Dios, Padre Omnipotente

18.IX.85

 

1. 'Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra.' Dios que se ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente perfecto.

Esta verdad sobre Dios como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por los símbolos de la fe, mediante la afirmación de que Dios es el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos ocuparemos un poco más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios corresponde al misterio de la creación.

2. Dios, a quien la Iglesia confiesa omnipotente ('creo en Dios Padre omnipotente), en cuanto espíritu infinitamente perfecto es también omnisciente, es decir, que penetra todo con su conocimiento.

Este Dios omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de la nada, al ser. 'Hay algo imposible para el Señor?' - leemos en el Génesis (18, 14)-.

'Realizar cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede resistir?', anuncia el Libro de la Sabiduría (11, 22). La misma fe profesa el Libro de Ester con las palabras 'Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse' (Est 4, 17). 'Nada hay imposible para Dios' (Lc 1, 37), dijo el Arcángel Gabriel a María de Nazaret en la Anunciación.

3. El Dios, que se revela a sí mismo por boca de los profetas es omnipotente. Esta verdad impregnan profundamente toda la revelación, a partir de las primeras palabras del Libro del Génesis: 'Dijo Dios: 'Hágase.'(Gen 1, 3). El acto creador se manifiesta como la omnipotente Palabra de Dios: 'El lo dijo y existió.' (Sal 32, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se revela como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da en ese 'ES', llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible: los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la historia del universo, al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia. 'Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos' (1 Cor 12, 6).

4. El Dios que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la historia del mundo y del hombre, es el Dios omnipotente, el Dios vivo. 'La Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente', afirma el Vaticano Y. Este Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si El es el Señor de todo lo que crea ante todo es Señor de la propia Voluntad en la creación. Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita Sabiduría. Creando actúa con la inescrutable plenitud de su libertad, por impulso de amor eterno.

5. El texto de la Constitución Dei Filius del Vaticano I, tantas veces citado, pone de relieve la absoluta libertad de Dios en la creación y en cada una de sus acciones. Dios es 'en sí y por sí felicísimo': tiene en sí mismo y por sí la total plenitud del Bien y de la Felicidad. Si llama al mundo a la existencia, lo hace no para completar o integrar el Bien que es El, sino sólo y exclusivamente con la finalidad de dar el bien de una existencia multiforme al mundo de las criaturas invisibles y visibles. Es una participación múltiple y varia de único, infinito, eterno Bien, que coincide con el Ser mismo de Dios.

De este modo, Dios, absolutamente libre y soberano en la obra de la creación, permanece fundamentalmente independiente del universo creado. Esto no significa de ningún modo que El sea indiferente con relación a las criaturas; en cambio, El las guía como eterna Sabiduría, Amor y Providencia omnipotente.

6. La Sagrada Escritura pone de relieve el hecho de que en esta obra Dios está solo. He aquí las palabras del Profeta Isaías: 'Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo, el que solo despliega los cielos y afirma la tierra. ¿Quién conmigo?' (44, 24). En la 'soledad' de Dios en la obra de la creación resalta su soberana libertad y su paternal omnipotencia. 'El Dios formó la tierra, la hizo y la afirmó. No la creó para yermo, la formó para que fuese habitada' (Is 45, 18).

A la luz de la auto-revelación de Dios, que 'habló por los Profetas y últimamente por su Hijo' (Heb 1, 1-2), la Iglesia confiesa desde el principio su fe en el 'Padre omnipotente', Creador del cielo y del la tierra, 'de todo lo visible y lo invisible'. Este Dios omnipotente es también omnisciente y omnipresente. O aún mejor, habría que decir, que en cuanto espíritu infinitamente perfecto, Dios es a la vez la Omnipotencia, la Omnisciencia y la Omnipresencia misma.

7. Dios está ante todo presente a Sí: en su Divinidad Una y Trina. Está presente también en el universo que ha creado; lo está, por consiguiente, en la obra de la creación mediante el poder creador (per potentiam), en el cual se hace presente su misma Esencia transcendente (per essentiam). Esta presencia supera al mundo, lo penetra y lo mantiene en la existencia. Lo mismo puede repetirse de la presencia de Dios mediante su conocimiento, como Mirada infinita que todo lo ve (per visionem, o per scientiam). Finalmente, Dios está presente de modo particular en la historia de la humanidad, que es también la historia de la salvación. Esto es (si nos podemos expresar así) la presencia más 'personal' de Dios: su presencia mediante la gracia, cuya plenitud la humanidad ha recibido de Jesucristo Cfr. Jn 1, 16-17). De este último misterio hablaremos en una próxima catequesis.

