DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 3, 1-12

Jerusalén será destruida por los pecados de sus jefes

«Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel: ¿No os toca a vosotros respetar el derecho, vosotros, que odiáis el bien y amáis el mal? Arrancáis la piel del cuerpo, la carne de los huesos; coméis la carne de mi pueblo, lo despellejáis, le rompéis los huesos, lo cortáis como carne de olla, como carne para el puchero. Pues, cuando griten al Señor, no los escuchará. Entonces les ocultará el rostro por sus malas acciones».

Así dice el Señor a los profetas que extravían a mi pueblo:

Cuando tienen algo que morder, anuncian prosperidad; y declaran una guerra santa a quien no les llena la boca. Por eso, os vendrá una noche sin visión, oscuridad sin oráculo. El sol se pondrá para los profetas, se les oscurecerá el día. Se avergonzarán los videntes, enrojecerán los adivinos, se taparán todos la barba, porque no reciben respuesta de Dios.

Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el Espíritu del Señor, que es fortaleza y justicia, para anunciar su culpa a Jacob, su pecado a Israel.

Escuchadlo, jefes de Jacob, príncipes de Israel, vosotros que abomináis de la justicia y defraudáis el derecho, edificáis con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jueces juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo, sus profetas adivinan por dinero. Y encima se apoyan en el Señor, diciendo: «¿No está el Señor en medio de nosotros? No puede sucedernos nada malo». Por vuestra culpa será arado Sión como un campo, Jerusalén será una ruina; el monte del templo, un cerro de maleza.


SEGUNDA LECTURA

Teodoreto de Ciro, Tratado sobre la encarnación del Señor (28: PG 75, 1467-1470)

Sus cicatrices nos curaron

Los sufrimientos de nuestro Salvador son nuestra medicina. Es lo que enseña el profeta, cuando dice: El soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas; por esto, como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

Y, del mismo modo que el pastor, cuando ve a sus ovejas dispersas, toma a una de ellas y la conduce donde quiere, arrastrando así a las demás en pos de ella, así también la Palabra de Dios, viendo al género humano descarriado, tomó la naturaleza de esclavo, uniéndose a ella, y, de esta manera, hizo que volviesen a él todos los hombres y condujo a los pastos divinos a los que andaban por lugares peligrosos, expuestos a la rapacidad de los lobos.

Por esto, nuestro Salvador asumió nuestra naturaleza; por esto, Cristo, el Señor, aceptó la pasión salvadora, se entregó a la muerte y fue sepultado; para sacarnos de aquella antigua tiranía y darnos la promesa de la incorrupción, a nosotros, que estábamos sujetos a la corrupción. En efecto, al restaurar, por su resurrección, el templo destruido de su cuerpo, manifestó a los muertos y a los que esperaban su resurrección la veracidad y firmeza de sus promesas.

«Pues, del mismo modo —dice— que la naturaleza que tomé de vosotros, por su unión con la divinidad que habita en ella, alcanzó la resurrección y, libre de la corrupcióny del sufrimiento, pasó al estado de incorruptibilidad e inmortalidad, así también vosotros seréis liberados de la dura esclavitud de la muerte y, dejada la corrupción y el sufrimiento, seréis revestidos de impasibilidad».

Por este motivo, también comunicó a todos los hombres, por medio de los apóstoles, el don del bautismo, ya que les dijo: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del espíritu Santo. El bautismo es un símbolo y semejanza de la muerte del Señor, pues, como dice san Pablo, si nuestra existencia está unida a él en una muerte corno la suya, lo estará también en una resurrección como la suya.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Miqueas 6, 1-15

El Señor llama a juicio a su pueblo

Escuchad lo que dice el Señor:

«Levántate y llama a juicio a los montes, que escuchen los collados tu voz».

Escuchad, montes, el juicio del Señor; atended, cimientos de la tierra: El Señor entabla juicio con su pueblo y pleitea con Israel:

«Pueblo mío, ¿qué te hice o en qué te molesté? Respóndeme. Te saqué de Egipto, de la esclavitud te redimí, y envié por delante a Moisés, Aarón y María. Pueblo mío, recuerda lo que maquinaba Balac, rey de Moab, y cómo respondió Balaán, hijo de Beor; recuerda desde Acacias a Guilgal, para que comprendas que el Señor tiene razón».

