DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro segundo de Samuel 15, 7-14.24-30; 16, 5-13

Rebelión de Absalón y huida de David

En aquellos días, Absalón dijo al rey David:

«Déjame ir a Hebrón, a cumplir una promesa que hice al Señor, porque cuando estuve en Guesur de Jarán hice esta promesa: "Si el Señor me deja volver a Jerusalén, le ofreceré un sacrificio en Hebrón"».

El rey le dijo:

«Vete en paz».

Absalón emprendió la marcha hacia Hebrón, pero despachó agentes por todas las tribus de Israel con este encargo:

«Cuando oigáis el sonido de la trompa, decid: ¡Absalón es rey en Hebrón!»

Desde Jerusalén marcharon con Absalón doscientos convidados; caminaban inocentemente, sin sospechar nada. Durante los sacrificios, Absalón mandó gente a Guiló para hacer venir del pueblo a Ajitófel, el guilonita, consejero de David. La conspiración fue tomando fuerza, porque aumentaba la gente que seguía a Absalón. Uno llevó esta noticia a David:

«Los israelitas se han puesto de parte de Absalón». Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén:

«¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, y pase a cuchillo la población».

Sadoc, con los levitas, llevaba el arca de la alianza de Dios, y la depositaron junto a Abiatar, hasta que toda la gente salió de la ciudad. Entonces el rey dijo a Sadoc:

«Vuélvete con el arca de Dios a la ciudad. Si alcanzo el favor del Señor, me dejará volver a ver el arca y su morada. Pero, si dice que no me quiere, aquí me tiene, haga de mí lo que le parezca bien».

Luego añadió al sacerdote Sadoc:

«Volveos en paz a la ciudad, tú con tu hijo Ajimás, y Abiatar con su hijo Jonatán. Mirad, yo me detendré por los pasos del desierto, hasta que me llegue algún aviso vuestro».

Sadoc y Abiatar volvieron con el arca de Dios a Jerusalén y se quedaron allí. David subió la cuesta de los Olivos; la subía llorando, la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todos sus acompañantes llevaban cubierta la cabeza, y subían llorando. Al llegar el rey David a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venía. Y empezó a tirar piedras a David y a sus cortesanos —toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey—, y le maldecía:

«¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino».

Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey:

«Ese perro muerto ¿se pone a maldecir a mi señor? ¡Déjame ir allá, y le corto la cabeza!»

Pero el rey dijo:

«¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?»

Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos:

«Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme, ¡y os extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizá el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy».

David y los suyos siguieron su camino, mientras Semeí iba en dirección paralela por la loma cjel monte echando maldiciones según caminaba, tirando piedras y levantando polvo.


SEGUNDA LECTURA

San Lorenzo de Brindisi, Homilía 2 en el domingo noveno de Pentecostés (6-7: Opera omnia, t. 8, 514-517)

Llora Cristo por la sinagoga, a la que tanto amaba

Lloró amargamente el patriarca Abrahán la muerte de Sara, su mujer, e Isaac la muerte de su madre. Lloró el pueblo de Israel la muerte del sumo sacerdote Aarón y Moisés, el gran profeta. Lloró David la muerte de Saúl y la de su hijo Absalón; deplora asimismo Cristo la suerte de Jerusalén. ¿Quién ignora que, en las Escrituras santas, la sinagoga es llamada esposa de Dios? Cristo es Dios; Jerusalén es la sinagoga.

Ve Cristo ya próxima la muerte de su esposa y, por eso, al ver la ciudad lloró por ella. De igual modo llora David a Absalón: ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío! Y Cristo le dice a Jerusalén: ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Jerusalén! Pues estoy dispuesto a morir por ti, con tal de que tú te salves. David amaba tiernamente a su hijo Absalón, a pesar de ser un impío y no obstante tramar la muerte de su padre para usurparle el reino: por eso lloraba, por eso deseaba morir en su lugar; lo mismo Cristo a Jerusalén: la amaba tiernamente y por eso llora por ella, porque, lo mismo que Absalón, estaba a punto de perecer. Llora por ella Cristo, y no solamente desea morir por su salvación, sino que de hecho muere. Pero el profundo dolor de Cristo estribaba en que ciertamente iba a morir en Jerusalén por su salvación, pero, por su culpa, la muerte de Cristo no había de ser para ella fuente de salvación, sino causa de una más grave condena.

Al ver la ciudad lloró por ella. En la pasión sobre la cruz, Cristo se dolía no tanto de las penas y de su propia muerte cuanto de saber que los hombres no habrían de valorar este beneficio: ¡Si al menos tú —dice— comprendieras en este día lo que conduce a la paz! Nacemos todos hijos de la ira y enemigos de Dios; y Dios nos concede todo el tiempo de la presente vida para hacer las paces, para conseguir la gracia de Dios, para que, por fin, consigamos la gloria. Pero, por desgracia, es en lo que menos pensamos; al contrario, recayendo diariamente en el pecado nos vamos haciendo cada vez más enemigos de Dios. Y esto ocurre porque está escondido a nuestros ojos el fruto de la gracia y el fruto del pecado, que es la muerte eterna.

