CARTA
ENCÍCLICA
«U T U N U M S I N T»
DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
SOBRE EL EMPEÑO ECUMÉNICO
II
FRUTOS DEL DIÁLOGO
La fraternidad
reencontrada
41. Cuanto
he dicho anteriormente en relación al diálogo ecuménico desde la clausura del Concilio
en adelante, lleva a dar gracias al Espíritu de la verdad prometido por Cristo Señor a
los Apóstoles y a la Iglesia (cf. Jn 14, 26). Es la primera vez en la historia que la
acción en favor de la unidad de los cristianos ha adquirido proporciones tan grandes y se
ha extendido a un ámbito tan amplio. Esto es ya un don inmenso que Dios ha concedido y
que merece toda nuestra gratitud. De la plenitud de Cristo recibimos « gracia por
gracia » (Jn 1, 16). Reconocer lo que Dios ya ha concedido es condición que nos
predispone a recibir aquellos dones aún indispensables para llevar a término la obra
ecuménica de la unidad.
Una
visión de conjunto de los últimos treinta años ayuda a comprender mejor muchos de los
frutos de esta conversión común al Evangelio de la que el Espíritu de Dios ha hecho
instrumento al movimiento ecuménico.
42. Sucede
por ejemplo que -en el mismo espíritu del Sermón de la Montaña- los cristianos
pertenecientes a una confesión ya no consideran a los demás cristianos como enemigos o
extranjeros, sino que ven en ellos a hermanos y hermanas. Por otra parte, hoy se tiende a
sustituir incluso el uso de la expresión hermanos separados por términos más adecuados
para evocar la profundidad de la comunión -ligada al carácter bautismal- que el
Espíritu alimenta a pesar de las roturas históricas y canónicas. Se habla de
« otros cristianos », de « otros bautizados », de
« cristianos de otras Comunidades ». El Directorio para la aplicación de los
principios y de las normas acerca del ecumenismo llama a las Comunidades a las que
pertenecen estos cristianos como « Iglesias o Comunidades eclesiales que no están
en plena comunión con la Iglesia católica ». (69) Esta ampliación de la
terminología traduce una notable evolución de la mentalidad. La conciencia de la común
pertenencia a Cristo se profundiza. Lo he podido constatar personalmente muchas veces,
durante las celebraciones ecuménicas que constituyen uno de los eventos importantes de
mis viajes apostólicos por las diversas partes del mundo, o en los encuentros y
celebraciones ecuménicas realizados en Roma. La « fraternidad universal » de
los cristianos se ha convertido en una firme convicción ecuménica. Relegando al olvido
las excomuniones del pasado, las Comunidades que en un tiempo fueron rivales hoy en muchos
casos se ayudan mutuamente; a veces se prestan los edificios de culto, se ofrecen becas de
estudio para la formación de los ministros de las Comunidades carentes de medios, se
interviene ante las autoridades civiles para defender a otros cristianos injustamente
acusados, se demuestra la falta de fundamento de las calumnias que padecen ciertos grupos.
En
una palabra, los cristianos se han convertido a una caridad fraterna que abarca a todos
los discípulos de Cristo. Si sucede que, como consecuencia de agitaciones políticas
violentas, surge en situaciones concretas una cierta agresividad o un espíritu de
revancha, las autoridades de las partes en conflicto se afanan generalmente por hacer
prevalecer la « Ley nueva » del espíritu de caridad. Desgraciadamente, este
espíritu no ha podido transformar todas las situaciones de conflicto cruento. El
compromiso ecuménico en estas circunstancias exige no raramente de quien lo vive opciones
de auténtico heroísmo.
Es
preciso afirmar a este respecto que el reconocimiento de la fraternidad no es la
consecuencia de un filantropismo liberal o de un vago espíritu de familia. Tiene su raíz
en el reconocimiento del único Bautismo y en la consiguiente exigencia de que Dios sea
glorificado en su obra. El Directorio para la aplicación de los principios y de las
normas acerca del ecumenismo alienta a un reconocimiento recíproco y oficial de los
Bautismos. (70) Esto es mucho más que un mero acto de cortesía ecuménica, y constituye
una afirmación eclesiológica importante.
Es
oportuno recordar que el carácter fundamental del Bautismo en la obra de la edificación
de la Iglesia se ha puesto de relieve claramente también gracias al diálogo
multilateral. (71)
La solidaridad al
servicio de la humanidad
43. Sucede
cada vez más que los responsables de las Comunidades cristianas adoptan conjuntamente
posiciones, en nombre de Cristo, sobre problemas importantes que afectan a la vocación
humana, la libertad, la justicia, la paz y el futuro del mundo. Obrando así
« comulgan » con uno de los elementos constitutivos de la misión cristiana:
recordar a la sociedad, de un modo realista, la voluntad de Dios, haciendo ver a las
autoridades y a los ciudadanos el peligro de seguir caminos que llevarían a la violación
de los derechos humanos. Es claro, y la experiencia lo demuestra, que en algunas
circunstancias la voz común de los cristianos tiene más impacto que una voz aislada.
Los
responsables de las Comunidades no son sin embargo los únicos que se unen en este
compromiso por la unidad. Numerosos cristianos de todas las Comunidades, movidos por su
fe, participan juntos en proyectos audaces que pretenden cambiar el mundo para que triunfe
el respeto de los derechos y de las necesidades de todos, especialmente de los pobres, los
marginados y los indefensos. En la Carta encíclica Sollicitudo rei socialis he constatado
con alegría esta colaboración, señalando que la Iglesia católica no puede soslayarla.
(72) En efecto, los cristianos que tiempo atrás actuaban de modo independiente, ahora
están comprometidos juntos al servicio de esta causa para que la benevolencia de Dios
pueda triunfar.
La
lógica es la del Evangelio. Por ello, reafirmando lo que escribí en mi primera Carta
encíclica Redemptor hominis, he tenido oportunidad « de insistir sobre este punto y
de estimular todo esfuerzo realizado en esta dirección, a todos los niveles en los que
nos encontramos con los otros cristianos hermanos nuestros » (73) y he dado
gracias a Dios por « lo que ha realizado en las otras Iglesias y Comunidades
eclesiales y por medio de ellas », como también por medio de la Iglesia católica.
(74) Hoy constato con satisfacción que la ya vasta red de colaboración ecuménica se
extiende cada vez más. También se realiza una gran tarea en este campo gracias al
Consejo Ecuménico de las Iglesias.
Convergencias en la
palabra de Dios y en el culto divino.
44. Los
progresos de la conversión ecuménica son también significativos en otro sector, el
relativo a la palabra de Dios. Pienso ante todo en un hecho tan importante para diversos
grupos lingüísticos como son las traducciones ecuménicas de la Biblia. Después de la
promulgación, por parte del Concilio Vaticano II, de la Constitución Dei Verbum, la
Iglesia católica acogió con alegría dicha iniciativa. (75) Estas traducciones, obra de
especialistas, ofrecen generalmente una base segura para la oración y la actividad
pastoral de todos los discípulos de Cristo. Quien recuerda todo lo que influyeron las
disputas en torno a la Escritura en las divisiones, especialmente en Occidente, puede
comprender el notable paso que representan estas traducciones comunes.
