DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Job 1, 1-22

Job, privado de sus bienes

Había una vez en tierra de Hus un hombre que se llamaba Job; era un hombre justo y honrado, que temía a Dios y se apartaba del mal. Tenía siete hijos y tres hijas. Tenía siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas burras y una servidumbre numerosa. Era el más rico entre los hombres de Oriente.

Sus hijos solían celebrar banquetes, un día en casa de cada uno, e invitaban a sus tres hermanas a comer con ellos. Terminados esos días de fiesta, Job los hacía venir para purificarlos; madrugaba y ofrecía un holocausto por cada uno, por si habían pecado maldiciendo a Dios en su interior. Esto lo solía hacer Job cada vez.

Un día, fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó:

«¿De dónde vienes?»

Él respondió:

De dar vueltas por la tierra.

El Señor le dijo:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado, que teme a Dios y se aparta del mal».

Satanás le respondió:

«¿Y crees que teme a Dios de balde? ¡Si tú mismo lo has cercado y protegido, a él, a su hogar y todo lo suyo! Has bendecido sus trabajos, y sus rebaños se ensanchan por el país. Pero extiende la mano, daña sus posesiones, y te apuesto a que te maldecirá en tu cara».

El Señor le dijo:

«Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él no lo toques».

Y Satanás se marchó.

Un día que sus hijos e hijas comían y bebían en casa del hermano mayor, llegó un mensajero a casa de Job y le dijo:

«Estaban los bueyes arando y las burras pastando a su lado, cuando cayeron sobre ellos unos sabeos, apuñalaron a los mozos y se llevaron el ganado. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Ha caído un rayo del cielo que ha quemado y consumido tus ovejas y pastores. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Una banda de caldeos, dividiéndose en tres grupos, se echó sobre los camellos y se los llevó, y apuñaló a los mozos. Sólo yo pude escapar para contártelo».

No había acabado de hablar, cuando llegó otro y dijo:

«Estaban tus hijos y tus hijas comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor, cuando un huracán cruzó el desierto, y embistió por los cuatro costados la casa, que se derrumbó y los mató. Sólo yo pude escapar para contártelo».

Entonces Job se levantó, se rasgó el manto, se rapó la cabeza, se echó por tierra y dijo:

«Desnudo. salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré a él:€l Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor».

A pesar de todo, Job no protestó contra Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el paralítico bajado por el techo (PG 51, 62-63)

Un certísimo ejemplo de paciencia

No sólo del nuevo, sino también del antiguo Testamento podemos sacar ejemplos estimulantes. En efecto, cuando oyes que Job después de la pérdida de su fortuna, después de la muerte de sus rebaños, perdió no uno ni dos ni tres, sino a todos sus numerosos hijos en la flor de la edad, después de tanta presencia de ánimo, aun cuando fueras el más débil de todos, fácilmente podrás consolarte y reanimarte.

Pues tú al menos, oh hombre que me escuchas, pudiste asistir a tu hijo enfermo, le viste postrado en el lecho, escuchaste sus últimas palabras y estuviste presente cuando exhaló su último aliento, le cerraste los ojos y la boca; en cambio él ni estuvo presente cuando sus hijos exhalaron el postrer aliento, ni los vio cuando expiraban. Bien al contrario, todos fueron sepultados en una sola tumba entre las paredes de su propia casa. Y no obstante, después de tantas y tan graves calamidades no lloró, ni se impacientó. Y ¿qué es lo que dijo? El Señor me lo quitó; como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Eso mismo hemos de repetir nosotros en cualquier contratiempo que nos sobreviniere, tanto si se trata de un quebranto en la fortuna, o de una enfermedad corporal, de un ultraje, de una calumnia u otra cualquier desgracia humana, repitamos: El Señor me lo dio, el Señor me lo Quitó como al Señor le plugo así ha sucedido: bendito sea el nombre del Señor por los siglos.