Sin embargo, ¡oh cristianos!, sabemos ciertamente esto: que el cielo y la tierra pueden ciertamente pasar, pero que las palabras de Cristo no pasarán. Conminó Cristo a Jerusalén con la total desolación y le predijo su destrucción a manos de los enemigos, y así sucedió. Nos predice a nosotros la condenación eterna, si no hacemos penitencia: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos; si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera, como en el diluvio y como perecieron en el fuego de la Pentápolis los hombres pecadores. Y ¿qué hacemos nosotros? ¿Penitencia por los pecados? ¿O más bien acumulamos pecados más graves a los ya cometidos? ¡Deplorable ceguera la nuestra!

Al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad lloró porque no reconoció el momento de su venida. Por su entrañable misericordia nos visitó Dios para iluminarnos: anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados; nos visitó para salvarnos de nuestros pecados: para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días. Pero, por favor, hermanos, si queremos obrar de este modo, debemos tener siempre presente nuestro fin. De esta forma, teniendo presente la muerte, sabremos discernir las falacias del mundo y dirigiremos nuestra vida por caminos de santidad y justicia.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro segundo de Samuel 18, 6-17.24—19, 5

Muerte de Absalón y duelo de David

En aquellos días, el ejército de David salió al campo para hacer frente a Israel. Se entabló la batalla en la espesura de Efraín, y allí fue derrotado el ejército de Israel por los de David; fue una gran derrota la de aquel día: veinte mil bajas. La lucha se extendió a toda la zona, y la espesura devoró aquel día más gente que la espada.

Absalón fue a dar en un destacamento de David. Iba montado en un mulo, y, al meterse el mulo bajo el ramaje de una encina copuda, se le enganchó a Absalón la cabeza en la encina y quedó colgando entre el cielo y la tierra, mientras el mulo que cabalgaba se le escapó. Lo vio uno y avisó a Joab:

«¡Acabo de ver a Absalón colgado de una encina!» Joab dijo al que le daba la noticia:

«Pues si lo has visto, ¿por qué no lo clavaste en tierra, y ahora yo tendría que darte diez monedas de plata y un cinturón?»

Pero el hombre le respondió:

«Aunque sintiera yo en la palma de la mano el peso de mil monedas de plata, no atentaría contra el hijo del rey; estábamos presentes cuando el rey os encargó, a ti, Abisay e Ittay, que le cuidaseis a su hijo Absalón. Si yo hubiera cometido por mi cuenta tal villanía, como el rey se entera de todo, tú te pondrías contra mí».

Entonces Joab dijo:

«¡No voy a andar con contemplaciones por tu culpa!»

Agarró tres venablos y se los clavó en el corazón a Absalón, todavía vivo en el ramaje de la encina. Los diez asistentes de Joab se acercaron a Absalón y lo acribillaron, rematándolo. Joab tocó la trompeta para detener a la tropa, y el ejército dejó de perseguir a Israel. Luego agarraron a Absalón y lo tiraron a un hoyo grande en la espesura, y echaron encima un montón enorme de piedras. Los israelitas huyeron todos a la desbandada.

David estaba sentado entre las dos puertas. El centinela subió al mirador, encima de la puerta, sobre la muralla, levantó la vista y miró: un hombre venía corriendo solo. El centinela gritó y avisó al rey. El rey comentó:

«Si viene solo, trae buenas noticias».

El hombre seguía acercándose. Y entonces el centinela divisó a otro hombre corriendo detrás, y gritó desde encima de la puerta:

«Viene otro hombre corriendo solo».

Y el rey comentó:

«También ese trae buenas noticias».

Luego dijo el centinela:

«Estoy viendo cómo corre el primero: corre al estilo de Ajimás, el de Sadoc».

El rey comentó:

«Es buena persona, viene con buenas noticias». Cuando Ajimás se aproximó, dijo al rey:

«¡Paz!»

Y se postró ante el rey, rostro en tierra. Luego dijo: «Bendito sea el Señor, tu Dios, que te ha entregado los que se habían sublevado contra el rey, mi señor!» El rey preguntó:

«¿Está bien el muchacho Absalón?»

Ajimás respondió:

«Cuando tu siervo Joab me envió, yo vi un gran barullo, pero no sé lo que era».

El rey dijo:

«Retírate y espera ahí».

Se retiró y esperó allí. Y en aquel momento llegó el otro hombre, que era un etíope, y dijo:

«Albricias, majestad! ¡El Señor te ha hecho hoy justicia de los que se habían rebelado contra ti!»

El rey le preguntó:

«¿Está bien mi hijo Absalón?»

Respondió el etíope:

«¡Acaben como él los enemigos de vuestra majestad y cuantos se rebelen contra ti!»

Entonces el rey se estremeció, subió al mirador de encima de la puerta y se echó a llorar, diciendo mientras subía:

«¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón! ¡Ojalá hubiera muerto yo en vez de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!»

A Joab le avisaron:

«El rey está llorando y lamentándose por Absalón».

Así, la victoria de aquel día fue duelo para el ejército, porque los soldados oyeron decir que el rey estaba afligido a causa de su hijo. Y el ejército entró aquel día en la ciudad a escondidas, como se esconden los soldados abochornados cuando han huido del combate. El rey se tapaba el rostro y gritaba:

«¡Hijo mío, Absalón! ¡Absalón, hijo mío, hijo mío!»


