DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 8, 22-34.54-61

Oración de Salomón en la dedicación del templo

Salomón, en pie ante el altar del Señor, en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos al cielo y dijo:

—¡Señor, Dios de Israel! Ni arriba en el cielo ni abajo en la tierra hay un Dios como tú, fiel a la alianza con tus vasallos, si caminan de todo corazón en tu presencia; que a mi padre, David, tu siervo, le has mantenido la palabra: con tu boca se lo prometiste, con la mano se lo cumples hoy. Ahora, pues, Señor, Dios de Israel, mantén en favor de tu siervo, mi padre, David, la promesa que le hiciste: «No te faltará en mi presencia un descendiente en el trono de Israel, a condición de que tus hijos sepan comportarse caminando en mi presencia como has caminado tú». Ahora, pues, Dios de Israel, confirma la promesa que hiciste a mi padre, David, siervo tuyo. Aunque, ¿es posible que Dios habite en la tierra? Si no cabes en el cielo y lo más alto del cielo, ¡cuánto menos en este templo que he construido!

Vuelve tu rostro a la oración y súplica de tu siervo. Señor, Dios mío, escucha el clamor y la oración que te dirige hoy tu siervo. Día y noche estén tus ojos abiertos sobre este templo, sobre el sitio donde quisiste que residiera tu Nombre. ¡Escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio! Escucha la súplica de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando recen en este sitio; escucha tú desde tu morada del cielo, escucha y perdona.

Cuando uno peque contra otro, si se le exige juramento y viene a jurar ante tu altar en este templo, escucha túdesde el cielo y haz justicia a tus siervos: condena al culpable dándole su merecido y absuelve al inocente pagándole según su inocencia.

Cuando los de tu pueblo, Israel, sean derrotados por el enemigo, por haber pecado contra ti, si se convierten a ti y confiesan su pecado, y rezan y suplican en este templo, escucha tú desde el cielo y perdona el pecado de tu pueblo, Israel, y hazlos volver a la tierra que diste a sus padres.

Cuando Salomón terminó de rezar esta oración y esta súplica al Señor, se levantó de delante del altar del Señor, donde estaba arrodillado con las manos extendidas hacia el cielo. Y puesto en pie, echó esta bendición en voz alta a toda la asamblea israelita:

—¡Bendito sea el Señor, que ha dado el descanso a su pueblo, Israel, conforme a sus promesas! No ha fallado ni una sola de las promesas que nos hizo por medio de su siervo Moisés. Que el Señor, nuestro Dios, esté con nosotros, como estuvo con nuestros padres; que no nos abandone ni nos rechace. Que incline hacia él nuestro corazón, para que sigamos todos sus caminos y guardemos los preceptos, mandatos y decretos que dio a nuestros padres. Que las palabras de esta súplica hecha ante el Señor permanezcan junto al Señor, nuestro Dios, día y noche, para que haga justicia a su siervo y a su pueblo, Israel, según la necesidad de cada día. Así sabrán todas las naciones del mundo que el Señor es el Dios verdadero, y no hay otro; y vuestro corazón será totalmente del Señor, nuestro Dios, siguiendo sus preceptos y guardando sus mandamientos, como hacéis hoy.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón en la Epifanía (7: Opera omnia, ed. Cister 1970, 6/1, 26-27)

Preciosa la sabiduría que nos da a conocer a Dios

Preciosa la sabiduría que nos da a conocer a Dios y nos enseña a despreciar el mundo. Quien la encontrare, dichoso será si la retiene. ¿Qué podría dar a cambio? Conságrate a la obediencia y recibe la sabiduría. Así está efectivamente escrito: ¿Deseas la sabiduría? Guarda los mandamientos, y el Señor te la concederá. Si quieres ser sabio, sé obediente. La obediencia ignora la voluntad propia, y se somete a la voluntad e imperio de otro. Abrázala, pues, con todo el afecto del corazón y con todo el esfuerzo corporal; abraza, repito, el bien de la obediencia para que, por medio de ella, tengas acceso a la luz de la sabiduría. Así está efectivamente escrito: Contempladlo y quedaréis radiantes. Es decir, contempladlo a través de la obediencia, ya que no hay acceso más directo y seguro, y la sabiduría os volverá radiantes.

Quien no conoce a Dios no sabe a dónde va, sino que camina en tinieblas y su pie tropieza en la piedra. La sabiduría es luz, me refiero a aquella luz verdadera que ilumina a todo hombre, no al hombre que rezuma sabiduría de este mundo, sino al que viene contra este mundo, de modo que no es del mundo, aun cuando esté en el mundo. Este es el hombre nuevo que, depuesto el perverso y vil modo de ser del hombre viejo, trata de andar en una vida nueva, consciente de que no existe posibilidad de condena para quienes caminan no según la carne, sino según el Espíritu.

