DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 17,1-10.23b-26.32.38-51

David lucha contra Goliat

En aquellos días, los filisteos reunieron su ejército para la guerra; se concentraron en Vallado de Judá y acamparon entre Vallado y Cavada, en Fesdamín. Saúl y los israelitas se reunieron y acamparon en Vallelaencina, y formaron para la batalla contra los filisteos. Los filisteos tenían sus posiciones en un monte, y los israelitas en el otro, con el valle en medio.

Del ejército filisteo se adelantó un campeón, llamado Goliat, oriundo de Gat, de casi tres metros de alto. Llevaba un casco de bronce en la cabeza, una cota de malla de bronce, que pesaba medio quintal, grebas de bronce en las piernas y una jabalina de bronce a la espalda; el asta de su lanza era como la percha de un tejedor, y su hierro pesaba seis kilos. Su escudero caminaba delante de él. Goliat se detuvo y gritó a las filas de Israel:

¡No hace falta que salgáis formados a luchar! Yo soy el filisteo, vosotros los esclavos de Saúl. Elegíos uno que baje hasta mí; si es capaz de pelear conmigo y me vence, seremos esclavos vuestros; pero, si yo le puedo y lo venzo, seréis esclavos nuestros y nos serviréis.

Y siguió:

¡Yo desafío hoy al ejercito de Israel! ¡Echadme uno, y lucharemos mano a mano!

El filisteo llamado Goliat, oriundo de Gat, subió de las filas del ejército filisteo y empezó a decir aquello. David lo oyó; los israelitas, al ver a aquel hombre, huyeron aterrados. Uno dijo:

—¿Habéis visto a ese hombre que sube? ¡Pues sube a desafiar a Israel! Al que lo venza, el rey lo colmará de riquezas, le dará su hija y librará de impuestos a la familia de su padre en Israel.

David preguntó a los que estaban con él:

—¿Qué le darán al que venza a ese filisteo y salve la honra de Israel? Porque, ¿quién es ese filisteo incircunciso para desafiar al ejército del Dios vivo?

David dijo a Saúl:

—Majestad, no os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.

Saúl vistió a David con su uniforme, le puso un casco de bronce en la cabeza, le puso una loriga, le ciñó su espada sobre el uniforme; David intentó en vano caminar, porque no estaba entrenado, y dijo a Saúl:

—Con esto no puedo caminar, porque no estoy entrenado.

Entonces se quitó todo de encima, agarró el cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Este, precedido de su escudero, iba avanzando, acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó:

—¿Soy yo un perro, para que vengas a mí con un palo? Luego maldijo a David, invocando sus dioses, y le dijo:

—Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.

Pero David le contestó:

—Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque esta es una guerra del Señor, y él os entregará a nuestro poder.

Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra. Así venció David al filisteo, con la honda y la piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada. David corrió y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató, cortándole la cabeza. Los filisteos, al ver que había muerto su campeón, huyeron.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 148 (1-2: CCL 40, 2165-2166)

El aleluya pascual

Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede hacerse idóneo de la vida futura, si no se ejercita ahora en esta alabanza. Ahora, alabamos a. Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido. Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo. Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá únicamente la alabanza.

Por razón de estos dos tiempos —uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y alegría perpetuas—, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua. El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos. Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos. Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en la alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.

En aquel que es nuestra cabeza hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.

Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. «Alabad al Señor», nos decimos unos a otros; y, así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente. Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones.

En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la iglesia; y cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place. Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, habla tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 17, 57-18, 9.20-30

Envidia de Saúl contra David

En aquellos días, cuando David volvió de matar al filisteo, Abner lo llevó a presentárselo. a Saúl, con la cabeza del filisteo en la mano. Saúl le preguntó:

«¿De quién eres hijo, muchacho?»

David respondió:

«De tu servidor Jesé, el de Belén».

Cuando David acabó de hablar con Saúl, Jonatán se encariñó con David: lo quiso como a sí mismo. Saúl retuvo entonces a David y no lo dejó volver a casa de su padre. Jonatán y David hicieron un pacto, porque Jonatán lo quería como a sí mismo: se quitó el manto que llevaba y se lo dio a David, y también su ropa, la espada, el arco y el cinto. David tenía tal éxito en todas las incursiones que le encargaba Saúl, que el rey lo puso al frente de los soldados, y cayó bien entre la tropa, e incluso entre los ministros de Saúl.

Cuando volvieron de la guerra, después de haber matado David al filisteo, las mujeres de todas las poblaciones de Israel salieron a cantar y recibir con bailes al rey Saúl, al son alegre de panderos y sonajas. Y cantaban a coro esta copla: .

«Saúl mató a mil, David a diez mil».

A Saúl le sentó mal aquella copla, y comentó enfurecido:

«Diez mil a David, y a mí mil! ¡Ya sólo le falta ser rey!»

Y a partir de aquel día, Saúl le tomó ojeriza a David. Mical, hija de Saúl, estaba enamorada de David. Se lo comunicaron a Saúl, y le pareció bien, porque calculó:

«Se la daré como cebo, para que caiga en poder de los filisteos».

Y le hizo esta propuesta a David:

«Hoy puedes ser mi yerno».