8. 'Señor, Tú me sondeas y me conocer.' (Sal 138, 1). Mientras repetimos las palabras inspiradas de este Salmo, confesemos juntamente con todo el Pueblo de Dios, presente en todas las partes del mundo, la fe en la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de Dios, que es nuestro Creador, Padre y Providencia. 'En El vivimos, nos movemos y existimos' (Hech 17, 28).


El Dios de la Alianza

5.IX.85

 

1. En nuestras catequesis tratamos de responder de modo progresivo a la pregunta: ¿Quién es Dios?. Se trata de una respuesta auténtica, porque se funda en la palabra de la auto-revelación divina. Esta respuesta se caracteriza por la certeza de la fe, pero también por la convicción del entendimiento humano iluminado por la fe.

2. Volvamos una vez más al pie del monte Horeb, donde Moisés que apacentaba la grey, oyó en medio de la zarza ardiente la voz que decía: 'Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa' (Ex 3, 5). La voz continuó: 'Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob'. Por lo tanto, es el Dios de los padres quién envía a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud egipcia.

Sabemos que, después de haber recibido esta misión, Moisés preguntó a Dios su nombre. Y recibió la respuesta: 'Yo soy el que soy'. En la tradición exegética, teológica y magisterial de la Iglesia, que fue asumida también por Pablo VI en el 'Credo del Pueblo de Dios' (1968), esta respuesta se interpreta como la revelación de Dios como el 'Ser'

En la respuesta dada por Dios: 'Yo soy el que soy', a la luz de la historia de la salvación se puede leer una idea más rica y más precisa. Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios -Yahvéh- se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que soy para vosotros'; estoy aquí como Dios deseoso de la alianza y de la salvación, como el Dios que os ama y os salva. Esta clave de lectura presenta a Dios como un Ser que es Persona y se auto-revela a personas, a las que trata como tales. Dios, ya al crear el mundo, en cierto sentido salió de su propia 'soledad', para comunicarse a Sí mismo, abriéndose al mundo y especialmente a los hombres creados a su imagen y semejanza (Gen 1, 26). En la revelación del Nombre 'Yo soy el que soy' (Yahvéh), parece poner de relieve sobre todo la verdad de que Dios es el Ser-Persona que conoce, ama, atrae hacia sí a los hombres, el Dios de la Alianza.

3. En el coloquio con Moisés prepara una nueva etapa de la Alianza con los hombres, una nueva etapa de la historia de la salvación. La iniciativa del Dios de la Alianza, efectivamente, va rimando la historia de la salvación a través de numerosos acontecimientos, como se manifiesta en la IV Plegaria Eucarística con las palabras; "Reiteraste tu alianza a los hombres'.

Conversando con Moisés al pie del monte Horeb, Dios -Yahvéh- se presenta como 'el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob', es decir, el Dios que había hecho una Alianza con Abrahán (Cfr. Gen 17, 1-14) y con sus descendientes, los patriarcas, fundadores de las diversas estirpes del pueblo elegido, que se convirtió en Pueblo de Dios.

4. Sin embargo, las iniciativas del Dios de la Alianza se remontan incluso antes de Abrahán. El libro del Génesis registra la Alianza con Noé después del diluvio (Cfr. Gen 9, 1-17). Se puede hablar también de la Alianza originaria antes del pecado original (Cfr. Gen 2, 15-17). Podemos afirmar que la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios; cuyo símbolo estaba representado en el paraíso por el 'árbol de la vida' (Cfr. Gen 2, 9). Todas las alianzas hechas después del pecado original confirman, por parte de Dios, la misma voluntad de salvación. El Dios de la Alianza es el Dios 'que se dona' al hombre de modo misterioso: El Dios de la revelación y el Dios de la gracia. No sólo se da a conocer al hombre, sino que lo hace partícipe de su naturaleza divina (2 Pe 1, 4).

5. La Alianza llega a su etapa definitiva en Jesucristo: la 'nueva' y 'eterna alianza' (Heb 12, 24; 13, 20). Ella da testimonio de la total originalidad de la verdad sobre Dios que profesamos en el 'Credo' cristiano. En la antigüedad pagana la divinidad era más bien el objeto de la aspiración del hombre. La revelación del Antiguo y todavía más del Nuevo Testamento muestra a Dios que busca al hombre, que se acerca a él. Es Dios quien quiere hacer la alianza con el hombre: 'Ser vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo' (Lev 26, 12); 'Ser su Dios y ellos serán mi pueblo' (2 Cor 6, 16).

6. La Alianza es, igual que la creación, una iniciativa divina completamente libre y soberana. Revela de modo aún más eminente la importancia y el sentido de la creación en las profundidades de la libertad de Dios. La Sabiduría y el Amor, que guían la libertad transcendente de Dios-Creador, resaltan aún más en la transcendente libertad del Dios de la Alianza.