Mientras sigas tu propia voluntad, nunca te verás libre del tumulto interior, aunque en un momento dado te parezca que se ha calmado el tumulto exterior. Este tumulto de la propia voluntad no puede cesar en ti, mientras no se cambie el afecto carnal y comiences a tomar gusto a Dios. Por eso se afirma que los impíos se ven libres del tumulto gracias a la luz de la sabiduría, porque habiendo gustado qué bueno es el Señor, automáticamente dejan de ser impíos, adorando desde ese preciso momento al Creador en vez de a la criatura, y en el instante mismo en que abandonan la propia voluntad, en ese mismo momento experimentan, en la paz, el final de su íntimo tormento.

Dando, pues, de lado el tumulto de los afectos y el estrépito de los pensamientos, se hace la paz en tu interiory Dios comienza a habitar en tu corazón, pues su morada está en la paz. Y donde está Dios, allí está el gozo; donde está Dios, allí está la tranquilidad; donde está Dios, allí está la felicidad.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 10, 1-13

La gloria de Salomón ante la reina de Sabá

En aquellos días la reina de Sabá oyó la fama de Salomón y fue a probarlo con enigmas. Llegó a Jerusalén con una gran caravana de camellos cargados de perfumes y oro en gran cantidad y piedras preciosas. Entró en el palacio de Salomón y le propuso todo lo que pensaba. Salomón resolvió todas sus consultas; no hubo una cuestión tan oscura que el rey no la supiera resolver.

Cuando la reina de Sabá vio la sabiduría de Salomón, la casa que había construido, los manjares de su mesa, toda la corte sentada a la mesa, los camareros sirviendo, con sus uniformes, las bebidas, los holocaustos que ofrecía en el templo del Señor, se quedó asombrada, y dijo al rey:

—¡Es verdad lo que me contaron en mi país de ti y tu sabiduría! Yo no quería creerlo, pero ahora que he venido y lo veo con mis propios ojos, resulta que no me habían dicho ni la mitad. En sabiduría y riquezas superas todo lo que yo había oído. ¡Dichosa tu gente, dichosos esos tus cortesanos que están siempre en tu presencia, aprendiendo de tu sabiduría! ¡Bendito sea el Señor, tu Dios, que, por el amor eterno que tiene a Israel, te ha elegido para colocarte en el trono de Israel y te ha nombrado rey para que gobiernes con justicia!

La reina regaló al rey cuatro mil kilos de oro, gran cantidad de perfumes y piedras preciosas. Nunca llegaron tantos perfumes como los que la reina de Sabá regaló al rey Salomón. Por su parte, el rey Salomón regaló a la reina de Sabá todo lo que a ella se le antojó, aparte de lo que el mismo rey Salomón, con su esplendidez, le regaló. Después ella y su séquito emprendieron el viaje de vuelta a su país.

La flota de Jirán, que transportaba el oro de Ofir, trajo también madera de sándalo en gran cantidad y piedras preciosas. Con la madera de sándalo el rey hizo balaustradas para el templo del Señor y el palacio real y cítaras y arpas para los cantores. Nunca llegó madera de sándalo como aquella ni se ha vuelto a ver hasta hoy.
 

SEGUNDA LECTURA

Pedro de Blois, Sermón 53 (PL 207, 715-716)

Cristo es la sabiduría

Son muchos los que buscaron la sabiduría y no consiguieron encontrarla; muchos los que la encontraron y no supieron retenerla. Y, sin embargo, dichoso el que establece su morada en la sabiduría. Salomón encontró la sabiduría, pero no permaneció en ella, pues, apartado de la sabiduría por las mujeres extranjeras, derivó hacia la insipiencia. Sabiduría consumada es aquella que este mundo considera como necedad, es decir, la sabiduría de Cristo; mejor dicho, Cristo mismo es la sabiduría, al cual —al decir del Apóstol— Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención. Por eso, Pablo, matriculado en la escuela de esta sabiduría, afirma: Nunca me precié de saber cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado.

Es bueno buscar y retener esta sabiduría, que es santificación y redención. Siendo cualquier otra sabiduría vanidad y fuente de perdición, no puedes ser discípulo de esta escuela: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío; más aún: El que no odia a su padre y a su madre, e incluso a sí mismo, no es digno de mí. ¡Buen Jesús! ¿por qué nos has tratado así? Moisés había impuesto una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos tenido fuerzas para soportar. Esperábamos que túaligeraras nuestras cargas, y ahora gravas tu mano sobre nosotros. ¿Es que no era ya bastante .pesada la mano de Moisés? ¿Has venido a castigarnos a latigazos? ¿Buscas acaso un motivo para descargar tu ira contra nosotros y hacernos perecer? ¿No eres tú, Jesús, el Salvador y no el perdedor?

