DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 22, 8-10—23, 4.21-23

Hallazgo del libro de la Ley en tiempos de Josías.
Renovación de la alianza y celebración de la Pascua

El sumo sacerdote, Jelcías, dijo al cronista Safán: —He encontrado en el templo el Libro de la Ley. Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó. Luego fue a dar cuenta al rey Josías:

—El sacerdote Jelcías me ha dado un libro.

Safán lo leyó delante del rey, y cuando el rey oyó el contenido del Libro de la Ley, se rasgó las vestiduras y ordenó al sacerdote Jelcías; a Ajicán, hijo de Safán; a Acbor, hijo de Miqueas; al cronista Safán, y a Asaías, funcionario real:

—Id a consultar al Señor por mí y por el pueblo y todo Judá a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él.

Entonces el sacerdote Jelcías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a ver a la profetisa Julda, esposa de Salún, el guardarropa, hijo de Ticua de Jarjás. Julda vivía en Jerusalén, en el Barrio Nuevo. Le expusieron el caso, y ella les respondió:

—Así dice el Señor, Dios de Israel: Decidle al que os ha enviado: Así dice el Señor: «Yo voy a traer la desgracia sobre este lugar y todos sus habitantes: todas las maldiciones de este libro que ha leído el rey de Judá; por haberme abandonado y haber quemado incienso a otros dioses, irritándome con sus ídolos, está ardiendo mi cólera contra este lugar, y no se apagará». Y al rey de Judá, que os ha enviado a consultar al Señor, decidle: Así dice el Señor, Dios de Israel: «Puesto que al oír la lectura lo has sentido de corazón y te has humillado ante el Señor, al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que serán objeto de espanto y de maldición; puesto que te has rasgado las vestiduras y llorado en mi presencia, también yo te escucho —oráculo del Señor—. Por eso, cuando yo te reúna con tus padres, te enterrarán en paz, sin que llegues a ver con tus ojos la desgracia que voy a traer a este lugar».

Ellos llevaron la respuesta al rey.

El rey mandó al sumo sacerdote, Jelcías, al vicario y a los porteros que sacaran del templo todos los utensilios fabricados para Baal, Astarté y todo el ejército del cielo. Los quemó fuera de Jerusalén, en los campos del Cedrón, y llevaron las cenizas a Betel.

El rey ordenó al pueblo:

—Celebrad la Pascua en honor del Señor, vuestro Dios, como está prescrito en este libro de la alianza.

No se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá. Fue el año dieciocho del reinado de Josías cuando se celebró aquella Pascua en Jerusalén en honor del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Eusebio de Alejandría, Sermón 6 (1.3.6: PG 86, 415-418.422)

Este día os trajo el comienzo de toda gracia

Escucha, hijo: voy a exponerte la razón por la cual se nos ha transmitido el mandato de guardar el día del Señor y abstenernos de trabajar. Cuando el Señor confió el misterio a sus discípulos, tomando el pan lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo, que se parte por vosotros para el perdón de los pecados. Del mismo modo les dio la copa, diciendo: Bebed todos: ésta es mi sangre, sangre de la nueva alianza, que se derrama por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados. Haced esto —dice-- en conmemoración mía.

Así pues, el sagrado día del Domingo es la conmemoración del Señor. Por eso se le llama Domingo, como principio de los días. Pues con anterioridad a la pasión del Señor no se le llamaba Domingo, sino día primero. En este día el Señor dio comienzo a las primicias de la resurrección o creación del mundo; en este mismo día donó al mundo las primicias de la resurrección; en este día —como acabamos de decir— nos mandó, asimismo, celebrar los sagrados misterios. Por tanto, este día nos trajo el comienzo de toda gracia: el comienzo de la creación del mundo, el comienzo de la resurrección, el comienzo de la semana. Al comprender este día tres comienzos, nos muestra a un mismo tiempo el primado de la santísima Trinidad.

No por otra razón observamos el Domingo, sino para introducir una pausa en el trabajo y dedicarnos a la oración. Si pues, interrumpiendo el trabajo, no acudes a la iglesia, no sacas ganancia alguna; más aún, te has perjudicado, y no poco, a ti mismo. Muchos son los que esperan el domingo, pero no todos con idéntico motivo. Los que temen al Señor, esperan el domingo para elevar a Dios sus plegarias y recrearse con el cuerpo y sangre preciosos; los apáticos y negligentes esperan el domingo para no trabajar y entregarse a una conducta incalificable.

