PRIMERA PARTE

LAS IGLESIAS ORIENTALES EN LA HISTORIA

 

1. La extensión de la Iglesia en el mundo grecorromano

Los apóstoles, fieles al mandato de Cristo, fueron por todo el mundo anunciándole. No disponemos de datos históricos, ni son necesarios, para saber qué parte del mundo escogieron y en qué dirección se fueron. De algunos de ellos, los menos, ha quedado constancia del lugar o lugares por donde pasaron. La tradición, desarrollada en la Edad media, les fue asignando una parte o al menos una dirección del mundo entonces conocido.

Así tenemos muy pocos datos históricos del grupo de Ios «doce apóstoles». De Pedro, el primero de los apóstoles (no en ser llamado protocleta— que sería su hermano Andrés, sino el primero de los apóstoles en confesar la fe y consecuentemente en el orden de las listas que nos transmiten los evangelistas) y de Pablo (el último o el más pequeño de los apóstoles según la lista que nos ofrece 1Cor 15,5-9) hay constancia de los diversos lugares en que permanecieron o visitaron, así como la comunidad de Roma, que en ellos ve el fundamento de su predicación y la gloria del martirio común. Del resto de los apóstoles las noticias son más escasas, cada vez más tardías y mucho más elaboradas, siendo una fuente grande de información otros escritos de los primeros siglos y la abundante literatura apócrifa1.

Los apóstoles implantaban la iglesia o comunidad local por el evangelio que anunciaban y por la eucaristía que se celebraba. Al frente de cada comunidad local ponían a un colaborador-sucesor, como las cartas pastorales indican respecto de Timoteo y Tito en Efeso y Creta (l Tim 1,3; Tit 1,5). La comunidad local se convertía en iglesia local cuando era presidida por un episcopos, se anunciaba el evangelio y se hacía memorial de la eucaristía. Estos tres elementos fundantes constituirán las primeras iglesias locales2.

El cristianismo iba calando en el mundo grecorromano y se iba sirviendo, como si de un soporte se tratara, de las vías de comunicación existentes, de las ciudades más relevantes e incluso de la organización. Puede afirmarse que el cristianismo aprovechó cuanto encontró en aquella sociedad y le favoreció el Imperio romano, aunque mucho de lo ofrecido fuera prescindible.

Sin embargo, el cristianismo en sus orígenes conoció una gran prueba, ofrecida por el propio Imperio romano. El cul-

1 En la Edad media proliferan las leyendas, por las que se asigna a cada apóstol una región determinada y se atribuye a cada uno los doce artículos del llamado símbolo apostólico: el orden de los apóstoles no sigue las listas que proporcionan los escritos neotestamentarios (Mt 10,1-4; Mc 3,16-19; Lc 6,13-16; He 1,13) sino la letanía del canon romano o plegaria eucarística primera del Misal romano, obviamente excluyendo a san Pablo e incluyendo al final a san Matías. Cf J. N. D. KELLY, Primitivos credos cristianos, Salamanca 1980, 17; Libro sinodal del obispo Pedro de Segovia, del 8 de marzo de 1325: Synodicon hispanum 6, Madrid 1993, 264.

2 CD 11; CIC 369; CCEO 177.1.

to al emperador y a los dioses se oponía radicalmente al evangelio: los cristianos sólo tenían a Dios por único servidor aunque aceptaban la autoridad civil sea cual fuere. A partir de Nerón el rechazo al culto del emperador se convirtió en un atentado contra la dignidad y seguridad del Estado, surgiendo una larga época de persecuciones en la que se alternaban momentos de relativa paz. Con la paz constantiniana, el Imperio se hace cristiano y se restituyen los bienes cristianos confiscados. Y Constantino se convertirá, a partir del año 324, en el único emperador.

Un hecho importante para las primeras iglesias constituidas va a tener el traslado de la capital imperial de Roma a la antigua Bizancio, que tomará el nombre de su emperador, Constantinopla, y que se inaugurará el 11 de mayo del 330. A la muerte del emperador Teodosio, en el año 335, el Imperio queda dividido en Oriente, con Constantinopla como capital y Arcadio como emperador, y Occidente, con Roma y el emperador Honorio a la cabeza. La rivalidad era previsible: como los bizantinos se consideraban los verdaderos sucesores del Imperio romano e intentaban de diferentes maneras destacar esta continuidad, al designarse como «romanos», la capital también se llamó «Nueva Roma», título referido a Constantinopla y que todavía ostenta el Patriarca ecuménico de la Ortodoxia.

 

2. Las primeras Iglesias orientales

El calificativo de oriental ya era usado mucho antes de la división geográfica del Imperio romano. Para un latino, las poblaciones orientales eran aquellas que tenían una cultura griega, con lo que oriental y griego vinieron a significar lo mismo en Roma. Sin embargo, para un griego los orientales eran aquellos habitantes de poblaciones de Asia fuera del ámbito helenístico3.

3 Como ejemplos, se pueden citar a los «magos de Oriente» (Mt 2,1), frecuentemente identificados con unos astrólogos de Persia, o los «reyes de Oriente» (Ap 16,12) que serían Ios partos, terror del mundo romano.

Para el mundo bíblico, el término «oriental» reviste un sentido teológico y universal. Generalmente lo oriental está en relación con el simbolismo del sol, que se levanta y se pone (Zac 8,7; Mt 1,11), que sale y desaparece (Sal 113,3). El mismo Jesús es presentado como sol (Lc 1,78) que nace ex oriens, como orientale lumen4, al igual que la costumbre de orar hacia oriente o la disposición u «orientación» de los edificios de culto, que tenían un significado cristiano y no geográfico. Pero también tiene un contenido universal cuando lo oriental se expresa junto con lo occidental (Mt 8,11; 24,27).

Las primeras iglesias orientales eran, pues, aquellas que se ubicaban en la parte oriental del imperio.

Las incipientes comunidades de cristianos, unidas por la comunión en la fe, en la eucaristía, en la oración y en el compartir los bienes materiales, tienen como ejemplo a la primitiva comunidad de Jerusalén (He 2,42-44). Pronto este ejemplo traspasa las fronteras locales de Samaría para encontrar la pujante comunidad de Antioquía, capital de Siria, donde los discípulos son llamados cristianos (He 11,26). Las comunidades cristianas van aumentando y creciendo de tal forma que el cristianismo llega a la capital del Imperio, a Roma. No cabe duda que el cristianismo superó los círculos concéntricos o las fronteras de pueblos y culturas, tal como se desprendía de la fuerza y riqueza de su mensaje (cf He 1,8).

Ya en el siglo I el cristianismo estaba implantado en las principales ciudades del Imperio y en su misma capital. Las comunidades de cristianos eran constituidas en iglesias por los apóstoles o por sus inmediatos colaboradores. Y al frente de todas las iglesias se situaba la Iglesia de Roma, que «preside en la caridad», según afirmación de san Ignacio de Antioquía, como centro de comunión de todas ellas. No se discutía si una comunidad cristiana o una iglesia era oriental u occidental: el cristianismo adoptó en los comienzos de su predicación el vehículo que le proporcionó el Imperio.

4 Cf OL 1, 2 y 28 principalmente.

Con la llegada del siglo IV el cristianismo conoce la paz constantiniana y, poco más tarde, la celebración del primer Concilio en Nicea, que reúne más de 250 obispos, casi todos orientales, convocado por el emperador el año 325. Estos dos hechos son altamente significativos: la Iglesia católica se acomodará al Imperio por lo que a su organización se refiere, y el Imperio se consolidará fuertemente con la unidad de la fe. Esto explica que el emperador sea quien convoque un concilio, en su doble condición de «rey y sacerdote».

Con el traslado de la capital del Imperio a Constantinopla, este quedará dividido en Oriente y Occidente y, consecuentemente también, por el principio de acomodación al Imperio, las iglesias serán orientales u occidentales, según su ubicación imperial. En esta época no se discute el principio de la apostolicidad, que pronto comenzará a afirmarse y reivindicarse.

Todas las iglesias situadas en la parte oriental del Imperio, y que en lo sucesivo se denominarán como iglesias orientales, seguían teniendo en Roma el principio de comunión, y en quien presidía desde esta sede el principio de colegialidad.

La organización eclesiástica era idéntica a la política5. El Imperio estaba dividido en tres diócesis imperiales: Italia, Egipto y Oriente, cuyas capitales —que pronto darán origen a los patriarcados— son Roma, Alejandría y Antioquía respectivamente. Cada diócesis imperial tiene varias capitales de provincia o metrópolis, y éstas a su vez varias provincias. Esta división es importante retenerla si queremos descubrir las relaciones existentes entre las jerarquías imperial y eclesial, o entre las jerarquías patriarcales.

5 Prueba de cuanto venimos afirmando es el hecho de que san Pablo escriba sus cartas a varias capitales de provincias romanas donde existían comunidades cristianas (Efeso como capital de la provincia de Asia, Corinto de Acaya, Tesalónica de Macedonia, incluso Roma como diócesis imperial). De igual forma san Pedro escribe a las comunidades de las provincias del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia (1Pe 1,4 y san Juan dirigirá sus cartas a las siete iglesias de Asia cuya capital era Efeso y de la que dependían Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea (Ap 1,4 y 11; lCor 16,19).

Entre las primeras iglesias orientales ciertamente hay que señalar a Alejandría y Antioquía, donde la autoridad de sus respectivos obispos era ejercida muy ampliamente, como lo ponen de relieve la ordenación episcopal o la primacía de sus obispos6. En el año 381 el emperador Teodosio convoca un concilio para precisar la doctrina sobre el Espíritu Santo, negada por Macedonio, obispo de Constantinopla. Tras juzgar al obispo de la capital imperial en Oriente, se determina la posición de la capital del imperio en el canon 3: «Que el obispo de Constantinopla tenga el primado de honor después del obispo de Roma, porque esta misma ciudad es la nueva Roma»7. A este primer concilio de Constantinopla asisten 150 obispos, todos ellos orientales, es decir, que presidían iglesias situadas en la parte oriental del imperio. No asistió ningún obispo de Occidente, ni siquiera legado alguno de Roma, por lo que este concilio será calificado de «ecuménico» años más tarde.

Importa resaltar que el orden de las primeras iglesias orientales era modificado al introducir la «primacía constantinopolitana». Los motivos hay que buscarlos, no en una equiparación con Roma para socavar su primacía, ni en su ausencia que no se consideraba necesaria para arreglar los asuntos de Oriente, sino en el peso que la ciudad imperial iba adquiriendo y en el prestigio que iba generando. Constantinopla dependía del metropolitano de la diócesis de Tracia, que era Heraclea, y los obispos constantinopolitanos poco a poco sometían a su jurisdicción las nuevas diócesis de Tracia, Ponto y Asia. A esto hay que añadir la influencia y jurisdicción que Alejandría ganaba en Antioquía, y en este sentido ha de interpretarse el canon segundo del primer Concilio de Constantinopla.

Las primeras iglesias orientales más insignes en los cinco primeros siglos de cristianismo quedan definitivamente organizadas en patriarcados, presididos por Roma, y ordenados de acuerdo con las disposiciones de los concilios pre-

6 Cf Concilio I de Nicea, cc. 4 y 6 (COD 7-8).
7 COD 32.

cedentes: Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Estas cuatro sedes patriarcales del Oriente, junto con Roma, formarán la pentarquía como forma de comunión entre estas iglesias y como ejercicio de colegialidad de sus obispos y solicitud por todas las iglesias.