¿Por qué nos mandas lo que no podemos cumplir?: ¿odiar al padre y a la madre y a uno mismo, y amar al enemigo? Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso? Me dirigiría a otras escuelas, y me elegiría otro maestro: pero oigo a Pedro responder por sí mismo y en nombre de los demás: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Si parece gravoso tu precepto y duro tu lenguaje, sé, sin embargo, que es grande tu bondad que reservas para tus fieles.

Esperaré, pues, en ti, cuya sabiduría no puede fallar, cuyo poder no puede ser vencido, cuya benevolencia es infatigable y cuya caridad no puede sufrir mengua. Aunque quisieras flagelarme, abrasarme, trocearme, matarme, esperaré en ti, Señor, con tal de que me ayudes y me enseñes a cumplir tu voluntad; dame tan sólo, Señor, una señal propicia, para que te busque y espere en ti. Tú eres bueno para los que esperan en ti, para el alma que te busca. Sé que quienes te sirven no están agobiados, sino, al revés, muy honrados, pues tú, Dios mío, has honrado sobremanera a tus amigos. Sé que cualquier yugo de servidumbre se hace aceptable con el recuerdo de tu bondad.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 11, 1-4.26-43

Idolatría de Salomón. Rebelión y fuga de Jeroboán

El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija del Faraón: moabitas, amonitas, edomitas, fenicias e hititas, de las naciones de quienes había dicho el Señor a los de Israel: «No os unáis con ellas ni ellas con vosotros, porque os desviarán el corazón tras sus dioses». Salomón se enamoró perdidamente de ellas; tuvo setecientas esposas y trescientas concubinas. Y así, cuando llegó a viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras dioses extranjeros; su corazón ya no perteneció por entero al Señor, como el corazón de David, su padre.

Jeroboán, hijo de Nabat, era efraimita, natural de Serdá; su madre, llamada Servá, era viuda. Siendo funcionario de Salomón se rebeló contra el rey. La ocasión de rebelarse contra el rey fue ésta: Salomón estaba construyendo el terraplén para rellenar el foso de la Ciudad de David, su padre. Jeroboán era un hombre de valer, y Salomón, viendo que el chico trabajaba bien, lo nombró capataz de todos los cargadores de la casa de José.

Un día salió Jeroboán de Jerusalén, y el profeta Ajías, de Siló, envuelto en un manto nuevo, se lo encontró en el camino; estaban los dos solos, en descampado. Ajías agarró su manto nuev9, lo rasgó en doce trozos y dijo a Jeroboán:

—Cógete diez trozos, porque así dice el Señor, Dios de Israel: «Voy a desgarrarle el reino a Salomón y voy a darte a ti diez tribus; lo restante será para él en consideración a mi siervo David y a Jerusalén, la ciudad que elegí entre todas las tribus de Israel; porque me ha abandonado y ha adorado a Astarté, diosa de los fenicios; a Camós, dios de Moab; a Malcón, dios de los amonitas, y no ha caminado por mis sendas practicando lo que yo apruebo, mis mandatos y preceptos, como su padre, David. No le quitaré todo el reino; en consideración a mi siervo David, a quien elegí, que guardó mis leyes y preceptos, lo mantendré de jefe mientras viva; pero a su hijo le quito el reino y te doy a ti diez tribus. A su hijo le daré una tribu, para que mi siervo David tenga siempre una lámpara ante mí en Jerusalén, la ciudad que elegí para que residiera allí mi Nombre. En cuanto a ti, voy a escogerte para que seas rey de Israel, según tus ambiciones. Si obedeces en todo lo que yo te ordene y caminas por mis sendas y practicas lo que yo apruebo, guardando mis mandatos ypreceptos, como lo hizo mi siervo David, yo estaré contigo y te daré una dinastía duradera, como hice con David, y te daré Israel. Humillaré a los descendientes de David por esto, aunque no para siempre».

Salomón intentó matar a Jeroboán, pero Jeroboán emprendió la fuga a Egipto, donde reinaba Sisac, y estuvo allí hasta que murió Salomón.

Para más datos sobre Salomón, sus empresas y su sabiduría, véanse los Anales de Salomón.

Salomón reinó en Jerusalén sobre todo Israel cuarenta años. Cuando murió lo enterraron en la Ciudad de David, su padre. Su hijo Roboán le sucedió en el trono.
 

SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 167 (PL 52, 637-638)

Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos

¡Convertíos! ¿Por qué no más bien: alegraos? Mejor, ¡alegraos!: porque a las realidades humanas suceden las divinas, a las terrenales las celestes, a las temporales las eternas, a las malas las buenas, a las ambiguas las seguras, a las molestas las dichosas, a las perecederas las perennes. ¡Convertíos! Sí, que se convierta, conviértase el que prefirió lo humano a lo divino, el que optó por servir al mundo más bien que dominar el mundo junto con el Señor del mundo. Conviértase, el que huyendo de la libertad a que da paso la virtud, eligió la esclavitud que consigo trae el vicio. Conviértase, y conviértase de veras, quien, por no retener la vida, se entregó en manos de la muerte.