¿Qué es lo que contemplan los que van a la iglesia? Te lo voy a decir: a Cristo, el Señor, yacente sobre la mesa sagrada, el himno santo de los serafines cantado tres veces, la presencia y la venida del Espíritu Santo, al profeta y rey David entonando salmos, al bendito Apóstol inculcando su doctrina en el ánimo de todos, el himno angélico y el asiduo aleluya, las voces evangélicas, las admoniciones del Señor, la instrucción y exhortación de los venerables obispos y presbíteros: todo cosas espirituales, todo cosas celestiales, todo cosas que nos procuran la salvación y el reino de los cielos. Esto es lo que escucha, esto es lo que contempla todo el que va a la iglesia.

Porque este día se te ha dado para la oración y el descanso: Este es, pues, el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo; y al que, en este día, resucitó démosle gloria juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Nahún 1, 1-8; 3, 1-7.12-15a

Juicio de Dios sobre Nínive

Oráculo contra Nínive. Texto de la visión de Nahún, el elcasita.

El Señor es un Dios celoso y justiciero,
el Señor sabe airarse y tomar venganza.

Camina en el huracán y la tormenta, l
as nubes son el polvo de sus pasos.

Ruge contra el mar y lo seca y evapora todos los ríos;
aridecen el Basán y el Carmelo y se marchita la flor del Líbano.

Las montañas tiemblan ante él, los collados se estremecen,
la tierra en su presencia se levanta, el orbe con todos sus habitantes.

¿Quién resistirá su cólera,
quién aguantará su ira ardiente?

Su furor se derrama como fuego y las rocas se rompen ante él.

El Señor es bueno, atiende a los que se acogen a él,
es refugio en el peligro, cuando pasa la crecida.

El Señor es paciente y poderoso, el Señor no deja impune.

Extermina a sus contrarios, empuja a las tinieblas al enemigo.

¡Ay de la ciudad sangrienta, toda ella mentirosa,
llena de crueldades, insaciable de despojos!

Escuchad: látigos, estrépito de ruedas, caballos al galope, carros rebotando,
jinetes al asalto, llamear de espadas,
relampagueo de lanzas, multitud de heridos, masas de cadáveres, cadáveres sin fin,
se tropieza en cadáveres.

Por las muchas fornicaciones de la prostituta, tan hermosa y hechicera,
que compraba pueblos con sus fornicaciones y tribus con sus hechicerías;
¡aquí estoy yo contra ti!
—oráculo del Señor de los ejércitos—.

Te levantaré hasta la cara las faldas,
enseñando tu desnudez a los pueblos,
tu afrenta a los reyes.

Arrojaré basura sobre ti,
haré de ti un espectáculo vergonzoso.

Quien te vea, se apartará de ti, diciendo:
Desolada está Nínive, ¿quién la compadecerá?
¿Dónde encontrar quien la consuele?

Tus plazas fuertes son higueras cargadas de brevas,
al sacudirlas caen en la boca que las come.

Mira, tus soldados se han vuelto mujeres frente al enemigo;

abiertas están las puertas de tu territorio y el fuego ha consumido los cerrojos.

Haz acopio de agua, fortifica las defensas, pisa lodo;
aplasta arcilla, métela en el molde:
que el fuego te consumirá, como devora la langosta, y la espada te aniquilará.


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Tratado sobre el fin de los tiempos (2: Edit CSCO vol 264 [Scriptores Iberici t 16], 55)

Los santos profetas se han convertido en ojos
para nosotros

Los profetas se han convertido en ojos para nosotros, porque previeron en la fe el misterio del Verbo. Si anunciaron a su posteridad las cosas futuras, a nosotros, sin embargo, no sólo nos anunciaron lo que ya había sucedido —como si hubieran sido profetas únicamente en función de una sola generación—, sino que también a nosotros nos anunciaron cosas que habían todavía de suceder en beneficio de todos. Debía, en efecto, ser llamado profeta quien realmente era profeta.

Todos estos hombres, fortalecidos con el espíritu de profecía y dignamente honrados por la misma palabra de Dios, algunos de ellos unidos como las cuerdas de una cítara tocada por el plectro, nos anunciaban lo que Dios quería. Pues no profetizaron nada por propio impulso, con el propósito de engañarte. Ni predicaban lo que querían, sino que, primeramente y mediante la palabra, llegaban a una recta inteligencia, y después, a través de visiones, se les enseñaba a ser mejores. De esta forma, cuando recibían el mandato, expresaban correctamente la revelación que sólo a ellos les hacía Dios. De otra suerte, ¿cómo hubieran podido profetizar como profetas?