Todas estas iglesias venerables desde la antigüedad tienen en común el haber sido fundadas por alguno de los apóstoles o sus sucesores o inmediatos colaboradores, su relación con el primero de ellos, el formar grupos orgánicos de iglesias «matrices» o metropolitanas, su exiguo número de fieles frecuentemente dispersos, y el compartir la sede con otras iglesias cristianas u otros ritos8.

 

2.1. Constantinopla

Se trata de la ciudad más sobresaliente a lo largo de toda la antigüedad, como capital del imperio romano en el oriente y centro del imperio bizantino hasta el año 1453 en que es conquistada por los turcos. En la actualidad Constantinopla no es la capital turca, sino Ankara, ni se denomina como «la ciudad de Constantino», sino Estambul, derivación de Islampól.

El origen de la iglesia constantinopolitana data de mediados del siglo II y pertenecía a la diócesis metropolitana de Heraclea en Tracia. El primer obispo de Bizancio del que se tienen noticias es Metrófano (306/307-314), contemporáneo del emperador Constantino.

Cuando en el siglo VI se empieza a reivindicar en el oriente la apostolicidad de una sede en clara actitud apologética frente a Roma, que esgrimía siglos antes su origen apostólico-petrino, se hace derivar la apostolicidad de la sede constantinopolitana del apóstol san Andrés y de su discípulo Stachys o Estaquio, mencionado en la Carta a los romanos (16,9). De esta forma Constantinopla podía tener un presti-

8 Cf LG 23; UR 14.

gio similar a la antigua Roma, porque san Andrés fue el primero en ser llamado protocleta— que condujo a su her mano Pedro al Señor (Jn 1,40-41). Incluso en la controversia fociana se llegó a afirmar que san Andrés estuvo en Bizancio antes que san Pedro llegara a Roma9. Otra tradición según la cual Constantinopla se consideraba sede apostólica se debía a la consideración de ser heredera de la sede de Efeso, fundada por san Juan, cuando esta sede pasó a su jurisdicción10

La dignidad de la iglesia de Constantinopla nace por tener en el apóstol san Andrés su patrono. Junto a la dignidad eclesial nace la importancia que esta sede tiene a raíz del traslado de la capital imperial y, sobre todo, con la celebración del segundo concilio ecuménico en esta ciudad para condenar a su obispo Macedonio (341/342-360) que negaba la divinidad del Espíritu Santo y tratar de la primacía de su sede en el canon tercero11 y posteriormente en el canon 28 del Concilio de Calcedonia12.

Obispos eximios de Constantinopla fueron san Gregorio Nacianceno (379-381) que participó en el II Concilio ecu-

9 En relación con los orígenes de los obispos constantinopolitanos hay tres corrientes: la primera, tardía, se apoya en la fundación de esta sede por san Andrés, al que sucedieron 21 obispos durante este período bizantino. La segunda, más digna de crédito según los historiadores y que hoy día se sostiene, menciona a Metrófano como su primer obispo, en cuyo caso el actual patriarca Bartolomé I tendría 243 ascendientes en su sede y ocuparía en el patriarcado el número 322, ya que algunos lo ejercieron por segunda o tercera vez. Una tercera opinión, procedente de fuentes griegas, menciona a Filadelfio (211-217), Eugenio (240-265) y Rufino (284-293) como antecesores de Metrófano, pero no se sostiene esta opinión por los períodos de sede vacante prolongados. Se cree que eran presbíteros que en nombre del obispo de Heraclea dirigían esta iglesia (cf S. VAILHE, Constantinople (Eglise de), en DTC I11/2 cols., 1307-1318, donde se ofrece la lista completa del episcopologio constantinopolitano).

10 F. DVORNIK, Bizancio y el primado romano, Bilbao 1968, 86-90.

11 COD 32.

12 COD 99-100. En este canon se concede al obispo de esta sede el ordenar los obispos metropolitanos del Ponto, Asia y Tracia, además de los obispos de los futuros territorios evangelizados. Esta prerrogativa hoy día es ejercida o invocada por el actual patriarca ecuménico de Constantinopla, cuando tales territorios no dependen de un patriarcado canónicamente por él constituido o no se ubican dentro de sus fronteras.

ménico del año 381 para retirarse después a la soledad de Capadocia, y san Juan Crisóstomo (398-407), célebre por su elocuencia y ejemplo de rectitud moral, que le hizo acreedor del destierro.

A partir del siglo IV comienza la animosidad entre Roma y Constantinopla, motivada por la extensión de la jurisdicción de esta última a costa de las sedes de Alejandría y Antioquía, por las concesiones dogmáticas del emperador Zenón y del patriarca Acacio a los monofisitas, la crisis monoteleta y la controversia iconoclasta, el uso por el patriarca de Constantinopla del título de «ecuménico», cambios territoriales por los que se anexionaba el Ilírico oriental al imperio romano de Oriente o el establecimiento del poder oriental en la Italia meridional y en Sicilia, dependientes de Roma.

Desde el siglo VII se suceden distintas invasiones de los ávaros, persas, eslavos y búlgaros, para recalar en la conquista de la ciudad en 1203-1204 por la cuarta cruzada, en la que queda parcialmente destruida y saqueada13. En esta época Roma y Constantinopla, tras el luctuoso suceso del año 1054, ya se consideraban separadas. Es entonces cuando los adjetivos «católico» y «ortodoxo» se sustantivizan y sir ven para denominar a estas primeras iglesias de la cristiandad.

El 28 de mayo de 1453 Constantinopla cae en poder de los turcos. Desde entonces la importancia de Constantinopla fue paulatinamente decayendo, no así la dignidad de su sede, primera entre las iglesias ortodoxas.

Actualmente la ciudad de Estambul cuenta con unos cinco mil fieles ortodoxos. Gracias a su antigua jurisdicción sobre la diáspora que abarca la República monástica del Monte Athos en Grecia, Creta, América, Australia, Nueva Zelan-

13 En el año 1204 se introduce, junto al patriarca de Constantinopla, un patriarcado latino: comienza la lista con Tomás Morossini y termina con Pantaleón Giustiniani en 1261, siendo un total de siete patriarcas latinos residentes; posteriormente se convierte en un título honorífico hasta que es suprimido en 1772 (Cf G. ZANARIRI, Pape et Patriarches, París 1962, 183).

da y la mayoría de los países de la Unión europea, la población ortodoxa del patriarcado se acerca a los cinco millones de fieles ortodoxos, con 41 diócesis14.

Preside esta iglesia S.S. Bartolomé I, arzobispo de Constantinopla, nueva Roma y Patriarca ecuménico, desde el 2 de noviembre de 199115. El pasado 29 de junio de 1995 visitó a la Iglesia de Roma, a la que previamente había preparado el tradicional viacrucis que presidió el papa Juan Pablo II el Viernes Santo del año 199416.

Del Patriarcado ecuménico de Constantinopla dependen las autocefalías de Grecia y Chipre, cuyas primeras comunidades cristianas fueron fundadas por san Pablo. Grecia comienza a depender canónicamente de Constantinopla a partir del año 730 y alcanza la autocefalía —cuya cabeza eclesial es el arzobispo de Atenas— en 1833 a raíz de la liberación turca en 1829; Chipre perteneció canónicamente a Antioquía, pero tras el Concilio de Efeso se vincula también políticamente a Constantinopla hasta alcanzar en 1947 la autocefalía. Ambas iglesias autocéfalas reúnen 6.500.000 y 500.000 fieles respectivamente. Dependen también de este Patriarcado los fieles ortodoxos de la diáspora, presentes sobre todo en América, con un millón de fieles, y algunas comunidades en China y Japón.

 

2.2. Alejandría

La importancia de la ciudad de Alejandría en la antigüedad nace con la cultura helenista que la convierte en un foco cultural de primer orden, junto con Atenas y Antioquía. Este ambiente cultural se desarrollará más tarde, dando lugar a la

14 Bulletin-ENI n. 1 (15 de enero de 1996) 6-7.

15 Bartolomé Archondonis era metropolita de Filadelfia cuando fue elegido a los 50 años patriarca de Constantinopla. Nacido en Imbros (Turquía) el 12 de marzo de 1940, donde realiza sus primeros estudios, continuados en Estambul y en la escuela teológica de Halkis y completados en la Universidad Gregoriana de Roma, de la que es doctor en Derecho canónico.

16 Cf UUS 1.

llamada escuela teológica alejandrina, cuyos máximos exponentes fueron Clemente, su discípulo Orígenes y Dídimo el Ciego, apodado así por haber perdido la vista en sus años de infancia.

El origen de la comunidad cristiana de Alejandría es os curo, aunque es de suponer que pronto llegó el cristianismo. La tradición, según Eusebio, atribuye el origen de la iglesia alejandrina al evangelista san Marcos, discípulo del apóstol san Pedro, aunque históricamente no es constatable. Sin embargo hasta comienzos del siglo III no se dispone de datos exactos; silencio que ha venido interpretándose debido al carácter gnóstico que esta iglesia tuvo entonces por los manuscritos de Nag Hammadi, localidad egipcia donde fueron descubiertos en 1945.

Alejandría tuvo una participación destacada en los primeros concilios ecuménicos celebrados. Ya en el Concilio de Nicea del año 325, en el que participó san Atanasio como secretario de su obispo Alejandro y donde se establece la preeminencia de esta sede en el canon 6, se condena la doctrina de Arrio, nacido en Alejandría hacia el año 260. En el Concilio de Efeso interviene san Cirilo de Alejandría contra las tesis de Nestorio, obispo de Constantinopla y representan te de la escuela antioquena. Sin embargo, el Concilio de Calcedonia conoció la derrota de Dióscoro, patriarca de Alejandría (444-451) y marcó el inicio de su posterior decadencia.

Mérito de la escuela de Alejandría fue superar las tendencias gnósticas dominantes; para ello esta escuela se distinguió por la aceptación del platonismo como sistema filosófico y por una profundización en la sagrada Escritura que se traducía en una interpretación alegórica, la doctrina trinitaria de las tres hipóstasis y una subordinación de la humanidad de Cristo respecto de su divinidad; pero tuvo el contra valor de extremar la cristología y servir de soporte al incipiente monofisismo.

A partir del siglo IV y tras la celebración del Concilio de Calcedonia en que es depuesto Dióscoro, surge la escisión entre los partidarios del emperador (o melquitas) que pro movieron el Concilio de Calcedonia e impusieron a Proterio como patriarca, y los coptos que —junto con Dióscoro— no aceptaron las disposiciones calcedonenses. Surgen, así, las dos iglesias alejandrinas: la iglesia copta que abraza el monofisismo y la iglesia melquita u ortodoxa.

El año 638 llega a Alejandría la invasión árabe, lo que significa una mayor decadencia, debiendo añadir aún la devastación de sus templos y el sometimiento de esta iglesia a los invasores. En los siglos XVI-XVIII el número de ortodoxos se redujo bastante y su patriarca frecuentemente residió en Constantinopla17.

Actualmente el patriarcado greco-ortodoxo de Alejandría, distinto de los patriarcados copto y católico, está vacante por la muerte de su último patriarca, S.B. Parthenios Aris Koinidis, y lo componen cerca de 750.000 fieles. La jurisdicción de este patriarcado se extiende por toda Africa, especialmente en su zona norte, distribuido en unas doce diócesis.

