Discurso desde la Suma de Santo Tomás
(Segunda Entrega Capítulo VIII)
DE LOS VICIOS Y PECADOS
Por Jesús Martí Ballester

En la segunda parte de la Suma, Santo Tomás trata de Dios considerado como fin último del hombre, alcanzable por sus actos personales, individuales y concretos. A esta posición del Angélico actual y personal, se oponen, como asegura Juan Pablo II, “algunos autores que proponen una revisión mucho más radical de la relación entre persona y actos. Hablan de una “libertad fundamental”, sin cuya consideración no se podrían comprender ni valorar correctamente los actos humanos. Según ellos, la función clave en la vida moral habría que atribuirla a una “opción fundamental”, en forma “trascendental y atemática”. Los actos particulares derivados de esta opción constituirían solamente unas tentativas parciales y nunca resolutivas para expresarla, serían solamente “signos” o “síntomas” de la opción fundamental” (Veritatis splendor, 65). Estos actos parciales y concretos no aceptan ni rechazan el Bien último y absoluto, sólo van dirigidos a los bienes concretos y parciales, que no tienen capacidad para determinar la opción de la persona humana en su totalidad. Con ello el hombre puede adherirse a bienes aparentes y limitados con libertad, mientras no excluya su opción fundamental por el Bien Absoluto. Se toma en esta opción fundamental “la libertad como pretexto para la carne” (Gal 5, 1).

CONTRADICCION CON LA UNIDAD SUSTANCIAL

“Separar la opción fundamental de los comportamientos concretos significa contradecir la integridad sustancial o la unidad personal del agente moral en su cuerpo y en su alma. En virtud de una opción fundamental el hombre --según estas corrientes-- podría mantenerse moralmente bueno, perseverar en la gracia de Dios, alcanzar la propia salvación, a pesar de que algunos de sus comportamientos concretos sean contrarios deliberada y gravemente a los mandamientos de Dios... Pero el hombre no va a la perdición sólo por la infidelidad a la opción fundamental, según la cual se ha entregado “entera y libremente a Dios”. Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley y, por tanto se hace culpable ante toda la ley (Sant 2, 8); a pesar de conservar la fe, pierde la gracia santificante, la caridad y la bienaventuranza eterna. “La gracia de la justificación --enseña el Concilio de Trento-- no sólo se pierde por la infidelidad, por la cual se pierde incluso la fe, sino por cualquier otro pecado mortal”. “Se comete, en efecto un pecado mortal, cuando el hombre, sabiéndolo y queriéndolo, elige por el motivo que sea, algo gravemente desordenado. Esta elección incluye un desprecio del precepto divino, un rechazo del amor de Dios hacia la humanidad y hacia toda la creación: el hombre se aleja de Dios y pierde la caridad. La orientación fundamental puede, pues, ser radicalmente modificada por actos particulares...

LA OPCION FUNDAMENTAL

La disociación entre opción fundamental y decisiones deliberadas de comportamientos determinados, desordenados en sí mismos o por las circunstancias, comporta el desconocimiento de la doctrina católica sobre el pecado mortal: “Siguiendo la tradición de la Iglesia, llamamos pecado mortal al acto, por el que el hombre, con libertad y conocimiento rechaza a Dios, su ley, la alianza de amor que Dios le propone, prefiriendo volverse a sí mismo, a alguna realidad creada y finita, a algo contrario a la voluntad divina (“conversio ad creaturam”). Esto puede ocurrir de modo directo y formal, como en los pecados de idolatría, apostasía y ateísmo; o de modo equivalente, como en todos los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave” (VS 65 ss).

EL VALOR DE LOS ACTOS INDIVIDUALES

El hombre debe, como el ángel, ganar el cielo por sus actos. El ángel lo ganó en un instante con un solo acto. El hombre a través de una larga peregrinación. Santo Tomás en la primera parte de la segunda, trata de los actos y hábitos buenos, de las virtudes, que anteriormente hemos estudiado, y de los actos y hábitos malos, que estamos estudiando. Los actos y hábitos buenos facilitan nuestro movimiento hacia Dios. Los malos lo desvían. Así como la virtud es una disposición conforme a la naturaleza, el vicio es una tendencia e inclinación contra la naturaleza racional del hombre.

PECADO Y VICIO

Hay una diferencia entre pecado y vicio que estriba en que el pecado es un acto transitorio, mientras que el vicio es un hábito permanente y origen de nuevos pecados y desórdenes. En este sentido los pecados capitales son más propiamente vicios, según santo Tomás, porque son el origen y la fuente de la que nacen otros pecados innumerables, por eso son capitales o cabezas. “El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raiz. Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o a los pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a San Juan Casiano y a San Gregorio Magno. Son la soberbia, la avaricia, la envidia, la lujuria, la gula, la pereza” (CIC 1865- 1867).

MISTERIO DE INIQUIDAD

Sólo Dios conoce el misterio de iniquidad que encierra el pecado. Y sólo los santos se han aproximado más a tal conocimiento iluminados por Dios. Por eso no nos hemos de extrañar que Santa Teresa hable del pecado a cada paso, ya que su luz nacida de su experiencia tiene valor testimonial. Ha visto el sol deslumbrante en las moradas del alma, y la negra tiniebla del pecado en el corazón. Introduce además una expresión nueva para designar el pecado, como “guerra campal” del hombre contra Dios. Los que dicen que no tienen fuerzas para romper con el pecado, las tienen en cambio, para atacar a Dios y obran como los que le llenaron de golpes y heridas y al fin le dieron muerte. Y siente tanto el dolor de los pecados, que clama a los buenos cristianos que ayuden a llorar a Dios no sólo por la muerte de Lázaro, sino por los que no habían de querer resucitar, para que el poder de las lágrimas consiga la resurrección de los pecadores.