45. A
la renovación litúrgica realizada por la Iglesia católica, corresponde en diversas
Comunidades eclesiales la iniciativa de renovar sus cultos. Algunas de ellas, a partir de
los deseos expresados a nivel ecuménico, (76) han abandonado la costumbre de celebrar su
liturgia de la Cena sólo en contadas ocasiones y han optado por una celebración
dominical. Por otra parte, comparando los ciclos de las lecturas litúrgicas de distintas
Comunidades cristianas occidentales, se constata que convergen en lo esencial. Siempre a
nivel ecuménico, (77) se ha dado un relieve muy especial a la liturgia y a los signos
litúrgicos (imágenes, iconos, ornamentos, luces, incienso, gestos). Además, en los
institutos de teología donde se forman los futuros ministros el estudio de la historia y
del significado de la liturgia comienza a formar parte de los programas, como una
necesidad que se está descubriendo.
Se
trata de signos convergentes en varios aspectos de la vida sacramental. Ciertamente, a
causa de las divergencias relativas a la fe, no es posible todavía concelebrar la misma
liturgia eucarística. Y sin embargo, tenemos el ardiente deseo de celebrar juntos la
única Eucaristía del Señor, y este deseo es ya una alabanza común, una misma
imploración. Juntos nos dirigimos al Padre y lo hacemos cada vez más « con un
mismo corazón ». En ocasiones, el poder consumar esta comunión « real aunque
todavía no plena » parece estar más cerca. ¿Quién hubiera podido pensarlo hace
un siglo?
46. En
este contexto, es motivo de alegría recordar que los ministros católicos pueden, en
determinados casos particulares, administrar los sacramentos de la Eucaristía, la
Penitencia y la Unción de enfermos a otros cristianos que no están en comunión plena
con la Iglesia católica, pero que desean vivamente recibirlos, los piden libremente y
manifiestan la fe que la Iglesia católica confiesa en estos sacramentos. Recíprocamente,
en determinados casos y por circunstancias particulares, también los católicos pueden
solicitar estos mismos sacramentos a los ministros de aquellas Iglesias en que sean
válidos. Las condiciones para esta acogida recíproca están fijadas en normas cuya
observancia es necesaria para la promoción ecuménica. (78)
Apreciar los bienes
presentes en los otros cristianos.
47. El
diálogo no se desarrolla sólo en relación a la doctrina, sino que abarca toda la
persona: es también un diálogo de amor. El Concilio afirmó: « Es necesario que
los católicos reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos,
procedentes del patrimonio común, que se encuentran en nuestros hermanos separados. Es
justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de
otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derramamiento de la sangre: Dios es
siempre admirable y digno de admiración en sus obras ». (79)
48. Las
relaciones que los miembros de la Iglesia católica han establecido con los demás
cristianos a partir del Concilio, han hecho descubrir lo que Dios realiza en quienes
pertenecen a las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. Este contacto directo, a varios
niveles, entre los pastores y entre miembros de las Comunidades nos ha hecho tomar
conciencia del testimonio que los otros cristianos ofrecen a Dios y a Cristo. Se ha
abierto así un espacio amplísimo para toda la experiencia ecuménica, que es al mismo
tiempo el reto de nuestra época. ¿No es acaso el siglo veinte un tiempo de gran
testimonio, que llega « hasta el derramamiento de la sangre »? ¿No mira
también este testimonio a las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales, que toman su
nombre de Cristo, crucificado y resucitado?
Este
común testimonio de santidad, como fidelidad al único Señor, es un potencial ecuménico
extraordinariamente rico de gracia. El Concilio Vaticano II señaló que los bienes
presentes en los otros cristianos pueden contribuir a la edificación de los católicos:
« No hay que olvidar tampoco que todo lo que la gracia del Espíritu Santo obra en
los hermanos separados puede contribuir también a nuestra edificación. Todo lo que es
verdaderamente cristiano no se opone nunca a los bienes auténticos de la fe: es más,
siempre puede conseguir que se alcance de modo más perfecto el misterio de Cristo y de la
Iglesia ». (80) El diálogo ecuménico, como verdadero diálogo de salvación, no
dejará de animar este proceso, bien encaminado ya en sí mismo a avanzar hacia la
verdadera y plena comunión.
Crecimiento de la
comunión
49. El
crecimiento de la comunión es un fruto precioso de las relaciones entre los cristianos y
del diálogo teológico que mantienen. Lo uno y lo otro han hecho a los cristianos
conscientes de los elementos de fe que tienen en común. Esto ha servido para consolidar
posteriormente su compromiso hacia la plena unidad. En ello el Concilio Vaticano II
aparece como potente foco de promoción y orientación.
La
Constitución dogmática Lumen gentium relaciona la doctrina sobre la Iglesia católica
con el reconocimiento de los elementos salvíficos que se encuentran en las otras Iglesias
y Comunidades eclesiales. (81) No se trata de una toma de conciencia de elementos
estáticos, presentes pasivamente en esas Iglesias o Comunidades. Como bienes de la
Iglesia de Cristo, por su naturaleza, tienden hacia el restablecimiento de la unidad. De
esto se deriva que la búsqueda de la unidad de los cristianos no es un hecho facultativo
o de oportunidad, sino una exigencia que nace de la misma naturaleza de la comunidad
cristiana.
Igualmente,
los diálogos teológicos bilaterales con las mayores Comunidades cristianas parten del
reconocimiento del grado de comunión ya presente para discutir después, de modo
progresivo, las divergencias existentes con cada una. El Señor ha concedido a los
cristianos de nuestro tiempo ir superando las discusiones tradicionales.
El diálogo con las
Iglesias de Oriente
50. A
este respecto, se debe ante todo constatar, con gratitud particular a la Providencia
divina, que la relación con las Iglesias de Oriente, debilitada durante siglos, se ha
afianzado con el Concilio Vaticano II. Los observadores de estas Iglesias presentes en el
Concilio, junto con los representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales de
Occidente, manifestaron públicamente, en un momento tan solemne para la Iglesia
católica, la voluntad común de buscar la comunión.
El
Concilio, por su parte, consideró con objetividad y con profundo afecto a las Iglesias de
Oriente, poniendo de relieve su eclesialidad y los vínculos objetivos de comunión que
las unen con la Iglesia católica. El Decreto sobre el ecumenismo afirma: « Por la
celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y
crece la Iglesia de Dios », añadiendo que estas Iglesias « aunque separadas,
tienen verdaderos sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el
Sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún con nosotros con vínculos
estrechísimos ». (82)
De
las Iglesias de Oriente se reconoce su gran tradición litúrgica y espiritual, el
carácter específico de su desarrollo histórico, las disciplinas observadas por ellas
desde los primeros tiempos y sancionadas por los Santos Padres y por los Concilios
ecuménicos, su modo propio de enunciar la doctrina. Todo esto con la convicción de que
la legítima diversidad no se opone de ningún modo a la unidad de la Iglesia, sino que
por el contrario aumenta su honor y contribuye no poco al cumplimiento de su misión.
El
Concilio Ecuménico Vaticano II quiere fundamentar el diálogo sobre la comunión
existente y llama la atención precisamente sobre la rica realidad de las Iglesias de
Oriente: « Por ello, el sacrosanto Sínodo exhorta a todos, pero principalmente a
aquellos que desean trabajar por la instauración de la deseada comunión plena entre las
Iglesias orientales y la Iglesia católica, a que tengan la debida consideración de esta
peculiar condición de las Iglesias que nacen y crecen en Oriente y de la índole de las
relaciones existentes entre éstas y la Sede de Roma antes de la separación, y a que se
formen una recta opinión sobre todas estas cosas ». (83)
51. Esta
orientación conciliar ha sido fecunda tanto por las relaciones de fraternidad, que se han
ido desarrollando a través del diálogo de caridad, como por la discusión doctrinal en
el ámbito de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y
la Iglesia ortodoxa en su conjunto. Igualmente han sido muy fructíferas las relaciones
con las antiguas Iglesias de Oriente.