 

2.3. Antioquía

Esta ciudad, capital de Siria, también revistió una importancia en la antigüedad cristiana. Fundada siglos antes de Cris to, era cabeza de la diócesis imperial de Oriente, por lo que tenía también una relevancia civil que pronto se extenderá a la eclesiástica.

A esta ciudad llega el evangelio y es aquí donde por vez primera los discípulos toman el nombre de cristianos (He 11,26) sin que sepamos si este calificativo provenía de las autoridades, del pueblo o de los fieles. Célebre esta ciudad, también, por el «incidente de Antioquía» entre Pedro y Pablo (Gál 2,11) poniéndose fin a la no obligatoriedad de la circuncisión para los cristianos provenientes de la gentilidad. La presencia de san Pedro en esta ciudad realzará la categoría de ser una sede apostólica18.

17 J. MEYENDORFF, La Iglesia ortodoxa ayer y hoy, Bilbao 1968, 135.

18 La Cátedra de san Pedro en Antioquía era celebrada, antes de la reforma del santoral del calendario romano de 1969, el día 22 de febrero, distinta de la Cátedra de san Pedro en Roma, celebrada el 18 de enero y que sirvió como punto de partida para enmarcar la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Actualmente, con categoría litúrgica de fiesta, se celebra la «Cátedra del apóstol san Pedro» el 22 de febrero y sin mención de lugar alguno.

La relevancia de esta iglesia se determinará en el primer Concilio de Nicea, en el ya mencionado canon 6, y siglos más tarde formará parte de la pentarquía, como colegio de cinco patriarcas. Entre tanto, en los siglos IV y V Antioquía vive en situaciones cismáticas, ya que estaba dividida en tres grupos con tres obispos: la minoría arriana con Euzoio, elegido obispo de Antioquía (360-375) para sustituir al de puesto Melecio (quien bautiza en el año 361 en el lecho de la muerte al emperador Constantino); una minoría antiarriana de observancia nicena con Paulino (ordenado obispo en el 362 y aunque es aceptado por Alejandría y Roma no logró el reconocimiento efectivo) a quien sucede Evagrio, y final mente una mayoría antiarriana de observancia no nicena con Melecio (quien muere en el 381 durante la celebración del Concilio primero de Constantinopla y los padres conciliares lo sustituyen por Flaviano, quien es reconocido por Roma y Alejandría). Esta situación es conocida con el nombre de «cisma de Antioquía» y no tardará en fraguar en escisiones aún mayores.

Importante fue también la escuela antioquena, rival de Alejandría. La tendencia antioquena, aristotélica, seguía una exégesis literal y una cristología donde se exaltaba la humanidad de Cristo. De esta iglesia se separa la comunidad persa que es nestoriana, con el catholicos de Seleucia-Ctesifonte (497-503) a la cabeza. Pocos años antes, en el 488, se sustrae a su jurisdicción el arzobispado de Chipre, basándose en que su origen apostólico se debe a san Bernabé. Este patriarcado fue debilitado por las herejías arriana y nestoriana, así como por el error monofisita.

En el año 637, con la llegada de los árabes, se debilita aún más, incluso en el siglo XIII su sede tuvo que ser trasladada a Damasco. La primera de las cruzadas conquista la ciudad de Antioquía y hasta se impone un patriarca latino: estos hechos sirvieron para que Occidente se tornara odioso al Oriente.

La presencia cristiana en Antioquía es variada y minoritaria, como consecuencia de que esta ciudad sirve de sede para varias jerarquías cristianas: además del patriarcado greco-ortodoxo, es sede también del patriarcado sirio-monofisita y de los patriarcados católicos de Antioquía de los sirios, de los greco-melquitas y de los maronitas.

El patriarcado greco-ortodoxo de Antioquía y de todo el Oriente se compone de medio millón de fieles, extendiendo su jurisdicción a 17 diócesis, casi todas ellas en el Medio Oriente y alguna en América. S.B. Ignacio Hazim, nacido en 1920, es su patriarca desde el 2 de julio de 1979.

 

2.4. Jerusalén

El último de los patriarcados que accede a la pentarquía es el de Jerusalén. Ciudad de capital importancia en la época romana, tanto para el pueblo judío como para el mundo cristiano y posteriormente para el Islam. Ciudad construida, arrasada y reconstruida varias veces, es santa para las tres gran des religiones monoteístas.

Jerusalén es considerada como la «iglesia madre», en la que se constituyó la primera comunidad cristiana y donde comenzó la predicación apostólica y también las primeras persecuciones. Allí fue martirizado san Esteban (He 8,1) y el apóstol Santiago (He 12,1-2), pero sobre todo Jerusalén es la ciudad en la que Jesucristo «padeció, murió, fue sepultado, resucitó y ascendió a la derecha del Padre», como sintetiza el símbolo de la fe.

Al frente de la primitiva comunidad cristiana estuvo Santiago el Menor hasta su martirio el año 62 por instigación del sumo sacerdote Ananos el Joven. Estos datos son conocidos por la información que proporciona Eusebio en su historia, así como la lista de sus obispos a partir del año 70: Simeón, Justo, Zaqueo, Tobías, Benjamín, Juan, Matías, Felipe, Séneca, Justo, Leví, Efrén, José y Judas.

La ciudad sufre varias destrucciones: la más conocida es la acaecida en el año 70, cuando el 10 de agosto es destruido el templo, y al mes siguiente arrasada la ciudad, hechos interpretados como cumplimiento de la palabra del Señor (Mt 24,1-2). Parece que los cristianos habían ido abandonando poco antes la ciudad, instalándose en Pella, y el sanedrín judío se trasladó a Jamnia.

El año 132 se sustituye el templo por un santuario en honor de Júpiter y es nuevamente arrasada la ciudad, llamándose después Aelia Capitolina en recuerdo del emperador Elio Adriano. La iglesia de Jerusalén se compone de cristianos que ya provienen de la gentilidad, al igual que sus obispos, conocidos gracias a Eusebio: Marcos, Casiano, Publio, Máximo, Juliano, Cayo I, Símaco, Cayo II, Juliano, Capitón, Valente, Doliquiano, Narciso, Dios, Germanión, Gordio, Narciso (2a vez), Mazabanes, Himeneo, Zabdas y Hermón, quien conoce la persecución de Diocleciano.

La importancia de la sede jerosolimitana la pone de relieve el canon 7 del Concilio de Nicea19, aunque siguió perteneciendo a la metrópoli de Cesarea, que a su vez dependía de Antioquía. Cuando se celebra el Concilio de Calcedonia adquiere el rango de patriarcado, sustrayéndose a la jurisdicción de Antioquía y anexionándose las tres provincias palestinenses de Cesarea, Escitópolis y Petra.

El 5 de mayo del año 614 los persas asedian y logran conquistar la ciudad, quienes llevan a Persia las reliquias de la pasión, aunque después fueron devueltas en tiempos del emperador Heraclio, quien festejó solemnemente el traslado. En el año 638, siendo patriarca Sofronio, llegan los árabes con el califa Omar al frente, y la cruz es trasladada a Constantinopla.

Con las cruzadas medievales se trata de reconquistar la ciudad a los árabes. La toma de la ciudad de Jerusalén el 2

19 Quia consuetudo praevaluit et antiqua traditio ut Heliae episcopus honoretur, habeat honoris consequentiam, salva metropolitani propia dignitate (COD 9).

de octubre de 1099 marca el inicio del Reino de Jerusalén con Godofredo de Bouillón (no como «rey», pues rehusó este título para sí en atención a Jesucristo, sino como defensor de la ciudad), a quien le suceden ocho reyes latinos (1100-1195). El actual patriarcado latino de Jerusalén se considerará heredero del patriarcado latino instaurado en la época de las cruzadas20.

La población ortodoxa del patriarcado de Jerusalén no llega a las cien mil personas, y su tendencia es decreciente. Abarca los territorios de Israel-Palestina y la circunscripción del arzobispado de Sinaí con menos de mil fieles ortodoxos. Al frente del patriarcado greco-ortodoxo está S.B. Diodoros Damianos Karivalis desde el 16 de febrero de 1981, nacido en Chíos en 1923. Jerusalén es, también, sede de los patriarcados latino y armenio, además de contar con los arzobispados copto, sirio y etíope, y los vicariatos patriarcales católicos de los greco-melquitas, maronitas y sirios. Tal cantidad de jerarquías, a las que habría que añadir los obispos anglicano y luterano, ofrecen en esta ciudad un mosaico de iglesias y ritos difícil de entender y difícil para entenderse21.

3. Las primeras escisiones

«Nos fijamos en las dos categorías principales de escisiones que afectan a la túnica inconsútil de Cristo. Las primeras tu vieron lugar en Oriente, ya por impugnación de las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Efeso y Calcedonia, ya más tarde, por la ruptura de la comunión eclesiástica entre los Patriarcados orientales y la Sede Romana»22.

20 El patriarcado latino de Jerusalén fue «restaurado» el 23 de julio de 1847 por la bula Nulla celebrior. Actualmente está regido por Michel Sabbat desde el 6 de enero de 1988, y cuenta con una población de 70.000 católicos latinos.

21 Como ejemplo de colaboración por parte de todas las jerarquías cristianas, véase el Memorandum de los responsables de las comunidades cristianas para discutir el «status» de la Ciudad Santa de Jerusalén, Boletín del Secretariado de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales 46 (1995) 12-14.

22 UR 13.

 

En efecto, disensiones siempre han acontecido en la ya larga historia de la Iglesia, desde la época apostólica hasta nuestros días. Las disensiones son fruto de la distinta manera de entender y reflexionar el misterio de Cristo en su Iglesia antes de lograr un consenso. Por eso las disensiones son su polo opuesto. Cuando las discusiones no acaban por lograr un asentimiento común terminan por absolutizarse y son un peligro para la unidad cristiana.

Las escisiones son algo más que unas simples disensiones. Suponen una gravedad y sobre todo son un atentado contra la unidad cristiana y acaban provocando una separación. Así sucedió en los primeros siglos de la Iglesia en que se formuló la fe cristiana, principalmente en los cuatro primeros concilios ecuménicos.

Las definiciones dogmáticas no eran compartidas en las celebraciones conciliares, por lo que una parte de la Iglesia terminaba por separarse sin mediar excomunión alguna. De esta forma en cada concilio se produce alguna escisión, ya que su finalidad primordial era delimitar la doctrina en fórmulas dogmáticas. Así ocurre con las negaciones arriana23 y macedoniana24, condenadas por los Concilios de Nicea y Constantinopla respectivamente.

Sin embargo, estas escisiones no llegarán al siglo VII y acabarán por desaparecer. Por el contrario, los Concilios de

23 Arrio, sacerdote alejandrino, sostenía que el Hijo estaba subordinado al Padre y en consecuencia no podía ser de su misma naturaleza. El Concilio I de Nicea afirma la «consustancialidad» del Hijo con el Padre, pero Arrio y dos obispos libios fueron condenados y deportados. Sin embargo otros obispos simpatizaron las tesis arrianas en mayor o menor medida. En el oriente siguieron grupos obstinados de arrianos, aunque divididos entre sí, hasta más allá de la mitad del siglo V; en el occidente, con la invasión de los bárbaros, se difunde la fe cristiana en forma arriana, hasta que a finales del siglo VI acaban por convertirse al catolicismo. En España se logra la unidad de fe con la conversión del rey visigodo Recaredo en el III Concilio de Toledo (589).