Está cerca el reino de los cielos. El reino de los cielos es el premio de los justos, el juicio de los pecadores, pena de los impíos. Dichoso; por tanto, Juan, que quiso prevenir el juicio mediante la conversión; que deseó que los pecadores tuvieran premio y no juicio; que anheló que los impíos entraran en el reino, evitando el castigo. Juan proclamó ya cercano el reino de los cielos en el momento preciso en que el mundo, todavía niño, caminaba a la conquista de la madurez. Al presente conocemos lo próximo que está ya este reino de los cielos al observar cómo al mundo, aquejado por una senectud extrema, comienzan a faltarle las fuerzas, los miembros se anquilosan, se embotan los sentidos, aumentan los achaques, rechaza los cuidados, muere a la vida, vive para las enfermedades, se hace lenguas de su debilidad, asegura la proximidad del fin.

Y nosotros, más duros que los mismos judíos, que vamos en pos de un mundo que se nos escapa, que no pensamos jamás en los tiempos que se avecinan y nos emborrachamos de los presentes, que tememos, colocados ya frente al juicio, que no salimos al encuentro del Señor que rápidamente se aproxima, que apostamos por la muerte y no suspiramos por la resurrección de entre los muertos, que preferimos servir a reinar, con tal de diferir el magnífico reinado de nuestro Señor, nosotros, digo, ¿cómo damos cumplimiento a aquello: Cuando oréis, decid: «Venga tu reino»?

Necesitados andamos nosotros de una conversión más profunda, adaptando la medicación a la gravedad de la herida. Convirtámonos, hermanos, y convirtámonos pronto, porque se acaba la moratoria concedida, está a punto de sonar para nosotros la hora final, la presencia del juicio nos está cerrando la oportunidad de una satisfacción. Sea solícita nuestra penitencia, para que no le preceda la sentencia: pues si el Señor no viene aún, si espera todavía, si da largas al juicio, es porque desea que volvamos a él y no perezcamos nosotros a quienes, en su bondad, nos repite una y otra vez: No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva.

Cambiemos, pues, de conducta, hermanos, mediante la penitencia; no nos intimide la brevedad del tiempo, pues el autor del tiempo desconoce las limitaciones temporales. Lo demuestra el ladrón del evangelio, quien, pendiente de la cruz y en la hora de la muerte, robó el perdón, se apoderó de la vida, forzó el paraíso, penetró en el reino.

En cuanto a nosotros, hermanos, que no hemos sabido voluntariamente merecerlo, hagamos al menos de la necesidad virtud; para no ser juzgados, erijámonos en nuestros propios jueces; concedámonos la penitencia, para conseguir anular la sentencia.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 12, 1-19

El cisma

Roboán fue a Siquén porque todo Israel había acudido allí para proclamarlo rey. (Cuando se enteró Jeroboán, hijo de Nabat —estaba todavía en Egipto, adonde había ido huyendo del rey Salomón—, volvió de Egipto, porque habían mandado a llamarlo). Jeroboán y toda la asamblea israelita hablaron a Roboán:

—Tu padre nos impuso un yugo pesado. Aligera tú ahora la dura servidumbre a que nos sujetó tu padre y el pesado yugo que nos echó encima, y te serviremos.

El les dijo:

—Marchaos, al cabo de tres días volved.

Ellos se fueron y el rey Roboán consultó a los ancianos que habían estado al servicio de su padre, Salomón, mientras vivía:

—¿Qué me aconsejáis que responda a esa gente?

Le dijeron:

—Si condesciendes hoy con este pueblo, poniéndote a su servicio, y le respondes con buenas palabras, serán siervos tuyos de por vida.

Pero él desechó el consejo de los ancianos y consultó a los jóvenes que se habían educado con él y estaban a su servicio. Les preguntó:

—Esa gente pide que les aligere el yugo que les echó encima mi padre. ¿Qué me aconsejáis que les responda?

Los jóvenes que se habían educado con él le respondieron:

—O sea, que esa gente te ha dicho: «Tu padre nos impuso un yugo pesado; aligéranoslo». Pues diles tú esto: «Mi dedo meñique es más grueso que la cintura de mi padre. Si mi padre os cargó un yugo pesado, yo os aumentaré la carga; que mi padre os castigó con azotes, yo os castigaré con latigazos».

Al tercer día, la fecha señalada por el rey, Jeroboán y todo el pueblo fueron a ver a Roboán. Este les respondió ásperamente; desechó el consejo de los ancianos, y les habló siguiendo el consejo de los jóvenes:

Si mi padre os impuso un yugo pesado, yo os aumentaré la carga; que mi padre os castigó con azotes, yo os castigaré con latigazos.

