DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 8, 1-21

La sabiduría debe pedirse a Dios

La sabiduría alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto. La quise y la rondé desde muchacho y la pretendí como esposa, enamorado de su hermosura. Su unión con Dios realza su nobleza, siendo el dueño de todo quien la ama; es confidente del saber divino y selecciona sus obras.

Si la riqueza es un bien apetecible en la vida, ¿quién es más rico que la sabiduría, que lo realiza todo? Y, si es la inteligencia quien lo realiza, ¿quién es artífice de cuanto existe, más que ella? Si alguien ama la rectitud, las virtudes son fruto de sus afanes; es maestra de templanza y prudencia, de justicia y fortaleza; para los hombres no hay en la vida nada más provechoso que esto. Y si alguien ambiciona una rica experiencia, ella conoce el pasado y adivina el futuro, sabe los dichos ingeniosos y la solución de los enigmas, comprende de antemano los signos y prodigios, y el desenlace de cada momento, de cada época.

Por eso, decidí unir nuestras vidas, seguro de que sería mi consejera en la dicha, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza. Gracias a ella, me elogiará la asamblea, y, aun siendo joven, me honrarán los ancianos; en los procesos, lucirá mi agudeza, y seré la admiración de los monarcas; si callo, estarán a la expectativa; si tomo la palabra, prestarán atención, y si me alargo hablando, se llevarán la mano a la boca.

Gracias a ella, alcanzaré la inmortalidad y legaré a la posteridad un recuerdo imperecedero. Gobernaré pueblos, someteré naciones; soberanos temibles se asustarán al oír mi nombre; con el pueblo me mostraré bueno y, en la guerra, valeroso. Al volver a casa, descansaré a su lado, pues su trato no desazona, su intimidad no deprime, sino que regocija y alegra.

Esto es lo que yo pensaba y sopesaba para mis adentros: la inmortalidad consiste en emparentar con la sabiduría; su amistad es noble deleite; el trabajo de sus manos, riqueza inagotable; su trato asiduo, prudencia; conversar con ella, celebridad; entonces me puse a dar vueltas, tratando de llevármela a casa.

Yo era un niño de buen natural, dotado de un alma buena; mejor dicho, siendo bueno, entré en un cuerpo sin tara. Al darme cuenta de que sólo me la ganaría si Dios me la otorgaba —y saber el origen de esta dádiva suponía ya buen sentido—, me dirigí al Señor y le supliqué.


SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 6 (PL 204, 451-453)

La palabra de Dios es viva y eficaz

La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo. Los que buscan a Cristo, palabra, fuerza y sabiduría de Dios, descubren por esta expresión de la Escritura toda la grandeza, fuerza y sabiduría de aquel que es la verdadera palabra de Dios y que existía ya antes del comienzo de los tiempos y, junto al Padre, participaba de su misma eternidad. Cuando llegó el tiempo oportuno, esta palabra fue revelada a los apóstoles, por ellos el mundo la conoció, y el pueblo de los creyentes, la recibió con humildad. Esta palabra existe, por tanto, en el seno del Padre, en la predicación de quienes la proclaman y en el corazón de quienes la aceptan.

Esta palabra de Dios es viva, ya que el Padre le ha concedido poseer la vida en sí misma, como el mismo Padre posee la vida en sí mismo. Por lo cual, hay que decir que esta palabra no sólo es viva, sino que es la misma vida, como afirma el propio Señor, cuando dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Precisamente porque esta palabra es la vida, es también viva y vivificante; por esta razón, está escrito: Lo mismo que el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Es vivificante cuando llama a Lázaro del sepulcro, diciendo al que estaba muerto: Lázaro, ven afuera.

Cuando esta palabra es proclamada, la voz del predicador resuena exteriormente, pero su fuerza es percibida interiormente y hace revivir a los mismos muertos, y su sonido engendra para la fe nuevos hijos de Abrahán. Es, pues, viva esta palabra en el corazón del Padre, viva en los labios del predicador, viva en el corazón del que cree y ama. Y, si de tal manera es viva, es también, sin duda, eficaz.

