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Sin mucha palabrería

El Señor nos repite en su evangelio que cuando oremos no seamos como los gentiles que creen que por su mucha palabrería serán escuchados (Mt 6,7). La palabra oratoria viene de la misma raíz que la palabra oración, y a veces tenemos el peligro de confundir las dos palabras. Hay quien piensa que las personas que se expresan bien, que tienen facilidad de palabra, son escuchadas mejor por Dios que las que no saben hablar bien. ¡Cuántas veces me dicen: "Háblele Vd. a Dios por mí, que seguro que a Vd. le escucha porque se sabe expresar"! Pero Dios no es un juez a quien haya que convencer con nuestra oratoria. Por eso, para ser escuchados no necesitamos abogados elocuentes.

Ni siquiera necesitamos sugerirle a Dios lo que tiene que hacer, o darle consejos, o exhortarle a que sea misericordioso, como si hubiera peligro de que no siempre lo sea. La mejor oración es la oración confiada que se limita a exponer a Dios nuestras carencias. "En tu plegaria no repitas palabras" (Si 7,14). "Sabe vuestro Padre lo que necesitáis antes de pedírselo" (Mt 6,8).

Hay dos ejemplos muy bonitos en el evangelio de este tipo de oración confiada. El primero es el de la Virgen María en las bodas de Caná. Como mujer observadora, fue la primera en darse cuenta de que se estaba acabando el vino en la fiesta. Todavía no se había dado cuenta el responsable, ni los sirvientes, ni los novios. Pero María estaba siempre atenta a los detalles. Y, como no podía hacer nada al respecto, acudió a su hijo, y le expuso la necesidad: "No tienen vino" (Jn 2,3). ¿Se puede decir más en tres palabras?

María no intenta sugerirle a Jesús lo que tiene que hacer, ni le da lecciones de misericordia. Tampoco insiste, ni siquiera después de aquella primera negativa aparente. Ella como Pablo podría decir: "Sé muy bien de quién me he fiado" (2 Tm 1,12). "Por la mañana le expongo mi causa y me quedo aguardando" (Sal 5,4).

Muy parecida es la oración de Marta y María, las hermanas de Lázaro. Cuando vieron que su hermano se estaba muriendo, le enviaron un recado a Jesús, que estaba por entonces huido al otro lado del Jordán. Su recado es también brevísimo: "El que amas está enfermo" (Jn 11,3).

Si realmente estamos seguros de que Jesús nos ama, ¿por qué insistir más?, ¿por qué decirle lo que tiene que hacer o cómo lo tiene que hacer? Las hermanas ni siquiera le piden que venga. Tú sabrás lo que tienes que hacer.

Y sin embargo, Jesús no se apresuró a ir a Betania, y entre tanto Lázaro murió. Ellas sabían que si Jesús hubiese estado allí, no habría muerto su hermano. Es lo primero que le dirán las dos, cada una por su parte, cuando al final Jesús llegó a la aldea ya demasiado tarde (Jn 11,21.32). Sin embargo no habían perdido la confianza en él. Marta le dijo: "Aun ahora sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá". Su confianza en Jesús era inquebrantable, porque las dos hermanas estaban realmente convencidas de que Jesús las quería, y el evangelista lo remacha diciendo: "Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro" (Jn 11,5).

La devoción al Corazón de Jesús trata de inculcar en los cristianos la confianza absoluta en el amor de Cristo. "Sagrado Corazón de Jesús en Vos confío" es la jaculatoria más poderosa de todas. Muchos tienen la costumbre de hacer una novena al Corazón de Jesús que se llama la novena de la confianza. Yo acostumbro a hacerla con mucha frecuencia. Esta Novena está inspirada en la oración de las hermanas de Lázaro y en la oración de María en Caná. Se limite a exponer al Señor nuestra necesidad concreta de ese momento, y abandonarnos a su amor.

El texto que aprendí de pequeño dice así:

"¡Oh Jesús! A tu Corazón confío… (aquí se expone el problema). Mira, y haz lo que tu Corazón te diga. Deja obrar a tu Corazón. Oh Jesús, yo cuento contigo, yo me fío de ti, yo me entrego a ti, yo estoy seguro de ti".

Lo de la novena no tiene nada mágico. Pueden ser siete días o diez o quince. Pero es importante que perseveremos en la oración durante un espacio de tiempo suficientemente largo. A veces somos muy caprichosos en nuestra oración. Hoy me acuerdo y mañana me olvido. Orar durante bastantes días seguidos es una manera de irnos nosotros identificando con ese problema, haciéndolo nuestro, viviéndolo intensamente. No es que Dios necesite que se lo repitamos muchas veces. Somos nosotros quienes necesitamos repetirlo muchas veces para sensibilizarnos de verdad a esas necesidades.

Yo he podido experimentar en mis muchos años de vida la eficacia de esta oración, y he procurado difundirla entre todas las personas con quienes he estado en contacto pastoral. Este libro me ofrece una magnífica oportunidad de llegar hoy a tantos lectores. Si alguna vez haces esta Novena, no dejes de difundirla tú también entre las personas que conoces.

La devoción al Corazón de Jesús ha renovado en la Iglesia la actitud de confianza en Dios que rezuma en todos los salmos, especialmente en un grupo de salmos llamados así, salmos de confianza. "Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo. Tu vara y tu cayado me dan tranquilidad" (Sal 23,4). "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? […] Aunque un ejército acampe contra mí, mi corazón no tiembla. Si me declaran la guerra, me siento tranquilo" (Sal 27,1.3-4). La carta a los Hebreos describe esta confianza inconmovible con la imagen del ancla que da fijeza al barco en el vaivén de las olas (Hb 6,19).