De manera que el rey no hizo caso al pueblo, porque era una ocasión buscada por el Señor para que se cumpliese la palabra que Ajías, el de Siló, comunicó a Jeroboán, hijo de Nabat.

Viendo los israelitas que el rey no les hacía caso, le replicaron:

¿Qué nos repartimos nosotros con David? ¡No heredamos juntos con el hijo de Jesé! ¡A tus tiendas, Israel! ¡Ahora David, a cuidar de tu casa!

Los de Israel se marcharon a casa; aunque los israelitas que vivían en las poblaciones de Judá siguieron sometidos a Roboán. El rey Roboán envió entonces a Adoran, encargado de las brigadas de trabajadores; pero los israelitas la emprendieron a pedradas con él hasta matarlo, mientras el rey montaba aprisa en su carroza para huir a Jerusalén. Así fue como se independizó Israel de la casa de David, hasta hoy.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t 1: PG 70, 1190-1191)

Cristo murió por todos

Está escrito que Dios creó, de los dos pueblos, un solo hombre nuevo. Dios Padre quiere —es mi opinión— justificar al justo que sirve bien a una multitud, cuyos pecados él mismo perdonará. Este justo que sirve bien a una multitud, no es otro —según creo— que nuestro Señor Jesucristo. En efecto, él vino no a ser servido, sino —como él mismo dijo— más bien a servir, de acuerdo con la economía de la humanización. Esta es la razón por la que san

Pablo creyó poder llamarle «ministro». Dice, en efecto, hablando de la ley y del nuevo Testamento: Si el ministro de la condena tuvo su esplendor, ¡cuánto más no resplandecerá el ministro del perdón!

Cristo es, pues, el justo irreprensible, que sirve bien a una multitud. El Verbo de Dios tomó efectivamente la condición de esclavo, no, cierto, para venir en ayuda de su propia naturaleza, sino para gratificarnos con la suya y como para ejercer en favor nuestro aquel ministerio, por el que, además, somos salvados. El es justificado al archivar la sospecha que insinuaba la posibilidad de una pretendida culpabilidad, por la que justamente habría padecido la muerte sobre el madero: de hecho, mientras los israelitas satisfacen en él las penas debidas a su impiedad, él reina sobre toda la tierra y sobre las multitudes que acuden a él. Que esta economía de la encarnación posea un ministerio tan eficaz lo demuestra la Escritura cuando dice: El salvará a su pueblo de los pecados.

En realidad, para apartar el pecado del mundo, él lo tomó sobre sí, y uno murió por todos, pues era como la personificación de todos: por eso sirvió a una multitud. Al decir «a una multitud» se refiere a las naciones. Israel era una sola nación. Por haber él —dice— cargado con el pecado de muchos, le daré una multitud como parte, y con poderosos repartirá despojos. Por «multitud» hay que entender aquí los que provienen de las naciones: éstos, diseminados por una infinidad de lugares, eran mucho más numerosos que los israelitas; por «poderosos» hay que entender bien los santos apóstoles, o simplemente todos los que son poderosos con el poder de Cristo y están dotados de una virilidad espiritual: con ellos, como vencedores de Satán, repartirá los despojos.

Distribuye efectivamente con largueza entre sus santos las reservas de dones espirituales. Y así —dice— uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, el profetizar, el distinguir los buenos y malos espíritus, el don de curar. Atribuimos a los santos apóstoles el poder de la palabra, y afirmamos que todas las naciones estaban como bajo el dominio de Satanás. Pero aquel que posee a muchos, los dividió entre los santos mistagogos. Y así, unos fueron llamados por san Pedro al conocimiento de Cristo, salvador de todos nosotros; otros fueron conducidos a la luz de la verdad a través de la predicación de Pablo o de otro cualquiera de los santos apóstoles. Les repartió, por tanto, el Salvador como si se tratara de unos despojos, es decir, como si fuesen botín de guerra, la conversión y la vocación de aquellos que en un tiempo anduvieron a la deriva.

Era realmente necesario que todos reconocieran como Señor al que por todos había muerto; nos convence de ello Isaías cuando dice: Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos y fue entregado por sus iniquidades.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 12, 20-33

Cisma político y religioso

Cuando Israel oyó que Jeroboán había vuelto, mandaron a llamarlo para que fuera a la asamblea, y lo proclamaron rey de Israel. Con la casa de David quedó únicamente la casa de Judá. Cuando Roboán llegó a Jerusalén, movilizó ciento ochenta mil soldados de Judá y de la tribu de Benjamín para luchar contra Israel y recuperar el reino para Roboán, hijo de Salomón. Pero Dios dirigió la palabra al profeta Semayas:

—Di a Roboán, hijo de Salomón, rey de Judá, y a todo Judá y a Benjamín y al resto del pueblo: Así dice el Señor: «No vayáis a luchar contra vuestros hermanos, los israelitas; que cada cual se vuelva a su casa, porque esto ha sucedido por voluntad mía».