Luego dijo a sus ministros:

«Hablad a David confidencialmente: "Mira, el rey te aprecia y todos sus ministros te quieren; acepta ser yerno suyo"».

Los ministros de Saúl insinuaron esto a David, y él respondió:

«¡Pues no es nada ser yerno del rey! Yo soy un plebeyo sin medios».

Los ministros comunicaron a Saúl lo que había respondido David, y Saúl les dijo:

«Habladle así: "Al rey no le interesa el dinero; se contenta con cien prepucios de filisteos, como venganza contra sus enemigos"».

Pensaba que haría caer a David en poder de los filisteos. Entonces los ministros de Saúl comunicaron a David esta propuesta, y le pareció una condición justa para ser yerno del rey. Y no había expirado el plazo, cuando David emprendió la marcha con su gente, mató a doscientos filisteos y llevó al rey el número completo de prepucios, para que lo aceptara como yerno. Entonces Saúl le dio a su hija Mical por esposa.

Saúl cayó en la cuenta de que el Señor estaba con David y de que su hija Mical estaba enamorada de él. Así creció el miedo que tenía a David, y fue su enemigo de por vida. Los generales filisteos salían a hacer incursiones, y, siempre que salían, David tenía más éxito que los oficiales de Saúl. Su nombre se hizo muy famoso.


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Homilía sobre David y Goliat (1, 1-4. 2: CSCO 264 [Scriptores Iberici t. 16] 1-3)

David fue figura de Cristo

A quienes con fe leen los sagrados libros no les es difícil conocer los misterios relativos al bienaventurado David, que en los salmos resultó profeta y en las obras, perfecto. ¿Quién no admirará a este bienaventurado David, que describió en su corazón los misterios de Cristo ya desde su infancia? ¿O quién no se maravillará al ver realizadas sus profecías? El fue elegido por Dios como rey justo y como profeta, un profeta que nos ha dado una mayor seguridad no sólo acerca de las cosas del presente y del pasado, sino también de las futuras.

Ahora bien, ¿qué alabaré primero en él: sus gestas gloriosas o sus palabras proféticas? Pues nos encontramos con que en ambos campos, palabras y obras, este profeta es figura de su Señor. Lo veo pastor de ovejas, sé que fue clandestinamente ungido rey, contemplo al tirano vencido por él, noto cómo se esfuma la batalla y compruebo que el pueblo ha sido liberado de la esclavitud; seguidamente veo a David odiado por Saúl, que, como a enemigo u hombre de poco fiar, le obliga a huir, le expulsa y tiene que ocultarse en el desierto, y contemplo al que primero era envidiado por Saúl, constituido rey sobre Israel.

¿Quién no proclamará dichosos a los justos patriarcas, que no sólo profetizaron el futuro con las palabras, sino que sufriendo ellos mismos, realizaron en la práctica lo que iba a suceder a Cristo? Y nosotros debemos comprender en la realidad lo que se nos propone, es decir, aquellas cosas que eran manifestadas espiritualmente, con palabras y con obras, a los santos profetas. Aquellas figuras y aquellas obras decían relación con el futuro, y se referían concretamente al que había de venir al final de los tiempos a perfeccionar la ley y los profetas. Vino al mundo para enseñar la justicia, manifestándosenos por medio del evangelio; decía: Yo soy el camino, y la justicia, y la vida. El era, en efecto, el justo, el verdadero, el salvador de todos. ¿Cómo no vamos a comprender que lo que con anterioridad hizo David fue perfeccionado más tarde por el Salvador y dado, finalmente, a las santas iglesias como un don, a través de la gracia?

Debemos primero anunciar las cosas postreras, para hacer así más fácilmente creíbles las palabras. Dos fueron las unciones que llevó a cabo Samuel: una a Saúl y otra a David. Saúl recibió la unción con respeto, pero no como un hombre digno de Dios, sino como un transgresor de la ley; y Dios, molesto, lo puso como opresor sobre quienes habían pedido un rey. De igual modo, Herodes, como transgresor de la ley, reinaría años más tarde sobre hombres pecadores. David fue clandestinamente ungido en Belén, porque en Belén había de nacer el rey del cielo, y allí ungido —y no ocultamente— por el Padre, se manifestó al mundo, como dice el profeta: Por eso el Señor tu Dios te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros.

Saúl fue ungido con una aceitera como de arcilla, porque su reino era de transición y muy pronto disuelto. En cambio, David fue ungido con la cuerna del poder: de este modo señalaba previamente a aquel que, mediante la venerable unción, demostraba la victoria sobre la muerte.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 19, 8-10; 20, 1-17

Amistad entre David y Jonatán

En aquellos días se reanudó la guerra, y David salió a luchar contra los filisteos; les infligió tal derrota que huyeron ante él.

Saúl estaba sentado en su palacio con la lanza en la mano, mientras David tocaba el arpa. Un mal espíritu enviado por el Señor se apoderó de Saúl, el cual intentó clavar a David en la pared con la lanza, pero David la esquivó; Saúl clavó la lanza en la pared y David se salvó huyendo. David huyó del convento de Ramá y fue a decirle a Jonatán:

«¿Qué he hecho, cuál es mi delito y mi pecado contra tu padre, para que intente matarme?»

