DOMINGO III DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 425

Felipe en Samaria. Simón el mago

Al ir de un lugar para otro, los prófugos iban difundiendo el evangelio. Felipe bajó a la ciudad de Samaría, y predicaba allí a Cristo. El gentío escuchaba con aprobación lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.

Ya de antes estaba en la ciudad un cierto Simón, que practicaba la magia y pasmaba al pueblo de Samaría haciéndose pasar por un ser extraordinario. Todos, grandes y pequeños, le hacían caso, pues decían:

—Este es la potencia de Dios, ésa que llaman la grande.

Le hacían caso porque por largo tiempo los había tenido pasmados con sus magias; pero cuando creyeron, porque Felipe anunciaba el reinado de Dios y a Jesús el Mesías, hombres y mujeres se bautizaron. También Simón creyó, y una vez bautizado no se apartaba de Felipe; y presenciando las grandes señales y milagros que sucedían, se quedaba pasmado.

Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.

Al ver que, al imponer las manos los apóstoles, se daba el Espíritu, les ofreció dinero, diciendo:

—Dadme a mí también ese poder, que a quien yo le imponga las manos reciba el Espíritu Santo.

Pedro le replicó:

—¡Púdrete tú con tus cuartos, por haberte imaginado que el don de Dios se compra con dinero! No es cosa tuya ni se ha hecho para ti el mensaje éste, pues por dentro no andas a derechas con Dios. Por eso, arrepiéntete de esa maldad tuya y pídele al Señor a ver si te perdona esa idea que te ha venido; porque te veo destinado a la hiel amarga y a las cadenas de los inicuos.

Respondió Simón:

—Rogad al Señor por mí, que no me venga encima lo que me habéis dicho.

Después de dar avisos y de exponer el mensaje del Señor, los apóstoles regresaron a Jerusalén anunciando la buena noticia en muchas aldeas samaritanas.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 34 (13.56: CCL 41, 424426)

Cantemos al Señor el cántico del amor

Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.

Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo vamos a elegir si no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino porque Dios le amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos y con ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de nuestro amor: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones. Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez? Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del Espíritu Santo que se nos ha dado.

Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud del mismo don que Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice más claramente aún: Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir: El amor es de Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo dijo quien sabía lo que se traía entre manos.

Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: «Amadme, y me poseeréis, porque no os será posible amarme si antes no me poseéis».

¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta.

Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quién amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor.

¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 8, 2640

Felipe y el etíope

El ángel del Señor le dijo a Felipe:

—Ponte en camino hacia el sur, por la carretera de Jerusalén a Gaza, que cruza el desierto.

Se puso en camino y de pronto vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía, e intendente del tesoro, que había ido en peregrinación a Jerusalén. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo al profeta Isaías.

El Espíritu dijo a Felipe:

—Acércate y pégate a la carroza.

Felipe se acercó corriendo, le oyó leer al profeta Isaías, y le preguntó:

—¿Entiendes lo que estás leyendo?

Contestó:

—Y ¿cómo voy a entenderlo si nadie me lo explica?

Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste: «Como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino? Lo arrancaron de la tierra de los vivos».

El eunuco le preguntó a Felipe:

—Por favor, ¿de quién dice esto el profeta? ¿De él mismo o de otro?

Felipe se puso a hablarle, y tomando pie de este pasaje, le anunció la buena noticia de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco:

—Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?

Felipe le contestó:

—Si crees de todo corazón, se puede.

Respondió el eunuco:

—Creo que Jesús es el Hijo de Dios.

Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su viaje lleno de alegría.

Felipe fue a parar a Azoto y fue evangelizando los poblados hasta que llegó a Cesarea.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, El Pedagogo (Lib 1, cap. 6, 2627.3031: SC 70, 159161.167)

En seguir a Cristo está nuestra salvación

Bautizados, somos iluminados; iluminados, recibimos la adopción filial; adoptados, se nos conduce a la perfección; perfeccionados, se nos da el don de la inmortalidad. Dice la Escritura: Yo declaro: Sois dioses e hijos del Altísimo todos. Esta operación recibe nombres diversos: gracia, iluminación, perfección, baño. Baño, porque en él nos purificamos de nuestros pecados; gracia, porque se nos condonan las penas debidas por el pecado; iluminación, que nos facilita la visión de aquella santa y salvífica luz, esto es, que nos posibilita la contemplación de Dios; y llamamos perfecto a lo que no carece de nada. Sería realmente absurdo llamar gracia de Dios a una gracia que no sea perfecta y completa en todos los sentidos: el que es perfecto, distribuirá normalmente dones perfectos.