Es eficaz en la creación del mundo, eficaz en el gobierno del universo, eficaz en la redención de los hombres. ¿Qué otra cosa podríamos encontrar más eficaz y más poderosa que esta palabra? ¿Quién podrá contar las hazañas de Dios, pregonar toda su alabanza? Esta palabra es eficaz cuando actúa y eficaz cuando es proclamada; jamás vuelve vacía, sino que siempre produce fruto cuando es enviada.

Es eficaz y más tajante que espada de doble filo para quienes creen en ella y la aman. ¿Qué hay, en efecto, imposible para el que cree o difícil para el que ama? Cuando esta palabra resuena, penetra en el corazón del creyente como si se tratara de flechas de arquero afiladas; y lo penetra tan profundamente que atraviesa hasta lo más recóndito del espíritu; por ello se dice que es más tajante que una espada de doble filo, más incisiva que todo poder o fuerza, más sutil que toda agudeza humana, más penetrante que toda la sabiduría y todas las palabras de los doctos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 8, 21b-9, 19

Oración para obtener la sabiduría

Me dirigí, pues, al Señor y le supliqué, diciendo de todo corazón:

Dios de mis padres y Señor de la misericordia, que con tu palabra hiciste todas las cosas, y en tu sabiduría formaste al hombre, para que dominase sobre tus criaturas, y para regir el mundo con santidad y justicia, y para administrar justicia con rectitud de corazón: dame la sabiduría asistente de tu trono y no me excluyas del número de tus siervos, porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva, hombre débil y de pocos años, demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes; pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres, sin la sabiduría, que procede de ti, será estimado en nada.

Tú me has escogido como rey de tu pueblo y gobernante de tus hijos e hijas, me encargaste construirte un templo en tu monte santo y un altar en la ciudad de tu morada, copia del santuario que fundaste al principio.

Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos.

Mándala de tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a saber lo que te es grato.

Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras, y me guardará en su esplendor; así aceptarás mis obras, juzgaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre.

Pues, ¿qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere? Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles; porque el cuerpo mortal es lastre del alma y la tienda terrestre abruma la mente que medita.

Apenas conocemos las cosas terrenas y con trabajo encontramos lo que está a mano: pues, ¿quién rastreará las cosas del cielo? ¿Quién conocerá tu designio si tú no le das la sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo?

Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprenderán lo que te agrada; y se salvarán con la sabiduría los que te agradan, Señor, desde el principio.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Sobre los principios (Lib 2, 6, 2: PG 11, 210-211)

Sobre el misterio de la encarnación del Verbo

De todas las cosas milagrosas y magníficas que de Cristo pueden referirse, hay una que rebasa absolutamente la admiración de que es capaz la mente humana y que la fragilidad de nuestra mortal inteligencia no acierta a comprender o imaginar: que la omnipotencia de la divina majestad, la misma Palabra del Padre, la propia sabiduría de Dios, en la cual fueron creadas todas las cosas, visibles e invisibles, se haya dejado encerrar dentro de los límites de aquel hombre que hizo su aparición en Judea, como nos asegura la fe. Más aún: que la sabiduría de Dios haya entrado en el seno de una mujer, que nació como un niño entre vagidos y lloros lo mismo que los demás niños; finalmente, que, según se nos informa, se sintió turbado ante la muerte, como él mismo confiesa diciendo: Me muero de tristeza; y, por último, que fue condenado a la muerte que los hombres tienen por más ignominiosa, si bien resucitó al tercer día.

Y como hallamos en él rasgos humanos que en nada parecen diferenciarle de la común fragilidad de los mortales, y rasgos hasta tal punto divinos que no son atribuibles sino a aquella primera e inefable naturaleza de la deidad, la humana inteligencia queda como paralizada por la ansiedad, y víctima de estupor ante comprobaciones tan dignas de admiración no sabe adónde dirigirse, a qué atenerse o qué partido tomar. Si se siente inclinado a reconocerlo como Dios, lo contempla mortal; si lo considera hombre, he aquí que lo ve retornar de entre los muertos cargado de despojos y derrocado el imperio de la muerte.