24 Macedonio, primero sacerdote y luego obispo de Constantinopla (342-360) hasta su deposición, empieza a difundir sobre el año 360 la no divinidad del Espíritu Santo, también conocidos como «pneumatómacos». Conde nada la enseñanza de Macedonio en el concilio de su ciudad episcopal en el año 381, el grupo de sus seguidores terminará por desaparecer a finales del siglo V.

Éfeso y Calcedonia son testigos de otras escisiones que aún perduran en nuestros días y que bien merecen un tratamiento especial: son los nestorianos y los monofisitas, o mejor aún: las llamadas Antiguas Iglesias de Oriente.


3.1. La Iglesia Asiria de Oriente

Se trata de la Iglesia separada más antigua: desde el año 431 con ocasión de la celebración del Concilio de Efeso. Esta iglesia es conocida como nestoriana, por tomar el nombre de Nestorio.

Nestorio, de formación antioquena, fue consagrado obispo de Constantinopla el año 428 y pronto empezó a disentir sobre el empleo de Theotokos (madre de Dios) referido a María, para sustituirlo por Christotokos (madre de Cristo). San Cirilo de Alejandría, con rivalidad antioquena, no veía con buenos ojos que la sede de Constantinopla la ocupara un antioqueno como Nestorio haciendo tales afirmaciones, por lo que ambos deciden acudir a Celestino, papa de Roma, quien resuelve en favor de san Cirilo. Nestorio acude al emperador, quien convoca el Concilio de Efeso, abierto el 22 de junio del año 431: los seguidores de san Cirilo deponen a Nestorio y éste a san Cirilo; sin embargo san Cirilo es repuesto en su sede mientras Nestorio se retira a un monasterio.

La doctrina nestoriana sobre la unión de las dos naturalezas en Cristo utiliza la expresión antioquena de prosopon (persona) en el que se unen las dos naturalezas y subraya la distinción para salvaguardar la «mezcla», por lo que fue acusado de dividir a Cristo en hombre y Dios. En el fondo de la cuestión se trataba de un vocablo inadecuado, unido a cuestiones personales, políticas y de rivalidad de escuelas. La escuela de Edesa, que el emperador Zenón mandó clausurar el año 498, fue el soporte de esta Iglesia, junto con los escritos de Diodoro de Tarso y Teodoro de Mopsuestia.

El nestorianismo se desarrolló en Mesopotamia, en la Asiria bíblica, de ahí la denominación de esta Iglesia. La parte sur de Mesopotamia se corresponde con la región caldea, por lo que también se la conoce con este adjetivo. En el año 486 el nestorianismo fue adoptado como la religión oficial de Persia, hoy Irán, siendo su dirigente el obispo de Seleucia-Ctesifonte, quien se denominará catholicos como título equivalente al de patriarca. Más tarde, el año 762 el catholicos traslada su sede a Bagdag. Desde 1940 tiene su sede en Estados Unidos, cerca de Chicago, con una membresía de 340.000 fieles distribuidos en dieciséis diócesis25.

La Iglesia Asiria de Oriente, tradicionalmente fundada con la predicación de santo Tomás y de sus discípulos Addai y Mari, conoció épocas de esplendor y logró penetrar por la «ruta de la seda» en la India y China; pero las guerras, las invasiones árabes, el contacto con el budismo y la fuerte emigración desde comienzos de este siglo la han sumergido en una dispersión total. A partir del siglo XV muchas diócesis de esta Iglesia de Oriente renovaron la comunión con Roma, para formar en el siglo XVI el patriarcado de Babilonia de los Caldeos. S.S. Mar Dinka IV Khanania, nacido en Irak en 1935, es su patriarca desde el 17 de octubre de 1976. Con él se ha iniciado el camino de diálogo con la Iglesia católica26.


3.2. Las Iglesias no calcedonenses

La celebración del Concilio de Calcedonia en el año 451 puso fin a una discusión cristológica, pero dio comienzo una nueva escisión en la Iglesia que se apoyaba en el monofisismo, y así son conocidas también las Iglesias llamadas monofisitas.

El monofisismo sostenía que en Cristo sólo hay una naturaleza (monos phisis) y no dos, la divina y la humana, como terminará por definirse en Calcedonia. El principal mentor fue Eutiques, un monje constantinopolitano, amigo

25 Cf el dossier Courrier Oecumenique du Moyen-Orient 24 (1994) 17. '6

26 UUS 62.

de san Cirilo de Alejandría y de su sucesor Dióscoro que, combatiendo a los nestorianos, enseñaba que antes de la unión hipostática había dos naturalezas, pero después de la unión resultaba solamente una.

En un concilio celebrado en Éfeso, llamado latrocinium ephesinum, prevaleció la enseñanza de Eutiques, apoyada por el patriarca Dióscoro de Alejandría. Poco después, en el año 451, se celebra un nuevo concilio, convocado por los emperadores Marciano y Pulqueria inicialmente en Nicea, pero finalmente trasladado a Calcedonia, que se inauguró el 8 de octubre y se clausuró el 1 de noviembre. Durante las sesiones se reponen en sus sedes a los depuestos dos años antes, se lee el Tomus ad Flavianum del papa León y otros escritos, para terminar promulgando que en Cristo hay una sola hipóstasis, pero coexisten las naturalezas divina y hu mana, sin confusión ni alteración27. Se había logrado un compromiso entre el difisismo de los antioquenos y el monofisismo de los alejandrinos.

En algunas regiones, como Siria y Egipto, el monofisismo era dominante y hasta hubo conatos de reconciliación. Ya a partir del siglo V el monofisismo estaba ampliamente extendido y consolidado, hasta que el emperador Justiniano, viendo que no consigue la paz religiosa, se decide a terminar con los obispos monofisitas; sin embargo en este empeño fracasó, ya que Jacobo Baradeo (j578), consagrado obispo de Edesa por Teodosio de Alejandría, se dedicó a ordenar obispos y a recomponer su organización, por lo que a esta iglesia se la conoce también con el adjetivo de «jacobita». Es entonces cuando los calcedonenses comienzan a ser llamados melquitas (del siríaco malka) o imperiales.

La invasión de los persas favoreció a los monofisitas y por contra perjudicó a los calcedonenses o bizantinos. En realidad, los Concilios II de Constantinopla (553) que condena los «Tres capítulos»28 y III de Constantinopla (680-

27 Horos o definición de fe calcedonense: COD 83-87.

28 Se trata de los escritos de Teodoro de Mopsuestia, de Teodoreto de Ciro y de Ibas de Edesa: COD 107-122.

681) condenando el monoenergismo y el monotelismo, no son sino consecuencias del monofisismo e intentos realiza dos en Ios siglos VI y VII para buscar una solución con los monofisistas.

Las invasiones árabes a partir del año 633 respetaron a los jacobitas que los consideraban como libertadores, y has ta parece probable que el profeta Mahoma conociera el cristianismo de corte monofisita. Pero ya en la Edad media el Islam terminará por perseguir a esta iglesia.

Las Iglesias no calcedonenses, o las Antiguas Iglesias de Oriente cabe recordar que son iglesias separadas por facto res lingüísticos y políticos más que por cuestiones de fe, que en su larga historia y en su desconocimiento han intervenido imperios e invasiones que las han apartado aún más del resto de la cristiandad. Se las puede aplicar otras características comunes con las iglesias melquitas o calcedonenses, que a partir del siglo XI se denominarán bizantinas, como el escaso número de diócesis y de fieles, la dispersión y emigración que han sufrido, y el compartir el rito y la sede con otras iglesias cristianas. Se adivina, pues, la fuerza del diálogo de la caridad con Roma, preludio de una profundización aún mayor del diálogo teológico.

Las Iglesias monofisitas o jacobitas tradicionalmente se componen de tres grandes grupos: el copto, el sirio y el armenio29, dando origen a las tradiciones alejandrina, antioquena y armenia que, junto con la caldea (de origen nestoriano) y la bizantina, conforman las cinco tradiciones orientales existentes.

29 La Iglesia católica firmó en el Concilio de Florencia la unión con los armenios mediante la bula Exsultate Deo (22 de noviembre de 1439), con los coptos por la bula Cantate Domino (14 de febrero de 1442), y con los sirios en la bula Multa et admirabilia (30 de noviembre de 1444). Véanse los textos de las citadas bulas en COD 534-589. Estos intentos fracasados darán pie a que algunos grupos más tarde vuelvan a la comunión católica.


a) La Iglesia copto-etíope ortodoxa

Esta Iglesia se considera heredera del cristianismo predica do por san Marcos, con la serie de obispos hasta el patriarca Dióscoro de Alejandría, principal defensor del monofisismo, y a quien le sigue una lista de patriarcas, distintos de los melquitas o bizantinos, hasta nuestros días.

De la Iglesia copta ortodoxa nació la Iglesia etíope ortodoxa, que tal vez ya había conocido el cristianismo según He 8,27: esta Iglesia etíope continuó dependiendo de Alejandría hasta 1936, porque ordenaba siempre a los obispos etíopes desde que Frumencio fuera ordenado obispo de Axum por Atanasio de Alejandría.

En la actualidad el abuna o patriarca etíope está al frente de esta Iglesia monofisita30. Sus actuales patriarcas son: S.S. Shenouda III, Papa de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos desde el 31 de octubre de 1971, y el Abuna Paulos Gäbroyohannes, Patriarca de la Iglesia ortodoxa de Etiopía, quien visitó al papa Juan Pablo II del 8 al 14 de junio de 1993. Los fieles de estas Iglesias son alrededor de seis millones dependiendo de Alejandría y catorce de Etiopía.

 

b) La Iglesia siro ortodoxa

Esta Iglesia tiene, también, una larga trayectoria monofisita, promovida por algunos emperadores bizantinos y por la emperatriz Teodora, viuda del emperador Justiniano. Fue esta Iglesia la que Jacobo Baradeo comenzó a organizar procediendo a ordenar numerosos obispos. Su momento más culminante, tras las invasiones de mongoles y árabes, fue en 1665 cuando el patriarca Mar Ignatios de Antioquía envió a la India a Mar Gregorios, que conquistó para la fe monofisita a los llamados «cristianos de santo Tomás» de fe nestoria-

30 Las Iglesias copta y etíope tienen ya iniciado el diálogo con Roma: cf A. GONZÁLEZ MONTES, Enchiridion Oecumenicum II, Salamanca 1993, 327-351; UUS 62.

na. Y a su vez, de esta Iglesia siro ortodoxa establecida en la India nacerán en 1912 la independiente Iglesia siria de la India y en 1975 la autónoma Iglesia malankar siro ortodoxa, dependiente de la Iglesia siro ortodoxa.

El actual patriarca de la Iglesia siro ortodoxa es S.S. Mar Ignacio Zakka I Iwas, Patriarca Siro Ortodoxo de Antioquía y de todo el Este desde el 14 de septiembre de 1980, quien ha visitado al papa Juan Pablo II31. Preside alrededor de 300.000 fieles.


c) La Iglesia armenia ortodoxa

Según la tradición, en Armenia Dios concertó su pacto con «Noé y con toda alma viviente y toda carne que hay sobre la tierra» (Gén 9,16). El origen del cristianismo se remonta a la tradición según la cual los apóstoles Judas Tadeo y Bartolomé evangelizaron la Armenia meridional y septentrional respectivamente. Sin embargo, parece que los primeros evangelizadores provenían de Siria y la conversión se logró con Gregorio el Iluminador.

La oposición al Concilio de Calcedonia se hizo oficial cuando en el concilio de Vagharshapat del año 491 se separa de Constantinopla esta Iglesia. Desde el siglo VII se operan varios intentos de reconciliación con la iglesia griega que apenas tendrán éxito.