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 32 (29: CCL 38, 272-273)

Los de fuera, lo quieran o no, son hermanos nuestros

Leed los escritos dei Apóstol, y veréis que, cuando dice: «hermanos» sin más, se refiere únicamente a los cristianos: Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano?, o ¿por qué desprecias a tu hermano? Y dice también en otro lugar: Sois injustos y ladrones, y eso con hermanos vuestros.

Esos, pues, que dicen: «No sois hermanos nuestros», nos llaman paganos. Por esto, quieren bautizarnos de nuevo, pues dicen que nosotros no tenemos lo que ellos dan. Por esto, es lógico su error, al negar que nosotros somos sus hermanos. Mas, ¿por qué nos dijo el profeta: Decidles: «Sois hermanos nuestros», sino porque admitimos como bueno su bautismo y por esto no lo repetimos? Ellos, al no admitir nuestro bautismo, niegan que seamos hermanos suyos; en cambio, nosotros, que no repetimos su bautismo, porque lo reconocemos igual al nuestro, les decimos: Sois hermanos nuestros.

Si ellos nos dicen: «¿Por qué nos buscáis, para qué nos queréis?», les respondemos: Sois hermanos nuestros. Si dicen: «Apartaos de nosotros, no tenemos nada que ver con vosotros», nosotros sí que tenemos que ver con ellos: si reconocemos al mismo Cristo, debemos estar unidos en un mismo cuerpo y bajo una misma cabeza.

Os conjuramos, pues, hermanos, por las entrañas de caridad, con cuya leche nos nutrimos, con cuyo pan nos fortalecemos, os conjuramos por Cristo, nuestro Señor, por su mansedumbre, a que usemos con ellos de una gran caridad, de una abundante misericordia, rogando a Dios por ellos, para que les dé finalmente un recto sentir, para que reflexionen y se den cuenta que no tienen en absoluto nada que decir contra la verdad; lo único que les queda es la enfermedad de su animosidad, enfermedad tanto mas débil cuanto más fuerte se cree. Oremos por los débiles, por los que juzgan según la carne, por los que obran de un modo puramente humano, que son, sin embargo, hermanos nuestros, pues celebran los mismos sacramentos que nosotros, aunque no con nosotros, que responden un mismo Amén que nosotros, aunque no con nosotros; prodigad ante Dios por ellos lo más entrañable de vuestra caridad.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro segundo de Samuel 24,1-4.10-18.24b-25

Censo del pueblo y construcción del altar

En aquellos días, el Señor volvió a encolerizarse contra Israel e instigó a David contra ellos:

«Anda, haz el censo de Israel y Judá».

El rey ordenó a Joab y a los jefes del ejército que estaban con él:

«Id por todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Berseba, a hacer el censo de la población, para que yo sepa cuánta gente tengo».

Joab le respondió:

«¡Que el Señor, tu Dios, multiplique por cien la población, y que vuestra majestad lo vea con sus propios ojos! Pero ¿qué pretende vuestra majestad con este censo?»

La orden del rey se impuso al parecer de Joab y de los jefes del ejército, y salieron del palacio para hacer el censo de la población israelita. Pero, después de haber hecho el censo del pueblo, a David le remordió la conciencia y dijo al Señor:

«He cometido un grave error. Ahora, Señor, perdona la culpa de tu siervo, porque ha hecho una locura».

Antes de que David se levantase por la mañana, el profeta Gad, vidente de David, recibió la palabra del Señor:

«Vete a decir a David: "Así dice el Señor: Te propongo tres castigos; elige uno, y yo lo ejecutaré"».

Gad se presentó a David y le notificó:

«¿Qué castigo escoges? Tres años de hambre en tu territorio, tres meses huyendo perseguido por tu enemigo, o tres días de peste en tu territorio. ¿Qué le respondo al Señor, que me ha enviado?»

David contestó:

«¡Estoy en un gran apuro! Mejor es caer en manos de Dios, que es compasivo, que caer en manos de hombres».

Y David escogió la peste. Eran los días de la recolección del trigo. El Señor mandó entonces la peste a Israel, desde la mañana hasta el tiempo señalado. Y desde Dan hasta Berseba, murieron setenta mil hombres del pueblo. El ángel extendió su mano hacia Jerusalén para asolarla. Entonces David, al ver al ángel que estaba hiriendo a la población, dijo al Señor:

«¡Soy yo el que ha pecado! ¡Soy yo el culpable! ¿Qué han hecho estas ovejas? Carga la mano sobre mí y sobre mi familia».

El Señor se arrepintió del castigo, y dijo al ángel que estaba asolando a la población:

«¡Basta! ¡Detén tu mano!»

El ángel del Señor estaba junto a la era de Arauná el jebuseo. Y Gad fue aquel día a decir a David:

«Vete a edificar un altar al Señor en la era de Arauná el jebuseo».

Así, compró David la era y los bueyes de Arauná por medio kilo de plata. Construyó allí un altar al Señor, ofreció holocaustos y sacrificios de comunión, el Señor se aplacó con el país, y cesó la mortandad en Israel.