Por lo cual, hemos de proceder en nuestra contemplación con gran temor y reverencia, para que de tal modo se demuestre en una y misma persona la realidad de ambas naturalezas, que ni se piense nada indigno ni indecoroso de aquella divina e inefable sustancia, ni tampoco se consideren unos acontecimientos históricos como falsas o ilusorias apariencias. Expresar estas cosas a un auditorio humano y tratar de explicarlas con palabras, es algo que supera las fuerzas tanto de nuestro mérito como de nuestro ingenio. Y pienso que incluso rebasaba la misma capacidad de los santos apóstoles; y hasta es muy posible que la explicación de este misterio transcienda todo el orden de las potencias celestes.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 10, 1-11,4

La sabiduría salvó al justo

La sabiduría fue quien protegió al padre del mundo en su soledad, a la primera criatura modelada por Dios; lo levantó de su caída y le dio el poder de dominarlo todo.

Se apartó de ella el criminal iracundo, y su saña fratricida le acarreó la ruina. Por su culpa vino el diluvio a la tierra, y otra vez la salvó la sabiduría, pilotando al justo en un tablón de nada.

Cuando la barahúnda de los pueblos, concordes en la maldad, ella se fijó en el justo y lo preservó sin tacha ante Dios, manteniéndolo entero sin ablandarse ante su hijo.

Cuando la aniquilación de los impíos, ella puso a salvo al justo, fugitivo del fuego llovido sobre la Pentápolis; testimonio de su maldad, aún está ahí el yermo humeante, los árboles frutales de cosechas malogradas y la estatua de sal que se yergue, monumento al alma incrédula. Pues, dejando a un lado la sabiduría, se mutilaron ignorando el bien, y además legaron a la historia un recuerdo de insensatez, para que su mal paso no quedara oculto.

La sabiduría sacó de apuros a sus adictos. Al justo que escapaba de la ira de su hermano lo condujo por sendas llanas; le mostró el reino de Dios y le dio a conocer los santos; dio éxito a sus tareas e hizo fecundos sus trabajos; lo protegió contra la codicia de los explotadores y lo enriqueció; lo defendió de sus enemigos y lo puso a salvo de asechanzas; le dio la victoria en la dura batalla, para que supiera que la piedad es más fuerte que nada.

No abandonó al justo vendido, sino que lo libró de caer  en pecado; bajó con él al calabozo y no lo dejó en la prisión, hasta entregarle el cetro real y el poder sobre sus tiranos; demostró la falsedad de sus calumniadores y le concedió gloria perenne.

Al pueblo santo, a la raza irreprochable, lo libró de la nación opresora; entró en el alma del servidor de Dios, que hizo frente a reyes temibles con sus prodigios y señales. Dio a los santos la recompensa de sus trabajos y los condujo por un camino maravilloso; fue para ellos sombra durante el día y resplandor de astros por la noche. Los hizo atravesar el mar Rojo y los guió a través de aguas caudalosas; sumergió a sus enemigos, y luego los sacó a flote de lo profundo del abismo. Por eso los justos despojaron a los impíos y cantaron, Señor, un himno a tu santo nombre, ensalzando a coro tu brazo victorioso; porque la sabiduría abrió la boca de los mudos y soltó la lengua de los niños.

Coronó con el éxito sus obras por medio de un santo profeta. Atravesaron un desierto inhóspito, acamparon en terrenos intransitados; hicieron frente a ejércitos hostiles y rechazaron a sus adversarios. Tuvieron sed y te invocaron: una roca áspera les dio agua y les curó la sed una piedra dura.
 

SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 21 sobre diversas materias (1-3: Opera omnia, Edit Cister t. 6, 1, 1970, 168-170)

La ciencia de los santos consiste en sufrir aquí
temporalmente y deleitarse eternamente

El Señor condujo al justo por sendas llanas, le mostró el reino de Dios, y le dio a conocer los santos. Dio éxito a sus tareas e hizo fecundos sus trabajos. Justo es el que desde el principio del discurso se acusa a sí mismo; justo es también el que vive por la fe; justo es asimismo el que va seguro. El primero es indudablemente bueno porque está a punto de emprender el camino; el segundo es mejor porque ya corre por él; el tercero es óptimo porque se aproxima ya al final del camino.