Aunque las Antiguas Iglesias de Oriente conservan la institución patriarcal o el catolicado como equivalente, sin embargo la Iglesia armenia ortodoxa tiene actualmente dos catolicados como rango superior al de patriarca (Etchmiadzin —que en armenio significa «lugar del descenso del Unigénito»— y Cilicia) y dos patriarcados (Jerusalén y Estambul).

31 Las jerarquías de las otras dos Iglesias son: S.S. Baselius Mar Thoma Mathews II, Catholicos de la Iglesia siria de la India, y S.B. Baselius Paulose II, Catholicos de la Iglesia malankar siro ortodoxa, quien visitó al papa Juan Pablo II —junto con S.S.Mar Ignacio Zakka I Iwas— el 23 de junio de 1984, y tiene establecido el diálogo teológico con Roma (cf Enchiridion Oecumenicum II, 351-361).

La Iglesia armenia ortodoxa, denominada también Iglesia armenia apostólica, ha sufrido a lo largo de su historia sucesivas invasiones y persecuciones: los árabes en el año 636, más tarde los otomanos en la Edad media, y en este siglo Ios turcos y los soviéticos. Con estas persecuciones los seis millones de fieles están muy dispersos actualmente.

El catolicado de Etchmiadzin data de 1441 al desmembrarse del catolicado de Sis de Cilicia, y pasa a tener una especial primacía, aunque sin jurisdicción sobre otros. El catolicado de Sis data de 1293 cuando se fija la residencia del catholicos. Más tardíos son los patriarcados armenios de Constantinopla, creado en 1461 al ser autorizado por el sultán otomano Mohamed el Conquistador; el patriarcado armenio de Jerusalén se origina en 1311 como consecuencia de la no aceptación de las reformas decretadas en el sínodo de Sis de 130732.

También esta Iglesia ha iniciado el diálogo con Roma33 aunque con dificultades de tipo político, referidas a la República de Armenia en la extinta Unión Soviética.

 

4. La ruptura de la comunión
entre Ios Patriarcados

Los primeros siglos de la Iglesia fueron decisivos en orden a su crecimiento, fieles al doble mandato del Señor: «Id por el mundo entero y anunciad» (Mt 28,19; Mc 16,15), pero tam-

32 Las jerarquías de esta Iglesia son: S.S. Karekin I Sarkissian, Patriarca de Etchmiadzin y Catholicos Supremo de todos los Armenios desde el 4 de abril de 1995; S.S. Aram I Keshishian, Catholicos armenio de la Gran Casa de Cilicia (con sede en Antelias, Beirut) desde el 1 de julio de 1995; S.B. Torkon Avedis Manoogian, patriarca de Jerusalén desde el 23 de marzo de 1990, y Karekine Kazandjian, patriarca de los armenios en Turquía con sede en Estambul desde el 13 de octubre de 1990.

33 Enchiridion Oecumenicum II, 362-364. Recientemente, del 10 al 14 de diciembre de 1996, el Catholicos supremo de todos los armenios visitó la Iglesia de Roma y al papa Juan Pablo II. Cf su declaración común del 13 de diciembre de 1996 (L'Osservatore Romano 1996, 658). Siempre que se cite este rotativo, se entenderá la edición semanal en español.

bién «que sean uno» (Jn 17,21). La Iglesia, pues, se va ex tendiendo a lo largo y a lo ancho del Imperio romano y traspasa sus fronteras. Pero también, la Iglesia es consciente de la necesidad de organizarse y aún más, de presentar el evangelio de forma que la misma fe cristiana fuera expresa da de palabra y de obra entre los más variados pueblos y culturas. Esta tarea es la misma, hoy como ayer, como también mañana.

Durante el primer milenio, y en concreto, en los primeros tiempos, la Iglesia tuvo que defender la fe ortodoxa cuando se ponía en peligro de no profesarla o profesarla de manera deficiente. La aparición del gnosticismo o de las primeras herejías, por ejemplo, motivó, como mejor forma de defender la fe, la exposición de la misma y su formulación expresada en el símbolo de la fe.

Toda la Iglesia estaba unida en la misma fe, a la par que celebraba los mismos sacramentos y vivía el gobierno en la comunión del amor. Estas tres funciones cumplieron ampliamente los primeros concilios celebrados: dogmáticamente definían las verdades de fe, litúrgicamente reglamentaban Ios ritos, y canónicamente ordenaban la disciplina eclesiástica. La primera de las tres funciones fue la que más resaltó en los concilios celebrados tanto en Oriente como en Occidente. En ellos se representaba la Iglesia universal, y en los concilios particulares una porción más o menos extensa de la Iglesia. De esta forma los obispos que presidían las dis tintas iglesias se consultaban sobre todo en cuestiones de fe y de disciplina.

En el capítulo precedente se ha observado que, junto a la exposición de la fe, existieron escisiones motivadas por la distinta comprensión de la fe, provocadas por el empleo de un vocabulario propio de una lengua o de una escuela con creta. Es interesante señalar que las primeras escisiones llegadas hasta nosotros se producen por la impugnación de las fórmulas dogmáticas de los Concilios de Efeso y Calcedonia, según atestigua el número 13 del decreto conciliar Unitatis redintegratio. Con anterioridad, recordaba el decreto la forma correcta de expresar o exponer la fe, señalando la pedagogía ecuménica de un ordo o jerarquía de verdades34, como también saber distinguir entre el depósito de la fe y la formulación con que se expresa35. En este sentido cierta mente el diálogo con las Antiguas Iglesias de Oriente, lejos de afirmar divergencias, se han producido convergencias in sospechadas, como lo ponen de relieve los documentos firmados que el Papa menciona en su última encíclica36.

De las controversias cristológicas de los cuatro primeros concilios ecuménicos, la Iglesia salía fortalecida en la profesión de la misma fe y robustecida en el ejercicio del gobierno.

Concluido el Concilio de Calcedonia, las cuatro Iglesias orientales más insignes van a ser, junto con la primera Iglesia y con ella a la cabeza, la expresión de toda la ecumene de la Iglesia católica: Roma en Occidente, y Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén en Oriente. Estas iglesias insignes son «como madres en la fe que dieron a luz a otras como hijas»37.

Las prerrogativas de las cinco iglesias patriarcales por su configuración imperial y su vinculación apostólica terminan por contagiar a quien las preside. Roma estaba a la cabeza de las iglesias presidiendo en la caridad, en frase feliz y célebre de san Ignacio de Antioquía. San Pedro era el primero de los apóstoles, pero no aparece como el principal y menos aún como príncipe, según las listas de los Doce38, sino como el portavoz. En consecuencia, los obispos que presidían estas iglesias patriarcales expresaban la universalidad de la Iglesia y ejercían a través de la pentarquía una forma eximia de colegialidad.

34 UR 11; UUS 37.
35
UUS38y81.
36
UUS
62-63.
37 LG 23.
38 Mt
10,2-4; Mc 3,16-19; Lc 6,14-16; He 1,13; 1Cor 15,5-9.


4.1. La gestación de la ruptura

Con la celebración conciliar de Calcedonia sale reforzada la misma fe que todos los cristianos ortodoxos han de profesar; sin embargo, ya se advierte en este concilio la tensión entre Roma, el primer patriarcado de todos y único en Occidente, y Constantinopla, el primer patriarcado de Oriente. Esta tensión se manifestará en la votación del canon 28 y en las posteriores intromisiones imperiales en materia dogmática.

El emperador Zenón, y también Justiniano, provocarán escándalo entre los cristianos al hacer concesiones dogmáticas a los monofisitas. En realidad hay que afirmar que fue ron intentos por hacer aproximaciones y ganar a cuantos estaban fuera de la ortodoxia cristiana, lo que significa el deseo de la Iglesia por hacer desaparecer actitudes y situaciones claramente sectarias. Pero la verdad no se la puede devaluar u ocultar, no puede ser objeto de una transacción39

También los emperadores Heraclio y Constante II intervienen en las controversias del monotelismo y monoenergismo, como intentos realizados en los siglos VI y VII por hallar un compromiso entre el monofisismo y el difisismo calcedonense. Roma condenó en un concilio particular celebrado en Letrán el año 649 por el papa Martín 1 la doctrina monoteleta y el Typos imperial de Constante II, lo que le valió al papa ser capturado y llevado a Constantinopla para ser después deportado a Crimea, donde fallece el año 655. Más tarde, el sexto Concilio ecuménico celebrado en Constantinopla (680-681), denominado también trullano (por la

39 «No se trata en este contexto de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir de ellos palabras esencia les, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad» (UUS 18). En este sentido hay que recordar el falso irenismo como enemigo de la verdad, sin olvidar que el diálogo teológico o el diálogo de la verdad es esencial en el compromiso ecuménico.

cúpula que tenía la sala conciliar), definirá que en Cristo existen dos voluntades y dos operaciones inseparables.

Poco después, en el año 692, convocado por el emperador Justiniano II, se celebra otro concilio trullano en Constantinopla, llamado «quinisexto» por completar en materia disciplinar los dos concilios constantinopolitanos precedentes. Este concilio no fue aceptado por Roma, representada por tres delegados, por la simple razón de sancionar usos o tradiciones orientales (el matrimonio de diáconos y presbíteros, y los derechos de Constantinopla, recogidos en los cánones 13 y 36 respectivamente). Poco a poco van a ser las cuestiones disciplinares y litúrgicas, y no las dogmáticas, las que van a ir creando una atmósfera de incomprensión entre Roma y el Oriente donde se subrayan más las diferencias, y no se tardará en buscar razones dogmáticas a unas cuestiones disciplinares para afirmar que Roma se des vía de la recta ortodoxia.

Otro momento importante que enfrentó a Oriente y Occidente durante un siglo fue la disputa sobre la veneración de los iconos (eikon) o imágenes sagradas. Ya el concilio quinisexto se ocupó de la veneración de la cruz, de la representación humana de Cristo y de la decencia del arte sacro. Aun que se ignora cuándo comenzó el culto a las imágenes, lo cierto es que la disputa iconoclasta tuvo lugar en Oriente. La iconoclastia se basaba en la prohibición mosaica, y en consecuencia pedía destruir las imágenes o iconos. A esta causa se sumaba el hecho de que Bizancio estaba situado entre dos pueblos anicónicos: los judíos por un lado y los musulmanes por otro40

La controversia iconoclasta comienza el año 725 con el emperador León III Isaúrico, seguida por su hijo Constantino V Coprónimo, quien convoca un concilio iconoclasta en el año 752 que decreta la destrucción de los iconos y persigue a los partidarios del culto. Esta situación prosigue hasta que el Concilio II de Nicea es convocado por el emperador Constantino VI y su madre Irene, se revoca el concilio ico-

40 Éx 20,4-5; Dt 5,8-9; Corán 17,22 y 39.

noclasta del 752 y se justifica el culto a las imágenes41. Años más tarde, en el 813, León V el Armenio y sus suceso res renuevan la iconoclastia, hasta que en el 843 la emperatriz Teodora restablece el culto, y en su conmemoración se instituye la «fiesta de la ortodoxia» el primer domingo de la cuaresma bizantina. Las dos crisis iconoclastas sirvieron para profundizar en la teología del icono y el carácter sacramental por su vinculación con la representación y ser expresión de la fe y del culto.