Ha
sido un proceso lento y laborioso, pero fuente de mucha alegría; ha sido también
alentador porque ha permitido reencontrar progresivamente la fraternidad.
Reanudación de
contactos
52. En
relación a la Iglesia de Roma y al Patriarcado ecuménico de Constantinopla, el proceso
al que acabamos de hacer alusión se inició gracias a la apertura recíproca mostrada por
los Papas Juan XXII y Pablo VI, y también por el Patriarca ecuménico Atenágoras I y sus
sucesores. El cambio producido tiene su expresión histórica en el acto eclesial por
medio del cual « se ha borrado de la memoria y del interior de las Iglesias »
(84) el recuerdo de las excomuniones que, novecientos años antes, en 1054, se
convirtieron en símbolo del cisma entre Roma y Constantinopla. Aquel acontecimiento
eclesial, tan denso de contenido ecuménico, tuvo lugar en los últimos días del
Concilio, el 7 de diciembre de 1965. La asamblea conciliar se concluía así con un acto
solemne que era al mismo tiempo purificación de la memoria histórica, perdón recíproco
y compromiso solidario por la búsqueda de la comunión.
Este
gesto estuvo precedido por el encuentro entre Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I en
Jerusalén, en enero de 1964, durante la peregrinación del Papa a Tierra Santa. En
aquella ocasión pudo encontrar también al Patriarca ortodoxo de Jerusalén, Benedictos.
Posteriormente, el Papa Pablo VI visitó al Patriarca Atenágoras en El Fanar (Estambul),
el 25 de julio de 1967 y, en el mes de octubre del mismo año, el Patriarca fue acogido
solemnemente en Roma. Estos encuentros de oración señalaban el camino a seguir para el
acercamiento entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia de Occidente, y el restablecimiento
de la unidad que existía entre ellas en el primer milenio.
Después
de la muerte del Papa Pablo VI y del breve pontificado del Papa Juan Pablo I, cuando se me
confió el ministerio de Obispo de Roma, consideré que era uno de los deberes primeros de
mi ministerio pontificio tener de nuevo un contacto personal con el Patriarca ecuménico
Dimitrios I, que en este tiempo había asumido la sucesión del Patriarca Atenágoras en
la sede de Constantinopla. Durante mi visita a El Fanar el 29 de noviembre de 1979, el
Patriarca y yo decidimos inaugurar el diálogo teológico entre la Iglesia católica y
todas las Iglesias ortodoxas en comunión canónica con la sede de Constantinopla. Es
importante añadir, a este propósito, que estaban ya entonces en curso los preparativos
para la convocatoria del futuro Concilio de las Iglesias ortodoxas. La búsqueda de su
armonía es una contribución a la vida y vitalidad de esas Iglesias hermanas, y esto
considerando también la función que están llamadas a desarrollar en el camino hacia la
unidad. El Patriarca ecuménico quiso devolverme la visita que le había hecho y, en
diciembre de 1987, tuve la alegría de recibirlo en Roma con sincero afecto y con la
solemnidad que le correspondía. En este contexto de fraternidad eclesial se debe recordar
la costumbre, establecida ya desde hace varios años, de acoger en Roma, para la fiesta de
los santos apóstoles Pedro y Pablo, una delegación del Patriarcado ecuménico, así como
de enviar a El Fanar una delegación de la Santa Sede para la solemne celebración de san
Andrés.
53. Estos
contactos regulares permiten entre otras cosas un intercambio directo de informaciones y
pareceres para una coordinación fraterna. Por otra parte, nuestra participación común
en la oración nos habitúa a vivir al lado los unos de los otros, nos lleva a aceptar
juntos, y por tanto a poner en práctica, la voluntad del Señor para con su Iglesia.
En
el camino que hemos recorrido desde el Concilio Vaticano II, debemos mencionar al menos
dos acontecimientos particularmente elocuentes y de gran importancia ecuménica en las
relaciones entre Oriente y Occidente: en primer lugar, el Jubileo de 1984, convocado para
conmemorar el XI centenario de la obra evangelizadora de Cirilo y Metodio, y en el que
proclamé copatronos de Europa a los dos santos apóstoles de los Eslavos, mensajeros de
fe. Ya el Papa Pablo VI en 1964, durante el Concilio, había proclamado patrón de Europa
a san Benito. Asociar los dos hermanos de Tesalónica al gran fundador del monacato
occidental quiere poner indirectamente de relieve la doble tradición eclesial y cultural
tan significativa para los dos mil años de cristianismo que ha caracterizado la historia
del continente europeo. No es superfluo recordar que Cirilo y Metodio provenían del
ámbito de la Iglesia bizantina de su tiempo, época en la que estaba en comunión con
Roma. Al proclamarlos, junto con san Benito, patronos de Europa quería no sólo ratificar
la verdad histórica sobre el cristianismo en el continente europeo, sino también
proporcionar un tema importante al diálogo entre Oriente y Occidente que tantas
esperanzas ha suscitado en el posconcilio. En los santos Metodio y Cirilo, como en san
Benito, Europa reencuentra sus raíces espirituales. Ahora que llega a término el segundo
milenio del nacimiento de Cristo, se les debe venerar juntos, como patronos de nuestro
pasado y como santos a quienes las Iglesias y las naciones del continente europeo confían
su futuro.
54. El
otro acontecimiento que me es grato recordar es la celebración del Milenio del Bautismo
de la Rus' (988-1988). La Iglesia católica, y de modo particular la Sede Apostólica,
quisieron tomar parte en las celebraciones jubilares y trataron de señalar cómo el
Bautismo conferido en Kiev a san Vladimiro fue uno de los sucesos centrales para la
evangelización del mundo. A ello deben su fe no sólo las grandes naciones eslavas del
Este europeo, sino también los pueblos que viven más allá de los montes Urales y hasta
Alaska.
En
esta perspectiva encuentra su motivo más profundo una expresión que he usado otras
veces: ¡la Iglesia debe respirar con sus dos pulmones! En el primer milenio de la
historia del cristianismo se hace referencia sobre todo a la dualidad Bizancio-Roma; desde
el Bautismo de la Rus' en adelante, esta expresión ensancha sus horizontes: la
evangelización se ha extendido a un ámbito mucho más amplio, de modo que aquella
expresión se refiere ya a la Iglesia entera. Si se considera además que este
acontecimiento salvífico, que tuvo lugar en las orillas del Dniepr, se remonta a una
época en la que la Iglesia de Oriente y la de Occidente no estaban divididas, se
comprende claramente cómo la perspectiva que debe seguirse para buscar la comunión plena
es aquella de la unidad en la legítima diversidad. Es lo que he afirmado con fuerza en la
Carta encíclica Slavorum apostoli (85) dedicada a los santos Cirilo y Metodio y en
la Carta apostólica Euntes in mundum (86) dirigida a los fieles de la Iglesia
católica en la conmemoración del Milenio del Bautismo de la Rus' de Kiev.
Iglesias hermanas
55. El
Decreto conciliar Unitatis redintegratio tiene presente en su horizonte histórico la
unidad que, a pesar de todo, se vivió en el primer milenio y que se configura, en cierto
sentido, como modelo. « Es grato para el sagrado Concilio recordar a todos [...] que
en Oriente florecen muchas Iglesias particulares o locales, entre las que ocupan el primer
lugar las Iglesias patriarcales , y muchas de éstas se glorían de tener su origen en los
mismos Apóstoles ». (87) El camino de la Iglesia se inició en Jerusalén el día
de Pentecostés y todo su desarrollo original en la oikoumene de entonces se concentraba
alrededor de Pedro y de los Once (cf. Hch 2, 14). Las estructuras de la Iglesia en Oriente
y en Occidente se formaban por tanto en relación con aquel patrimonio apostólico. Su
unidad, en el primer milenio, se mantenía en esas mismas estructuras mediante los
Obispos, sucesores de los Apóstoles, en comunión con el Obispo de Roma. Si hoy, al final
del segundo milenio, tratamos de restablecer la plena comunión, debemos referirnos a esta
unidad estructurada así.
