pues, si san Francisco ama la naturaleza, él es, ante todo, un cantor y un poeta de la Creación de Dios.

LA BONDAD DEL CREADOR

Mal que les pese a los defensores de la naturaleza, y por más que san Francisco sea el patrón de la ecología, hay que abordarlo sobre todo con un espíritu de fe si se quieren entender sus relaciones con el mundo creado. En efecto, lo que san Francisco busca en la creación no es ni el bienestar físico, ni la economía de los recursos naturales, sino la comunión con las criaturas que le revelan la bondad original del Padre munificente. La manera como san Francisco se comportaba con el mundo sensible impactó a sus contemporáneos, como sus biógrafos lo han enfatizado:

"¿Quién sería capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento" (1Cel 80).

Poder, sabiduría, bondad. Habría mucho que decir sobre cada una de estas palabras. Francisco participa totalmente de la visión teocéntrica de su época en la que el mundo refleja las cualidades divinas y lleva naturalmente al hombre a la contemplación de Dios.

Pero, de una manera especial, Francisco es sensible a la Bondad de Dios. El fue tan fuertemente impactado por la afirmación del Evangelio "nadie es bueno sino sólo Dios", que esta bondad original del Creador brota sin cesar de sus escritos: "Y el mismo Altísimo y sumo, sólo Dios verdadero posea, a El se le tributen y El reciba todos los honores y reverencias... sólo El es bueno" (1R 17, 18). Y un poco más adelante: "nos ha hecho y nos hace todo bien" (1R 23, 8). Y en otro lugar: "Tú, Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno" (ParPN y también ALD).

Bondad de Dios, belleza o bondad de los bienes creados, Francisco percibe todos los bienes creados como dones hechos al hombre para hacerle posible su elevación y su vuelta a Dios. Por eso, su oración es, ante todo, una ofrenda, una alabanza, una devolución de todos los bienes a Quien está en su origen: "Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede" (1R 17, 17).

Francisco es pobre y nada tiene, pero ante la Creación se siente rico con la bondad de Dios que le permite disponer de tantas maravillas. Por lo tanto, hay que tener un gran espíritu de desapropiación para ver maravillas allí donde todo el mundo sólo ve cosas banales y sin valor. A un hermano que se lamentaba de que no dispusieran para comer más que de unos trozos de pan duro que habían mendigado y se disponían a comer junto a una fuente de agua fresca, le respondió: "Oh, hermano Maseo, no somos dignos de un tesoro tan grande como éste" (Flor XIII).

Para Francisco todo es gracia y todo es don de Dios, porque "después del pecado, todas las cosas se nos dan como limosna, y el pródigo Limosnero reparte con clemencia a los que merecen y a los que no merecen" (2C 77).

CONTEMPLACION DEL CREADOR A TRAVÉS DE SUS CRIATURAS

En este espíritu hay que entender la verdadera relación de san Francisco con el mundo creado. Dios es Padre, El es toda Bondad, pero además El ha dejado huellas visibles de esa Bondad suya original:

"Se servía, y no poco, por cierto de las cosas que hay en el mundo; las utilizaba como armas cuando se trataba de combatir al príncipe de las tinieblas; y como de espejo lucidísimo de su bondad. En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida; en las cosas hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: `El que nos ha hecho es el mejor'. Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todo una escala por la que sube hasta el trono" (2Cel 165).

Así, el respeto por la creación es primero respeto por la obra divina en la que discierne a su autor a través de sus manifestaciones, aun las más insignificantes. El universo tiene un sentido, porque tiene un autor; y en la palabra "obrero" Francisco no podría ver a un simple industrioso, sino a un artista que ha actuado movido por amor. Al crear el mundo, el Padre ha exteriorizado sus propios dones, y ha permitido al hombre conocer una parcela de la Belleza divina a través de obras buenas y bellas. El hombre se reconoce como criatura; Francisco experimenta ante todo una gran humildad y una capacidad particular para entrar en comunión fraterna y gozosa con las demás criaturas.

AFECTO FRATERNO POR TODAS LAS CRIATURAS

A partir de ahí, se inicia un luminoso amanecer en la actitud afectuosa de Francisco hacia las plantas, las flores, los animales, todo ese mundo mal llamado "inferior".

"Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción, y les habla del Señor y les exhorta a alabarlo. Deja que los candiles, las lámparas y las candelas se consuman por sí, no queriendo apagar con su mano la claridad, que le era símbolo de la luz eterna. Anda con respeto sobre las piedras, por consideración al que se llama `Piedra'... A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de echar brotes... Manda que se destine una porción del huerto para cultivar plantas que den fragancia y flores, para que evoquen a cuantos las ven, la fragancia eterna. Recoge del camino los gusanillos para que nos los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que en los días helados de invierno no mueran de hambre. Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente entre todos a los mansos" (2Cel 165).

No nos engañemos, y no sonriamos. No hay aquí una sensibilidad desplazada ni alguna especie de puerilidad propia de su carácter, aun si Celano nos dice todavía que "los sentimientos naturales de su corazón bastaban ya para hacerlo hermano de toda criatura" (2C 172). Sin duda, Francisco se inclinaba por temperamento a prestar atención a los otros; sin embargo, su actitud hacia todas las criaturas no se explica sino a la luz de Cristo. Y si no, ¿por qué dejar un árbol seco en el bosque, lo que a todas luces es inestético? Y ¿por qué recoger los gusanos, y no los insectos? (¡El cuidado por las abejas se entiende mejor por el interés de una cosecha posterior!).

Es bien claro que la lombriz le recuerda el salmo 21: "soy un gusano y no un hombre", y que los corderos tenían su predilección porque Cristo es llamado "cordero de Dios". Las numerosas historias sobre corderos y ovejas recogidos o rescatados por él para evitar que fueran sacrificados solamente son destacables en esta óptica (1Cel 7‑79 y 2Cel 111). Francisco se rebela contra la muerte de un corderito, ¡pero no tiene compasión por el malvado cerdo que ha hecho estragos durante la noche! Ahora bien, ¡en el plan creador de Dios, la especie porcina no es ciertamente más despreciable que la especie ovina!

Y si se nos relata que adoptó también a un halcón y a una cigarra es porque el primero le despertaba para la hora del Oficio, y la segunda no tenía par para cantar a su manera las alabanzas de Dios. Pero tal como Francisco despidió a dama cigarra, se comprende fácilmente que se cansara de escuchar el chirrido del insecto, lo que, sin duda, nos sucedería también a cada uno de nosotros (cf. 2Cel 171). Francisco no es un iluminado ingenuo, su ternura hacia los animales no le impide ser sabiamente realista en la vida cotidiana, y sobre todo comunitaria.

EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS

Solamente ahora podemos entender un poco el sentido del Cántico de las Criaturas.

No solamente Francisco está feliz con el mundo creado, no solamente reconoce en él la marca del Creador y Salvador fraternizando con todas las obras sensibles, sino que se maravilla. Se exalta y canta. "Su boca hablaba de la abundancia de su corazón", escribe Celano, y en su corazón se regocija por haber sido creado en un mundo que es portador de la bondad del Cristo salvador: "Si estando de viaje cantaba a Jesús o meditaba en él, muchas veces olvidaba que estaba de camino y se ponía a invitar a todas las criaturas a loar a Jesús" (1Cel 115). La admiración de Francisco es una respuesta a la admiración de Jesús mismo cuando se dirige al Padre: "Yo te bendigo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes, y las has revelado a los pequeños" (Mt 11, 25). En esta actitud jubilosa de Jesús ante la revelación de su Padre a los pequeños de este mundo, Francisco ve la fuente de su propia alegría frente al mundo creado.

No nos proponemos analizar aquí en detalle el origen y contenidos del Cántico de las Criaturas'. Existen numerosos estudios sobre el mismo, que señalamos al final de este artículo. Destacamos solamente algunos aspectos indispensables. En 1224 Francisco está enfermo, y especialmente sus ojos le hacen sufrir mucho; no puede soportar la luz del sol ni la claridad del fuego. Aunque no dispongamos de un boletín de salud, sabemos que sufre no solamente a causa de la enfermedad de los ojos, sino también del estómago, y probablemente de fiebres contraídas en Oriente; pocos meses después, ya no podrá caminar.

