CARTA ENCÍCLICA
DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II
SOBRE LA MISERICORDIA DIVINA
II
MENSAJE MESIÁNICO
3.
Cuando Cristo comenzó a obrar y enseñar Ante sus conciudadanos en Nazaret, Cristo hace
alusión a las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ungió para evangelizar a los pobres; me envió a predicar a los cautivos la
libertad, a los ciegos la recuperación de la vista; para poner en libertad a los
oprimidos, para anunciar un año de gracia del Señor»19 . Estas frases, según San
Lucas, son su primera declaración mesiánica, a la que siguen los hechos y palabras
conocidos a través del Evangelio. Mediante tales hechos y palabras, Cristo hace presente
al Padre entre los hombres. Es altamente significativo que estos hombres sean en primer
lugar los pobres, carentes de medios de subsistencia, los privados de libertad, los ciegos
que no ven la belleza de la creación, los que viven en aflicción de corazón o sufren a
causa de la injusticia social, y finalmente los pecadores. Con relación a éstos
especialmente, Cristo se convierte sobre todo en signo legible de Dios que es amor; se
hace signo del Padre. En tal signo visible, al igual que los hombres de aquel entonces,
también los hombres de nuestros tiempos pueden ver al Padre.
Es
significativo que, cuando los mensajeros enviados por Juan Bautista llegaron donde estaba
Jesús para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
20 , Él, recordando el mismo testimonio con que había inaugurado sus enseñanzas en
Nazaret, haya respondido: «Id y comunicad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos
ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan,
los pobres son evangelizados», para concluir diciendo: «y bienaventurado quien no se
escandaliza de mí»21 .
Jesús,
sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en
que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y
abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el
contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la
«condición humana» histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la
fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral. Cabalmente el modo y el ámbito
en que se manifiesta el amor es llamado «misericordia» en el lenguaje bíblico.
Cristo
pues revela a Dios que es Padre, que es «amor», como dirá san Juan en su primera Carta
22 ; revela a Dios «rico de misericordia», como leemos en San Pablo 23 . Esta verdad,
más que tema de enseñanza, constituye una realidad que Cristo nos ha hecho presente.
Hacer presente al Padre en cuanto amor y misericordia es en la conciencia de Cristo mismo
la prueba fundamental de su misión de Mesías; lo corroboran las palabras pronunciadas
por El primeramente en la sinagoga de Nazaret y más tarde ante sus discípulos y antes
los enviados por Juan Bautista.
En base
a tal modo de manifestar la presencia de Dios que es padre, amor y misericordia, Jesús
hace de la misma misericordia uno de los temas principales de su predicación. Como de
costumbre, también aquí enseña preferentemente «en parábolas», debido a que éstas
expresan mejor la esencia misma de las cosas. Baste recordar la parábola del hijo
pródigo 24 o la del buen Samaritano 25 y también -como contraste- la parábola del
siervo inicuo.26 Son muchos los pasos de las enseñanzas de Cristo que ponen de manifiesto
el amor-misericordia bajo un aspecto siempre nuevo. Basta tener ante los ojos al Buen
Pastor en busca de la oveja extraviada 27 o la mujer que barre la casa buscando la dracma
perdida.28 El evangelista que trata con detalle estos temas en las enseñanzas de Cristo
es san Lucas, cuyo evangelio ha merecido ser llamado «el evangelio de la misericordia».
Cuando
se habla de la predicación, se plantea un problema de capital importancia por lo que se
refiere al significado de los términos y al contenido del concepto, sobre todo del
concepto de «misericordia» (en su relación con el concepto de «amor»). Comprender
esos contenidos es la clave para entender la realidad misma de la misericordia. Y es esto
lo que realmente nos importa. No obstante, antes de dedicar ulteriormente una parte de
nuestras consideraciones a este tema, es decir, antes de establecer el significado de los
vocablos y el contenido propio del concepto de «misericordia», es necesario constatar
que Cristo, al revelar el amor-misericordia de Dios, exigía al mismo tiempo a los hombres
que a su vez se dejasen guiar en su vida por el amor y la misericordia. Esta exigencia
forma parte del núcleo mismo del mensaje mesiánico y constituye la esencia del ethos
evangélico. El Maestro lo expresa bien sea a través del mandamiento definido por él
como «el más grande»29 , bien en forma de bendición, cuando en el discurso de la
montaña proclama: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia»30 .
De este
modo, el mensaje mesiánico acerca de la misericordia conserva una particular dimensión
divino-humana. Cristo -en cuanto cumplimiento de las profecías mesiánicas-, al
convertirse en la encarnación del amor que se manifiesta con peculiar fuerza respecto a
los que sufren, a los infelices y a los pecadores, hace presente y revela de este modo
más plenamente al Padre, que es Dios «rico en misericordia». Asimismo, al convertirse
para los hombres en modelo del amor misericordioso hacia los demás, Cristo proclama con
las obras, más que con las palabras, la apelación a la misericordia que es una de las
componentes esenciales del ethos evangélico. En este caso no se trata sólo de cumplir un
mandamiento o una exigencia de naturaleza ética, sino también de satisfacer una
condición de capital importancia, a fin de que Dios pueda revelarse en su misericordia
hacia el hombre: ...los misericordiosos ... alcanzarán misericordia. |