SEGUNDA LECTURA

Del antiguo opúsculo denominado Doctrina de los doce apóstoles (Caps 9, 1-10, 6; 14, 1-3: Funk 2, 19-22.26)

Acerca de la eucaristía

Respecto a la acción de gracias, lo haréis de esta manera: Primeramente sobre el cáliz:

«Te damos gracias, Padre nuestro, por la santa viña de David, tu siervo, la que nos diste a conocer por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos».

Luego sobre el pan partido:

«Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos manifestaste por medio de tu siervo Jesús. A ti sea la gloria por los siglos. Como este pan estaba disperso por los montes y después, al ser reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de latierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por Jesucristo eternamente».

Pero que de vuestra acción de gracias coman y beban sólo los bautizados en el nombre del Señor, pues acerca de ello dijo el Señor: No deis lo santo a los perros.

Después de saciaros, daréis gracias de esta manera:

«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo nombre, que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos. Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre y diste a los hombres comida y bebida para que disfrutaran de ellas. Pero, además, nos has proporcionado una comida y bebida espiritual y una vida eterna por medio de tu Siervo. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A ti sea la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu amor, y congrégala de los cuatro vientos, ya santificada, en el reino que has preparado para ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por siempre.

Que venga tu gracia y que pase este mundo. ¡Hosanna al Dios de David! El que sea santo, que se acerque. El que no lo sea, que se arrepienta. Marana tha. Amén».

Reunidos cada domingo, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.

Pero todo aquel que tenga alguna contienda con su compañero, no se reúna con vosotros, sin antes haber hecho la reconciliación, a fin de que no se profane vuestro sacrificio. Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: En todo lugar y en todo tiempo se me ofrecerá un sacrificio puro, porque yo soy rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de las Crónicas 22, 5-19

David prepara la construcción del templo

En aquellos días, David pensó:

«Salomón, mi hijo, es todavía joven y débil. Y el templo que hay que construir al Señor debe ser grandioso, para que su fama y gloria se extienda por todos los países. Voy a comenzar los preparativos».

Y así lo hizo generosamente antes de morir. Luego llamó a su hijo Salomón y le mandó construir un templo al Señor, Dios de Israel, diciéndole:

«Hijo mío, yo tenía pensado edificar un templo en honor del Señor, mi Dios. Pero él me dijo: "Has derramado mucha sangre y has combatido en grandes batallas. No edificarás un templo en mi honor, porque has derramado mucha sangre en mi presencia. Pero tendrás un hijo que será un hombre pacífico, y le haré vivir en paz con todos los enemigos de alrededor. Su nombre será Salomón, y en sus días concederé paz y tranquilidad a Israel. El edificará un templo en mi honor; será para mí un hijo, yo seré para él un padre, y consolidaré por siempre su trono real en Israel".

Hijo mío, que el Señor esté contigo y te ayude a construir un templo al Señor, tu Dios, según sus designios sobre ti. Basta que el Señor te conceda prudencia e inteligencia para gobernar a Israel cumpliendo la ley del Señor, tu Dios. Tu éxito depende de que pongas por obra los mandatos y preceptos que el Señor mandó a Israel por medio de Moisés. ¡Animo, sé valiente! ¡No te asustes ni te acobardes! Mira, con grandes sacrificios he ido reuniendo para el templo del Señor treinta y cuatro mil toneladas de oro, trescientas cuarenta mil toneladas de plata, bronce y hierro en cantidad incalculable; además, madera y piedra. Tú añadirás aún más. Dispones también de gran cantidad de artesanos: canteros, albañiles, carpinteros y obreros de todas las especialidades. Hay oro, plata, bronce y hierro de sobra. Pon manos a la obra, y que el Señor te acompañe».

David ordenó que todas las autoridades de Israel ayudasen a su hijo Salomón. Les dijo:

«El Señor, vuestro Dios, está con vosotros y os ha dado paz en las fronteras, después de poner en mis manos a los habitantes de esta tierra, que ahora se halla sometida al Señor y a su pueblo. Ahora, en cuerpo y alma, a servir al Señor y a construir un santuario, para colocar el arca de la alianza del Señor y los objetos sagrados en ese templo construido en honor del Señor».


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (12, 13.14: CSEL 62, 258-259)

El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros

Yo y el Padre vendremos y haremos morada en él. Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbra a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos, pero el que cierra sus ventanas se priva a sí mismo de la luz eterna. También tú, si cierras la puerta de tu alma, dejas afuera a Cristo. Aunque tiene poder para entrar, no quiere, sin embargo, ser inoportuno, no quiere obligar a la fuerza.

El salió del seno de la Virgen como el sol naciente, para iluminar con su luz todo el orbe de la tierra. Reciben esta luz los que desean la claridad del resplandor sin fin, aquella claridad que no interrumpe noche alguna. En efecto, a este sol que vemos cada día suceden las tinieblas de la noche; en cambio, el Sol de justicia nunca se pone, porque a la sabiduría no sucede la malicia.

Dichoso, pues, aquel a cuya puerta llama Cristo. Nuestra puerta es la fe, la cual, si es resistente, defiende toda la casa. Por esta puerta entra Cristo. Por esto, dice la Iglesia en el Cantar de los cantares: Oigo a mi amado que llama a la puerta. Escúchalo cómo llama, cómo desea entrar: ¡Ábreme, mi paloma sin mancha, que tengo la cabeza cuajada de rocío, mis rizos, del relente de la noche!