El Señor condujo al justo por sendas llanas. Las sendas del Señor son sendas rectas, sendas deleitosas, sendas plenas, sendas planas. Rectas, sin desviaciones, porque conducen a la vida; deleitosas sin detritos, porque enseñan la pureza; plenas de una muchedumbre, porque todo el mundo está ya dentro de la red de Cristo; planas, sin ninguna dificultad porque comunican suavidad. Su yugo es efectivamente suave y su carga ligera.

Le mostró el reino de Dios. El reino de Dios se concede, se promete, se muestra, se percibe. Se concede en la predestinación, se promete en la vocación, se muestra en la justificación y se percibe en la glorificación. A eso se refiere aquel texto: Venid vosotros, benditos de mi Padre: heredad el reino. Y así se expresa también el Apóstol: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. En la predestinación se manifiesta la gracia; en la vocación, la potencia; en la justificación, la alegría; en la exaltación, la gloria.

Y le dio la ciencia de los santos (Vulg.). La ciencia de los santos consiste en sufrir aquí temporalmente y deleitarse eternamente. La ciencia de los malos sigue un proceso inverso: está la ciencia del mundo que enseña la vanidad y está la ciencia de la carne que enseña la voluptuosidad.

Dio éxito a sus tareas. ¿Acaso nosotros mismos no tenemos éxito en nuestras tareas cuando todo lo que hacemos lo realizamos bajo el signo de la unidad, de modo que entre nosotros no haya pesas desiguales y medidas desiguales, pues ambas cosas las aborrece el Señor? ¡Ay de nosotros si nos alegrásemos, a no ser en Cristo y por Cristo! ¡Ay de nosotros si ofreciéramos una pobreza venal!

E hizo fecundos sus trabajos: bien aquí abajo en la perseverancia, manteniéndose firme hasta el final en la justicia; bien allí arriba en la gloria, gozándose eternamente. Felices ambos complementos, pues aquí abajo el justo muere colmado de días, y allí arriba nace para años sin término. Colmado en ambos sitios: aquí de gracia, allí de gloria, pues el Señor da la gracia y la gloria. Amén.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 11, 20b-12, 2.11b-19

La misericordia y la paciencia de Dios

Todo lo tenías predispuesto, Señor, con peso, número y medida.

Desplegar todo tu poder está siempre a tu alcance; ¿quién puede resistir la fuerza de tu brazo? Porque el mundo entero es ante ti como grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Pero te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas, si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida.

Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y losreprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor. Si les indultaste los delitos, no fue porque tuvieras miedo a nadie. Porque ¿quién puede decirte: «Qué has hecho»? ¿Quién protestará contra tu fallo? ¿Quién te denunciará por el exterminio de las naciones que tú has creado? ¿Quién se te presentará como vengador de delincuentes?

Además, fuera de ti, no hay otro Dios al cuidado de todos, ante quien tengas que justificar tu sentencia; no hay rey ni soberano que pueda desafiarte por haberlos castigado.

Eres justo, gobiernas el universo con justicia y estimas incompatible con tu poder condenar a quien no merece castigo. Tu poder es el principio de la justicia, y tu sabiduría universal te hace perdonar a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres.

Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.


SEGUNDA LECTURA

Santa Catalina de Siena, Diálogo sobre la divina providencia (Cap 134: ed. latina, Ingolstadt 1583, ff. 215v-216)

Cuán bueno y cuán suave es, Señor,
tu Espíritu para con todos nosotros

El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta manera:

«¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo. Pero yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él.

Y así, cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él, quedé enamorado de mi criatura y me complací en crearlo a mi imagen y semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno.

Lo enriquecí también al darle inteligencia, para que, en la sabiduría de mi Hijo, comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en fuego intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien. Di también al hombre la voluntad, para que pudiera amar, y así tuviera parte en aquel amor que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que con su inteligencia conoce y contempla.

Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el hombre, para que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar así al gozo inefable de mi contemplación eterna. Pero, como ya te he dicho otras muchas veces, el cielo estaba cerrado a causa de la desobediencia de vuestro primer padre, Adán; por esta desobediencia, vinieron y siguen viniendo al mundo todos los males.