Jonatán le dijo:

«¡Nada de eso! ¡No morirás! No hace mi padre cosa grande ni chica que no me la diga antes. ¿Por qué va a ocultarme esto mi padre? ¡Es imposible!»

Pero David insistió:

«Tu padre sabe perfectamente que te he caído en gracia, y dirá: "Que no se entere Jonatán, no se vaya a llevar un disgusto". Pero, vive Dios, por tu vida, estoy a un paso de la muerte».

Jonatán le respondió:

«Lo que tú digas lo haré».

Entonces David le dijo:

«Mañana precisamente es luna nueva, y me toca comer con el rey. Déjame marchar, y me ocultaré en descampado hasta pasado mañana por la tarde. Si tu padre me echa de menos, le dices que David te pidió permiso para hacer una escapada a su pueblo Belén, porque su familia celebra allí el sacrificio anual. Si él dice que bueno, estoy salvado; pero si se pone furioso, quiere decir que tiene decidida mi muerte. Sé leal con este servidor, porque nos une un pacto sagrado. Si he faltado, mátame tú mismo, no hace falta que me entregues a tu padre».

Jonatán respondió:

«¡Dios me libre! Si me entero de que mi padre ha decidido que mueras, cierto que te aviso».

David preguntó:

«¿Quién me lo avisará, si tu padre te responde con malos modos?»

Jonatán contestó:

«¡Vamos al campo!»

Salieron los dos al campo, y Jonatán le dijo:

«Te lo prometo por el Dios de Israel: mañana a esta hora sondearé a mi padre, a ver si está a buenas o a malas contigo, y te enviaré un recado. Si trama algún mal contra ti, que el Señor me castigue si no te aviso para que te pongas a salvo. ¡El Señor esté contigo como estuvo con mi padre! Si entonces yo vivo todavía, cumple conmigo el pacto sagrado; y si muero, no dejes nunca de favorecer a mi familia. Y cuando el Señor aniquile a los enemigos de David de la faz de la tierra, no se borre el nombre de Jonatán en la casa de David. ¡Que el Señor tome cuentas a los enemigos de David!»

Jonatán repitió el juramento hecho a David por la amistad que le tenía, porque lo quería con toda el alma.


SEGUNDA LECTURA

Beato Elredo de Rievaulx, Tratado sobre la amistad espiritual (Lib 3, 92.93.94.96: CCL CM 1.337-338)

La amistad verdadera es perfecta y constante

Jonatán, aquel excelente joven, sin atender a su estirpe regia y a su futura sucesión en el trono, hizo un pacto con David y, equiparando el siervo al señor, precisamente cuando huía de su padre, cuando estaba escondido en el desierto, cuando estaba condenado a muerte, destinado a la ejecución, lo antepuso a sí mismo, abajándose a sí mismo y ensalzándolo a él: —le dice— serás el rey, y yo seré tu segundo.

¡Oh preclarísimo espejo de amistad verdadera! ¡Cosa admirable! El rey estaba enfurecido con su siervo y concitaba contra él a todo el país, como a un rival de su reino; asesina a los sacerdotes, basándose en la sola sospecha de traición; inspecciona los bosques, busca por los valles, asedia con su ejército los montes y peñascos, todos se comprometen a vengar la indignación regia; sólo Jonatán, el único que podía tener algún motivo de envidia, juzgó que tenía que oponerse a su padre y ayudar a su amigo, aconsejarlo en tan gran adversidad y, prefiriendo la amistad al reino, le dice: Tú serás el rey, y yo seré tu segundo. Y fíjate cómo el padre de este adolescente lo provocaba a envidia contra su amigo, agobiándolo con reproches, atemorizándolo con amenazas, recordándole que se vería despojado del reino y privado de los honores.

Y habiendo pronunciado Saúl sentencia de muerte contra David, Jonatán no traicionó a su amigo. ¿Por qué va a morir David? ¿Qué ha hecho? El se jugó la vida cuando mató al filisteo; bien que te alegraste al verlo. ¿Por qué ha de morir? El rey, fuera de sí al oír estas palabras, intenta clavar a Jonatán en la pared con su lanza, llenándolo además de improperios: ¡Hijo de perdida —le dice—, ya sabía yo que estabas confabulado con él, para vergüenza tuya y de tu madre! Y, a continuación, vomita todo el veneno que llevaba dentro, intentando salpicar con él el pecho del joven, añadiendo aquellas palabras capaces de incitar su ambición, de fomentar su envidia, de provocar su emulación y su amargor: Mientras el hijo de Jesé esté vivo sobre la tierra, tu reino no estará seguro.

¿A quién no hubieran impresionado estas palabras? ¿A quién no le hubiesen provocado a envidia? Dichas a cualquier otro, estas palabras hubiesen corrompido, disminuido y hecho olvidar el amor,, la benevolencia y la amistad. Pero aquel joven, lleno de amor, no cejó en su amistad, y permaneció fuerte ante las amenazas, paciente ante las injurias, despreciando, por su amistad, el reino, olvidándose de los honores, pero no de su benevolencia. —dice— serás el rey, y yo seré tu segundo.

Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil. Anda, pues, haz tú lo mismo.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 21, 1-10; 22, 1-5

Huida de David

En aquellos días, David llegó a Nob, donde el sacerdote Ajimélec. Este salió ansioso a su encuentro y le preguntó:

«¿Por qué vienes solo, sin nadie contigo?»

David le respondió:

«El rey me ha encargado un asunto y me ha dicho que nadie sepa una palabra de sus órdenes y del asunto que me encargaba. A los muchachos los he citado en tal sitio. Ahora dame cinco panes, si los tienes a mano, o lo que tengas».

El sacerdote le respondió:

«No tengo a mano pan ordinario. Sólo tengo pan consagrado; si es que los muchachos se han guardado al menos del trato con mujeres».

David le respondió:

«Seguro. Siempre que salimos a una campaña, aunque sea de carácter profano, nos abstenemos de mujeres. ¡Cuánto más hoy los muchachos se conservan limpios!»

Entonces el sacerdote le dio pan consagrado, porque no había allí más pan que el presentado al Señor, retirado de la presencia del Señor para poner el pan reciente del día. Estaba allí aquel día uno de los empleados de Saúl, detenido en el templo; se llamaba Doeg, edomita, mayoral de los pastores de Saúl. David preguntó a Ajimélec:

«¿No tienes a mano una lanza o una espada? Ni siquiera traje la espada ni las armas, porque el encargo del rey era urgente».

El sacerdote respondió:

«La espada de Goliat, el filisteo, al que mataste en Vallelaencina. Ahí la tienes, envuelta en un paño, detrás del efod. Si la quieres, llévatela; aquí no hay otra».

David dijo:

«¡No la hay mejor! Dámela».

David marchó de allí a esconderse en el refugio de Adulán. Cuando se enteraron sus parientes y toda su familia, fueron allá. Se le juntaron unos cuatrocientos hombres, gente en apuros o llena de deudas o desesperados de la vida. David fue su jefe. De allí marchó a Atalaya, de Moab, y dijo al rey de Moab:

«Permite a mis padres vivir entre vosotros, hasta que vea qué quiere Dios de mí».

Se los presentó al rey de Moab, y se quedaron allí todo el tiempo que David estuvo en el refugio. El profeta Gad dijo a David:

«No sigas en el refugio, métete en tierra de Judá». Entonces David marchó y se metió en la espesura de Járet.
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1263-1266)

Dios es como una roca inaccesible

Lo mismo que suele acontecer al que desde la cumbre de un alto monte mira algún dilatado mar, esto mismo le sucede a mi mente cuando desde las alturas de la voz divina, como desde la cima de un monte, mira la inexplicable profundidad de su contenido.

Sucede, en efecto, lo mismo que en muchos lugares marítimos, en los cuales, al contemplar un monte por el lado que mira al mar, lo vemos como cortado por la mitad y completamente liso desde su cima hasta la base, y como si su cumbre estuviera suspendida sobre el abismo; la misma impresión que causa al que mira desde tan elevada altura a lo profundo del mar, la misma sensación de vértigo experimento yo al quedar como en suspenso por la grandeza de esta afirmación del Señor: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado. A Dios nadie lo ha visto jamás, dice san Juan; y Pablo confirma esta sentencia con aquellas palabras tan elevadas: A quien ningún hombre ha visto ni puede ver. Esta es aquella piedra leve, lisa y escarpada, que aparece como privada de todo sustentáculo y aguante intelectual; de ella afirmó también Moisés en sus decretos que era inaccesible, de manera que nuestra mente nunca puede acercarse a ella por más que se esfuerce en alcanzarla, ni puede nadie subir por sus laderas escarpadas, según aquella sentencia: Nadie puede ver al Señor y quedar con vida.

Y sin embargo, la vida eterna consiste en ver a Dios. Y que esta visión es imposible lo afirman las columnas de la fe, Juan, Pablo y Moisés. ¿Te das cuenta del vértigo que produce en el alma la consideración de las profundidades que contemplamos en estas palabras? Si Dios es la vida, el que no ve a Dios no ve la vida. Y que Dios no puede ser visto lo atestiguan, movidos por el Espíritu divino, tanto los profetas como los apóstoles. ¿En qué angustias, pues, no se debate la esperanza del hombre?

Pero el Señor levanta y sustenta esta esperanza que vacila. Como hizo en la persona de Pedro cuando estaba a punto de hundirse, al volver a consolidar sus pies sobre las aguas.

Por lo tanto, si también a nosotros nos da la mano aquel que es la Palabra; si, viéndonos vacilar en el abismo de nuestras especulaciones, nos otorga la estabilidad, iluminando un poco nuestra inteligencia, entonces ya no temeremos, si caminamos cogidos de su mano. Porque dice: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 25, 14-24.28-39I

David y Abigail

En aquellos días, uno de los criados avisó a Abigail, la mujer de Nabal:

«David ha mandado unos emisarios desde el páramo a saludar a nuestro amo, y éste los ha tratado con malos modos, y eso que se portaron muy bien con nosotros, no nos molestaron ni nos faltó nada todo el tiempo que anduvimos con ellos, cuando estuvimos en descampado; día y noche nos protegieron mientras estuvimos con ellos guardando las ovejas. Así que mira a ver qué puedes hacer, porque ya está decidida la ruina de nuestro amo y de toda su casa; es un cretino que no atiende a razones».