Considera cuándo es principalmente que llama a tu puerta el Verbo de Dios, siendo así que su cabeza está cuajada del rocío de la noche. El se digna visitar a los que están tentados o atribulados, para que nadie sucumba bajo el peso de la tribulación. Su cabeza, por tanto, se cubre de rocío o de relente cuando su cuerpo está en dificultades. Entonces, pues, es cuando hay que estar en vela, no sea que cuando venga el Esposo se vea obligado a retirarse. Porque, si estás dormido y tu corazón no está en vela, se marcha sin haber llamado; pero si tu corazón está en vela, llama y pide que se le abra la puerta.

Hay, pues, una puerta en nuestra alma, hay en nosotros aquellas puertas de las que dice el salmo: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria. Si quieres alzar los dinteles de tu fe, entrará a ti el Rey de la gloria, llevando consigo el triunfo de su pasión. También el triunfo tiene sus puertas, pues leemos en el salmo lo que dice el Señor Jesús por boca del salmista: Abridme las puertas del triunfo.

Vemos, por tanto, que el alma tiene su puerta, a la que viene Cristo y llama. Abrele, pues; quiere entrar, quiere hallar en vela a su Esposa.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 1, 11-35; 2, 10-12

David señala como sucesor suyo a Salomón

En aquellos días, Natán dijo a Betsabé, madre de Salomón:

«¿No has oído que Adonías, hijo de Jaguit, se ha proclamado rey sin que lo sepa David, nuestro señor? Pues te voy a dar un consejo para que salgáis con vida tú y tu hijo Salomón: vete al rey David y dile: "Majestad, tú me juraste: `Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono'. Entonces, ¿por qué Adonías se ha proclamado rey?" Mientras estés tú allí hablando con el rey, entraré yo detrás de ti para completar tus palabras».

Betsabé se presentó al rey en la alcoba. El rey estaba muy viejo, y la sunamita Abisag lo cuidaba. Betsabé se inclinó, postrándose ante el rey, y éste le preguntó:

«¿Qué quieres?»

Betsabé respondió:

«¡Señor! Tú le juraste a tu servidora, por el Señor, tu Dios: "Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono". Pero ahora resulta que Adonías se ha proclamado rey sin que vuestra majestad lo sepa. Ha sacrificado toros, terneros cebados y ovejas en cantidad y ha convidado a todos los hijos del rey, al sacerdote Abiatar y al general Joab, pero no ha convidado a tu siervo Salomón. ¡Majestad! Todo Israel está pendiente de ti, esperando que le anuncies quién va a suceder en el trono al rey, mi señor; porque el rey va a reunirse con sus antepasados, y mi hijo Salomón y yo vamos a aparecer como usurpadores».

Estaba todavía hablando con el rey, cuando llegó el profeta Natán. Avisaron al rey.

«Está ahí el profeta Natán».

Natán se presentó al rey, se postró ante él rostro en tierra y dijo:

«¡Majestad! Sin duda tú has dicho: "Adonías me sucederá en el reino y se sentará en mi trono"; porque hoy ha ido a sacrificar toros, terneros cebados y ovejas en cantidad, y ha convidado a todos los hijos del rey, a los generales y al sacerdote Abiatar, y ahí están banqueteando con él, y le aclaman: "¡Viva el rey Adonías!" Pero no ha convidado a este servidor tuyo, ni al sacerdote Sadoc, ni a Benayas, hijo de Yehoyadá, ni a tu siervo Salomón. Si esto se ha hecho por orden de vuestra majestad, ¿por qué no habías comunicado a tus servidores quién iba a sucederte en el trono?»

El rey David dijo:

«Llamadme a Betsabé».

Ella se presentó al rey y se quedó en pie ante él. Entonces el rey juró:

«¡Vive Dios, que me libró de todo peligro! Te juré por el Señor, Dios de Israel: "Tu hijo Salomón me sucederá en el reino y se sentará en mi trono". ¡Pues voy a hacerlo hoy mismo!»

Betsabé se inclinó rostro en tierra ante el rey, y dijo: «¡Viva siempre el rey David, mi señor!»

El rey David ordenó:

«Llamadme al sacerdote Sadoc, el profeta Natán y a Benayas, hijo de Yehoyadá».

Cuando se presentaron ante el rey, éste les dijo:

«Tomad con vosotros a los ministros de vuestro señor. Montad a mi hijo Salomón en mi propia mula. Bajadlo al Manantial. El sacerdote Sadoc lo ungirá allí rey de Israel; tocad la trompeta y aclamad: "¡Viva el rey Salomón!" Luego subiréis detrás de él, y cuando llegue se sentará en mi trono y me sucederá en el reino, porque lo nombro jefe de Israel y Judá».

David fue a reunirse con sus antepasados y lo enterraron en la Ciudad de David. Reinó en Israel cuarenta años: siete en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén. Salomón le sucedió en el trono, y su reino se consolidó.