7. Hay que añadir también que si mediante la Alianza, especialmente la plena y definitiva en Jesucristo, Dios se hace de algún modo inmanente con relación al mundo, El conserva totalmente la propia transcendencia. El Dios encarnado, y más aún el Dios Crucificado, no sólo sigue siendo un Dios incomprensible e inefable, sino que se convierte todavía en más incomprensible e inefable para nosotros precisamente en cuanto que se manifiesta como Dios de un infinito, inescrutable amor.

8. No queremos anticipar temas que constituirán el objeto de futuras catequesis. Volvemos de nuevo a Moisés. La revelación del Nombre de Dios al pie del monte Horeb prepara la etapa de la Alianza que el Dios de los Padres estrecharía con su pueblo en el Sinaí. En ella se pone de relieve de manera fuerte y expresiva el sentido monoteísta del 'credo' basado en la Alianza: 'creo en un sólo Dios': Dios es uno, es único.

He aquí las palabras del Libro del Éxodo: 'Yo soy el Señor, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. No tendrás otro Dios que a mí' (Ex 20, 2-3). En el Deuteronomio encontramos la fórmula fundamental del 'Credo' veterotesta- mentario expresado con las palabras: 'Oye, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es único' (6, 4; cfr. 4, 39-40).

Isaías dará a este 'Credo' monoteísta del Antiguo Testamento una magnífica expresión profética: 'Vosotros sois mis testigos -dice Yahvéh- mi siervo, a quien yo elegí, para que aprendáis y me creáis y comprendáis que soy yo. Antes de mí no fue formado Dios alguno, ninguno habrá después de mí. Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay salvador. Vosotros sois mis testigos, dice Yahvéh, y yo Dios desde la eternidad y también desde ahora lo soy' (Is 45, 22).

9. Esta verdad sobre el único Dios constituye el depósito fundamental de los dos Testamentos. En la Nueva Alianza lo expresa, por ejemplo, San Pablo con las palabras: "Un Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos' (Ef 4, 6). Y siempre es Pablo el que combatía el politeísmo pagano(Cfr. Rom 1, 23; Gal 3, 8), con no menor ardor del que se halla presente en el antiguo Testamento, quien con igual firmeza proclama que este Único verdadero Dios 'es Dios de todos, tanto de los circuncisos como de los incircuncisos, tanto de los judíos como de los paganos' (Cfr. Rom. 3, 29-30). La revelación de un sólo verdadero Dios, dada en la Antigua Alianza al pueblo elegido de Israel, estaba destinada a toda la humanidad, que encontraría en el monoteísmo la expresión de la convicción a la que el hombre puede llegar también con la luz de la razón: porque si Dios es el ser perfecto, infinito, subsistente, no puede ser más que Uno. En la Nueva Alianza, por obra de Jesucristo, la verdad revelada en el Antiguo Testamento se ha convertido en la fe de la Iglesia universal, que confiesa: 'creo en un sólo Dios'.


Dios es amor

2.X.85

 

1. 'Dios es Amor.': estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16), constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: 'Tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca sino que tenga la vida eterna'(Jn 3, 16).

La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: "Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. 'Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios está en él' (4,16).

2. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado 'por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo.', como dice la Carta a los Hebreos (1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.

3. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien nos hablan los Salmos: 'Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo' (Sal 103, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios 'a imagen y semejanza' del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la transcendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.

4. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por El. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos. Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en la alianza del Sinaí- como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace reconocer.

Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: 'Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano' (12, 16.18).

Y también: 'El poder de tu majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus misericordias' (Sir 18, 4).

Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.

Subrayan especialmente la fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su 'inmutabilidad' (Cfr., p.ej., Sal 110, 7-9; Is 65, 1-2, 16-19).

Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es 'lento a la ira y rico en piedad' (Sal 144, 8). Si, finalmente siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los 'celos' del Dios de la Alianza hacia su pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: 'el celo del Señor de los ejércitos' (Is 9, 7).

Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por eso, sería más correcto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).5.

El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: 'Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras?. Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida' (Sab 11, 23-26).

¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del 'Ser' creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?. Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal' (Jon 4, 2).

O también el Salmo 144: 'El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas' (Sal 144, 8-9).

Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: 'Con amor eterno te amo, por eso te he mantenido con fervor (hesed) (Jer 31, 3).

Y he aquí las palabras de Isaías: 'Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría' (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: 'Que se retiren los montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti' (Is 54, 10).

6. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: 'Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados' (Ef 2, 4-5).

Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en 'Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra' con la estupenda definición de San Juan 'Dios es amor' (1 Jn 4, 16).