Si nos penetramos de esta verdad, jamás sufriremos detrimento alguno, aun cuando tengamos que soportar desgracias sin cuento: dichas palabras te acarrearán más ganancias que pérdidas, más bienes que males, pues Dios se te mostrará propicio y destruirás la tiranía del enemigo. En efecto, apenas la lengua ha pronunciado tales palabras, inmediatamente el diablo se bate en retirada: y al retirarse él, se disipan asimismo las nubes de la tristeza y, con ella, al punto se ponen en fuga los pensamientos que nos afligen. De esta forma, además de los bienes de esta vida, conseguirás todos los que nos están reservados en el cielo. Tienes de ello un ciertísimo ejemplo en Job y en los apóstoles, quienes, habiendo despreciado por Dios los males de este mundo, consiguieron los bienes eternos.

Sigamos, pues, su ejemplo, y en todas las cosas que nos acaecieren demos gracias al buen Dios, de modo que vivamos sin percances la presente vida y disfrutemos de los bienes futuros, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder siempre, ahora y por la eternidad, y por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 2, 1-13

Job, herido con llagas malignas,
es visitado por sus amigos

Un día fueron los ángeles y se presentaron al Señor; entre ellos llegó también Satanás. El Señor le preguntó: ¿De dónde vienes?»

El respondió:

«De dar vueltas por la tierra».

El Señor le dijo:

«¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él: es un hombre justo y honrado que teme a Dios y se aparta del mal. Pero tú me has incitado contra él, para que lo aniquilara sin motivo, aunque todavía persiste en su honradez».

Satanás respondió:

«Piel por piel, por salvar la vida el hombre lo da todo. Pero extiende la mano sobre él, hiérelo en la carne y en los huesos, y apuesto a que te maldice en tu cara».

El Señor le dijo:

«Haz lo que quieras con él, pero respétale la vida».

Y Satanás se marchó. E hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla. Job cogió una tejuela para rasparse con ella, sentado en tierra entre la basura. Su mujer le dijo:

«¿Todavía persistes en tu honradez? Maldice a Dios y muérete».

Él le contestó:

«Hablas como una necia: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?»

A pesar de todo, Job no pecó con sus labios.

Tres amigos suyos, Elifaz de Temán, Bildad de Suj y iSofar de Naamat, al enterarse de las desgracias que había sufrido, salieron de su lugar y se reunieron para ir a compartir su pena y consolarlo. Cuando lo vieron a distancia, no lo reconocían, y rompieron a llorar; se rasgaron el manto, echaron polvo sobre la cabeza y hacia el cielo, y se quedaron con él, sentados en el suelo, siete días con sus noches, sin decirle una palabra, viendo lo atroz de su sufrimiento.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 3, 15-16: PL 75, 606-608)

Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos
a aceptar los males?

El apóstol Pablo, considerando en sí mismo las riquezas de la sabiduría interior y viendo al mismo tiempo que en lo exterior no es más que un cuerpo corruptible, dice: Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro. En el bienaventurado Job, la vasija de barro experimenta exteriormente las desgarraduras de sus úlceras, pero el tesoro interior permanece intacto. En lo exterior crujen sus heridas, pero del tesoro de sabiduría que nace sin cesar en su interior emanan estas palabras llenas de santas enseñanzas: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Entendiendo por bienes los dones de Dios, tanto temporales como eternos, y por males las calamidades presentes, acerca de las cuales dice el Señor por boca del profeta: Yo soy el Señor, y no hay otro; artífice de la luz, creador de las tinieblas, autor de la paz, creador de la desgracia.

Artífice de la luz, creador de las tinieblas, porque, cuando por las calamidades exteriores son creadas las tinieblas del sufrimiento, en lo interior se enciende la luz del conocimiento espiritual. Autor de la paz, creador de la desgracia, porque precisamente entonces se nos devuelve la paz con Dios, cuando las cosas creadas, que son buenas en sí, pero que no siempre son rectamente deseadas, se nos convierten en calamidades y causa de desgracia. Por el pecado perdemos la unión con Dios; es justo, por tanto, que volvamos a la paz con él a través de las calamidades; de este modo, cuando cualquier cosa creada, buena en sí misma, se nos convierte en causa de sufrimiento, ello nos sirve de corrección, para que volvamos humildemente al autor de la paz.

Pero, en estas palabras de Job, con las que responde a las imprecaciones de su esposa, debemos considerar principalmente lo llenas que están de buen sentido. Dice, en efecto: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males? Es un gran consuelo en medio de la tribulación acordarnos, cuando llega la adversidad, de los dones recibidos de nuestro Creador. Si acude en seguida a nuestra mente el recuerdo reconfortante de los dones divinos, no nos dejaremos doblegar por el dolor. Por esto, dice la Escritura: En el día dichoso no te olvides de la desgracia, en el día desgraciado no te olvides de la dicha.

En efecto, aquel que en el tiempo de los favores se olvida del temor de la calamidad cae en la arrogancia por su actual satisfacción. Y el que en el tiempo de la calamidad no se consuela con el recuerdo de los favores recibidos es llevado a la más completa desesperación por su estado mental.

Hay que juntar, pues, lo uno y lo otro, para que se apoyen mutuamente; así, el recuerdo de los favores templará el sufrimiento de la calamidad, y la previsión y temor de la calamidad moderará la alegría de los favores. Por esto, aquel santo varón, en medio de los sufrimientos causados por sus calamidades, calmaba su mente angustiada por tantas heridas con el recuerdo de los favores pasados, diciendo: Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 3, 1-16

Lamentaciones de Job

Job abrió la boca y maldijo su día diciendo:

«¡Muera el día en que nací, la noche que dijo: "Se ha concebido un varón"! Que ese día se vuelva tinieblas, que Dios desde lo alto se desentienda de él, que sobre él no brille la luz, que lo reclamen las tinieblas y las sombras, que la niebla se pose sobre él, que un eclipse lo aterrorice, que se apodere de esa noche la oscuridad, que no se sume a los días del año, que no entre en la cuenta de los meses, que esa noche quede estéril y cerrada a los gritos de júbilo, que la maldigan los que maldicen el océano, los que entienden de conjurar al Leviatán; que se velen las estrellas de su aurora, que espere la luz y no llegue, que no vea el parpadear del alba; porque no me cerró las puertas del vientre y no escondió a mi vista tanta miseria.

¿Por qué al salir del vientre no morí o perecí al salir de las entrañas? ¿Por qué me recibió un regazo y unos pechos me dieron de mamar? Ahora dormiría tranquilo, descansaría en paz, lo mismo que los reyes de la tierra que se alzan mausoleos, o como los nobles que amontonan oro y plata en sus palacios. Ahora sería un aborto enterrado, una criatura que no llegó a ver la luz. Allí acaba el tumulto de los malvados, allí reposan los que están rendidos, con ellos descansan los prisioneros sin oír la voz del capataz; se confunden pequeños y grandes y el esclavo se libra de su amo.

¿Por qué dio luz a un desgraciado y vida al que la pasa en amargura, al que ansía la muerte que no llega y escarba buscándola más que un tesoro, al que se alegraría ante la tumba y gozaría al recibir sepultura, al hombre que no encuentra camino porque Dios le cerró la salida?

Por alimento tengo mis sollozos, y los gemidos se me escapan como agua; me sucede lo que más temía, lo quemás me aterraba me acontece. Vivo sin paz y sin descaso, entre continuos sobresaltos».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,1,1—2, 2; 5,7: CSEL 33, 226-227.230-231)

A ti, Señor, me manifiesto tal como soy

Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como tú me conoces. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la tengas y poseas sin mancha ni arruga. Esta es mi esperanza, por eso hablo; y en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta vida tanto menos se han de llorar cuanto más se las llora, y tanto más se han de deplorar cuanto menos se las deplora. He aquí que amaste la verdad, porque el que realiza la verdad se acerca a la luz. Yo quiero obrar según ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por este mi escrito.

Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿qué podría haber oculto en mí, aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerme si no es en ti, ni podré serte grato si no es por ti.

Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor, bendices al justo; pero antes de ello haces justo al impío. Así, pues, mi confesión en tu presencia, Dios mío, es a la vez callada y clamorosa: callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto al clamor con que clama el afecto.

Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre, que está dentro de él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo espíritu que habita dentro de él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.

Ciertamente ahora te vemos confusamente en un espejo, aún no cara a cara; y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento más presente a mí mismo que a ti; y sé que no puedo de ningún modo violar el misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la tentación das también el éxito, para que podamos resistir.

Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en mediodía ante tu presencia.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 4, 1-21

Discurso de Elifaz

Respondió Elifaz de Temán:

—Si uno se atreviera a hablarte, no sé si lo aguantarías, pero ¿puede uno frenar las palabras? Tú que a tantos instruías y fortalecías los brazos inertes, que con tus palabras levantabas al que tropezaba y sostenías las rodillas que se doblaban, hoy que te toca a ti, ¿no aguantas?, ¿te turbas, hoy que todo te cae encima? ¿No era la religión tu confianza y una vida honrada tu esperanza? ¿Recuerdas un inocente que haya perecido?, ¿dónde se ha visto un justo exterminado? A los que aran maldad y miseria yo he visto cosecharlas. Sopla Dios y perecen, su aliento enfurecido los consume.

Aunque ruge el león y le hace coro la leona, a los cachorros les arrancan los dientes: muere el león falto de presa y las crías de la leona se dispersan. Oí furtivamente una palabra, apenas percibí su murmullo; en una visión de pesadilla, cuando el letargo cae sobre el hombre, me sobrecogió un terror, un temblor que estremeció todos mis huesos. Un viento me rozó la cara, se me erizó el vello. Estaba en pie —no lo conocía—, sólo una figura ante mis ojos, un silencio, después oí una voz:

«¿Puede el hombre llevar razón contra Dios?, ¿o un mortal ser puro frente a su creador? En sus mismos ángeles descubre faltas, ni aun a sus criados los encuentra fieles, pues ¿cómo estarán limpios ante su hacedor los que habitan en casas de arcilla, cimentadas de barro? Entre el alba y el ocaso se desmoronan; sin que se advierta, perecen para siempre; les arrancan las cuerdas de la tienda y mueren sin haber aprendido».
 

SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 43, 68-70: CSEL 33, 278-280)

Cristo murió por todos

Señor, el verdadero mediador que por tu secreta misericordia revelaste a los humildes, y lo enviaste para que con su ejemplo aprendiesen la misma humildad, ese mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, apareció en una condición que lo situaba entre los pecadores mortales y el Justo inmortal: pues era mortal en cuanto hombre, y era justo en cuanto Dios. Y así, puesto que la justicia origina la vida y la paz, por medio de esa justicia que le es propia en cuanto que es Dios destruyó la muerte de los impíos al justificarlos, esa muerte que se dignó tener en común con ellos.

¡Oh, cómo nos amaste, Padre bueno, que no perdonaste a tu Hijo único, sino que lo entregaste por nosotros, que éramos impíos! ¡Cómo nos amaste a nosotros, por quienes tu Hijo no hizo alarde de ser igual a ti, al contrario, se rebajó hasta someterse a una muerte de cruz! Siendo como era el único libre entre los muertos, tuvo poder para entregar su vida y tuvo poder para recuperarla. Por nosotros se hizo ante ti vencedor y víctima: vencedor, precisamente por ser víctima; por nosotros se hizo ante ti sacerdote y sacrificio: sacerdote, precisamente del sacrificio que fue él mismo. Siendo tu Hijo, se hizo nuestro servidor, y nos transformó, para ti, de esclavos en hijos.

Con razón tengo puesta en él la firme esperanza de que sanarás todas mis dolencias por medio de él, que está sentado a tu diestra y que intercede por nosotros; de otro modo desesperaría. Porque muchas y grandes son mis dolencias; sí, son muchas y grandes, aunque más grande es tu medicina. De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros, hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de nosotros.

Aterrado por mis pecados y por el peso enorme de mis miserias, había meditado en mi corazón y decidido huir a la soledad; mas tú me lo prohibiste y me tranquilizaste, diciendo: Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos.

He aquí, Señor, que ya arrojo en ti mi cuidado, a fin de que viva y pueda contemplar las maravillas de tu voluntad. Tú conoces mi ignorancia y mi flaqueza: enséñame y sáname. Tu Hijo único, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y del conocer, me redimió con su sangre. No me opriman los insolentes; que yo tengo en cuenta mi rescate, y lo como y lo bebo y lo distribuyo y, aunque pobre, deseo saciarme de él en compañía de aquellos que comen de él y son saciados por él. Y alabarán al Señor los que lo buscan.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 5, 1-27

No rechaces la corrección del Señor

Respondió Elifaz de Temán:

—Grita, a ver si alguien te responde; ¿a qué ángel recurrirás? Porque el despecho mata al insensato y la pasión da muerte al imprudente. Yo vi a un insensato echar raíces y al momento vi maldita su morada, a sus hijos sin poder salvarse, atropellados sin defensa ante los jueces; sus cosechas las devoró el hambriento robándolas a través de los espinos, y el sediento se sorbió su hacienda.

No nace del barro la miseria, la fatiga no germina de la tierra: es el hombre quien engendra la fatiga, como las chispas alzan el vuelo.

Yo que tú, acudiría a Dios para poner mi causa en sus manos. El hace prodigios incomprensibles, maravillas sin cuento: da lluvia a la tierra, riega los campos, levanta a los humildes, da refugio seguro a los abatidos, malogra los planes del astuto para que fracasen sus manejos, enreda en sus mañas al artero y hace abortar las intrigas del taimado; así, en pleno día van a dar en las tinieblas, a plena luz van a tientas como de noche. Así Dios salva al pobre de la lengua afilada, de la mano violenta; da esperanza al desvalido y tapa la boca a los malvados.

Dichoso el hombre a quien corrige Dios: no rechaces el escarmiento del Todopoderoso, porque él hiere y venda la herida, golpea y cura con su mano; de seis peligros te salva y al séptimo no sufrirás ningún mal; en tiempo de hambre te librará de la muerte, y en la batalla, de la espada; te esconderá del látigo de la lengua, y aunque llegue el desastre no temerás, te reirás de hambres y desastres, no temerás a las fieras, harás pacto con los espíritus del campo y tendrás paz con las fieras, disfrutarás de la paz de tu tienda y al recorrer tu dehesa nada echarás de menos; verás una descendencia numerosa y a tus retoños como hierba del campo; bajarás a la tumba sin achaques, como una gavilla en sazón.

Todo esto lo hemos indagado y es cierto: escúchalo y aplícatelo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 11, 1, 1-2, 3: CSEL 33, 283-285)

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica

Señor, ¿es que siendo tuya la eternidad ignoras acaso lo que te digo o ves en el tiempo lo que se hace en el tiempo? ¿Por qué entonces te cuento estas cosas? No ciertamente para que te enteres de mí, sino porque al narrarlas, potencio mi afecto y el de cuantos esto leyeren hacia ti, de modo que todos exclamemos: Grande es el Señor, y muy digno de alabanza. Lo he dicho y lo repetiré: lo hago por amor de tu amor.

Porque también oramos, y, no obstante, la Verdad dice: Vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que se lo pidáis. Por tanto, al confesarte nuestras miserias y tus misericordias para con nosotros te manifestamos nuestro afecto, para que, llevando a cabo la obra que en nosotros comenzaste, nos libres definitivamente, de suerte que dejemos de ser miserables en nosotros y seamos felices en ti, ya que nos has llamado para que seamos pobres en el espíritu y sufridos y llorosos y sedientos de la justicia y misericordiosos y limpios de corazón y artífices de la paz. Mira, te he contado muchas cosas, las que pude y quise, porque fuiste tú primero el que quisiste que te alabara a ti, Señor, porque eres bueno, y porque es eterna tu misericordia.

Pero, ¿cuándo seré capaz de enunciar con la lengua de mi pluma todas tus exhortaciones, todas tus amenazas, consuelos y providencias, mediante las cuales me condujiste a predicar tu palabra y a administrar tu sacramento en favor de tu pueblo? Y en el supuesto de que fuera capaz de enunciar todo esto por su orden, cada minuto es para mí un tesoro. Y ya hace tiempo que ardo en deseos de meditar tu ley y de confesarte en ella mi ciencia y mi impericia, las primicias de tu iluminación y las reliquias de mis tinieblas hasta que la debilidad sea absorbida por la fortaleza. Y no quiero que se me vayan en otras ocupaciones las horas que me dejan libres las necesidades del cuerpo, la atención al alma y la ayuda que debemos a los hombres y la que no les debemos y, sin embargo, les prestamos.

Señor, Dios mío, atiende a mi súplica, y que tu misericordia escuche mi deseo, un deseo que no sólo me quema a mí, sino que quiere ser útil a la caridad fraterna: y que así es, tú mismo lo lees en mi corazón. Que yo pueda ofrecerte en sacrificio el servicio de mi inteligencia y de mi lengua, y dame tú lo que yo pueda ofrecerte. Pues yo soy un pobre desamparado y rico con los que te invocan, y asumes con firmeza el cuidado de nosotros. Circuncida mis labios, interiores y exteriores, de toda temeridad y de toda mentira. Sean tus Escrituras mis castas delicias: ni yo me engañe en ellas ni con ellas induzca a otros a engaño. Hazme caso, Señor, y ten piedad de mí; Señor, Dios mío, luz de los ciegos y fortaleza de los débiles y, en un segundo tiempo, luz de los que ven y energía de los fuertes, atiende a mi alma y escucha a quien te grita desde lo hondo.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del Libro de Job 6, 1-30

Respuesta de Job, afligido y abandonado de Dios

Respondió Job:

«Si pudiera pesarse mi aflicción y juntarse en la balanza mis desgracias, serían más pesadas que la arena; por eso desvarían mis palabras. Llevo clavadas las flechas del Todopoderoso y siento cómo absorbo su veneno, los terrores se han desplegado contra mí.

¿Rebuzna el asno salvaje ante la hierba?, ¿muge el buey ante el forraje?, ¿va uno a comer sin sal lo desabrido o a encontrarle gusto al suero de la leche? Lo que me daba asco es ahora mi alimento repugnante.

Ojalá se cumpla lo que pido y Dios me conceda lo que espero: que Dios se digne triturarme y cortar de un tirón la trama de mi vida. Sería un consuelo para mí: aun torturado sin piedad, saltaría de gozo, por no haber renegado de las palabras del Santo. ¿Qué fuerzas me quedan para resistir?, ¿qué destino espero para tener paciencia?, ¿es mi fuerza la fuerza de la roca o es de bronce mi carne? Ya no encuentro apoyo en mí y la suerte me abandona.

Para el enfermo es la lealtad de los amigos, aunque olvide el temor del Todopoderoso; pero mis hermanos me traicionan como un torrente, como una torrentera cuando cesa el caudal: baja turbio por el deshielo arrastrando revuelta la nieve; pero con el primer calor se seca y en la canícula desaparece de su cauce. Por su culpa las caravanas cambian de ruta, se adentran en la inmensidad y se extravían; las caravanas de Temá lo buscan y los beduinos de Sabá cuentan con él; pero queda burlada su esperanza y, al llegar, se ven decepcionados.

Igual vosotros, os habéis vuelto nada, veis mi terror y tenéis miedo. ¿Os he pedido que soltéis por mí algún soborno de vuestro bolsillo, que me libréis de mi adversario y me rescatéis de un poder tiránico? Instruidme, que guardaré silencio; hacedme ver en qué me he equivocado. ¡Qué persuasivas son las palabras certeras!; pero ¿qué prueban vuestras pruebas? ¿Pretendéis cogerme en mis palabras cuando lo que dice uno desesperado es viento? Sería como sortearse un huérfano y tratar el precio de un amigo.

Ahora miradme atentamente: juro no mentir en vuestra cara. Otra vez, por favor, pero sin maldad; otra vez, que está en juego mi inocencia. ¿Hay maldad en mis labios?, ¿no pondera mi boca las palabras?»


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre el evangelio de san Mateo (Lib 11, 6: PG 13, 919-923)

¡Ánimo, soy yo!

Si en alguna ocasión llegáramos a caer en el escollo de las tentaciones, acordémonos de que Jesús nos apremió a subir a la barca de la prueba, queriendo que le adelantáramos a la otra orilla. Pues es imposible que quienes no hubieren soportado las tentaciones de las olas y del viento contrario, lleguen a la otra orilla. Así pues, cuando nos viéramos cercados por un sinfín de dificultades y, mediante un moderado esfuerzo hubiéramos logrado en cierto modo esquivarlas, pensemos que nuestra barca se encuentra en mar abierto, sacudida por las olas, que quisieran vernos naufragar en la fe o en otra virtud cualquiera. Pero cuando viéramos que es el espíritu del mal el que arremete contra nosotros, entonces hemos de concluir que el viento nos es contrario.

Ahora bien, cuando soportando el viento contrario hubieran transcurrido las tres vigilias de la noche, esto es, de las tinieblas que acompañan a la tentación, luchando denodadamente según la medida de nuestras fuerzas, procurando escapar al naufragio de la fe, entonces abrigamos la esperanza de que se acercará a nosotros el Hijo de Dios, al filo de la cuarta vigilia, cuando la noche está avanzada y el día se echa encima, para calmar nuestro agitado mar caminando sobre él.

Y cuando viéramos aparecérsenos el Verbo, quizá nos asustemos antes de caer en la cuenta de que estamos en presencia del Salvador; y, pensando ser un fantasma, gritaremos muertos de miedo. Pero él nos dirá en seguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Y si entre nosotros se hallare otro Pedro, más fuertemente conmovido por las palabras de aliento del Señor, ese Pedro en camino hacia una perfección que todavía no ha alcanzado, bajando de la barca —como huyendo de la tentación que lo acosaba—en un primer momento anduvo queriendo acercarse a Jesús sobre las aguas; pero siendo insuficiente todavía su fe y zarandeado por la duda, sentirá la fuerza del viento, le entrará miedo y empezará a hundirse. Pero no se hundirá, porque a gritos se dirigirá a Jesús, suplicándole: Señor, sálvame. E inmediatamente, también a este Pedro que le suplica diciendo: Señor, sálvame, el Verbo le tenderá la mano, socorrerá a este hombre, agarrándolo en el preciso momento en que comenzaba a hundirse, y echándole en cara su poca fe y el haber dudado. No obstante, observa que no le dijo: Incrédulo, sino: Hombre de poca fe, y que añadió: ¿Por qué has dudado?, como uno que si bien teniendo un poco de fe, vacila y no se comporta de modo contrario.

Momentos después, tanto Jesús como Pedro subieron a la barca y amainó el viento. Los de la barca, dándose cuenta de qué peligros habían sido salvados, lo adoraron diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 7, 1-21

Job se queja ante Dios de la tristeza de la vida

Job respondió, diciendo:

«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo suspira por la sombra, como el jornalero aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?

Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba; me tapo con gusanos y con terrones, la piel se me rompe y me supura. Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha; los ojos que me ven ya no me descubrirán, y cuando me mires tú, ya no estaré.

Como la nube pasa y se deshace, el que baja a la tumba no sube ya; no vuelve a su casa, su morada no vuelve a verlo. Por eso no frenaré mi lengua, hablará mi espíritu angustiado y mi alma amargada se quejará.

¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que me pongas un guardián? Cuando pienso que el lecho me aliviará yla cama soportará mis quejidos, entonces me espantas con sueños y me aterrorizas con pesadillas. Preferiría morir asfixiado, y la misma muerte, a estos miembros que odio.

No he de vivir por siempre; déjame, que mis días son un soplo. ¿Qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él, para que le pases revista por la mañana y lo examines a cada momento? ¿Por qué no apartas de mí la vista y no me dejas ni tragar saliva?

Si he pecado, ¿qué te he hecho? Centinela del hombre, ¿por qué me has tomado como blanco, y me he convertido en carga para ti? ¿Por qué no me perdonas mi delito y no alejas mi culpa? Muy pronto me acostaré en el polvo, me buscarás y ya no existiré».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10, 26, 37—29, 40: CSEL 33, 255-256)

Toda mi esperanza está puesta en tu gran misericordia

Señor, ¿dónde te hallé para conocerte —porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese—, dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti mismo, lo cual estaba muy por encima de mis fuerzas? Pero esto fue independientemente de todo lugar, pues nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, esto se lleva a cabo sin importar el lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y, a un mismo tiempo, respondes a todos los que te interrogan sobre las cosas más diversas.

Tú respondes claramente, pero no todos te escuchan con claridad. Todos te consultan sobre lo que quieren, mas no todos oyen siempre lo que quieren. Optimo servidor tuyo es el que no atiende tanto a oír de ti lo que él quisiera cuanto a querer aquello que de ti escuchare.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser, ya no habrá más dolor ni trabajo para mí, y mi vida será realmente viva, llena toda de ti. Tú, al que llenas de ti, lo elevas, mas, como yo aún no me he llenado de ti, soy todavía para mí mismo una carga. Contienden mis alegrías, dignas de ser lloradas, con mis tristezas, dignas de ser aplaudidas, y no sé de qué parte está la victoria.

¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Contienden también mis tristezas malas con mis gozos buenos, y no sé a quién se ha de inclinar el triunfo. ¡Ay de mí, Señor! ¡Ten misericordia de mí! Yo no te oculto mis llagas. Tú eres médico, y yo estoy enfermo; tú eres misericordioso, y yo soy miserable.

¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo un servicio? ¿Quién hay que guste de las molestias y trabajos? Tú mandas tolerarlos, no amarlos. Nadie ama lo que tolera, aunque ame el tolerarlo. Porque, aunque goce en tolerarlo, más quisiera, sin embargo, que no hubiese que tolerar. En las cosas adversas deseo las prósperas, en las cosas prósperas temo las adversas. ¿Qué lugar intermedio hay entre estas cosas, en el que la vida humana no sea una lucha? ¡Ay de las prosperidades del mundo, pues están continuamente amenazadas por el temor de que sobrevenga la adversidad y se esfume la alegría! ¡Ay de las adversidades del mundo, una, dos y tres veces, pues están continuamente aguijoneadas por el deseo de la prosperidad, siendo dura la misma adversidad y poniendo en peligro la paciencia! ¿Acaso no está el hombre en la tierra cumpliendo sin interrupción un servicio?

Pero toda mi esperanza estriba sólo en tu muy grande misericordia.