SEGUNDA LECTURA

De una antigua homilía del siglo IV (Hom 17, 1-4: PG 34, 623-626)

Por la unción recibida, los cristianos están consagrados
de por vida a la cruz de Cristo

Los cristianos perfectos, considerados dignos de escalar los últimos peldaños de la perfección y de convertirse en familiares del rey, han sido consagrados de por vida a la cruz de Cristo. Y así como en tiempos de los profetas la unción era un rito enormemente apreciado, ordenado a consagrar los reyes y los profetas, así también ahora losespirituales, ungidos con la unción celeste, se convierten en cristianos por la gracia, para que también ellos sean los reyes y los profetas de los misterios celestiales. Estos son precisamente los hijos, los señores, los dioses, los vencidos, los cautivos, los desgraciados, los crucificados y consagrados.

Pues si la unción hecha con óleo extraído de una planta concreta y de un árbol visible tenía tal virtud que, los ungidos con él, recibían una dignidad irrecusable —estaba, en efecto, establecido que así fueran constituidos los mismos reyes—, y si el mismo David, apenas ungido con este óleo, fue objeto inmediato de persecuciones y sufrimientos, y siete años más tarde comenzó a reinar: ¿cuánto más quienes han sido ungidos, según la mente y el hombre interior, con el óleo espiritual y celeste, aceite de santificación y de júbilo, recibirán el sello de aquel rey incorruptible y las arras de la eterna fortaleza, esto es, del Espíritu Santo y defensor?

Estos, ungidos con el ungüento extraído del árbol de la vida de Jesucristo y de la planta celestial, son considerados idóneos para alcanzar la cima de la perfección, me refiero a la cima del reino y de la adopción, como secretarios que son del reino celestial y, gozando de la confianza del Omnipotente, entran en su palacio, donde están los ángeles y los espíritus de los santos, y los que todavía viven en este mundo. Pues si bien todavía no poseen en plenitud la heredad que les está preparada en el siglo futuro, sin embargo y en función de las arras que ya han recibido, están segurísimos, cual si ya hubieran sido coronados y poseyeran las llaves del reino; ni siquiera se asombran, como de una cosa insólita y nueva, de ser invitados a reinar con Cristo, ¡tanta es la confianza que les insufla el Espíritu! ¿Por qué? Pues porque, cuando aún vivían en la carne, estaban ya poseídos por aquella suavidad y dulzura, por aquella eficacia que es propia del Espíritu.

Así que a los cristianos llamados a reinar en el siglo futuro, nada nuevo o inesperado puede ocurrirles, ya que previamente han conocido los misterios de la gracia: en efecto, debido a que el hombre traspasó los límites del mandato, el diablo cubrió toda el alma con su caliginoso velo; pero intervino después la gracia, que apartó totalmente aquel velo, de suerte que el alma, restituida a la pureza original y al estado de su propia naturaleza, es decir, de naturaleza pura e irreprensible, pudiera contemplar perpetua, puramente y con ojos incontaminados la gloria de la verdadera luz, el verdadero Sol de justicia, resplandeciente con un especial esplendor en lo más íntimo del corazón.

Pues así como en la consumación del firmamento, destinado a perecer, los justos situados ya en el reino, vivirán de la luz y de la gloria, contemplando únicamente de qué forma Cristo está eternamente glorioso sentado a la derecha del Padre, del mismo modo, los que son arrancados de este mundo y llevados cautivos a la morada eterna contemplan cuanto allí hay de hermoso y digno de admiración. Y nosotros, que todavía permanecemos en la tierra, somos ciudadanos del cielo, viviendo en el siglo futuro y morando allí según la mente y el hombre interior.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 3, 5-28

Inauguración del reinado de Salomón

En Gabaón el Señor se apareció en sueños a Salomón y le dijo:

—Pídeme lo que quieras.

Salomón respondió:

—Tú trataste con misericordia a mi padre, tu siervo David, porque caminó en tu presencia con lealtad, justicia y rectitud de corazón; y, fiel a esa misericordia, le diste un hijo que se sentase en su trono: es lo que sucede hoy. Pues bien, Señor, Dios mío, tú has hecho que tu siervo suceda a David, mi padre, en el trono, aunque yo soy un muchacho y no sé desenvolverme. Tu siervo se encuentra en medio de tu pueblo, un pueblo inmenso, incontable, innumerable. Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien, pues ¿quién sería capaz de gobernar a este pueblo tan numeroso?

Al Señor le agradó que Salomón hubiera pedido aquello, y le dijo:

—Por haber pedido esto, y no una vida larga, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino inteligencia para acertar en el gobierno, te daré lo que has pedido: un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes de ti ni lo habrá después de ti. Y te daré también lo que no has pedido: riquezas y fama mayores que las de rey alguno. Y si caminas por mis sendas, guardando mis preceptos y mandatos, como lo hizo tu padre, David, te daré larga vida.

Salomón despertó: había tenido un sueño. Entonces fue a Jerusalén, y en pie ante el arca de la alianza del Señor ofreció holocaustos y sacrificios de comunión y dio un banquete a toda la corte.