Pues bien, para alejar del hombre la muerte causada por su desobediencia, yo, con gran amor, vine en vuestra ayuda, entregándoos con gran providencia a mi Hijo unigénito, para socorrer, por medio de él, vuestra necesidad. Y a él le exigí una gran obediencia, para que así el género humano se viera libre de aquel veneno con el cual fue infectado el mundo a causa de la desobediencia de vuestro primer padre. Por eso, mi Hijo unigénito, enamorado de mi voluntad, quiso ser verdadera y totalmente obediente y se entregó, con toda prontitud, a la muerte afrentosa de la cruz, y, con esta santísima muerte, os dio a vosotros la vida, no con la fuerza de su naturaleza humana, sino con el poder de su divinidad».



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 13, 1-10; 14, 15-21; 15, 1-6

El sabio condena los ídolos

Eran naturalmente vanos todos los hombres que ignoraban a Dios y fueron incapaces de conocer al que es partiendo de las cosas buenas que están a la vista y no reconocieron al artífice fijándose en sus obras, sino que tuvieron por dioses al fuego, al viento, al aire leve, a la bóveda estrellada, al agua impetuosa, a las lumbreras celestes, regidoras del mundo.

Si, fascinados por su hermosura, los creyeron dioses, sepan cuánto los aventaja su Señor, pues los creó el autor de la belleza; y si los asombró su poder y actividad, calculen cuánto más poderoso es quien los hizo; pues por la magnitud y belleza de las criaturas, se percibe por analogía al que les dio el ser.

Con todo, a éstos poco se les puede echar en cara, pues tal vez andan extraviados buscando a Dios y queriéndolo encontrar; en efecto, dan vueltas a sus obras, las exploran, y su apariencia los subyuga, porque es bello lo que ven.

Pero ni siquiera éstos son perdonables, pues, si lograron saber tanto que fueron capaces de desvelar el principio del cosmos, ¿cómo no descubrieron antes a su Señor?

Son unos desgraciados, ponen su esperanza en seres inertes, los que llamaron dioses a las obras de sus manos humanas, al oro y la plata labrados con arte, y a figuras animales, o a una piedra inservible, obra de mano antigua.

Un padre, desconsolado por un luto prematuro, hace una imagen del hijo malogrado, y al que antes era un hombre muerto, ahora lo venera como un dios e instituye misterios e iniciaciones para sus subordinados; luego arraiga con el tiempo esta impía costumbre y se observa como ley.

También por decreto de los soberanos se daba culto a las estatuas; como los hombres viviendo lejos no podían venerarlos en persona, representaron a la persona remota haciendo una imagen visible del rey venerado, para así, mediante esta diligencia, adular presente al ausente.

La ambición del artista, atrayendo aun a los que no lo conocían, promovió este culto; en efecto, queriendo tal vez halagar al potentado, lo favorecía, forzando hábilmente el parecido, y la gente, atraída por el encanto de la obra, juzga ahora digno de adoración al que poco antes veneraba como hombre.

Este hecho resultó una trampa para el mundo: que los hombres, bajo el yugo de la desgracia y del poder, impusieron el nombre incomunicable a la piedra y al leño.

Pero tú, Dios nuestro, eres bueno y fiel, tienes mucha paciencia y gobiernas el universo con misericordia. Aunque pequemos, somos tuyos, acatamos tu poder; pero no pecaremos, sabiendo que te pertenecemos. Conocerte a ti es justicia perfecta, y acatar tu poder es la raíz de la inmortalidad.

No nos extraviaron las malas artes inventadas por los hombres, ni el trabajo estéril de los pintores —figuras realizadas con manchas polícromas—; su contemplación apasiona a los necios, que se entusiasman con la imagen sin aliento de un ídolo muerto. Están enamorados del mal y son dignos de tales esperanzas, tanto los autores como los entusiastas y los adoradores.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Carta 8 (11: PG 32, 263-266)

El Espíritu Santo, que lo ha creado todo, es Dios

El Espíritu del Señor llena la tierra. Hallamos mencionados en la Escritura tres tipos de creación: uno, el primero, la creación del ser del no ser; el segundo, la transformación de peor a mejor; el tercero, la resurrección de los muertos. En todos los tres hallamos al Espíritu Santo actuando junto al Padre y al Hijo.

La creación de los cielos: ¿Qué es lo que dice ya David? La palabra del Señor hizo el.cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos.