En medio de tantas tribulaciones, Francisco tiene compasión de su propio cuerpo, e invoca al Señor que le dé fuerzas para sobrellevarlo con paciencia. Este pensamiento lo reconfortaba porque había recibido la revelación de que se le reservaba un tesoro, más allá de todos los bienes materiales, en compensación de todos sus sufrimientos, que lo colmaría de paz y alegría.

Con estos sentimientos, una mañana escribió esta "Alabanza del Señor" que él mismo llamó "Cántico del Hermano Sol". El sol es, en efecto, dice el autor de la "Leyenda de Perusa", "la más bella de todas las criaturas, a la que se puede, mejor que a cualquier otra, comparar a Dios" (LP 43).

Tengamos en cuenta que se trata de una alabanza a Dios, "Altísimo, omnipotente y buen Señor", al que ningún hombre es digno de nombrar. Y, sin embargo, a El se dirige san Francisco, multiplicando los calificativos.

No como en el "Cántico de los Tres jóvenes" del profeta Daniel, en el que se trata de una invitación a las criaturas para que alaben al Señor. Aquí Francisco va más allá de una fraternización con las criaturas y una invitación a la alabanza. Para él "la comunión fraterna con las criaturas integra su actitud de adoración". Porque, del principio al fin del Cántico, de lo que se trata es de adoración, una adoración maravillada y jubilosa que le permite olvidar, "considerando la gloria del Señor, la violencia de sus dolores y sus males" (LP 43).

Francisco era también músico, no lo olvidemos. Compuso no solamente las palabras, sino la melodía de su Cántico, y él mismo lo enseñó a sus compañeros. ¡Cómo lamentamos hoy no conocer este documento único, y de tal maestro, que seguramente nos habría reservado algunas sorpresas!

Quien mejor ha analizado toda la dinámica del "Cántico de las Creaturas" es fray Eloy Leclerc; en particular la dimensión simbólica de los elementos enumerados de acuerdo con una alternancia regular de "parejas fraternas".

"Así ‑escribe Leclerc‑, tenemos una serie de tres parejas: Hermano Sol y Hermana Luna; Hermano Viento y Hermana Agua; Hermano Fuego y nuestra Hermana la madre Tierra. La pareja Sol‑Tierra enmarca el conjunto. Semejante ordenación no tiene un sentido objetivo. No hay ninguna correspondencia con la teoría cosmológica de los cuatro elementos, corrientemente admitida en la época. Pero sí la tiene, y numerosas, con la historia de los mitos y la simbólica religiosa. De hecho, pertenece a esta simbólica. Su marco de referencia es el de las grandes imágenes soñadas, en las cuales se han expresado desde siempre las fuerzas originales del alma humana".

Un poco después, E. Leclerc agrega:

"La fraternidad expresada en este Cántico no se refiere únicamente a los elementos materiales, sino a todo lo que ellos, adecuadamente valorizados en el sueño, simbolizan frente a las profundidades del alma".

La simbólica de los elementos traduce el deseo profundo del hombre de reconciliarse consigo mismo y con el mundo entero, naciendo a una "personalidad nueva y plena". Todas las fuerzas oscuras del hombre son celebradas y transfiguradas en los elementos: la belleza de los tres elementos luminosos ‑sol, luna, fuego‑, el resplandor del sol, la claridad de las estrellas, la calma del viento, la utilidad y la humilde castidad del agua, la fuerza del fuego y la maternidad de la tierra. En estos elementos, Francisco expresa una comunión fraterna no solamente con las realidades de la naturaleza sino con las fuerzas íntimas del alma que Cristo solo ha conducido a su perfección.

LA CREACION BAJO EL SIGNO DEL PERDON

Aquí se nos plantea una cuestión: la visión de Francisco, ¿no es exageradamente optimista? El Cántico, ¿no es el lenguaje de un hombre un tanto ingenuo y soñador frente a un mundo duro e implacable? No, Francisco no es un ingenuo, sabe lo que es el mundo, conoce sobre todo el corazón del hombre: "tanto vale el hombre cuanto vale ante Dios y no más", escribe en la XX Admonición. Francisco sufrió hambre, enfermedad, incomprensión por parte de su familia o de la Iglesia, y también (y principalmente!) de sus hermanos; conoce las dificultades de la vida. Y precisamente en su Cántico celebra la alegría del perdón. Esto merece algunas explicaciones.