Por entonces acudieron al rey dos prostitutas; se presentaron ante él y una de ellas dijo:

—Majestad, esta mujer y yo vivíamos en la misma casa; yo di a luz estando ella en la casa. Y tres días después también esta mujer dio a luz. Estábamos juntas en casa, no había nadie de fuera con nosotras, sólo nosotras dos. Una noche murió el hijo de esta mujer, porque ella se recostó sobre él; se levantó de noche y, mientras tu servidora dormía, cogió a mi hijo de junto a mí y lo acostó junto a ella, y a su hijo muerto lo puso junto a mí. Yo me incorporé por la mañana para dar el pecho a mi niño, y resulta que estaba muerto; me fijé bien y vi que no era el niño que yo había dado a luz.

Pero la otra mujer replicó:

—No, mi hijo es el que está vivo, el tuyo es el muerto. Y así discutían ante el rey.

Entonces habló el rey:

—Ésta dice: «Mi hijo es éste, el que está vivo; el tuyo es el muerto». Y esta otra dice: «No, tu hijo es el muerto, el mío es el que está vivo».

Y ordenó:

—Dadme una espada.

Le presentaron la espada, y dijo:

Partid en dos el niño vivo; dadle una mitad a una y otra mitad a la otra.

Entonces a la madre del niño vivo se le conmovieron las entrañas por su hijo y suplicó:

—¡Majestad, dadle a ella el niño vivo, no lo matéis! Mientras que la otra decía:

Ni para ti ni para mí. Que lo dividan.

Entonces el rey sentenció:

Dadle a ésa el niño vivo, no lo matéis. ¡Ésa es su madre!

Todo Israel se enteró de la sentencia que había pronunciado el rey, y respetaron al rey, viendo que poseía una sabiduría sobrehumana para administrar justicia.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 7 sobre el Cantar de los cantares (PG 44, 907-910)

El rey pacífico gobierna a su pueblo con justicia

En muchos aspectos el rey Salomón representa el tipo del verdadero rey; me refiero a los muchos aspectos que de él nos cuenta la sagrada Escritura y que se refieren a lo que de mejor había en él. Por ejemplo, se le llama pacífico y se dice de él que estaba dotado de una inmensa sabiduría; construye el templo, gobierna a Israel y juzga al pueblo con justicia: y es del linaje de David. Se nos dice también que vino a visitarle la reina de Etiopía. Pues bien: todas estas cosas y otras por el estilo se dicen de él en sentido típico, pero describen el poder del Evangelio.

En efecto, ¿hay alguien más pacífico que aquel que dio muerte al odio, pero clavó a sus enemigos en la cruz, y a nosotros, mejor dicho, a todo el mundo lo reconcilió consigo; que abatió el muro de separación para crear, en él, de los dos, un solo hombre nuevo; que hizo las paces, y que predica la paz a los de lejos y también a los de cerca, por medio de los evangelizadores del bien?

Y ¿hay un constructor del templo comparable con aquel que pone los cimientos en los montes santos, es decir, en los profetas y apóstoles, que edifica —como dice el Apóstol— sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, piedras animadas y con vida propia; piedras que por sí mismas y espontáneamente se integran en paredes compactas y conexas, como dice el profeta, de modo que, bien ajustadas y unidas con el poder de la fe y el vínculo de la paz, se van levantando hasta formar un templo consagrado, para ser morada de Dios, por el Espíritu?

Y que el Señor sea el rey de Israel dan de ello testimonio incluso sus enemigos, al colocar sobre la cruz el reconocimiento de su reino: Este es el Rey de los judíos. Aceptemos el testimonio, aun cuando parece reducir la extensión de su poder, limitando su dominio a sólo el reino de Israel. En realidad no es así: la misma inscripción colocada sobre la cruz le atribuye en cierto modo el imperio sobre todos, al no precisar que sea exclusivamente rey de los judíos. Antes, atestiguando su ilimitado dominio sobre los judíos, con las mismas palabras está asignándole tácitamente un dominio universal. En efecto, el rey de toda la tierra domina también sobre una parte de la misma.

El empeño de Salomón por juzgar según la verdad, apunta ya al verdadero juez de todo el mundo, que dice: El Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos; y: Yo no puedo hacer nada por mí mismo; según le oigo, juzgo, y mi juicio es justo. He aquí una exactísima definición del juicio justo: dar una respuesta a quienes se someten al arbitraje judicial, no por cuenta propia o guiados por preferencias personales, sino que antes hay que escuchar a los interesados, y después pronunciar la sentencia una vez confrontados los datos. Por eso, Cristo, potencia de Dios, reconoce que no puede hacer ciertas cosas; y, en realidad, la verdad no puede desviar el juicio de la justicia.