El
Decreto sobre el ecumenismo señala un posterior aspecto característico, gracias al cual
todas las Iglesias particulares permanecían en la unidad, la « preocupación y el
interés por conservar las relaciones fraternas en comunión de fe y caridad que deben
tener vigencia, como entre hermanos, entre las Iglesias locales ». (88)
56 Después
del Concilio Vaticano II y con referencia a aquella tradición, se ha restablecido el uso
de llamar « Iglesias hermanas » a las Iglesias particulares o locales
congregadas en torno a su Obispo. La supresión además de las excomuniones recíprocas,
quitando un doloroso obstáculo de orden canónico y psicológico, ha sido un paso muy
significativo en el camino hacia la plena comunión.
Las
estructuras de unidad existentes antes de la división son un patrimonio de experiencia
que guía nuestro camino para la plena comunión. Obviamente, durante el segundo milenio,
el Señor no ha dejado de dar a su Iglesia abundante frutos de gracia y crecimiento. Pero
por desgracia el progresivo distanciamiento recíproco entre las Iglesias de Occidente y
las de Oriente las ha privado de las riquezas de sus dones y ayudas mutuas. Es necesario
hacer con la gracia de Dios un gran esfuerzo para restablecer entre ellas la plena
comunión, fuente de tantos bienes para la Iglesia de Cristo. Este esfuerzo exige toda
nuestra buena voluntad, la oración humilde y una colaboración perseverante que no se
debe desanimar ante nada. San Pablo nos amonesta: « Ayudaos mutuamente a llevar
vuestras cargas » (Gál 6, 2). ¡Cómo se adapta a nosotros y qué actual es la
exhortación del Apóstol! El término tradicional de « Iglesias hermanas »
debería acompañarnos incesantemente en este camino.
57. Como
deseaba el Papa Pablo VI, nuestro objetivo es el de reencontrar juntos la plena unidad en
la legítima diversidad: « Dios nos ha concedido recibir en la fe este testimonio de
los Apóstoles. Por el Bautismo somos uno en Cristo Jesús (cf. Gál 3, 28). En virtud de
la sucesión apostólica, el Sacerdocio y la Eucaristía nos unimos más íntimamente;
participando de los dones de Dios a su Iglesia, estamos en comunión con el Padre, por el
Hijo, en el Espíritu Santo [...] En cada Iglesia local se realiza este misterio del amor
divino. ¿Acaso no es éste el motivo por el que las Iglesias locales gustaban llamarse
con la bella expresión tradicional de Iglesias hermanas? (cf. Decr. Unitatis
redintegratio, 14). Esta vida de Iglesias hermanas la vivimos durante siglos, celebrando
juntos los Concilios ecuménicos, que defendieron el depósito de la fe de toda
alteración. Ahora, después de un largo período de división e incomprensión
recíproca, el Señor nos concede redescubrirnos como Iglesias hermanas, a pesar de los
obstáculos que en el pasado se interpusieron entre nosotros ». (89) Si hoy, a las
puertas del tercer milenio, buscamos el restablecimiento de la plena comunión, debemos
tender a la realización de este objetivo y debemos hacer referencia al mismo.
El
contacto con esta gloriosa tradición es fecundo para la Iglesia. « Las Iglesias de
Oriente -afirma el Concilio- poseen desde su origen un tesoro, del que la Iglesia de
Occidente ha tomado muchas cosas en materia litúrgica, en la tradición espiritual y en
el ordenamiento jurídico ». (90)
Forman
parte de este « tesoro » también « las riquezas de aquellas tradiciones
espirituales que encontraron su expresión principalmente en el monaquismo. Pues allí,
desde los tiempos gloriosos de los Santos Padres, floreció aquella espiritualidad
monástica, que se extendió luego a Occidente ». (91) Como he señalado en la
reciente Carta apostólica Orientale lumen, las Iglesias de Oriente han vivido con gran
generosidad el compromiso testimoniado por la vida monástica, « comenzando por la
evangelización, que es el servicio más alto que el cristiano puede prestar a su hermano,
para proseguir con muchas otras formas de ayuda espiritual y material. Es más, se puede
decir que el monaquismo fue en la antigüedad -y, en varias ocasiones, también en tiempos
posteriores- el instrumento privilegiado para la evangelización de los pueblos ».
(92)
El
Concilio no se limita a señalar todo lo que hace semejantes entre sí a las Iglesias en
Oriente y en Occidente. En armonía con la verdad histórica no duda en afirmar:
« No hay que admirarse, pues, de que a veces unos hayan captado mejor que otros y
expongan con mayor claridad algunos aspectos del misterio revelado, de manera que hay que
reconocer que con frecuencia las varias fórmulas teológicas, más que oponerse, se
complementan entre sí ». (93) El intercambio de dones entre las Iglesias en su
complementariedad hace fecunda la comunión.
58. El
Concilio Vaticano II ha sacado de la consolidada comunión de fe ya existente conclusiones
pastorales adecuadas para la vida concreta de los fieles y para la promoción del
espíritu de unidad. En función de los estrechísimos vínculos sacramentales existentes
entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, el Decreto Orientalium ecclesiarum ha
puesto de relieve que « la práctica pastoral demuestra, en lo que se refiere a los
hermanos orientales, que se pueden y se deben considerar diversas circunstancias
personales en las que ni sufre daño la unidad de la Iglesia, ni hay peligros que se deban
evitar, y apremia la necesidad de salvación y el bien espiritual de las almas. Por eso,
la Iglesia católica, según las circunstancias de tiempos, lugares y personas, usó y usa
con frecuencia un modo de actuar más suave, ofreciendo a todos medios de salvación y
testimonio de caridad entre los cristianos, mediante la participación en los sacramentos
y en otras funciones y cosas sagradas ». (94)
Esta
orientación teológica y pastoral, con la experiencia de los años del posconcilio, ha
sido recogida por los dos Códigos de Derecho Canónico. (95) Ha sido desarrollada desde
el punto de vista pastoral por el Directorio para la aplicación de los principio y de las
normas acerca del ecumenismo. (96)
En
esta materia tan importante y delicada, es necesario que los Pastores instruyan con
atención a los fieles para que éstos conozcan con claridad las razones precisas tanto de
esta participación en el culto litúrgico como de las distintas disciplinas existentes al
respecto.
No
se debe perder nunca de vista la dimensión eclesiológica de la participación en los
sacramentos, sobre todo en la sagrada Eucaristía.
Progresos del diálogo
59. Desde
su creación en 1979, la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre
la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto ha trabajado intensamente,
orientando progresivamente su labor hacia las perspectivas que, de común acuerdo, habían
sido determinadas con el fin de restablecer la plena comunión entre las dos Iglesias.