Sin duda, la composición de las dos últimas estrofas es muy circunstanciada. Pero hay que considerar el Cántico en su conjunto. Francisco no celebra en él al hombre en sí mismo como culminación de la creación, no lo exalta por su genio técnico ni por sus proezas deportivas. Celebra, por el contrario, en su alabanza a los que perdonan por amor, los que soportan pruebas y enfermedades y conservan la paz. Ciertamente, Francisco conoce las tinieblas humanas, el mal bajo todas sus formas en la enfermedad, el orgullo o la persecución. Pero celebra al hombre en su creación transfigurada, tal como lo viviría una vez convertido, en la reconciliación con todos y la paz del corazón; hacía bien cantando a las criaturas; ¿y hay una criatura más bella que el hombre salvado, reconciliado consigo mismo, con la naturaleza y con sus hermanos? Ahí es donde reside, a mi modo de ver, la lógica interna de la vinculación de esta estrofa sobre el perdón con el resto del Cántico.

LA CREACION Y LA MUERTE

¿Se puede hablar de creación en la última estrofa del Cántico? ¿No es la muerte la negación implacable y absoluta de todo lo que es creado?

No es una circunstancia exterior la que impone a Francisco este último agregado, como en lo relativo al perdón que fue motivado por la enemistad entre el obispo y el podestá que Francisco había podido comprobar dolorosamente. Ahora todo le sucede a él mismo; la muerte está a las puertas, y él la recibe como a una hermana.

Para entender el fin del Cántico sería necesario haberse sumergido como Francisco en el corazón mismo del misterio del Ser en un despojamiento total. ¿Dónde está, pues, la última criatura celebrada? "Dios no ha creado la muerte", dice la Sabiduría (Sab 1, 13). La muerte no es una criatura. La inmortalidad, a la inversa, podría serlo, como una especie de revancha suprema del hombre, en el momento en que todas sus fuerzas vivas lo abandonan a las puertas de la nada. Sólo quedaría entonces la realización de la esperanza más loca: ser continuado más allá de la muerte. Pero, ¿no sería esto una ilusión, "una creación de nuestro instinto de apropiación que se proyecta en la eternidad"?. Ahora bien, desde la fe, no se trata de una inmortalidad que se debería al hombre por su propia naturaleza, sino de una eternidad recibida por gracia de Aquél que da la vida eterna, porque El mismo venció a la muerte.

"Felices aquellos a quienes la muerte sorprenda cumpliendo tu voluntad, porque la segunda muerte no podrá hacerles mal". Esta primera muerte es un paso, el de este mundo al Padre, y que Francisco medita antes de franquearlo haciéndose leer el pasaje del lavatorio de los pies en san Juan (Cf. 2Cel 217). Esta muerte, por implacable que sea, abre nuestro ser a la recreación en Cristo, "sol naciente ascendido de los infiernos" (Cántico pascual Exultet). La muerte y el sol no son antinómicos: "Francisco puede mirar cara a cara al sol y a la muerte, con la misma mirada fraterna y la misma alegría de corazón. Se trata del mismo misterio del Ser que le habla y que él celebra a través del uno y de la otra". Ha contemplado a las creaturas con tal humildad que sus ojos quemados conservan todavía un poco de luz cuando llega la muerte.

"A esta luz aparece el nexo profundo y oculto que existe entre la última estrofa del Cántico y el conjunto de la obra. Esta estrofa pone el sello de lo Eterno sobre la alabanza cósmica. El camino de las criaturas es también un camino de eternidad".

REENCONTRAR LA INOCENCIA  ORIGINAL DE LA CREACIÓN

¿Qué podemos retener al término de este rápido recorrido? Por de pronto, el respeto por la naturaleza y todo el mundo creado, sin poner un infranqueable muro de separación entre la naturaleza y el hombre. El hombre, con su cultura y su tecnología, integra la naturaleza creada, salida de las manos de Dios. Yo creo mucho en los beneficios de la ecología, y me congratulo de que san Francisco sea su patrón. Pero desconfío también de una cierta ecología que se desliga del mundo real para encerrarse en el sueño de un paraíso terrestre no contaminado por la industria.