El hombre es creado nuevamente por el bautismo. El que es de Cristo es una criatura nueva. Y ¿qué es lo que el mismo Salvador dice a sus discípulos? Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Ya ves que también aquí el Espíritu Santo está presente junto con el Padre y el Hijo.

¿Y qué me dices de la resurrección de los muertos, una vez que hayamos desaparecido y vuelto a nuestro polvo inicial? Pues somos tierra y a la tierra volveremos, y enviará su Espíritu Santo, nos creará, y repoblará la faz de la tierra. Pero oigamos nuevamente al que fue arrebatado hasta el tercer cielo. ¿Qué es lo que dice? Sois templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros. Ahora bien: todo templo es templo de Dios; es así que somos templo del Espíritu Santo, luego el Espíritu Santo es Dios. También se habla del templo de Salomón, pero en el sentido de que fue él quien lo construyó. Y si a este nivel somos templo del Espíritu Santo, el Espíritu Santo es Dios. En efecto: quien creó todas las cosas es Dios; y si lo somos, en el sentido de que él es adorado y habita en nosotros, estamos confesando que él es Dios. Pues está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Que si a ellos les desagrada la palabra Dios, aprendan lo que este nombre significa.

En realidad, lo llamamos Dios porque lo ha creado y lo inspecciona todo. Ahora bien, si se llama Dios en virtud de que lo ha creado todo y lo inspecciona todo, y por otra parte, el Espíritu conoce lo íntimo de Dios, lo mismo que el espíritu que hay en nosotros conoce nuestras intimidades, resulta que el Espíritu Santo es Dios. Más aún: si la espada del Espíritu es toda palabra de Dios, el Espíritu Santo es Dios, ya que es espada de aquel de quien es también llamado palabra. Y si además es llamado diestra del Padre: la diestra del Señor es poderosa, se sigue que el Espíritu Santo es de la misma naturaleza que el Padre y el Hijo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 16, 2b-13.20-26

Beneficios de Dios para con su pueblo

A tu pueblo, Señor, lo favoreciste, y, para satisfacer su apetito, le proporcionaste codornices, manjar desusado; así, mientras los otros, hambrientos, perdían el apetito natural, asqueados por los bichos que les habías enviado, éstos, después de pasar un poco de necesidad, se repartían un manjar desusado. Pues era justo que a los opresores les sobreviniera una necesidad sin salida, y a éstos se les mostrara sólo cómo eran torturados sus enemigos.

Pues cuando les sobrevino la terrible furia de las fieras y perecían mordidos por serpientes tortuosas, tu ira no duró hasta el final; para que escarmentaran, se les asustó un poco, pero tenían un emblema de salud como recordatorio del mandato de tu ley; en efecto, el que se volvía hacia él sanaba no en virtud de lo que veía, sino gracias a ti, Salvador de todos.

Así convenciste a nuestros enemigos de que eres tú quien libra de todo mal; a ellos los mataron a picaduras alacranes y moscas, sin que hubiera remedio para sus vidas, porque tenían merecido este castigo; a tus hijos, en cambio, ni los dientes de culebras venenosas los pudieron, pues acudió a curarlos tu misericordia. Los aguijonazos les recordaban tus oráculos —y en seguida sanaban—para que no cayeran en profundo olvido y se quedaran sin experimentar tu acción benéfica. Porque no los curó hierba ni emplasto, sino tu palabra, Señor, que lo sanaba todo. Porque tú tienes poder sobre la vida y la muerte, llevas a las puertas del infierno y haces regresar.

A tu pueblo, por el contrario, lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo queuno quería. Nieve y hielo aguantaba el fuego sin derretirse, para que se supiera que el fuego —ardiendo en medio de la granizada y centelleando entre los chubascos— aniquilaba los frutos de los enemigos; pero el mismo, en otra ocasión, se olvidó de su propia virtud, para que los justos se alimentaran. Porque la creación, sirviéndote a ti, su hacedor, se tensa para castigar a los malvados y se distiende para beneficiar a los que confían en ti.