Abigail reunió aprisa doscientos panes, dos pellejos de vino, cinco ovejas adobadas, treinta y cinco litros de trigo tostado, cien racimos de pasas y doscientos panes de higos; lo cargó todo sobre los burros, y ordenó a los criados:

«Id delante de mí, yo os seguiré».

Pero no dijo nada a Nabal, su marido. Mientras ella, montada en el burro, iba bajando al reparo del monte, David y su gente bajaban en dirección opuesta, hasta que se encontraron. David, por su parte, había comentado:

«He perdido el tiempo guardando todo lo de éste en el páramo para que él no perdiese nada. ¡Ahora me paga mal por bien! ¡Que Dios me castigue si antes del amanecer dejo vivo en toda la posesión de Nabal a uno solo de sus varones!»

En cuanto vio a David, Abigail se bajó del burro y se postró ante él, rostro en tierra. Postrada a sus pies, le dijo:

«Perdona la falta de tu servidora, que el Señor dará a mi señor una casa estable, porque mi señor pelea las guerras del Señor, ni en toda tu vida se te encontrará un fallo. Y aunque alguno se ponga a perseguirte a muerte, la vida de mi señor está bien atada en el zurrón de la vida, al cuidado del Señor, tu Dios, mientras que la vida de tus enemigos la lanzará como piedras con la honda. Que cuando el Señor cumpla a mi señor todo lo que le ha prometido y lo haya constituido jefe de Israel, mi señor no tenga que sentir remordimientos ni desánimo por haber derramado sangre inocente y haber hecho justicia por su mano. Cuando el Señor colme de bienes a mi señor, acuérdate de tu servidora.

David le respondió:

«¡Bendito el Señor, Dios de Israel, que te ha enviado hoy a mi encuentro! ¡Bendita tu prudencia y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y hacerme justicia por mi mano! ¡Vive el Señor, Dios de Israel, que me impidió hacerte mal! Si no te hubieras dado prisa en venir a encontrarme, al amanecer no le quedaba vivo a Nabal uno solo de sus varones».

David le aceptó lo que ella le traía, y le dijo:

«Vete en paz a tu casa. Ya ves que te hago caso y te he guardado consideración».

Al volver, Abigail encontró a Nabal celebrando en casa un banquete regio; estaba de buen humor y muy bebido, así que ella no le dijo lo más mínimo hasta el amanecer. Y a la mañana, cuando se le había pasado la borrachera, su mujer le contó lo sucedido; a Nabal se le agarrotó el corazón en el pecho y se quedó de piedra. Pasados unos diez días, el Señor hirió de muerte a Nabal, y falleció. David se enteró de que había muerto Nabal, y exclamó:

«Bendito el Señor, que se encargó de defender mi causa contra la afrenta que me hizo Nabal, librando a su siervo de hacer mal! ¡Hizo recaer sobre Nabal el daño que había hecho!»


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1266-1267)

La esperanza de ver a Dios

La promesa de ver a Dios es ciertamente tan grande que supera toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto, podrá desear un bien superior, si en la visión de Dios lo tiene todo? Porque, según el modo de hablar de la Escritura, ver significa lo mismo que poseer; y así, en aquello que leemos: Que veas la prosperidad de Jerusalén, la palabra «ver» equivale a tener. Y en aquello otro: Que sea arrojado el impío, para que no vea la grandeza dei Señor, por «no ver» se entiende no tener parte en esta grandeza.

Por lo tanto, el que ve a Dios alcanza por esta visión todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo perpetuo y, en resumen, todo bien.

Tal y tan grande es, en efecto, la felicidad prometida que nosotros esperamos; pero, como antes hemos demostrado, la condición para ver a Dios es un corazón puro, y ante esta consideración, de nuevo mi mente se siente arrebatada y turbada por una especie de vértigo, por la duda de si esta pureza de corazón es de aquellas cosas imposibles y que superan y exceden nuestra naturaleza Pues, si esta pureza de corazón es el medio para ver a Dios y si Moisés y Pablo no lo vieron, porque, como afirman, Dios no puede ser visto por ellos ni por cualquier otro, esta condición que nos propone ahora la Palabra para alcanzar la felicidad nos parece una cosa irrealizable.

¿De qué nos sirve conocer el modo de ver a Dios, si nuestras fuerzas no alcanzan a ello? Es lo mismo que si uno afirmara que en el cielo se vive feliz, porque allí es posible ver lo que no se puede ver en este mundo. Porque, si se nos mostrase alguna manera de llegar al cielo, sería útil haber aprendido que la felicidad está en el cielo. Pero, si nos es imposible subir allí, ¿de qué nos sirve conocer la felicidad del cielo sino solamente para estar angustiados y tristes, sabiendo de qué bienes estamos privados y la imposibilidad de alcanzarlos? ¿Es que Dios nos invita a una felicidad que excede nuestra naturaleza y nos manda algo que, por su magnitud, supera las fuerzas humanas?