Por otra parte, bajo capa de respeto por la naturaleza, se puede ignorar y aplastar al hombre. Conozco países africanos con magníficas reservas animales en los que los menores intentos de caza furtiva por parte de cazadores afamados son sancionados con castigos corporales o prisión, cuando no directamente con la muerte. Pueblos enteros son borrados del mapa y sus habitantes, expulsados de sus tierras, reducidos a la condición de refugiados. No, san Francisco no es el patrón de esta ecología. La lucha por los derechos del hombre forma parte también del respeto por la creación.

Las intenciones humanas pocas veces son inocentes, y siempre más o menos mezcladas de malicia. Por el contrario, san Francisco se nos presenta como un hombre devuelto a su inocencia, con tal de que se entienda bien el sentido de las palabras: "in-no-cent" quiere decir textualmente "aquel que es incapaz de hacer daño" o que no lo ha hecho, mientras que, demasiado frecuentemente, se califica como inocente al hombre crédulo, ingenuo, cuando no directamente al necio. En este sentido, san Francisco no fue precisamente un inocente. Y si yo he querido precisar el sentido original de "inocente" es porque creo que se aplica perfectamente a Francisco en su actitud hacia las criaturas.

Una vez convertido y salvado por Cristo, el cristiano es liberado de su pecado de origen, aun si después llega a practicar el mal6. Viviendo totalmente este espíritu de inocencia, Francisco estaba en paz con todo el mundo, viendo a un hermano en cada criatura, aun el lobo feroz, porque él las contemplaba en su naturaleza original recuperada: "El lobo cohabita con el cordero" (Is 11, 6). No ignoraba el mal, pero veía a las criaturas más allá de ese mal, en el futuro transfigurado en Cristo.

La medicina de la época no conocía otra terapéutica eficaz que la de cauterizar las sienes para curar los ojos enfermos; pero el fuego no le hizo ningún daño a Francisco. Lo que parecía singularmente contestable en el plano fisiológico, aparece, sin embargo, muy claro en la conciencia de Francisco: no sintió el fuego que abrasaba su carne.

Y es que Francisco lo veía como debe ser y como lo cantó en el Cántico: "es bello, y alegre, y robusto y fuerte"; la Leyenda de Perusa añade: "y útil". Robusto e indomable, se convertirá, sin embargo, en "bueno y cortés", como Francisco se lo pide en una oración impactante. Sí, puede temperar su ardor y convertirlo en una caricia tolerable sin dejar de ser abrasador. Y Francisco nada siente; sin embargo, no fue anestesiado, ni estaba inconsciente; estaba en el fuego del espíritu, y su "carne" no debía sufrir. Celano termina magníficamente su relato con esta frase: "Creo yo que el santo, a cuya voluntad se aplacaban creaturas inhumanas, había vuelto a la inocencia primera" (2C 166).

"Todo es puro para los puros", escribe san Pablo (Tit 1, 15). Todo aquel que vive plenamente la salvación en Cristo, como Francisco, muestra ya su rostro de salvado. Porque toda la creación debe ser transformada: no solamente el hombre es capaz de llegar a ser bueno y vivir en paz con todos, sino también el lobo puede abandonar su agresividad y el fuego su capacidad destructiva. Porque se trata de una recreación, o más exactamente de un nuevo nacimiento: "Y toda la creación espera ansiosamente que los hijos de Dios reciban esa gloria que les corresponde... Por eso (la creación) tiene que esperar hasta que ella misma sea liberada del destino de muerte que pesa sobre ella y pueda así compartir la libertad y la gloria de los hijos de Dios. Vemos cómo todavía el universo gime y sufre dolores de parto" (Rom 8, 19-22).

San Francisco de Asís ha experimentado este doloroso parto en su reencuentro con el Crucificado. Y antes de entonar su Cántico, ha mirado al mundo como quien ve en cada criatura a un hermano o una hermana, lo que cada una de ellas no debería haber dejado de ser nunca, y lo que está llamada a ser en el plan de Dios.