Si en el plano de la palabra, nada más ordenarlo todo vino a la existencia, en el plano de la gracia, bastará que él quiera otorgarla para que esa gracia sea plena. Lo que ha de suceder en un futuro, es anticipado gracias al poder de su voluntad. Añádase a esto que la liberación de los males es ya el comienzo de la salvación. No bien hemos pisado los umbrales de la vida, ya somos perfectos: y comenzamos a vivir en el instante mismo en que se nos separa de la muerte. Por tanto, en seguir a Cristo está nuestra salvación. Lo que ha sido hecho en él, es vida. Os lo aseguro —dice—: quien escucha mi palabra y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida. Así pues, el solo hecho de creer y de ser regenerado es la perfección en la vida, pues Dios jamás es deficiente.

Del mismo modo que su querer es ya una realidad y una realidad que llamamos mundo, de igual modo su proyecto es la salvación de los hombres, una salvación que lleva el nombre de Iglesia. Conoce, pues, a los que él llamó y salvó: porque a un mismo tiempo los llamó y los salvó. Vosotros mismos —dice el Apóstol— habéis sido instruidos por Dios. Sería, en efecto, blasfemo considerar imperfecta la enseñanza del mismo Dios. Y lo que de él aprendemos es la eterna salvación del Salvador eterno: a él la gracia por los siglos de los siglos. Amén.

Apenas uno es regenerado cuando —como su mismo nombre lo indica— queda iluminado, es inmediatamente liberado de las tinieblas y es gratificado automáticamente con la luz. Somos totalmente lavados de nuestros pecados y, de pronto, dejamos de ser malos. Esta es la gracia singular de la iluminación: nuestra conducta no es la misma que antes de descender a las aguas bautismales. Pero dado que el conocimiento se origina a la vez que la iluminación, ilustrando la mente, y los que éramos rudos e ignorantes inmediatamente nos oímos llamar discípulos, ¿es esto debido a que la iniciación susodicha se nos dio previamente? Imposible precisar el momento. Lo cierto es que la catequesis conduce a la fe y que la fe nos la enseña el Espíritu Santo juntamente con el bautismo. Ahora bien, que la fe es el único y universal camino de salvación de la naturaleza humana y que la ecuanimidad y comunión del Dios justo y filántropo es la misma para con todos, lo expuso clarísimamente Pablo, diciendo: Antes de que llegara la fe, estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo, hasta que llegara Cristo y Dios nos aceptara por la fe Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedago. ¿No acabáis de oír que ya no estamos bajo la ley del temor, sino bajo el Logos, que es el pedagogo del libre albedrío? A continuación añade Pablo una expresión libre de cualquier tipo de parcialidad: Porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 122

Vocación de Saulo

Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse presos a Jerusalén a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres.

En el viaje, cerca de Damasco, de repente, un relámpa go lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:

—¡Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?

Preguntó él:

—¿Quién eres, Señor?

Respondió la voz:

—Soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que tienes que hacer.

Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.

Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:

—Ananías.

Respondió él:

—Aquí estoy, Señor.

El Señor le dijo:

—Vete a la calle Mayor, a casa de Judas y pregunta por un tal Saulo de Tarso. Está orando, y ha visto a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista.

Ananías contestó:

—Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Además trae autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre.

El Señor le dijo:

—Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas. Yo le enseñaré lo que tiene que sufrir por mi nombre.

Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:

—Hermano Saulo, el Señor Jesús que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y te llenes de Espíritu Santo.

Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó y lo bautizaron. Comió y le volvieron las fuerzas.

Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios. Los oyentes quedaban asombrados y comentaban:

—¿No es éste el que enseñaba en Jerusalén contra los que invocaban ese nombre? Y había venido aquí precisamente para llevárselos presos a los sumos sacerdotes.