Lo que del futuro preveían bajo el impulso del Espíritu nos lo anunciaban a nosotros; y ciertamente no se limitaban a decir cosas relativas al pasado, cosas que todo el mundo podía ver, sino que realmente nos anunciaron el futuro. Por esta razón fueron considerados como profetas. También por esta razón, ya desde el principio, los profetas fueron llamados «previdentes». Instruidos por los que de entre ellos han hablado correctamente, también nosotros predicamos. Y no es que, basados en nuestra propia sabiduría, nos lancemos a difundir cosas nuevas, sino que las palabras que desde el principio fueron pronunciadas y escritas, nosotros las recibimos en la plenitud de los tiempos y las ilustramos en beneficio de aquellos a quienes les fue dado creer rectamente, a fin de que a ambos sirvan de común utilidad: a aquellos que son atentos les manifestamos correctamente las cosas futuras, y a aquellos que presten oído a nuestras palabras les manifestaremos la fuerza de los dichos proféticos.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de las Crónicas 35, 20—36, 12

Corrupción de Judá. Primera invasión de Jerusalén

Bastante después de que Josías restaurase el templo, el rey de Egipto, Necó, se dirigió a Cárquemis, para entablar batalla. Josías salió a hacerle frente. Entonces Necó le envió este mensaje:

—No te metas en mis asuntos, rey de Judá. No vengo contra ti, sino contra la dinastía que me hace la guerra. Dios me ha dicho que me dé prisa. Deja de oponerte a Dios, que está conmigo, no sea que él te destruya.

Pero Josías, en vez de dejarle paso franco, se empeñó en combatir. Desatendiendo lo que Dios le decía por medio de Necó, entabló batalla en la llanura de Meguido. Los arqueros dispararon contra el rey Josías, y éste dijo a sus servidores:

—Sacadme del combate, porque estoy gravemente herido.

Sus servidores lo sacaron del carro, lo trasladaron al otro que tenía y lo llevaron a Jerusalén, donde murió. Lo enterraron en las tumbas de sus antepasados. Todo Judá y Jerusalén hizo duelo por Josías. Jeremías compuso una elegía en su honor, y todos los cantores y cantoras siguen recordándolo en sus elegías. Se han hecho tradicionales en Israel; pueden verse en las Lamentaciones.

Para más datos sobre Josías, las obras de piedad que hizo de acuerdo con la Ley del Señor y todas sus gestas, de las primeras a las últimas, véase el libro de los reyes de Israel y Judá.

La gente tomó a Joacaz, hijo de Josías, y lo nombraron rey sucesor en Jerusalén. Cuando Joacaz subió al trono tenía veintitrés años y reinó tres meses en Jerusalén. El rey de Egipto lo destronó, impuso al país un tributo de cien pesos de plata y un peso de oro, y nombró rey de Judá y Jerusalén a su hermano Eliacín, cambiándole el nombre por el de Joaquín. A su hermano Joacaz se lo llevó Necó a Egipto.

Cuando Joaquín subió al trono tenía veinticinco años y reinó en Jerusalén once años. Hizo lo que el Señor, su Dios, reprueba. Nabucodonosor de Babilonia subió contra él y lo condujo a Babilonia atado con cadenas de bronce. También se llevó algunos objetos del templo y los colocó en su palacio de Babilonia.

Para más datos sobre Joaquín, las iniquidades que cometió y todo lo que le sucedió, véase el libro de los reyes de Israel y Judá. Su hijo Jeconías le sucedió en el trono.

Cuando Jeconías subió al trono tenía ocho años y reinó en Jerusalén tres meses y diez días. Hizo lo que Dios reprueba. A principios de año, el rey Nabucodonosor envió a por él y lo llevaron a Babilonia, junto con los objetos de valor del templo. Nombró rey de Judá y Jerusalén a su hermano Sedecías.

Cuando Sedecías subió al trono tenía veintiún años y reinó en Jerusalén once años. Hizo lo que el Señor, su Dios, reprueba; no se humilló ante el profeta Jeremías, que le hablaba en nombre de Dios.
 

SEGUNDA LECTURA

Gregorio de Palamás, Homilía 10 (PG 151, 111-114)

Amemos el camino angosto y trillado que conduce
a la verdadera vida

Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos. Y no solamente está cerca, sino que está dentro de nosotros. El reino de los cielos—vuelve a decir el Señor—está dentro de vosotros. Y no solamente está dentro de nosotros, sino que incluso no mucho después manifiesta su verdad destruyendo todo principado, potestad y fuerza, opuesta solamente a aquellos que viven según Dios y se conducen piadosamente aquí en la tierra. Así pues, cuando el reino de los cielos se proclama cercano es que todavía no esta dentro de nosotros; pero poco después hace acto de presencia, invitándonos a hacernos dignos de él mediante obras de penitencia, a hacernos violencia en orden a amputar las depravadas costumbres y los incalificables comportamientos, ya que el reino de los cielos hace fuerza y los esforzados se apoderan de él.

Emulemos la paciencia, la humildad y la misma fe de nuestros santos padres: Fijaos en el desenlace de su vida e imitad su fe. Demos muerte a todo lo terreno que hay en nosotros. Porque si, con honda preocupación, la gracia del espíritu nos puso al corriente del futuro y horrible juicio de Dios, si a continuación sacó a relucir el exilio de Adán, si finalmente nos hizo patente una solidísima fe, fue para que temiendo aquél y deplorando ésta, no pactemos con el desenfreno, ni, cediendo a un apetito insaciable, abramos las puertas a todos los vicios o nos hagamos cómplices del desorden, y hasta merodeemos por plazas y mercados. Antes bien amemos el camino angosto y trillado que conduce a la verdadera vida, cuyo principio y primer hito es el ayuno.

Ahora bien, si toda la vida del hombre es momento oportuno para conseguir la salvación, ¡cuánto más el tiempo de ayuno! Por eso, Cristo, príncipe y caudillo de nuestra salvación, comenzó su vida con un ayuno, y mientras ayunaba, venció y cubrió de ignominia al diablo, artífice de vicios que le arremetió con toda su batería. Pues así como la ausencia de templanza en la mesa, al subvertir las virtudes, se constituye en madre de la perturbación, al borrar las manchas de la incontinencia, se constituye en madre de la tranquilidad. Pues bien, si cuando el alma está aún libre de vicios, la intemperancia la trae y la lleva, ¿cómo no se crecerá y se robustecerá una vez el alma sea presa de los vicios, lo mismo que, si la intemperancia decrece, será barrida por el ayuno? En realidad, ayuno y templanza son dos realidades íntimamente ligadas entre sí, si bien la segunda sobrepuja a veces a los que se conducen con cautela.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Habacuc 1,12—2, 4

Plegaria en tiempo de desolación

Oráculo que vio el profeta Habacuc:

¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré: «Violencia», sin que me salves?

¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas? Pues la ley cae en desuso, y el derecho no sale vencedor. El malvado elimina al justo, y se emite una sentencia al revés.

Mirad a los pueblos, contemplad y espantaos, porque en vuestros días hará una obra tal que, si os la contasen, no la creeríais. Yo suscitaré a los caldeos, pueblo cruel y veloz, que recorrerá la anchura de la tierra para conquistar territorios ajenos.

Es funesto y terrible, dicta sentencia y condenación. Sus caballos son más veloces que panteras, más rápidos que lobos de la estepa, sus jinetes trotan, sus jinetes vienen de lejos, volarán como rauda águila sobre la presa.

Cada cual está dispuesto a la violencia, con las cabezas tendidas hacia delante, junta prisioneros como arena. Se burla de los reyes, hace escarnio de los príncipes, se ríe de las plazas fuertes, apisona tierra y las conquista. Después toma aliento y continúa implacable. Su fuerza es su dios.

¿No eres tú, Señor, desde antiguo, mi santo Dios que no muere? ¿Le has destinado para castigo; oh Roca, le encomendaste la sentencia?

Tus ojos son demasiado puros para mirar el mal, no puedes contemplar la opresión. ¿Por qué contemplas en silencio a los bandidos, cuando el malvado devora al inocente?

Tú hiciste a los hombres como peces del mar, como reptiles sin jefe: los saca a todos con el anzuelo, los apresa en la red, los reúne en la nasa, y después ríe de gozo;ofrece sacrificios al anzuelo, incienso a la red, porque con ellos cogió rica presa, comida abundante. ¿Seguirá vaciando sus redes, matando pueblos sin compasión?

Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas.

El Señor me respondió así:

«Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido. La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe».


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 sobre diversas materias (1-4: Opera omnia, Edit Cist 6, 1, 1970, 98-103)

Me pondré de centinela para escuchar lo que me dice

Leemos en el Evangelio que en cierta ocasión, al predicar el Salvador y al exhortar a sus discípulos a participar de su pasión comiendo sacramentalmente su carne, hubo quienes dijeron: Este modo de hablar es duro. Y dejaron ya de ir con él. Preguntados los demás discípulos si también ellos querían marcharse, respondieron: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.

Lo mismo os digo yo, queridos hermanos. Hasta ahora, para algunos es evidente que las palabras que dice Cristo son espíritu y son vida, y por eso lo siguen. A otros, en cambio, les parecen inaceptables y tratan de buscar al margen de él un mezquino consuelo. Está llamando la sabiduría por las plazas, en el espacioso camino que lleva a la perdición, para apartar de él a los que por él caminan.

Finalmente, dice: Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado». Y en otro salmo se lee: Dios ha hablado una vez. Es cierto: una sola vez. Porque siempre está hablando, ya que su palabra es una sola, sin interrupción, constante, eterna.

Esta voz hace reflexionar a los pecadores. Acusa los desvíos del corazón: y en él vive, y dentro de él habla. Está realizando, efectivamente, lo que manifestó por el profeta, cuando decía: Hablad al corazón de Jerusalén.

Ved, queridos hermanos, qué provechosamente nos advierte el salmista que, si escuchamos hoy su voz, no endurezcamos nuestros corazones. Casi idénticas palabras encontramos en el Evangelio y en el salmista. El Señor nos dice en el Evangelio: Mis ovejas escuchan mi voz. Y el santo David dice en el salmo: Su pueblo (evidentemente el del Señor), el rebaño que él guía, ojalá escuchéis hoy su voz: "No endurezcáis el corazón".

Escucha, finalmente, las palabras del profeta Habacuc. No usa de eufemismos, sino de expresiones claras, pero que expresan solicitud, para dirigirse a su pueblo: Me pondré de centinela, en pie vigilaré, velaré para escuchar lo que me dice, qué responde a mis quejas. También nosotros, queridos hermanos, pongámonos de centinela, porque es tiempo de lucha.

Adentrémonos en lo íntimo del corazón, donde vive Cristo. Permanezcamos en la sensatez, en la prudencia, sin poner la confianza en nosotros, fiándonos de nuestra débil guardia.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Habacuc 2, 5-20

Maldiciones contra los opresores

Aunque se lance el pérfido, un tipo fanfarrón, nada conseguirá; aunque ensanche las fauces como el abismo y sea insaciable como la muerte; aunque arramble con todos los pueblos y se adueñe de todas las naciones, todos ellos entonarán contra él coplas y sátiras y epigramas, diciendo:

«¡Ay del que acumula bien ajeno! ¿Hasta cuándo? Amontona objetos empeñados; de repente se alzarán tus acreedores, despertarán tus atormentadores, y te despojarán. Porque saqueaste naciones numerosas, te saqueará el resto de los pueblos; por tus asesinatos y violencias contra territorios, ciudades y poblaciones.

¡Ay del que reúne en casa ganancias injustas, y pone en lo alto su nido para salvarse de la desgracia! Destruyendo a tantas naciones has planeado la afrenta para tu casa y has malogrado tu vida. Gritarán las piedras de los muros, las vigas de leño responderán.

¡Ay del que construye con sangre la ciudad, funda la capital con crímenes! El Señor hará que suceda: trabajan los pueblos para el fuego, las naciones se fatigan por nada, cuando la tierra esté llena del conocimiento del Señor glorioso, como las aguas cubren el mar.

¡Ay del que emborracha a su prójimo, lo embriaga con una copa drogada, para remirarlo desnudo! Bebe tú también y enseña el prepucio, hártate de baldones y no de honores, que te pasa la copa la diestra del Señor y tu ignominia superará a tu honor. El Líbano violentado te aplastará, la matanza de animales te aterrará: por tus asesinatos y violencias en países, ciudades y poblaciones. ¿De qué le sirve al ídolo que lo talle el artífice, si es una imagen, un maestro de mentiras? ¿De qué al artífice confiar en su obra o fabricar ídolos mudos?

¡Ay del que dice a un leño: "Despierta, levanta", a la piedra muda: "Dime un oráculo" ¡Está forrado de plata y oro, por dentro no tiene alma. Pero el Señor está en su santo templo, ¡silencio ante él, toda la tierra!»


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 sobre diversas materias (4-5: Opera omnia, Edit Cist 6, 1, 1970, 103-104)

Sobre los grados de la contemplación

Vigilemos en pie, apoyándonos con todas nuestras fuerzas en la roca firmísima que es Cristo, como está escrito: Afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos.

Apoyados y afianzados en esta forma, veamos qué nos dice y qué decimos a quien nos pone objeciones.

Amadísimos hermanos, éste es el primer grado de la contemplación: pensar constantemente qué es lo que quiere el Señor, qué es lo que le agrada, qué es lo que resulta aceptable en su presencia. Y, pues todos faltamos a menudo, y nuestro orgullo choca contra la rectitud de la voluntad del Señor, y no puede aceptarla ni ponerse de acuerdo con ella, humillémonos bajo la poderosa mano del Dios altísimo y esforcémonos en poner nuestra miseria a la vista de su misericordia, con estas palabras: Sáname, Señor, y quedaré sano; sálvame y quedaré a salvo. Y también aquellas otras: Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti.

Una vez que se ha purificado la mirada de nuestra alma con esas consideraciones, ya no nos ocupamos con amargura en nuestro propio espíritu, sino en el espíritu divino, y ello con gran deleite. Y ya no andamos pensando cuál sea la voluntad de Dios respecto a nosotros, sino cuál sea en sí misma.

Y, ya que la vida está en la voluntad del Señor, indudablemente lo más provechoso y útil para nosotros será lo que está en conformidad con la voluntad del Señor. Por eso, si nos proponemos de verdad conservar la vida de nuestra alma, hemos de poner también verdadero empeño en no apartarnos lo más mínimo de la voluntad divina.

Conforme vayamos avanzando en la vida espiritual, siguiendo los impulsos del Espíritu, que ahonda en lo más íntimo de Dios, pensemos en la dulzura del Señor, qué bueno es en sí mismo. Pidamos también, con el salmista, gozar de la dulzura del Señor, contemplando, no nuestro propio corazón, sino su templo, diciendo con el mismo salmista: Cuando mi alma se acongoja, te recuerdo.

En estos dos grados está todo el resumen de nuestra vida espiritual: Que la propia consideración ponga inquietud y tristeza en nuestra alma, para conducirnos a la salvación, y que nos hallemos como en nuestro elemento en la consideración divina, para lograr el verdadero consuelo en el gozo del Espíritu Santo. Por el primero, nos fundaremos en el santo temor y en la verdadera humildad; por el segundo, nos abriremos a la esperanza y al amor.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 22, 10-30

Oráculo contra el último rey de Judá

No lloréis por el muerto ni os lamentéis por él,
llorad por el que se marcha,
porque no volverá a ver su tierra natal.

Pues así dice el Señor a Salún, hijo de Josías,
rey de Judá, sucesor de su padre, Josías:

El que salió de este lugar no volverá a él,
morirá en el país de su destierro
y esta tierra no la volverá a ver.

¡Ay del que edifica su casa con injusticias,
piso a piso, inicuamente;
hace trabajar de balde a su prójimo
sin pagarle el salario!

Piensa: Me construiré una casa espaciosa
con salones aireados, abriré ventanas,
la revestiré de cedro, la pintaré de bermellón.
¿Piensas que eres rey porque compites en cedros?

Si tu padre comió y bebió y le fue bien,
es porque practicó la justicia y el derecho;
hizo justicia a pobres e indigentes,
y eso sí que es conocerme —oráculo del Señor—.

Tú, en cambio, tienes ojos y corazón sólo para el lucro,
para derramar sangre inocente,
para el abuso y la opresión.

Por eso, así dice el Señor a Joaquín, hijo de Josías, rey de Judá:

No le harán funeral cantando: ¡Ay hermano mío, ay hermana!
No le harán funeral: ¡Ay Señor, ay Majestad!

Lo enterrarán como a un asno: lo arrastrarán
y lo tirarán fuera del recinto de Jerusalén.

Sube al Líbano y grita, alza la voz en Basán,
grita desde Abarín, porque están desechos tus amantes.

Te hablé en tu bienestar y dijiste: No quiero oír;
ésa es tu conducta desde joven, no me obedeciste;
pues el viento se llevará a tus pastores
y tus amantes irán al destierro;
entonces sentirás vergüenza y sonrojo
de todas tus maldades.

Tú, Señora del Líbano, que anidas entre cedros,
cómo sollozarás cuando te lleguen las ansias,
dolores como de parto.

¡Por mi vida!, Jeconías, hijo de Joaquín, rey de Judá,
aunque fueras el sello de mi mano derecha, te arrancaría
y te entregaría en poder de tus mortales enemigos,
de los que más temes: de Nabucodonosor, rey de Babilonia,
y en manos de los caldeos.

Os expulsaré a ti y a tu madre, que te dio a luz,
a un país extraño, donde no nacisteis, y allí moriréis.

Y no volverán a ver la tierra adonde ansían volver.