No es así. Porque Dios no creó a los volátiles sin alas, ni mandó vivir bajo el agua a los animales dotados para la vida en tierra firme. Por tanto, si en todas las cosas existe una ley acomodada a su naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima de la propia naturaleza, de ello deducimos, por lógica conveniencia, que no hay que desesperar de alcanzar la felicidad que se nos propone, y que Juan y Pablo y Moisés, y otros como ellos, no se vieron privados de esta sublime felicidad, resultante de la visión de Dios; pues, ciertamente, no se vieron privados de esta felicidad ni aquel que dijo: Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará, ni aquel que se reclinó sobre el pecho de Jesús, ni aquel que oyó de boca de Dios: Te he conocido más que a todos.

Por tanto, si es indudable que aquellos que predicaron que la contemplación de Dios está por encima de nuestras fuerzas son ahora felices, y si la felicidad consiste en la visión de Dios, y si para ver a Dios es necesaria la pureza de corazón, es evidente que esta pureza de corazón, que nos hace posible la felicidad, no es algo inalcanzable.

Los que aseguran, pues, tratando de basarse en las palabras de Pablo, que la visión de Dios está por encima de nuestras posibilidades se engañan y están en contradicción con las palabras del Señor, el cual nos promete que, por la pureza de corazón, podemos alcanzar la visión divina.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 26, 2-25

Magnanimidad de David con Saúl

Saúl emprendió la bajada hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida en busca de David. Acampó en el cerro de Jaquilá, en la vertiente que da a la estepa, junto al camino. Cuando David, que vivía en el páramo, vio que Saúl venía a por él, despachó unos espías para averiguar dónde estaba Saúl. Entonces fue hasta el campamento de Saúl, y se fijó en el sitio donde se acostaban Saúl y Abner, hijo de Ner, general del ejército; Saúl estaba acostado en el cercado de carros, y la tropa acampaba alrededor. David preguntó a Ajimélez, el hitita, y a Abisay, hijo de Seruyá, hermano de Joab:

—¿Quién quiere venir conmigo al campamento de Saúl?

Abisay dijo:

—Yo voy contigo.

David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a la cabecera. Entonces Abisay dijo a David:

—Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe. Pero David replicó:

—¡No lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor. Vive Dios, que sólo el Señor lo herirá: le llegará su hora y morirá, o acabará cayendo en la batalla. ¡Dios me libre de atentar contra el ungido del Señor! Toma la lanza que está a la cabecera y el botijo y vámonos.

David tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie los vio, ni se enteró, ni despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor les había enviado un sueño profundo. David cruzó a la otra parte,se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho espacio en medio, y gritó a la tropa y a Abner, hijo de Ner:

—Abner, ¿no respondes?

Abner preguntó:

—¿Quién eres tú, que gritas al rey?

David le dijo:

—¡Pues sí que eres todo un hombre! ¡El mejor de Israel! ¿Por qué no has guardado al rey, tu Señor, cuando uno del pueblo entró a matarlo? ¡No te has portado bien! Vive Dios, que merecías la muerte por no haber guardado al rey, vuestro señor, al ungido del Señor. Mira dónde está la lanza del rey y el botijo que tenía a la cabecera.

Saúl reconoció la voz de David y dijo:

—¿Es tu voz, David, hijo mío?

David respondió:

—Es mi voz, majestad.

Y añadió:

—¿Por qué me persigues así, mi señor? ¿Qué he hecho, qué culpa tengo? Que vuestra majestad se digne escucharme: si es el Señor quien te instiga contra mí, apláquese con una oblación; pero si son los hombres, ¡malditos sean de Dios!, porque me expulsan hoy, y me impiden participar en la herencia del Señor, diciéndome que me vaya a servir a otros dioses. Que mi sangre no caiga en tierra, lejos de la presencia del Señor, ya que el rey de Israel ha salido persiguiéndome a muerte, como se caza una perdiz por los montes.

Saúl respondió:

—¡He pecado! Vuelve, hijo mío, David, que ya no te haré nada malo, por haber respetado hoy mi vida. He sido un necio, me he equivocado totalmente.

David respondió:

—Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad. Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido del Señor. Que como yo he respetado hoy tu vida, respete el Señor la mía y me libre de todo peligro.

Entonces Saúl le dijo:

—¡Bendito seas, David, hijo mío! Tendrás éxito en todas tus cosas.

Luego David siguió su camino, y Saúl volvió a su palacio.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Homilía 6 sobre las bienaventuranzas (PG 44, 1270-1271)

Dios puede ser hallado en el corazón del hombre

La salud corporal es un bien para el hombre; pero lo que interesa no es saber el porqué de la salud, sino el poseerla realmente. En efecto, si uno explica los beneficios de la salud, mas luego toma un alimento que produce en su cuerpo humores malignos y enfermedades, ¿de qué le habrá servido aquella explicación, si se ve aquejado por la enfermedad? En este mismo sentido hemos de entender las palabras que comentamos, o sea, que el Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Y no creo que esta manera de ver a Dios, la del que tiene el corazón limpio, sea una visión externa, por así decirlo, sino que más bien me inclino a creer que lo que nos sugiere la magnificencia de esta afirmación es lo mismo que, de un modo más claro, dice en otra ocasión: El reino de Dios está dentro de vosotros; para enseñarnos que el que tiene el corazón limpio de todo afecto desordenado a las criaturas contempla, en su misma belleza interna, la imagen de la naturaleza divina.