Pero Pablo se crecía y tapaba la boca a los judíos de Damasco, demostrando que Jesús es el Mesías.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Contra Eunomio (Lib 4: PG 45, 634. 635638)

Cristo, primogénito de entre los muertos

El Apóstol llama a Cristo Primogénito de toda criatura y Primogénito entre muchos hermanos, y, finalmente Primogénito de entre los muertos.

Es el primogénito de entre los muertos, por ser el primero que por sí mismo, superó los acerbos dolores de la muerte, comunicando además a todos la fuerza necesaria para el alumbramiento que supone la resurrección. Fue constituido primogénito entre los hermanos, por ser el primero que, en el nuevo parto de la regeneración, fue engendrado en el agua, nacimiento presidido por el aleteo de la paloma. Por medio de este nacimiento, se incorpora como hermanos a cuantos participan con él en una tal generación, convirtiéndose de este modo en primogénito de quienes, después de él, son regenerados en el agua y en el Espíritu. En una palabra: Cristo es el primogénito en las tres generaciones con que es vivificada la naturaleza humana: la primera es la generación corporal, la segunda la que se verifica mediante el sacramento de la regeneración, y la tercera, finalmente, la que tiene lugar a través de la esperada resurrección de entre los muertos.

Y siendo doble la regeneración operada por uno de estos dos medios: el bautismo y la resurrección, de ambas es Cristo príncipe y caudillo. En la carne es asimismo el primogénito: él es el primero y el único que ha llevado a cabo en sí mismo, por medio de la Virgen, un nacimiento nuevo y desconocido por la naturaleza, nacimiento que nadie, en el decurso de tantas humanas generaciones, fue capaz de realizar. Si la razón llegara a comprender estas realidades, comprendería asimismo el significado de la criatura, cuyo primogénito es Cristo. Conocemos, en efecto, un doble creación de nuestra naturaleza: la primera, cuando fuimos formados; la segunda, cuando fuimos reformados. Ahora bien, no hubiera sido necesaria una segunda creación, si no hubiéramos hecho inútil la primera mediante la prevaricación.

Envejecida, anticuada y caduca la primera creación, era necesario proceder, en Cristo, a la creación de una nueva criatura, pues —como dice el Apóstol— nada viejodebe hacer acto de presencia en la segunda criatura: Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras y deseos, y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios. Y: El que vive con Cristo —dice— es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha llegado lo nuevo. Uno e idéntico es el Hacedor de la naturaleza humana que creó lo que existe desde la aurora de los siglos y lo que posteriormente ha sido hecho. Al principio modeló al hombre del polvo; más tarde, tomando el polvo de la Virgen, no se limitó a modelar un hombre, sino que plasmó su propia humanidad. Entonces creó, luego fue creado; entonces el Logos hizo la carne, luego el Logos se hizo carne, para que nuestra carne se espiritualizara. Al hacerse uno de nosotros, asumió la carne y la sangre.

Con razón, pues, es llamado primogénito de esta nueva criatura cristiana de la que él es caudillo, constituido en primicia de todos, tanto de los que nacen a la vida, como de los que renacen en virtud de su resurrección de entre los muertos, para que sea el Señor de vivos y muertos y consagre en sí mismo, que es la primicia, a la totalidad de los bautizados.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 9, 2343

Saulo en Jerusalén. Milagros de Pedro

Pasados bastantes días, los judíos se concertaron para suprimirlo, pero Saulo tuvo noticia de su conjura. Como día y noche custodiaban las puertas de la ciudad con intención de quitarlo de en medio, una noche lo cogieron sus discípulos y lo descolgaron muro abajo en un cesto.

Llegado a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos; pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo.

Entonces lo cogió Bernabé y se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.

Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.

Entre tanto, la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.

Pedro recorría el país y bajó a ver a los fieles que residían en Lida. Encontró allí a un cierto Eneas, un paralítico que desde hacía ocho años no se levantaba de la camilla.

Pedro le dijo:

—Eneas, Jesucristo te da la salud: levántate y haz la cama.

Se levantó inmediatamente. Lo vieron todos los vecinos de Lida y de la llanura de Sarón, y se convirtieron al Señor.

Había en Jafa una discípula llamada Tabita (que significa Gacela). Tabita hacía infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron: la pusieron en la sala de arriba.

Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jafa sin tardar. Pedro se fue con ellos.

Al llegar a Jafa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y dirigiéndose a la muerta dijo:

—Tabita, levántate.