Obedecieron la palabra del Señor y desistieron de la campaña, como Dios lo ordenaba.

Jeroboán fortificó Siquén, en la entrada de Efraín, y residió allí. Luego salió de Siquén para fortificar Penuel. Y pensó para sus adentros: «Todavía puede volver el reino a la casa de David. Si la gente sigue yendo a Jerusalén para hacer sacrificios en el templo del Señor, terminarán poniéndose de parte de su señor, Roboán, rey de Judá. Me matarán y volverán a unirse a Roboán, rey de Judá». Después de aconsejarse, el rey hizo dos becerros de oro y dijo a la gente:

—¡Ya está bien de subir a Jerusalén! ¡Éste es tu Dios Israel, el que te sacó de Egipto!

Luego colocó un becerro en Betel y el otro en Dan.

Esto incitó a pecar a Israel, porque la gente iba unos a Betel y otros a Dan. También edificó ermitas en los altozanos; puso de sacerdotes a gente de la plebe, que no pertenecía a la tribu de Leví. Instituyó también una fiesta el día quince del mes octavo, como la fiesta que se celebraba en Judá, y subió al altar que había levantado en Betel a ofrecer sacrificios al becerro que había hecho. En Betel estableció a los sacerdotes de las ermitas que había construido en los altozanos. Subió al altar que había hecho en Betel el día quince del mes octavo (el mes que a él le pareció). Instituyó una fiesta para los israelitas y subió al altar a ofrecer incienso.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 5, t 2: PG 70, 1223-1226)

Institución del culto en espíritu y en verdad,
por obra de los oráculos evangélicos

La ley se dio por Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Llama gracia y verdad a la institución del culto en espíritu y en verdad, por obra de los oráculos evangélicos, institución que va íntimamente ligada al poder y la fuerza. Era, en efecto, conveniente que Moisés, siendo siervo, fuese ministro de una sombra llamada a desaparecer; mientras que, quien es eterno, esto es, Cristo, fuese el revelador del culto eterno y permanente.

Cuál sea en realidad aquella eterna alianza, que Cristo consumará por medio de la fe en cuantos se acerquen a él, lo aclara al añadir a renglón seguido: las promesas santas hechas a David son fieles. Con estas palabras quiere significar: o que la promesa relativa a Cristo, salvador de todos nosotros, hecha al santo David, hay que hacerla extensiva a los gentiles que se convierten; o bien llama divinas y sagradas a las profecías referentes a Cristo, nacido del linaje de David según la carne. Y las llama santas porque hace santos a cuantos las reciben: del mismo modo que califica de «puro» al temor de Dios porque purifica, y «vida» al mensaje evangélico por cuanto comunica vida. Dijo efectivamente Cristo: Las palabras que os he dicho son espíritu y vida, es decir, espirituales y vivificantes.

Son, pues, santas porque santifican y hacen justos e irreprensibles a cuantos las aceptan; y son fieles, porque suscitan la fe y generan la estabilidad en la fe y la piedad en la vida de todos los que las acogen. Esta es la fuerza y la eficacia de los vaticinios de Cristo. Al mencionar a David, es decir, a Cristo nacido del linaje de David según la carne, dijo seguidamente de él: A él lo hice mi testigo para los pueblos, caudillo y soberano de naciones. De este modo atestigua que nuestro Señor Jesucristo enriquece con la luz del verdadero conocimiento de Dios a la multitud de los pueblos, en la medida en que son capaces de recibirla, es decir, en la medida en que la desean sin oponer resistencia. Dijo, en efecto, por medio de la lira del salmista: Oíd esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe: plebeyos y nobles, ricos y pobres. Mi boca hablará sabiamente, y serán muy sensatas mis reflexiones. Era necesaria, realmente necesaria, la sabiduría y la inteligencia a quienes habían errado, adorando con increíble ligereza la criatura en vez de al Creador, llamando dioses al leño y a la piedra.

Además, la Palabra se hizo carne: y les sugiere la razón diciendo: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos. Estas fueron efectivamente las enfermedades de los paganos, pero gracias a él fueron redimidos. Pues fueron enriquecidos por él con el don de la sabiduría, pasando a ser capaces de comprender; ya no poseen un ánimo enfermizo y quebrantado, sino sano y capaz de emprender y llevar a término cualquier obra buena y que conduzca a la salvación.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 16, 29-17, 16

Los comienzos del profeta Elías en tiempo de Ajab, rey de Israel

Ajab, hijo de Omrí, subió al trono de Israel el año treinta y ocho del reinado de Asá de Judá. Reinó sobre Israel, en Samaria, veintidós años. Hizo lo que el Señor reprueba, más que todos sus predecesores.

Lo de menos fue que imitara los pecados de Jeroboán, hijo de Nabat; se casó con Jezabel, hija de Etbaal, rey de los fenicios, y dio culto y adoró a Baal. Erigió un altar a Baal en el templo que le construyó en Samaria; colocó también una estela y siguió irritando al Señor, Dios de Israel, más que todos los reyes de Israel que lo precedieron. En su tiempo, Jiel, de Betel, reconstruyó Jericó; los cimientos le costaron la vida de Abirán, su primogénito, y las puertas, la de Segub, su benjamín, como lo había dicho el Señor por medio de Josué, hijo de Nun.

Elías, el tesbita, de Tisbé de Galaad, dijo a Ajab: «¡Vive el Señor, Dios de Israel, a quien sirvo! En estos años no caerá rocío ni lluvia si yo no lo mando». Luego el Señor le dirigió la palabra:

«Vete de aquí hacia el oriente y escóndete junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Bebe del torrente y yo mandaré a los cuervos que te lleven allí la comida».

Elías hizo lo que le mandó el Señor, y fue a vivir junto al torrente Carit, que queda cerca del Jordán. Los cuervos le llevaban pan por la mañana y carne por la tarde, y bebía del torrente. Pero, al cabo del tiempo, el torrente se secó, porque no había llovido en la región. Entonces el Señor dirigió la palabra a Elías:

«Anda, vete a Sarepta de Fenicia a vivir allí; yo mandaré a una viuda que te dé la comida».

Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la 1, puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo:

«Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba».

Mientras iba a buscarla, le gritó:

«Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan».

Respondió ella:

«Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.

Respondió Elías:

«No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y traémelo; para ti y paró tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra"».

Ella se fue, hizo lo que había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comienza él tratado sobre los misterios (1-7: SC 25bis, 156-158)

Catequesis sobre los ritos que preceden al bautismo

Hasta ahora os hemos venido hablando cada día acerca de cuál ha de ser vuestra conducta. Os hemos ido leyendo los hechos de los patriarcas o los consejos del libro de los Proverbios a fin de que, instruidos y formados por estas enseñanzas, os fuerais acostumbrando a recorrer el mismo camino que nuestros antepasados y a obedecer los oráculos divinos, con lo cual, renovados por el bautismo, os comportéis como exige vuestra condición de bautizados.

Mas ahora es tiempo ya de hablar de los sagrados misterios y de explicaros el significado de los sacramentos, cosa que, si hubiésemos hecho antes del bautismo, hubiese sido una violación de la disciplina del arcano más que una instrucción. Además de que, por el hecho de cogeros desprevenidos, la luz de los divinos misterios se introdujo en vosotros con más fuerza que si hubiese precedido una explicación.

Abrid, pues, vuestros oídos y percibid el buen olor de vida eterna que exhalan en vosotros los sacramentos. Esto es lo que significábamos cuando, al celebrar el rito de la apertura, decíamos: «Effetá», esto es: «Abrete», para que, al llegar el momento del bautismo, entendierais lo que se os preguntaba y la obligación de recordar lo que habíais respondido. Este mismo rito empleó Cristo, como leemos en el Evangelio, al curar al sordomudo.

Después de esto, se te abrieron las puertas del santo de los santos, entraste en el lugar destinado a la regeneración. Recuerda lo que se te preguntó, ten presente lo que respondiste. Renunciaste al diablo y a sus obras, al mundo y a sus placeres pecaminosos. Tus palabras están conservadas, no en un túmulo de muertos, sino en el libro de los vivos.

Viste allí a los diáconos, los presbíteros, el obispo. No pienses sólo en lo visible de estas personas, sino en la gracia de su ministerio. En ellos hablaste a los ángeles, tal como está escrito: Labios sacerdotales han de guardar el saber, y en su boca se busca la doctrina, porque es un ángel del Señor de los ejércitos. No hay lugar a engaño ni retractación; es un ángel quien anuncia el reino de Cristo, la vida eterna. Lo que has de estimar en él no es su apariencia visible, sino su ministerio. Considera qué es lo que te ha dado, úsalo adecuadamente y reconoce su valor.

Al entrar, pues, para mirar de cara al enemigo y renunciar a él con tu boca, te volviste luego hacia el oriente, pues quien renuncia al diablo debe volverse a Cristo y mirarlo de frente.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 18, 16b-40

Elías frente a los sacerdotes de Baal en el monte Carmelo

En aquellos días, Ajab marchó al encuentro de Elías y, al verlo, le dijo:

«¿Eres tú, ruina de Israel?»

Elías le contestó:

«¡No he arruinado yo a Israel, sino tú y tu familia, por dejar los mandatos del Señor y seguir a los Baales! Ahora manda que se reúna en torno a mí todo Israel en el monte Carmelo, con los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, comensales de Jezabel».

Ajab despachó órdenes a todo Israel, y los profetas se reunieron en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo:

«¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid a Baal».