Ese Jeconías, ¿es una vasija rota, despreciable,
un cacharro inútil?, ¿por qué lo expulsan con su estirpe
y lo arrojan a un país desconocido?

¡Tierra, tierra, tierra!, escucha la palabra del Señor:

Así dice el Señor: Inscribid a ese hombre como estéril,
como varón malogrado en la vida,
porque de su estirpe no se logrará ninguno que se siente en el trono de David
para reinar en Judá.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t 2: PG 70, 1230-1231)

¿Quién es capaz de conocer el pensamiento de Dios?

Dios no consiente que los llamados a la conversión, a la redención y a la purificación de los pecados desconfíen de la gracia que nos viene de Cristo. Esto es lo que hicieron los israelitas. Porque, mientras Dios les invitaba a la conversión y al arrepentimiento, cuando se sentían compungidos y como lacerados por los remordimientos de la propia conciencia, en el momento en que se veían absolutamente incapaces de lavar las inmundicias de su viciosa conducta decían: Nuestros errores están dentro de nosotros y en ellos hemos nacido, ¿cómo, pues, seguir viviendo?

A lo cual responde Dios: Convertíos seriamente de vuestros caminos, casa de Israel, y vuestras injusticias no se traducirán en castigo para vosotros. Por consiguiente, cuando vosotros —dice— desconfiáis, mientras yo, que todo lo puedo, afirmo categóricamente: Os libraré de toda mancha y os haré inmunes a los delitos inveterados, reflexionad entonces quién soy yo y quiénes sois vosotros, pensad en la diferencia existente entre mis caminos y vuestros caminos, entre vuestros planes y mis planes, cuánta sea también la diferencia de las naturalezas. Pues vosotros sois hombres, yo soy Dios. Inmensa es, pues, la distancia, y las cosas de Dios no tienen punto referencial de comparación. Nos gana, efectivamente, en fortaleza, en gloria, en clemencia: nada existe en la naturaleza que pueda adecuarse a su excelencia o que pueda parecer que se le aproxima un tanto.

En efecto, los hombres están sujetos a la ira; pues bien, lo característico de la naturaleza divina, que a todas supera, es no dejarse dominar por la ira. El hombre es cruel y propenso a la maldad; en cambio Dios es bueno por naturaleza, más aún: es la mismísima bondad. Perdonará, pues, como Dios, y justificará al impío, echando en olvido los traspiés debidos a la ignorancia y borrando las máculas del error.

Añade también esto a la precedente consideración: antiguamente la multitud de los pueblos era ignorante y fácilmente eran los hombres arrastrados a todo género de torpezas y empujados a hacer cosas tales, que la lengua se resiste a decir. Pero después de que, impulsados por la fe, buscaron a Dios y lo invocaron, abandonando su anterior conducta y sus perversas maquinaciones, consiguieron la misericordia de Dios y se sintieron como transformados y trasladados a otra vida: se convirtieron en sabios en cuanto partícipes de la sabiduría, conocedores de toda cosa buena; sacudieron el yugo del prístino error, vencieron el pecado y en lo sucesivo se despojaron de su ánimo voluble e inconstante, y se hicieron con un ánimo firme y esforzado, pronto a ejecutar lo que es agradable a Dios. Por eso dice: cuando prometo todo esto, no desconfiéis, ni penséis que soy de ánimo voluble. Pues mis planes no son vuestros planes, ni mis caminos son vuestros caminos.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 19, 1-5.10—20, 6

Acción simbólica: la jarra rota

El Señor me dijo:

«Vete a comprar una jarra de loza; acompañado de algunos concejales y sacerdotes, sal hacia el Valle de Ben Hinón, adonde da la Puerta de los Cascotes, y proclama allí lo que yo te diré. Di:

"Escuchad la palabra del Señor, reyes de Judá y vecinos de Jerusalén: así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: `Yo haré venir sobre este lugar una catástrofe que a quien la oiga le zumbarán los oídos; porque me abandonaron, extrañaron este lugar sacrificando en él a dioses extranjeros, que ni ellos ni sus padres conocían, y los reyes de Judá lo llenaron de sangre inocente. Construyeron ermitas a Baal, donde quemaban a sus hijos como holocaustos en honor de Baal; cosá que no les mandé, ni les dije, ni se me pasó por la cabeza.

Por eso llegarán días —oráculo del Señor— en que este lugar ya no se llamará El Horno ni Valle de Ben Hinón, sino Valle de las Animas. Haré fracasar en él los planes de Judá y Jerusalén, los derribaré a espada ante el enemigo, por mano de los que los buscan para matarlos, daré sus cadáveres en pasto a las aves del cielo y a las bestias de la tierra. Haré de esta ciudad espanto y burla: los que pasan junto a ella se espantarán y silbarán a la vista de tantas heridas. Haré que se coman a sus hijos e hijas, que se coman unos a otros, cuando les aprieten y estrechen el cerco sus enemigos mortales"'.

Rompe la jarra en presencia de tus acompañantes, y diles:

"Así dice el Señor de los ejércitos: `Del mismo modo romperé yo a este pueblo y a esta ciudad; como se rompe un cacharro de loza y no se puede recomponer. Y enterrarán en El Horno, por falta de sitio. Así trataré a este lugar y a sus habitantes, haré de esta ciudad un horno —oráculo del Señor—, las casas de Jerusalén y los palacios reales de Judá serán inmundos como el sitio de El Horno; las casas en cuyas azoteas ofrecían sacrificios a los astros del cielo, y libaban a dioses extranjeros"'».

Jeremías volvió de la puerta adonde lo había mandado el Señor a profetizar, se plantó en el atrio del templo y dijo a todo el pueblo:

«Así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel: "Yo haré venir sobre esta ciudad y su comarca todos los males con que la he amenazado, porque se pusieron tercos y no escucharon mis palabras"».

Pasjur, hijo de Imer, comisario del templo del Señor, oyó a Jeremías profetizar aquello; Pasjur hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo que se encuentra en la puerta superior de Benjamín, en el templo del Señor. A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del cepo, Jeremías le dijo:

«El Señor ya no te llama Pasjur, sino Cerco de Pavor; pues así dice el Señor: "Serás el pavor tuyo y de tus amigos, que caerán a espada enemiga, ante tu vista; entregaré a todos los judíos en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará con la espada. Entregaré todas las riquezas de esta ciudad, sus posesiones, objetos preciosos, los tesoros reales de Judá a los enemigos, que los saquearán, los cogerán y se los llevarán a Babilonia. Y tú, Pasjur, con todos los de tu casa, iréis al destierro, a Babilonia; allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes"».


SEGUNDA LECTURA

Del libro de la Imitación de Cristo (Lib 3, cap 3)

Yo instruiré a mis profetas

Escucha, hijo mío, mis palabras, palabras suavísimas, que trascienden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo.

Mis palabras son espíritu y son vida, y no se pueden ponderar partiendo del criterio humano.

No deben usarse con miras a satisfacer la vana complacencia, sino oírse en silencio, y han de recibirse con humildad y gran afecto del corazón.

Y dije: Dichoso el hombre a quien tú educas, al que enseñas tu ley, dándole descanso tras los años duros; para que no viva desolado aquí en la tierra.

Yo —dice el Señor— instruí a los profetas desde antiguo, y no ceso de hablar a todos hasta hoy; pero muchos se hacen sordos a mi palabra y se endurecen en su corazón.

Los más oyen de mejor grado al mundo que a Dios, y más fácilmente siguen las apetencias de la carne que el beneplácito divino.

Ofrece el mundo cosas temporales y efímeras, y, con todo, se le sirve con ardor. Yo prometo lo sumo y eterno, y los corazones de los hombres languidecen presa de la inercia.

¿Quién me sirve y obedece a mí con tanto empeño y diligencia como se sirve al mundo y a sus dueños?

Sonrójate, pues, siervo indolente y quejumbroso, de que aquéllos sean más solícitos para la perdición que tú para la vida.

Más se gozan ellos en la vanidad que tú en la verdad. Y, ciertamente, a veces quedan fallidas sus esperanzas; en cambio, mi promesa a nadie engaña ni deja frustrado al que funda su confianza en mí.

Yo daré lo que tengo prometido, lo que he dicho lo cumpliré. Pero a condición de que mi siervo se mantenga fiel hasta el fin.

Yo soy el remunerador de todos los buenos, así como el fuerte que somete a prueba a todos los que llevan una vida de intimidad conmigo.

Graba mis palabras en tu corazón y medítalas una y 1 otra vez con diligencia, porque tendrás gran necesidad de ellas en el momento de la tentación.

Lo que no entiendas cuando leas lo comprenderás el día de mi visita. Porque de dos medios suelo usar para visitar a mis elegidos: la tentación y la consolación.

Y dos lecciones les doy todos los días: una consiste en reprender sus vicios, otra en exhortarles a progresar en la adquisición de las virtudes.

El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue en el último día.