Esta comunión basada en la unidad de fe, en continuidad con la experiencia y la
tradición de la Iglesia antigua, encontrará su plena expresión en la concelebración de
la Eucaristía. Con actitud positiva, basándose en cuanto tenemos en común, la Comisión
mixta ha podido avanzar sustancialmente y, como pude declarar junto con el venerable
Hermano, Su Santidad Dimitrios I, Patriarca ecuménico, ha logrado expresar « lo que
la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa pueden ya profesar juntas como fe común sobre
el misterio de la Iglesia y el vínculo entre la fe y los sacramentos ». (97) La
comisión ha podido constatar y afirmar además que « en nuestras Iglesias la
sucesión apostólica es fundamental para la santificación y la unidad del pueblo de
Dios ». (98) Se trata de puntos de referencia importantes para la continuación del
diálogo. Más aún: estas afirmaciones hechas en común constituyen la base que permite a
los católicos y ortodoxos ofrecer desde ahora, en nuestro tiempo, un testimonio común
fiel y concorde para que el nombre del Señor sea anunciado y glorificado.
60. Más
recientemente, la Comisión mixta internacional ha dado un paso significativo en la
cuestión tan delicada del método a seguir en la búsqueda de la comunión plena entre la
Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, cuestión que ha alterado con frecuencia las
relaciones entre católicos y ortodoxos. La Comisión ha puesto las bases doctrinales para
una solución positiva del problema, que se fundamentan en la doctrina de las Iglesias
hermanas. En este contexto se ha visto también claramente que el método a seguir para la
plena comunión es el diálogo de la verdad, animado y sostenido por el diálogo de la
caridad. El derecho reconocido a las Iglesias orientales católicas de organizarse y
desarrollar su apostolado, así como la participación efectiva de estas Iglesias en el
diálogo de la caridad y en el teológico, favorecerán no sólo un real y fraterno
respeto reciproco entre los ortodoxos y los católicos que viven en un mismo territorio,
sino también su común empeño en la búsqueda de la unidad. (99)
Se
ha dado un paso adelante. EL esfuerzo debe continuar. Se puede constatar desde ahora una
pacificación de los ánimos, que hace la búsqueda más fecunda.
Respecto
a las Iglesias orientales en comunión con la Iglesia católica, el Concilio dijo:
« Este santo Sínodo, dando gracias a Dios porque muchos orientales, hijos de la
Iglesia [...] viven ya en comunión plena con los hermanos que practican la tradición
occidental, declara que todo este patrimonio espiritual y litúrgico, disciplinar y
teológico, en sus diversas tradiciones , pertenece a la plena catolicidad y apostolicidad
de la Iglesia ». (100) Ciertamente las Iglesias orientales católicas, en el
espíritu del Decreto sobre el ecumenismo, podrán participar positivamente en el diálogo
de la caridad y en el diálogo teológico, tanto a nivel local como universal,
contribuyendo así a la recíproca comprensión y a una búsqueda dinámica de la plena
unidad. (101)
61. En
esta línea, la Iglesia católica no busca más que la plena comunión entre Oriente y
Occidente. Para ello se inspira en la experiencia del primer milenio. En efecto, en este
período « el desarrollo de diferentes experiencias de vida eclesial no impedía
que, mediante relaciones reciprocas, los cristianos pudieran seguir teniendo la certeza de
que en cualquier Iglesia se podían sentir como en casa, porque de todas se elevaba, con
una admirable variedad de lenguas y de modulaciones, la alabanza al único Padre, por
Cristo, en el Espíritu Santo; todas se hallaban reunidas para celebrar la Eucaristía,
corazón y modelo para la comunidad no sólo por lo que atañe a la espiritualidad o a la
vida moral, sino también para la estructura misma de la Iglesia, en la variedad de los
ministerios y de los servicios bajo la presidencia del Obispo, sucesor de los Apóstoles.
Los primeros Concilios son un testimonio elocuente de esta constante unidad en la
diversidad ». (102) ¿Cómo reconstruir la unidad después de casi mil años? Esta
es la gran tarea que debe asumir y que corresponde también a la Iglesia ortodoxa. De ahí
se comprende la gran actualidad del diálogo, sostenido por la luz y la fuerza del
Espíritu Santo.
Relaciones con las
antiguas Iglesias de Oriente
62. Después
del Concilio Vaticano II la Iglesia católica , con modalidades y ritmos diversos , ha
reanudado también las relaciones fraternas con aquellas antiguas Iglesias de Oriente que
contestaron las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Éfeso y Calcedonia. Todas estas
Iglesias enviaron observadores delegados al Concilio Vaticano II; sus Patriarcas nos han
honrado con sus visitas y con ellos el Obispo de Roma ha podido hablar como con unos
hermanos que, después de mucho tiempo, se reencuentran con alegría.
La reanudación de las
relaciones fraternas con las antiguas Iglesias de Oriente, testigos de la fe cristiana en
situaciones con frecuencia hostiles y trágicas, es un signo concreto de cómo Cristo nos
une a pesar de las barreras históricas, políticas, sociales y culturales. Precisamente
en relación al tema cristológico, hemos podido declarar junto con los Patriarcas de
algunas de estas Iglesias nuestra fe común en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
hombre. El Papa Pablo VI de venerable memoria firmó unas declaraciones en este sentido
con Su Santidad Shenouda III, Papa de Alejandría y Patriarca copto ortodoxo, (103) con el
Patriarca siro ortodoxo de Antioquía, Su Santidad Jacoub III. (104) Yo mismo he podido
ratificar este acuerdo cristológico y extraer consecuencias: para el desarrollo del
diálogo con el Papa Shenouda (105) y para la colaboración pastoral con el
Patriarca siro de Antioquía Mar Ignacio Zakka I Iwas. (106)
Con
el venerable Patriarca de la Iglesia de Etiopía, Abuna Paulos, que me visitó en Roma el
11 de junio de 1993, hemos puesto de relieve la profunda comunión existente entre
nuestras dos Iglesias: « Compartimos la fe transmitida por los Apóstoles, así como
los mismos sacramentos y el mismo ministerio, que se remontan a la sucesión apostólica
[...]. Hoy, además, podemos afirmar que profesamos la misma fe en Cristo, a pesar de que
durante mucho tiempo esto fue causa de división entre nosotros ». (107)
Más
recientemente, el Señor me ha concedido la gracia de firmar una declaración común
cristológica con el Patriarca asirio de Oriente, Su Santidad Mar Dinkha IV, que por este
motivo me visitó en Roma en el mes de noviembre de 1994. Teniendo en cuenta las
formulaciones teológicas diferentes, hemos podido así profesar juntos la verdadera fe en
Cristo. (108) Quiero manifestar mi alegría por todo esto con las palabras de la Virgen:
« Proclama mi alma la grandeza del Señor » (Lc 1, 46).
63. En
las controversias tradicionales sobre la cristología, los contactos ecuménicos han hecho
pues posible clarificaciones esenciales, que nos han permitido confesar juntos aquella fe
que tenemos en común. Una vez más se debe constatar que este importante logro es
seguramente fruto de la profundización teológica y del diálogo fraterno. Y no sólo
esto. Ello nos estimula: en efecto, nos muestra que el camino recorrido es justo y que es
razonable esperar encontrar juntos la solución para las demás cuestiones controvertidas.
Diálogo con las otras
Iglesias y Comunidades eclesiales en Occidente.
64. En
el amplio objetivo dirigido al restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos,
el Decreto sobre ecumenismo toma en consideración igualmente las relaciones con las
Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente. A fin de instaurar un clima de fraternidad
cristiana y de diálogo, el Concilio presenta dos consideraciones de orden general: una de
carácter histórico-psicológico y otra de carácter teológico-doctrinal. Por una parte,
el documento citado señala: « Las Iglesias y Comunidades eclesiales que se
separaron de la Sede Apostólica Romana, bien en aquella gravísima crisis que comenzó en
Occidente ya a finales de la Edad Media, bien en tiempos posteriores, están unidas con la
Iglesia católica por una peculiar relación de afinidad a causa del mucho tiempo en que,
en siglos pasados, el pueblo cristiano llevó una vida en comunión eclesiástica ».