Por eso también entonces, tomando todas las formas, estaba al servicio de tu generosidad, que da alimento a todos, a voluntad de los necesitados, para que aprendieran tus hijos queridos, Señor, que no alimenta al hombre la variedad de frutos, sino que es tu palabra quien mantiene a los que creen en ti.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Sermón 7, 7-8: PL 15, 1282-1283)

En el tiempo de nuestra humillación,
la esperanza nos consuela

En el tiempo de nuestra humillación, la esperanza nos consuela, y la esperanza no defrauda. Llama tiempo de humillación para nuestra alma al tiempo de la tentación, pues nuestra alma se ve humillada cuando es entregada al tentador para ser probada con rudos trabajos, para que luche y combata, experimentando el choque con las potencias contrarias. Pero en estas tentaciones se siente vigorizada por la palabra de Dios.

Esta es, en efecto, la sustancia vital de nuestra alma, de la que se alimenta, se nutre y por la que se gobierna. No hay cosa que pueda hacer vivir al alma dotada de razón como la palabra de Dios. Así como esta palabra de Dios crece en nuestra alma cuando se la acepta, se la entiende y se la comprende, en idéntica proporción crece también su alma; y, al contrario, en la medida en que disminuye en nuestra alma la palabra de Dios, en la misma medida disminuye su propia vida.

Y así como esta conexión de nuestra alma y nuestro cuerpo es animada, alimentada y sostenida por el espíritu vital, así también nuestra alma es vivificada por la palabra de Dios y la gracia espiritual. En consecuencia, posponiendo todo lo demás, debemos poner todo nuestro interés en recoger las palabras de Dios, almacenándolas en nuestra alma, en nuestros sentidos, en nuestra solicitud, en nuestras consideraciones y en nuestros actos, a fin de que nuestro comportamiento sintonice con las palabras de las Escrituras y en nuestros actos no haya nada disconforme con la serie de los mandamientos celestiales, pudiendo así decir: Tu promesa me da vida.

Los insolentes me insultan sin parar, pero yo no me aparto de tus mandatos. El mayor pecado del hombre es la soberbia, pues de ella se originó nuestra culpa. Este fue el primer dardo con que el diablo nos hirió y abatió. Porque si el hombre, engañado por la persuasión de la serpiente, no hubiera pretendido ser como Dios, conociendo el bien y el mal, que no podía discernir a fondo a causa de la fragilidad humana; si, además, había aceptado las reglas del juego: ser arrojado de aquella felicidad paradisíaca por una temeraria usurpación; repito, si el hombre, no contento con sus propias limitaciones, no hubiera atentado a lo prohibido, nunca habría recaído sobre nosotros la herencia de la culpa cruel.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de la Sabiduría 18,1-16;19, 3-9

La noche de Pascua

Tus santos, Señor, tenían una luz magnífica; los otros, que oían sus voces sin ver su figura, los felicitaban por no haber padecido como ellos; les daban gracias porque no se desquitaban de los malos tratos recibidos y les pedían por favor que se marcharan.

Entonces les proporcionaste una columna de fuego que los guiara en el viaje desconocido y un sol, inofensivo, para sus andanzas gloriosas. Los otros merecían quedarse sin luz, prisioneros de las tinieblas, por haber tenido recluidos a tus hijos que iban a transmitir al mundo la luz incorruptible de tu ley.

Cuando decidieron matar a los niños de los santos —y se salvó uno solo, expósito—, en castigo les arrebataste sus hijos en masa, y los eliminaste a todos juntos en las aguas formidables. Aquella noche se les anunció de antemano a nuestros padres para que tuvieran ánimo, al conocer con certeza la promesa de que se fiaban. Tu pueblo esperaba ya la salvación de los inocentes y la perdición de los culpables, pues con una misma acción castigabas a los enemigos y nos honrabas llamándonos a ti.

Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serían solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.

Hacían eco los gritos destemplados de los enemigos, y cundía el clamor quejumbroso del duelo por sus hijos; idéntico castigo sufrían el esclavo y el amo, el plebeyo y el rey padecían lo mismo; todos sin distinción tenían muertos innumerables, víctimas de la misma muerte; los vivos no daban abasto para enterrarlos, porque en un momento pereció lo mejor de su raza. Aunque la magia los había hecho desconfiar de todo, cuando el exterminio de los primogénitos confesaron que el pueblo aquel era hijo de Dios.

Un silencio sereno lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado; llevaba como espada afilada tu orden terminante; se detuvo y lo llenó todo de muerte; pisaba la tierra y tocaba el cielo.