«¿Con qué me acercaré al Señor, me inclinaré ante el Dios de las alturas? ¿Me acercaré con holocaustos, con novillos de un año? ¿Se complacerá el Señor en un millar de carneros, o en diez mil arroyos de grasa? ¿Le daré un primogénito para expiar mi culpa; el fruto de mi vientre, para expiar mi pecado?»

«Te han explicado, hombre, el bien, lo que Dios desea de ti: simplemente, que respetes el derecho, que ames la misericordia y que andes humilde con tu Dios».

¡Oíd! El Señor llama a la ciudad, escuchad, tribu y sus asambleas:

«¿Voy a tolerar la casa del malvado con sus tesoros injustos, con sus medidas exiguas e indignantes? ¿Voy a absolver las balanzas con trampa y una bolsa de pesas falsas? Los ricos están llenos de violencias, la población miente, tienen en la boca una lengua embustera.

Pues yo voy a comenzar a golpearte y a devastarte por tus pecados: comerás sin saciarte, te retorcerás por dentro; si apartas algo, se echará a perder; si se conserva, lo entregaré a los guerreros; sembrarás, y no segarás; pisarás la aceituna, y no te ungirás; pisarás la uva, y no beberás vino».


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 5: PG 70, 826-828)

Volveos a mí por la penitencia

Volveos a mí, es decir, una vez limpios de la vetustez del error y del pecado y de la actitud viciosa de vuestras almas, renovaos por la penitencia. Pensad lo mejor, recibid la gracia —me refiero a la gracia de Cristo—, que renueva para una vida nueva.

Volveos a mí, islas. Es muy probable que por islas entiende aquí a las Iglesias que, asediadas por las dificultades y los peligros de este mundo y agitadas por el oleaje de aquellos que se alzan contra ellas, permanecen no obstante inamovibles y mantienen una actitud inalterable, pues están cimentadas sobre roca, la roca que es también Cristo. Estas Iglesias son las que vienen equiparadas a las islas.

Por las islas se significa además la muchedumbre de los llamados por la fe, que, entregada en un tiempo al pecado, execrable e impura, viciosa y llena de arrugas, pasó, por la gracia de Cristo, a una vida nueva, convertida en virgen pura, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada. Volved, pues, a mí.

¿Quién lo ha suscitado en oriente y convoca la victoria a su paso? No hemos de admirar a Dios, dominador de todas las cosas por la sola y pura magnificencia de las criaturas, sino por todos los beneficios que nos concede, mediante los cuales nos da una muestra de su serenidad y de su clemencia. Pues salvó a los mortales, librando de la muerte, de la corrupción y de la tiranía al género humano completamente perdido. Dejó fuera de combate al enemigo con todos sus satélites, y nos justificó por la fe, aniquilado el pecado que nos tenía sometidos a su cruel tiranía. Y todo esto nos ha sido espléndidamente otorgado por medio de Cristo, a quien Dios ha hecho para nosotros justicia, santificación y redención.

Hemos sido espléndidamente iluminados y hechos partícipes de la misericordia y de la caridad y de todo cuanto puede sernos útil para la salvación. También esto nos lo predijo uno de los santos profetas, cuando dijo: A los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas. Y ¿quién —dice— hizo nacer la justicia, esto es, a Cristo, del oriente como el sol? ¿Quién la llamó, es decir, quién la hizo venir y manifestarse a los habitantes de la tierra, de modo que vaya a los pies de quien la ha llamado, o sea, que no permanezca únicamente a los pies de Dios Padre?

Así es como el Señor vivió en la tierra: llevando a cabo las obras del Padre y mostrándonoslo en su propia naturaleza. En efecto, era y es igual al Padre en poder y, con el testimonio de las obras, convenció plenamente a los mortales de que era en todo igual al Padre. Claramente lo afirmó: Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 17, 1-18

Fin del reino de Israel

Oseas, hijo de Elá, subió al trono de Israel en Samaria el año doce del reinado de Acaz de Judá. Reinó nueve años. Hizo lo que el Señor reprueba, aunque no tanto como los reyes de Israel predecesores suyos. Salmanazar, rey de Asiria, lo atacó, y Oseas se le sometió pagándole tributo. Pero el rey de Asiria descubrió que Oseas lo traicionaba: había enviado emisarios a Sais, al rey de Egipto, y no pagó el tributo como hacía otros años. Entonces el rey de Asiria lo apresó y lo encerró en la cárcel. El rey de Asiria invadió el país y asedió a Samaria durante tres años. El año noveno de Oseas, el rey de Asiria conquistó Samaria, deportó a los israelitas a Asiria y los instaló en Jalaj, junto a Jabor, río Cozán, y en las poblaciones de Media. Eso sucedió porque, sirviendo a otros dioses, los israelitas habían pecado contra el Señor, su Dios, que los había sacado de Egipto, del poder del Faraón, rey de Egipto; procedieron según las costumbres de las naciones que el Señor había expulsado ante ellos, y que introdujeron los reyes que ellos se habían nombrado. Los israelitas blasfemaron contra el Señor, su Dios; en todo lugar habitado, desde las torres de vigilancia hasta las plazas fuertes, se erigieron lugares de culto; erigieron cipos y estelas en las colinas altas y bajo los árboles frondosos; allí quemaron incienso, como hacían las naciones que el Señor había desterrado ante ellos. Obraron mal, irritando al Señor. Dieron culto a los ídolos, cosa que el Señor les había prohibido.

El Señor había advertido a Israel (y a Judá) por medio de los profetas y videntes: «Volveos de vuestro mal camino, guardad mis mandatos y preceptos, siguiendo la ley que di a vuestros padres, que les comuniqué por medio de mis siervos los profetas». Pero no hicieron caso, sino que se pusieron tercos, como sus padres, que no confiaron en el Señor, su Dios. Rechazaron los mandatos y el pacto que había hecho el Señor con sus padres, y las advertencias que les hizo; se fueron tras los ídolos vanos y se desvanecieron, imitando a las naciones vecinas, cosa que el Señor les había prohibido. Abandonaron los preceptos del Señor, su Dios, se hicieron ídolos de fundición (los dos becerros) y una estela; se postraron ante el ejército del cielo y dieron culto a Baal. Sacrificaron en la hoguera a sus hijos e hijas, practicaron la adivinación y la magia y se vendieron para hacer lo que el Señor reprueba.

El Señor se irritó tanto contra Israel, que los arrojó de su presencia. Sólo quedó la tribu de Judá.


SEGUNDA LECTURA

San Germán de Constantinopla, Opúsculo (atribuido) sobre la contemplación de los bienes eclesiásticos (PG 98, 383-387)

Sobre la naturaleza de la Iglesia y sobre los sacramentos

La Iglesia es el templo de Dios, lugar consagrado, casa de oración, asamblea del pueblo, el cuerpo de Cristo, su Nombre, la esposa de Cristo, que llama a los pueblos a la penitencia y a la plegaria, purificada con el agua de su santo bautismo, lavada en su preciosa sangre, adornada con las joyas de la esposa y sellada con el ungüento del Espíritu Santo, según la palabra profética: Tu nombre es como bálsamo fragante: correremos al olor de sus perfumes.

En otro sentido, la Iglesia es el cielo en la tierra, en el cual habita y deambula el Dios Altísimo; es el tipo que hace referencia a la crucifixión, sepultura y resurrección de Cristo; glorificada por encima de la tienda del encuentro de Moisés, prefigurada en los patriarcas, fundada en los apóstoles; en la cual está el propiciatorio y el Santo de los santos; preanunciada en los profetas, adornada en los jerarcas, consumada en los mártires y cimentada en el trono de sus santas reliquias.

A otro nivel, la Iglesia es la casa de Dios, en la que se celebra el místico sacrificio de la vida, en donde se encuentra la mesa que nutre y vivifica a las almas; y en la que las margaritas son los dogmas divinos de la doctrina del Señor confiada a sus discípulos.

El que no nazca de agua y de Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Y a sus apóstoles les mandaba: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y hemos sido bautizados en la muerte de Cristo y en su resurrección. Pues mediante la inmersión y emersión del agua y por la triple infusión, representamos y confesamos los tres días de la sepultura y la resurrección del mismo Cristo, y al mismo tiempo, su bautismo en el Jordán por mediación de Juan. La unción con óleo de los bautizados es paralela a la unción con que eran ungidos los reyes, los sacerdotes y los profetas. También Cristo fue ungido con la unción de la encarnación como rey y sacerdote.

Somos además ungidos para evitar que el diablo pueda vencernos con la fuerza del pecado que conduce a la muerte; ésta es en nosotros consecuencia de la culpa de Adán. El agua mística nos revela el baño místico del agua y del fuego del Espíritu Santo, con el cual obtenemos la purificación de las manchas de nuestro pecado, el don del segundo nacimiento y la restitución de la vida eterna. Por medio de este bautismo, y conseguida la adopción de hijos, quedamos libres de la esclavitud y del poder del diablo, y recibimos la libertad de la gracia del Hijo de Dios: santificados y purificados en él mediante el agua y el Espíritu, nos conduce a Dios Padre, diciendo: Padre justo, heme aquí con los hijos que tú me diste: santifica en tu nombre a los que me diste, para que también ellos se consagren en la verdad y te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo, para que también ellos sean herederos de mi reino.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 17, 24-41

Origen de los samaritanos

El rey de Asiria trajo gente de Babilonia, Cutá, Avá, Jamat y Sefarvain y la estableció en las poblaciones de Samaria, para suplir a los israelitas. Ellos tomaron posesión de Samaria y se instalaron en sus poblados. Pero al empezar a instalarse allí, no daban culto al Señor, y el Señor les envió leones que hacían estrago entre los colonos. Entonces expusieron al rey de Asiria:

—La gente que llevaste a Samaria como colonos no conoce los ritos del dios del país, y por eso éste les ha enviado leones que hacen estrago entre ellos, porque no conocen los ritos del dios del país.

El rey Asur ordenó:

—Llevad allá uno de los sacerdotes deportados de Samaria, para que se establezca allí y les enseñe los ritos del dios del país.

Uno de los sacerdotes deportados de Samaria fue entonces a establecerse en Betel, y les enseñó cómo había que dar culto al Señor. Pero todos aquellos pueblos se fueron haciendo sus dioses, y cada uno en la ciudad donde vivía los pusieron en las ermitas de los altozanos que habían construido los de Samaria: los de Babilonia hicieron a Sucot-Benot; los de Cutá, a Nergal; los de Jamat, a Asima; los de Avá, a Nibjás y Tartac; los de Sefarvain sacrificaban a sus hijos en la hoguera en honor de sus dioses, Adramélec y Anamélec. También daban culto al Señor; nombraron sacerdotes a gente de la masa del pueblo, para que oficiaran en las ermitas de los altozanos. De manera que daban culto al Señor y a sus dioses, según la religión del país de donde habían venido. Hasta hoy vienen haciendo según sus antiguos ritos; no veneran al Señor ni proceden según sus mandatos y preceptos, según la ley y la norma dada por el Señor a los hijos de Jacob, al que impuso el nombre de Israel.

El Señor había hecho un pacto con ellos y les había mandado:

—No veneréis a otros dioses, ni los adoréis, ni les deis culto, ni les ofrezcáis sacrificios, sino que habéis de venerar al Señor, que os sacó de Egipto con gran fuerza y brazo extendido; a él adoraréis y a él ofreceréis sacrificios. Cuidad de poner siempre por obra los preceptos y normas, la ley y los mandatos que os he dado por escrito. No veneréis a otros dioses. No olvidéis el pacto que he hecho con vosotros. No veneréis a otros dioses, sino al Señor, vuestro Dios, y él os librará de vuestros enemigos.

Pero no hicieron caso, sino que procedieron según sus antiguos ritos. Así, aquella gente honraba al Señor y daba culto a los ídolos. Y sus descendientes siguen hasta hoy haciendo lo mismo que sus antepasados.


SEGUNDA LECTURA

San Anselmo de Havelberg, Diálogos (Lib 1, 6: SC 118, 64-66)

La nueva Iglesia de los fieles fue reunida por la gracia
del Espíritu Santo

La fe en la santísima Trinidad, revelada gradualmente según la capacidad de los creyentes y como parcialmente distribuida, y en continuo crescendo hasta la plenitud, logró finalmente la perfección.

Por eso, en este período que va desde la venida de Cristo hasta el día del juicio —considerado como la sexta edad—, y en el que la Iglesia una e idéntica se va renovando, ahora ya con la presencia del Hijo de Dios, no se encuentra un estado único y uniforme, sino muchos y pluriformes. En efecto, la primitiva Iglesia presentó una cara de la religión cristiana, cuando Jesús, vuelto del Jordán, llevado al desierto por el Espíritu y dejado por el tentador una vez agotadas las tentaciones, recorriendo la Judea y la Galilea eligió a doce discípulos, a quienes formó mediante una explicación especial de la fe cristiana, a los cuales enseñó a ser pobres en el espíritu y todas las demás cosas contenidas en el sermón de la montaña a ellos dirigido, a quienes instruyó para que pisotearan este perverso mundo presente, y a quienes adoctrinó con los saludables e innumerables preceptos de la doctrina evangélica.

Pero después de la pasión, resurrección y ascensión de Cristo, y luego de la venida del Espíritu Santo, muchos, al ver las señales y prodigios que se realizaban por mano de los apóstoles, se adhirieron a su comunidad, sucediendo lo que nos ha transmitido san Lucas: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio, nada de lo que tenía. Ninguno pasaba necesidad, pues se distribuía todo según lo que necesitaba cada uno. Los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos.

La nueva Iglesia de los fieles, reunida por la gracia del Espíritu Santo, renovada primero con gente procedente del judaísmo y más tarde del paganismo, fue abandonando paulatinamente los ritos tanto judíos como paganos, conservando sin embargo ciertas peculiaridades naturales o legales que, por estar tomadas y seleccionadas tanto de la ley natural como de la ley escrita, ni eran ni son contrarias a la fe cristiana, sino que consta positivamente ser saludables a cuantos las observan fiel y devotamente.

Fue también en ese momento cuando comenzó a predicarse claramente la fe integral en la santísima Trinidad, apoyándose en testimonios del antiguo y del nuevo Testamento, desvelándose de esta forma una fe que anteriormente quedaba en la penumbra y cuyos perfiles sólo gradualmente iban insinuándose. Surgen nuevos sacramentos, ritos nuevos, mandamientos nuevos, nuevas instituciones. Se escriben las cartas apostólicas y canónicas. La ley cristiana va adquiriendo consistencia con la predicación y los escritos, la fe llamada católica es anunciada en el universo mundo; y la santa Iglesia, atravesando por diversos estadios que van sucediéndose gradualmente hasta nuestros mismos días, como un águila renueva y renovara siempre su juventud, salvo siempre el fundamento de la fe en la santísima Trinidad, fuera del cual nadie en lo sucesivo puede colocar otro, si bien la estructura de la mayor parte de las diversas religiones se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor a través de una edificación no uniforme.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de las Crónicas 29, 1-2; 30, 1-16a

La Pascua sacerdotal del rey Ezequías

Cuando Ezequías subió al trono tenía veinticinco años y reinó en Jerusalén veintinueve años. Su madre se llamaba Abí, hija de Zacarías. Hizo lo que el Señor aprueba, igual que su antepasado David.

Ezequías envió mensajeros por todo Israel y Judá, y escribió cartas a Efraín y Manasés para que acudiesen al templo de Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua del Señor, Dios de Israel. El rey, las autoridades y toda la comunidad de Jerusalén decidieron en consejo celebrar la Pascua durante el mes de mayo, ya que no habían podido hacerlo a su debido tiempo porque quedaban muchos sacerdotes por purificarse y el pueblo no se había reunido aún en Jerusalén. Al rey y a toda la comunidad les pareció acertada la decisión. Entonces acordaron pregonar por todo Israel, desde Berseba hasta Dan, que viniesen a Jerusalén a celebrar la Pascua del Señor, Dios de Israel, porque muchos no la celebraban como está mandado. Los mensajeros recorrieron todo Israel y Judá llevando las cartas del rey y de las autoridades, pregonando por orden del rey:

—Israelitas, volved al Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel, y el Señor volverá a estar con todos los supervivientes del poder de los reyes asirios. No seáis como vuestros padres y hermanos, que se rebelaron contra el Señor, Dios de sus padres, y éste los convirtió en objeto de espanto, como vosotros mismos podéis ver. No seáis tercos como vuestros padres. Entregaos al Señor, acudid al santuario que ha sido consagrado para siempre. Servid al Señor, vuestro Dios, y él apartará de vosotros el ardor de su cólera. Si os convertís al Señor, los que deportaron a vuestros hermanos e hijos sentirán compasión de ellos y los dejarán volver a este país. Porque el Señor, vuestro Dios, es clemente y misericordioso, y no os volverá la espalda si volvéis a él.

Los mensajeros recorrieron de ciudad en ciudad la tierra de Efraín y Manasés, hasta Zabulón, pero se reían y se burlaban de ellos. Sólo algunos de Aser, Manasés y Zabulón se mostraron humildes y acudieron a Jerusalén. Los judíos, por gracia de Dios, cumplieron unánimes lo que el Señor había dispuesto por orden del rey y de las autoridades.

El mes de mayo se reunió en Jerusalén una gran multitud para celebrar la fiesta de los Azimos; fue una asamblea numerosísima. Suprimieron todos los altares que había por Jerusalén y eliminaron todas las aras de incensar, arrojándolas al torrente Cedrón.

El catorce de mayo inmolaron la Pascua. Los sacerdotes levíticos confesaron sus pecados, se purificaron y llevaron holocaustos al templo. Cada cual ocupó el puesto que le correspondía según la ley de Moisés, hombre de Dios.
 

SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Sermón en el día de Pascua (Edit. C.H. Talbot, SSOC, vol 1, 94-95)

En nuestra Pascua, Cristo es inmolado no en figura,
sino en realidad

Ya sabéis, carísimos hermanos, que en esta vida mortal nos es imposible celebrar la Pascua sin verduras amargas, es decir, sin la amargura de la vida. Como muy bien sabe vuestra caridad, Pascua significa «paso». Si no me falla la memoria, en las sagradas Escrituras encontramos un triple paso, correspondiente a tres pascuas. En efecto, cuando Israel salió de Egipto, se celebró la Pascua, realizándose el paso de los judíos a través del Mar Rojo, de la esclavitud a la libertad, de las ollas de carne al maná de los ángeles.

Se celebró otra Pascua cuando, no sólo los judíos, sino todo el género humano pasó de la muerte a la vida, del yugo del diablo al yugo de Cristo, de la esclavitud de las tinieblas a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, del alimento inmundo de los vicios a aquel pan verdadero, verdadero pan de los ángeles, que dice de sí mismo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

Se celebrará gozosamente una tercera Pascua, cuando demos el paso de la mortalidad a la inmortalidad, de la corrupción a la incorrupción, de la miseria a la felicidad, de la fatiga al descanso, del temor a la seguridad. La primera es la pascua de los judíos, la segunda la de los cristianos, la tercera la de los santos y perfectos. En la pascua de los judíos se inmoló un cordero, en nuestra pascua es inmolado Cristo, finalmente, en la pascua de los santos y de los perfectos Cristo es glorificado. Considerad los grados y diferencias de estas solemnidades, considerad cómo Cristo opera nuestra salvación, él que alcanza con vigor de extremo a extremo y gobierna el universo con acierto.

Pues en la pascua judía se inmoló un cordero, pero según un lenguaje figurativo y arcano, en ese cordero es inmolado Cristo. En nuestra Pascua, Cristo es inmolado no en figura, sino en realidad. En la pascua de los santos y de los perfectos, Cristo ya no es inmolado, sino que más bien será manifestado. En aquella primera pascua estaba prefigurada la pasión de Cristo, en la segunda se lleva a cabo la pasión, en la tercera se pone de manifiesto el fruto de dicha pasión en la potencia de la resurrección. De esta forma, la sabiduría vence a la malicia.

En efecto, mi Señor Jesús, fuerza de Dios y sabiduría de Dios, venció con sabiduría, suavidad y vigor la malicia de aquella antigua serpiente. Porque la malicia es una taimada astucia, que genera y comprende dos vicios: la soberbia y la envidia. La soberbia es el origen de todo pecado y por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo. Pues bien, a esta malicia que echó a perder todo el género humano, Cristo Jesús, mi Señor, sabiamente la venció por completo y de modo no menos fuerte que suave.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 20, 1-6

Anuncio de la deportación de Egipto y Cus

El año en que el general en jefe enviado por Sargón, rey de Asiria, llegó a Azoto, la atacó y la conquistó. Entonces el Señor habló por medio de Isaías, hijo de Amós (antes lo había dicho):

—Anda, desátate el sayal de la cintura, quítate las sandalias de los pies.

El lo hizo y anduvo desnudo y descalzo.

Y dijo el Señor:

—Como mi siervo Isaías ha caminado desnudo y descalzo durante tres años, como signo y presagio contra Egipto y Cus, así el rey de Asiria conducirá a los cautivos de Egipto y a los deportados de Cus, jóvenes y viejos, descalzos y desnudos, con las nalgas al aire (vergüenza para Egipto). Sentirán miedo y vergüenza por Cus, su confianza, y por Egipto, su orgullo. Y aquel día los habitantes de esta costa dirán: Ahí tenéis a los que eran nuestra confianza, a los que acudíamos en busca de auxilio para que nos libraran del rey de Asiria; pues nosotros, ¿cómo nos salvaremos?


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 1: PG 70, 887-890)

Se nos llama cristianos o pueblo de Dios

De oriente conduciré a tu descendencia y de occidente te reuniré. El Verbo unigénito de Dios se apareció a los que vivían en la tierra en nuestra condición, es decir, hecho hombre, para conducir a griegos y judíos —caídos en la apostasía y defección del Creador común a causa de sus muchas y variadas culpas— al verdadero e incontaminado conocimiento de Dios, congregarlos en una comunión espiritual por medio de la fe y de la santificación maravillosamente consumada, y, por último hacerlos dignos de su unión con él, y de este modo unirlos a Dios Padre por mediación suya. Que por esta razón Cristo se hizo hombre no es difícil deducirlo de las sagradas páginas del evangelio.

En efecto, Lázaro resucitó de entre los muertos de un modo maravilloso y en contra de la común estimación. Pues bien, la muchedumbre de los impíos judíos y la secta de los fariseos odiosa a Dios, convocaron el sanedrín y dijeron: ¿Qué estamos haciendo? Este hombre hace muchos milagros. Si lo dejamos seguir, vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación. Entonces, uno de ellos, Caifás, les dijo: Vosotros no entendéis ni palabra: no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera. A estas palabras añade seguidamente el divino evangelista: Esto no lo dijo por propio impulso, sino que, por ser sumo sacerdote aquel año, habló proféticamente anunciando que Jesús iba a morir por la nación; y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos.

Pues por lo que se refiere a la primera creación del hombre y al propósito del que lo creó, todos eran hijos suyos. Pero Satanás los dispersó a todos, precipitándolos en una multitud de pecados y, una vez los hubo inducido al error, los separó de la unión que con Dios tenían. Pero Cristo los redujo nuevamente a la unidad, pues vino a buscar lo que estaba perdido.

Y cuando le oímos llamar hijos e hijas a los que vienen corriendo procedentes de los cuatro puntos cardinales, manifiesta el tiempo de la venida de Cristo, tiempo en que a los habitantes de la tierra les fue otorgada la gracia de la adopción por la santificación en el Espíritu. Y que la vocación no es exclusiva de un solo pueblo, sino común yúnica para todos, lo insinuó al decir: Todos cuantos lleven mi nombre. Se nos llama cristianos o pueblo de Dios. Dice efectivamente Pedro en una carta enviada a los que han sido llamados por medio de la fe: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa. Antes erais «no pueblo», ahora sois «Pueblo de Dios».



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del segundo libro de los Reyes 20, 1-19

Curación de Ezequías y profecía del exilio de Babilonia

En aquellos días, el rey Ezequías cayó enfermo de muerte. Vino a visitarlo el profeta Isaías, hijo de Amós, y le dijo:

—Esto dice el Señor: «Haz testamento, porque vas a morir sin remedio».

Entonces Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor:

—Señor, acuérdate que he caminado en tu presencia con corazón sincero y leal, y que he hecho lo que te agrada. Y Ezequías lloró con largo llanto.

No había cruzado Isaías al atrio mediano, cuando le vino la palabra del Señor:

—Ve y dile a Ezequías: Así dice el Señor, Dios de tu padre David: «He escuchado tu oración y he visto tus lágrimas: yo te curaré, y pasado mañana subirás al templo del Señor. Añadiré quince años a tus días, te libraré de las manos del rey de Asiria, a ti y a esta ciudad y la protegeré, por mí y por mi siervo David».

Isaías ordenó:

—Coged un emplasto de higos; que lo apliquen en la herida, y curará.

Ezequías le preguntó:

—¿Y cuál es la señal de que el Señor me va a curar y dentro de tres días podré subir al templo?

Isaías respondió:

—Esta es la señal de que el Señor cumplirá la palabra dada: ¿Quieres que la sombra adelante diez grados o que atrase diez?

Ezequías comentó:

—Es fácil que la sombra adelante diez grados, lo difícil es que atrase diez.

El profeta Isaías clamó al Señor, y el Señor hizo que la sombra atrasase diez grados en el reloj de Acaz.

En aquel tiempo, Merodac Baladán, hijo de Baladán, rey de Babilonia, envió cartas y regalos al rey Ezequías cuando se enteró de que se había restablecido de su enfermedad. Ezequías se alegró y enseñó a los mensajeros su tesoro: la plata, el oro, los bálsamos y ungüentos, toda la vajilla y cuanto había en sus depósitos. No quedó nada en su palacio y en sus dominios que Ezequías no les enseñase.

Pero el profeta Isaías se presentó al rey Ezequías y le dijo:

—¿Qué ha dicho esa gente, y de dónde vienen a visitarte?

Ezequías contestó:

—Han venido de un país lejano: de Babilonia.

Isaías preguntó:

—¿Qué han visto en tu casa?

Ezequías dijo:

—Todo. No he dejado nada de mis tesoros sin enseñárselo.

Entonces Isaías le dijo:

—Escucha la palabra del Señor: Mira, llegarán días en que se llevarán a Babilonia todo lo que hay en tu palacio, cuanto atesoraron tus abuelos hasta hoy. No quedará nada, dice el Señor. Y a los hijos que salieron de ti, que tú engendraste, se los llevarán a Babilonia para que sirvan como palaciegos del rey.

Ezequías dijo:

—Es favorable la palabra del Señor que has pronunciado (pues se dijo: Mientras yo viva, habrá paz y seguridad).


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 3, t 1: PG 70, 579-582)

Seremos posesión y herencia de Dios

Señor, Dios nuestro, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. ¡Señor, Dios nuestro, poséenos!, no conocemos a otro fuera de ti, e invocamos tu nombre. Los santos profetas tenían por costumbre elevar preces en favor de Israel, pues eran amigos de Dios y estaban maravillosamente coronados con los ornamentos de la piedad. Pues desde el momento en que procedían de la raíz de Abrahán y de la sangre de los santos padres, era natural que se doliesen de la suerte de sus tribus de Israel, al verlas perecer a causa de su impiedad para con Cristo. De aquí que también ahora el bienaventurado profeta Isaías abra la boca y diga: Señor, Dios nuestro, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú.

Que es como si dijera: Si nos dieras la paz, abundaríamos en toda clase de bienes, y nos convertiríamos en partícipes de todos tus dones. Pero conviene saber de qué paz se trata. Pues o bien estas palabras piden al mismo Cristo, ya que, según las Escrituras, él es nuestra paz, y mediante él nos asociamos también al Padre por un parentesco espiritual; o bien intentan decir otra cosa distinta: porque quienes todavía no poseen la fe y no han rechazado ni alejado de sí la marca del pecado, viven apartados de Dios y con toda razón son contados en el número de los enemigos, son del gremio de los de dura cerviz y combaten contra las mismas leyes del Señor. En cambio, los que son morigerados, dóciles al freno y prontos para todo cuanto es del agrado de Dios, rebosan amor y están en paz con él.

Por lo demás, la paz es realmente un don de Dios, derivada de su soberana munificencia. Concédenos, pues, Señor, estar en paz contigo y, quitado del medio el impío y detestable pecado, haz que nos podamos espiritualmente unir a ti por mediación de Cristo, como muy bien dice san Pablo: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estemos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Conseguido lo cual, seremos posesión y herencia de Dios.

Por eso, sabiamente trae a colación aquello: ¡Señor, poséenos!, no conocemos a otro fuera de ti, e invocamos tu nombre. En efecto, los que están en paz con Dios es necesario que sean semejantes a él en su conducta, estén en constante comunión con él, hasta el punto de conocerlo sólo a él y no poder tener, ni siquiera en la lengua, el nombre de cualquier otro dios ficticio. Pues sólo él ha de ser invocado, ya que él es el único Dios nuestro por naturaleza y de verdad. Es lo que nos predica la ley del sapientísimo Moisés: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto y a su nombre.