En todos estos hechos que se van sucediendo a lo largo de la segunda mitad del primer milenio, surge con fuerza la pentarquía, como forma colegial de los cinco patriarcados, donde Roma tenía un puesto claro y clave de coordinación. La desaparición del Imperio romano en Occidente el año 476 y la actuación de los emperadores romanos de Oriente poco a poco van a sembrar de desconfianza las intervenciones papales y de intrusismo las actuaciones imperiales. No cabe duda que la pentarquía resaltaba, además, el aspecto sinodal tan estimado en Oriente y la universalidad de la Iglesia subrayada en Occidente frente a un imperio cada vez más decrépito y acosado por invasiones, como el Islam incipiente. La pentarquía era comparada con los sentidos del cuerpo humano, en el que Roma representaba la vista42, así como otros simbolismos de no menor profundidad, referidos a los cuatro patriarcados orientales43

41 Horos y anatematismos, COD 133-138.

42 «Así como Cristo ha colocado en su cuerpo, es decir, la Iglesia, un número de patriarcas, igual al de los sentidos del cuerpo humano, nada faltará al bienestar de la Iglesia cuando estas sedes tengan una misma voluntad, lo mismo que nada falta al funcionamiento del cuerpo si los cinco sentidos son intactos y sanos. Porque entre ellos la sede de Roma tiene la primacía, se la ha comparado muy acertadamente con la vista, que entre todos los sentidos es el primero por ser más vigilante y por quedarse más que ningún otro en comunión con todos los demás» (ANASTASIO EL BIBLIOTECARIO, antipapa [855], en Mansi XVI, col. 7).

43 Los cánones árabes del Concilio de Nicea, que datan de los siglos V y VI mencionan la analogía de los cuatro ríos: Et sint in universo mundo patriarche quator tantum, quemadmodum sunt scriptores Evangelii quator, et flumine quator, el elementa quator, et anguli quator, el venti quator, et compositio hominis quator, quoniam hisce quator universus constituitur orbis. (Cf R. VANCOORT, Patriarcats, en DTC XI/2, col. 2271).

Otros factores tampoco propiciaron un mayor y mejor entendimiento entre Oriente y Occidente, entre Roma y Constantinopla. Donde no hay entendimiento ni cauces que lo fomenten acaba por reinar el desentendimiento y el diálogo se sustituye por la ignorancia recíproca para terminar en monólogo.

No se puede negar la importancia que la geografía juega en este momento. A partir de Justiniano se suceden varias invasiones de lombardos, ávaros y eslavos que acaban arrasando la diócesis «puente» del Ilírico44.

La liturgia, y en concreto la adición del Filioque al símbolo de la fe, fueron llenando de reproches las escasas relaciones. Surge la «pretendida» fidelidad evangélica en el uso del pan ácimo, pero lo que sirvió de enfrentamiento fue cómo las tradiciones griega y latina sobre la procesión del Espíritu Santo se excluyeron y se absolutizaron. El Filioque fue confesado en Occidente a partir del siglo V por el llamado símbolo atanasiano y por los concilios toledanos, pero sin ser introducido45; aparece en las actas de los concilios de Aquilea (año 796) y de Aquisgrán (año 809). El papa León III (795-816) se opuso a este desarrollo y, preocupado por conservar la unidad con Oriente, mandó grabarlo en latín y griego en dos tablas en la basílica de San Pedro sin el Filioque. Roma lo introducirá en la versión latina del Credo el año 1014.

Con el Filioque, la tradición oriental expresa, en primer lugar, el carácter de origen primero del Padre con relación al Espíritu Santo; la tradición occidental expresa, en primer lugar, la comunión consustancial entre el Padre y el Hijo

44 Esta diócesis se extendía desde el Danubio al Adriático y era la única zona terrestre de comunicación Oriente-Occidente. Hoy día se corresponde con las repúblicas de la ex-Yugoslavia, que todavía sirven de línea de división entre el este y el oeste. Se hubiera podido evitar el distanciamiento, en opinión de Dvornik, de no haberse destruido este puente por la descristianización a que estuvo sometido y que provocó una inicial incomunicación (F. DVORNIK, O.C., 78).

45 El obispo palentino Pastor, desterrado por Teodorico y muerto en Orleans, parece que fue el primero en España en emplear el término Filioque ya en el siglo V.

diciendo que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque). Esta legítima complementariedad, si no se desorbita, no afecta a la identidad de la fe en la realidad del mismo misterio confesado46.

El pontificado romano, en esta época de finales del primer milenio, coincide con la controversia fociana. Siendo papa Nicolás I (858-867), es elegido patriarca de Constantinopla el monje Ignacio, quien tuvo roces con el emperador Miguel III a raíz de negar la comunión a un tío del emperador que cohabitaba con su nuera. El emperador depuso en el año 858 al patriarca Ignacio sin conocimiento del papa y nombró al laico Focio. Cuando Focio, tras recibir las órdenes, pide ser confirmado por el papa, este envía legados a Constantinopla para que le informen de la situación creada, pero los legados con firman en un sínodo la elección de Focio.

Enterado el papa Nicolás I de lo ocurrido, censura la actuación de los legados y declara la legitimidad patriarcal de Ignacio, siendo depuesto Focio por Basilio 1 en el año 867 y repuesto Ignacio; pero a la muerte de éste en el año 878 vuelve a ocupar el patriarcado hasta que en el 886 definitivamente fue apartado por el emperador León VI el Sabio, y muere reconciliado con Roma en el año 891. En medio de estas deposiciones y reposiciones se celebra el Concilio IV de Constantinopla (869-870), no recibido en Oriente, que condena a Focio por «neófito e invasor»47, aunque años más tarde será repuesto y reconocido en carta del papa Juan VIII (872-882) al emperador48.

46 L'Osservatore Romano (1996) 21-22: «Las tradiciones griega y latina con respecto a la procesión del Espíritu Santo». Se trata de un estudio realizado a petición del papa Juan Pablo II como colaboración al diálogo entre Roma y Constantinopla.

47 C. 2: COD 167.

48 «Os hemos enviado nuestros legados a fin de que puedan ejecutar nuestra voluntad, aunque vuestra piedad, al restaurar a Focio, se nos ha adelantado. Pero lo aceptamos, no por nuestra propia autoridad, aún cuando tenemos poder para hacer, sino para acatar las instituciones apostólicas... Por lo tanto, valiéndonos de la autoridad de Pedro, príncipe de los apóstoles, os anunciamos juntamente con toda nuestra Iglesia, y a través de vos anunciamos a nuestros amados hermanos y concelebrantes, los patriarcas de Alejandría, de Antioquía y de Jerusalén, a Ios demás obispos y presbíteros, así como a toda la Iglesia de Constantinopla, que estamos de acuerdo con Vos...» (cf Mansi XVI, col. 400).

La terminación del primer milenio coincide con el comienzo de la «edad de hierro» en los papas de Roma. El feudalismo y las investiduras redujeron la sede romana al capricho de unas familias y a pontificados muy breves por causas violentas a la par que indignas49.


4.2.
Una fecha desgraciada

El comienzo del segundo milenio viene marcado por el progresivo distanciamiento entre Roma y Constantinopla, distanciamiento provocado por el enfriamiento del amor, donde «no preside la caridad» en Roma, y en Constantinopla no reina la «con cordia». En este contexto ha de analizarse la tristemente célebre fecha del año 1054.

Generalmente casi todos los libros de historia de la Iglesia presentan el año 1054 como la fecha en la que tuvo lugar la separación oficial entre Roma y Constantinopla, año en que el mundo cristiano empezó a llamarse bizantino o latino, ortodoxo o católico. La fecha en cuanto tal es importan te por cuanto marca una pauta y por el significado que en cierra, pero no parece que pueda presentarse como el momento —y menos de manera oficial— de ruptura entre las Iglesias de Roma y Constantinopla. Hasta ahora puede afirmarse que Roma era «ortodoxamente» católica y Constantinopla «católicamente» ortodoxa. A partir de esta fecha es tos dos adjetivos se convierten en sustantivos y van a servir para denominar dos Iglesias hermanas.

La situación de Constantinopla era delicada en los comienzos del segundo milenio: prácticamente era el único patriarcado que aún no había caído bajo el Islam. Recuérdese que en Alejandría los árabes se hacen presentes en el año

49 Durante el siglo X hubo 24 papas y tres antipapas; durante el siglo XI tenemos 22 papas, tres antipapas y un papa (Benedicto IX) que lo ejerció tres veces. Entre las crisis de Focio y Cerulario, que abarca los años 858 al 1054 —dos siglos— hay 49 papas, con una media de cuatro años de pontificado por cada uno.

638, en Antioquía el 637, y en Jerusalén el 638 y poco antes los persas en el 614: habrán de pasar todavía algunos siglos para que la expansión del Islam no acabe por vencer en Constantinopla.

En Roma se inicia el segundo milenio con un movimiento de reforma que refuerce la unidad cristiana, tan debilitada por las actuaciones imperiales tanto en Oriente como en Occidente, que habían degenerado en una pérdida de prestigio en el pontificado romano. Este movimiento de reforma se quiere imponer de una manera efectiva; sin embargo no parecía ser una reforma que buscara la identidad propia de la Iglesia, sino que aparecía como imposición de unas costumbres de la Iglesia de Roma que lógicamente iban a chocar con unas costumbres o usos orientales.

Siglos antes, sobre todo a partir del concilio quinisexto del año 692, venían sancionándose usos contrarios a la disciplina romana (el celibato de diáconos y presbíteros, el uso del pan ácimo, los ayunos y el canto del aleluya, y más tarde el tema del Filioque). A la reforma papal se sucede la contrarreforma patriarcal. En el fondo de la cuestión se que rían imponer las costumbres de la tradición latina, invocan do que Roma es la madre y maestra de todas las iglesias. En definitiva, se identificaba la tradición latina no con la Iglesia de Roma, sino con la Iglesia católica, por lo que en vez de conseguir la unidad se imponía la unicidad50

En medio de esta situación, parece que hay que interpretar la fecha del año 1054: el papa León IX decide enviar una legación a Constantinopla, cuyo patriarca era Miguel Cerulario, con el fin de supervisar si la reforma romana había llegado. La excomunión ahorra todo comentario51.

50 Ejemplo en España fue la supresión de la liturgia hispana, por carta de Gregorio VII (1073-1085) a los reyes Alfonso de León y Castilla y Sancho de Aragón: «No de la toledana, ni de cualquier otra, sino de la Iglesia romana es de donde habéis de recibir la liturgia y el rito... Haciéndolo así, no seréis una nota discordante en el concierto de los reinos de occidente y septentrión...» (citado por J. BOHAJAR-I. FERNÁNDEZ DE LA CUESTA, Hispana, Liturgia, en D. SARTORE-A. M. TRIACCA-J. M. CANALS, Nuevo Diccionario de Liturgia, Madrid 1987, 959).

51 Cf Apéndice 1.

La bula de excomunión fue depositada en el altar del primer templo constantinopolitano, la basílica de Santa Sofía, el 16 de julio de 1054: iba dirigida no a la iglesia de Constantinopla, sino contra su patriarca y el pueblo bizantino. Una semana más tarde, el 24 de julio, el Sínodo permanente condena, no a la Sede romana, sino la actitud de la legación52.