Antes de terminar los funerales, llorando junto a las tumbas de los muertos, tramaron otro plan insensato, y a los que habían expulsado con súplicas, los perseguían como fugitivos. Hasta este extremo los arrastró su merecido sino y los hizo olvidarse del pasado, para que remataran con sus torturas el castigo pendiente, y mientras tu pueblo realizaba un viaje sorprendente, toparon ellos con una muerte insólita.

Porque toda la creación, cumpliendo tus órdenes, fue configurada de nuevo en su naturaleza, para guardar incólumes a tus siervos. Se vio la nube dando sombra al campamento, la tierra firme emergiendo donde había antes agua, y el violento oleaje hecho una vega verde; por allí pasaron, en formación compacta, los que iban protegidos por tu mano, presenciando prodigios asombrosos.

Retozaban como potros y triscaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.
 

SEGUNDA LECTURA

Guillermo de san Teodorico, Sobre la contemplación de Dios (10: SC 61, 91-94)

La palabra todopoderosa vino desde el trono real

¿Cuál es tu salvación, Señor, origen de la salvación, y cuál tu bendición sobre tu pueblo, sino el hecho de que hemos recibido de ti el don de amarte y de ser por ti amados? Por esto has querido, Señor, que el hijo de tu diestra, el hombre que has confirmado para ti, sea llamado Jesús, es decir, Salvador, porque él salvará a su pueblo de los pecados, y ningún otro puede salvar; él nos ha enseñado a amarlo cuando, antes que nadie, nos ha amado hasta la muerte en la cruz. Por su amor y afecto suscita en nosotros el amor hacia él, que fue el primero en amarnos hasta el extremo. Esta es la justicia vigente entre los hombres: Amame, porque yo te amo. Raro será el que pueda decir: Te amo, para que me ames.

Es lo que tú hiciste. Tú que —como grita y predica el siervo de tu amor— nos has amado primero. Así es, desde luego: tú nos amaste primero, para que nosotros te amáramos. No es que tengas necesidad de ser amado por nosotros; pero nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte. Por eso, habiendo hablado antiguamente a nuestros padres por los profetas, en distintas ocasiones y de muchas maneras, en estos últimos días nos has hablado por medio del Hijo, tu Palabra, por quien los cielos han sido hechos, y cuyo aliento produjo sus ejércitos.

Para ti, hablar por medio de tu Hijo no significó otra cosa que poner a meridiana luz, es decir, manifestar abiertamente, cuánto y cómo nos amaste, tú que no perdonaste a tu propio Hijo, sino que lo entregaste por todos nosotros. El también nos amó y se entregó por nosotros. Tal es la Palabra que tú nos dirigiste, Señor: el Verbo todopoderoso, que, en medio del silencio que mantenían todos los seres —es decir, el abismo del error—, vino desde el trono real como inflexible debelador del error, como dulce propugnador del amor.

Y todo lo que hizo, todo lo que dijo sobre la tierra, hasta los oprobios, los salivazos y las bofetadas, hasta la cruz y el sepulcro, no fue otra cosa que la palabra que tú nos dirigías por medio de tu Hijo, provocando y suscitando, con tu amor, nuestro amor hacia ti.

Sabías, en efecto, Dios creador de las almas, que las almas de los hombres no pueden ser constreñidas a este afecto, sino que conviene estimularlo; porque donde hay coacción, no hay libertad, y donde no hay libertad, tampoco existe justicia. Y tú, Señor, que eres justo, querías salvarnos justamente, tú que a nadie salvas o condenas sino justamente; tú que defiendes nuestra causa y nuestro derecho, sentado en tu trono para juzgar según justicia, pero según la justicia que tú creaste; con esto se les tapa la boca a todos y el mundo entero queda convicto ante Dios, pues tú te compadeces de quien quieres, y favoreces a quien quieres.

Quisiste, pues, que te amáramos los que no podíamos ser salvados justamente, si no te hubiéramos amado; y no hubiéramos podido amarte sin que este amor procediera de ti. Así pues, Señor, como dice el apóstol de tu amor, y como ya hemos dicho, Tú nos amaste primero; y te adelantas en el amor a todos los que te aman.