Ella abrió los ojos, y al ver a Pedro se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los fieles y a las viudas, se la presentó viva.

Esto se supo en toda Jafa, y muchos creyeron en el Señor. Pedro se quedó en Jafa bastantes días, en casa de un tal Simón, que era curtidor.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo (Lib 2: PG 150, 522523)

Los sagrados misterios nos unen a Cristo

Tienen acceso a la unión con Cristo los que pasaron por todo lo que él pasó, los que hicieron y padecieron todo lo que él hizo y padeció. Pues bien, Cristo se unió y aceptó una carne y una sangre limpias de todo pecado. Y siendo Dios desde la eternidad, marcó con su divinidad incluso a lo que más tarde asumió, es decir, la naturaleza humana. Finalmente, gracias a esa carne pudo asimismo sufrir la muerte y recobrar la vida.

Por tanto, quien desee estar unido a Cristo, debe participar de su carne, comulgar con su divinidad y acompañarle en la sepultura y en la resurrección. Esta es la razón por la que nos sumergimos en el agua de la salvación, para morir con su muerte y resucitar con su resurrección. Somos ungidos para comulgar con la regia unción de su deidad. Y comiendo el sagrado Pan y bebiendo la divinizarte Bebida, participamos de la carne y de la sangre que él asumió. Y de esta suerte existimos en quien por nosotros se encarnó, murió y resucitó.

¿Y cómo sucede esto? ¿Seguimos tal vez el mismo orden que él? Todo lo contrario, ya que nosotros comenzamos donde él terminó y terminamos donde él comenzó. En efecto, descendió él para que ascendiéramos nosotros y, debiendo recorrer el mismo camino, nosotros lo recorremos subiendo mientras él lo recorre bajando.

De hecho, el bautismo es un alumbramiento o un nacimiento; la unción o crisma se nos confiere con miras a la acción y al progreso; el Pan de vida y el Cáliz de la Eucaristía son alimento y bebida verdaderos. Ahora bien: nadie puede moverse o alimentarse sin antes haber nacido. Por eso, el bautismo reintegra al hombre en su amistad con Dios; el crisma lo hace digno de los dones en él contenidos; la sagrada mesa tiene el poder de comunicar al bautizado la carne y la sangre de Cristo.

Pero si no precede la reconciliación, es imposible relacionarse con los amigos y merecer los premios que les son propios. Como es imposible que los malvados y los esclavos del pecado coman de la carne y beban de la sangre reservadas a las almas puras. Por cuya razón, primero somos lavados y luego ungidos: y así, purificados y perfumados, nos acercamos a la sagrada mesa.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 133

Pedro en casa del capitán Cornelio

Vivía en Cesarea un cierto Cornelio, capitán de la compañía itálica. Era devoto y adepto a la religión judía, como toda su familia; daba muchas limosnas al pueblo y oraba regularmente.

A eso de la media tarde tuvo una visión: vio claramente al ángel de Dios que entraba en su cuarto y lo llamaba:

—¡Cornelio!

El se quedó mirándolo y le preguntó asustado:

—¿Qué quieres, Señor?

Le contestó el ángel:

—Tus oraciones y tus limosnas han llegado hasta Dios y las tiene presentes. Ahora manda a alguien a Jafa en busca de un tal Simón Pedro; para en casa de cierto Simón, curtidor, que vive junto al mar.

Cuando se marchó el ángel llamó Cornelio a dos criados y a un soldado devoto, ordenanza suyo; les refirió todo y los mandó a Jafa.

Al día siguiente, hacia el mediodía, mientras ellos iban de camino, cerca ya de la ciudad, subió Pedro a la azotea a orar, pero sintió hambre y quiso tomar algo. Mientras se lo preparaban, le vino un éxtasis: vio el cielo abierto y una cosa que bajaba, una especie de toldo enorme que por los cuatro picos llegó a alcanzar el suelo. Había dentro todo género de cuadrúpedos, reptiles y pájaros.

Una voz le habló:

—Anda, Pedro; mata y come.

Replicó Pedro:

—Ni pensarlo, Señor, nunca he comido nada profano o impuro.

Por segunda vez le habló la voz:

—Lo que Dios ha declarado puro no lo llames tú profano.