La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo:

«He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Que nos den dos novillos: vosotros elegid uno; que lo descuarticen y lo pongan sobre la leña, sin prenderle fuego; yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, sin prenderle fuego. Vosotros invocaréis a vuestro dios, y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.

Toda la gente asintió:

«¡Buena idea!»

Elías dijo a los profetas de Baal:

«Elegid un novillo y preparadlo vosotros primero, porque sois más. Luego invocad a vuestro dios, pero sin encender el fuego».

Cogieron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía:

«¡Baal, respóndenos!»

Pero no se oía una voz ni una respuesta, mientras brincaban alrededor del altar que habían hecho. Al mediodía, Elías empezó a reírse de ellos:

«¡Gritad más fuerte! Baal es dios, pero estará meditando, o bien ocupado, o estará de viaje; ¡a lo mejor está durmiendo y se despierta!»

Entonces gritaron más fuerte; y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones, hasta chorrear sangre por todo el cuerpo. Pasado el mediodía, entraron en trance, y así estuvieron hasta la hora de la ofrenda. Pero no se oía una voz, ni una palabra, ni una respuesta. Entonces Elías dijo a la gente:

«¡Acercaos!»

Se acercaron todos, y él reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido: cogió doce piedras, una por cada tribu de Jacob, a quien el Señor había dicho: «Te llamarás Israel»; con las piedras levantó un altar en honor del Señor, hizo una zanja alrededor del altar, como para sembrar dos fanegas; apiló la leña, descuartizó el novillo, lo puso sobre la leña y dijo:

«Llenad cuatro cántaros de agua y derramadla sobre la víctima y la leña».

Luego dijo:

«¡Otra vez!»

Y lo hicieron otra vez. Añadió:

«¡Otra vez!»

Y lo repitieron por tercera vez. El agua corrió alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó de agua. Llegada la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y oró:

«¡Señor, Dios de Abrahán, Isaac e Israel! Que se vea hoy que tú eres el Dios de Israel, y yo tu siervo, que he hecho esto por orden tuya. Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa este pueblo que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón».

Entonces el Señor envió un rayo que abrasó la víctima, la leña, las piedras y el polvo, y secó el agua de la zanja. Al verlo, cayeron todos, exclamando:

«¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!»

Elías les dijo:

«Agarrad a los profetas de Baal. Que no escape ninguno».

Los agarraron. Elías los bajó al torrente Quisón, y allí los degolló.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre los misterios (8-11 SC 25bis, 158-160)

Renacemos del agua y del Espíritu Santo

¿Qué es lo que viste en el bautisterio? Agua, desde luego, pero no sólo agua; viste también a los diáconos ejerciendo su ministerio, al obispo haciendo las preguntas de ritual y santificando. El Apóstol te enseñó, lo primero de todo, que no hemos de fijarnos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. Pues, como leemos en otro lugar, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, su poder eterno y su divinidad son visibles por sus obras. Por esto, dice el Señor en persona: Aunque no me creáis a mí, creed a las obras. Cree, pues, que está allí presente la divinidad. ¿Vas a creer en su actuación y no en su presencia? ¿De dónde vendría esta actuación sin su previa presencia?

Considera también cuán antiguo sea este misterio, pues fue prefigurado en el mismo origen del mundo. Ya en el principio, cuando hizo Dios el cielo y la tierra, el espíritu —leemos— se cernía sobre la faz de las aguas. Y si se cernía es porque obraba. El salmista nos da a conocer esta actuación del espíritu en la creación del mundo, cuando dice: La palabra del Señor hizo el cielo; el espíritu de su boca, sus ejércitos. Ambas cosas, esto es, que se cernía y que actuaba, son atestiguadas por la palabra profética. Que se cernía, lo afirma el autor del Génesis; que actuaba, el salmista.

Tenemos aún otro testimonio. Toda carne se había corrompido por sus iniquidades. Mi espíritu no durará por siempre en el hombre —dijo Dios—, puesto que es de carne. Con las cuales palabras demostró que la gracia espiritual era incompatible con la inmundicia carnal y la mancha del pecado grave. Por esto, queriendo Dios reparar su obra, envió el diluvio y mandó al justo Noé que subiera al arca. Cuando menguaron las aguas del diluvio, soltó primero un cuervo, el cual no volvió, y después una paloma que, según leemos, volvió con una rama de olivo. Ves cómo se menciona el agua, el leño, la paloma, ¿y aún dudas del misterio?

En el agua es sumergida nuestra carne, para que quede borrado todo pecado carnal. En ella quedan sepultadas todas nuestras malas acciones. En un leño fue clavado el Señor Jesús, cuando sufrió por nosotros su pasión. En forma de paloma descendió el Espíritu Santo, como has aprendido en el nuevo Testamento, el cual inspira en tu alma la paz, en tu mente la calma.