Yo diría que esta concisa expresión de aquel que es la Palabra equivale a decir: «Oh vosotros, los hombres en quienes se halla algún deseo de contemplar el bien verdadero, cuando oigáis que la majestad divina está elevada y ensalzada por encima de los cielos, que su gloria es inexplicable, que su belleza es inefable, que su naturaleza es incomprensible, no caigáis en la desesperación, pensando que no podéis ver aquello que deseáis».

Si os esmeráis con una actividad diligente en limpiar vuestro corazón de la suciedad con que lo habéis embadurnado y ensombrecido, volverá a resplandecer en vosotros la hermosura divina. Cuando un hierro está ennegrecido, si con un pedernal se le quita la herrumbre, enseguida vuelve a reflejar los resplandores del sol; de manera semejante, la parte interior del hombre, lo que el Señor llama el corazón, cuando ha sido limpiado de las manchas de herrumbre contraídas por su reprobable abandono, recupera la semejanza con su forma original y primitiva, y así, por esta semejanza con la bondad divina, se hace él mismo enteramente bueno.

Por tanto, el que se ve a sí mismo ve en sí mismo aquello que desea, y de este modo es dichoso el limpio de corazón, porque al contemplar su propia limpieza ve, como a través de una imagen, la forma primitiva. Del mismo modo, en efecto, que el que contempla el sol en un espejo, aunque no fije sus ojos en el cielo, ve reflejado el sol en el espejo no menos que el que lo mira directamente, así también vosotros —es como si dijera el Señor—, aunque vuestras fuerzas no alcancen a contemplar la luz inaccesible, si retornáis a la dignidad y belleza de la imagen que fue creada en nosotros desde el principio, hallaréis aquello que buscáis dentro de vosotros mismos.

La divinidad es pureza, es carencia de toda inclinación viciosa, es apartamiento de todo mal. Por tanto, si hay en ti estas disposiciones, Dios está en ti. Si tu espíritu, pues, está limpio de toda mala inclinación, libre de toda afición desordenada y alejado de todo lo que mancha, eres dichoso por la agudeza y claridad de tu mirada, ya que, por tu limpieza de corazón, puedes contemplar lo que escapa a la mirada de los que no tienen esta limpieza, y, habiendo quitado de los ojos de tu alma la niebla que los envolvía, puedes ver claramente, con un corazón sereno, un bello espectáculo. Resumiremos todo esto diciendo que la santidad, la pureza, la rectitud son el claro resplandor de la naturaleza divina, por medio del cual vemos a Dios.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 28, 3-25

Saúl consulta a la nigromante de Fuendor

En aquellos días, Samuel había muerto; todo Israel asistió a los funerales, y lo habían enterrado en Rama, su pueblo. Por otra parte, Saúl había desterrado a nigromantes y adivinos.

Los filisteos se concentraron y fueron a acampar en Sunán. Saúl concentró a todo Israel, y acamparon en Gelboé. Pero, al ver el campamento filisteo, Saúl temió y se echó a temblar. Consultó al Señor, pero el Señor no le respondió, ni por sueños, ni por suertes, ni por profetas. Entonces Saúl dijo a sus ministros:

«Buscadme una nigromante para ir a consultarla». Le dijeron:

«Precisamente hay una en Fuendor».

Saúl se disfrazó con ropa ajena; marchó con dos hombres, llegaron de noche donde la mujer, y le pidió:

«Adivíname el porvenir evocando a los muertos y haz que se me aparezca el que yo te diga».

La mujer le dijo:

«Ya sabes lo que ha hecho Saúl, que ha desterrado a nigromantes y adivinos. ¿Por qué me armas una trampa para luego matarme?»

Pero Saúl le juró por el Señor:

«¡Vive Dios, no te castigarán por esto!»

Entonces la mujer preguntó:

«¿Quién quieres que se te aparezca?»

Saúl dijo:

«Evócame a Samuel».

Cuando la mujer vio aparecer a Samuel, lanzó un grito y dijo a Saúl:

«¿Por qué me has engañado? ¡Tú eres Saúl!» El rey le dijo:

«No temas. ¿Qué ves?»

Respondió:«Un espíritu que sube de lo hondo de la tierra». Saúl le preguntó:

«¿Qué aspecto tiene?»

Respondió:

«El de un anciano que sube envuelto en un manto». Saúl comprendió entonces que era Samuel, y se inclinó rostro en tierra, prosternándose. Samuel le dijo:

«¿Por qué me has evocado, turbando mi reposo?»

Saúl respondió:

«Estoy en una situación desesperada: los filisteos me hacen la guerra, y Dios se me ha alejado y ya no me responde ni por profetas ni en sueños. Por esto te he llamado, para que me digas qué debo hacer».

Pero Samuel le dijo:

«Si el Señor se te ha alejado y se ha hecho enemigo tuyo, ¿por qué me preguntas a mí? El Señor ha ejecutado lo que te anunció por mi medio: ha arrancado el reino de tus manos y se lo ha dado a otro, a David. Por no haber obedecido al Señor, por no haber llevado a cabo su condena contra Amalec, por eso, ahora el Señor ejecuta esta condena contra ti. Y también a Israel lo entregará el Señor contigo a los filisteos; mañana tú y tus hijos estaréis conmigo, y al ejército de Israel lo entregará el Señor en poder de los filisteos».

De repente, Saúl se desplomó cuan largo era, espantado por lo que había dicho Samuel. Estaba desfallecido, porque en todo el día y toda la noche no había comido nada. La mujer se le acercó, y al verlo aterrado le dijo:

«Esta servidora tuya te obedeció, y se jugó la vida para hacer lo que pedías; ahora obedece tú también a tu servidora: voy a traerte algún alimento, come y recobra las fuerzas para ponerte en camino».

El lo rehusaba:

«¡No quiero!»

Pero sus oficiales y la mujer le porfiaron, y les obedeció. Se incorporó y se sentó en la estera. La mujer tenía un novillo cebado. Lo degolló en seguida, cogió harina, amasó y coció unos panes. Se los sirvió a Saúl y sus oficiales. Comieron y se pusieron en camino aquella misma noche.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Homilías sobre el libro del profeta Ezequiel (Lib 2, hom 3,18.19.21: CCL 142, 250.252.253.254)

Aplicaos, hermanos, a meditar las palabras de Dios

Os lo ruego, carísimos hermanos, aplicaos a meditar las palabras de Dios, no despreciéis los escritos de nuestro Creador, que nos han sido enviados. Es increíble lo que a su contacto el alma se recalienta para no enervarse en el frío de su iniquidad.

Por la Escritura nos enteramos de que los justos que nos han precedido actuaron con fortaleza, y nosotros mismos nos disponemos a emprender valerosamente el camino del bien obrar, y el ánimo del lector se enciende con la llama del ejemplo de los santos.

Por ejemplo: ¿Que nos apresuramos a ponernos al resguardo de la humildad a fin de mantener la inocencia, aun ofendidos por el prójimo? Acordémonos de Abel, de quien está escrito que fue muerto a manos de su hermano, pero de quien no se lee que opusiera resistencia. ¿Que estamos decididos a anteponer los preceptos de Dios a nuestros intereses presentes? Pongamos a Noé ante nuestros ojos, quien, posponiendo el cuidado de la propia familia, por mandato del Señor todopoderoso, vivió por espacio de cien años ocupado en la construcción del arca. ¿Que nos esforzamos por someternos al yugo de la obediencia? Mirémonos en el ejemplo de Abrahán, quien, dejando casa, parentela y patria, obedeció a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber a dónde iba. Y estuvo dispuesto a sacrificar —en aras de la herencia eterna— a su querido heredero, el que Dios le había dado. Y por no haber dudado en ofrecer al Señor su único hijo, recibió en herencia la universalidad de los pueblos.

¿Que deseamos abrirnos de par en par a la benevolencia, deponiendo cualquier sentimiento de enemistad? Traigamos a la memoria a Samuel, quien, dimitido por el pueblo de su cargo de juez, cuando ese mismo pueblo le pidió que rezara al Señor por él, respondió con estas palabras: Líbreme Dios de pecar contra el Señor dejando de rezar por vosotros. El santo varón creyó cometer un pecado si, mediante la oración, no hubiera devuelto la benignidad de la gracia a aquellos a quienes tuvo que soportar como adversarios, hasta arrojarle de su cargo. El mismo Samuel, mandado por Dios en otra ocasión a que ungiera a David como rey, respondió: ¿Cómo voy a ir? Si se entera Saúl, me mata. Y sin embargo, sabiendo que Dios estaba enfadado con Saúl, prorrumpió en un llanto tan amargo, que el mismo Señor en persona hubo de decirle: ¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado? Pensemos cuál no sería el ardor de caridad que inflamaba su alma, que lloraba por aquel de quien temía que le quitara la vida.

¿Queremos, pues, guardarnos de quien tememos? Debemos seriamente pensar en no devolver mal por mal, si se presentara la ocasión, a aquel de quien huimos. Acordémonos de David, que teniendo en sus manos al rey que le perseguía, de modo que hubiera podido eliminarlo, puesto, sin embargo, en la disyuntiva de matarlo o no, escogió el bien que su conciencia le dictaba y no el mal que Saúl se merecía, diciendo: ¡Dios me libre de atentar contra el ungido del Señor! Y cuando después el mismo Saúl fue muerto por sus enemigos, lloró la muerte de aquel de quien, vivo, lo había perseguido.

¿Estamos decididos a hablar con entera libertad a los poderosos de este mundo cuando se desvían? Traigamos a la memoria la autoridad de Juan, quien, al echar en cara a Herodes su innoble proceder, no temió la muerte por defender la verdad. Y como quiera que Cristo es la verdad, al dar la vida por la verdad, dio realmente la vida por Cristo.