Esto se repitió tres veces, y en seguida se llevaron la cosa al cielo.

Pedro no acertaba a explicarse el sentido de aquella visión. Mientras tanto los emisarios de Cornelio, que habían andado buscando la casa de Simón, se presentaron en el portal y, dando una voz, preguntaron si paraba allí el Simón que llamaban Pedro.

Pedro seguía dándole vueltas a la visión, cuando el Espíritu le dijo:

—Hay unos hombres que te buscan. Date prisa, baja y vete con ellos sin reparos, que los he enviado yo. Pedro bajó a abrirles y les dijo:

—Aquí estoy, yo soy el que buscáis. ¿Qué os trae por aquí? Contestaron ellos:

—Cornelio, el capitán, hombre recto y adepto al judaísmo, recomendado por toda la población judía, ha recibido aviso de un ángel encargándole que te mande llamar para que vayas a su casa y escuchar lo que le digas.

Pedro les invitó a entrar y les dio alojamiento.

Al día siguiente se puso en camino con ellos, acompañado de algunos hermanos de Jafa, y al otro día llegaron a Cesarea.

Cornelio los estaba aguardando, y había reunido a sus parientes y amigos íntimos. Cuando iba a entrar Pedro salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero, Pedro lo alzó diciendo:

—Levántate, que también yo soy un simple hombre. Entró en la casa conversando con él, encontró a muchas personas reunidas y les dijo:

—Sabéis que a un judío le está prohibido tener trato con extranjeros o entrar en su casa; pero a mí me ha enseñado Dios a no llamar profano o impuro a ningún hombre. Por eso, cuando me habéis mandado llamar, no he tenido inconveniente en venir. Ahora quisiera saber el motivo de la llamada.

Contestó Cornelio:

—Hace cuatro días estaba yo rezando en mi casa a esta misma hora, a media tarde, cuando se me presentó un hombre vestido espléndidamente, que me dijo: «Cornelio, Dios ha escuchado tu oración y tiene presentes tus limosnas. Manda alguien a Jafa e invita a venir a Simón Pedro, que para en casa de Simón el curtidor, junto al mar». Te mandé recado en seguida y tú has tenido la amabilidad de presentarte aquí. Ahora aquí nos tienes a todos delante de Dios, para escuchar lo que el Señor te haya encargado decirnos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano (PG 46, 262263)

La voluntad de Cristo, norma de nuestra vida

Cuando se nos enseña que Cristo es la redención y que para redimirnos él mismo se entregó como precio, confesamos al mismo tiempo que, al constituirse en precio de cada una de las almas y otorgándonos la inmortalidad, nos ha convertido —a nosotros comprados por él dando vida por muerte— en posesión suya propia. Ahora bien, si somos propiedad del que nos redimió, sigamos incondicionalmente al Señor, de modo que ya no vivamos para nosotros, sino para el que nos compró al precio de su vida: pues ya no somos dueños de nosotros mismos; nuestro Señor es aquel que nos compró y nosotros estamos sometidos a su dominio. En consecuencia, su voluntad ha de ser la norma de nuestro vivir.

Y así como cuando la muerte nos oprimía con tiránica dominación, todo en nosotros lo disponía la ley del pecado, así ahora que estamos destinados a la vida es lógico que nos gobierne la voluntad del Todopoderoso, no sea que renunciando por el pecado a la voluntad de vivir, nuevamente caigamos por decisión propia bajo la impía dominación del pecado.

Esta reflexión nos unirá más estrechamente al Señor, sobre todo si escucháramos a Pablo llamarle unas veces Pascua, otras sacerdote: porque Cristo se inmoló por nosotros como verdadera Pascua, y, en calidad de sacerdote, el mismo Cristo se ofreció a Dios en sacrificio. Se entregó —dice— por nosotros como oblación y víctima de suave olor. Lo cual es una lección para nosotros. Pues quien ve que Cristo se ha entregado a Dios como oblación y víctima y se ha convertido en nuestra Pascua, él mismo presenta su cuerpo a Dios como hostia viva, santa, agradable, hecho un culto razonable. El modo de realizar el sacrificio es: no ajustarse a este mundo, sino transformarse por la renovación de la mente, para saber discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