(109) Por otra parte, se constata con idéntico realismo: « Hay que reconocer que
entre estas Iglesias y Comunidades y la Iglesia católica existen discrepancias de gran
peso, no sólo de índole histórica, sociológica, psicológica y cultural, sino, ante
todo, de interpretación de la verdad revelada » (110)
65. Son
comunes las raíces y son semejantes, a pesar de las diferencias, las orientaciones que
han inspirado en Occidente el desarrollo de la Iglesia católica y de las Iglesias y
Comunidades surgidas de la Reforma. Por lo tanto, ellas poseen una característica
occidental común. Las « divergencias » mencionadas antes , aunque
importantes, no excluyen pues recíprocas influencias y aspectos complementarios.
El
movimiento ecuménico comenzó precisamente en el ámbito de las Iglesias y Comunidades de
la Reforma. Contemporáneamente, ya en enero de 1920, el Patriarcado ecuménico había
expresado su deseo de que se organizase una colaboración entre las Comuniones cristianas.
Este hecho muestra que la incidencia del trasfondo cultural no es determinante. En cambio
es esencial la cuestión de la fe. La oración de Cristo, nuestro único Señor, Redentor
y Maestro, habla a todos del mismo modo, tanto al Oriente como al Occidente. Esa Oración
es un imperativo que nos exige abandonar las divisiones, para buscar y reencontrar la
unidad, animados incluso por las mismas y amargas experiencias de la división.
66. El
Concilio Vaticano II no pretende hacer la « descripción » del cristianismo
posterior a la Reforma, ya que « estas Iglesias y Comunidades eclesiales difieren
mucho, no sólo de nosotros, sino también entre sí », y esto « por la
diversidad de su origen, doctrina y vida espiritual ». (111) Además, el mismo
Decreto observa cómo el movimiento ecuménico y el deseo de paz con la Iglesia católica
no ha penetrado aún en todas partes. (112) Sin embargo, el Concilio propone el diálogo
independientemente de estas circunstancias.
El
Decreto conciliar trata después de « ofrecer [...] algunos puntos que pueden y
deben ser fundamento y estímulo para este diálogo ». (113)
« Nuestra
atención se dirige [...] a aquellos cristianos que confiesan públicamente a Jesucristo
como Dios y Señor, y único mediador entre Dios y los hombres, para gloria del único
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo ». (114)
Estos
hermanos cultivan el amor y la veneración por las Sagradas Escrituras: « Invocando
al Espíritu Santo, buscan en la Sagrada Escritura a Dios como a quien les habla en
Cristo, anunciado por los profetas, Verbo de Dios, encarnado por nosotros. En ella
contemplan la vida de Cristo y cuanto el divino Maestro enseñó y realizó para la
salvación de los hombres, sobre todo los misterios de su muerte y resurrección [...];
afirman la autoridad divina de los Sagrados Libros ». (115) Al mismo tiempo, sin
embargo, « piensan de distinta manera que nosotros [...] acerca de la relación
entre las Escrituras y la Iglesia, en la cual, según la fe católica, el magisterio
auténtico tiene un lugar peculiar en la exposición y predicación de la palabra de Dios
escrita » (116) A pesar de esto, « en el diálogo [ecuménico]... las Sagradas
Escrituras son un instrumento precioso en la mano poderosa de Dios para lograr la unidad
que el Salvador ofrece a todos los hombres ». (117)
Además,
el sacramento del Bautismo, que tenemos en común , representa « un vínculo
sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él ». (118)
Las implicaciones teológicas, pastorales y ecuménicas del común Bautismo son muchas e
importantes. Si bien por sí mismo constituye « sólo un principio y un
comienzo », este sacramento « se ordena a la profesión íntegra de la fe, a
la incorporación plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso, y
finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística ». (119)
67. Han
surgido divergencias doctrinales e históricas del tiempo de la Reforma a propósito de la
Iglesia, de los sacramentos y del Ministerio ordenado. El Concilio pide por tanto a
establecer como objeto de diálogo la doctrina sobre la Cena del Señor, sobre los demás
sacramentos, sobre el culto y los ministerios de la Iglesia ». (120) El Decreto
Unitatis redintegratio, poniendo de relieve cómo a las Comunidades posteriores a la
Reforma les falta « esa unidad plena con nosotros que dimana del Bautismo »,
advierte que ellas, « sobre todo por defecto del sacramento del Orden, no han
conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico », aunque,
« al conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que
en la comunión con Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa ».
(121)
68. El
Decreto no olvida la vida espiritual y las consecuencias morales: « La vida
cristiana de estos hermanos se nutre de la fe en Cristo y se fomenta con la gracia del
Bautismo y la escucha de la palabra de Dios. Se manifiesta en la oración privada, en la
meditación bíblica, en la vida de la familia cristiana, en el culto de la comunidad
congregada para alabar a Dios. Por otra parte, su culto presenta, a veces, elementos
notables de la antigua liturgia común ». (122)
Además,
el documento conciliar no se limita a estos aspectos espirituales, morales y culturales,
sino que extiende su consideración al vivo sentimiento de la justicia y a la caridad
sincera hacia el prójimo, que están presentes en estos hermanos; no olvida tampoco sus
iniciativas para hacer más humanas las condiciones sociales de la vida y para restablecer
la paz. Todo esto con la sincera voluntad de adherirse a la palabra de Cristo como fuente
de la vida cristiana.
De
este modo el texto manifiesta una problemática que, en el campo ético-moral, se hace
cada vez más urgente en nuestro tiempo: « Muchos cristianos no entienden el
Evangelio [...] de igual manera que los católicos ». (123) En esta amplia materia
hay un gran espacio de diálogo sobre los principios morales del Evangelio y sus
aplicaciones.
69. Los
deseos y la invitación del Concilio Vaticano II se han realizado, y progresivamente se ha
abierto el diálogo teológico bilateral con las diferentes Iglesias y Comunidades
cristianas mundiales de Occidente.
Por
otra parte, en relación al diálogo multilateral, ya en 1964 se inició el proceso para
la constitución de un « Grupo Mixto de Trabajo » con el Consejo Ecuménico de
las Iglesias, y desde 1968, algunos teólogos católicos entraron a formar parte, como
miembros de pleno derecho, del Departamento teológico de dicho Consejo, la Comisión
« Fe y Constitución ».
El
diálogo ha sido y es fecundo, rico de promesas. Los temas propuestos por el Decreto
conciliar como materia de diálogo han sido ya afrontados, o lo serán pronto. La
reflexión de los diversos diálogos bilaterales, realizados con una entrega que merece el
elogio de toda la comunidad ecuménica, se ha centrado sobre muchas cuestiones
controvertidas como el Bautismo, la Eucaristía, el Ministerio ordenado, la
sacramentalidad y la autoridad de la Iglesia, la sucesión apostólica. Se han delineado
así perspectivas de solución inesperadas y al mismo tiempo se ha comprendido la
necesidad de examinar más profundamente algunos argumentos.
70. Esta
investigación difícil y delicada, que implica problemas de fe y respeto de la propia
conciencia y de la del otro, ha estado acompañada y sostenida por la oración de la
Iglesia católica y de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales. La oración por la
unidad, tan enraizada y difundida ya en la realidad eclesial, muestra que los cristianos
son conscientes de la importancia de la cuestión ecuménica. Precisamente porque la
búsqueda de la plena unidad exige confrontar la fe entre creyentes que tienen un único
Señor, la oración es la fuente que ilumina la verdad que se ha de acoger enteramente.
Asimismo,
por medio de la oración, la búsqueda de la unidad, lejos de quedar restringida al
ámbito de los especialistas, se extiende a cada bautizado. Todos, independientemente de
su misión en la Iglesia y de su formación cultural, pueden contribuir activamente, de
forma misteriosa y profunda.
Relaciones eclesiales
71. Es
necesario dar gracias también a la Divina Providencia por todos los acontecimientos que
testimonian el progreso hacia la búsqueda de la unidad. Junto al diálogo teológico es
oportuno mencionar las demás formas de encuentro, la oración en común y la
colaboración práctica. El Papa Pablo VI dio un gran impulso a este proceso con su visita
el 10 de junio de 1969 a la sede del Consejo Ecuménico de las Iglesias en Ginebra, y
recibiendo muchas veces a representantes de varias Iglesias y Comunidades eclesiales.
Estos contactos contribuyen eficazmente a mejorar el conocimiento recíproco y a
incrementar la fraternidad cristiana.
El
Papa Juan Pablo I, al inicio de su brevísimo pontificado, manifestó la voluntad de
continuar el camino. (124) El Señor me ha concedido a mi proseguir en esta dirección.
Además de los importantes encuentros ecuménicos en Roma, una parte significativa de mis
visitas pastorales se dedica regularmente al testimonio en favor de la unidad de los
cristianos. Algunos de mis viajes tienen incluso una « prioridad » ecuménica,
especialmente en los países donde las comunidades católicas constituyen una minoría
respecto a las Comuniones posteriores a la Reforma; o donde estas últimas representan una
porción considerable de los creyentes en Cristo de una sociedad determinada.
72. Esto
se refiere sobre todo a los países europeos, donde tuvieron inicio estas divisiones, y a
América del Norte. En este contexto, y sin hacer de menos las demás visitas, merecen
atención especial las que, en el continente europeo, realicé por dos veces a Alemania,
en noviembre de 1980 y en abril-mayo de 1987; la visita al Reino Unido (Inglaterra,
Escocia y Gales) en mayo-junio de 1982; a Suiza en junio de 1984; y a los Países
escandinavos y nórdicos (Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca e Islandia), a donde fui
en junio de 1989. En el gozo, el respeto reciproco, la solidaridad cristiana y la
oración, me he encontrado con tantos y tantos hermanos, todos comprometidos en la
búsqueda de la fidelidad al Evangelio. Constatar todo esto ha sido para mi motivo de gran
aliento. Hemos experimentado la presencia del Señor entre nosotros.
Quisiera
a este respecto recordar una actitud inspirada por la caridad fraterna y caracterizada por
la profunda luz de fe que he vivido con intensa participación. Me refiero a las
celebraciones eucarísticas que presidí en Finlandia y Suecia durante mi viaje a los
Países escandinavos y nórdicos. En el momento de la comunión, los Obispos luteranos se
acercaron al celebrante. Ellos quisieron manifestar con un gesto concordado el deseo de
alcanzar el momento en que nosotros, católicos y luteranos, podremos participar en la
misma Eucaristía, y quisieron recibir la bendición del celebrante. Con amor, los
bendije. El mismo gesto, tan rico de significado, se repitió en Roma durante la misa que
presidí en la plaza Farnese con ocasión del VI centenario de la canonización de santa
Brígida, el 6 de octubre de 1991.
He
encontrado también sentimientos análogos al otro lado del océano, en Canadá, en
septiembre de 1984; y especialmente en septiembre de 1987 en los Estados Unidos, donde se
percibe una gran apertura ecuménica. Es el caso, por ejemplo, del encuentro ecuménico en
Columbia, en Carolina del Sur el 11 de septiembre de 1987. El hecho de que tengan lugar
con regularidad estos encuentros entre los hermanos de la « Posreforma » y el
Papa es en sí mismo importante. Estoy profundamente agradecido porque tanto los
responsables de las diferentes Comunidades, como las Comunidades en su conjunto, me han
acogido de buen grado. Desde este punto de vista considero significativa la celebración
ecuménica de la Palabra, tenida en Columbia sobre el tema de la familia.
73. Además
es motivo de gran alegría comprobar que durante el período posconciliar y en las
Iglesias locales abundan las iniciativas y las acciones en favor de la unidad de los
cristianos, las cuales extienden su incidencia directa a las Conferencias episcopales,
diócesis y comunidades parroquiales, así como a los distintos movimientos eclesiales.
Colaboraciones
realizadas
74. « No
todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino de los Cielos, sino el que
haga la voluntad de mi Padre celestial » (Mt 7, 21). La coherencia y honestidad de
las intenciones y afirmaciones de principio se verifican aplicándolas en la vida
concreta. El Decreto conciliar sobre el ecumenismo nota cómo en los otros cristianos
« la fe con la que se cree en Cristo produce frutos de alabanza y acción de gracias
por los beneficios recibidos de Dios; se añade, además, un vivo sentido de la justicia y
una sincera caridad para con el prójimo ». (125)
Esto
último es un terreno fértil no sólo para el diálogo, sino también para una
colaboración dinámica: la « fe activa ha producido también no pocas instituciones
para aliviar la miseria espiritual y corporal, para cultivar la educación de la juventud,
para humanizar las condiciones sociales de vida, para consolidar la paz en el
mundo ». (126)
La
vida social y cultural ofrece amplios espacios de colaboración ecuménica. Cada vez con
más frecuencia los cristianos se unen para defender la dignidad humana, para promover el
bien de la paz, la aplicación social del Evangelio, para hacer presente el espíritu
cristiano en las ciencias y en las artes. Se unen cada vez más para hacer frente a las
miserias de nuestro tiempo: el hambre, las calamidades y la injusticia social.
75. Esta
cooperación, que se inspira en el Evangelio mismo, nunca es para los cristianos una mera
acción humanitaria. Tiene su razón de ser en la palabra del Señor: « Tuve hambre,
y me disteis de comer » (Mt 25, 35). Como ya he señalado, la cooperación de todos
los cristianos manifiesta claramente aquel grado de comunión que ya existe entre ellos.
(127)
De
cara al mundo, la acción conjunta de los cristianos en la sociedad tiene entonces el
valor trasparente de un testimonio dado en común al nombre del Señor. Asume también las
dimensiones de un anuncio, ya que revela el rostro de Cristo.
Las
divergencias doctrinales que permanecen ejercen un influjo negativo y ponen límites
incluso a la colaboración. Sin embargo, la comunión de fe ya existente entre los
cristianos ofrece una base sólida no sólo para su acción conjunta en el campo social,
sino también en el ámbito religioso.
Esta
cooperación facilitará la búsqueda de la unidad. El Decreto sobre el ecumenismo señala
que con ella « los que creen en Cristo aprenderán fácilmente cómo pueden
conocerse mejor los unos a los otros, apreciarse más y allanar el camino de la unidad de
los cristianos ». (128)
76. ¿Cómo
no recordar, en este contexto, el interés ecuménico por la paz que se manifiesta en la
oración y en la acción con una participación creciente de los cristianos y con una
motivación teológica cada vez más profunda? No podría ser de otro modo. ¿Acaso no
creemos en Jesucristo, Príncipe de la paz? Los cristianos están cada vez más unidos en
el rechazo de la violencia, de todo tipo de violencia, desde la guerra a la injusticia
social.
Estamos
llamados a un esfuerzo cada vez más activo, para que se vea aún más claramente que los
motivos religiosos no son la causa verdadera de los conflictos actuales, aunque,
lamentablemente, no haya desaparecido el riesgo de instrumentalizaciones con fines
políticos y polémicos.
En
1986, en Asís, durante la Jornada Mundial de oración por la paz, los cristianos de las
diversas Iglesias y Comunidades eclesiales invocaron con una sola voz al Señor de la
historia por la paz del mundo Aquel día, de modo distinto pero paralelo, rezaron por la
paz también los Hebreos y los Representantes de las religiones no cristianas, en una
sintonía de sentimientos que hicieron vibrar las dimensiones más profundas del espíritu
humano.
No
quisiera olvidar la Jornada de oración por la paz en Europa, especialmente en los
Balcanes, que me llevó como peregrino a la ciudad de san Francisco el 9 y 10 de enero de
1993, y la Misa por la paz en los Balcanes, y en particular en Bosnia-Herzegovina, que
presidí el 23 de enero de 1994 en la Basílica de san Pedro en el marco de la Semana de
oración por la unidad de los cristianos.
Cuando
nuestra mirada recorre el mundo, la alegría invade nuestro ánimo. En efecto, constatamos
cómo los cristianos se sienten cada vez más interpelados por el problema de la paz. Lo
consideran relacionado íntimamente con el anuncio del Evangelio y con la venida del Reino
de Dios.
69. Pontificio Consejo
para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directoire pour l'application des
principes et des normes sur l'oecuménisme (25 marzo 1993), 5: AAS 85 (1993), 1040.
70. Ibid., 94, l.c.,
1078.
71. Cf. Comisión
« Fe y Constitución » del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Bautismo,
Eucaristía, Ministerio (enero 1982): Ench. (Ecum. 1, 1391-1447, en particular 1398-1408.
72. Cf. Carta enc.
Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987), 32: AAS 80 (1988), 556
73. Discurso a los
Cardenales y a la Curia Romana (28 junio 1985), 10: AAS 77 (1985), 1158; cf. Carta enc.
Redemptor hominis (4 marzo 1979), 11: AAS 71 (1979), 277-278.
74. Discurso a los
Cardenales y a la Curia Romana (28 julio 1985), 10: AAS 77 (1985), 1158.
75. Cf. Secretariado
para la promoción de la Unidad de los Cristianos y Comité Ejecutivo de las Sociedades
Bíblicas Unidas, Principios para la colaboración interconfesional en la traducción de
la Biblia, Documento concordado (1968): Ench. Oecum. 1, 319-331, revisado y actualizado en
el Documento Directives concernant la coopération interconfessionelle dans la traducción
de la Bible (16 noviembre 1987), Tipografía Políglota Vaticana 1987, 20.
76. Cf. Comisión
« FE Y Constitución » del Consejo Ecuménico de las Iglesias, Bautismo,
Eucaristía, Ministerio (enero 1982): Ench. Oecum. 1, 1391-1447.
77. Por ejemplo,
durante las últimas asambleas del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en Vancouver en
1983 y en Canberra en 1991, y de « Fe y Constitución » en Santiago de
Compostela en 1993.
78. Cf. Conc . Ecum.
Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, 8 Y 15; Código de Derecho Canónico, Can. 844;
Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, Can. 671; Pontificio Consejo para la
Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directoire pour l'application des principes et
des normes sur l'oecuménisme(25 marzo 1993) 122-125: MS 85 (1993), 1086-1087; 129-131,
l.c., 1088-1089; 123 Y 132, l.c., 1087. 1089.
79. Conc. Ecum. Vat.
II. Decr. Unitatis Redintegratio, sobre el ecumenismo, 4.
80. Ibid.
81. Cf. n. 15.
82. N. 15.
83. Ibid., 14.
84. Cf. Declaración
común del Papa Pablo VI y del Patriarca de Constantinopla Atenágoras I (7 diciembre
1965): Tomos agapis, Vatican-Phanar (1958-1970), Roma-Estambul 1971, 280-281.
85. Cf. AAS 77 (1985),
779-813.
86. Cf. AAS 80 (1988),
935-956; cf. también Carta Magnum Baptismi donum (14 febrero 1988),1.c., 988-997.
87. Conc. Ecum. Vat.
II. Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 14.
88. Ibid.
89. Breve ap. Anno
ineunte (25 julio 1967): Tomos agapis, Vatican-Phanar (1958-1970), Roma-Estambul 1971,
388-391.
90. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 14.
91. Ibid., 15.
92. N. 14:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (5 mayo 1995), 8.
93. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 17.
94. N. 26.
95. Cf. Código de
Derecho Canónico, Can. 844, §§ 2 y 3; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, Can. 671, §§ 2 y 3.
96. Pontificio Consejo
para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directoire pour l'application des
principes et des normes sur l'oecuménisme (25 marzo 1993), 122-128: AAS 85 (1993),
1086-1088.
97. Declaracíón
común del Sumo Pontífice Juan Pablo II y del Patriarca ecuménico Dimitrios I (7
diciembre 1987): AAS 80 (1988), 253.
98. Comisión Mixta
Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Y La Iglesia Ortodoxa
en su Conjunto, Documento El sacramento del Orden en la estructura sacramental de la
Iglesia, en particular la importancia de la sucesión apostólica para la santificación y
la unidad del pueblo de Dios (26 junio 1988), 1: Service d'information 68 (1988), 195.
99. Cf. Carta a los
Obispos del Continente europeo sobre las relaciones entre católicos y ortodoxos en la
nueva situación de Europa central y oriental (31 mayo 1991), 6: AAS 84 (1992), 168.
100. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 17.
101. Cf. Carta ap.
Orientale lumen (2 mayo 1995), 24: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(5 mayo 1995), 9.
102. Ibid., 18, l.c.,8.
103. Cf. Declaración
común del Sumo Pontífice Pablo VI y de Su Santidad Shenouda III, Papa de Alejandría y
Patriarca de la sede de S. Marcos de Alejandría (10 mayo 1973): AAS 65 (1973), 299-301.
104. Cf. Declaración
común del Sumo Pontífice Pablo VI y de Su Santidad Mar Ignacio Jacoub III, Patriarca de
la Iglesia de Antioquía de los sirios y de todo el Oriente (27 octubre 1971): AAS 63
(1971), 814-815.
105. Cf. Discurso a los
enviados de la Iglesia copta ortodoxa (2 junio 1979): AAS 71 (1979), 1000- 1001.
106. Cf. Declaración
común del Papa Juan Pablo II y de Su Santidad Moran Mar Ignacio Zakka I Iwas, Patriarca
siro-ortodoxo de Antioquia y de todo el Oriente (23 junio 1984): Insegnamenti VII, 1
(1984), 1902-1906.
107. Discurso dirigido
a Su Santidad Abuna Paulos, Patriarca de la Iglesia ortodoxa de Etiopía (11 junio 1993):
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (16 junio 1993), 3.
108. Cf. Declaración
cristológica común entre la Iglesia católica y la Iglesia asiria de Oriente:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18 noviembre 1994), 5.
109. Conc. Ecum. Vat.
II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo 19.
110. Ibid.
111. Ibid., 19.
112. Cf .ibid.
113. Ibid.
114. Ibid., 20.
115. Ibid., 21.
116. Ibid.
117. Ibid.
118. Ibid., 22.
119. Ibid.
120. Ibid., 22; cf. 20.
121. Ibid., 22.
122. Ibid., 23.
123. Ibid.
124. Cf. Radiomensaje
Urbi et Orbi (27 agosto 1978): AAS 70 (1978), 695-696.
125. Conc. Ecum. Vat.
II. Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 73
126. Ibid.
127. Cf. ibid., 12.
128. Ibid. |