¿Qué validez puede tener la excomunión romana? Es difícil determinarlo. El papa León IX había fallecido el 19 de abril de dicho año, en cuyo caso se pueden plantear varias hipótesis: parece verosímil que los legados tuvieran conocimiento de la muerte del papa, y en este caso: o actuaron por su cuenta, con lo que la excomunión no tiene carácter oficial, o actuaron autorizados por la sede vacante y tendría un carácter oficioso; o también: que tal actuación posteriormente con tara con la aprobación tácita del papa Víctor II, que comienza el pontificado el 16 de abril de 1055. Otra opinión probable es que los legados ya llevaran redactada la excomunión conocida por el papa León IX y le sería entregada al patriarca Miguel Cerulario si no daba muestras de arrepentimiento. En todo caso, es una cuestión históricamente oscura53

La importancia de lo acaecido en esta fecha histórica está en el valor psicológico de constatar que dos iglesias son incapaces de dialogar. Los prejuicios recíprocos, las inexactitudes y las suspicacias que se contenían en el acta de excomunión hacían prueba fehaciente de la existencia de unos ánimos enconados.

Este incidente, pues, por muy grave que haya sido, marca una fecha histórica para recordar y ecuménicamente para olvidar. Se le ha presentado también como una tentativa fracasada de unión: la legación, que debería haber servido de enlace entre ambas sedes, sólo sirvió para acrecentar una ruptura que desgraciadamente aún perdura.

52 Cf Apéndice 2.

53 Los documentos del 7 de diciembre de 1965 (Declaración conjunta, Breve apostólico y Tomos patriarcal) no entran en la cuestión: se emplean los verbos desaparecer, borrar y desterrar respectivamente, sin usar los verbos invalidar, anular o sus equivalentes (cf TA 127-129).

 

4.3. La confirmación de la falta de comunión

La fecha del año 1054 afectó a las jerarquías de Roma y Constantinopla, y puede afirmarse que el pueblo no percibió el alcance y sus consecuencias, ya que los contactos entre Oriente y Occidente se sucedieron.

Durante dos siglos, desde las excomuniones hasta las cruzadas, prácticamente todos los papas eran conscientes de que lo ocurrido afectaba paulatinamente a unas iglesias, y por ello las negociaciones y los deseos de reconciliación eran compartidos también por los emperadores orientales.

En la época previa a las cruzadas se puede afirmar que no había conciencia de cisma, pero también —y es más correcto— se puede afirmar que había falta de comunión. Tal vez aquí, en la constatación de la falta de comunión por parte del pueblo cristiano, radica la separación entre Oriente y Occidente, entre Roma y Constantinopla, pero este hecho sólo puede ser probado a partir de las cruzadas.

Ciertamente existían dificultades para establecer, o mejor, para restablecer un diálogo de la caridad entre las dos primeras sedes de la cristiandad. Los pontificados eran cortos, por lo que si un papa estaba dispuesto a restablecer la armonía, ésta, si existía, era efímera. Por ello es frecuente que se sucedan varios intentos de diálogo, tantos que ninguno reviste especial significación54. Por parte de los emperadores bizantinos también se pedía el diálogo con Roma, pero también las tentativas fracasaban porque el diálogo llevaba el precio de unos intereses políticos en la búsqueda de seguridad ante la amenaza turca para Constantinopla.

Durante el siglo XII se celebran en Roma los primeros concilios generales, considerados como ecuménicos en Occidente, denominados Lateranenses I (1123), II (1139) y 111 (1179): en todos ellos se tocan asuntos disciplinares y se

54 Autores, como Dvornik, hablan de distintas negociaciones bajo los pontificados de Víctor II (1055-1057), Esteban IX (1057-1058) y Alejandro II (1061-1073) (cf F. DVORNIK, O.C., 141; J. MEYENDORFF, O.C., 57).

silencia la situación con el Oriente. Solamente el Lateranense IV (1215) tratará algunos temas orientales55

Las cruzadas, como movimiento de la cristiandad occidental para recuperar al Islam los santos lugares, fueron una buena ocasión de acercamiento y ayuda a los orientales. El Islam dividió de hecho a la Iglesia, haciéndola desaparecer del norte de Africa, y favoreciendo que Constantinopla tratara de reagrupar bajo su autoridad a aquellos cristianos de otros patriarcados bajo el dominio musulmán. La cuarta cruzada tuvo buenos comienzos y pésimos resultados: la toma de Constantinopla por los cruzados en 1204, su saqueo y la sustitución del patriarca por uno latino. Estuvo precedida por la persecución a los latinos de Constantinopla el año 1182. Si algún vestigio de unidad quedaba, desapareció en esta época, por lo que en Constantinopla se constata la falta total de comunión con Roma y de identificación con el papa. Fue una latinización impuesta, con lo que Roma se hizo odiosa a los ojos de Oriente. Después del año 1204 la falta de comunión se consumó en cisma.

El resto de las iglesias patriarcales de Oriente ya estaban desde hacía siglos bajo el dominio musulmán. El ejemplo dado por los cruzados en la toma de Constantinopla y el incidente del año 1054 inclinaron la unión de los patriarca dos orientales más con Constantinopla y menos con Roma.

 

4.4. Los intentos por restablecer la unión

Nunca la Iglesia ha dejado de intentar la unión, aunque a la postre los resultados no hayan sido satisfactorios. Ello viene a probar que en Roma hay constancia de cisma y se desea que ambas Iglesias vuelvan a recobrar la paz y la unidad. A los atentados contra la unidad van a corresponder los intentos por restaurarla, ya que la unidad nunca ha sido aniquilada56

55 Constitución 4: «De la soberbia de los griegos contra los latinos»; constitución 5: «De la dignidad de los patriarcas» (COD 235-236).
56 Cf DE 18.

Además, entre Roma y Constantinopla existen ciertos elementos o vínculos compartidos, como subrayan el decreto sobre el ecumenismo (nn. 14-18) y el actual Directorio (n. 122), junto con otras cuestiones peculiares, dignas de ser tenidas en cuenta:

«Por ello, el sacrosanto Sínodo exhorta a todos, pero principalmente a aquellos que desean trabajar por la instauración de la deseada comunión plena entre las Iglesias orientales y la Iglesia católica, a que tengan la debida consideración de esta peculiar condición de las Iglesias que nacen y crecen en Oriente y de la índole de las relaciones existentes entre éstas y la Sede de Roma antes de la separación, y a que se formen una recta opinión sobre todas estas cosas»57.

En efecto, el primer intento por restablecer la unión fue la latinización impuesta. No tuvo éxito, ni podía tenerlo, porque se confundía unidad en la fe con unicidad de disciplina, sin respetar la rica variedad eclesial existente entre las Iglesias de Oriente y Occidente. Además, la latinización se convirtió en el único punto de vista de la Iglesia católica, con lo que vino a identificarse la iglesia de tradición latina con la Iglesia católica en su conjunto. Esta visión unitaria fue impuesta en aras de la unidad eclesial, pero tuvo el defecto de no respetar la variedad y diversidad, características patrimoniales de la Iglesia católica, que vive y se concreta en pueblos y culturas, en razas y lenguas.

Este proceso de latinización, vigente a lo largo de la Edad media, no tuvo un inicio o un término exacto. Como todo proceso se va gestando y hasta va desapareciendo. Como quiera que la latinización fue paradigma de la Iglesia católica durante siglos y estuvo fuertemente subrayado, significa que la tentación de latinizar siempre puede aparecer. La Iglesia católica no debe ni puede renunciar a la tradición latina por grande que sea, sino presentarla en el conjunto de sus tradiciones, como tampoco ni debe ni puede renunciar a otras tradiciones orientales por pequeñas que fueren. Así se pone

57 UR 14; este texto también es citado por UUS 50.

de relieve la unidad de la Iglesia de Cristo, rica en variedad58.

La conciencia de la separación entre Oriente y Occidente se puso de manifiesto en la celebración de los concilios ecuménicos medievales, así llamados por la Iglesia católica pero no compartidos por el Oriente, no porque no se hubieran allí celebrado, sino porque en ellos se trataron temas disciplina res concernientes a la reforma romana o latina. En estos concilios, más exactamente calificados de «generales», el tema de la separación comienza a estar presente.

Los concilios medievales celebrados, cuando trataban te mas controvertidos entre Oriente y Occidente, también han de ser considerados como otros intentos por reparar la uni dad eclesial. El primero en hacerse eco de la separación fue el Concilio IV de Letrán (1215), cuando menciona la abominación de los sacerdotes latinos por los griegos, porque éstos no querían celebrar en los altares donde hubieran celebrado aquéllos, o el hecho de rebautizar los griegos a los ya bautizados por los latinos, o que no haya más que un obispo en cada diócesis aunque coexistan diversos ritos, en referencia al patriarca de los maronitas y al legado del patriarca de Alejandría, presentes en el Concilio59

En el Concilio 1 de Lyon (1245), al que asistió el emperador latino de Constantinopla, no estuvo presente ningún obispo oriental, debido en gran parte a las invasiones de los tártaros y a la situación creada por el Islam en Oriente60. Aunque no trató ningún asunto oriental, se sabe que el papa consideraba el cisma de los griegos y la situación del imperio latino de Constantinopla como una de las cinco llagas que aquejaban al papa y a la cristiandad.

Realmente el primer concilio que tiene como finalidad la unión con los griegos es el Concilio II de Lyon (1274). A él asiste el emperador Miguel VIII Paleólogo, así como los

58 LG 13; UR 14; OE 2.
59 Concilio IV de Letrán, constituciones 4 y 9: COD 235-236 y 239.
60
Constituciones 2 y 4: COD 295-297.

patriarcas latino y griego de Constantinopla. El séquito del emperador lo formaba el senador imperial Jorge Acropolita, el antiguo patriarca de Constantinopla Germán III, el metropolita Teófanes de Nicea y dos oficiales de la corte. En la sesión cuarta se determina la unión de las Iglesias latina y griega, contenida en la profesión de fe de Miguel Paleólogo61: en ella se justifica la terminología del Filioque, se de creta el uso del pan ácimo en la tradición latina, el primado romano y otras cuestiones. Con la profesión de fe firmada y afirmada, se creía haber conseguido la unión; sin embargo, el resultado fue adverso.

Con la llegada a Constantinopla de la embajada imperial se proclamó la unión y se nombró patriarca a Juan Beccos, que había participado en el concilio. El emperador Miguel VIII Paleólogo logra mantener la unión en el corto espacio de seis años, durante los cuales se suceden cinco papas que no cesan de complicar a los bizantinos con sus exigencias y desconfianzas. Al fin el patriarca es depuesto y el emperador es excomulgado como protector de la herejía y del cisma el 18 de noviembre de 1281 por el papa Martín IV (1281-1285). La unión caduca se debió en gran parte a que no hubo diálogo en el concilio y el pueblo no estaba aún preparado.

El Concilio de Vienne (1311-1312) no trata el tema de la unión, aunque se quiso proponer, como forma de acabar con el cisma griego, la toma de Constantinopla y el aprendizaje del griego para convertir a los cismáticos.

Ciertamente el mayor esfuerzo por la unión se logró en el Concilio iniciado en 1431 en Basilea, trasladado a Ferrara en 1438, después en Florencia en 1439, para recalar final mente en Roma en 1443. Hay que hacer notar que se trata de un sólo concilio, denominado generalmente de Florencia, por ser esta la ciudad en que se trataron los temas concilia res más sobresalientes y con el mismo papa al frente, Eugenio IV (1431-1447). La razón de los traslados hay que bus-

61 Dz 461-466.

carla en la facilidad para asistir los griegos, y al final en las motivaciones económicas.

Al Concilio de Florencia acuden el emperador Juan VIII Paleólogo, el patriarca de Constantinopla José II, el metropolita Marcos Eugénicos de Efeso, el arzobispo Bessarión de Nicea, el metropolita Isidoro de Kíev, el laico Jorge Scholarios (que más tarde figurará como patriarca de Constantinopla con el nombre de Gennadios), y algunos más. Una representación al más alto nivel.

Por primera vez se delimitan los puntos a tratar (procesión del Espíritu Santo, la celebración eucarística, el purga torio y el primado del papa), la forma de hacerlo (mediante grupos de discusión compuestos por jerarquía y teólogos) y una comisión mixta, representada por Bessarión y Marcos Eugénicos de parte griega, y los cardenales Cessarini y Tor quemada de parte latina.

La mayor discusión se centraba en el Filioque, si era adición o explicación, y en medio de estas discusiones se traslada el Concilio a Florencia por los mencionados motivos económicos. Con el deseo de que el Concilio acabase lo antes posible se nombra otra comisión mixta de griegos y latinos para encontrar la fórmula de la unión que todos firmarán, a excepción del metropolita de Efeso, que se negó, y del patriarca de Constantinopla José II, quien fallece poco antes de aprobarse el decreto de unión con los griegos62.

Cuando los participantes orientales regresaron, fueron recibidos con ojos de apostasía, tanto que los metropolitas de Kíev y Nicea hubieron de residir en Roma. En 1443 se sepa ran definitivamente los patriarcados de Alejandría, Antioquía y Jerusalén, y con la caída de Constantinopla en poder de los turcos el 29 de mayo de 1453 desaparece ya cualquier intento de diálogo.

Las razones de la no aceptación del Decreto de unión fueron el desconocimiento del pueblo y la desconfianza de

62 Decreto Laetentur coeli, del 6 de julio de 1439 (COD 523-528).

los influyentes monjes, la motivación política del concilio y el logro de una firma hecha con prisas y sin asentimiento. Tuvo, sin embargo, el gran acierto de programar y discutir a partes iguales y mediante comisiones, aunque el resultado no fuera el esperado.

Los concilios medievales que se han analizado constituyen una síntesis del esfuerzo realizado por la Iglesia católica al más alto nivel oficial. La unión era un deseo constante, por lo que estos concilios son calificados de unionísticos. Lástima que tanto esfuerzo quedara ahogado por bastante tiempo, y ambas Iglesias comenzaran un largo período de desconocimiento por espacio de varios siglos.

Entre los intentos por restablecer la unión, hay que seña lar también los escritos de varios teólogos representantes de ambas Iglesias. Estas obras de carácter polémico general mente son fruto del disenso ya existente entre Roma y Constantinopla, y algunas en particular tratan sobre algún tema controvertido entre ambas Iglesias.

Este método, consistente en escribir obras de carácter teológico, se ha desarrollado a lo largo del segundo milenio; sin embargo, el período más fecundo al cual nos referimos abarca alrededor de cuatro siglos, período que coincide también con la época de los llamados concilios generales o unionísticos. Casi siempre estas obras estaban motivadas bien para preparar algún concilio o bien como consecuencia del mismo.

Se puede afirmar que el patriarca Focio fue el primero en escribir este género de obras. En efecto, escribe Encyclica epistola ad archiepiscopales thronos per Orientem obtinentes: trata del asunto ya candente del Filioque desde una óptica no histórica sino dogmática. Hay que afirmar que a un escrito en tono polémico de una parte correspondería otro de la otra parte.

Cuando la controversia empieza a subir de tono antes del incidente del año 1054, el patriarca Miguel Cerulario (1043-1058) pide al arzobispo León de Acrida escribir un tratado justificando los ritos griegos y atacando los latinos. Por su parte, el papa León IX encomienda al cardenal Humberto contestar con un tratado al escrito de León de Acrida contra los usos griegos, que básicamente vendrá a recoger la bula de excomunión.

Años más tarde, el papa Alejandro II (1061-1073) encomienda a Pedro Damián escribir un tratado sobre los errores de los griegos en respuesta a la petición de un patriarca que pedía que los latinos explicaran el Filioque. El arzobispo Teofilacto de Acrida escribe De iis quorum latini accusantur, quitando importancia a las divergencias y respetando las costumbres de cada Iglesia con tal de guardar la misma fe.

Durante dos siglos no se habla expresamente del «cisma de los griegos», y en consecuencia los escritos de esta época subrayan las diferencias. Hay dos obras anónimas que reflejan la diferencia tan abismal de criterios: ¿Por qué los latinos nos han vencido?, que es una protesta por latinizar el oriente en la época de las cruzadas, y Contra los que dicen que Roma es la primera sede, en que se reprocha a los latinos haber terminado con la pentarquía.

El Concilio II de Lyon (1274) fue convocado para tratar, además de la situación de Tierra Santa y de la reforma de la Iglesia, de la unión con los griegos. Este Concilio fue precedido y seguido de varios escritos por teólogos de una y otra parte. Trataremos de espigar los más representativos.

A instancias del papa Urbano IV (1261-1264), santo To más de Aquino escribe Contra errores graecorum. Se escriben, además, Contra graecos en 1252 por un dominico anónimo de Constantinopla, el Opúsculo tripartito del dominico Humberto de Romanis (11277) y una comunicación del franciscano Jerónimo de Ascoli (futuro papa Nicolás IV), recogiendo la voz popular oriental por encargo de Gregorio X, que había convocado el Concilio II de Lyon.

Por parte oriental hay que señalar dos latinófronos: Juan Beccos (11296) que asistió al Concilio II de Lyon, elegido en 1275 patriarca de Constantinopla, sede a la que tuvo que renunciar en 1283 para sufrir el destierro por Andrónico II. Escribió tres obras dignas de reseñar: De unione et pace veteris et novae Romae, De processione Spiritus Sancti y Refutatio phociani libri De Spiritus Sancti Mystagogia. Otro autor es Constantino Melitiniota, que escribe De ecclesiastica unione latinorum et graecorum y De processione Spiritus Sancti. Hay que señalar también en esta época dos antilatinos: Germán II, patriarca de Constantinopla (1222-1240) que escribe breves opúsculos sobre materias en litigio, y Teodoro II Láscaris, que fue emperador (1254-1258) y escribe sobre la procesión del Espíritu Santo.

Celebrado el Concilio II de Lyon, escribe el cardenal fray Mateo d'Aquasparta (1240-1302) el Tractatus de aeterna Spiritus Sancti processione a Patre Filioque hacia 1274. Sin embargo, quien trabajó por la unión y conoció el cisma oriental en dos viajes (1279-1282 y 1301) fue el catalán Ramón L1ul163. De las varias obras por él escritas, señalamos dos que presentó en 1292 al papa Nicolás IV (1288-1292): Tractatus de modo convertendi infideles y Quomodo Terra sancta recuperara potest. Ya en su primer viaje conoce y trata distintos grupos de cismáticos: nestorianos, jacobitas, sequestrati (posiblemente grupo monofisita), blanqui (¿albaneses?), rusos, armenios y georgianos.

En los siglos XIV y XV escriben también Gregorio Pala mas (11360) y Nilo Cabasilas (11363), ambos metropolitas de Tesalónica y prohesicastas, impugnando la tesis latina de la procedencia del Espíritu Santo. También hay que recordar los escritos de Marcos Eugénicos (11444), Jorge Scholarios (11468), ambos participantes en el Concilio de Florencia, que no suscribieron el Decreto de unión, así como a Bessarión (11472) que finalmente fue cardenal. Por último, los antipalamistas Barlaam de Calabria (1-1348) y Demetrio Cydonio (11400), que finalmente se hacen católicos y refutan las tesis griegas de la procedencia del Espíritu Santo.

Todos los escritos y escritores brevemente reseñados64

63 S. GARCIAS PALOU, Ramón Llull en la historia del ecumenismo, Barcelona 1986.
64
J. SÁNCHEZ VAQUERO, Ecumenismo. Manual de formación ecuménica, Salamanca 1971, 380-393.

muestran los puntos de fricción existentes. Cuando el método empleado es el polémico, el resultado deviene en un atrincheramiento de posiciones y en una acusación de error en la parte contraria, y no en unas diferencias que complementar. Interesó más el rebatir al adversario que el integrar distintas visiones. En definitiva, fue un método que en vez de intentar la unión, mantiene la separación aún hoy día en algunos puntos.

Los intentos de unión nos muestran con hechos cómo la Iglesia católica siempre trabajó de muy variadas formas por restablecer la paz y la unidad. Fueron intentos que no logra ron su objetivo; sin embargo, el mérito no está tanto en el resultado que ciertamente fue adverso cuanto en la convicción de trabajar por la unión ya en la época medieval.

Hay que señalar, además, que estos métodos no se circunscriben a la época comprendida entre el año 1054, fecha del gran incidente entre Roma y Constantinopla, y el año 1439 con la firma del Decreto de unión con los griegos en el Concilio de Florencia. Es cierto que los concilios siguientes (V de Letrán, Tridentino y Vaticano I) no volvieron a tratar a nivel sinodal el tema de la unión, por las razones coyuntura les del momento eclesial, pero en menor medida se siguió una latinización «suavizada» y las publicaciones existentes dejan de tratar Ios conocidos temas de discusión para centrarse en la afirmación de la fe de cada Iglesia expuesta en obras teológicas y en las confesiones de fe o catecismos, sobre todo a partir del Concilio de Trento.

Por parte ortodoxa, merecen citarse la Confessio fidei del patriarca de Constantinopla Cirilo Lukaris, y la Confessio Dosithei del patriarca de Jerusalén Dositeo, publicadas en 1629 y 1642 respectivamente. Por parte católica, Pío V publica en 1566 el Catechismus ex decreto Concilii Tridentini ad parochos, llamado también Catecismo Romano, y san Pío X publica otro en 1912. Entre los dos catecismos católicos citados surgen otros catecismos locales65

65 Cf Catecismo de la Iglesia católica, publicado mediante la constitución apostólica de JUAN PABLO II, Depositum fidei, del 11 de octubre de 1992, nn. 9-10.

Como consecuencia de los distintos intentos por recuperar la unidad, el mundo católico se vuelve aún más latinizarte; por parte ortodoxa se producen dos hechos dignos de reseñar: varias comunidades orientales pedirán la comunión con Roma sin abdicar de su patrimonio oriental, a la vez que otras van a constituir los patriarcados modernos e iglesias autocéfalas circunscritas por un territorio nacional66, manteniendo la unidad en la fe y en el culto, y concediendo a Constantinopla la primacía de honor entre todas las Iglesias ortodoxas.

66 Los patriarcados modernos existentes en la Ortodoxia son: Moscú (creado el 23 de enero de 1589 y restaurado el 28 de octubre de 1917), Serbia (creado en 1355 y restaurado el 12 de noviembre de 1920), Rumania (24 de marzo de 1925) y Bulgaria (10 de mayo de 1953). Hay que añadir el catolicado de Georgia (restaurado el 12 de marzo de 1917) y las iglesias autocéfalas de Chipre (488) y Grecia (1833), así como las de Finlandia (9 de julio de 1923), Polonia (13 de noviembre de 1924) y Chequia (23 de noviembre de 1951), y las más recientes de Albania (12 de abril de 1937) y Macedonia (19 de julio de 1967). A veces un patriarcado reconoce la autocefalía a alguna iglesia, como Ucrania y Estonia, hecho que ha motivado fricciones entre Constantinopla y Moscú.