En efecto, la voluntad amorosa de Dios no puede manifestarse en la carne no sacrificada por la ley del espíritu, ya que la tendencia de la carne es rebelarse contra Dios, y no se somete a la ley de Dios. De donde se sigue que si antes no se ofrece la carne —mortificado todo lo terreno que hay en ella y con lo que condesciende con el apetito—como hostia viva, no puede llevarse a cabo sin dificultad en la vida de los creyentes la voluntad de Dios agradable y perfecta. Igualmente, la mera consideración de que Cristo se ha erigido en propiciación nuestra a partir de su sangre, nos induce a constituirnos en nuestra propia propiciación y, mortificando nuestros miembros, lograr la inmortalidad de nuestras almas.

Y cuando se dice que Cristo es el reflejo de la gloria de Dios e impronta de su ser, la expresión nos sugiere la idea de su adorable majestad. En efecto, Pablo inspirado por el Espíritu de Dios e instruido directamente por Dios, que en el abismo de generosidad, de sabiduría y conocimiento de Dios había rastreado lo arcano y recóndito de los misterios divinos; y, sintiéndose incapaz de expresar en lenguaje humano los esplendores de aquellas cosas que están más allá de toda indagación o investigación y que sin embargo le habían sido divinamente reveladas, para que los oídos de sus oyentes pudieran captar la inteligencia que él tenía del misterio, echa mano de algunas aproximaciones, hablando en tanto en cuanto sus palabras eran capaces de trasvasar su pensamiento.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34–11, 4.18

El Espíritu Santo baja sobre Cornelio

Pedro tomó la palabra y dijo:

—Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea. Envió su palabra a los israelitas anunciando la paz que traería Jesucristo, el Señor de todos. Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.

Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después desu resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Aún estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban el mensaje. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos que habían venido con Pedro se quedaron desconcertados de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los no judíos.

Entonces intervino Pedro:

–¿Se puede negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?

Y dispuso que recibieran el bautismo de Jesucristo.

Entonces le rogaron que se quedara allí unos días.

Los apóstoles y los hermanos de Judea se enteraron de que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Cuando Pedro subió a Jerusalén, los partidarios de la circuncisión le reprocharon:

—Has entrado en casa de incircuncisos y has comido con ellos.

Pedro entonces se puso a exponerles los hechos por su orden. Con esto se calmaron y alabaron a Dios diciendo:

—También a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.


SEGUNDA LECTURA

San Justino, Primera apología en defensa de los cristianos (Cap 61: PG 6, 419422)

El bautismo del nuevo nacimiento

Vamos a exponer de qué manera, renovados por Cristo, nos hemos consagrado a Dios.

A quienes aceptan y creen que son verdad las cosas que enseñamos y exponemos y prometen vivir de acuerdo con estas enseñanzas, les instruimos para que oren a Dios, con ayunos, y pidan perdón de sus pecados pasados, mientras nosotros, por nuestra parte, oramos y ayunamos también juntamente con ellos.

Luego los conducimos a un lugar donde hay agua, para que sean regenerados del mismo modo que fuimos regenerados nosotros. Entonces reciben el baño del bautismo en el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, y de nuestro Salvador Jesucristo, y del Espíritu Santo.

Pues Cristo dijo: El que no nazca de nuevo, no podrá entrar en el reino de los cielos. Ahora bien, es evidente para todos que no es posible, una vez nacidos, volver a entrar en el seno de nuestras madres.

También el profeta Isaías nos dice de qué modo pueden librarse de sus pecados quienes pecaron y quieren convertirse: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana. Si sabéis obedecer, lo sabroso de la tierra comeréis; si rehusáis y os rebeláis, la espada os comerá. Lo ha dicho el Señor.

Los apóstoles nos explican la razón de todo esto. En nuestra primera generación, fuimos engendrados de un modo inconsciente por nuestra parte, y por una ley natural y necesaria, por la acción del germen paterno en la unión de nuestros padres, y sufrimos la influencia de costumbres malas y de una instrucción desviada. Mas, para que tengamos también un nacimiento, no ya fruto de la necesidad natural e inconsciente, sino de nuestra libre y consciente elección, y lleguemos a obtener el perdón de nuestros pecados pasados, se pronuncia, sobre quienes desean ser regenerados y se convierten de sus pecados, mientras están en el agua, el nombre de Dios, Padre y Soberano del universo, único nombre que invoca el ministro cuando introduce en el agua al que va a ser bautizado.

Nadie, en efecto, es capaz de poner nombre al Dios inefable, y si alguien se atreve a decir que hay un nombre que expresa lo que es Dios es que está rematadamente loco.

A este baño lo llamamos «iluminación» para dar a entender que los que son iniciados en esta doctrina quedan iluminados.

También se invoca sobre el que ha de ser iluminado el nombre de Jesucristo, que fue crucificado bajo Poncio Pilato, y el nombre del Espíritu Santo que, por medio de los profetas, anunció de antemano todo lo que se refiere a Jesús.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 11, 1930

Fundación de la Iglesia de Antioquía

Entre tanto, los que se habían dispersado en la persecución provocada por lo de Esteban llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, sin predicar la palabra más que a los judíos. Pero algunos, naturales de Chipre y de Cirene, al llegar a Antioquía, se pusieron a hablar también a los griegos, anunciándoles al Señor Jesús. Como la mano del Señor estaba con ellos, gran número creyó y se convirtió al Señor.

Llegó la noticia a la Iglesia de Jerusalén, y enviaron a Bernabé a Antioquía; al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho, y exhortó a todos a seguir unidos al Señor con todo empeño; como era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe, una multitud considerable se adhirió al Señor.

Más tarde, salió para Tarso, en busca de Saulo; lo encontró y se lo llevó a Antioquía. Durante un año fueron huéspedes de aquella Iglesia e instruyeron a muchos. Fue en Antioquía donde por primera vez llamaron a los discípulos «cristianos».

Por entonces bajaron a Antioquía unos profetas de Jerusalén. Uno de ellos, llamado Agabo, movido por el Espíritu, se puso en pie y anunció que iba a haber una gran carestía en todo el mundo (sucedió en tiempo de Claudio). Los discípulos acordaron enviar un subsidio, según los recursos de cada uno, a los hermanos que vivían en Judea: así lo hicieron, enviándolo a los responsables por medio de Bernabé y Saulo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Tratado sobre el perfecto modelo del cristiano (PG 46, 254255)

El cristiano es otro Cristo

Pablo, mejor que nadie, conocía a Cristo y enseñó, con sus obras, cómo deben ser los que de él han recibido su nombre, pues lo imitó de una manera tan perfecta que mostraba en su persona una reproducción del Señor, ya que, por su gran diligencia en imitarlo, de tal modo estaba identificado con el mismo ejemplar, que no parecía ya que hablara Pablo, sino Cristo, tal como dice él mismo, perfectamente consciente de su propia perfección: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí. Y también dice: Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

El nos hace ver la gran virtualidad del nombre de Cristo, al afirmar que Cristo es la fuerza y sabiduría de Dios, al llamarlo paz y luz inaccesible en la que habita Dios, expiación, redención, gran sacerdote, Pascua, propiciación de las almas, irradiación de la gloria e impronta de la substancia del Padre, por quien fueron hechos los siglos, comida y bebida espiritual, piedra y agua, fundamento de la fe, piedra angular, imagen del Dios invisible, gran Dios, cabeza del cuerpo que es la Iglesia, primogénito de la nueva creación, primicias de los que han muerto, primogénito de entre los muertos, primogénito entre muchos hermanos, mediador entre Dios y los hombres, Hijo unigénito coronado de gloria y de honor, Señor de la gloria, origen de lascosas, rey de justicia y rey de paz, rey de todos, cuyo reino no conoce fronteras.

Estos nombres y otros semejantes le da, tan numerosos que no pueden contarse. Nombres cuyos diversos significados, si se comparan y relacionan entre sí, nos descubren el admirable contenido del nombre de Cristo y nos revelan, en la medida en que nuestro entendimiento es capaz, su majestad inefable.

Por lo cual, puesto que la bondad de nuestro Señor nos ha concedido una participación en el más grande, el más divino y el primero de todos los nombres, al honrarnos con el nombre de «cristianos», derivado del de Cristo, es necesario que todos aquellos nombres que expresan el significado de esta palabra se vean reflejados también en nosotros, para que el nombre de «cristianos» no aparezca como una falsedad, sino que demos testimonio del mismo con nuestra vida.