¿Quién ignora que la Iglesia, constituida por gentes procedentes de la idolatría, era negra en su origen, antes de convertirse en Iglesia, y que durante todo el largo intervalo en que estuvo bajo el dominio de la ignorancia habitaba lejos del conocimiento del verdadero Dios? Mas cuando hizo su aparición la gracia de Dios y resplandeció la sabiduría, y la luz verdadera envió sus rayos sobre los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte, entonces, mientras Israel cerraba los ojos a la luz y se retraía de la participación de los bienes, vienen los Etíopes, es decir, aquellos de los paganos que acceden a la fe; y hasta tal punto lavan en la mística agua su propia negrura, que Etiopía extiende sus manos a Dios ofreciendo dones al rey: los aromas de la piedad, el oro del conocimiento de Dios, las gemas de los preceptos y de realización de milagros.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del primer libro de los Reyes 8, 1-21

Solemne dedicación del templo

En aquellos días, Salomón convocó a palacio, en Jerusalén, a los ancianos de Israel, a los jefes de tribu y a los cabezas de familia de los israelitas, para trasladar el arca de la alianza del Señor desde la ciudad de David, o sea Sión. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón, en el mes de Etanín (el mes séptimo), en la fiesta de las Tiendas. Cuando llegaron todos los ancianos de Israel, los sacerdotes cargaron con el arca del Señor, y los sacerdotes levitas llevaron la tienda del encuentro, más los utensilios del culto que había en la tienda.

El rey Salomón, acompañado de toda la asamblea de Israel reunida con él ante el arca, sacrificaba una cantidad incalculable de ovejas y bueyes.

Los sacerdotes llevaron el arca de la alianza del Señor a su sitio, al camarín del templo (al santísimo), bajo las alas de los querubines, pues los querubines extendían las alas sobre el sitio del arca y cubrían el arca y los varales por encima (los varales eran lo bastante largos como para que se viera el remate desde la nave, delante del camarín, pero no desde fuera). En el arca sólo había las dos tablas de piedra que colocó allí Moisés en el Horeb, cuando el Señor pactó con los israelitas, al salir del país de Egipto, y allí se conservan actualmente.

Cuando los sacerdotes salieron del Santo, la nube llenó el templo, de forma que los sacerdotes no podían seguir oficiando, a causa de la nube, porque la gloria del Señor llenaba el templo.

Entonces Salomón dijo:

El Señor puso el sol en el cielo, el Señor quiere habitar en la tiniebla; y yo te he construido un palacio, un sitio donde vivas siempre.

Luego se volvió para echar la bendición a toda la asamblea de Israel (toda la asamblea de Israel estaba de pie), y dijo:

¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel! Que a mi padre, David, con la boca se lo prometió y con la mano se lo cumplió: «Desde el día que saqué de Egipto a mi pueblo, Israel, no elegí ninguna ciudad de las tribus de Israel para hacerme un templo donde residiera mi Nombre, sino que elegí a David para que estuviese al frente de mi pueblo, Israel». Mi padre, David, pensó edificar un templo en honor del Señor, Dios de Israel, y el Señor le dijo: «Ese proyecto que tienes de construir un templo en mi honor haces bien en tenerlo; sólo que tú no construirás ese templo, sino que un hijo de tus entrañas será quien construya ese templo en mi honor». El Señor ha cumplido la promesa que hizo: yo he sucedido en el trono a mi padre, David, como lo prometió el Señor, y he construido este templo en honor del Señor, Dios de Israel. Y en él he fijado un sitio para el arca, donde se conserva la alianza que el Señor pactó con nuestros padres cuando los sacó de Egipto.


SEGUNDA LECTURA

San Cesáreo de Arlés, Sermón 229 (2: CCL 104, 905-907)

Alegrémonos, pues hemos merecido ser templo de Dios

El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros. La razón de que se construyan estos templos de madera y piedra es para que en ellos puedan reunirse los templos vivos de Dios, y de este modo pasen a formar el único templo de Dios. Un cristiano, un templo de Dios; muchos cristianos, muchos templos de Dios. Ved, pues, hermanos, lo hermoso que es el templo formado por muchos templos; y así como una pluralidad de miembros constituyen un solo cuerpo, así también una multitud de templos forman un único templo.

Ahora bien, estos templos de Cristo, esto es, las almas santas de los cristianos, están esparcidos por todo el mundo: cuando llegue el día del juicio, todos se reunirán y, en la vida eterna, formarán un único templo. Lo mismo que los múltiples miembros de Cristo forman un solo cuerpo y tienen una única cabeza, Cristo, así aquellos templos tendrán un único morador, Cristo, pues él es nuestra cabeza. Así se expresa efectivamente el Apóstol: Que el Padre os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones.

Alegrémonos, porque hemos merecido ser templo de Dios; pero vivamos al mismo tiempo en el temor de destruir con nuestras malas obras el templo de Dios. Temamos lo que dice el Apóstol: Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Pues el Dios que sin trabajo alguno creó el cielo y la tierra con el poder de su Palabra se digna habitar en ti. Debes, en consecuencia, comportarte de modo que no llegues a ofender a tan distinguido huésped. Que Dios no encuentre en ti, es decir, en su templo, nada sórdido, nada tenebroso, nada soberbio: porque en el momento mismo en que allí recibiera la menor ofensa, inmediatamente se marcharía; y si se marchare el redentor, en seguida se acercaría el seductor.

Por tanto, hermanos, ya que Dios ha querido hacer de nosotros su templo, y en nosotros, se ha dignado fijar su morada, tratemos, en la medida de nuestras posibilidades y secundados por su ayuda, de eliminar lo superfluo y atesorar lo que es útil. Si, con la ayuda de Dios, actuamos de esta suerte, hermanos, es como si cursáramos a Dios una invitación para habitar de una manera permanente en el templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo.